Archivos y abreviaturas

 

ahemb: Archivo Histórico de los Ethnologische Museen zu Berlin, Preussischer Kulturbesitz, Berlín, Alemania.

ata: Archivo Técnico de la Dirección de Arqueología del Instituto Nacional de Antropología e Historia, México.

bp: Boas Papers, American Philosophical Society Library, Philadelphia, Estados Unidos.

iai/pk: Iberoamerikanisches Institut, Preussischer Kulturbesitz, Berlín, Alemania.

sbb/pk, ha : Staatsbibliothek zu Berlin, Preussischer Kulturbesitz, Handschriftenabteilung, Berlín, Alemania.

zfe: Zeitschrift für Ethnologie, Organ der Berliner Gesellschaft für Anthropologie, Ethnologie und Urgeschichte, Verlag von A. Asher u. Co., Berlín, Alemania.

Ciencia, tecnología y (auténtica) democracia 

Eulalia Pérez Sedeño

Después de la Segunda Guerra Mundial, y al hilo del estruendo producido por las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, surgieron diversos movimientos sociales como el medioambientalismo, el pacifismo y el feminismo, que efectuaron grandes críticas a las corrientes principales de la ciencia. La preocupación por los efectos sociales de las tecnologías, las cuestiones epistemológicas surgidas a raíz de esa nueva forma de hacer ciencia denominada Big Science o megaciencia, los nuevos desarrollos y tendencias de la historia de la ciencia (en especial el paso de la historiografía internalista a la externalista), los enfoques antinormativos de la sociología de la ciencia, un renacimiento filosófico del naturalismo y el pragmatismo, etcétera, se combinaron para hacer que cuestiones que la filosofía de la ciencia había dejado de lado durante décadas, adquirieran importancia para la indagación filosófica.

Aunque el carácter social del conocimiento ha sido objeto de atención por parte de muchos intelectuales, fue la publicación de La estructura de las revoluciones científicas (T. S. Kuhn, 1962), lo que hizo que adquiriera gran relevancia el papel de los factores no evidenciales en la ciencia, sobre todo la idea de que sus contenidos están determinados por factores sociales tales como intereses de diversos tipos e ideologías políticas. Las respuestas a las ideas de La estructura han sido muy variadas, tanto desde la filosofía como desde la sociología de la ciencia y otros ámbitos, pero en muchas ocasiones han intentado conciliar la legitimidad epistemológica del conocimiento científico con su carácter social, considerando las implicaciones que tiene para los análisis normativos de las prácticas científicas el hecho de que la ciencia sea una institución y, en especial, lo sean ciertos rasgos de la organización de la investigación científica.01

Los cambios en la forma de producción del conocimiento02 que se han dado en las cinco décadas pasadas, han llevado necesariamente a una reformulación de la filosofía de la ciencia (o de la tecnociencia), siendo las pensadoras con compromisos feministas algunas de las que, en mi opinión, han hecho contribuciones importantes desde una perspectiva política y auténticamente democrática, dado que se esfuerzan por incorporar a esa mitad de la humanidad que ha quedado tradicional y sistemáticamente fuera.

La primera acepción del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española caracteriza el feminismo como la "doctrina social favorable a la mujer, a quien concede capacidad y derechos reservados antes a los hombres" y en su segunda acepción como el "movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para los hombres". Por su parte María Moliner lo define como la "doctrina que considera justa la igualdad de derechos entre mujeres y hombres" o el "movimiento encaminado a conseguir esa igualdad". Desde la ciencia política, se ha puesto de manifiesto la necesidad de una teoría del conocimiento que permita rechazar teorías políticas que sancionen la dominación de las mujeres y avanzar teorías sobre la igualdad. Lo mismo ha sucedido desde algunos sectores de la filosofía de la ciencia.

En un principio, el feminismo 03 se limitó a avanzar propuestas pedagógicas, sociales y políticas que condujeran a la plena igualdad de las mujeres. El objetivo principal era conseguir que hubiera cada vez más mujeres estudiando o investigando en ciencia, para lo cual se analizó cómo se enseña la ciencia y la tecnología desde la escuela, el contenido de los diferentes curricula, y se diseñaron diversas estrategias para alentar el estudio y trabajo de las niñas y mujeres en las ciencias. 04 Los resultados mostraron la necesidad de proveer de modelos o referentes femeninos para las mujeres que quieren estudiar o dedicarse a la ciencia y se comenzó a rescatar del olvido a figuras que habían pasado inadvertidas o deliberadamente ocultas en la historia de la ciencia, bien por los sesgos inherentes, bien por concepciones estrechas de la historia de la ciencia que reconstruyen la disciplina sobre los nombres de grandes personajes y teorías o prácticas exitosas y que dejan de lado actividades que no carecen de importancia en el desarrollo de la ciencia. 05También se pusieron de manifiesto las discriminaciones, jerárquicas e institucionales, y las macro y micro desigualdades que han existido y existen en la carrera académica e investigadora que ha desembocado en políticas de acciones compensatorias como las que se están llevando a cabo en la Unión Europea y otros países.

Ahora bien, estas cuestiones sociales y educativas, ¿afectan a nuestro conocimiento en general y a nuestra ciencia en particular? O, dicho de otro modo, la ausencia de mujeres ¿ha supuesto algún impacto en los contenidos teóricos y los desarrollos científico-tecnológicos? ¿Podemos hablar de una ciencia "universal"? ¿Sería diferente nuestra ciencia, si hubiera habido más mujeres en ella? En especial, desde algunos sectores de la filosofía de la ciencia y de la epistemología informadas de feminismo, se han planteado las siguientes cuestiones centrales: en qué se fundamentan las críticas que se hacen a la ciencia; cómo se definen los roles de los valores adecuados que política y socialmente intervienen en la investigación y la evaluación de los ideales de objetividad y racionalidad, y, por último, cómo reformar las estructuras de autoridad epistémica.

Para responder apropiadamente a estas cuestiones, las filósofas feministas utilizan como concepto clave el de sujeto cognoscente situado y por tanto, el de conocimiento situado, esto es, el conocimiento que refleja las perspectivas particulares del sujeto, pues los sujetos cognoscentes llevan a cabo su actividad de conocer en un tiempo y en un lugar, es decir situados en una cierta relación o relaciones con lo que se conoce y con otros sujetos cognoscentes, que no es siempre la misma, por lo que se puede entender el mismo objeto de diferentes maneras. Muchos de estos modos en que las relaciones físicas y psicológicas con el mundo afectan a qué y cómo conocemos los estudia la psicología cognitiva, la epistemología naturalizada y la filosofía de la ciencia. Pero aquí se da un paso más al considerar que la localización social del agente cognoscente afecta a qué y cómo se conoce06 ¿en qué consiste la localización social de una persona? Por un lado en sus identidades sociales adscritas (género, raza, orientación sexual, etnia, relación de parentesco, etcétera), en función de las cuales ocupan diferentes roles y relaciones sociales que les asignan distinto poder, deberes y fines e intereses. Están sujetos a distintas normas que les prescriben distintos intereses, acciones, emociones y habilidades que se consideran apropiados para sus roles. También adquieren diferentes identidades subjetivas (se identifican con ciertos grupos sociales) que pueden tomar distintas formas. 07

Pues bien, el género es un modo de situación social que tiene diversas dimensiones08 y puede influir en lo que la gente conoce o cree que conoce; y también los géneros de otras personas o las ideas sobre el género, esto es el simbolismo, pueden influir en lo que la gente conoce o cree que conoce. Esas formas de conocimiento o esos modos de conocimiento marcados por el género plantean cuestiones muy interesantes para la filosofía de la ciencia. En virtud de su género,09 hombres y mujeres tienen acceso a diferente conocimiento fenomenológico (de sí mismos, de saber cómo y de conocimiento personal de los otros) y tienden a representar el mundo en diferentes términos, en virtud de sus intereses, actitudes, emociones y valores de género.10 Esas diferencias (que voy a dar por sentadas aquí) crean diferentes redes de creencias de trasfondo 11 que se utilizan para procesar la información a la que hombres y mujeres tienen igual acceso, en principio. Como los roles y actitudes de género son diferentes para hombres y mujeres, producen diferentes esquemas representacionales, los hombres consideran pertinente una información y las mujeres otra.12 Por ejemplo, en los entornos domésticos, las mujeres suelen notar la suciedad mientras que los hombres no. Eso no significa que las mujeres tengan un aparato sensorial especialmente sensible al polvo, sino que, como el rol que se les ha asignado incluye que ellas se ocupen del hogar y de su limpieza, son más sensibles a, o perciben mejor la suciedad. Los cirujanos, por ejemplo, no tienen dificultad en velar por la limpieza o la esterilización de las salas de operaciones. Si una información tiene distinta importancia para un hombre y una mujer, su diferente conocimiento de trasfondo puede llevarles a interpretar de manera distinta la información a la que acceden de igual manera. Así pues, las creencias de trasfondo (androcéntricas o sexistas que no se examinan ni se sacan a la luz) del sujeto cognoscente situado, por ejemplo del científico, ¿hacen que se generen teorías sexistas sobre las mujeres, a pesar de utilizar métodos científicos ostensiblemente objetivos? 13

Como ya mencioné, la noción de sujeto cognoscente situado sirve de concepto clave para las críticas que desde el feminismo (anque no sólo desde éste) se hacen a la ciencia, y hay que señalar que en ellas encontramos dos etapas: en primer lugar se exponen los sesgos sexistas y androcéntricos de la investigación científica, en especial en las teorías sobre las mujeres, la sexualidad y las diferencias de género. Su fuerza e importancia parece basarse en la consideración de que los sesgos, sean del tipo que sean, son epistémicamente malos y conducen a teorías falsas. Dicho de otro modo, estas críticas dan por sentada una concepción de la ciencia según la cual es imparcial, esto es, nuestras creencias científicas están determinadas o avaladas por los hechos o por criterios imparciales o no arbitrarios de decisión acerca de ellas, y no por nuestros deseos de cómo deben ser las cosas, en cualquier caso, jamás por valores pertenecientes al contexto sociocultural; también esa concepción considera que la ciencia es autónoma, es decir, que progresa mejor cuando no está influida por intereses, valores o movimientos políticos o sociales; y es neutra, esto es, que nuestras teorías no implican ni presuponen juicio alguno acerca de valores no cognitivos y que las teorías científicas tampoco sirven más a unos valores contextuales concretos que a otros.14

Las biólogas, psicólogas y otras científicas feministas fueron las primeras en criticar los sesgos sexistas y androcéntricos en sus propias disciplinas y prácticas, en especial en las teorías sobre las mujeres y las diferencias de género que legitiman las prácticas sexistas y que podemos reunir en los tipos que menciono a continuación. Se han efectuado estudios sobre cómo la exclusión o marginalización de las mujeres científicas perjudica el progreso científico.15 También se ha indagado en cómo las aplicaciones de la ciencia y la tecnología juegan en contra de las mujeres y de otros grupos vulnerables, pues consideran (si es que lo hacen) que los intereses de éstos son menos importantes. Los ejemplos incluyen la eugenesia,16 las políticas de desarrollo económico que refuerzan la jerarquía de género ofreciendo enseñanza y recursos a los hombres en los países desarrollados17 o la biomedicina, que hasta hace poco consideró que al estudiar la fisiología, la farmacocinética, la manifestación y evolución de las enfermedades y su tratamiento en el varón, ya había estudiado toda la especie.18 Esos malos efectos prácticos de las aplicaciones de la ciencia se pueden rastrear en parte o considerar que se deben a efectos epistémicos en la ciencia subyacente: en el caso de la eugenesia a conceptos ficticios de raza, a no reconocer que el trabajo de las mujeres contribuye a la “economía” en el caso de políticas de desarrollo sexistas, o a despreciar las diferencias debido a que la norma o patrón es el varón.19

Se ha analizado cómo la ciencia ha ignorado a las mujeres y el concepto de género y cómo si se presta atención a estas cuestiones, hay que realizar una reflexión seria sobre las teorías aceptadas.20 También se han efectuado estudios de cómo se tiende a trabajar con estilos cognitivos “masculinos” (por ejemplo modelos de control jerárquico, centralizados y monocausales como opuestos a modelos “femeninos”, contextuales, interactivos, difusos) han impedido el conocimiento o la comprensión científica. 21 Y, finalmente, también se ha estudiado cómo la investigación de las diferencias sexuales en las “naturalezas” de hombres y mujeres que refuerzan los estereotipos sexuales y las prácticas sexistas, no encajan con las normas de la buena ciencia, por ejemplo al hacer inferencias basándose en muestras muy pequeñas o en correlaciones no contrastadas con un grupo de control diseñado inadecuadamente o ignorando los datos falseadores o que no confirman las hipótesis propuestas.22 El sesgo de género también puede aparecer en el marco conceptual de la teoría en cuestión, por ejemplo cuando en la teoría se representa la identificación de género subjetiva como una variable dicotómica clara, eliminando otras posibilidades, tales como la androginia. 23

En todos esos casos se considera que el sesgo de género es nocivo, pues produce teorías falsas o retrasa el reconocimiento de la verdad. También las filósofas e historiadoras de la ciencia han efectuado críticas importantes a distintas teorías o disciplinas científicas,24 exponiendo los errores a que conducen los sesgos sexistas y androcéntricos.25 En muchas de estas ocasiones se demuestra que la evidencia que se reúne a favor de las teorías bajo escrutinio, no obliga a aceptar esas teorías, pues van mucho más allá de los datos que las apoyan, llenando el vacío existente con supuestos sexistas y androcéntricos.26 En muchas ocasiones, las críticas no pretenden que las teorías sexistas y androcéntricas sean falsas, sino que no están probadas ni establecidas porque en esta etapa de desarrollo y con la evidencia disponible, existen rivales legítimos e igualmente viables.

Pero, no perdamos de vista las cuestiones que considerábamos centrales, entre otras cómo definir los roles adecuados de los valores políticos y sociales. Porque, más allá de estas críticas negativas, nos interesa descubrir y defender la fiabilidad de teorías no sexistas y feministas, para lo cual debemos determinar cuál es el papel que debe desempeñar el feminismo en la investigación y la evaluación de la objetividad y la racionalidad científica.

Como sabemos de sobra, la concepción de la ciencia como imparcial, autónoma y valorativamente neutra ha sido muy criticada por la filosofía de la ciencia, mostrando cómo los valores sociales y políticos pueden influir en la ciencia: en los temas y fines de la investigación, en la elaboración de hipótesis o descubrimientos, en qué preguntar o no, en la evaluación de contenidos y en la conformación de los valores epistémicos.27 Las filósofas feministas de la ciencia mantienen, por ejemplo,que los científicos proponen o apoyan teorías sexistas y androcéntricas porque están influidos por los valores sexistas de la sociedad a la que pertenecen. La empresa científica siempre se realiza en un contexto cultural concreto, por lo que, las personas de ciencia, siempre e inevitablemente incorporarán valores de su propia cultura en la práctica científica, sea consciente o inconscientemente. Eso es inevitable pero no necesariamente pernicioso, pues algunos valores nos dicen cómo manejar el sesgo potencial que pueden introducir otros valores, de modo que podamos conseguir un conocimiento mejor y más fiable. Así que podemos preguntarnos ¿se pueden organizar las prácticas sociales de la ciencia de forma que las diferentes creencias de trasfondo de los investigadores constituyan un recurso en vez de un obstáculo para el éxito científico? 28 De hecho, y como veremos más adelante, cuanta mayor diversidad de valores intervengan, mejor conocimiento podremos obtener allá donde se produzca su intersección. Por otro lado, los valores contextuales no tienen por qué ser subjetivos, entendiendo por ello no razonados ni justificados: si esos valores se adoptan basándose en principios generales, discutidos y justificados comunitariamente, pueden ser igual de objetivos que los epistémicos, es decir, intersubjetivos. Como he repetido muchas veces, gran parte de las críticas feministas en la ciencia se ocupan de mostrar cómo los factores políticos y sociales influyen en la investigación científica: los científicos proponen o apoyan teorías sexistas y androcéntricas porque están influidos por los valores sexistas de la sociedad a la que pertenecen. Pero hay que poner en cuestión y deshacerse de un supuesto muy extendido, a saber, que los sesgos, valores políticos y factores sociales sólo pueden influir en la investigación desplazando el influjo de la evidencia, la lógica y cualesquiera otros factores estrictamente cognitivos que conducen a teorías empíricamente adecuadas. Las epistemólogas feministas subrayan la construcción social del conocimiento y abogan, no porque los investigadores se aíslen de los influjos sociales, sino porque se reestructuren las prácticas científicas de modo que estén abiertas a influjos sociales diferentes. Dicho de otro modo, no todos los sesgos son epistémicamente malos.29

Déjenme poner un ejemplo. En los años sesenta, la hipótesis dominante en teoría de la evolución era la del “hombre cazador”, que explicaba cómo habían evolucionado los monos cuadrúpedos en bípedos articulados que hacían instrumentos y tenían cerebros mucho más grandes. Esta hipótesis coexistía con la del mandril dominante, siendo aquél un descendiente de éste. La teoría evolutiva se centraba en los hombres: la evolución era debida a los hombres que cazaban, mientras las mujeres esperaban criando a que les llevaran el alimento; los hombres, pues, eran el motor de la evolución de forma activa y agresiva. A todo ello había que unir las observaciones etnográficas y las comparaciones con otros grupos de simios y ciertas evidencias disponibles como la presencia de instrumentos de caza, tales como proyectiles, cuchillos y hachas, lo que parecía favorecer la hipótesis del cazador.

En los años setenta, Sally Linton Slocum, Nancy Tanner y Adrienne Zihlman, 30 descontentas con el papel que la teoría evolutiva asignaba a la mujeres, interpretaron de manera diferente la evidencia disponible; por ejemplo, los utensilios de caza aparecen hace relativamente poco tiempo, pues entre los fósiles hallados en la Garganta de Orduvai o en Koobi Fora, datados hace dos millones de años, no había utensilios de caza. Se fijaron en evidencia etnográfica diferente: un antropólogo, Richard Lee, había observado que en la tribu de los kung, las mujeres aportaban dos o tres veces más comida que los hombres; recogían frutos y cazaban piezas pequeñas, se ayudaban de palos de madera para excavar y usaban cestos de piel para recoger los frutos, utensilios que desaparecerían con el paso del tiempo y de los que no quedaría evidencia alguna. Todo eso, junto a la cercanía genética de los humanos con los chimpancés y nuevos datos del registro fósil, llevó a Slocum a rechazar la idea de que los utensilios de caza fueran los primeros instrumentos humanos y a acuñar la noción de “invenciones culturales”, tales como cestos para llevar los frutos, cabestrillos para portar a los niños y poder forrajear con ellos a cuestas, etcétera.31 Esta hipótesis también sugería que la idea de la monoandria femenina, frente a la poliandria masculina y la rígida división sexual del trabajo, no tenían por qué ser ciertas: la hipótesis de la mujer recolectora sugería la elección activa por parte de las mujeres de sus parejas, la flexibilidad de los roles sexuales y la variabilidad de la actividad según edad y etapa reproductiva de machos y hembras, no estrictamente según el sexo.

Así, Sally Linton Slocum, Nancy Taner y Adrienne Zihlman desarrollaron la hipótesis de la “mujer recolectora”: la fuente primaria de subsistencia en los seres humanos había sido el forrajeo de las mujeres, no la caza de los hombres, que habría sido ocasional. De este modo, el papel de la mujer en la evolución se convirtió en activo, ya que había contribuido a la subsistencia, a las innovaciones tecnológicas asociadas a la recolección, acarreo y reparto de comida,32 haciendo su aportación a la vida social, pues eran el centro reproductivo y transmisor de la tradición de una generación a la siguiente, como sucede en el caso de algunas hembras de primates.

Las creencias políticas de las investigadoras –feministas– les hizo replantearse la teoría en la que habían sido entrenadas y educadas, y plantearse alternativas. Y aunque pertenecían a otra comunidad, la evolucionista de la que comparten supuestos, valores, etcétera, sus creencias feministas les permiten evaluar la evidencia de otra manera. Su pertenencia a ambas comunidades –la científica y la política– y los valores adquiridos en ellas, les permiten crear una alternativa mejor, porque permite discriminar y atender a la complejidad de la evolución, al incorporar a los dos sexos en el proceso evolutivo.

Así, para terminar, se han comenzado a desarrollar modelos de sesgo de género alternativos en los que los valores feministas son legítimos. Dicho de otro modo, como el mundo es rico, posee una multitud de estructuras que se entrecruzan, muy difícil de captar por un vocabulario teórico único, debemos abogar por el pluralismo en la ciencia y por consiguiente, porque las hipótesis, teorías, etcétera, informadas por valores feministas sean una de las opciones legítimas disponibles para los investigadores. Las diferentes comunidades tienen intereses en diferentes aspectos de la realidad, así que, si se les deja seguir libremente sus intereses, se revelarán diferentes patrones y estructuras del mundo.33 Las feministas pluralistas mantienen que la práctica científica está sumamente desunificada, que las filosofías de las ciencias especiales revelan grandes variaciones en los métodos, en los supuestos y creencias de trasfondo, las fuentes de evidencia, los valores cognitivos y las estrategias interpretativas. Hacer biología, primatología, antropología, arqueología, psicología, economía, historia o cualquier otra ciencia especial con el propósito de contestar cuestiones feministas, ha dado como resultado muchas y variadas innovaciones metodológicas locales, descubrimientos de nuevas fuentes de evidencia y desarrollos de teorías alternativas.34 Y han hecho posible que los investigadores se planteen otras cuestiones, no estrictamente feministas. Así pues, no hay que suponer que ciertos métodos, evidencia, etcétera, estén únicamente disponibles para servir a los intereses cognitivos feministas, sino que los amplían y democratizan.

No obstante, hay algunas líneas comunes cuando se “hace ciencia como una feminista” que tienden a favorecer ciertos tipos de representación en lugar de otros.35 Las feministas se interesan por las prácticas epistémicas que revelan cómo funciona el género en el mundo y proporcionan las oportunidades para que las mujeres se resistan a y transformen ese funcionamiento. Una forma en que el sesgo de género funciona reforzando el sexismo es mediante la perpetuación del pensamiento dicotómico, categórico y jerárgico que representa lo masculino y femenino como opuestos, lo femenino como inferior y la no conformidad con las normas de género como desviado. Esto hace que las feministas se interesen y propongan el valor de la heterogeneidad ontológica, es decir, el uso de categorías que permitan la observación de la variación dentro de un grupo y la resistencia a representar la diferencia de la media del grupo como una forma de desviación. También se refuerza el sexismo mediante los modelos causales de un solo factor que atribuyen, de manera parecida, poderes intrínsecos a los hombres olvidando su contexto más amplio. El valor de “la complejidad de relaciones” favorece el desarrollo de modelos causales que facilitan la representación de rasgos del contexto social que apoyan el poder masculino, incluyendo la complicidad y participación femenina.

Otros valores feministas implican la accesibilidad del conocimiento: hay que favorecer el conocimiento que “extiende el horizonte de poder” al ser producido de una manera que pueda ser usado por las personas que están en posiciones subordinadas, que por lo general carecen de experiencia o pericia técnica y acceso a equipos caros. Por razones similares, interesa más el conocimiento que se puede aplicar para satisfacer las necesidades humanas que aquellos programas de investigación con poca probabilidad de avanzar en estos intereses. Ninguno de estos valores desplaza o compite con la búsqueda de adecuación empírica, porque hacer ciencia como una feminista, al igual que hacer ciencia con cualquier otro interés en la mente (por ejemplo, con intereses militares o médicos) conlleva un compromiso con el valor cognitivo de producir teorías empíricamente adecuadas. Estos valores son feministas en el sentido de que promueven los intereses feministas, pero su utilidad no se limita al feminismo. Gracias a ellos podemos reconocer que podemos afectar el curso del conocimiento, favorecer o perjudicar determinados programas de investigación, según nuestros compromisos y valores político-ideológicos, ya que no podemos eliminarlos. Es más, hay que abogar por una práctica científica en la que, dado que las consideraciones ideológico-políticas son constricciones relevantes en el razonamiento y la interpretación que conforman el contenido de la ciencia, debemos abrirla a su influjo, en el sentido anteriormente comentado.

Para asegurarnos de que eso se consigue, nada mejor que el que todos los procesos estén abiertos al escrutinio. La transparencia es una cuestión política que sólo se puede asegurar si está abierta a todas las partes interesadas. 36 K. M. Baker, Condorcet: From Natural Philosophy to Social Mathematics, Chicago, University of Chicago Press, 1975. Quiénes son las partes interesadas y los consejos de quién o quiénes debemos seguir, es una cuestión claramente política: “equilibrar el conocimiento de quienes conocen mejor con la voluntad de la mayoría”,36 encontrar el equilibrio entre pericia (expertise) y democracia, como bien sabía Condorcet, no es una tarea fácil. Pero si queremos tener una auténtica democracia, no podemos prescindir de las mujeres en ningún caso.


________NOTAS________

1 Helen Longino, Science as Social Knowledge: Values and Objectivity in Scientific Inquiry, Princeton UniversityPress, 1990 y The Fate of Knowledge, Princeton University Press, 2002. [Regreso]

2 Michael Gibbons, et al., The New Production of Knowledge, Londres, Sage, 1994 y John Ziman, Real Science,  Cambridge University Press, 2002, traducción al español: ¿Qué es la ciencia?, Madrid, cup-Iberia, 2002.[Regreso]

3 Aunque el feminismo es múltiple y variado, y a pesar de que en este trabajo adoptó una postura similar al [Regreso]

denominado “empirismo contextual”, hablaré de feminismo en general, dado que todos los feminismos pretenden

la plena igualdad de las mujeres en todos los niveles y áreas.

4 M. Sadker y D. Sadker, Failing at Fairness: How American Schools Cheat Girls, Nueva York, Scribner, 1994

y Marina Subirats y Cristina Brullet, Rosa y azul. La transmisión de los géneros en la escuela mixta, Madrid,

Instituto de la Mujer, 1988. [Regreso]

5 Eulalia Pérez Sedeño, “Mujer, ciencia e Ilustración”, en C. Amorós (ed.), Feminismo e Ilustración, Madrid,

cam-ucm, 1992 y “Las mujeres en la historia de la ciencia”, en Quark, núm. 27, enero-abril, 2003 y Londa

Schiebinger, The Mind Has No Sex: Women in the Origins of Modern Science, Cambridge, Harvard University

Press, 1989. [Regreso]

6 En este sentido, la epistemología feminista sería una rama de la epistemología social. [Regreso]

7 Puede saber que pertenece a un grupo social y aceptar positivamente la pertenencia al grupo social o considerarla

opresiva y actuar o no en consecuencia. [Regreso]

8 Por ejemplo, están los roles de género, en virtud de los cuales en la mayoría de las sociedades a las mujeres se

les asigna el cuidado de los niños, mientras que se espera que los hombres trabajen en las minas, el ejército,

etcétera; las normas de género que dictan el comportamiento esperado según los roles de género; las virtudes y

las características de género que son rasgos psicológicos que se consideran masculinos o femeninos según hagan

que quienes los posean se adecuen a las normas de género asignadas a hombres y mujeres (las características

masculinas son virtudes en los varones y vicios en las mujeres y a la inversa). También tenemos el comportamiento

de género: frente a la consideración de que la masculinidad y la feminidad son rasgos fijos expresados en

cada contexto social, hoy en día se considera que los seres humanos pueden tener conductas masculinas o

femeninas en diferentes contextos (Judith Butler, Gender Trouble, Nueva York/Londres, Routledege, 1990); la

identidad de género consiste en cómo otros identifican a una persona, es decir el género que le adscriben y que

puede no ser igual a la identidad subjetiva de género que incluye todos los modos en que una persona se puede

entender bien como mujer, bien como hombre. Finalmente tenemos el simbolismo de género que sitúa los objetos

inanimados y los animales en un campo de representación genérico, bien por asociación convencional, por

proyección imaginativa o por pensamiento metafórico: la cocina es un espacio femenino, mientras el garaje lo

es masculino, se dice que los ciervos machos tienen harenes, etcétera. [Regreso]

9 No adoptamos una postura esencialista, ni naturalizamos el género. [Regreso]

10 Quizás también, en virtud de diferentes estilos cognitivos, aunque la existencia de diferentes estilos cognitivos

es una cuestión controvertida incluso entre las teóricas feministas. [Regreso]

11 Para la noción de creencia de trasfondo (background belief) véase Longino, op. cit., 1990. [Regreso]

12 Esto también se puede dar entre personas de distintos contextos educativos, culturales, etcétera. [Regreso]

13 Sandra Harding, The Science Question in Feminism, Ithaca, Cornell University Press, 1986, trad. al español,

Feminismo y ciencia, Barcelona, Morata, 1995 y Ruth Hubbard, The Politics of Women’s Biology, New

Brunswick, Rutgers University Press, 1990. [Regreso]

14 Hugh Lacey, Is Science Value Free? Values and Scientific Understanding, Londres, Routledge, 1999. [Regreso]

15 Por ejemplo el hecho de que a Bárbara McClintock no se le proporcionara o no se le diera reconocimiento

profesional, recursos y acceso a los estudiantes graduados, retrasó la incorporación de sus descubrimientos pioneros

sobre la transposición genética a la corriente principal de la biología (Evelyn Fox Keller, A Feeling For the

Organism, Nueva York, W. H., Freeman, 1983, trad. al español, Seducida por lo vivo, Madrid, Fontalba, 1983). [Regreso]

16 Hubbard, op. cit., 1990. [Regreso]

17 Marilyn Waring, If Women Counted: A New Feminist Economics, San Francisco, Harper Collins Publishers,

1990. [Regreso]

18 Bernadine Healy, “The Yentl syndrome”, en New England Journal of Medicine, 325, 1991: 221-225 y Carme

Valls Llobet, “Aspectos biológicos y clínicos de las diferencias”, en Quark, 27, enero-abril, 2003. [Regreso]

19 Como ha sucedido tradicionalmente en Occidente, debería resultar sorprendente que a finales del siglo xx,

incluso en el xxi, sigan vigentes las viejas ideas aristotélicas de la madre materia y que la mujer es un hombre

mal engendrado. [Regreso]

20 Eso es lo que han hecho de una manera radical Kelley Hays-Gilpin y David S. Whitley (eds.), Reader in Gender

Archeology, Londres, Routledge, 1998, en el campo de la arqueología. [Regreso]

21 Por ejemplo, en los estudios sobre agregación en el molde blando celular (Keller, “The Force of the Pacemaker

Concept in Theories of Aggregation in Cellular Slime Mold”, en Keller, Reflections on Gender and Science,

New Haven, Yale University Press, 1985, trad. al español: Reflexiones sobre género y ciencia, Valencia, Alfons

el Magnànim, 1991) y en biología molecular (Bonnie Spanier, Im/partial Science: Gender Ideology in Molecular

Biology, Boomington, Indiana, Indiana University Press, 1995). [Regreso]

22 Anne Fausto-Sterling, Myths of Gender: Biological Theories About Men and Women, Nueva York, Basic

Books,1985 y Carol Tavris, The Mismeasure of Women, Nueva York, Simon and Schuster, 1992. [Regreso]

23 Sandra Bem, The Lenses of Gender, New Haven, Yale University Press, 1993. [Regreso]

24 Véase, por ejemplo, Helen Longino y Ruth Doell, “Body, bias and behaviour” en Sings, 9(2), 1938:206-227;

Sandra Harding, Whose Science? Whose Knowledge?, Ithaca, NY, Cornell University Press, 1991; ¿Is Science

Multicultural?: Postcolonialisms, feminisms and epistemologies, Boomington, Ind., Indiana University Press,

1998; Donna J. Haraway, Primate Visions: Gender, Race, and Nature in the World of Modern Science, Nueva

York, Routledge, 1989; Schiebinger, op. cit.; Alison Wylie, “The Constitution of Archaeological Evidence: Gender

Politics and Science”, en P. Galison y D. Stump (eds.), The disunity of Science, Stanford, Stanford University

Press, 1996: 311-343. [Regreso]

25 Otras historiadoras o filósofas, y también algunos filósofos e historiadores, han mostrado cómo los intereses

por controlar la tecnología que subyace a la práctica moderna de la ciencia limitan su alcance y lo que se considera

que es conocimiento importante, significativo o autorizado, Lacey, op. cit.; Caroline Merchant, The Death

of Nature. Women, Ecology and the Scientific Revolution, San Frnacisco, CA, Harper Collins, 1980; Mary Tiles,

“A Science of Mars and Venus”, en Philosophy, 62, 1987: 293-306. [Regreso]

26 Por ejemplo, Haraway, op. cit., utiliza los instrumentos de la teoría literaria para mostrar cómo las hipótesis

de la primatología y de la teoría evolucionista dependen de concepciones narrativas, al considerar el paso del

mono al homínido un drama heroico, y de tropos, por ejemplo metáforas, tales como que los primates constituyen

el espejo de la naturaleza humana. [Regreso]

27 E. Pérez Sedeño, “Otro género de razón”, en Ana Rosa Pérez Ransanz et al., Racionalidad teórica y racionalidad [Regreso]

práctica en la ciencia, 2011.

28 Longino, op. cit., 1990 y Solomon, 1994. [Regreso]

29 Louise M. Antony, “Quine as Feminist: The Radical import of Naturalized Epistemology”, en Antony y Charlotte

Witt, A Mind of One’s Own, Boulder, Westview Press, 1993. [Regreso]

30 Linton, “Woman the Gatherer: Male Bias in Anthropology”, en Sue-Ellen Jacob (ed.), Women in Cross-Cultural

Perspective, Champaign, University of Illinois Press, 1971; Tanner y Zhilman, “Women in Evolution:

Innovation and Selection in Human Origins”, en Signs, 1 (3ª parte), 1976: 585-608, “Gathering and the Hominid

Adaptation”, en L. Tiger y H. Fowler (eds.), Female Hierarquies, Chicago, Boresford Books, 1978: 163-194. [Regreso]

31 Esta hipótesis tuvo enormes consecuencias no sólo en la teoría de la evolución sino en otras disciplinas como

la arqueología. [Regreso]

32 Lo cual, dicho sea de paso, debió contribuir a desarrollar determinadas habilidades cognitivas como han

sugerido algunas psicólogas evolucionistas. [Regreso]

33 Harding, op. cit. [Regreso]

34 Véase por ejemplo, Bell, Caplan y Karim, Gendered fields: Women, Men, and Ethnography, Londres-Nueva

York, Routledge, 1993; Haraway, op. cit., 1989; Hays-Gilpin y Whitley, op. cit., 1998; Nielsen, Feminist Research

Methods, Boulder, Colorado, Westview 1990. [Regreso]

35 Longino, op. cit., 1990. [Regreso]

36 K. M. Baker, Condorcet: From Natural Philosophy to Social Mathematics, Chicago, University of Chicago

Press, 1975. [Regreso]

Ciencia y política: una pareja sin romance
Matthias Kaiser

Introducción


La ciencia trata del conocimiento. La política trata del poder. A pesar del bien conocido dicho de que conocimiento es poder (Bacon), hemos estado ampliamente acostumbrados a una muy clara y tajante separación entre quienes generan conocimiento y quienes administran el poder político. De hecho, la separación institucional entre estas dos áreas de la vida pública es celebrada como una gran invención de los tiempos modernos. La autonomía relativa de estos dos campos entre sí, fue un factor importante en algunos logros destacados: la búsqueda del conocimiento pudo ser perseguida sin ser obstaculizada por la ideología, la ciencia pudo llegar a ser una actividad auténticamente internacional, reuniendo las mejores mentes para trabajar colectivamente sobre problemas comunes, y convirtiendo los descubrimientos científicos en tecnología útil. Análogamente, la política pudo hacerse más democrática en la medida en que llegó a separarse de la experiencia profesional especializada o de la posición social. Todo esto se remonta al comienzo mismo de la ciencia moderna en el siglo xvii. Los estatutos propuestos por la Royal Society, bosquejados por Robert Hooke en 1663, son claros en este punto: “La ocupación y propósito de la Royal Society [es] mejorar el conocimiento de las cosas naturales y de las artes útiles, de las manufacturas, las prácticas mecánicas, las máquinas e invenciones a través de experimentos, –sin meterse con la divinidad, la metafísica, la moral, la política, la gramática, la retórica o la lógica.”

No queremos extendernos sobre la cuestión de qué tan exacta descripción de la ciencia resultó ser ese enunciado. ¿Alguna vez fue verdadero? Baste decir que se requirió talento político con el fin de hacer que instituciones científicas como la Royal Society fueran exitosas y aceptadas en la sociedad contemporánea. Tampoco queremos investigar cómo le fue más adelante en la historia, a la supuesta división entre ciencia y política, por ejemplo, cuando la ciencia transitó de su etapa aficionada a la profesionalización y, posteriormente, a su fase industrializada. De hecho, uno podría argumentar a favor de que la ciencia y la política siempre han estado estrechamente relacionadas. Se pueden señalar, por ejemplo, las actividades científicas con propósitos militares. Pero mejor preguntemos si hay tendencias en la ciencia y la política actuales, que indiquen un mayor acercamiento entre las dos, y quizá incluso alguna fusión. No nos preguntamos si realmente ciencia y política estuvieron siempre claramente separadas, sino si hay razón para asumir que la ciencia y la política de nuestros días han llegado a estar tan estrechamente relacionadas que, al menos en algunas áreas, sean virtualmente inseparables.

 

Dos casos

 

Considérense los siguientes ejemplos:

El ipcc y la Convención Mundial del Clima: desde 1988 el pnuma (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente) y la omm (Organización Meteorológica Mundial) establecieron el grupo intergubernamental sobre el cambio climático (ipcc por sus siglas en inglés). Se propone “[…] suministrar las bases científicas, técnicas y analíticas para una inteligente e informada toma de decisiones políticas” respecto al cambio climático. Este organismo ha alcanzado una importante y autorizada influencia en las negociaciones políticas a nivel internacional. Abarca una combinación de dimensiones políticas y científico-administrativas. El trabajo dentro del grupo desde 1993 ha sido clasificado en categorías: material de apoyo, reportes aceptados y aprobados por los grupos de trabajo y reportes aceptados y aprobados por el Panel (resúmenes para la formulación de políticas). Se 1 Comentario, en New Scientist, 8 de septiembre de 1990. ha observado que recientemente la autonomía del eje científico ha variado mucho. Mientras que los grupos de trabajo y los subcomités disfrutan de una autonomía relativamente amplia en la conducción de su trabajo científico, otros grupos parecen haber sido severamente restringidos en su autonomía y fuertemente influenciados por consideraciones políticas. Los grupos de decisión del ipcc algunas veces fueron criticados por sus arraigadas inclinaciones políticas. Se ha señalado que los científicos que toman parte en este proceso han aprendido “[…] cómo hablar de ciencia a los políticos […y, al mismo tiempo a…] no jugar a ser políticos”.1 Esto parece indicar que los científicos estaban conscientes del problema de llamar la atención de los responsables de las decisiones y que, por tanto, estuvieron intentando formular sus reportes de evaluación y análisis de tal manera que en ellos apareciera claramente lo que consideraban de razonable implicación política. Algunas de las figuras principales en el ipcc han percibido la distinción entre ciencia y política de manera tan vaga que han sido criticados por sus colegas de poner en entredicho a la ciencia. Esto ocurrió particularmente en relación a la discusión acerca de la posible influencia de las actividades humanas sobre el cambio climático.

La icrw, la iwc y la supervisión o protección de ballenas: después de la Segunda Guerra Mundial, la Convención Internacional para la Regulación de la Caza de Ballenas (icrw por sus siglas en inglés) entró en vigor e incluyó como firmantes a todas las principales naciones balleneras. Condujo a la Coalición Internacional para la protección de la Vida Silvestre (Internacional Wildlife Coalition), que basó su asesoría sobre cuotas de caza en una comisión científica. Durante el tiempo de su existencia y hasta el presente la Coalición ha experimentado diversos cambios notables. Desde la década de los años 80, y tras la adopción de una moratoria a la caza comercial de ballenas, ha vivido años agitados. Particularmente en los años 90, las condiciones de los análisis científicos estuvieron en el centro del debate. Algunas naciones han expresado profundo interés acerca de lo que perciben como el prejuicio conservacionista de la Coalición. Se ha observado que desde el final de los años 70 ha sido cada vez más difícil lograr acuerdos con el comité científico sobre sus recomendaciones. No puede haber duda de que un alto grado de politización y polarización sobre el tema de la caza de ballenas, y las dimensiones valorativas subyacentes, han contribuido sustancialmente a estas dificultades. A partir de que las ballenas han adquirido un estatus simbólico dentro de las destrezas del movimiento ambientalista y el interés público para detener el deterioro ambiental, se ha hecho crecientemente difícil separar la ciencia de la política. Las incertidumbres implícitas en las evaluaciones permiten suficiente libertad de acción para distintos puntos de vista sobre lo que constituye la mejor evidencia científica. Se ha señalado que los científicos de las naciones con activo interés ballenero (por ejemplo, Noruega) tienden a oponerse a los esfuerzos y cálculos conservacionistas, en tanto que los científicos de naciones sin tales intereses apoyan un enfoque fuertemente precautorio. Aparentemente esto ha mejorado algo en los últimos años, cuando los avalúos noruegos fueron aceptados por la comisión a pesar de la oposición de la mayoría de las naciones a la caza de ballenas. Desde entonces la discusión se ha enfocado más sobre la ética de esta práctica que en los avalúos científicos de ciertas especies. Podemos, no obstante, asumir que este tema está lejos de resolverse y que los desacuerdos relativos a las bases científicas de sus recomendaciones podrían fácilmente resurgir.

 

Algunas características de la ciencia en la actuación política

 

Los ejemplos anteriores son ampliamente visibles en el debate internacional y constituyen un claro vínculo entre ciencia y política. Antes de preguntarnos qué tan típicos podrían ser a una escala más pequeña de fusión ciencia-política, en un nivel nacional o regional, examinemos brevemente algunas características de los ejemplos citados.

 

Designación política e influencia

 

Primeramente debería anotarse que el escenario institucional del ipcc y de la iwc se estableció tras un consenso político sobre la necesidad de una regulación y/o del estricto cumplimiento de un avance. Las premisas para las actividades científicas y las estimaciones, fueron suministradas por el sistema político (internacional). Esto tiene consecuencias sobre la designación de los expertos. Mientras que el ipcc y la iwc han estado abiertos a participaciones (y/o a observadores) de fuentes independientes como las ong y organizaciones científicas, la participación en los grupos centrales aún depende de las designaciones hechas por las naciones (firmantes) y sus autoridades políticas. Esto trae consigo influencias dentro de las naciones, con respecto a los organismos decisorios. Obviamente esto puede algunas veces ser tan dependiente de las actividades políticas, militancias o relaciones personales, etcétera, como de los logros científicos. Hay ejemplos de designación de científicos como miembros de estos organismos, en que el conocimiento personal de figuras políticas (haber ido juntos a la escuela con el primer ministro, por ejemplo) fue obviamente un factor inicial importante en el proceso de designación.

No obstante, aunque la notoriedad en la arena política bien puede ser una condición necesaria para tal inclusión, puede no ser suficiente para designar o influenciar a esos grupos. Trabajar en las comisiones científicas o subcomités, obviamente, requiere buen juicio científico y experiencia, particularmente cuando lleva efectivamente a afectar la evaluación científica. Dado que gran parte del trabajo básico es hecho por otros grupos de trabajo o de proyecto, uno puede sostener que ese buen juicio científico comprensivo es más importante que el conocimiento especializado. Esto parece dejar un margen considerable para apreciaciones acerca de quién resulta adecuado para representar una nación en esas comisiones científicas. Así, si la presencia en el área política juega un papel en el proceso de designación, esto no significa necesariamente que disminuya la autonomía de la ciencia. Pero, cuando se trata de juzgar las evaluaciones científicas de gran incertidumbre donde un proceso de ponderación basado en algún compromiso de valores implícitos parece ser importante, este perfil político del científico puede ser decisivo. Dado que los comités científicos del ipcc y de la iwc expiden o preparan recomendaciones políticas, parece muy difícil separar esas dos esferas.

 

Los científicos en la arena pública