Ernesto Escobar Ulloa

 

Salvo el poder

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Imagen de la portada:

Montaje de Roger Castillejo

 

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Diagramación: Roger Castillejo Olán

 

© Ernesto Escobar Ulloa

© del prólogo: Santiago Roncagliolo, 2015

© Editorial Comba, 2015

c/ Muntaner, 178, 5º 2ª bis

08036 Barcelona

 

 

 

ISBN: 978-84-948031-3-0

Depósito Legal: B-24.932-2015

A mis padres

�Prólogo

 

La guerra de los traidores

Los peruanos nacidos en los años setenta crecimos en el infierno. Las bombas, los secuestros, los apagones, formaban parte de nuestra vida diaria. Había una guerra. Hay quienes llaman a eso “terrorismo” y quienes lo llaman “revolución”. En cualquier caso, con 70.000 muertos, a partes casi iguales por bando, lo que pasó en esos años clasifica como “guerra”.

La guerra no es sólo soldados disparando. Ésa es la parte que sale en las películas, no la única. La guerra también es falta de dinero, porque nadie pone un negocio justo sobre un polvorín. Y ausencia de futuro. Gente que huye del país. Personas que se hacen pobres de repente, y por lo tanto, otras que se hacen ricas de repente. Políticos corruptos que no creen en el Estado, porque no tienen claro si el Estado sobrevivirá. Servicios que dejan de funcionar. Materia fecal cayendo por los grifos.

En gran parte, Salvo el poder de Ernesto Escobar Ulloa es una colección de estampas de esos años. Sus paisajes recorren el Palacio de Gobierno y los mercados ambulantes, la violenta zona de emergencia en los Andes y los burdeles para burgueses de Miraflores. La lectura de historias como Combi asesina o Padres de la patria me lleva de vuelta a momentos que viví y que preferiría no recordar. La literatura pone frente a nuestros ojos las cosas que no queremos ver. Nuestros lados oscuros. Y Salvo el poder es un libro incómodo. Como un pinchazo en los párpados mientras tratamos de dormir.

También es un libro contemporáneo. En los años de la violencia, la narrativa latinoamericana era eminentemente política. Yo crecí leyendo historias de dictadores como El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez o Conversación en la catedral de Mario Vargas Llosa. Las novelas, como La violencia del tiempo de Miguel Gutiérrez, aspiraban a narrar la totalidad de un país, a retratar en sus últimos detalles la complejidad social. O a denunciar la situación de los oprimidos, como en la obra de José María Arguedas.

Pero en el mundo real nuestras vidas eran pequeñas y grises. Nosotros no vivíamos la épica revolucionaria o la gloria del poder. Nuestros grandes desafíos cotidianos consistían en darnos una ducha o pagar el alquiler, que ya eran objetivos bastante difíciles, dadas las circunstancias. Salvo el poder recupera los momentos vitales que las grandes gestas desechan. Sus historias se filtran entre las grietas de la Historia.

En ese sentido, Escobar Ulloa bebe de la tradición de autores como Julio Ramón Ribeyro, el cuentista de la clase media. Ribeyro ponía el ojo en las pequeñas miserias del día a día. En vez de dictadores, funcionarios y mandos medios. En vez de frescos sociales, anécdotas de frustración y supervivencia. Escobar Ulloa hace lo mismo, pero su geografía se desplaza hacia el jirón Huancavelica o Tupac Amaru. Su clase media está al borde del abismo. Y cada día da un paso adelante. Come en pollerías baratas. Esquiva furgonetas de transporte público como leones en un safari. Compra estampitas en puestos de la calle. Roba en centros comerciales emergentes.

En el estilo de Escobar Ulloa predomina el realismo sucio, porque la realidad era sucia. Como a otro cuentista peruano de nuestra generación, Sergio Galarza, a Escobar Ulloa le gusta hundir las manos en el fango. Y luego limpiárselas en el rostro del lector.

Sin embargo, la descripción que acabo de hacer no alcanza a todos los relatos de este libro. Algunos de ellos exploran la dirección contraria: contra la horizontalidad de nuestro presente, la verticalidad del pasado. Contra el retrato de la superficie de nuestra existencia, una penetración en el tiempo, en busca de los hitos que nos llevaron a ser lo que somos.

El primero de ellos, Lejano abismo, contempla el momento de la Conquista del Perú con una mirada mítica. Se trata del instante fundacional del país, que se produjo por una traición entre hermanos. La metáfora alcanza a muchos personajes de este libro, que al dañar a otros, se hacen daño también a sí mismos. Pero Lejano abismo se aparta de las técnicas narrativas modernas y del argot callejero para recurrir a las herramientas de estilo de una fábula oriental. Así, enmarca el origen de un país marcado por la violencia y el engaño en la lucha global contra la voracidad de Occidente.

La insignia de Mao es otro de los cuentos que podríamos llamar históricos. En él, el autor ficciona un encuentro entre Mao y Abimael Guzmán, el líder de Sendero Luminoso, durante la temporada que éste pasó en la escuela de guerrilla de Nan Kin, en plena Revolución Cultural. Una vez más en el libro aparece el tema de la traición: los comunistas deshaciéndose de los que no consideraban suficientemente comunistas. Es el modelo chino que Guzmán trataría de imponer en el Perú de los años ochenta. El inicio de la guerra que nos tocaría vivir.

Después de retratar nuestro país, Escobar Ulloa se propone explicarlo. Los relatos de perfil histórico se acumulan en la parte final del libro. Al regresar de China, Guzmán se dedicó a construir y desarrollar una guerrilla maoísta, ya que el proyecto cubano había fracasado en Los Andes con la caída del Che Guevara en una emboscada. El penúltimo cuento del libro, #BoLibia, imagina una ucronía: el Che Guevara no murió en las montañas bolivianas, sino que sobrevivió para convertirse en el dictador de un Estado autárquico y totalitario. La anécdota es irónica, pero regresa al tema vertebrador del libro dándole un giro inesperado: los héroes traicionan a sus mitos y viceversa, una idea fundamental para entender el origen y caída de Sendero Luminoso y la leyenda de su líder.

Cierra el libro un cuento aparentemente desligado de los demás, Vesontio, un relato de espíritu borgiano que narra el encuentro entre un joven galo y un soldado nazi, un espía y un traidor. Por su escenario, o por su estilo fantástico, parece desvinculado de los otros relatos. Y sin embargo, es una suerte de colofón perfecto, porque Salvo el poder nos recuerda que todas las guerras son la misma, que el enfrentamiento que vivimos empezó con la conquista española, libró escaramuzas en Cuba y ocupó países en Europa. Igual que cada bomba en nuestros oídos era sólo una anécdota de nuestra violencia, cada guerra es sólo una pequeña batalla de la Historia, al final de la cual todos los traidores tienen el mismo nombre.

 

Santiago Roncagliolo