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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2012 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.

MATRIMONIO INESPERADO, N.º 77 - mayo 2013

Título original: Fortune’s Unexpected Groom

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-3085-1

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Prólogo

 

30 de diciembre, 2011

 

 

—¿En qué estaba pensando tu familia para intentar volar en mitad de una tormenta como esta? —Tanner Redmond cerró la puerta, dejando afuera la tormenta.

Sus ojos brillaron con una ternura que hizo que el pulso de Jordana se acelerara. A pesar de tener todas las razones del mundo para estar enfadado con ella, o al menos con la situación a la que los había llevado, no lo parecía. De hecho, cuando cruzó la habitación, quitándose la lluvia de la cara con ambas manos, su expresión era más bien compasiva.

—Me he hecho la misma pregunta al menos una docena de veces.

Él se sentó junto a ella en el gastado sofá, el único mueble que había en el dilapidado refugio de caza donde la tormenta los había obligado a refugiarse, el sofá en el que ella se había dejado caer cuando le habían fallado las piernas tras correr buscando un techo. En ese momento, estaban tan cerca que sus piernas casi se tocaban.

Casi.

Pero no del todo.

Jordana, sin aliento, luchó contra el reflejo natural de apartarse para reclamar su espacio personal. Había conocido a Tanner en la boda de su hermana. La atracción había sido instantánea. Esa tarde, él había pasado por el hotel para despedirse.

Se había alegrado muchísimo al verlo.

El mal tiempo había sido la razón de que inicialmente se negara a acompañar a sus padres al aeropuerto, optando por ir de Red Rock a Atlanta en un vuelo comercial más tardío, cuando las condiciones meteorológicas mejorasen. Desde el principio había tenido un mal presentimiento con respecto a la tormenta, de hecho, había sido más que eso, se había sentido aterrorizada. Pero había cambiado de planes cuando Tanner había llegado al hotel.

Hacía mucho tiempo que no conocía a un hombre que le hiciera desear cambiar una decisión ya tomada. Pero él iba de camino al aeropuerto para poner los cierres de protección al hangar y a la oficina donde estaba la sede su empresa, la Escuela de Vuelo Redmond. Le había preguntado si le importaría llevarla al aeropuerto. Había dejado de lado su miedo a volar en plena alerta de tornado para poder pasar unos minutos más con él.

Y allí estaban. Podrían estar los dos muertos por culpa de su impetuosidad. Si no lo hubiera entretenido haciéndole esperar mientras ella subía a su habitación a por el equipaje y pagaba la cuenta del hotel, Tanner ya estaría a salvo, en vez de en medio de la nada en lo que era poco más que un cobertizo, con su coche en la cuneta, donde había caído para evitar un roble que un golpe de viento había conseguido desenraizar.

Se preguntó por qué no había hecho caso de su instinto y se había quedado en el hotel, como había sabido que debía hacer. No entendía qué diablos le había ocurrido.

Miró a Tanner, la línea fuerte de su mandíbula cuadrada, la virilidad de su perfectamente imperfecta nariz y la carnosidad de su boca, que podría haber parecido femenina si no fuera por el contraste con la imperfección de su nariz. Su aspecto indicaba que podría habérsela roto al menos una vez. Jordana empezó a sentir que algo se despertaba y empezaba a arder en lo más profundo de su ser.

De repente, supo exactamente cuál era su problema. Tenía veintinueve años. Seguía siendo virgen. Podría haber muerto esa noche, aún podría hacerlo si la tormenta daba lugar a otros tornados, lo que era una posibilidad muy real. Toda su cuidadosa planificación y haberse reservado para «su hombre» podría acabar no sirviendo para nada.

¿Se había reservado para acabar así?

De repente, la cabaña le recordó mucho la casa en la que Dorothy había volado hasta Oz cabalgando en el viento de cola de una tormenta similar a la que estaban viviendo. De hecho, no le habría extrañado ver a la bruja mala pasar volando en su escoba, mientras la cabaña de caza se alzaba del suelo y emprendía un viaje a un lugar desconocido.

Y ella moriría siendo virgen.

Se estremeció.

—¿Tienes frío? —preguntó Tanner.

Antes de que pudiera contestar, puso un brazo sobre sus hombros y la atrajo hacia él. Ella se fundió en su calidez.

Olía bien, y sentir el contraste de la dureza de sus músculos con sus suaves curvas le provocaba una sensación maravillosa. Pero el viento aullaba una canción de duelo. Ella habría jurado que se lamentaba porque ambos podrían estar muertos cuando llegara la mañana.

Volvió a estremecerse y se acurrucó más, cerrando los ojos y deseando desaparecer hasta que parase la lluvia y el viento dejara de aullar.

«Virgen... Voy a morir siendo virgen».

—Estás temblando —dijo él.

—Shh, no hables. Solo abrázame.

Él cerró el círculo alrededor de ella con el otro brazo, apretándola con fuerza. Ella se acomodó en su cuello, inspirando su aroma embriagador: bergamota, cuero y algo sexual y primitivo que no habría podido etiquetar, algo a lo que le empezaba a resultar imposible resistirse.

Si no quería morir virgen, ¿por qué estaba aferrándose a su virtud como si fuera un salvavidas?

¿Por qué si Tanner Redmond estaba allí mismo apretándola contra sí?

Capítulo 1

 

20 de abril, 2012

 

 

Tanner Redmond siempre había creído en el axioma Lo que no te mata te hace más fuerte. El hecho de que siguiera vivo después de todo lo que había tenido que superar demostraba que era un tipo de lo más fuerte. Se preguntó, por qué, entonces, tenía miedo de que un bebé pudiera acabar con él.

Aparcó en un hueco que había delante del piso de Jordana Fortune, en la zona de Buckhead, en Atlanta.

Sentado en el coche de alquiler, intentó calmar la ira que había bullido en él desde que había oído su voz en el teléfono hacía menos de veinticuatro horas.

Tamborileó con los dedos en el volante. Se preguntaba si realmente había pretendido ocultarle ese secreto. No sabía cómo había podido pensar que tenía derecho a hacerlo.

En cuanto había acabado la conversación, que no había servido para nada, había volado a Atlanta desde Red Rock, Texas. Ahora que estaba allí en persona, no podría librarse de él tan fácilmente. Pensaba dejarle bastante claro que no iba a marcharse.

Apretó con el pulgar y soltó el cinturón de seguridad. Recorrió el camino adoquinado que llevaba a las dobles puertas de color verde que había en medio del elegante edificio de ladrillo rojo de dos plantas.

Levantó la aldaba de latón y golpeó tres veces. Faltaba poco para que fueran las siete de la mañana. Era temprano, pero su plan del día era encontrarla antes de que se fuera a trabajar. Ella no lo esperaba. No había llamado antes de volar hasta allí porque no quería advertirla y darle tiempo a escapar, la oportunidad de evitarlo a él y llevarse el secreto que ya le había escondido durante cuatro meses.

La puerta se abrió, sacándolo de su ensimismamiento. Allí estaba Jordana, con expresión de asombro e infernalmente preciosa con el pelo rubio mojado tras la ducha matutina. Al verla allí de pie, en albornoz, con la cara lavada y libre de maquillaje, no supo si quería besarla o atravesar la pared de un puñetazo.

—¿Tanner? ¿Qué haces aquí? —se apretó el cinturón del albornoz y cruzó los brazos sobre las costillas.

El gesto protector hizo que él mirara su vientre, que no mostraba ningún signo de que hubiera un niño creciendo dentro. Por supuesto, el enorme albornoz blanco era todo menos ajustado. Incluso disimulaba las curvas de antes del embarazo, que él llevaba grabadas en la memoria desde aquella noche en la que se habían refugiado de la tormenta. Lentamente alzó la vista para mirarla de nuevo a los ojos.

Durante un momento de debilidad, volverla a ver le recordó la enorme distancia que lo separaba de Jordana Fortune. No porque su familia tuviera más dinero que la realeza europea, sino porque su mera presencia, mezcla de gracia y fuerza, lo dejaba sin habla.

Sí, no podía negar que se había quedado mudo cuando ella lo había dejado con un apretón de manos y un «gracias por todo» la mañana después de que hicieran el amor por primera y última vez. Esa había sido la noche que el tornado había destrozado el aeropuerto de Red Rock y varias zonas de San Antonio.

Desde entonces, nada había vuelto a ser igual. Y dado que iba a ser padre antes de que acabara el año, empezaba a entender que las cosas nunca volverían a ser como antes. Eso lo asustaba a muerte, porque su propio padre no había sido lo bastante fuerte para hacerse cargo de la familia. Tanner desterró el pensamiento a las oscuras profundidades de su mente, allí donde guardaba los recuerdos desvaídos del hombre que una vez había sido su padre, y redobló su voto de apoyar a su familia pasara lo que pasara.

—¿En serio me estás preguntando por qué estoy aquí? —su voz fue un graznido ronco y áspero—. Estás embarazada de mi hijo, Jordana. Quería verte la cara cuando me dijeras cuánto tiempo pensabas que ibas a poder ocultarme la noticia.

Jordana suspiró con pesadez y miró a su alrededor. Él no habría sabido decir si sentía resignación o miedo... ¿miedo de qué? Tal vez de que los vecinos descubrieran su pequeño secreto.

—Entra —ella retrocedió y le hizo un gesto para que pasara.

Él cruzó el umbral y miró la lujosa decoración. Techos altos y paredes cubiertas de coloridos cuadros. Era como la fotografía de una revista de diseño arquitectónico. La primera luz del día empezaba a filtrarse por las enormes ventanas que rodeaban la gran chimenea que había en la pared frontal del piso. Acogedor y elegante. Igual que Jordana. No habría esperado menos de la princesa de la corona de la dinastía de empresas FortuneSur.

—Mira, lo siento, Tanner. Creo que has malinterpretado nuestra conversación de ayer. No tenías por qué venir —cerró la puerta pero dejó la mano en el picaporte, como si no esperase que fuera a quedarse mucho tiempo—. No tienes ninguna obligación con respecto a este bebé. No necesito ni quiero tu ayuda. Pensaba que eso había quedado claro cuando hablamos.

—No estoy aquí por ti —replicó él. Sus frías palabras habían sido como un bofetón para él—. Estoy aquí por mi hijo. Y pienso involucrarme en su vida cada paso del camino.

—¿Tu hijo? —pálida, se llevó la mano derecha al vientre—. ¿Cómo sabes que el bebé es un niño?

—No lo sé, pero pienso estar presente cuando lo descubramos y en todos los demás hitos de la vida de nuestro hijo o hija. Así que más vale que te vayas acostumbrando desde ya.

Tanner había sido criado por su madre, que a veces necesitaba dos empleos para mantener un techo sobre sus cabezas y comida en la mesa. Había hecho un buen trabajo. El fracasado de su padre nunca le había pasado ni un céntimo de pensión alimenticia. Era obvio que Jordana no necesitaba su ayuda financiera para criar a un niño, pero pensar que se había planteado impedirle participar en la vida de su hijo le rompía el alma. Su propio padre había estado tan ausente de la vida de Tanner y de sus hermanos, que Tanner se refería a él como «Donante de esperma». Por lo que a él concernía, el título de «padre» o de «papá» se lo ganaban los hombres que se tomaban en serio su papel y su responsabilidad. Tanner siempre había jurado que se haría responsable de sus hijos cuando llegara el momento de tenerlos.

Sin embargo, no había esperado que el momento fuera «ya mismo». Desde que había dejado las Fuerzas Aéreas, hacía siete años, había estado casado con su empresa, la Escuela de Vuelo Redmond. Aunque quería tener hijos algún día, en un futuro muy lejano, no había pensado que el momento podía adelantarse. Pero tenía que asumir las consecuencias de haber practicado el sexo impulsivo y sin protección con Jordana. Había accedido a llevarla al aeropuerto para que se reuniera con su familia y volara de vuelta a Atlanta con ellos. Los Fortune habían contratado un vuelo privado para que los llevara a casa tras asistir a la boda de la hermana de Jordana, Wendy, con Marcos Mendoza. Jordana había oído que se esperaba una fuerte tormenta en Red Rock y se había negado a volar con su familia. Después, había cambiado de opinión y Tanner había accedido a llevarla al aeropuerto. Ambos se habían puesto nerviosos al encontrarse en la carretera cuando llegó el tornado. Y habían buscado calor y consuelo el uno en brazos del otro. Una cosa había llevado a otra y... En fin, había sido imprudente y eso tenía consecuencias.

—Sé que no es el mejor momento para preguntarlo pero, ¿no tomabas anticonceptivos cuando...?

Era una pregunta estúpida, se dio cuenta en cuanto salió de su boca. Lo confirmó la expresión de tristeza, o de algo muy parecido a la derrota, que coloreó los ojos marrón dorado de Jordana. Ella encogió los hombros y señaló la sala.

—Siéntate, Tanner. Necesito una taza de te antes de poder lidiar contigo a estas horas. ¿Prefieres té o café?

—Café —él la miró fijamente. «¿Lidiar con él?»—. Pero no quiero.

—¿Cómo lo tomas? —ella le devolvió la mirada.

—No quiero ser una molestia.

—Bueno, pues voy a hacerlo de todas formas. Así que me molestarías mucho menos si contestaras a mi pregunta.

«Es más cabezota que una mula», pensó Tanner.

—Bien. Vale. Solo —contestó. Así al menos tendría su atención el tiempo que durase la taza de café, y pensaba beber muy despacio.

La contempló darse la vuelta y caminar descalza, bamboleando las caderas bajo el enorme albornoz blanco, hacia donde él suponía que estaba la cocina. Esperó hasta que desapareció de su vista para ir a la sala de estar y sentarse en un mullido sillón tapizado con tela de flores.

Se pasó los dedos por la cabeza casi rapada. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido? No era su costumbre practicar el sexo sin protección. De hecho, había estado tan entregado al trabajo últimamente que no había tenido muchas oportunidades de practicar el sexo. En cualquier caso, siempre utilizaba protección por razones obvias. Pero aquella noche, Jordana había sido muy agresiva. Maravillosa y deliciosamente insistente y entregada, solo un muerto podría haberle dicho que no.

Su cuerpo respondió al recuerdo de esa noche. Tragó una bocanada de aire, luchando contra la excitación. Verla por primera vez después de meses, con la cara lavada y la melena rubia húmeda y alborotada, le había recordado por qué no había podido resistirse a ella. Era endiabladamente sexy, habría sido imposible rechazarla. A pesar del lío en el que estaban metidos, la deseaba en ese mismo momento.

Se inclinó hacia delante en el sillón, apoyó los antebrazos en las rodillas y entrelazó los dedos de las manos. Tal vez fuera cierto que solo una fina línea separaba el amor del odio. Aunque más bien se trataba de deseo y odio; no la conocía lo suficiente para estar enamorado de ella, dijera lo que dijera su cuerpo. Era obvio que tampoco la odiaba. Estaba molesto y bastante enfadado por cómo habían salido las cosas.

Eso lo llevó a pensar en el lado oscuro de la ecuación deseo-odio. El lado irrefutable. Aunque en ese momento tuviera sentimientos confusos, había una cosa que sabía con certeza: odiaba la manera en que Jordana le había ocultado su embarazo. La cólera surcó sus venas y aclaró la confusión momentánea.

Seguiría con su plan. No se marcharía de Atlanta hasta que ella accediera a casarse con él y a regresar a Red Rock, Texas. Su hijo no nacería en la ilegitimidad. Ya tuviera que batallar con Jordana Fortune o con el mismo diablo, haría lo correcto.

 

 

Jordana echó agua suficiente para dos tazas en el hervidor: una de infusión para ella y una de café para Tanner. Le tembló la mano mientras medía el café molido y lo ponía en la cafetera. El olor del café, unido a la imagen mental de Tanner Redmond sentado en su salón con la mandíbula apretada y una mirada salvaje en los ojos marrón chocolate, hizo que se le revolviera el estómago. Contuvo la respiración un momento, esperando controlar la desagradable sensación.

Aromas que le habían gustado antes de estar embarazada, como el del café o el de su perfume favorito, habían pasado a darle náuseas. Aun así, merecía la pena pagar el precio de soportar el olor del café como excusa para distanciarse de Tanner unos minutos y reordenar sus pensamientos. Porque el hombre que había sido tan gentil y paciente con ella en diciembre parecía haberse transformado en un animal de distinto pelaje. Tenía unos cuatro minutos para idear la manera de hacerle cambiar de opinión y conseguir que volviera a Red Rock.

Jordana se puso rígida cuando la oleada de náusea se acrecentó y llegó al punto más alto, independientemente de que no tuviera nada en el estómago. Inspiró por la nariz y soltó el aire por la boca. Repitió el proceso hasta que su estómago se asentó. Las náuseas matutinas habían sido una plaga desde el segundo mes de embarazo. Esa había sido la primera pista que le había llevado a pensar que algo distinto ocurría con su cuerpo. Su médico le había asegurado que los síntomas desaparecerían en el segundo trimestre, pero de momento no había tenido ninguna suerte. Había sido «bendecida» con la variedad de náuseas matutinas que a veces duraban hasta después del mediodía. Tenía la sensación de que acababa de empezar uno de esos días. Hacía semanas que le resultaba bastante difícil arrastrarse hasta el trabajo y ocultar el hecho de que se sentía mal. La gente había empezado a darse cuenta y, a falta de una excusa mejor, había justificado su condición con varios golpes de gripe y agotamiento. Ambas excusas hacía ya días que sonaban a falso. Lo último que le faltaba era que Tanner apareciera de repente y descubriera el pastel.

Podría matar a su prima Victoria por haber puesto en guardia a Tanner, incluso a pesar de que le había dicho explícitamente que no estaba lista para enfrentarse a él. Como era típico en ella, Victoria había insistido y pinchado a Jordana, alegando que debía hacer de tripas corazón y decírselo cuanto antes, porque nunca había un buen momento para dar ese tipo de noticias. Jordana tendría que haber sabido que en boca de Victoria, lo que estaba diciendo en realidad era «Si no se lo dices tú, lo haré yo». Su prima nunca había sido capaz de guardar un secreto. Cuando a Victoria se le metía algo en la cabeza, inevitablemente, acababa saliendo por su boca.

Jordana miró el reloj. Eran las seis y cuarto en Texas. Sintió el súbito impulso de levantar el teléfono y decirle a esa metomentodo lo que pensaba de ella. Pero un pitido la alertó de que el agua estaba hirviendo. La echó en la cafetera y en su taza, en la que había puesto una bolsita de manzanilla.

Hablaría con Victoria más tarde, y cuando lo hiciera, su prima iba a recibir un rapapolvo como nunca en su vida.

Jordana sabía lo que diría su prima: «Quizás me equivocara al poner la pelota en juego tal y como hice pero, de verdad, Jordana, te he hecho un gran favor».

La última vez que habían hablado, Victoria había dicho tonterías como que pensaba que el matrimonio entre Tanner y ella era inevitable. Que eran el uno para el otro, igual que lo eran Victoria y su prometido, Garrett. Victoria juraba que lo sentía en los huesos. Lo que su prima no entendía era que el que Garrett y ella se hubieran enamorado no implicaba que fuera a ocurrir lo mismo entre Tanner y ella.

Tanner sencillamente no la veía «de esa manera». Si fuera el caso la habría llamado en los últimos cuatro meses. Pero no lo había hecho. Ni siquiera una vez.

Mientras esperaba el minuto que le quedaba antes de volver a la sala y enfrentarse a Tanner, supo que necesitaba idear un plan.

«Piensa...».

Tras pasar una noche juntos, no lo conocía demasiado bien. Habían bailado y charlado la velada de la boda de Wendy y Marcos. Había sido tiempo suficiente para llegar a la conclusión de que probablemente fuera un tipo decente. Un tipo decente que había querido asumir su responsabilidad después de que su prima se fuera de la lengua.

Necesitaba dejarle claro que lo liberaba de toda obligación. Estaba exonerado. Despedido. Pero tenía la terrible sensación de que los tipos agradables no olvidaban sus obligaciones con tanta facilidad.

El café terminó de subir. Lo echó en un gran tazón de cerámica y lo llevó junto con su infusión a la sala, haciendo lo posible por dar impresión de seguridad en sí misma.

Era hora de enfrentarse a la situación. Cuanto antes hablaran, antes volvería Tanner Redmond a Texas y saldría de su vida.

Él se enderezó en el sillón al verla llegar, pero ella ya había captado sus hombros caídos, claro índice de la pesada carga que creía llevar encima. Parecía grande, voluminoso y un poco fuera de lugar en el sillón de tapicería de flores. «Y también guapísimo», pensó, sin poder evitarlo.

—Aquí tienes —le entregó el tazón—. No pretendo ser grosera, pero tengo que estar en la oficina para una conferencia telefónica en menos de una hora, y aún me tengo que vestir. Así que bebe rápido.

—No he venido aquí a beber café —alzó las cejas y sostuvo su mirada—. Aunque agradezco que lo hayas hecho...

—Lo sé. Bueno, vayamos al grano. Estás aquí porque mi prima Victoria te hizo creer que necesito tu ayuda. No es así. Si bien estoy embarazada, no tengo ningún problema. Voy a tener este bebé y tú no tienes absolutamente ninguna obligación conmigo o con la criatura —hizo una pausa e inspiró profundamente, con la esperanza de controlar otra oleada de náuseas—. Creo que con eso queda todo dicho.