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NO ME DESPIERTES SI TIEMBLA

Antología poética

Fabio Morábito

 

 

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Reservados todos los derechos

© Pontificia Universidad Javeriana

© Fabio Morábito

Miembros del comité editorial:

Giovanni Quessep

Ramón Cote Baraibar

Federico Díaz-Granados

Cristo Rafael Figueroa Sánchez

Juan Felipe Robledo

Jorge Cadavid

Primera edición: enero de 2017

Bogotá, D. C.

ISBN: 978-958-781-000-4

Número de ejemplares:

Hecho en Colombia

Made in Colombia

Editorial Pontificia Universidad Javeriana

Carrera 7ª n.º 37-25, oficina 13-01

Edificio Lutaima

Teléfono:  3208320 ext. 4752

www.javeriana.edu.co/editorial

 

Cuidado de texto:

Diego Pérez Medina

 

Diseño de pauta gráfica:

Ignacio Martínez-Villalba

 

Diagramación:

María Victoria Mora

 

Diseño de carátula:

Ignacio Martínez-Villalba

 

Desarrollo ePub:

Lápiz Blanco S.A.S.

 

Pontificia Universidad Javeriana | Vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964. Reconocimiento de personería jurídica: Resolución 73 del 12 de diciembre de 1933 del Ministerio de Gobierno.

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Prohibida la reproducción total o parcial de este material, sin la autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana Morábito, Fabio, 1955-, autor

No me despiertes si tiembla: antología poética / Fabio Morábito; prólogo de Camilo Velásquez. -- Primera edición. – Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2016.

 

146 páginas; 12.5 x 20 cm

ISBN: 978-958-781-000-4

 

 

1. Poesía mexicana.  2. Literatura mexicana. 3. Nómadas - poesía.  4. Naturaleza en la poesía. 5. Poesía latinoamericana. I. Velásquez, Camilo, prologuista. II. Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Ciencias Sociales.

 

CDD M861 edición 21

Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S.J.

 

inp 06 / 12 / 2016

PRÓLOGO

EN UNO DE LOS ESCRITOS de El idioma materno, Fabio Morábito sugiere dar las primeras lecciones de lenguaje leyendo los nombres de los muertos en las lápidas de los cementerios, pues esto “les enseñaría a los niños a valorar el sin sentido de las palabras, a repetirlas sin más, con perplejidad o alegría, lo que afinaría su capacidad conjetural, idiomática, y, de paso, su oído”. Esta misma intención se lee en uno de los últimos poemas de Alguien de lava:

Vine al principio por los árboles,
pero me aficioné a los nombres de las criptas,
que leo como quien toma una infusión 
a breves sorbos.

Ambos textos señalan que si el uso del lenguaje para expresar conceptos y equivalencias desdibuja el valor expresivo de las palabras, para volver a percibir aspectos como el sonido de los fonemas o la cadencia de una frase, habría que apartarse debidamente del argumento y leer con detalle, a breves sorbos, como quien toma una infusión. Una escritura donde el sonido no es menos importante que la semántica, donde de hecho puede percibirse cierta correspondencia entre ambos aspectos, es algo fácil de encontrar en poesía; pero cobra una expresión distintiva en una obra como la de Morábito, que renuncia a zanjar una diferencia entre verso y prosa que esté dada por el uso de recursos que se toman habitualmente como propios de lo lírico. Y si aspectos como el hipérbaton, la interjección o la rima consonante difícilmente los vemos en su obra, tampoco tiene su estilo las aspiraciones contestatarias ni de ruptura o retorno al folclor que sí se aprecian en la poesía latinoamericana que lo precede en la década de los setenta. Es en el estilo llano, fácil de portar y de olvidar, entre la música discreta de sus aliteraciones, donde Morábito ha encontrado su particular tonalidad. Algo modesto como los nombres de las tumbas, una tubería, los columpios o las partes de un edificio le sirve para sujetar su escritura, le basta para extraer la cantidad de extrañeza que se necesita para intuir una lección. Y, sin embargo, esta afinidad por los objetos y las cosas corrientes no proviene de una especie de piedad franciscana por lo que ha sido marginado de la mirada —mencionándolos no aspira a redimirlos de un estrato infraordinario a la manera de George Perec—, más bien parece nombrarlos en la medida en que estos hacen menos ruido, insinuando que con lo sencillo se predispone menos al dramatismo y se llega sin prevención al sobresalto, a esa salida y regreso al lenguaje que permite la poesía.

Así como en la música se recurre al portamento para que un instrumento como la guitarra, al deslizarle una barra metálica a lo largo de su diapasón, haga sonar toda la gama tonal, a su manera, Morábito hace deslizar las palabras sobre esa dualidad que les es propia de fraccionar o insinuar una totalidad; y como si de una especie de portamento se tratara, se vale justamente de un registro sobrio, casi coloquial, para poner en sordina el lado instrumental del lenguaje y desatar la música de las palabras mientras lleva al lector hacia la lava, donde lo telúrico se integra y va al encuentro del aire y las aves; a los primeros gestos, en los que se recorren todas las articulaciones posibles de la cara; hacia el petróleo, que junta milenios en un caldo y hace brotar el estilo sin esfuerzo, continuo como un soplo.

Fallas tectónicas y lava se revelan en su poesía como el suelo verdadero, el trasfondo de la vida y de todo aquello que, como los edificios, parece sólido y estable. Muchos de sus versos se acomodan a la altura de un apartamento como el de cualquier persona, en donde el ruido de sus vecinos (que no puede evitar) o sus apariciones (que lo cautivan) pasan de distraer su escritura a formar parte de ella, a incitarla:

Ventanas encendidas, mi tormento.
Gente sólo visible en esta hora.
De día los edificios son triviales,
de noche la fragilidad de su interior me hechiza.
Se espía buscando desnudeces,
pero también por hambre de poesía,
hambre no de la piel del otro,
sino de su manera de gastar latidos
de ver cómo transcurre un corazón ajeno.

También es frecuente encontrar en sus poemas desnudeces de otra índole, aquellas que se presentan al iniciar el día, cuando alguien que recién ha despertado se levanta sin ser dueño todavía de sus gestos, de su estilo, y en cambio exhibe las maneras heredadas de los suyos, las reservas expresivas que se llevan en el tono de los músculos como una historia que es nómada porque no está sujeta a un relato, pura porque su visceralidad la libra de las adulteraciones propias de la palabra. Empezar a escribir cuando los otros todavía duermen es algo que Morábito relaciona con sus orígenes y su aprendizaje relativamente tardío del español:

Puesto que escribo en una lengua
que aprendí, tengo que despertar
cuando los otros duermen. 
[…]
Verso tras verso
busco la prosa de este idioma
que no es mío.

Hijo de padres italianos, Fabio Morábito nace en Alejandría, Egipto, en 1955, lugar que deja rápidamente para trasladarse a Milán hasta su adolescencia, momento en el que pasa Huesos de sepia