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Índice

Tapa

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Colección

Portada

Copyright

Dedicatoria

Agradecimientos

Palabras preliminares (por Carlos Díaz)

“Tirá esa corbata” (por Claudio Martínez)

De la militancia estudiantil al Ministerio de Economía (con José Natanson)

La difícil reindustrialización de la Argentina (con Marcelo Zlotogwiazda)

“En economía, si no se entiende es porque te están mintiendo” (con Adrián Paenza)

YPF y el camino a la soberanía energética (con Pablo Camaití)

Los fondos buitre y el huevo de la serpiente (con Horacio Verbitsky)

“¡Es el Estado, estúpido!”. Pensar la Argentina en un contexto de crisis mundial (con Víctor Hugo Morales)

“Los muertos no pagan sus deudas”. Desendeudamiento, reindustrialización y buitres (con Emir Sader)

Sobre la ortodoxia económica y el “club devaluador” (con Joaquín Morales Solá)

Habitar el mundo peronista (con Alejandro Dolina, charla abierta moderada por Martín Jáuregui)

colección

singular

Axel Kicillof

DIÁLOGOS SIN CORBATA

Para pensar la economía, la política (y algunas cosas más) en el siglo XXI

conversaciones con

Pablo Camaití

Alejandro Dolina

Víctor Hugo Morales

Joaquín Morales Solá

José Natanson

Adrián Paenza

Emir Sader

Horacio Verbitsky

Marcelo Zlotogwiazda

Kicillof, Axel

© 2015, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

Palabras preliminares

por Carlos Díaz[*]

Allá por el año 2004, el economista Eduardo Basualdo –autor y estrecho colaborador de Siglo XXI, además de un referente para muchos– me habló maravillas de un profesor joven que se había incorporado a su equipo en la maestría de Economía Política de Flacso. Me llamó la atención el entusiasmo de Eduardo, porque él no suele repartir elogios a la ligera, pero también me sorprendió la edad del personaje en cuestión, que tendría unos treinta y tres años. Se trataba de Axel Kicillof.

Ese mismo año publicamos Entre la equidad y el crecimiento. Ascenso y caída de la economía argentina, un libro de Pablo Gerchunoff y Lucas Llach. Kicillof y un grupo de amigos y amigas economistas se habían reunido para leerlo y discutirlo. Recuerdo que fueron críticos con la obra. Como pude comprobar al conversar con ellos y ver las reseñas y los comentarios que luego aparecieron en la prensa, habían hecho un notable trabajo para fundamentar su posición: ninguna apreciación era liviana ni superficial. Ese grupo fue, al menos eso creo, la base para lo que luego se conoció como CENDA (Centro de Estudios para el Desarrollo Argentino). Yo conocía a varios de los que formaban parte o estaban cerca de ese proyecto, ya fuera porque habíamos sido amigos de la escuela primaria, compañeros de militancia en la secundaria o por haber compartido espacios de sociabilidad y amigos en la universidad. Todos estaban desarrollando una sólida carrera académica, y era evidente su compromiso con la política.

Aunque para esa época todavía costara pensar en un Estado capaz de capitalizar una contribución intelectual semejante, era previsible que de ese semillero de cuadros surgiera, años después, una camada de funcionarios brillantes, con inquietudes académicas y sentido crítico. De hecho, debemos celebrar que compañeras y compañeros formados en escuelas públicas, en universidades públicas, que manifestaron una clara vocación y un enorme compromiso con la realidad política de nuestro país, estén hoy en espacios muy importantes en la gestión de gobierno y, lo que es mejor, renueven y refresquen el panorama del funcionariado histórico.

Ahora bien, ¿por qué en un libro de Kicillof me refiero a sus compañeros de ruta y no exclusivamente a él? Justamente, porque creo que uno de los datos interesantes de esta experiencia es el recorrido y la construcción colectiva de ese grupo, del que tal vez Kicillof sea el mayor exponente. Los funcionarios más conocidos, que ocupan cargos con mucha responsabilidad, son la cara visible de un trabajo de discusión, formación y construcción en equipo. Trabajo que siempre resulta más arduo que el que se hace en el plano individual, pero que, cuando realmente funciona, da como resultado mayor densidad, consistencia y proyección en el tiempo. No me parece casual que, a lo largo de las entrevistas, Kicillof piense su propio lugar siempre en relación con una instancia colectiva de la que se siente parte.

Hace tiempo que tenía ganas de publicar alguna obra suya. Y aproximadamente un año atrás empezamos a intercambiar mails con la idea de hacer un libro juntos. Por obvios motivos, yo imaginaba que algo de eso recién podría concretarse cuando terminara su trabajo al frente del Ministerio de Economía. En el curso de estos años, cada vez que en la editorial publicábamos una obra que podía llegar a interesarle, se la hacía llegar y, para mi enorme sorpresa, cada tanto recibía mails con comentarios puntuales sobre alguna de ellas (por lo general, de nuestras colecciones de historia argentina), que revelaban una lectura cuidadosa y hacían que me preguntara de dónde sacaba Kicillof el tiempo y la concentración. Por ejemplo, el 29 de diciembre de 2014, cuando todos estábamos cerrando el año y pensando ya en el verano, recibí un mensaje de Axel con sus impresiones sobre el último libro de Tulio Halperin Donghi, que había leído “de un tirón”. Era crítico –no le había gustado mucho–, y aun así manifestaba su interés en seguir leyendo o discutiendo la obra de Halperin.

Durante este invierno de 2015 recibí un llamado de Claudio Martínez, un querido amigo y un productor excelente a quien conocí gracias a Adrián Paenza en 2005. Desde entonces, y también gracias a Adrián, que nos “juntó” durante años para que pensáramos presentaciones y actividades, lo considero un gran profesional, con quien me siento identificado y cómodo tanto por su forma de ser como por su especial vínculo con lo que produce. Imaginé que el motivo del llamado era meramente social, pero no: Claudio quería saber si me interesaba publicar un libro de Axel Kicillof. Me confundió, porque lo que me decía se superponía con cosas que yo había discutido previamente con Axel, así que no terminaba de entender lo que tenía en mente. Claudio había tenido una idea: Economía sin Corbata, que había plasmado en un proyecto televisivo riguroso, muy bien hecho, resuelto con creatividad y calidad, y veía la publicación de un libro como la coronación de ese programa. Luego de discutir y aclarar el asunto, le dije de inmediato que sí y que debíamos pensarlo bien en términos editoriales, para que el resultado fuera genuinamente interesante. Dejamos en claro que no se trataría de un libro de campaña y que era un proyecto que ambos deseábamos que existiera: buscábamos una obra de calidad, que fuera un testimonio original de una época.

Conversamos sobre el trabajo por realizar y, una vez tomada la decisión de hacerlo, nos reunimos en las oficinas de Siglo XXI con Axel Kicillof y Jesica Rey, su vocera, con el objetivo de consensuar los criterios editoriales y los pasos que íbamos a seguir. Para agilizar la charla y no complicar su agenda, yo había preparado un punteo de los temas centrales. Para mi grata sorpresa, el encuentro se extendió por un par de horas; Kicillof se mostró muy receptivo a todas las propuestas y quiso involucrarse a fondo en cada tópico que se planteaba. Incluso llegamos a pensar algunas ideas de tapa, cosa poco frecuente en una instancia tan preliminar.

Y ese es el origen del libro que el lector tiene en sus manos, resultado de una enorme tarea que involucró a todo el grupo de editores de Siglo XXI, especialmente a Federico Rubi, también a Claudio Martínez y a buena parte de su equipo de El Oso Producciones. Y, desde luego, a Axel Kicillof, Jesica Rey y Soledad Quereilhac, que hicieron un trabajo fabuloso en medio de compromisos académicos de unos y actividades de gestión de otros –como el viaje de mediados de septiembre para asistir en la ONU a la votación para proteger del accionar de los buitres las reestructuraciones de deudas soberanas–, en medio de la campaña por las elecciones de octubre y todas aquellas cosas que cualquiera puede imaginarse tan sólo leyendo los diarios –y que lógicamente a veces distraían a nuestro autor de su rutina de trabajo con el libro–. A todos y a todas, muchas gracias por el entusiasmo y el compromiso, que nos llevó incluso a trabajar los fines de semana. Valió la pena.

* * *

¿Cómo convertir en libro una serie de entrevistas pensadas inicialmente para la televisión y el cara a cara, respetando su espíritu de charlas abiertas sin edición ni recortes? Se imponen aquí algunas mínimas aclaraciones.

En cuanto al criterio de ordenamiento, optamos por el cronológico, es decir, por mantener la secuencia en la que las entrevistas salieron al aire. Pero hay algunas excepciones explicables. El libro abre con la entrevista de José Natanson, que es la más reciente y, al momento de enviar el material a imprenta, permanece inédita. Se trata de una charla alejada de la coyuntura política y económica y enfocada, en cambio, en la trayectoria personal y familiar de Axel como parte de una generación que creció durante la dictadura, en su experiencia en el mundo de la militancia estudiantil y en sus años de formación y carrera como docente e investigador. Además, como cierre del libro, incluimos dos charlas que no fueron parte de Economía sin Corbata: la entrevista de Joaquín Morales Solá, realizada en la redacción del diario La Nación, y la charla abierta con Alejandro Dolina y Martín Jáuregui, en el teatro Margarita Xirgu. Por el enfoque y los temas tratados, ambas funcionan como un excelente contrapunto de las entrevistas del programa.

La mayoría de las conversaciones están disponibles en línea para quien quiera consultarlas. Esto ayudó, en principio, a delimitar algunos criterios de edición: el principal, preservar –en la medida de lo posible– el orden y el desarrollo de los temas, sin desvirtuar el formato original. Por supuesto, se hicieron todos los cambios necesarios en el pasaje de una entrevista oral a la escritura (aquí, se trataba de ordenar la sintaxis, resolver las digresiones, las repeticiones y las frases incompletas, las reformulaciones) para que el texto ganara fluidez y agilidad. Como el autor pudo revisar las versiones escritas, hubo oportunidad de ajustar datos duros (las cifras mencionadas en casos concretos y ejemplos), así como de actualizar información. Por último, en aquellos fragmentos donde parecía necesario algún tipo de intervención, se agregó información complementaria o se desarrolló en profundidad algún argumento (desistimos de las notas al pie, para que no interrumpieran la lectura), respetando el espíritu de la entrevista.

Quisiera agradecer al diario La Nación y a Joaquín Morales Solá por la gentileza de permitirnos incluir la entrevista que formó parte del ciclo “Conversaciones”, al igual que a Alejandro Dolina y Martín Jáuregui por dejarnos reproducir su diálogo abierto con Kicillof. Vaya también un agradecimiento a todos los periodistas –Pablo Camaití, Víctor Hugo Morales, José Natanson, Adrián Paenza, Emir Sader, Horacio Verbitsky y Marcelo Zlotogwiazda–, quienes se entusiasmaron con el libro y accedieron a revisar las entrevistas y a escribir, para la apertura de cada una, presentaciones muy enriquecedoras que restituyen algo del clima o del contexto original de la charla, o bien de sus impresiones personales.

* Director editorial de Siglo XXI Editores.

“Tirá esa corbata”

por Claudio Martínez[*]

No logro recordar si fue en el año 2009 o en 2010. La precisión, en este caso, es irrelevante. Convocados por una agencia de publicidad, desde nuestra productora participamos en la realización de un video que se proponía recuperar el orgullo de los trabajadores de Aerolíneas Argentinas tras su reestatización.

El guion que hizo la agencia era excelente. Apelaba a distintos emblemas de la argentinidad, tanto deportivos como culturales, y los equiparaba con la recuperación de la línea aérea de bandera. Era emotivo y eficaz.

Llegó el momento de mostrárselo a las autoridades de la compañía. Lo vimos con el presidente Mariano Recalde y un grupo de sus colaboradores. Hubo aplausos y felicitaciones. Mariano puso cara de “me gusta”, pero pidió una segunda opinión: “Quiero que Axel lo vea”.

Yo no tenía idea de quién era Axel, ni qué papel desempeñaba en la empresa. Conocía a todos los que trabajaban en las áreas de comunicación y publicidad de Aerolíneas, y ninguno se llamaba Axel.

De repente se abrió la puerta y entró un pibe medio rubio, de treinta y pico, que apenas saludó a las quince personas que estábamos en la sala.

Mientras lo pasaban de nuevo yo miraba a ese tipo tan peculiar –sin corbata, sin pinta de gerente–, tratando de adivinar su veredicto.

Se apagó el proyector, se encendieron las luces y Axel destrozó el video con argumentos filosos y (desde mi orgullo de productor) muy discutibles. Tuvimos que hacer cambios, demasiados para mi gusto.

Así conocí a Axel Kicillof.

Pese a ese antecedente, su llegada a los primeros planos de la vida pública argentina me pareció un soplo de aire fresco; y sus batallas culturales contra el sentido común de la ortodoxia económica siempre me resultaron inspiradoras.

Por eso, cuando se presentó la oportunidad de producir un programa de economía en la Televisión Pública, no tuve dudas de que Axel debía cumplir un papel importante en el ciclo: era tan interesante como necesario crear un espacio capaz de explicar de qué modo y por qué, pese a que el viento de cola ya se convirtió en un huracán de frente, la Argentina sigue peleando contra los fondos buitre, defendiendo un modelo de reindustrialización, promoviendo el consumo y cuidando los puestos de trabajo.

Así, en marzo de 2015, cinco años después de nuestro desafortunado encuentro publicitario, y apostando a que mi rostro se perdiera en el anonimato de aquella reunión tan concurrida, entré al Ministerio de Economía para proponerle a Axel Kicillof una idea algo insólita: que una vez por mes nos permitiera entrevistarlo en un programa de televisión dedicado a la economía.

El esquema tenía aspiraciones de originalidad. En los programas periodísticos los entrevistados pasan y los conductores son permanentes. En este caso, invirtiendo esa lógica, pensamos en un entrevistado que, cada cuatro o cinco programas, converse con distintos periodistas, ajenos al equipo que conduce el ciclo. El invitado es permanente; los anfitriones, rotativos.

Más allá de cuestiones de formato televisivo, en ese encuentro propuse reglas de juego capaces de dar garantías a los periodistas que participaran: no se acuerda ningún sumario de temas y tampoco hay edición. Las entrevistas se emiten completas, sin importar lo que ocurra.

A Axel y a Jesica Rey, su vocera, les gustó la idea. Y así comenzó a materializarse una iniciativa con más riesgos que certezas. ¿Cómo proponer entrevistas distintas e interesantes con un mismo personaje? ¿Cómo lograr que periodistas ajenos al staff del ciclo y a quienes no puedo sugerirles un sumario transiten caminos diferentes en cada caso? Las respuestas aparecieron con el correr de las entrevistas.

Luego de grabar su nota con Axel, pero antes de su salida al aire, Horacio Verbitsky nos pidió autorización para publicar un anticipo de la charla en Página/12. Fue ese domingo, 12 de julio, cuando tuve la certeza de que estas entrevistas también funcionaban en formato gráfico. Y por mail se lo propuse a Jesica y a Axel: “Hagamos un libro con estas conversaciones. Son todas interesantes y muy diferentes entre sí”. La respuesta vino con el entusiasmo recargado: “Vamos para adelante. Hagámoslo con Carlos Díaz, de Siglo XXI”, escribió Axel.

La noticia no podía ser mejor. Me siento amigo de Carlos. Es una persona magnífica y un editor sensible y comprometido. Nos conocimos gracias a Adrián Paenza, ya que Siglo XXI fue la editorial de la exitosísima serie Matemática… ¿estás ahí? Como amigo y productor de los programas que conduce Adrián, me tocó acompañar ese suceso y colaborar con las presentaciones en sociedad de sus textos.

La participación de Carlos ordenó el tablero y permitió que todo nuestro entusiasmo se encaminara hacia un libro capaz de respetar el espíritu de las charlas que lo integran, pero fundamentalmente capaz de respetar a los lectores, con quienes Siglo XXI mantiene un pacto inalterable.

Un par de apuntes más sobre Axel: la reunión inaugural para avanzar con el libro se hizo en su casa de Parque Chas, frente a la Facultad de Agronomía, una mañana de invierno. Nunca había ido a su casa. Lo primero que me llamó la atención es que no hay nada en el entorno que indique que ahí vive una de las personas más importantes del país. Lo segundo fue que cuando toqué el timbre quien abrió la puerta fue el propio ministro de Economía. Raro, ¿no? No me atendió una persona vestida de mucama, ni un guardaespaldas, ni un jefe de ceremonial. Abrió el ministro en persona.

La segunda reunión por el libro fue en la oficina de Carlos Díaz en Siglo XXI. Es interesante resaltarlo porque muchos funcionarios confunden lo público con lo privado. Este libro es una iniciativa privada, en la que el ministro de Economía tiene una participación determinante, pero de ningún modo se trata de un hecho de gobierno. Por eso es sano y destacable que los encuentros hayan tenido lugar fuera del ministerio.

Por último, en aquella reunión de marzo de 2015 en la que propuse el formato de entrevistas para el programa, Axel me preguntó cómo se iba a llamar el ciclo. “Sin corbata”, le dije. Él tenía anotado un título muy similar: “Economía sin corbata”. Feliz coincidencia que disparó una charla sobre sus motivos para no usar una. No sé si es de su autoría, pero el siguiente comentario me pareció muy feliz: “El nudo de la corbata corta el circuito entre el corazón y el cerebro”, me dijo. Esa frase me quedó dando vueltas en la cabeza y terminó siendo la inspiración para el tema que escribí para el programa y que musicalizaron Leo y Mateo Sujatovich:

Aflojá ese nudo que ahoga tus sueños,

Que impide que subas, que seas tu dueño.

El nudo que corta la línea ascendente,

Conexión divina, corazón y mente.

Tirá esa corbata.

Algunos agradecimientos indispensables:

A los periodistas que confiaron en nosotros, aceptaron hacer las entrevistas y pusieron su prestigio en nuestras manos.

A todo el equipo de Economía sin Corbata.

A mis compañeros de El Oso Producciones, que sostienen con talento y esfuerzo cada una de nuestras iniciativas.

A mi socio, Aldo Fernández, que le pone racionalidad a mi locura.

A Woody González, amigo entrañable, cuya mirada y trabajo resultan fundamentales para este ciclo.

A Jesica Rey, Emmanuel Álvarez Agis y Augusto Costa, por guiarnos y por ayudarnos a entender de qué se trata.

A Lorena Gómez, porque estuvo ahí, en cada entrevista, cuidándonos a todos.

A Artemio López, fuente inagotable de sorpresas.

A los compañeros de la Televisión Pública que se entusiasman con el programa tanto como nosotros.

A Tristán Bauer, Martín Bonavetti, Oscar Gómez Alé, Marisa Alfiz, Ariel Berliner y Emilio Ojeda, por confiar en nosotros y respaldarnos en cada capítulo de esta historia.

A mi mujer Edy y a mis hijos Pedro y Nacho, porque en el momento en que pensé que este proyecto no iba a ser posible, me dieron la confianza y el respaldo que necesitaba.

* Productor de Economía sin Corbata. Director general de El Oso Producciones.

De la militancia estudiantil al Ministerio de Economía[*]

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* Entrevista realizada por José Natanson, 21 de agosto de 2015.

por José Natanson

Hacía un mes que Axel Kicillof había cumplido cuarenta y dos años cuando fue designado ministro de Economía. Aunque en la entrevista dirá que su edad no es un impedimento para ejercer su cargo ni una extravagancia en un mundo que se juveniliza, y que en el ejercicio cotidiano de su trabajo no es raro encontrarse con otras personas de su edad (menciona a gerentes de empresas y bancos), lo cierto es que la juventud fue uno de los aspectos más comentados cuando se conoció su designación. Al fin y al cabo, al asumir el cargo Kicillof tenía casi veinte años menos que Roberto Lavagna, el otro ministro de Economía con personalidad, peso propio y proyección política del largo ciclo kirchnerista.

El tema será, entonces, uno de los ejes de la entrevista. ¿Qué es exactamente una generación? De entre todas las respuestas posibles elijo la siguiente: una generación no es una simple franja etaria ni menos aún un conjunto homogéneo de personas; de hecho, pueden pertenecer a ella ricos y pobres, hombres y mujeres, porteños y provincianos. Según el sociólogo Mario Margulis, una generación está definida por el hecho de vivir en un mundo totalmente nuevo, diferente al que les tocó en suerte a las generaciones anteriores de padres o abuelos. Una generación es una especie de hermandad frente a los estímulos de una época.

La hermandad a la que pertenece Kicillof conserva de la dictadura unos pocos recuerdos, y en cambio vivió de cerca la primavera democrática, la politización alfonsinista y el destape cultural que la acompañó. Hija biológica o simbólica de la generación del setenta, de esos sesentones actuales que cargan con sus recuerdos semiamargos, sus siglas misteriosas (FAP, FAR, ERP) y su tecnojerga, el rasgo principal está dado por el hecho de haber crecido en un entorno democrático, de respeto por los derechos humanos, revalorización del pluralismo y paz. Y –toda luna tiene su lado oscuro– por la experiencia de haber atravesado un proceso de transformación económica y social severísimo, que no sólo incluyó el quiebre de la sociedad integrada y la reforma neoliberal de los noventa, sino también la aparición de la cuestión de la inseguridad, la crisis de la ciudad, el malestar institucional. Una generación que creció en plena consolidación de la “sociedad del riesgo” (de quedar desempleada, de perder la vivienda, de ser víctima de un robo), atormentada por la hiperinflación y la precariedad laboral, saltando de crisis en crisis.

La generación de Kicillof, que es la de la mayoría de los funcionarios que lo acompañan, la de la conducción de La Cámpora y la mía, ha logrado ascender, en el último tramo del segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner, a la cima de la política. ¿Hay algo en común más allá del entorno histórico? Por momentos abstracta, la cuestión se hace cotidiana si se la baja a la tierra: por ejemplo, no debe ser lo mismo congeniar las exigencias del Ministerio de Economía con las responsabilidades familiares teniendo hijos grandes (el hijo menor de Lavagna, por retomar el ejemplo, estaba terminando la universidad cuando su padre asumió como ministro) que con hijos chicos (los de Kicillof tienen seis y tres años).

La juventud, está claro, no es en sí misma un disvalor ni una ventaja, pero existe y articula la entrevista, a la que Kicillof se presta sin apuros ni tiempo límite: por el contrario, cada tanto es necesario interrumpirlo o aprovechar el instante de silencio que se crea cuando se distrae con el mate para introducir una nueva pregunta o una palabra que reconduzca la respuesta a su origen, en un diálogo que va de la política al colegio secundario, del dólar al barrio, del neoliberalismo a los chicos.

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