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Akal / Inter Pares

Director: Marcos Roitman

Domingo Faustino Sarmiento

Conflicto y armonías de las razas en América

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El corpus latinoamericano tiene en Sarmiento un sitio ineludible: político, escritor, militar y docente, supo estructurar un pensamiento que alienaba crítica con historia, narrativa con sociología. Su obra más difundida es Facundo o Civilización y barbarie; sin embargo, y de acuerdo con sus palabras, Conflicto y armonías de las razas en América “tiene la pretensión de ser el Facundo llegado a la vejez”, con un análisis del devenir histórico, social y económico de Sudamérica a través de los ecos y disonancias de sus etnias.

Para dar respuesta a lo que significa no ser europeo, ni ser totalmente indígena (ni querer ser mixtura), Sarmiento analiza en éste, uno de sus últimos trabajos, el carácter que subyace en las razas presentes en América y en las instituciones exportadas desde España, siempre con la emancipación de Estados Unidos como ejemplo. Así, con violencia cartesiana —y desde una perspectiva personal— expresa que “Un español o un americano del siglo xvi debió decir con más verdad existo; luego no pienso”. Casi un siglo y medio nos separa de la primera edición de este libro, y atraerlo al presente tiene como objetivo observar la densidad de sus polémicas palabras, teñidas de un claro eurocentrismo, que pronto se convirtieron en verdades asumidas, en reclamos repetidos a lo largo de todo este tiempo y territorio.

Domingo Faustino Sarmiento (San Juan, Provincias Unidas del Río de la Plata, 1811–Asunción, Paraguay, 1888) fue maestro, sociólogo, subteniente de milicias, escritor, periodista, senador, ministro, director general de escuelas, diplomático, gobernador y presidente de Argentina. Por sus ideas liberales —y concretamente por su oposición a Juan Manuel de Rosas y al caudillo Facundo Quiroga—, su activa militancia política lo llevó en dos ocasiones al exilio en Chile, donde colaboró con distintos diarios y se le confió la organización de la Escuela Normal de Preceptores, la primera institución latinoamericana en su tipo. Como presidente de Argentina alentó la inmigración de intelectuales y contribuyó al desarrollo de las telecomunicaciones y la educación. Su amplia producción literaria está reunida en cincuenta y tres volúmenes que contienen poco más de quince mil páginas, con exposiciones eruditas, pasajes contradictorios y textos de notable violencia verbal; elementos que hacen de Sarmiento una figura polémica y siempre activa en el debate del pensamiento latinoamericano.

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RAG

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Primera edición, 1915 (Buenos Aires, La Cultura Argentina)

© José Bengoa, por “Sarmientos y sarmientadas”

D.R. © 2016, Edicionesakal, S. A. de C. V.

para lengua española

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ISBN: 978-607-97816-9-9

 

 

Sarmientos y sarmientadas

José Bengoa [1]

El hombre que desembarcó en Buenos Aires en 1871 se llamaba Johannes Dahlmann y era pastor de la Iglesia evangélica; en 1939, uno de sus nietos, Juan Dahlmann, era secretario de una biblioteca municipal en la calle Córdoba y se sentía hondamente argentino.

Jorge Luis Borges, “El sur”

La raza es la mala.

Dicho popular campesino

I

¿Cómo “leer” a Domingo Faustino Sarmiento en la segunda década del siglo xxi, a 200 años de su nacimiento y un poco más de cien de su última obra? ¿Cómo leerlo con base en la “emergencia indígena” que vivimos en América Latina desde hace a lo menos treinta años? ¿Cómo comprender siquiera Conflicto y armonías de las razas en América en este ambiente de reapropiación y valoración de lo étnico, de lo primario y originario de América? ¿Se puede llegar a comprender la oposición radical entre Civilización y barbarie, sobre todo después de las barbaridades cometidas durante el siglo xx por los autodenominados “civilizados” y que continúa de modo escandaloso hasta el día de hoy? O estas “sarmientadas” no son más que asuntos de museo, del museo borgiano del horror y las ignominias, de las curiosidades del pensamiento desvariado... En fin, ¿se puede leer en serio a Sarmiento hoy?, o ¿este libro es solamente una curiosidad que uno lee con una ligera sonrisa incrédula en los labios?

Son más preguntas que respuestas, por cierto, las que nublan el entendimiento al comenzar la lectura de éste, uno de los últimos libros de Sarmiento. Genio reconocido (y autoconsiderado) de su época; sanjuanino, autodidacta, maestro desde muy joven, político polémico, periodista y editor de periódicos; apasionado, exiliado, viajero y presidente de la República Argentina. Sus obras están apretadas en 52 tomos y dicen que muchos escritos han quedado fuera.

Muy joven arranca cruzando la cordillera de los Andes a Chile. Pobre de solemnidad, se alojaba en un cuartucho de la Plaza de Armas de Santiago, donde lo encuentra Lastarria medio muerto de hambre. Pronto conoce a quien iba a ser presidente de Chile, Manuel Montt, y escribe y escribe. Será en Chile cofundador y director de la Escuela Normal de Preceptores, afamada institución que organizará la educación primaria y pública de ese país. Allí se formarán no centenares, sino miles de maestros normalistas, cuyas ideas no serán muy diferentes a las de Sarmiento. Los imprimió con tinta indeleble al igual que sus escritos inflamados. Rosas gobernaba en el lado argentino y parecía que sus éxitos militares lo iban a mantener eternamente en el poder. Sarmiento entinta la pluma y comienza a enviar al periódico un libelo de una brutalidad maravillosa. Leí alguna vez que Montt, que era en ese momento ministro de Justicia e Instrucción Pública, le dice “Mire, Sarmiento, no escriba un ensayo que no lo va a leer nadie, diga lo mismo pero como novela”. De ahí salió el Facundo. El título iba a ser “Civilización y barbarie”, el cual pasó a subtítulo.

La pintura que realiza de Juan Facundo Quiroga es una de las descripciones raciales —y racistas— de mayor impacto que se hayan publicado. El personaje es moreno, peludo, de frente estrecha, ojos enjutos, nunca mira de frente a los ojos. Años ya, visité el Museo de Antropología criminal Cesare Lombroso, en Torino, que es posterior a lo de Facundo. Es un museo sarmientoso; así lo miré: en unos enormes frascos de cristal llenos de formol, nadaban unas cabezas de asesinos con la lengua afuera, en actitudes terroríficas. Todos son iguales al Facundo antedicho. Personajes del moreno sur italiano, pelos que les salen hasta por los ojos y, sobre todo —un dato sarmientoso-lombrosiano—, sin cuello: la cabeza de estos personajes temibles está asentada entre los hombros sin la esbeltez del cuello hermoso de las personas decentes o “civilizadas”. Modigliani representaría el antilombrosionismo-sarmientoso.

Hay libros que dicen asuntos terribles, crean personajes, y a veces no pasa nada, y a veces —por el contrario— esas letras caen en el momento preciso, en el ambiente adecuado; se transforman en estereotipos aceptados por todo el mundo, por “toda la gente”. Parecerse a Facundo es hoy por hoy muy peligroso: a la salida de cualquier metro europeo sería detenido por sospecha, a lo menos. Mala pinta, se dice a uno y otro lado de la Cordillera.

II

¿Se puede leer a Sarmiento en Argentina?, o lo que es parecido, ¿se puede leer a Bolívar en Caracas? Me temo que no. Quizá solamente un extranjero o un bufón, en mi caso ambos, pueden ver que el rey anda desnudo. La sacralización de un autor multitudinario hace compleja la crítica, sobre todo cuando su obra aparece idealizada y por tanto, se le perdonan exabruptos de carácter racial o racista. “Fulminante como la luz de un rayo” expresa Adriana Amante en su prólogo a un libro en el que escriben selectos intelectuales argentinos contemporáneos y publicado en este mismo año, 2016.[2] Ciertamente, en los 52 tomos hay material para enloquecer a cualquier lector, como la entrevista que en su libro Viajes en Europa, África i América le realiza al general San Martín, ya viejo, en su residencia de Boulogne sur Mer, cerca de París. Sarmiento es un “viajero al revés”, pues en esos años eran decenas los turistas europeos y norteamericanos que escribían acerca de sus periplos por América Latina; Sarmiento escribe desde acá para allá, y eso no es menor. Montt le paga su primer largo viaje para que estudie el sistema escolar en Europa y Estados Unidos —y para sacárselo de encima también.

¿Pero es posible leer al Sarmiento racial, preevolucionista, despreciador del indio, obsesivo con Europa y sus luces, hoy día? (sobre todo el sarmientismo tardío de Conflicto y armonías). ¿Es necesario tragarse todos estos insultos a la humanidad por una veneración así reflexiva y nacionalista?

Aquí nos vamos aproximando al interés que le otorgo al “sarmientismo ordinario”, ya que sigue siendo lo que piensa una enorme mayoría de la población del sur de América, a lo menos. La vigencia del sarmientismo es que se convirtió en “sentido común”, una ideología naturalizada sobre los bueno y lo malo en las sociedades. Las masas no ilustradas de muchas partes del mundo, y por cierto de nuestros países, son sarmientosas por naturaleza. El aspecto físico, el comportamiento, el modo de saludar, de dar la mano, de mirar a los ojos, en fin, de relacionarse en lo más hondo y profundo entre los seres de una misma sociedad, sigue siendo el secreto de familia de nuestras sociedades; lo que se habla en la cocina, lo que no está dicho en las constituciones y a veces hasta es negado: “todos somos iguales ante la ley”, lo que es evidentemente falso.

Veamos. Si se hiciera un estudio serio, buena parte de la población consideraría, sin quizá atreverse a decirlo en voz alta, que la primacía del hombre blanco —tanto en el sentido del color de piel como del género— es palpable, que el mestizaje es un desastre y que con el contacto físico unos y otros se envilecen y se degradan los valores de las “razas puras”. Muy difícil será encontrar que no hay acuerdo con que el “indio es ocioso”. Por cierto, hay mucha gente “enterada” de que aquello no es políticamente correcto, y no lo dirán ante el encuestador ni bajo presión, pero vaya que no está suprimido del adn cultural. Lo indio era y es visto como causa de subdesarrollos, pobrezas y debilidades; creo que casi toda esta proporción de población consideraría que los indios son flojos, borrachos y que por cierto un tipo peludo, moreno, de ojos enjutos y frente angosta, como Facundo, no es de fiar. ¿Quién no creería que las personas cultas son aquellas que van al Teatro Colón y no las que bailan hasta el amanecer algún huayno en la quebrada de Humahuaca o en un nguillatún mapuche del sur de Chile?

Y a ello agregaríamos la convicción sarmientina de que el único modo de cambiar esta situación desgraciada que nos tocó a los americanos es la “educación” y la inmigración de población europea, procedente de lo más del norte posible. Las opiniones en este libro sobre nuestros ancestros españoles son extraordinarias, y más de un lector, sonrisa en mano, se gozará esas páginas y las aprovechará para molestar a algún amigo descendiente de andaluces o gallegos.

III

¿Era inevitable la posición europeizante, racial, despreciativa de lo americano en la construcción de la Nación, en este caso argentina y chilena? Alguien podría decir que sí, que en la segunda mitad del siglo xix o se asumía una relación directa y definida, “sarmientista” de Civilización y barbarie, o no habría habido Estados nacionales, y durante un siglo más estos países “se habrían hundido en fangos y miserias”, como dice el tango. La discusión queda abierta, por cierto. No sé muy bien si hubiera habido alternativas, pero convengamos que esta mirada fue mayoritaria y sobre todo, triunfadora. Sarmiento en este libro dice, en boca de otros autores, que “los indios eran como animales”, y citando lo que dijese el padre Tula, “tan sin cura era la enfermedad, que sería buena obra extirparlos”.

No fue mucho el tiempo que transcurrió para que estas recomendaciones se transformaran en realidades. El general Roca montado en su caballo blanco, según consta en la afamada fotografía junto a sus oficiales, inicia La conquista del desierto. La misma idea de desierto es significativa. Ahí había ganado y no personas. Diego Barros Arana, al otro lado de la Cordillera tantas veces cruzada a lomo de bestia por Domingo Faustino, imprime su primer tomo de la Historia General de Chile minutos antes de que el ejército de Chile se dirija a la Araucanía a “extirpar” al araucano. Pero la aventura “allende los Andes” no le resultó absolutamente, por la resistencia que opusieron esos “bárbaros”. Esas ideas raciales de fines del siglo diecinueve, apoyadas por un evolucionismo desenfrenado, autocalificado “científico”, condujeron al aniquilamiento físico de los “indios del fin del mundo” (según Ana Chapman); los fueguinos, los patagones de enorme figura, los canoeros audaces, los cazadores de guanacos, todos ellos aprisionados por las ideas sarmientosas chileno-argentinas y las balas unidas de ambas repúblicas que se “inventaban” como naciones sobre la sangre de unos desvalidos que no se parecían físicamente a los rubios europeos, únicos civilizados del mundo estrecho de ese entonces.

¿Es lícito tratar con desprecio el pensamiento de Sarmiento expresado en Conflicto y armonías, en la segunda década del siglo xxi al cumplirse los 200 años de su nacimiento? ¿Es legítima la crítica despiadada, incluso airada, de esas ideas que condujeron a tales niveles de desprecio y discriminación? ¿O es un despropósito historiográfico y una crítica destemplada? No es fácil responder a estas preguntas y el lector tendrá finalmente la última palabra. No es el prologuista quien debe decidir…

Lo que sí es evidente, y quizá aquí exista un segundo motivo para publicar nuevamente este libro, es que todas las ciencias sociales —y en particular la antropología y las ciencias de la educación— deben tener al sarmientismo ordinario como faro de su análisis crítico. Es preciso hacer una suerte de psicoanálisis cultural para poder “ver” el pasado de nuestros países y sacarse las anteojeras de estas ideas que no están ni de lejos obsoletas.

Así como “leer” a Sarmiento es un asunto complejo, así también “ver” el pasado sin Sarmiento es un ejercicio de crítica implacable. Se nos pegó a la piel, podríamos decir. Si yo afirmo que los antiguos araucanos vivían en un estado de felicidad bastante aceptable, que comían en abundancia, que ejercían la justicia, que bailaban, cantaban y, en fin, que estaban muy lejos de las imágenes sarmientistas, me dirán que soy un ingenuo, romántico, hippie o desprecios de esa naturaleza; si afirmo esas aseveraciones en los cronistas, con datos arqueológicos, dirán que ciertamente “los curitas” eran igualmente ingenuos. Si digo que San Martín era acompañado por centenares de exesclavos negros, los batallones de pardos, que murieron masivamente y que en la guerra de Paraguay, contemporánea a la presidencia de Sarmiento, murieron centenares de pardos, me mirarán con curiosidad y probablemente alguno señalará que estamos tergiversando la historia. Porque en nuestros países, en Chile sobre todo, desaparecieron primero los afrodescendientes del imaginario colectivo, y posteriormente de la población física; fuimos primero ”blancos”. El blanqueamiento de la sociedad chilena y argentina se hizo con mucha sangre, y eso no está en las historias, ni mucho menos en la historia de la educación, alabada hasta la saciedad y jamás criticada.

IV

En el Museo Nacional de Auckland, en Nueva Zelanda, se guardan colecciones maravillosas de canoas maoríes, tejidos, y también las fotografías de los inmigrantes ingleses y sus pertenencias, entre las cuales no faltaban los pianos de cola, como en la afamada película. En el medio del museo está la Sala de la vergüenza, donde grandes fotografías de jefes maoríes asesinados observan al visitante con una mirada de pregunta silenciosa. ¿Era necesario que nos mataran para fundar esta nación? Don Manuel Namuncura, con su traje de general galoneado, hijo de Calfucura, el salinero, jefe de la dinastía de los Piedra (al decir de Estanislao Zeballos), fue llevado prisionero a la isla de Martín García en el medio del Río de la Plata, junto con centenares de indios pampas (algunos sostienen que fueron más de dos mil). ¿Era necesaria esa sangre para la construcción de la nación?[3]

Sarmiento era sanjuanino, y en ese sentido “fronterizo”. Es argentino de tomo y lomo, pero vivió en Chile largas temporadas. Las ideas sarmientinas se expandieron desde el Pacífico al Atlántico, cruzaron la Cordillera para uno y otro lado. Impregnaron las primeras lecturas, los libros destinados a los niños y sobre todo la cultura de los maestros primarios, los “normalistas”. Se dice que la escuela formó la nación. Al llegar Sarmiento a la presidencia, en cifras gruesas, en Argentina vivía un millón setecientos mil personas, de las cuales un millón eran analfabetas; la barbarie que había que erradicar. Cambió con la inmigración y la escuela, que transformó esa masa confusa de “razas” en ciudadanos argentinos. El bibliotecario de la calle Córdoba, de Borges, se sentía “hondamente argentino”, y el error de su vida fue “cruzar Rivadavia” e ir al sur.

Sarmiento se da cuenta de que las ideas raciales que predicaba operaban con matices de diferencia entre Chile y Argentina. No por casualidad cita La Araucana de Ercilla y Zúñiga. Chile nace con una epopeya, la cual es absolutamente ajena a la argentinidad. No podía hacer caso omiso a este hecho determinante. Alguna contaminación romántica entre ambas bandas cordilleranas hubo en la Logia Lautaro. Los independentistas vieron en el ancestro araucano un antecesor en las guerras contra España; pero a mediados del siglo antepasado, ya la emocionada mirada se contamina con las ideas maniqueas de Civilización y barbarie. Benjamín Vicuña Mackenna, en Chile, y Sarmiento, entre ambas bandas, reniegan del anclaje americano y sólo lo observan como una rémora del pasado que hay que “extirpar”.

Pero una diferencia se mantendrá. Roca avanza con sus tropas, al decir de Zeballos, las 10 mil leguas y regresa triunfante a ser presidente de la República. Manuel Recabarren, ministro del Interior, dirige las tropas al sur y junto al general Gregorio Urrutia avanzan cientos de kilómetros de fronteras y ocupan militarmente la Araucanía… Nadie en Chile se vanagloria demasiado de esa maniobra. Los dos ejércitos lo hacen de modo coordinado en una suerte de antecedente o prehistoria del mal recordado plan Cóndor. Los salvajes o bárbaros de ayer y de hoy, finalmente, son quienes han logrado que los ejércitos se unan y coordinen, lo que es lamentable. Diferente fue el triunfo chileno en la guerra del Pacífico, también con un fuerte contenido de desprecio racial, contra bolivianos y peruanos. Ahí están las estatuas de Baquedano en medio de la ciudad de Santiago; y de los conquistadores del sur, en contrario, no hay ni plazas, ni calles de algún mínimo nombradío. Una suerte de vergüenza se apoderó de los historiadores, tanto así que esa campaña no aparece ni en las historias de Chile ni en las efemérides militares cuando en Chile se cumplían los cien años de la fundación del fuerte Temuco. Por el contrario, al cumplirse esas fechas, Argentina, también en plena dictadura militar, publicó libros oficiales, desplegó estatuas y no tuvo vergüenza alguna de su historia.

V

“Cuando las cosas son así, es que no son de otra manera” dicen que decía un presidente conservador de Chile. Y es evidente que el proyecto civilizatorio encarnado por Domingo Faustino Sarmiento fue el que fue, tuvo las consecuencias que tuvo y se agotó absolutamente en la actualidad. Nadie con un mínimo de sensatez puede pensar en reproducir la tríada sarmientista del blanqueo de la sociedad vía la inmigración, la educación y la limitación de la integración racial, el mestizaje.

Quizá lo que dio y sigue dando credibilidad a este tipo de pensamiento es que sus contrarios son igualmente delirantes. Pensemos en Vasconcelos y La raza cósmica releída hoy en día y aclamada por los inmigrantes chicanos en Estados Unidos. Éste es un texto paralelo al de Gilberto Freyre en Brasil, la nunca mal ponderada Casa-grande y senzala, que lleva a Oscar Niemeyer no solamente a darle el prólogo, sino a decir que el Palacio de Gobierno en Brasilia es la casa-grande freyriana. En estos dos casos la civilización consistirá en la superación de las razas en su encuentro fecundo, el mestizaje generalizado y fomentado por el Estado a modo de conducir a esas sociedades a la “civilización brasileira” o a la “raza cósmica”; combinación de todas las razas, como está construida la Secretaría de Educación Pública de México, en donde cada columna tiene un color —blanco, negro, amarillo y cobrizo— sosteniendo la cúpula en que se sintetizan todas las razas del mundo en la de carácter “cósmico”.

Sería un grave error echarle la culpa a Sarmiento en este caso de las complejidades del presente, pero no cabe duda de que ese pensamiento es parte del problema y no de la solución. La crítica, por tanto, se hace necesaria y sería una deshonestidad intelectual escamotearla. Por ello la publicación de este libro tiene un alto contenido pedagógico; no por lo que dice, sino por lo que no debiera decir.

Buenos Aires, junio de 2016

[1] José Bengoa (Chile, 1945) es profesor universitario y autor de —entre otros libros— Historia del pueblo mapuche (siglo xix y xx) y La emergencia indígena en América Latina.

[2] S. Molloy et al., Sarmiento. Diez fragmentos comentados, Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras- Universidad de Buenos Aires, 2016. La conocida filósofa Adriana Puiggrós señala que a Sarmiento “civilizar le parece indispensable aunque desconfíe de las posibilidades de aprender de los nativos”, sin agregar ningún comentario crítico acerca de los conceptos usados ni de su validez: “civilizar”, “nativos”, “aprender”, etc. (p. 49). Una excepción a esta regla generalizada es Carlos Gamerro, escritor y crítico literario, quien realiza una crítica que compartimos en su libro Facundo o Martín Fierro. Los libros que inventaron la Argentina (Buenos Aires, Sudamericana, 2015).

[3] Gamerro lo compara con lo ocurrido en el Río de la Plata cien años después.