Se agradece la cesión de derechos al artista de la plástica Ruddy Fernández para su utilización en la cubierta la pieza Sikán a propósito del IV Coloquio Internacional sobre Investigaciones de las Religiones Afroamericanas, La Habana, 2011.

Edición: Gladys Estrada

Diseño de cubierta: Carlos Javier Solis Méndez, sobre la pieza Sikán de Rudy Fernández

Diseño interior: Carlos Javier Solis Méndez

Corrección: Natacha Fajardo Álvarez

Emplane: Xiomara Gálvez Rosabal
Edición y composición digital: Pilar Sa

© Colectivo de autores, 2017

© Sobre la presente edición:

Editorial de Ciencias Sociales, 2017

ISBN 978-959-06-1847-5

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Dedicatoria

A la memoria de Jesús Rafael Robaina Jaramillo, artífice del Coloquio Internacional sobre Investigaciones de las Religiones Afroamericanas

 

Agradecimientos 


A Miguel Ángel García Velasco, por su incondicionalidad, por la sugerencia de dedicar el Coloquio a las sociedades ékpè-abakuá, el diseño del encuentro, el apoyo logístico, y su contribución toda.

Al Consejo Abakuá de Cuba en sus diferentes instancias, por el interés de que se mantenga incólume la tradición, con el respeto que amerita y en defensa de la identidad.

A todos los iniciados, verdaderos protagonistas anónimos de su historia.

Al Instituto Cubano de Antropología y a la Casa de África de la Oficina del Historiador de La Habana, por brindar un espacio sin precedentes.


Parte I
Criminalización

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Procesión abakuá recorre las calles de La Habana Vieja, IV Coloquio Internacional sobre Religiones Afroamericanas, La Habana, 2011.

Foto: Miguel Ángel García Velasco, 2011

 

Los abakuá a fines del siglo XIX

Oilda Hevia Lanier

 

Durante las cuatro primeras décadas del siglo xix, en respuesta a las necesidades de mano de obra que requería la plantación esclavista en período de auge y expansión, la isla de Cuba asistió al arribo a sus costas del mayor contingente de esclavos —provenientes de distintas zonas de África— que jamás se haya presenciado en esta tierra.

Si bien es cierto que de esa inmensa, compleja y diversa amalgama cultural que se fue recepcionando, muchas costumbres y tradiciones africanas se entremezclaron entre sí, y con la cultura española, también lo es que, aunque muy pocas, algunas de esas prácticas lograron conservar sus rasgos más importantes. Esa última suerte tuvieron las sociedades abakuá, único tipo de asociación de origen propiamente africano que estas personas lograron insertar en la Isla.

Dos casualidades históricas conspiraron a favor de la presencia de esas asociaciones en Cuba. Una de ellas, fue que en los años 30 de la centuria decimonónica llegaron a los puertos de La Habana y Matanzas barcos provenientes de la zona del Viejo Calabar, espacio geográfico donde estaban asentadas las comunidades ekoi y efik, relacionadas directamente con lo que era conocido en África como ñañiguismo. La otra, que esas cargas completas de esclavos fueron vendidas en áreas urbanas cercanas a los puertos de La Habana y Matanzas.1

1 Enrique Sosa: El carabalí, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1984, pp. 17-19.

Una vez en la Isla, la posibilidad de reestablecer algo de lo mucho que dejaron atrás encontró terreno fértil. Ya desde siglos anteriores, los africanos tenían la oportunidad de reunirse de forma lícita en asociaciones que para ese efecto reimplantaron las autoridades coloniales de la metrópoli. Aunque hubo varias de ellas, las más populares y que atrajeron por sus características y posibilidades al mayor contingente de africanos y descendientes, fueron las cofradías religiosas y los cabildos de nación, estos últimos cogieron bajo su manto a la primera sociedad abakuá surgida en Cuba.2

2 Las cofradías religiosas fueron asociaciones con fines piadosos y religiosos provenientes de la metrópoli española. Su principal objetivo era la adoración de un santo católico a través de su imagen la cual colocaban, previo permiso de las autoridades civiles y eclesiásticas, en los altares laterales del templo al que se afiliaban. Su fin piadoso fue auxiliar monetaria y espiritualmente a sus miembros en las enfermedades y en especial durante la muerte. En ella se afiliaban las personas de acuerdo a su estatus social, color de la piel, oficio en el que se desempeñaban, el sexo y en el caso de los africanos también por la etnia o nación a que pertenecían. En el año de 1598 ya existía la cofradía de Nuestra Señora de los Remedios integrada por africanos de la nación zape. Oilda Hevia Lanier: Prácticas religiosas de los negros en la colonia, Editora Historia, La Habana, 2010, p. 35. El cabildo de nación es la reunión de negros y negras bozales en casas destinadas al efecto los días festivos, los cuales tocan sus atabeles y tambores y demás instrumentos nacionales, cantan y bailan en confusión y desorden con un ruido infernal y eterno sin intermisión. Reúnen fondos y forman una sociedad de pura diversión y socorro, con su caja, capataz, mayordomo, rey y reina, etcétera. Cada cabildo lo formaban los compatriotas africanos de una misma nación. El cabildo era algo así como el capítulo, consejo o cámara que ostentaba la representación de todos los negros de un mismo origen. Fernando Ortiz:. “Los cabildos de nación”, en Revista Bimestre Cubana, vol. 16, La Habana, enero-febrero de 1921, pp. 5-6.

La cercana relación que se estableció entre ambas asociaciones no fue casuística. Como ya es sabido, los africanos una vez que desembarcaban, si tenían la fortuna de permanecer en las ciudades, buscaban, casi de inmediato, establecer contacto con otras personas que al igual que ellos fueron arrancadas por la fuerza de sus tierras de origen. Probablemente, la primera intención era encontrar seres semejantes a ellos que los ayudaran a comunicarse, les brindaran toda la información posible respecto a qué se enfrentarían en estas tierras y les enseñaran todo tipo de artimañas para desenvolverse y sobrevivir en un medio diferente y hostil para ellos. La segunda: la posibilidad de retomar sus costumbres, las únicas que conocían y en las que en verdad creían, especialmente los cantos, bailes y rituales de diverso tipo, los cuales practicaban no solo por diversión, como engañosamente se ha divulgado, sino porque desempeñaban un papel fundamental en las distintas esferas de su vida. Todas esas posibilidades se las brindaban los cabildos de nación.

A todo lo anterior se suma que los cabildos no solo se concentraron, desde el temprano siglo xvi, de manera mayoritaria en entornos urbanos (preferentemente en La Habana y Matanzas), sino que además los hubo de gran fama y prestigio entre los carabalíes que ya con anterioridad habían llegado a la Isla. Sus características mutualistas, las redes de solidaridad creadas hacia su interior, la presencia de jerarquías dentro de ellas, la posibilidad de hablar en sus lenguas originales, de realizar ceremonias de distintos tipos, su recelo respecto a la entrada de personas no africanas, así como también a la difusión de sus secretos más profundos, probablemente influyeron en la estrechez de esa relación. No olvidemos, además, que los africanos ya venían de sus tierras con una tradición de asociarse y de reunirse para la mayor parte de los acontecimientos de su vida. Así fue como en el año 1836 se funda en el pueblo costero de Regla la primera sociedad secreta abakuá: Efik Buton, bajo el amparo del cabildo de nación Appapa Efor, integrado por africanos de la etnia ekoi.3

3 Aunque aparentemente la primera sociedad secreta surgió en 1836, todo apunta a que el ñañiguismo ya era conocido en Cuba antes de esa fecha. Además, ya tenían una gran organización y ese secreto no era exclusivo de los negros esclavos, también lo conocían los libres de color y los blancos, como lo ha demostrado el investigador José Luciano Franco, al exponer que en los documentos secretos que se intercambiaron los participantes en la conspiración organizada por el negro libre José Antonio Aponte en 1812, se utilizaron contraseñas y lenguajes que solo los abakuá conocían. Enrique Sosa: Los ñáñigos, Ediciones Casa de las Américas, La Habana, 1982, pp.117-118.

A partir de ese momento las sociedades, potencias, tierras, naciones o juegos de ñáñigos, como se les ha llamado indistintamente, comenzaron a proliferar por esas áreas geográficas. Enrique Sosa, los ha definido como una sociedad secreta y exclusiva para hombres, autofinanciada mediante cuotas y colectas recaudadas entre sus miembros. Portadora de una compleja organización jerárquica de dignatarios (plazas) y asistentes, de ceremonias de iniciación, renovación, purificación y muerte. Otorga beneficios temporales y eternos, con leyes internas y de castigo de obligatorio cumplimiento, además de tener un lenguaje hermético, esotérico y gráfico de gran riqueza. Asimismo contaban con la presencia de seres ultramundanos en sus rituales y acometían hechos de sangre contra aquel o aquellos que injuriasen gravemente a un hermano.4

4 Ibídem, p. 124.

Los abakuá se caracterizaron también por ser, al igual que los cabildos y las cofradías, asociaciones donde las personas se reunían no solo por afinidad étnica, sino también laboral (específicamente en los oficios que se desarrollaron en torno a la vida portuaria), con la diferencia de que, mientras en las dos últimas ese aspecto se fue desdibujando con el tiempo, en el caso de los ñáñigos se fortaleció y mantuvo hasta bien avanzado el siglo xx. Su carácter excluyente no era solo con respecto a las mujeres, también lo hacía con aquellos hombres que no fuesen de origen africano. Sin embargo, en 1857 ese principio cambió de manera radical, cuando Andrés Facundo Cristo de los Dolores Petit, le vendió el secreto a los blancos por la suma de 30 onzas de oro.5

5 Ibídem, p. 141. Sobre la vida de Andrés Petit, todavía hay muchos misterios. Tato Quiñones, otro acucioso investigador de esta temática, menciona en su obra que “la gestión” de Petit fue decisiva para la fundación en 1863 de la primera sociedad de ñáñigos blancos, pero no hace referencia alguna a que la venta del secreto a los blancos fue a cambio de dinero. Serafín Tato Quiñones: Ecorie Abakuá, Ediciones Unión, La Habana, 1994, pp. 35-42.

La entrada masiva de personas a partir de esa fecha, comenzó a acarrearle problemas a estas asociaciones. Aunque frecuentemente se ha argumentado que se debió a que acogieron entre sus filas a malhechores, lo cual además, provocó el aumento de las reyertas públicas y los índices de criminalidad, otros factores de importancia política también atentaron en su contra. Al estar integrada solo por hombres de probado valor, quienes sabían pelear (despertaba admiración, en especial entre las señoritas), unido al hecho de que el lenguaje y los símbolos que usaban para comunicarse fuesen secretos, fue motivo suficiente para despertar el recelo del poder colonial, quien veía conspiración en cualquier reunión de negros. Sospechas que no eran del todo infundadas, pues las autoridades de la Isla sabían que, con el pretexto de reunirse para efectuar sus ceremonias y actividades, muchas asociaciones de origen africano habían sido espacios de divulgación de información “prohibida“, discusión y fragua de conspiraciones anticolonialistas y antiesclavistas.

El crecimiento en número que alcanzaron esas asociaciones, paralelo a la entrada masiva de personas blancas (algunas de muy buena posición social), lejos de ayudar a darle una buena imagen, fue aún más perjudicial, pues además de aumentar su visibilidad, le restó peso al argumento frecuentemente utilizado por el poder de que esas organizaciones eran cosas de negros incultos y salvajes. En lo adelante, las autoridades respaldadas por los discursos de algunos de los más prominentes intelectuales de la época, deseosos de construir una sociedad moderna en la cual no solo desaparecieran los negros, sino también todas las influencias culturales generadas por la esclavitud, emprendieron una feroz campaña contra el ñañiguismo. Para ello, no solo utilizaron los tradicionales argumentos, sino que buscaron otros —que asesinaban a niños para utilizar su sangre en sus ceremonias— para despertar la repulsa y tocar el lado sensible de la población.

Fue así como en el año 1876 se publicaron en La Gaceta de la Habana y en el periódico matancero La Aurora del Yumurí, las medidas decretadas por el gobierno para prohibir las reuniones de estas asociaciones. En ellas, se anunciaba la prohibición de sus reuniones y de salir a la calle so pretexto alguno en manifestaciones ningún día del año. Aquellos que incumpliesen con lo establecido quedarían sujetos a penalidades. Al respecto, todas las autoridades de la Isla debían vigilar por el estricto cumplimiento de lo establecido.6

6 Archivo Nacional de Cuba: Expediente formado al haberse sorprendido una reunión de ñáñigos en la calle de Fundición, no. 3, Fondo Miscelánea de expedientes, Legajo 4333, expediente H.

Que el decreto no quedó como letra muerta lo atestigua un hecho que ese mismo año conmocionó a la ciudad. En La Habana Vieja la policía apresó a 168 personas que estaban reunidas en una fiesta. De ellas, 153 eran hombres, entre negros y blancos, y las 15 restantes eran mujeres. Entre los aprehendidos 26 pertenecían al Cuerpo de Bomberos de La Habana, lo que demuestra que la afinidad laboral no solo era un factor importante en la conformación de estas asociaciones, sino también que para esa fecha ya habían trascendido los entornos portuarios, y principalmente que no todos los ñáñigos eran vagos y rateros. Como escarmiento público, estos hombres fueron expulsados del Cuerpo de Bomberos y deportados. Con ello pretendían: “contener así los progresos de tan peligrosa institución”.7

7 Ibídem

Al parecer, este y otros escarmientos que se sucedieron por esos años no fueron suficientes para contener los violentos enfrentamientos entre las diversas asociaciones. Desafíos que no solo estuvieron dados por las diferencias que ya existían entre las tres ramas (efik, efor y orú) por la entrada primero, de criollos, luego de mulatos y por último de los blancos, sino también, resultaron una expresión del profundo malestar político-social que vivía la población cubana, en especial los sectores más marginados desde el punto de vista económico y a los cuales pertenecía la inmensa mayoría de los miembros de dichas asociaciones. Esta última razón propició, con el paso del tiempo, que sirvieran para integrar a los hombres en luchas comunes, especialmente en el sector obrero y en los avatares independentistas.

El 10 de Octubre de 1868, la zona centro-oriental de la Isla se levantó en armas para luchar contra el colonialismo español y la esclavitud. Aunque el occidente del país, por razones económicas, no se incorporó a la lucha, fue muy tenso y represivo el ambiente político que se vivió en la capital y sus zonas aledañas, antes y durante los años que duró la contienda bélica. Sus efectos se hicieron sentir en particular entre los abakuá, debido a que muchos se incorporaron a la guerra por la independencia, y otros ayudaron transportando útiles y alimentos a los campos de batalla.

Al firmarse la paz sin independencia a principios de 1878, las autoridades coloniales pusieron en práctica un conjunto de medidas sociopolíticas con el fin de calmar los ánimos independentistas dentro de la Isla. Algunas de ellas, con fines más modernizadores en el ámbito sociocultural, afectaban directamente la estructura de las sociedades de origen africano. A partir de esa fecha, comenzaron de nuevo a ser objeto de persecución o supresión por Real Decreto. Esto último les ocurrió a los cabildos de nación, los cuales tuvieron que reconvertirse en modernas sociedades de socorros mutuos o de instrucción y recreo.8

8 Oilda Hevia Lanier: El Directorio Central de las Sociedades de la raza de color, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1996, pp. 5-9 y “Otra contribución a la historia de los negros sin historia”, en Revista Semestral de Estudios Históricos y Socio-Culturales Debates Americanos, no. 4, La Habana, julio-diciembre de 1997, p. 85.

Como ya había sucedido en ocasiones anteriores, la propaganda periodística contraria a la existencia de esas asociaciones desempeñó un papel fundamental. Se les presentaban como personas de la peor especie, vagos, sin domicilio fijo, rateros, guerrilleros, temerarios y pandilleros, quienes vivían en un constante ambiente de reyertas públicas y armas. Igualmente, eran calificados con esos apelativos por los miembros de las autoridades judiciales, en cuanta causa judicial se les abría por cualquier motivo.

El gobernador civil de La Habana, Carlos Rodríguez Batista, diseñó un plan de persecución y captura, que él mismo encabezó. Con gran tenacidad y probablemente con la ayuda voluntaria o bajo coacción de algún que otro informante, localizó aquellos lugares donde radicaba una parte importante de esas asociaciones, así como sus miembros y jefes, sobre quienes estableció una estricta vigilancia. Todo ello, con la intención de sorprenderlos in fraganti en el transcurso de sus actividades y remitirlos a la cárcel, al mismo tiempo les confiscaban todos sus atributos, instrumentos y cuanto les pareciera sospechoso o fuese desconocido para las autoridades, y por tanto símbolo de ñañiguismo.

La policía para demostrar que no sentía temor por los abakuá, divulgó la información sobre estas asociaciones —aparentemente secreta— la cual lograba obtener de los informantes, de las libretas, listas de nombres o sobre lo que presenciaban durante sus ceremonias, vestimentas y atributos, cuando los sorprendían reunidos. Las autoridades consideraban que de esa forma, se acabaría la aureola de misterio que los rodeaba y los hacía famosos y populares.

Al unísono, “persuadieron” a algunas de las más importantes sociedades, como la denominada Muñanga, para que salieran de la “mala senda”, entregaran sus atributos y, a su vez, convencieran a otras para que siguieran su ejemplo. Hemos localizado al menos 20 de ellas, integradas por personas negras, y algunas otras por blancos, que siguieron el ejemplo de Muñanga. Sus atributos resultaron destruidos, muchas veces en su presencia aparentemente fueron disueltas, no obstante, las autoridades nunca entregaron su documentación y los papeles encontrados están, casi siempre, en un lenguaje casi imposible de descifrar.9

9 Archivo Nacional de Cuba: Expediente promovido por el gobernador civil de La Habana dando cuenta de la sumisión y entrega de varios juegos de ñáñigos, Fondo Miscelánea de Expedientes, Legajo 4327, expediente Ai.

Para fines de 1889, el gobernador civil de La Habana consideró terminada su labor con éxito. Un proceso similar tuvo lugar en la provincia de Matanzas. En los años subsiguientes, la voluntad de no permitir el resurgimiento de estas asociaciones estuvo entre las prioridades de las autoridades. En ambas ciudades, llegaron al extremo de intervenir todo tipo de ceremonias que les recordara a los ñáñigos, y deportar a los que consideraban peligrosos. A los argumentos relacionados con la criminalidad, se añadía otro fantasma del pasado: la simpatía de muchos abakuá con la nueva contienda independentista que se fraguaba dentro y fuera de la Isla y que comenzaría a principios de 1895.

No es hasta el 1rº de enero de 1899 que se tienen noticias de una reunión de abakuá en el barrio de Pueblo Nuevo, en La Habana. Probablemente, pensaron que con el fin de la soberanía española prejuicios y persecuciones habían quedado atrás. Sin embargo, fueron aprehendidos por las autoridades. Una época nueva, con una mentalidad vieja comenzaba.