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Introducción

1. La edición prínceps y las reediciones alemanas

2. Primeras traducciones

3. Las versiones al español

La labor pionera de un federalista español: Pablo Correa y Zafrilla

Marx en las pampas: Juan B. Justo, traductor de El capital

El abogado socialista Manuel Pedroso

Wenceslao Roces, o la traducción como acción política

Las tribulaciones editoriales de los comunistas argentinos

El capital para exhibir en la biblioteca

Raúl Sciarretta, o El capital en clave althusseriana

Pedro Scaron o lecciones para marxistas de un marxólogo libertario

La edición de bolsillo de Akal

Manuel Sacristán, o la lealtad a la edición histórica

Un regalo soviético inesperado: la traducción de Cristián Fazio

4. El capital al alcance de todos. Los resúmenes populares

5. Presencia de El capital en el mundo hispanoamericano

Referencias

Las tapas más destacadas de las ediciones de El capital

Horacio Tarcus

LA BIBLIA DEL PROLETARIADO

Traductores y editores de El capital en el mundo hispanoablante

Tarcus, Horacio

© 2018, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

Introducción

Relata Francis Wheen en su libro sobre la historia de El capital que, en febrero de 1867, poco antes de enviar su opera magna a la imprenta, “Karl Marx le insistió a Friedrich Engels para que leyera La obra maestra desconocida, de Honoré de Balzac. Según le dijo, la historia era en sí una pequeña obra maestra, ‘repleta de la más deliciosa ironía’”.[1] La obra maestra desconocida narra la historia de Frenhofer, un gran pintor que dedica diez años de su vida a trabajar sin descanso en un retrato que revolucionará el arte al proporcionar “la más completa representación de la realidad”.

“Cuando Frenhofer permite finalmente que otros artistas, Poussin y Porbus, inspeccionen el lienzo una vez concluido, estos quedan horrorizados al ver un revoltijo de formas y colores, amontonados unos encima de los otros, sin orden ni concierto”. Frenhofer contempló su propio cuadro y admitió: “¡Nada! ¡Nada! ¡Y pensar que he trabajado diez años!”. Y luego de expulsar a los colegas de su estudio, quema sus obras y se suicida.[2]

Por sorprendente que nos parezca hoy, ciento cincuenta años después de la publicación del primer tomo de El capital, la identificación de Marx con Frenhofer y su “obra maestra desconocida” no es en absoluto descaminada. Según el testimonio de su yerno Paul Lafargue, “[n]unca estaba Marx contento de lo que hacía: siempre cambiaba alguna impresión, creyendo que de todas maneras era inferior la expresión a la concepción. Hay un estudio psicológico de Balzac –que Zola plagió vergonzosamente–, Le chef-d’oeuvre inconnu; el estudio le hizo impresión profunda porque describía sentimientos que Marx había experimentado. Se trata de un pintor genial atormentado por la necesidad de reproducir las cosas tal como se reflejan en el cerebro, que retoca sin cesar el cuadro hasta el punto de convertirlo en [una] masa informe de colores, que, sin embargo, [a sus ojos] representan fielmente la realidad”.[3]

El testimonio de Lafargue reviste especial interés porque nos muestra dos caras opuestas de El capital: por una parte, es la obra que consagra a Marx, la que conoce reediciones y traducciones en vida de su autor y cuya lectura, a propuesta de su amigo Jean-Philippe Backer, será recomendada en el Congreso de Bruselas de la Internacional (septiembre de 1868) con la expresión la “biblia del proletariado”.[4] Pero esta consagración de Marx y la temprana sacralización de El capital contrastan con la otra imagen que nos ofrece Lafargue y que refrenda la correspondencia del propio Marx: la de un autor-artesano siempre inconforme con los resultados de más de dos décadas de labor, que hace y rehace sucesivos borradores que luego desecha para volver a comenzar una nueva redacción, que pospone una y otra vez la entrega de los originales prometidos a sus editores. Como el plástico Frenhofer, Marx oscilaba entre la seguridad y la duda, temía que los constantes “retoques” alteraran la armonía de la obra, que la introducción de sucesivas mediaciones concatenadas terminara volviendo tan complejo su sistema que opacaran o neutralizaran su “representación de la realidad”.

Y si esto cuenta para el primer tomo de El capital publicado por el propio Marx, vale tanto más para los borradores inéditos. Lafargue testimonia que “[h]abría sido para él un martirio si le hubieran obligado a enseñar sus manuscritos antes de haberles dado el último toque. Este sentimiento era tan fuerte, que me dijo un día que prefería quemar sus manuscritos antes de dejarlos incompletos”.[5] Sin embargo, sabemos que Marx no los quemó, que Engels fue su primer albacea literario, que tras diversas vicisitudes pasaron al Partido Socialdemócrata Alemán y que luego, con el advenimiento del nazismo, fueron albergados en el Instituto de Historia Social de Ámsterdam.[6]

Nuestra comprensión de la obra cumbre de Marx está mediada por la sucesiva publicación de estos manuscritos: el segundo tomo de El capital fue publicado por Engels en 1885 y el tercero en 1894; las Teorías de la plusvalía fueron editadas por Karl Kautsky entre 1905-1910; los Manuscritos de 1844 y la Ideología alemana se publicaron en 1932; el Capítulo VI inédito de El capital en 1933, y los llamados Grundrisse entre 1939 y 1941.[7] No cabe la menor duda de que sin la publicación póstuma de estos manuscritos, nuestro conocimiento de Marx sería pobre y parcial.

Sin embargo, es necesario resaltar que el trabajo de sus editores –por calificados que estuviesen figuras de la talla de Engels, Kautsky o Riazanov– nunca se limitó a una cuestión de competencias técnicas o intelectuales, sino que respondió sobre todo a una cuestión de autoridad: a la hora de poner en circulación una nueva obra, la pregunta de fondo giraba en torno a qué persona (Engels, Kautsky, etc.) o qué institución (el Partido Socialdemócrata Alemán, el Instituto Marx-Engels-Lenin de Moscú, etc.) poseía la suficiente autoridad como para dar a luz aquello que Marx tanto se había resistido a mostrar, para hilvanar los fragmentos que el propio autor no había logrado integrar en un todo, para completar sus puntos suspensivos o sus frases inacabadas.

La historia de las traducciones y ediciones de El capital se inscribe plenamente en lo que Pierre Bourdieu denominó la “circulación internacional de las ideas”, en cuyo marco los procesos globales de edición están sometidos a operaciones de selección (¿qué se traduce?, ¿qué se publica?, ¿quién traduce?, ¿quién publica?), de marcado (dégriffé) a través del sello editorial, la colección, el traductor y el prologuista (quien presenta la obra de algún modo se la apropia y la anexa al campo de recepción), y de lectura, por las cuales los lectores aplican a la obra categorías de percepción y problemáticas que son el resultado de un campo de producción diferente.[8]

Pero el caso de la historia de las ediciones de El capital ofrece un plus de sentido respecto de la publicación de cualquier otro libro. Pues de todas las obras profanas que los reformadores sociales del siglo XIX destinaron a la redención del proletariado, sólo El capital alcanzó semejante grado de consagración. Un libro complejo, cuyo alto grado de abstracción teórica hizo que fuera más reconocido (e incluso venerado) que leído. Esta dificultad determinó que su edición, su presentación, su lectura misma excedieran con creces la relación simple, directa y profana entre el lector y un libro cualquiera. El acceso del lector a una obra como El capital debía ser mediado por una serie de personas e instituciones “autorizadas”, que ofrecieran garantías de canonicidad y fidelidad a un original celosamente resguardado. Y así como la biblia judeo-cristiana estuvo sometida durante siglos a querellas por su carácter canónico, enseguida veremos que el siglo XX asistió a una disputa no menos intensa respecto a la “edición autorizada” de la “biblia del proletariado”.

Este volumen no pretende ser una introducción a la lectura de El capital. Es apenas una historia de las traducciones y ediciones de la opera magna de Karl Marx en el mundo hispanoamericano. No aborda los problemas relativos a la producción teórica de esta obra ni a sus condiciones históricas de producción –asuntos que ya han sido tratados en obras clásicas por autores como Roman Rosdolsky, Ernest Mandel, David Harvey y muchos otros–, sino aspectos significativos de su recepción y circulación en el mundo de habla hispana. Como mis anteriores trabajos, se inscribe en el campo de la historia intelectual; y como mi próximo libro, El Manifiesto Comunista en América Latina,[9] pertenece al universo de los estudios de historia del libro y la edición.

Una primera versión del presente texto fue leída en el Seminario Internacional “El capital. 150º aniversario (1867-2017)”, realizado en Bogotá en octubre de 2016, y luego se publicó en sus actas.[10] Las revistas Memoria de México (2016) y Los Trabajos y los Días de La Plata (2017) ofrecieron a sus lectores versiones preliminares, mientras que la revista Nueva Sociedad de Buenos Aires acogió en 2017 una edición resumida que conoció amplia circulación. Los asistentes al seminario colombiano –Estela Fernández Nadal, Juan Carlos Celis Ospina, entre otros– así como los editores de estas revistas –Massimo Modonesi, Adrián Celentano y Pablo Stefanoni– han contribuido con sus preguntas y comentarios a enriquecer aquel texto original. Quiero también dejar constancia de mi agradecimiento a Miguel Murmis, Alberto Díaz y Luis Sabini, pues sin sus testimonios el perfil de Pedro Scaron y los avatares de la edición de El capital por Siglo XXI habrían continuado envueltos en las brumas del olvido. Reitero mi deuda de gratitud con Pedro Ribas, que desbrozó el camino y sentó las bases para el estudio de las ediciones de cultura marxista en lengua castellana.

Me complace que este pequeño libro sobre las ediciones y las traducciones castellanas de El capital de Karl Marx encuentre su lugar en el catálogo de Siglo XXI Editores de Argentina, pues alberga un momento significativo de su propia historia.

Buenos Aires, 13 de abril de 2018

[1] Carta de Marx a Engels, 25/2/1867, Correspondencia Marx-Engels, MEGA, t. III, p. 376.

[2] Francis Wheen, La historia de El capital de Karl Marx, Bogotá, Debate, 2007, pp. 11-12.

[3] Paul Lafargue, “Recuerdos personales de Carlos Marx” [1890], en Karl Marx. El hombre de pensamiento y el hombre de acción, Barcelona, Ediciones Jasón, s.f. [c. 1930], p. 139.

[4] Ibíd., pp. 152-153.

[5] Ibíd., p. 142.

[6] Eric J. Hobsbawm, “Vicisitudes de las ediciones de Marx y Engels”, en Historia del marxismo, Barcelona, Bruguera, 1979, t. II, pp. 291-316.

[7] Maximilien Rubel, Bibliographie des œuvres de Karl Marx, París, Marcel Rivière et Cie, 1955.

[8] Pierre Bourdieu, “Las condiciones sociales de la circulación internacional de las ideas” [1990], en Intelectuales, política y poder, Buenos Aires, Eudeba, 1999, pp. 161-162.

[9] Horacio Tarcus, El Manifiesto Comunista en América Latina, Buenos Aires, Siglo XXI, en prensa.

[10] Magda Rivera Monsalve (comp.), La vigencia del pensamiento de Marx en el siglo XXI para el análisis y la comprensión de los problemas contemporáneos y el desarrollo del marxismo en América Latina. Memorias del Tercer Seminario Internacional “El capital. 150º aniversario”, Bogotá, Teoría & Praxis, 2017, pp. 339-416.