PREMIO AVALÓN DE RELATO FANTÁSICO

Edición de Rodolfo Martínez

Germán Pablo Amatto, Ricardo Gabriel Curzi, Blanca Martínez, Daniel Pérez Navarro, José María de Toca Catalá, Ekaitz Ortega, Sara Sacristán Horcajada

 

Primera edición: Febrero, 2017

 

© 2017, Sportula por la presente edición

© 2017, José María Sánchez de Toca Catalá por «No es tela asfáltica»

© 2017, Daniel Pérez Navarro por «Mobymelville»

© 2017, Germán Pablo Amatto por «¿Pueden llorar ojos no humanos?»

© 2017, Ricardo Gabriel Curci por «Los campos ingleses»

© 2017, Ekaitz Ortega por «Sanador»

© 2017, Sara Sacristán Horcajada por «El espacio que ocupan las

palabras»

© 2017, Blanca Martínez por «Cumplimiento de disposiciones notariales»

 

Ilustración de portada: © 2000, 2017, Javier Capa

Diseño de portada: Sportula

 

SPORTULA

info@sportula.es

www.sportula.es

 

Este libro es para tu disfrute personal. Nada te impide volver a venderlo ni compartirlo con otras personas, por supuesto, y nada podemos hacer para evitarlo. Sin embargo, si el libro te ha gustado, crees que merece la pena y que el autor debe ser compensado recomiéndales a tus amigos que lo compren. Al fin y al cabo, no es que tenga un precio exageradamente alto, ¿verdad?


CONTENIDO

 

 

Presentación

 

2005

No es tela asfáltica, José María Sánchez de Toca Catalá

2006

Mobymelville, Daniel Pérez Navarro

2007

¿Pueden llorar ojos no humanos?, Germán Pablo Amatto

2008

Los campos ingleses, Ricardo Gabriel Curci

2009

Sanador, Ekaitz Ortega

2010

El espacio que ocupan las palabras, Sara Sacristán Horcajada

2012

Cumplimiento de disposiciones notariales, Blanca Martínez

 

Las AsturCones: un repaso rápido

 

SPORTULA


PRESENTACIÓN

 

 

Hay muchos motivos para hacer algo, pero solo uno verdaderamente importante: apetece hacerlo.

Con esa premisa tan sencilla nació en 2003 la AsturCon y lo hizo dos años más tarde el Premio Avalón de Relato Fantástico.

Hubo otros motivos para ambas cosas, por supuesto, y no les negaré su importancia (la idea de consolidar en Asturias un festival, por modesto que fuera, dedicado a la ciencia ficción y la fantasía, o la sensación de que no había suficientes premios dedicados a la narrativa breve en esos géneros), pero en el fondo lo que acabó haciendo que un grupo de locos nos lanzásemos a organizar unas jornadas de ciencia ficción y a convocar un premio de relato fantástico fue que nos apetecía hacerlo.

Nos lo pedía el cuerpo.

Habíamos tenido una experiencia previa en el asunto. Más o menos las mismas personas habíamos organizado en el año 2000, dentro de la Semana Negra, la Convención Española de Fantasía y Ciencia Ficción (HispaCon) y habíamos actuado como primeros lectores en el Concurso de Relatos Domingo Santos, que suele ir parejo con la organización del evento. La experiencia, por diversos motivos, fue agridulce. Para algunos de nosotros, más agria que dulce, para otros, más dulce que agria.

Así, cuando en 2003 la Semana Negra se puso en contacto con nosotros para ver si nos interesaba organizar un grupo de actividades dedicadas al fantástico en su entorno, unos cuantos de los organizadores de aquella HispaCon dijimos que sí, recuperamos en nombre de AsturCon (que habíamos usado como «subtítulo» para la HispaCon) y nos pusimos a la tarea.

En aquellos momentos, y quizá algunos de los que leáis estas páginas lo recordéis, Cyberdark y sus foros eran el punto de encuentro en la red de buena parte de los aficionados al género fantástico en España. Un punto de encuentro que no solo era digital, ya que algunos entusiastas estaban organizando «quedadas» en distintas partes de España para que la gente que se conocía simplemente como un avatar y unas palabras desnudas en un monitor se viera por primera vez cara a cara. Javier Cuevas acudió a algunas de esas quedadas como embajador oficioso de la futura AsturCon y fue capaz de entusiasmar a unos cuantos ante la posibilidad del evento. Y en general hay que decir que Cyberdark fue para nosotros una excelente plataforma de promoción.

No es extraño, por tanto, que en esa primera AsturCon una parte importante de los asistentes fueran usuarios de esa web. Y de hecho, un núcleo no desdeñable de los habituales de las AsturCones desde entonces han sido antiguos usuarios de Cyberdark. Evidentemente, a medida que iban pasando los años, llegaron nuevos aficionados, otros dejaron de acudir y se produjo el habitual relevo en estas actividades. Pero siempre ha habido un lugar especial en nuestro corazón para Cyberdark y sus usuarios, que contribuyeron mucho a hacer un éxito de asistencia las primeras AsturCones.

El Premio Avalón nació como idea en la tortuosa mente de Javier Cuevas poco después y se convocó oficialmente para ser fallado en el año 2005.

Desde ese momento, y hasta su última edición en 2012, se convocó puntualmente todos los años. Es cierto que no veréis en las páginas de este libro al ganador del 2011; el motivo de esa aparente omisión es que ese año el premio se declaró desierto. Fue una decisión dura de tomar y que no nos gustaba a ninguno, pero éramos conscientes de que, honradamente, era lo único que podíamos hacer. Ninguno de los relatos, eso pensábamos, alcanzaba el nivel mínimo para darle premio alguno, ni siquiera uno tan modesto en su relevancia y dotación económica como el nuestro. Si alguno de los que se presentaron a esa convocatoria está leyendo esas palabras y se siente ofendido por esa apreciación, le ofrecemos nuestras disculpas. Pero así lo vimos, ese era nuestro criterio y no podíamos, en buena ley, tomar otra decisión más que la que tomamos.

Decía al principio de estas páginas que el motivo principal para convocar el premio fue que nos apetecía. Añadiré ahora que el principal motivo para dejar de convocarlo fue que dejó de apetecernos. La situación del fantástico español no era la misma que siete años atrás, cuando habíamos empezado con el asunto. Tampoco nosotros lo éramos, realmente. Nos pareció que el premio había cumplido su propósito y que era momento de pasar a otra cosa.

Sin embargo, aunque todos estábamos de acuerdo en que era mejor que el Premio diera por concluido su ciclo vital, también pensábamos que aún faltaba algo para cerrarlo de un modo adecuado. Al fin y al cabo, durante el tiempo que duró habíamos premiado siete relatos que considerábamos sobradamente merecedores de que fueran leídos por los fans del género. No obstante, y pese a que a menudo hablamos del asunto, nunca llegamos a decidirnos y publicarlos.

Hasta ahora

Por tanto, con este libro cerramos una época, en cierta manera, y atamos los últimos cabos sueltos. Aquí tienes, lector, esos siete relatos que fueron lo bastante buenos a nuestros ojos para ser merecedores de los modestos seiscientos euros con los que galardonábamos al mejor relato. Algunos quizá ya los conozcas, pues han aparecido después en otras partes. Otros son totalmente inéditos. Todos son, a nuestro criterio, buenos relatos, merecedores de tu atención.

Terminamos con unas palabras de agradecimiento a Javier Capa, responsable del cartel de aquella lejana HispaCon/AsturCon del año 2000, que nos ha permitido usar como portada del libro la imagen que creó entonces. Todos estábamos de acuerdo en que era la portada perfecta.

 

Asociación Avalón

Octubre, 2015


2005

NO ES TELA ASFÁLTICA

José María Sánchez de Toca Catalá


 

 

Marqués de Somió, General de Infantería DEM (R) y Doctor en Historia por la Universidad Complutense de Madrid. Autor de Los desastres de la Guerra (AKRON), Los profetas del bosque (Corona Borealis), Los profetas de la Piel de Toro (AKRON), El libro de las piedras que curan (Libros Libres) y coautor de Historia de la Infantería española, Tercios de España (EDAF) y El Gran Capitán (EDAF). Con numerosas traducciones y publicaciones en revistas españolas y extranjeras.

En su relato, narrado con una sorna característica y una ironía muy del terruño, rinde un curioso homenaje al carácter asturiano en clave de ciencia ficción.


 

 

—Que no la deberían llamar tela asfáltica, no, Hermana, porque no es tela sino metal. Usted le llama tela y se cree que es tela y a lo mejor la trata como tela pero no es tela y luego pasa lo que pasa.

El viejo cabeceó con energía. Tras él, el rectángulo de la ventana dejaba ver el gallinero que se recortaba en el azul cielo primaveral. Encima de las verdes copas de los membrillos el gallinero era un prisma plateado que se mecía suavemente en el aire.

—Tela, no: cartón embreado y forrado de aluminio, eso es lo que es; dígame usted dónde está la tela. Pero así la llaman en el Centro Comercial, y estaba de oferta creo yo que por vieja, el betún estaba cuarteado. La había con aluminio y sin él, pero yo es lo que digo siempre, lo tengo muy claro, en materia de tejados, albarda sobre albarda, todo es poco porque el agua es muy lista y sabe por dónde tiene que meterse. En verano no le das importancia, pero cuando vienen las lluvias empiezan las goteras que son una pesadumbre y tienes que estar poniendo cacharros, recogerlos, bajarlos desde el desván, que son dos pisos, vaciarlos y tirar el agua desde la puerta, que se encharca y se pone toda embarrada. Nos trajimos buena cantidad de rollos.

El anciano recapacitó un momento:

—Las goteras hay que preverlas porque el agua es muy lista. Era muy buena oferta, ya digo, se les debía estar pasando la fecha y trajimos tela asfáltica como para forrar el monte. Jesús, qué barbaridad; nos pasamos. Y hala, a levantar el tejado, que es trabajo de muchas toneladas, uno no sabe lo que es hasta que empiezas a mover tejas, son muy ásperas, se te liman los pulpejos y se borran las huellas genitales. Debajo de las tejas hay un millón de escombros, porque los antiguos no desperdiciaban nada y dejaban las tejas rotas debajo para hacer bulto y dar aislamiento al tejado, que aislar, aislaba, pero también lo que hacía era doblar las vigas y aumentar la pendiente, un desastre; y todo ese escombro tienes que tirarlo si quieres poner la tela asfáltica, y eso es a brazo y con mucho cuidado por si pasa alguien. A última hora de la mañana, cansado y medio reseco del sol, me descuidaba y casi descalabré a una señora.

Sonrió gozoso con el recuerdo y se le alegraron los ojillos azulencos:

—Pero a lo que iba, que levantaba las tejas en franjas de dos metros de ancho una cosa así —abrió los brazos por encima de la silla de ruedas— y luego ablandaba el betún con el soplete para pegarlo bien a la madera. Así está ahora el tejado, que da gloria. Mi trabajo me costó. Luego bajaba seco y la María me ponía una jarra de dos litros de vino con gaseosa que me la bebía de un sorbo, visto y no visto. Riquísimo, pero puro veneno cuando uno está sudado. Entonces me dio el ataque de gota que me dio, este juanete que me duele con sólo mirarlo.

Se detuvo un instante mientras la Hermana anotaba rápidamente en su agenda electrónica.

—Pero no importa; le estaba diciendo que poníamos la tela asfáltica encima de la tablazón y luego volvíamos a poner las tejas. Tranquilos aunque hubiera alguna rota o rajadita, que basta con una rajita como un pelo, porque las importantes no se vaya usted a creer, no son las de arriba que se ven, son las de abajo, las que hacen el canalillo mirando para arriba. —Los ojos volvieron a brillarle—. Usted disculpará el entusiasmo y la fruición que pongo, pero es que el tejado ha sido mi pasión. No sabe usted lo bonito que parece el pueblo y qué distinto es todo cuando se mira desde la cumbrera del tejado; talmente como subes a la montaña y miras el valle a tus pies. Bueno, pues con la tela asfáltica, tranquilos, que ya le digo, ni es tela ni es nada, brea y aluminio, porque ya le digo que compramos la oferta con aluminio mejor que sin metal, porque a mí el metal me da más confianza, y es lo propio del país, fortaleza, ya sabe usted, no como por ahí fuera, que son más blandos.

Hizo una pausa para tomar un sorbo de agua mientras la Hermana movía velozmente el palito sobre la pantalla de la agenda:

—Ya me perdonará, pero tengo que refrescarme la boca un poco, que en hablando de tejados siempre se me reseca y se me pone gusto a teja, un sabor como a botijo de barro, pero más polvoriento. Si viera usted todas las miserias que salen debajo de las tejas: moscas, no de las verdes, de las corrientes pero que miden dos y tres centímetros y más. Dicen que anidan en la tablazón, pero parecen moscas corrientes si no fuese por el tamaño, que son como pajaritos. Y nidos de estorninos debajo de las tejas, con unos pollos feísimos que apenas tienen cañones y ya tienen unos piojos o garrapatas, qué se yo, verdes y del tamaño de una lenteja, que es como si usted o yo, mal comparado y perdone por la familiaridad, tuviéramos piojos (que no quiero decir que los tenga, no lo quiera Dios) del tamaño de un gato. —El anciano respiró afanosamente—. Total que venga de poner tela asfáltica, pusimos y pusimos, todo el verano poniendo, y forramos las paredes que dan al norte, y luego también las que dan a levante, que es gloria cuando sale el sol por las mañanas, se piensan en alta mar que tenemos un incendio, sí claro, se refleja el sol en el aluminio. Porque no sé si ya le he dicho a Usted que cuando estiras el rollo de tela asfáltica no sabe uno que es peor, porque si dejas lo negro al sol, se funde, pero si le das la vuelta te deslumbra; y si hace un poquito de comba también quema y te deja ciego el resol, y tú con el soplete chuflando, te olvidas y si no le pones bien, igual prendes la tablazón; el soplete tiene malas bromas. Un número, ya le digo. Aunque la verdad es que fue muy bonito; y las mejores horas las he pasado ahí arriba. Otros tienen nostalgia del Himalaya, digo yo, o del Naranjo, es un poner, mí me da la nostalgia del tejado y si no fuese por esta gota tan brutal que tengo, me tenía usted allá arriba, aunque ahora ya da igual después de lo que pasó.

Tomo un poco de aire y otro sorbito del vaso. Se irguió en la silla y puso cara de decir algo importante:

—Y lo que pasó es que forramos los tejados y las paredes de tela asfáltica, que la llamo así porque todo el mundo lo dice, pero no es tela, y forramos hasta el gallinero, que parecía de plata, una maravilla, un escaparate de platero. Y aún nos sobró muchísimo. Pero lo que le voy a decir ahora, y esto ya no son hechos de pura frialdad objetiva, sino conjeturas, aunque avaladas por el superior criterio de don Amaro, usted habrá oído hablar de don Amaro, por lo menos de oídas, ¿no?. Una lumbrera. Lo que suponemos, y digo suponemos, porque no puedo afirmar nada, eso sí, con el concurso inapreciable (así lo dijo el señor que vino del Consejo Superior), con el concurso inapreciable de don Amaro, que ha sido el alma de la investigación…

Volvió a callar un momento para ver el efecto de sus palabras en la Hermana.

—…es que como dice don Amaro, nunca, pero nunca debimos forrar de tela asfáltica el suelo del gallinero, y lo peor fue cuando metimos allí los rollos sobrantes. La verdad es que forramos el suelo con un retal y las gallinas enseguida lo ensuciaron todo; ahora está lo menos a diez centímetros de profundidad, que allí no hay quien entre a medirlo, claro, pero no me equivocaré mucho. Y los rollos en alguna parte teníamos que guardarlos. Y entonces empezamos a notar cosas raras, ¿sabe usted? Las gallinas no estaban a disgusto y a nosotros sólo lo de la boina. Bueno, ya sabe usted que los rollos los pusimos en el gallinero, que no es gallinero, le decimos gallinero pero es el excusado, sabe usted, a mi hija le entró una fiebre de modernismo y no quería hacerlo en la galería donde está el agujero que da al corral.

La Hermana, otra generación, otras costumbres, estaba perpleja y no entendía:

—Sí, Hermana, la costumbre aquí era la galería ¿comprende? Pero mi niña quería higiene moderna y le hice un excusado muy higiénico, pero fuera, porque me parece asqueroso tenerlo dentro. Ahí lo tiene usted, más bonito que un San Luis, brillando como la plata. Que ya sé que nos pasamos, que no debimos forrarlo entero, suelo y paredes, pero ya le digo, según don Amaro lo peor fue meter el sobrante. Estaba en un rincón que no estorbaba nada durante el acto y aún servía para dejar la chaqueta o el periódico. Y como todavía nos sobró tela asfáltica, que no es tela, ya le digo, la María quería que forráramos el fondo del caz, para que estuviera como el río de papel de plata del belén. Bueno, que sobró mucho; era muy buena oferta

—Usted me dijo que habían detectado cosas raras —dijo la Hermana.

—Sí, y las gallinas también; lo notaron enseguida, entraban, porque les gusta entrar a picar, sabe usted, por eso saben tan ricos los huevos de corral, es el mismo olorcillo, ¿no había caído? y en cuanto nos veían salir venían muy cariñosas a picar, que siempre queda algo alrededor, pero después salían las pobres como monstruos con las plumas erizadas, no puede imaginarse lo que abulta una gallina con las plumas de punta, que el mastín salió corriendo a esconderse y no se le ha vuelto a ver. Teníamos que habernos dado cuenta, es lo que dice don Amaro, usted ha tenido que oír hablar de él, es un sabio muy grande, que las gallinas, al rascar y picar el metal modificaban la carga superficial del aluminio. A ver si me comprende con sus cortas luces, es como si le rascaran los electrones al metal y los amontonaran. ¿Cómo le diría yo para que me entendiese? Es lo que se llama efecto condensador.

—…efecto condensador —copió diligente la Hermana en la agenda electrónica.

—O sea que usted pone aquí una carga, es un poner, y enfrente se pone automáticamente otra para fastidiar. Igual, pero enemiga, porque no se pueden ver y unas echan a otras, y como no pueden salir, se amontonan. Efecto condensador, ya le digo, una cosa bárbara. Por lo visto eso aumenta constantemente y lo siguiente fue cuando empezó a fallar la luz.

—¿Aquí, en su casa?

—Aquí en el pueblo y en dieciséis kilómetros a la redonda, no vaya a pensar en una alucinación colectiva, que dice don Amaro, con superior criterio técnico, que todos los electrones libres del contorno se vinieron al excusado. Así, como lo oye. —El anciano parecía francamente satisfecho.

—¿Molestias?

—Sí las hubo. No quiero engañarle, nada de insidia y perfidia; ¿sabe usted? Ni insidia ni perfidia.

La monja sacó un librito de tapas amarillas que ostentaba la palabra Langenscheidt hojeó adelante y atrás. Escribió: Insidia. Perfidia.

—O sea, mentir a mala leche, señora mía; mi defecto es que leo demasiado, ya lo sé, y tengo demasiado vacabulario, no se crea, es un riesgo para mi salud mental. Don Amaro me tiene dicho que tengo insuficiencia cerebral con indigestión craneana y oclusión mental; es una eminencia. Pues le decía que no pretendo engañarle, y ya que es la primera que me lo pregunta, porque antes que usted ya han venido por aquí a docenas, sí que tuvimos molestias. Sobre todo al principio, el chorro de chispas cuando pasabas a evacuar aguas menores, no perenne, solo un momento, a ver si me comprende; al Manolito le produjo prurito y eritema, gracias a Dios que nada más de primer grado, pero con un choque traumático tal, que desde entonces la criatura solo lo hace sentado, como las señoras. Y es que es mucho riesgo. Ahora, y se lo advierto por anticipado por si acaso quiere probar, para aguas menores, los varones al avellano, y las hembras y aguas mayores hay que agarrar con fuerza y sin guantes la cadena de la puerta; la sujeta bien en la mano y deja que el otro extremo asiente bien en el suelo; así casi no salen chispas.

—Me decía que la comarca se quedó a oscuras.

—Pues sí, todo esto se quedó a oscuras y se hundió en las tinieblas medievales. Imagínese, sin luz, sin nevera, sin televisión, sin máquinas tragaperras, sin hornos de microondas, que ya ve usted como vivimos ahora, como en la edad media. Y no señor, no crea que fue cosa de magia, aquí una oreja, aquí dos euros. Era algo natural, aunque bastante rápido, cosa de una semana. Don Amaro, que ése hombre lo sabe todo, todo, una lumbrera del conocimiento abstruso, dijo que fue lo que tardaron en llenarse de electrones el excusado y los rollos; aunque yo, ya me perdonará porque no creo que sea falta de respeto disentir de don Amaro, que lo venero como si fuera mi padre, que a mí no me parece que los electrones caigan al excusado; porque se hubieran bajado al pozo negro. Para mí que lo que se llena es la tela asfáltica; y si quiere saber mi opinión: más concretamente se meten en los rollos, que no los teníamos que haber metido nunca.

—¿Qué se decía en la comarca?

—Pues la gente empezó a cabrearse, primero con buenos modos, después peor y al final lo de siempre, manifestación de tractores, corte de la carretera nacional con quema de neumáticos y cacerolada en la casa del delegado regional de la hidroeléctrica. Estaban los paisanos muy cabreados; nosotros procuramos poner paz, sin entusiasmo, ya me comprende, para no significarnos y que no se nos viese el plumerete. Y luego las indemnizaciones fueron muy buenas porque la Eléctrica no quiso ir a juicio.

—Pero ¿dónde queda la frontera entre luz y tinieblas?

—No, no es frontera, es una cosa gradual. En razón inversa al cuadrado de la distancia; parece mentira, ¿es que no les enseñan nada en el colegio?

.