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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1990 Diana Palmer

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Ethan, n.º 1416 - septiembre 2014

Título original: Ethan

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2003

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4638-8

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

 

ARABELLA sentía que flotaba, como si estuviera montada en una nube que avanzara a toda velocidad por la bóveda del cielo. Era una sensación extraña, igual que si estuviera en medio de una nada intemporal, hasta que de pronto notó un dolor en la mano, leve al principio, después más intenso, hasta que se hizo insoportable, como si le estuvieran clavando un cuchillo ardiendo.

—¡Noooo! —gritó, abriendo los ojos de golpe.

Estaba tumbada sobre una superficie fría... ¿una mesa de metal? Su vestido, su hermoso vestido gris perla, está manchado de sangre. De hecho, tenía la sensación de que tuviera cortes y golpes por todo el cuerpo. Un hombre con una bata blanca le examinó los ojos con una pequeña linterna. Arabella gimió y parpadeó.

—Conmoción cerebral —murmuró el hombre—. Abrasiones, contusiones... Fractura múltiple de la muñeca, y un ligamento desgarrado casi por completo. Averigüe su grupo sanguíneo, búsqueme un quirófano, y prepárela para operar.

—Sí, doctor —contestó una mujer a su izquierda.

—¿Y bien? —inquirió una voz impaciente. Era la voz de un hombre, pero no la de su padre, y, fuera quien fuese, parecía que estaba un poco más alejado de ella.

—Se pondrá bien —contestó el médico con un suspiro—. Y ahora, señor Hardeman, ¿le importaría salir y aguardar en la sala de espera? Su preocupación es encomiable, pero la ayudará más si nos deja hacer nuestro trabajo.

¿Señor Hardeman? ¡Ethan!, ¡tenía que ser Ethan! Arabella giró la cabeza con dificultad hacia el lugar del que provenía la voz, y allí estaba en efecto, Ethan Hardeman. Tenía un aspecto terrible, como si lo hubieran sacado de la cama a las tres de la madrugada. Tenía el cabello negro revuelto, y en sus ojos grises podía leerse la preocupación.

—Bella... —murmuró al ver que había girado el rostro hacia él.

—Ethan —dijo ella en un susurro ronco—. ¡Oh, Ethan, mi mano...!

Ethan se acercó a ella a pesar de las protestas del médico. Extendió la mano y le acarició la magullada mejilla.

—¡Qué susto me has dado, pequeña! —le dijo en un tono muy suave.

Arabella sintió que a Ethan le temblaba la mano cuando la pasó por su largo cabello castaño, y él observó la mezcla de alivio y dolor en sus ojos verdes.

—¿Y mi padre? —inquirió de pronto la joven con aprensión. Era él quien iba al volante.

—Un helicóptero lo ha llevado a un hospital de Dallas: tenía una herida ocular bastante seria, y los mejores especialistas de ese campo están allí. Pero aparte de eso está bien, y de hecho fue quien me llamó para que viniera y estuviera pendiente de ti —le dijo esbozando una sonrisa amarga—. Imagino que debía estar muy desesperado para tomar una decisión así.

Pero Arabella estaba demasiado dolorida como para preocuparse por la ironía en su voz.

—Ethan... mi mano...

Él se irguió.

—Podrás preguntarles después por eso a los médicos. Mary y los demás vendrán por la mañana, pero yo voy a quedarme hasta que estés fuera del quirófano.

La joven lo agarró por el brazo con la mano sana, sintiendo cómo se tensaban los músculos de él.

—Ethan... tienes que explicarles lo importante que es... por favor... —le rogó.

—Ya lo saben. Harán todo lo posible —respondió él acariciando con el índice los resecos labios de Arabella—. No te dejaré. Estaré aquí mismo.

Ella lo tomó de la mano, apretándola con la poca fuerza que tenía.

—Ethan... —susurró contrayendo el rostro por el dolor—, ¿recuerdas... aquel día en la charca?

Ethan la miró angustiado y, sin contestar, se volvió hacia el médico.

—¡Por Dios!, ¿no pueden darle algo? —le preguntó como si estuviera sintiendo él mismo el dolor.

Al fin el médico pareció comprender que era algo más que irritación e impaciencia lo que había hecho que aquel hombre irrumpiera en la sala de urgencias diez minutos antes. La expresión de su rostro mientras sostenía la mano de la joven lo decía todo.

—Está bien, le daremos algo para el dolor —le prometió—. ¿Es usted un pariente?, ¿su marido, quizá?

Los ojos grises de Ethan se fijaron en los del médico con una mirada extraña.

—No. Es pianista, una pianista de renombre. Vive con su padre, y él nunca ha permitido que se casara.

El doctor lo observó perplejo un instante ante aquella extraña declaración, pero no había tiempo para charlar, así que hizo que una enfermera lo hiciese regresar a la sala de espera mientras él se preparaba para operar.

 

 

Horas más tarde, Arabella empezaba a despertar de la anestesia en una habitación privada del hospital. Ethan estaba allí otra vez, mirando por la ventana, vestido con la misma ropa que llevaba la noche anterior.

—Ethan... —lo llamó la joven.

Él se giró de inmediato, y fue a su lado.

—¿Cómo estás? —le preguntó.

—Cansada y dolorida... y medio atontada —murmuró, tratando de esbozar una sonrisa.

Ethan no había cambiado nada. Arabella tenía casi veinticuatro años y él había cumplido ya los treinta, pero su carácter serio y responsable no se debía a su edad: había sido así toda su vida.

Le traía tantos recuerdos el verlo allí de pie junto a ella. Había estado loca por él hacía cuatro años, pero Ethan se había casado con Miriam, para separarse de la mujer al poco tiempo. Miriam, sin embargo, no había estado de acuerdo con esa separación, ni con el divorcio que él quería, y luchó con uñas y dientes durante años. Pero, finalmente, había accedido a firmar la demanda, y hacía solo tres meses que un juzgado les había concedido el divorcio.

A Ethan siempre se le había dado bien ocultar sus sentimientos, pero a Arabella no podía engañarla, y el modo en que los rasgos de su rostro se habían endurecido hablaba por sí mismo.

Arabella había tratado de advertirlo de que Miriam no era buena para él, pero Ethan se había negado a escucharla y la había expulsado de su vida con una crueldad que ella jamás hubiera imaginado posible en él. Desde entonces no lo había vuelto a ver, ni siquiera en las ocasiones en que había ido a visitar a la cuñada de Ethan, que era también la mejor amiga de Arabella. Misteriosamente, Ethan había estado ausente cada una de esas veces.

—Debiste escucharme cuando traté de advertirte contra Miriam —murmuró Arabella.

—No vamos a hablar de mi ex mujer —le espetó Ethan con frialdad—. En cuanto te den el alta te vendrás a casa conmigo. Mi madre y Mary cuidarán de ti y te harán compañía.

—¿Cómo está mi padre? —inquirió Arabella—, ¿has sabido algo más de él?

—No me han dicho nada nuevo, pero volveré a llamar más tarde —le prometió Ethan—. Ahora, si no te importa, iré a desayunar algo y a cambiarme de ropa. Volveré en cuanto haya dado instrucciones a los hombres en el rancho.

—Lo siento, Ethan, imagino que estarás muy ocupado. No sé por qué mi padre te está haciendo cargar conmigo —dijo Arabella con un suspiro.

Él no respondió a eso.

—¿Llevabas algo de ropa en el coche?

Arabella meneó la cabeza, contrayendo el rostro dolorida al hacerlo. Con la mano sana apartó un mechón de cabello castaño ondulado de su cara magullada.

—No, no traía nada. Toda mi ropa está en nuestro apartamento de Houston.

—¿Dónde tienes las llaves?

—En mi bolso —murmuró Arabella adormilada—. ¿No lo trajeron conmigo? Lo llevaba puesto en bandolera cuando nos estrellamos.

Ethan abrió el armarito metálico que había en el otro extremo de la habitación y encontró al instante el caro bolso de cuero. Lo abrió y empezó a rebuscar, pero al cabo de un rato no tuvo más remedio que preguntar irritado:

—¿Dónde diablos las tienes?

El efecto de la anestesia estaba desapareciendo, y con ello estaban volviéndole los dolores, pero Arabella no pudo evitar sonreír divertida.

—En el compartimento de la cremallera —contestó.

—Ya he mirado ahí.

—Pues tienen que estar. Tráemelo, anda.

—No entiendo por qué las mujeres tenéis que guardar tantos trastos en el bolso.

—Y yo me pregunto por qué los hombres siempre estáis diciendo que escondemos las cosas —replicó ella metiendo la mano sana en el bolso y sacando las llaves al momento.

Ethan la miró con fastidio y le quitó las llaves de la mano.

—Me pasaré luego por tu apartamento y te traeré algo de ropa.

La joven se había recostado en los almohadones y estaba observándolo con curiosidad. No, no había cambiado nada, y, sin embargo, se había vuelto tan distinto de aquel Ethan que sonreía a menudo y se reía cuando ella tenía solo dieciocho años...

—Te daría las gracias, pero con esa cara de furia que tienes ni me atrevo —murmuró Arabella frunciendo los labios—. ¿Qué ha sido del Ethan que conocía? Tu madre me escribió el mes pasado a Los Ángeles diciendo que últimamente la convivencia contigo es imposible.

—Mi madre siempre ha pensado que la convivencia conmigo es imposible —le recordó él enarcando una ceja.

—Pues me ha dicho que no hay quien te hable desde hace tres meses... desde que obtuviste el divorcio —replicó ella—. ¿Cómo es que Miriam finalmente accedió? Pensé que nunca daría su brazo a torcer... a pesar de que llevabais años separados.

—¿Cómo quieres que yo lo sepa? —contestó él bruscamente, dándole la espalda.

Arabella lo miró con pesadumbre. Todavía no había logrado superar del todo la decepción de que se hubiera casado con Miriam. Había sido tan inesperado... De algún modo, siempre había creído que él sentía algo por ella. Y aquel día..., aquel día en la charca... ese día había estado segura de que había algo más que una mera atracción física entre ellos. ¿Cómo podía haberse engañado de aquel modo? De pronto la dio de lado, y empezó a salir con Miriam. Solo dos meses después ya estaban casados.

Arabella quiso morir, y le costó mucho seguir con su vida. Habían crecido juntos, y lo habían compartido todo, a excepción únicamente del momento más íntimo que pueden compartir un hombre y una mujer, algo por lo que aún estaba esperando, igual que había pasado años esperando que él se fijara en ella. Pero él jamás la había amado, tan solo a Miriam.

Miriam era modelo. La agencia para la que trabajaba había pagado al padre de Ethan para que les permitiera usar el rancho Hardeman para una sesión fotográfica de ropa vaquera, y Arabella había sido testigo de cómo Ethan había ido cayendo prisionero poco a poco de los encantos de Miriam, de sus ojos azules, de su cabello rojizo, de su sofisticación...

Arabella nunca había tenido demasiada confianza en sí misma, y desde luego tampoco el descaro de Miriam a la hora de flirtear con los hombres, y enseguida la modelo lo había engatusado. La gente de Jacobsville decía que Ethan se había convertido en un misógino a causa de su matrimonio, y Arabella estaba empezando a creerlo.

En ese momento se dio cuenta de que Ethan llevaba un rato observándola, pero apartó la mirada en ese mismo instante.

La joven bajó la vista incómoda, y se quedó mirando desolada su mano escayolada.

—El médico ha dicho que te la quitarán dentro de seis semanas, y que entonces podrás volver a utilizar la mano —le dijo Ethan.

«Podré volver a usarla, sí», pensó Arabella, «pero, ¿podré volver a tocar el piano?» ¿De qué vivirían sino su padre y ella? Sintió que el pánico se apoderaba de ella. Su padre había tenido que dejar de trabajar porque padecía una afección del corazón, y en cuanto había descubierto las aptitudes musicales de su hija, la había hecho estudiar durante años en el conservatorio y practicar sin fin, lo que había impedido que llevara la vida normal de una adolescente. Desde ese momento apenas había podido seguir viendo a sus amigos Mary, Matt, y Jan, estos últimos hermano y hermana de Ethan.

Era muy raro que su padre hubiera llamado precisamente a Ethan después del accidente para pedirle que se ocupara de ella. Nunca le había gustado Ethan, y la verdad era que a Ethan tampoco le gustaba él. Arabella jamás había entendido ese antagonismo, sobre todo porque Ethan nunca había mostrado abiertamente interés por ella... bueno, hasta ese día que habían ido a nadar a la charca y las cosas casi habían ido demasiado lejos. Pero Arabella no se lo había contado a nadie, y mucho menos a su padre. Aquello se había convertido en su secreto... suyo y de Ethan.

Obligó a su mente a regresar al presente. No iba a ponerse sentimental con él allí. Su vida ya era bastante complicada como para añadirle más problemas. Sin embargo, recordaba vagamente haberle mencionado a Ethan ese día la noche anterior en su delirio. Muerta de vergüenza, deseó fervientemente que hubiera estado demasiado preocupado por sus asuntos del rancho como para haberle prestado atención.

De pronto, no obstante, pensó en lo que él le había dicho hacía un momento.

—Ethan... ¿Has dicho que me ibas a llevar a tu casa? ¿Crees que mi padre...?

—La única persona que podría ocuparse de ti es tu tío, y vive en Dallas, ¿recuerdas? Supongo que será él quien esté pendiente de tu padre —contestó él con aspereza—. Intenta dormir. Necesitas descansar.

Pero los grandes ojos verdes de Arabella siguieron abiertos, fijos en los suyos.

—¿Seguro que quieres que vaya a tu casa? —inquirió con voz queda—. Cuando tuvimos aquella discusión acerca de Miriam me dijiste que era un incordio y que no querías volver a verme más.

Ethan contrajo el rostro, como si le doliese que le recordase aquello.

—Intenta dormir —le repitió con idéntica aspereza.

Arabella cerró finalmente los ojos, pero no lograba dormirse. Sus pensamientos volvieron a los días de su infancia y adolescencia junto a Mary, a Matt, a Jan... y a Ethan. Ethan era mayor que ellos, pero siempre estaba cerca, taciturno e inalcanzable a sus ojos.

Aunque le había dolido tener que sacrificar su vida despreocupada junto a sus amigos, cuando empezó a dominar el piano, aquello se convirtió en una vía de escape para Arabella, en una salida para lo que sentía por Ethan. Vertía todo su amor en aquellas piezas de música clásica, y a los veinte años ganó un certamen internacional, que no solo le proporcionó una sustanciosa suma de dinero, sino que también le abrió las puertas de cierta discográfica.

La música clásica no estaba bien pagada a excepción del caso de los grandes virtuosos y los mejores directores de orquesta, pero uno de los productores había propuesto que Arabella grabara un disco de temas de éxito de la música pop interpretados al piano, y se estaba vendiendo tan bien que pilló a todos por sorpresa, y pronto su fama había empezado a subir como la espuma.

Sin embargo, aquello no agradaba demasiado a Arabella. Había sido su padre quien la había empujado hasta allí, quien la había obligado a aceptar hacer apariciones públicas y tours. Ella era, en el fondo, bastante tímida, y aquello jamás le había hecho gracia. Sin embargo, como siempre le había ocurrido con su padre, había terminado por rendirse. No lograba entenderlo. No le pasaba con nadie más, ni siquiera con Ethan, que solía mostrarse tan poco comprensivo. Probablemente se debía a que, tras la muerte de su madre, su padre había sido su principal sostén. Quería empezar a controlar su carrera, desplegar sus alas sin tener su sombra siempre encima de ella, pero sentía que al hacerlo lo heriría, y por tanto no se atrevía. Curiosamente, Ethan le había dicho en varias ocasiones que odiaba el modo en que su padre la controlaba, pero nunca le había pedido que intentara liberarse.

Durante su infancia y adolescencia, Ethan había sido una especie de hermano mayor para ella, siempre protegiéndola... hasta aquel día junto a la charca, el día que lo había cambiado todo. De un modo inesperado, él había empezado a besarla, con tanta pasión, que hubo un momento en que casi perdió el control, pero después, aunque Arabella estaba en éxtasis, había empezado a distanciarse de ella, y a los pocos días apareció Miriam, comenzó a cortejarla... y no pasó mucho tiempo antes de que anunciaran su intención de casarse.

Sin embargo, cierto día Arabella había escuchado a Miriam pavonearse ante otra modelo que tenía a Ethan Hardeman comiendo de la palma de su mano, y que iba a vivir a lo grande a costa de su fortuna. A la joven le había repugnado tanto la idea de que el hombre al que amaba fuera tratado de ese modo, que trató de prevenirlo, pero fue en vano.

Ethan no la creyó, sino que la acusó de estar celosa de Miriam. La hirió con crueles comentarios, diciéndole que no era más que una chiquilla egoísta, y le dijo que no quería volver a verla. Arabella no lo soportó, y regresó al conservatorio, lejos de él.

A Coreen, la madre de Ethan, el repentino compromiso e inmediato enlace de su hijo con la modelo también la pilló totalmente por sorpresa, y la gente del pueblo, no menos extrañada, había empezado a rumorear que Miriam estaba embarazada, pero los meses pasaron sin que el vientre de la modelo diera muestras de ello, así que la única explicación posible que encontraron fue que Ethan se hubiera enamorado perdidamente de ella. En todo caso, si había sido así, fue un amor muy breve, ya que, seis meses después, sin que nadie supiera por qué, Ethan la había echado del rancho.

Era tan extraño que Ethan precisamente fuera a cuidar de ella... ¿Por qué habría aceptado cuando detestaba a su padre? ¿Podría ser acaso que sintiera algo por ella? No, no podía ser eso. La había ignorado completamente desde que se casara con Miriam, e incluso después de su separación, y del divorcio, desapareciendo del rancho cada vez que ella iba a visitar a Mary y a Coreen, la cuñada y la madre de Ethan.

Cuando Mary se casó con Matt se quedaron a vivir en el rancho, con Ethan y su madre. Esta siempre había sentido mucho cariño por Arabella, así que seguía invitándola con frecuencia a visitarlos, aunque resultaba enojoso que Ethan «siempre» estuviese ausente.

¿Por qué habría aceptado ocuparse de ella? Eran demasiadas preguntas, pero, finalmente, el sueño estaba venciendo a Arabella, y pronto se encontró en brazos de Morfeo; dejando atrás sus preocupaciones y sus penas.

Capítulo 2

 

CUANDO la enfermera despertó a Arabella para darle unos medicamentos, era ya mediodía. Sentía fuertes punzadas de dolor en la mano escayolada. Apretó los dientes, y acudieron a su mente imágenes pavorosamente vívidas del accidente: el impacto, la rotura de cristales, su grito horrorizado, y cómo después había quedado inconsciente. La carretera estaba resbalosa por la lluvia, y un coche los había adelantado sin calcular bien la distancia. El padre de Arabella había tenido que pegar un frenazo para no chocar con él y los neumáticos habían patinado sobre el asfalto mojado, haciendo que se salieran de la carretera y se estrellaran contra un poste del teléfono.

A pesar de las heridas habían salido con vida, y Arabella le daba gracias a Dios por ello, pero temía la reacción de su padre si los médicos le decían que no podría volver a tocar el piano. No quería siquiera pensar en aquella posibilidad. Tenía que intentar ser optimista, se dijo.

Se preguntó que habría sido de su coche. Habían salido de Corpus Christi, donde la joven había tocado en un concierto benéfico, destino a Jacobsville. Su padre no le había dicho por qué iban allí, así que ella había imaginado que se trataría sencillamente de unas cortas vacaciones en su pequeña ciudad natal. Había estado pensando que, al estar allí una temporada, Ethan no podría rehuirla todo el tiempo, pero nunca hubiera imaginado que sería en esas circunstancias en las que volverían a verse.

Cuando se produjo el accidente estaban ya casi en Jacobsville, por lo que lógicamente los habían llevado en un principio al hospital de allí, aunque luego hubieran tenido que trasladar a su padre a Dallas, pero lo que no lograba entender, por más vueltas que le daba, era cómo podía habérsele ocurrido llamar a Ethan.

Un rato después de que la enfermera se hubiera marchado, se abrió la puerta y apareció Ethan con un vasito de café en la mano. Tenía el rostro tan serio que cualquiera hubiera dicho que no sabía sonreír. Además, su porte tenía un cierto aire de arrogancia que siempre había intrigado a Arabella. A la joven le encantaba mirarlo. Tenía el físico de un jinete de rodeo: ancho de espaldas y tórax, estrechas caderas, vientre liso y piernas largas y musculosas. Sus facciones no eran perfectas, pero en conjunto resultaban atractivas por el ligero bronceado, los profundos ojos grises, la nariz recta, la sensual boca y los elevados pómulos.

Además, su aspecto era siempre impecable: el cabello negro bien peinado, el afeitado perfecto, las uñas limpias y recortadas... Incluso la vestimenta, similar a la de cualquier trabajador del rancho, le otorgaba una elegancia innegable. Sí, era un hombre con estilo.

—Tienes un aspecto horrible —dijo de pronto Ethan, haciendo que se desvanecieran en un instante sus románticos pensamientos.

—Vaya, muchas gracias —contestó ella esbozando una sonrisa irónica—. Esa clase de halagos es justamente lo que necesitaba.

Ethan no se disculpó. Nunca lo hacía. Se sentó en un sillón que había junto a la cama, se recostó contra el respaldo cruzando una pierna sobre la otra, y tomó un sorbo de su café.

—Mi madre y Mary vendrán a verte más tarde —le dijo—. ¿Cómo está la mano?

—Me duele —contestó ella bajando la vista hacia la escayola. La música era como el aire para ella, si la perdía...

—¿No te han dado ningún analgésico?

—Sí, hace unos minutos. Supongo que me duele un poco menos que ayer —se apresuró a matizar Arabella. La enfermera le había dicho que Ethan había estado atosigándola para asegurarse de que estaban dispensándole todas las atenciones necesarias.

Él esbozó la más leve de las sonrisas al imaginar sus pensamientos.

—No temas, no voy a pedir el libro de reclamaciones ni nada de eso —le aseguró—, solo quería cerciorarme de que están cumpliendo con su obligación.

—Pues a la enfermera que ha salido antes la tienes agobiada con tus exigencias —replicó la joven meneando la cabeza.

—Solo quería que recibieras el mejor cuidado posible.

—Me lo están dando, no tienes que preocuparte por eso —dijo ella apartando la vista—. De un enemigo a otro, muchas gracias por tus desvelos.

Ethan se puso tenso ante sus palabras.

—No soy tu enemigo, Bella.

—¿No? Bueno, tampoco creo que pueda decirse que nos despedimos como amigos hace años —dijo ella con un suspiro—. Siento que las cosas entre Miriam y tú no funcionarán, Ethan —le dijo con voz queda—, espero que no se debiera a algo de lo que dije...