Pedro Cortés Barrero

 

El chico de la barba erizada

 

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Primera edición: diciembre de 2018

 

© Grupo Editorial Insólitas

© Pedro Cortés Barrero

 

ISBN: 978-84-17300-28-9

ISBN Digital: 978-84-17300-29-6

 

Ediciones Lacre

Monte Esquinza, 37

28010 Madrid

info@edicioneslacre.com

www.edicioneslacre.com

 

IMPRESO EN ESPAÑA - UNIÓN EUROPEA

 

 

Capítulo 1

Aquella mañana Ricardo Mañosa la recordaría para el resto de su vida, la noche se le había alargado en exceso entre pesadillas. Cuando se despertó notó los hilos colgando de su cara abotargada. Se pasó la mano por la barba y un grito reprimido se le escapó de su boca. Miró atónito la almohada que se deshacía en múltiples cortes.

Ricardo, Ricardito para su madre, había sido un niño un tanto retraído, que parecía vivir en un temor constante y al que la vida no le había dotado de una gran inteligencia social. No es que no tuviera amigos, que sí los tenía aunque su número era escaso e iban desapareciendo a medida que crecía. En el colegio siempre se las apañó para pasar desapercibido. Las pocas veces que otros compañeros se habían metido con él, había sabido mantener las apariencias, aunque en su interior bullía aquel temor atávico que lo poseía. Esto le había transformado en un maestro del camuflaje, de tal manera que llegaba a mimetizarse con el paisaje que le rodeaba resultando la mayor parte de las veces invisible a todos los que le rodeaban. Solo una vez los profesores le habían preguntado a lo largo de aquellos años y supo desviar de inmediato la atención a otro alumno, aunque estuvo a punto de mearse encima. Cuando acabó el colegio, decidió, con el beneplácito de su madre, matricularse en un curso a distancia de informática y pronto su vida se redujo a lo que la pantalla le proporcionaba y a los excelsos cuidados de su progenitora, que a pesar de su edad le seguía llamando Ricardito y proyectaba en él amor, protección e inseguridad a partes iguales. Acabó el curso con matrícula de honor entre las alabanzas de su madre y el pánico al mundo exterior.

A todo esto Ricardo hacía tiempo había dejado atrás la etapa de adolescente, su cuerpo, que se había estirado con ahínco en los últimos años, comenzaba a adquirir una cierta consistencia y en conjunto tenía un aspecto bastante armónico a pesar de su falta de masa muscular. Su cara sin embargo aún conservaba parte de sus rasgos infantiles, que se acentuaban por ser totalmente barbilampiño, y de los cuales su madre parecía estar enamorada, y eso a pesar de que su rostro se había alargado con un mentón que rompía la bisoñez de su cara. Sus ojos se abrían como dos ventanas al mundo, un poco achinados por la persistencia delante de la pantalla y una nariz pequeña que dejaba sin energía a la cara. Todo ello se completaba con un pelo tirando a rubio que le caía en pequeños bucles sobre la frente y por lo cual siempre su madre lo había considerado como un ángel. Su carácter estaba en consonancia con su físico. Todos aquellos años encerrado, solo habían hecho que aumentar su temor y se mostraba siempre dispuesto a la huida ante el menor problema que se le presentase. Pero delante del ordenador Ricardo era una especie de genio, descubrió con facilidad los misterios que le permitían la comunicación, de tal manera que pocas cosas de sus códigos le resultaban inaccesibles, además, su mente analítica se desplegaba con facilidad ante la dificultad de los problemas informáticos.

Cuando cumplió veinticuatro años, su padre, del cual había heredado la habilidad del camuflaje, hasta ahora ausente, apareció un día ante él y le preguntó directamente que qué pensaba hacer con su vida. La pregunta le cogió desprevenido y no supo qué responder, al momento se dio cuenta de que no tenía ninguna respuesta a aquella pregunta. Su padre prosiguió, ya es hora de que dejes de comer la sopa boba y te busques un trabajo. Ricardo buscó con la mirada la ayuda de su madre, pero su padre ya lo había previsto y había procurado que ella no estuviera y del bolsillo se sacó un trozo de papel de diario que le entregó. Ricardo leyó con atención el anuncio «Importante empresa necesita informático razón…». Las piernas empezaron a temblarle.

Las discusiones de sus padres se hicieron cada vez más frecuentes, sabía perfectamente que él era el causante de ellas. Así que por fin aquel día se armó de valor, cogió el teléfono y llamó al número que figuraba en el anuncio, a medida que su cuerpo sudaba bajo la tensión. La dulce voz de una señorita le volvió a la realidad, carraspeó varias veces antes de que su voz se hiciera perceptible.

—Llamo por lo del anuncio.

—¡Perdón! —le respondió de nuevo con amabilidad la voz.

—Llamo por lo del anunció de informática —dijo por fin con una voz que le pareció excesivamente aguda.

—Dígame su nombre por favor.

—Ricardo Mañosa.

—Bien, señor Mañosa. La prueba se efectuará el próximo lunes a las doce y media en nuestras oficinas, procure llegar un poco antes. Muchas gracias.

Colgó el teléfono, con un pequeño sentimiento de orgullo, por fin lo había hecho. Los días parecían ir a su bola, unas veces daban la sensación de despeñarse por un torrente y enseguida comenzaba a sudar y otras veces le parecía que se atascaban en este suplicio al que estaba sometido. Por fin llegó el lunes, su madre le preparó el desayuno que no pudo probar y le llevó el único traje que tenía y que se había esmerado tanto en planchar. Cuando se lo puso, su madre se lo comió literalmente a besos entre muestras de alegría y suspiros. Tenía que marchar ya, su padre, quizás temiendo una deserción en el último momento, dejó por un día el trabajo y se prestó a llevarlo. Cuando lo vio llegar con el traje y la huella del peine de su madre aún en el pelo, gritó como no le había escuchado casi nunca. ¡Coño, que no vas a una boda hijo! Anda ve y ponte una ropa normal, que se vea que eres un trabajador y no un meapilas de esos que no hacen nada. A pesar del llanto de su madre, esta vez Ricardo hizo caso a su padre y se vistió con una camisa y una cazadora. En el trayecto apenas si intercambiaron palabra, pero cuando llegaron, su padre le abrazó y le dijo, ánimo, Ricardo, que no te van a comer. Él se limitó a no contestar.

Ricardo subió las escaleras y se resguardó detrás de la puerta, esperando que el coche de su padre marchara. Comenzaba a salir cuando un guardia de seguridad, vestido a la usanza, le interpeló. Se volvió sorprendido sin atinar a decir una palabra y con un gesto torpe le enseñó el papel del anuncio que llevaba en el bolsillo.

—Ah, viene usted por lo del anuncio. Es en la tercera planta, es un poco difícil de acertar a la primera, le acompañaré. —La voz del guardia ahora sonaba jovial y amistosa.

—Muchas gracias —consiguió decir al fin Ricardo, que miraba a través de una ventana la huida imposible hacia la calle.

—Ya es el quinto o sexto que llega. La plaza parece que es interesante y la empresa es muy buena. ¡Ánimo! —le dijo— ante su mutismo que debió de considerar como síntoma de los nervios. Lo acompañó hasta una gran puerta corredera que se abrió ante su presencia y se despidió deseándole mucha suerte.

Cuando cruzó la puerta, la luz artificial superaba con creces a la luz diurna de afuera. Una señorita, vestida con un traje azul, le saludó desde una especie de mostrador con una sonrisa amable y profesional.

—Buenos días, señor. Su nombre por favor.

—Ricardo Mañosa —contestó con voz apenas audible.

—Acompáñeme, por favor.

Cuando se levantó, Ricardo se quedó por un momento perdido en sus largas piernas. Su cara era preciosa y fuera de su cubículo parecía aún más guapa y amable. La siguió a través de un largo pasillo que se abría a distancias regulares en amplias salas donde se movían personas que aparentaban ser felices. Su acompañante caminaba uno o dos pasos por delante de él y ondeaba sus caderas como aquellas modelos que aparecían en los desfiles de la televisión. Al final abrió una puerta, le invitó a entrar y le dijo que ya le llamarían.

La sala no era excesivamente grande, y la presencia de otros, supuso candidatos, le sorprendió. En uno de los lados tenía un amplio sofá en el que se sentaban tres personas y en las otras dos paredes había una especie de silloncitos que las recubrían totalmente. Varios de ellos estaban ocupados, así que se sentó en el primero que encontró libre. Sentía que aquel lugar como tantos otros le era ajeno. Respondió con un escueto hola al saludo de todos los otros y agachó la cabeza sin saber qué más decir. Se sorprendió mirando de reojo a cada uno de sus competidores. Dos de los que estaban sentados en el sofá delante de él vestían traje y tenían un cuerpo al parecer modulado por largas horas de gimnasio, en medio de ellos se sentaba un joven que lucía una incipiente coleta y que no despegaba los ojos de la revista que tenía entre sus manos. A su lado se sentaba la única chica del grupo. Parecía tan nerviosa como él y sonreía de una manera un tanto estúpida cuando la mirada de alguno se posaba en ella. De los otros dos, uno parecía muy joven y se envolvía en una sudadera y el otro daba la impresión de ser mucho mayor que todos los demás.

La situación ya de por sí incomoda se acrecentaba a medida que el tiempo pasaba. A Ricardo le recordaba aquella obra de teatro que había ido a ver cuando estaba en el colegio, «El método Gronholm» creía que se llamaba y que le había impresionado tanto. La analogía era evidente, en ella también un grupo de aspirantes a un puesto de trabajo se encontraban en una sala parecida a aquella y entre ellos se desataban la paranoia y los problemas psicológicos. Enseguida se dio cuenta de que no lo podría resistir, la sudoración y la taquicardia hicieron su presencia, mientras miraba una y otra vez a la puerta buscando una salida, pero estaba atado a la silla y permaneció allí.

Uno de los dos trajeados se levanta y camina, como enjaulado por la pequeña sala, se acerca a la puerta, pero no se atreve a abrirla. Por fin se da por vencido y vuelve a su posición.

—¿Todos estáis aquí por el puesto de seguridad informática? —pregunta, una vez arrellanado de nuevo en el sofá. El sí es unánime.

—¿Alguno sabe a qué tipo de pruebas nos someterán? —La respuesta es un no unánime. —Parece que la tensión va disminuyendo.

—¿Todos sois ingenieros informáticos? —La respuesta ahora es un si unánime. La chica de al lado le pregunta a Ricardo, en qué universidad había estudiado. La pregunta le cogió desprevenido pero la chica le sonríe con amabilidad.

—No he estudiado en la Universidad —contesta esperando que los otros no le escuchen, pero el que habla se ha fijado en él.

—¿Has estudiado Formación Profesional?

—No, tampoco he hecho algunos cursos online. —La humillación era evidente, todos tenían los ojos puestos en él.

Por suerte en aquel momento se abrió la puerta y la chica de las largas piernas, ahora con un bloc en la mano, entró en la estancia. Recitó uno a uno los nombres de los otros seis aspirantes hasta llegar al suyo. Una suerte de desdén pareció cubrirle cuando se pronunció su nombre. Fueron acompañados hasta una sala llena de ordenadores y les invitaron a sentarse.

—Buenos días a todos. —La voz sonaba ampulosa—. En la pantalla verán el problema que han de resolver, tienen ustedes un máximo de dos horas para hacerlo. Les deseo suerte.

Los aspirantes miraron la pantalla que ocupaba toda una pared, en la que de modo secuencial fueron apareciendo todas las instrucciones del problema. Ricardo escuchaba los suspiros de los otros aspirantes, al tiempo que agradecía que la prueba no fuera oral. Encendió el ordenador, los nervios parecían remitir, a diferencia de sus contendientes, dedicó un tiempo a analizar las características del ordenador hasta familiarizarse con él. El problema no parecía en sí excesivamente complejo y se trataba de desarrollar un programa para resolverlo. De todas formas, repasó mentalmente los pasos estudiados para la resolución de problemas informáticos:

1. Análisis del problema.

2. Diseño o desarrollo de un algoritmo

3. Transformación del algoritmo en un programa (codificación).

4. Ejecución y validación del programa.

Ricardo no estaba seguro de querer aquel empleo, pero siguió los pasos con meticulosidad y al cabo de poco más de media hora dio con la solución al problema. Lo transformó en un pequeño programa e incluso añadió sin apenas apercibirse de ello una pequeña genialidad a la solución. Uno de los dos que vigiaban la prueba se fijó en él. Hacía rato que había dejado de teclear y miraba atento a la pantalla. Se acercó a él y le preguntó si tenía algún problema. Se sobresaltó ante su presencia y balbuceando le contestó que ya había terminado.

—Hágalo funcionar, por favor. —Ricardo accionó una tecla y el programa se puso en marcha. Un OK y una cara sonriente aparecieron en la pantalla—. Espere en la sala.

Otra vez volvieron a recorrer el mismo camino precedidos por la excelsa figura de la chica de las piernas largas, cuyos tacones repicaban en el brillante suelo dejando un áurea musical, pero esta vez solo eran tres, la chica de la sonrisa bobalicona, el hablador del traje, que se dirigió a él con un despectivo, así que tú eres un friki de la informática. Ricardo sonrió emulando a la chica que caminaba a su lado sin contestar. El problema esta vez fue mucho más complejo y la solución se estrellaba una y otra vez contra la tozudez de lo inevitable, al final el programa se cerraba en un ciclo y volvía a comenzar. El tiempo pasaba y la solución no aparecía, sin embargo, parecía obvia y de pronto allí estaba con la belleza inexorable de la simplicidad. No se podía resolver por partes, se tenía que pasar de las partes al todo y allí estaba la solución. Ricardo se emocionó ante la complejidad del problema y la belleza de la simplicidad de la solución. Reescribió el programa y se centró en la mejora, ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor.

 

 

Capítulo 2

Y así fue como Ricardo Mañosa, Ricardito para su madre, fue elegido para su primer, y único hasta ahora, trabajo. Cuando aquel día su padre, como la vez anterior, lo dejó en la puerta de la empresa le aseguró que era el último día que lo llevaba, él no podía llegar tarde a su trabajo. Cuando entró le recibieron tan ceremoniosamente que se sintió totalmente abrumado. La guapa y profesional recepcionista, se levantó nada más verlo entrar y le saludó con la más deliciosa de las sonrisas.

—Me llamo Carol —dijo alargándole la mano—. Si me necesita para alguna cosa ya sabe dónde estoy.

—Muchas gracias —balbuceó Ricardo.

Le condujo por un pasillo paralelo al que había transitado las otras veces. Ricardo mientras tanto intentaba procesar toda la información que su acompañante le transmitía. Su vista se perdía en el brillante suelo que reflejaba levemente sus figuras, y donde la corta falda de su acompañante le mostraba una vez más sus largas y moldeadas piernas. Lo dejó con una leve sonrisa en la puerta de una gran sala, en ella se encontraban unas diez personas que no separaban la vista de sus pantallas. El que parecía ser el jefe, un hombre alto, de edad indefinida, con una elegancia natural marcada por la tendencia canosa de su cabello y por la exquisitez de su traje, se levantó.

—Soy el Sr. Rovira, jefe del departamento de contabilidad —dijo con voz grave y escueta tendiéndole la mano.

—Hola —contestó Ricardo mirándolo impresionado. Levantó con discreción sus ojos y se encontró con una sonrisa abierta, marcada por unas arrugas, que jugaban a ser rebeldes, en su cara.

—Bienvenido a la empresa, por ahora se quedará en nuestro departamento. —Y volviéndose hacía la sala dijo—. Les presento al señor Ricardo Mañosa, nuestro nuevo encargado de seguridad informática.

Como movidos por un resorte todos se levantaron. Pudo observar que la mayoría eran jóvenes atractivas que le sonreían con afectación. Sin más preámbulos le condujeron a una amplia mesa situada cerca de uno de los grandes ventanales.

—Este será su lugar de trabajo, encima de la mesa encontrará todo lo necesario para familiarizarse con su labor. Léalo con detenimiento y ante cualquier duda, no dude en preguntar.

—Muchas gracias —dijo Ricardo, para el cual la situación comenzaba a ser embarazosa.

Cuando el jefe se marchó, miró a su alrededor encontrándose todas las miradas puestas en él. Enseguida se apercibió de que su lugar de trabajo, no solo era más grande que el de sus nuevos compañeros, sino que además gozaba de una situación privilegiada. En el transcurso de la selección ni él había preguntado ni le habían informado de la cuantía de su sueldo.

Huyó de los ojos que lo escrutaban y se fijó por primera vez en las dos carpetas que había sobre la mesa. Abrió la primera y se encontró con una serie de documentos que describían la actividad de la empresa. Intentó concentrarse en la lectura de los datos y gráficos que con gran profusión le saltaban a la vista, pero su cabeza se escapaba por todas las experiencias vividas aquel día. La pantalla del ordenador le devolvió su imagen, reparó en sus facciones y en su vestimenta que tanto contrastaban con las de sus compañeros de trabajo. Sus ojos se posaron en la segunda carpeta que le informaba sobre la estructura informática de la empresa. Desde la sede central, que era donde al parecer se encontraba, hasta todas las sucursales repartidas al menos por diecinueve países. Le llamó la atención el incesante flujo de información que al parecer partía desde la sede central hasta las diferentes sucursales. Una serie de símbolos que no llegaba a comprender, aparecían una y otra vez marcados en rojo. Buscó afanosamente el significado de esos símbolos, sin lograr descifrar de qué se trataba. Sus manos comenzaron a sudar y un picor extraño le invadió su cuerpo. ¿Debía levantarse e ir a preguntar por el significado de los mismos? El miedo le paralizaba y le impedía moverse y su cerebro como protección le amenazaba con desmayarse. Por fin dio con lo que buscaba, allá al final en un anexo aparecían todos los símbolos con su significado y una pequeña explicación de los mismos. Era lo que ya se había imaginado, fallos del sistema. A partir de ese momento el tiempo corrió a su favor, el sudor y la sensación de mareo hacía rato que habían desaparecido. Y apenas sus ojos habían conseguido escaparse un par de veces del documento. Cuando levantó la vista se encontró con la encantadora sonrisa de una de las compañeras de trabajo.

—Perdón señor, pero la jornada ya ha terminado. Algunos de nosotros nos quedamos a comer en el comedor de la empresa. ¿Nos quiere acompañar?

—No gracias —consiguió al fin decir, impresionado por la palabra señor, mientras torpemente se apartaba un rizo de la frente y la joven se marchaba con la decepción marcada en el rostro.

Al día siguiente la situación fue prácticamente idéntica a la anterior. Se enfrascó en el estudio de la estructura informática, hasta tener una idea más o menos clara de su funcionamiento y volvió a rehusar el ofrecimiento de la comida en la empresa. El hambre le azotaba mientras recorría calles y cogía el metro para volver a casa, donde le esperaba la comida y la protección de su madre. Se sentía infinitamente cansado. El tercer día cuando llegó al trabajo, volvió a camuflarse detrás de los documentos y por fin se atrevió a encender el ordenador, el logotipo y la sonrisa de una joven le saludaron. Comenzó a indagar por el programario instalado cuando la chica de la recepción, más guapa aún si cabe que los días anteriores, se plantó delante de él.

—Señor Mañosa —dijo con un cierto retintín—. Le convocan a una reunión, por favor acompáñeme.

—Sí, gracias. —Cuando se levantó advirtió que a pesar de su altura, la chica con los zapatos de tacón le sobrepasaba. Salieron de la sala llevándose todas las miradas de las otras jóvenes.

La sala donde se celebraba la reunión era alargada y las paredes, a excepción de las ventanas estaban recubiertas con madera. En el centro había una gran mesa ovalada donde se sentaban cuatro personas, una de ellas era el señor Rovira el jefe del departamento de contabilidad que le presentó a los demás, otro era el que junto a él había estado en las pruebas de selección y que fue presentado como jefe del departamento de informática y con el cual tendría que trabajar en el futuro. Los otros dos parecían ser dos jefes importantes de la empresa.

—Siéntese, señor Mañosa —le dijo el señor Rovira que al parecer era su jefe directo, una vez presentado a los asistentes.

—Gracias —dijo una vez más Ricardo, sintiéndose totalmente perdido. Admiró la elegancia de los presentes, todos con traje y corbata y recordó los esfuerzos de su madre para que él se pusiera el suyo. No pegaba en absoluto en aquella reunión.

El que fue presentado como director Gerente, elegante, de unos cuarenta y cinco años más o menos, con el pelo escrupulosamente cortado, la frente algo huidiza y unas facciones que parecían sacadas de una película, les invitó a abrir la carpeta que tenían delante al tiempo que una pantalla se deslizaba por la pared. La carpeta contenía algunos documentos, que ya conocía, de una de las que le habían entregado y otros datos que parecían reservados solo a los jefes de la empresa. La proyección avanzaba y la voz del Gerente cada vez parecía más vehemente. Sus ojos se abrían en aspiraciones de inteligencia, su nariz algo aguileña mostraba su carácter y se precipitaba sobre una boca de sonrisa perenne, los otros asistentes asentían cuando eran requeridos, mientras que a Ricardo los datos se le agolpaban en la cabeza de una forma más o menos caótica.

—¿Sabe por qué está usted aquí, señor Mañosa? —Ricardo saltó angustiado sobre la silla, al tiempo que le parecía notar una mirada condescendiente sobre él.

—No señor —logró decir por fin.

—Pues mire —continúo el director Gerente—. A pesar de los magníficos resultados de la empresa, no nos podemos quejar por ello, estos son menores de lo esperado y todo por problemas de seguridad informática. —Todos los ojos quedaron fijos en él—. Supongo que en estos dos días, en que le hemos dejado tranquilo, habrá usted podido echar una ojeada a nuestra estructura como empresa. Lo que requerimos de usted es cimentar nuestra seguridad, para que no se vea atacada por amenazas externas, ya sean virus, piratería u otras que usted debe conocer bien. Quisiéramos conocer su opinión acerca de ello. —El Gerente se paró en seco dejando su petición en el aire. Cuando Ricardo levantó la mirada se encontró con todos los ojos fijos en él y la sonrisa un tanto sarcástica de uno de los jefes

—Bien —dijo después de una tensa espera y con sus ojos fijos en la mesa—. Como usted ha dicho, he mirado la estructura informática de la empresa. —El sudor que con la tensión siempre le asaltaba comenzó su drenaje por las axilas y espalda. El bolígrafo que sostenía en la mano y con el cual intentaba apaciguar sus nervios se precipitó un par de veces sobre la mesa—. Y me ha parecido excesivamente compleja y como usted dice muy vulnerable.

—La complejidad está en función del tamaño de la empresa —respondió el de la sonrisa irónica y que al parecer era el jefe del área comercial.

—Por favor, espere a escuchar la explicación completa. Continúe señor Mañosa.

—Bueno, solo me lo ha parecido, quizás no lo he estudiado con la atención que requiere —dijo quedando una vez más en evidencia.

—Nos hacemos cargo de ello, y por tanto no se preocupe si algunas de sus opiniones no son del todo correctas. Llevamos más de dos años con los problemas, no esperamos que usted los solucione en un día —dijo mirando al que le había replicado—. ¿Por qué cree usted que es excesivamente compleja? ¿Y qué cree que deberíamos hacer para solucionar esos problemas? Piense que el año pasado la empresa dedicó más de un millón de euros a mejorar la estructura informática. —Y dirigió una mirada inquisitiva al jefe de informática.

—No lo sé, señor. —Se atrevió a decir ante lo que parecía una señal de amabilidad del Gerente—. El diseño en sí parece muy elemental, pero sobre él se han ido añadiendo partes que cabalgan y dificultan el funcionamiento del conjunto. La solución quizás sería diseñar una nueva o remodelar la actual, fortaleciendo los puntos débiles, pero no estoy seguro de ello, señor.

—Pues esa será su función. Se le proporcionarán todas las claves de nuestro sistema y ese será su único trabajo, mejorar la seguridad informática de la empresa. No tiene ningún plazo, pero la dedicación ha de ser absoluta y nadie le molestará por ello. Una vez al mes nos reuniremos aquí para que nos ponga al corriente de sus avances. Y cualquier cosa que necesite, su inmediato jefe el señor Rovira o el jefe de informática la pondrán a su disposición.

La reunión se dio por terminada. Todos los asistentes permanecieron en la sala charlando sobre diversos aspectos de la empresa. Ricardo alcanzó el pasillo en el momento que el Gerente Jefe salía por la puerta. «Tenemos muchas esperanzas puestas en usted», le dijo dejando fluir su voz, y entrando en uno de los despachos. El pasillo se le hizo largo. La vida fluía en todas las dependencias mientras él caminaba cabizbajo sin saber muy bien que pensar de todo aquello. Por una parte sentía la urgente necesidad de correr a su casa y refugiarse en la dulce protección de su madre y por otra parte sentía una rabia intensa y una necesidad de rebelarse contra ella y buscar el valor que ella le había negado. Se refugió en su mesa y se camufló detrás de la pantalla huyendo de las miradas que desde la simetría de la sala convergían hacia él.

Un mes llevaba dedicado a la función que le habían encomendado, los viajes desde su casa a la empresa se le hacían eternos. A pesar de ello ya se había acostumbrado a su nuevo ritmo. Se levantaba muy temprano y llegaba a casa rendido y muerto de hambre pasadas las cinco de la tarde. Desde hacía días su madre se empeñaba en prepararle un táper con comida, pero él se negaba obstinadamente. Como no tenía ningún horario fijo, iba a desayunar cuando todos habían vuelto y comía un bocadillo en la soledad del comedor esquivando la conversación de la camarera. A pesar de todo, su nueva vida, una vez superada la primera fase, no le parecía tan insoportable como se había imaginado. Las constantes peleas de sus padres por su causa se le hacían cada vez más difíciles de sobrellevar. Su madre le reprochaba una y otra vez a su padre que se negara a llevarlo y a recogerlo del trabajo, dejándolo expuesto a no sé cuántos peligros.

 

 

Capítulo 3

El primer mes había pasado rápido visto desde la rutina en la que se había instalado. Cuando llegaba se mimetizaba detrás de la pantalla del ordenador y las miradas hacia él se fueron espaciando. Todos sabían que estaba allí, pero su capacidad de relación seguía siendo nula y aparte de algunos comentarios irónicos o despectivos la vida seguía en aquella sala como si él no estuviera. Se entregó con la perseverancia de un desesperado a la solución de los problemas, que por lo que pudo ver eran múltiples. En realidad toda la estructura era una auténtica chapuza y no podía imaginar quién había diseñado todo aquello. Analizó cada uno de los problemas y los dividió en partes buscando soluciones parciales para después enfocar la solución global. Resolvió sin grandes dificultades el primero y el que le pareció más simple de los problemas y comprobó con felicidad el salto de calidad dado en la red. Un correo electrónico le comunicaba la convocatoria a una reunión para el día siguiente. Añoró la presencia de la recepcionista de largas piernas y sonrisa amable, y se centró en la preparación de la reunión, no quería volver a quedar como un estúpido.

Cuando llegó a la sala de reuniones, los otros asistentes de la reunión anterior, a excepción del director Gerente, ya se encontraban allí. Entró y se sentó en la silla más alejada de la cabecera de la mesa. Recibió un saludo frio de los presentes que continuaron con su charla como si él no estuviera.

—Buenos días, señores —dijo el director Gerente al entrar—. Como todos ustedes saben hoy es el día del análisis mensual de las actividades. La reunión no se puede alargar en exceso ya que tengo un compromiso, por lo tanto, les pido concreción en los temas a tratar. ¿Alguna pregunta?

Cada uno de los jefes explicó las peculiaridades de su sección, que incluían resultados, problemas y propuestas de innovación. Todos se ciñeron a la petición del Gerente a excepción del jefe comercial, que era un señor un poco entrado en carnes, con una cara sonrojada y una sonrisa que cambiaba de rastrera a sarcástica, según la categoría de la persona a la que iba dirigida y que entró en un discurso edulcorado sobre las bondades de las innovaciones introducidas por él y su repercusión en la mejora de los resultados. Hasta que el jefe le cortó de manera explícita, diciéndole que abreviara. Haciéndole notar que además los resultados aún no estaban consolidados y dando por acabadas las exposiciones de los jefes de sección.

—Usted señor Mañosa, tiene algo que comunicarnos sobre el encargo que se le hizo —dijo con una sonrisa afable.

—Bien señor. —Todas las caras se volvieron hacía Ricardo, que de nuevo comenzó a sudar, carraspeó varias veces, pero consiguió continuar—. He analizado el funcionamiento de toda la estructura y creo que ya se podrían introducir algunas mejoras.

—Díganos, ¿de qué mejoras se trata?

—Bueno, necesitaría algo de tiempo para explicarlo y quizás…

—¡Pues adelante! Comience. Mejor espere un momento. —Abrió el teléfono y anunció que llegaría un poco tarde a su compromiso.

—Podría utilizar la pantalla para explicarlo —dijo con aquella voz de pito que le salía en los momentos de nervios.

La pantalla inició su descenso con aquella especie de silbido tan característico. Ricardo se parapetó detrás de la pantalla del ordenador en el momento que la sala se quedaba a oscuras, apenas si podía ver de refilón las caras de los asistentes y la sonrisa ahora mordaz del jefe de comercial. Amparado en la oscuridad y la pantalla, su voz fue cogiendo consistencia, primero mostró cada uno de los nodos en los que la empresa había detectado algún problema, para después, analizarlos y señalar las dificultades reales en cada uno de ellos, en segundo lugar, indicó las distintas fases para su solución sin que toda la estructura dejara de funcionar y por último propuso la solución global integrando todas las partes. Todos se volvieron a mirarlo, su jefe directo le sonreía y el que al parecer se había declarado su enemigo le miraba con enemistad.

—Muy bien señor Mañosa. Es un buen inicio —dijo el Gerente que miraba, ahora sí, su reloj—. ¿Cuándo podrá tener alguna solución a los problemas?

—He introducido una pequeña mejora para solucionar el primer problema. Si lo desea se lo puedo mostrar.

—Se está haciendo muy tarde y usted tiene compromisos —dijo el de la sonrisa cambiante.

—Veámosla —dijo el Gerente.

El programa comenzó a correr y la artificiosidad de todo el engranaje se desmontó ante la simplicidad y la eficacia de la solución. Ricardo se sintió por primera vez recompensado por alguien diferente a su madre. Salió de la reunión un poco más persona que entró.

Aquel jueves, como tantos otros días, era el último en abandonar la sala. Se agazapó en los pasillos para esquivar las voces alegres del grupo de chicas que se dirigían animadamente al comedor de la empresa. Fuera, a través de las inmensas cristaleras, el otoño comenzaba a colorear las hojas de los árboles. Cuando cruzó la puerta de salida de la empresa, le saludó con un leve movimiento de cabeza el portero del inmueble en el mismo momento que su teléfono comenzó a sonar. Otra vez la pesada de mi madre dijo con cierto fastidio. Durante la mañana ya le había llamado dos veces y solo la precaución de ponerlo en silencio le había ahorrado el bochorno. Dio dos o tres grandes zancadas para alejarse de la puerta antes de decidirse a cogerlo.

—Buenos días señor Mañosa. —La voz respiraba energía y jovialidad—. Soy el director de la sucursal de la caja de ahorros de su barrio, me gustaría que se pasara por nuestras oficinas, quisiera comentarle alguna cosa. Hoy jueves nuestra oficina está abierta por la tarde y sería un buen momento.

—De acuerdo —contestó sin apenas pararse a pensar en lo que ello significaba.