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Reservados todos los derechos

© Pontificia Universidad Javeriana

© Federico Díaz-Granados

Primera edición: octubre del 2017

Bogotá, D. C.

ISBN: 978-958-781-118-6

Hecho en Colombia

Made in Colombia

Editorial Pontificia Universidad Javeriana

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Cuidado de texto:

Diego Pérez Medina

Diseño de pauta gráfica:

Ignacio Martínez-Villalba

 

Diagramación:

María Victoria Mora

 

Diseño de caratula:

Ignacio Martínez-Villalba

 

Desarrollo ePub:

Lápiz Blanco S.A.S.

 

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Prohibida la reproducción total o parcial de este material, sin la autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana

Díaz-Granados, Federico, 1974-

Adiós a Lenin: antología poética / Federico Díaz-Granados. -- Primera edición. --
Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2017.

 

120 páginas; 20 cm

Incluye referencias bibliográficas

ISBN: 978-958-781-118-6

 

1. poesía colombiana – colecciones. 2. literatura colombiana -colecciones.  3. poesía colombiana – siglo XXI. 4. amor en la poesía. I. Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Ciencias sociales.

 

 

CDD C861.08 edición 21

Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S.J.

 

inp 19 / 09 / 2017

HAMBRE DE HERMOSURA

LA ANTOLOGÍA POÉTICA Adiós a Lenin, de Federico Díaz-Granados (Bogotá, 1974), reúne una selección de poemas procedentes de dos libros suyos: Hospedaje de paso (2003) y Las prisas del instante (2015). Pese a los más de diez años que separan la publicación de los dos poemarios, una continuidad de tono, temas e imágenes los unen. Son poemas de amor y desamor, poblados de soledad y fantasmas, teñidos de nostalgia y melancolía, que conmueven por su sinceridad, no exenta a veces de ironía y autoironía.

El hambre es un tema recurrente en varios poemas, sobre todo en Hospedaje de paso. En “Pastelería Metropol”, por ejemplo, el yo lírico evoca el hambre física al contemplar unos pasteles en el escaparate:

Miro en la vitrina
el reflejo de mi cuerpo
sobre el vidrio
y me veo gordo, cansado, sobre aquellos pasteles de vainilla.

Y, sin embargo, simultáneamente es un hambre metafísica, hambre de presencias familiares que solo aparecen como fantasmas:

Y sigo extranjero en ese vidrio,
gordo y cansado
y atrás de mí
algunas sombras, gestos de abuelos y tíos muertos
sobre los pasteles de vainilla.

En “Noticia del hambre”, el poeta nuevamente da constancia de un hambre a la vez real y figurativa:

Es el hambre. Y todos me lo dicen.
No es el leve testamento ni la tristeza de las noches.
No es la poesía
ni la música que traduce el tiempo.
Un poco de hambre
y el cansancio de llenar la estantería de ausencias.

La paradoja de llenar una estantería de ausencias lleva a otra imagen fundamental en esta poesía: la casa y toda una serie de objetos domésticos e íntimos, una interioridad frente al mundo exterior. En varios textos, la casa es el domicilio de los muertos: “Busco mis muertos diluidos en el tiempo / solitarios que deambulan por mi casa vistiendo un viejo musgo” (“La casa del viento”). Otras veces es la muerte misma: “¿La muerte será como irse a una casa más oscura […]?” (“La otra casa”). El domus también puede ser metáfora del amor, como en “El corazón”: “Es cierto que el amor es una blanca casa / y ni siquiera el cuerpo sabe de él ni de sus caídas”.

En otras iteraciones, la casa está representada metonímicamente por la ventana, desde donde el sujeto poético contempla angustiado, como si fuera ajeno, aquello que ha perdido, el amor, la infancia, familiares: “Desde mi ventana vi la tragedia del viento, / la tierra como mi propia soledad” (“Antes del Paraíso”).

Otras veces la casa es metáfora del cuerpo, como en “Hospedaje de paso”: “Las mujeres han salido de este cuerpo a los portazos” o “en este hotel de paso donde siempre es de noche”, con ecos de “The Love Song of J. Alfred Prufrock”, de T. S. Eliot (“Of restless nights in one-night cheap hotels”). El cuerpo, efectivamente, es una imagen multivalente en esta poesía. En “Álbum de los adioses”, por ejemplo, el cuerpo se presenta como una suerte de traje compuesto de retazos y trapos, que tiene rasgos tanto fisiológicos como emotivos:

¿Qué sastre tejió estos cuerpos que nos visten de vida
remendados con lágrimas equivocadas
y cosidos con paños y parches de un viejo almacén de

[baratijas?

En otro poema, el cuerpo es un “saco de congojas” (“Noticia desde los huesos”). Es notable que en todos los casos cuerpo no se opone a alma o espíritu, pero sí se establece un binario cuerpo (o su metonimia huesos o ropa)/yo. La tristeza y melancolía del sujeto se concentra en el cuerpo.

El tiempo desempeña un papel importante en la poesía de Díaz-Granados, en la que abundan despedidas, adioses y rupturas amorosas. Se puede afirmar que el paso del tiempo y los estragos que deja son el tema principal de Las prisas del instante, desde el propio título. En esta antología se recogen dos poemas dedicados íntegramente al tema, “Noticias de este tiempo” y “Pasatiempo”; en este último, se ve cómo se conjuga tiempo y nostalgia:

Para matar el tiempo guardo los fantasmas y tristezas
las nostalgias y los nombres que permanecen
para que cada uno encuentre
—como en los juegos del azar—
su par, su carta repetida.

“Los nombres que permanecen” perduran precisamente en el lenguaje, en la palabra, en la poesía. Al fin y al cabo, ¿qué es la escritura sino la constancia de una ausencia? El signo lingüístico es la huella de aquello que ya no está, la presencia de lo ausente. Por eso no ha de extrañar que el discurso poético de Díaz-Granados esté repleto de trazas escriturales: cartas, viejas postales, agendas de direcciones caducas. Son presencias que representan ausencias, recuerdos de lo perdido. “Allí están las postales y las viejas cartas / de ciudades nunca visitadas / y de puntos cardinales extraviados” (“Sala de espera”). En otros versos vemos “dormir en las palabras / los amores fracasados y los muertos que no conocimos” (“Oficios”). Allí reside precisamente la paradoja y la fuerza de este discurso poético, que se asienta en la intersección de lo ausente y lo presente. La palabra representa una especie de divisoria entre presencia y ausencia, entre pasado y presente, vida y muerte, entre lo tangible y aquello que solo se puede divisar en sus fragmentos, en sus huellas. Nos dice en “Jazz del solitario”:

No importa que tu ausencia sea del tamaño de la muerte
te buscaré al otro lado de la noche
cuando regresemos de esta estación de adioses que es la vida.

Esta escisión recuerda el binario dentro/fuera de la imagen de la casa y la ventana que vimos anteriormente. En “La otra orilla” es precisamente la palabra lo que separa las dos orillas: “De este lado de la palabra está el hombre / con el silencio y la soledad del mundo” y “Afuera están los rostros, / las palabras amontonadas que rinden cuentas de las cosas rotas”.

En última instancia, solo la palabra poética es capaz de evocar el paraíso perdido de la infancia, la familia, los amores, el cuerpo deseado, la añorada plenitud. Sí, evocarlos, pero solo en fragmentos y retazos, en sus huellas y ausencias, en su “breve tránsito por la palabra” (“Estación”). De ahí precisamente la trágica hermosura de la poesía de Federico Díaz-Granados.

ANTHONY L. GEIST

UNIVERSITY OF WASHINGTON