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Scromeda, Yeny

Gueñi / Yeny Scromeda. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2019.

Libro digital, EPUB


Archivo Digital: online

ISBN 978-987-87-0209-4


1. Memoria Autobiográfica. I. Título.

CDD 808.8035



Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: info@autoresdeargentina.com



Correctora y colaboradora de redacción: Shirly Epifano Scromeda



Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

Para mis padres: Ana Barchuk y Miguel Scromeda.

Para mis hermanos: Eduardo, Rosa, Enrique, Margarita,

Pedro, María, Verónica, Mario y Luisa.

Para mi familia: Alberto Epifano y mis hijas Shirly,

Wendy y Evelyn Epifano Scromeda.

ÍNDICE

Capítulo 1. Parada Leis

Capítulo 2. Mi primeros recuerdos: una navidad

Capítulo 3. Mi primer día de visita a la escuela del campo

Capitulo 4. Una noche de verano

Capitulo 5. Un domingo feliz

Capítulo 6. El playado verde

Capitulo 7. Soda dulce

Capitulo 8. Los primeros casamientos

Capitulo 9. La caja gris

Capitulo 10. Ser un buen soldado

Capitulo 11. Parece una virgen

Capitulo 12. Del mercado al noticiero

Capitulo 13. Las hormigas

Capitulo 14. La zancadilla

Capitulo 15. El baile de la doctrina

Capitulo 16. La tolca

Capitulo 17. El equipo de fútbol

Capitulo 18. Mientras mamá y papá no están

Capitulo 19. Despertarse por la madrugada

Capitulo 20. Una naranja para compartir

Capitulo 21. Batatas al tacurú

Capitulo 22. Mes de agosto sin pasto

Capitulo 23. Pesca de verano

Capitulo 24. Noches de insomnio

Capitulo 25. Vóley

Capítulo 26. Cuidando las vacas

Capítulo 27. Charla de un sábado

Capitulo 28. Días de lluvia

Capítulo 29. Preparándome para ingresar a la secundaria

Agradecimientos

CAPÍTULO 1

Parada Leis

Soy de un pueblo de la provincia de Misiones llamado Parada Leis, ubicado a 30 kilómetros de la ciudad de Posadas, su capital.

Tengo seis años, y soy la número ocho de diez hermanos. Todos menudos, de piel trigueña, cabellos rubios y ojos claros. Al igual que ellos, nací en la casa de campo de mi familia, la de mis padres: Miguel Scromeda y Ana Barchuk, hijos de inmigrantes ucranianos. Habían nacido en Apóstoles, pueblo ubicado a pocos kilómetros al sur de Misiones, y se habían mudado a Parada Leis a su propio campo.

En ese tiempo era común que los niños nacieran en las casas. Una señora, la comadre de mis padres, se encargó del parto de todos. Como es un pueblo rural, no cuenta con hospitales cercanos.

Son pocos los habitantes que viven en él. En aquel tiempo no debían de superar las cien personas, que en su mayoría eran familiares entre sí. Es una colonia de ucranianos instalados desde el siglo pasado con sus chacras y dedicados a la actividad agrícola ganadera. La principal plantación son los yerbatales, típico de la zona, como de toda la provincia.

Parada Leis se encuentra en el amplio municipio de Garupá y está dividido en dos por una ruta provincial, la 105, y atravesado por los arroyos de Pindapoy y sus ramales.

Contaba con un destacamento policial, una escuela rural, una iglesia, un almacén o boliche (el de Manuel Insaurralde) y también había un correo que era manejado por la familia Poterala. Ellos se encargaban de entregar las cartas que llegaban a cada familia

La entrada al pueblo era una sola calle de tierra, de difícil acceso cuando llueve, que se extiende lindando con la provincia de Corrientes. A los costados de este largo camino de tierra se ubican las entradas de los campos de cada familia, todos con montes y bosques. Cada chacra (que abarca muchas hectáreas) tiene sus cultivos propios, huerta, arroyos, lagunas, bañados y pantanos. El relieve ondulado por sus mesetas y cerros de baja altura permite una vista bellísima.

Los medios de transporte del pueblo eran escasos. Había un tren turístico, que pasaba dos veces por semana y paraba en la estación “Parada Leis” y que venía desde la ciudad de Buenos Aires a Posadas. Los encargados de la estación eran Nuñez y Lazcano.

El coche motor –al que llamaban así pero en verdad era como un tren más corto para la gente que iba a trabajar– pasaba por debajo del puente Pindapoy de la ruta 105 desde Posadas hasta Gobernador Virasoro, localidad del norte de Corrientes. Y usaba la misma vía ferroviaria antigua. Por último, había un colectivo urbano por la ruta 105 pero no más que eso.

Mis hermanos y yo siempre corríamos para saludar cuando oíamos al tren. El maquinista nos devolvía el saludo y los pasajeros alzaban sus pañuelos agitando las manos. Nosotros nunca nos habíamos subido a un tren y dentro de la zona nos movilizábamos caminando largas distancias, a caballo o en carro cuando había cargas pesadas.

A veces las caminatas se hacían difíciles por las altas temperaturas, que iban desde los 30°C a los 40 °c. En Misiones hace mucho calor, casi no hay invierno y llueve durante todo el año. Estas lluvias intensas deforman los caminos y al mezclarse con la tierra rojiza (muy rica en hierro) hacen que sea muy difícil caminar. Se vuelve muy pegadiza y tiñe de rojo absolutamente todo. Por eso, muy rara vez se veía a alguien del pueblo vestir de blanco. Era un caso perdido: por mucho cuidado que se tuviera esa prenda iba a terminar manchada

Volviendo a las chacras, cada una tenía una o más tranqueras (portones de alambre de púa y palos) para entrar por distintos caminos internos formados por una mezcla de piedras con tierra y distinta vegetación. En nuestra chacra se sembraba arroz que se llevaba a desgranar a la arrocera y se embolsaba para vender (mi papá traía algunas bolsas para nuestro consumo). Después del arroz vino la plantación de yerba. Teníamos un yerbatal grande que venían a podar y llevaban en camiones en ponchadas de tela de arpillera. Los peones cargaban el camión repleto hasta arriba. En ocasiones se quedaban a dormir (dormían en el pasto) para continuar la carga del camión al otro día. Predominaba la tierra roja y la tierra negra era escasa y destinada para sembrar el arroz. Mi padre también cosechaba tabaco para su consumo, una vez cortado lo dejaba secar colgado en un alambre adentro de un galpón. Cuando tomaba color marrón lo prensaba y cortaba.

Mis padres llevaban todas las verduras y demás productos en el carro y viajaban hasta San José (una localidad cercana) para vender. Incluso llegaron a pasar la noche arriba del carro para seguir vendiendo al día siguiente.

Los terrenos también tenían zonas pedregosas, principalmente en los laterales, donde pasaban las vías del ferrocarril. En algunas zonas pantanosas se hacían puentes con troncos y piedras fuertes para que se pudiera cruzar. Visto desde arriba o desde lejos parecía un cuadro bonito con un imponente paisaje donde contrastaban los rojos de la tierra colorada y los verdes de los árboles y las lomas de pasto.

Se ven muchos pastos altos bien agrupados, pajonales, tacuaras (o cañas), árboles pequeños de montes y otros muy altos como pinos, eucaliptos, glabileras, y en algunos grupos separados entre sí, árboles frutales (de naranjas, mandarinas, pomelos, bananas, limas y limones).

Luego, en las zonas de montes, la vegetación era tan tupidas y crecía tan rápido que borraban los caminos y para ingresar nos ayudábamos “rozando” con un machete. En el monte salían lianas o ramas elásticas que colgaban de lo más alto mezcladas con ramales y raíces elevadas y troncos que dificultaban el paso.

Además de cultivar, casi todas las familias criaban vacas, caballos, chanchos, gallinas, patos y bueyes para el arado. También nos podíamos encontrar con animales salvajes: liebres, martinetas, perdices, tatús, comadrejas, zorros, zorrinos, algunos venados, y las temidas víboras que mejor no encontrarlas. Las más comunes de ver eran las yararás, las cascabel y las anacondas (víboras constrictoras de varios metros de largo y de un importante grosor). Sin embargo, también había víboras verdes de menor tamaño que eran inofensivas y no tenían veneno. Ya adentrándose en las zonas más inhóspitas, además de víboras habitaban monitos aulladores, pumitas y más fauna salvaje.

En medio de la abundante flora y fauna y de este imponente paisaje se alzaba nuestra casa que mi padre había construido con sus propias manos y con ladrillos fabricados por él. Cuando logró hacer suficientes completó lo que faltaba con barro o adobe y techo de paja a dos aguas. Mi madre, siempre a su lado, trabajó a la par como uno más para construirla.

Era una casa con paredes pintadas con cal, a excepción de una franja ancha que iba desde el suelo hasta la altura de medio metro pintada de rojo. El color era a propósito, para disimular la tierra colorada que solía manchar las partes más cercanas al suelo. Era una casa amplia con sala, el cuarto de mis padres y dos cuartos en el que dormíamos los hijos. Había que amontonarse pero nos acomodábamos. Mario y Luisa, los más pequeños, dormían en la cama grande con mi mamá mientras que mi papá dormía en el mismo cuarto pero en una cama aparte. Los más grandes, Eduardo y Enrique, dormían en una habitación pero en las noches de mucho calor sacaban el catre y dormían afuera, en el patio, y si llovía se ponían bajo el corredor. María, Vero y yo ocupábamos la otra habitación pero en verano tendíamos una sábana en la sala y dormíamos allí porque estaba más fresco.

Mi hermana Rosa ya estaba casada, por eso no dormía en casa, Margarita tampoco estaba, y Pedro estudiaba lejos. Venía en el verano, así que también tenía que sacar un catre afuera cuando se quedaba.

Todos los pisos de la casa eran de tierra y se barrían con chirca (planta que se usa para armar escobas). Recién cuando cumplí aproximadamente diez años fue que pusieron un alisado de cemento color rojo en todos los pisos. Había un corredor que bordeaba toda la casa y la cocina que estaba afuera separada, al igual que el baño que estaba relegado en el fondo, en el patio trasero (era muy común en las casas de campo tener el baño afuera de la casa). Tenía el tamaño de un baño químico de ahora, con inodoro de piedra (algunas casas lo tenían de madera). En el patio interno de la casa había un aljibe del que mamá sacaba agua con un balde. No había gas y por eso se usaba, como en todas las casas, la cocina a leña.

Tampoco había electricidad y alumbrábamos con lámparas a kerosén y usábamos plancha a carbón para la ropa. Las linternas eran solo para cuando había que caminar en la noche en el campo, ya que las pilas eran caras, y las velas solo eran para la Virgen o para ocasiones especiales como Navidad. Como tampoco había heladera, se hacían muchos pickles y la carne se untaba con grasa para su conservación.

En esta casa se seguían las costumbres ucranianas de la colonia y se respetaban las festividades del calendario anual, el idioma y las comidas típicas.

Éramos un pueblo muy unido y solidario. Las chacras eran de muchas hectáreas y el vecino más próximo estaba a kilómetros de distancia. A pesar de eso y de que no teníamos teléfono para comunicarnos, el ingenio no faltaba. Silbábamos o usábamos el sapucay para encontrar a alguien en el medio del campo y teníamos establecido un sistema de “banderas”, que en realidad eran trapos o ropa vieja. Cada vecino que tuviera una necesidad, colgaba un trapo en lo alto de un árbol o de una tacuara, lo más alto que se pudiera para que fuera visible. El color rojo era para las emergencias, así el primer vecino que viera el aviso acudía a la casa con machete y escopeta en mano por las dudas. Si se trataba de alguien enfermo que necesitaba medicamentos se iba hasta la capital para buscar lo que hiciera falta. Si el trapo era de color blanco era porque había una necesidad pero no urgente. Por lo general era requerimiento de mercadería, casi siempre de levadura que solía acabarse pronto. En este caso, el primer vecino que saliera del pueblo recogía los pedidos de los demás e iba en la búsqueda de lo que hiciera falta.

La fe era muy importante, éramos muy creyentes en Dios, Católicos Ucranianos. Rezábamos diariamente y concurríamos a menudo a la Iglesia del lugar que quedaba cerca de la escuela. Papá, mamá y mis hermanos mayores empezaban su día rezando en la sala (donde teníamos a la Virgencita) luego de higienizarse. Yo rezaba durante el día. Mientras trabajaba, rezaba; mientras caminaba hacía cualquier lugar, rezaba; siempre rezaba.