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Aclaración

Introducción. La historia reciente que bulle y sangra

1. La presidencia fugaz de Adolfo Rodríguez Saá (23 al 30 de diciembre de 2001)

2. Caída del gobierno de Fernando de la Rúa: la ley de gravedad (10 de diciembre de 1999 al 21 de diciembre de 2001)

3. Esa costumbre de matar. Masacre de Avellaneda. Asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán (26 de junio de 2002)

4. Cuando la sociedad le dio un par de lecciones a la Corte Suprema. El 2 × 1, del engendro al rechazo (3 al 10 de mayo de 2017)

5. Cuando Kirchner decidió juzgar a los represores, y hacerlo acá (23 de julio de 2003 en adelante)

6. Cuando la vida es lo de menos. Asesinato del “Oso” Cisneros y toma de la comisaría 24 (25 y 26 de junio de 2004)

7. De cómo policías, funcionarios, fiscales y periodistas inventaron un crimen que jamás existió. El “caso Pomar” (14 de noviembre al 8 de diciembre de 2009)

8. Cuando el azar cambia la historia. El asesinato del gobernador Carlos Soria (1º de enero de 2012)

9. Ucronía. Cuando Kirchner aplicó la doctrina Irurzun. Tres expresidentes presos. La dictadura populista (25 de mayo de 2003 al 10 de diciembre de 2011)

10. Santiago Maldonado y Rafael Nahuel, víctimas fatales de una guerra inventada (1º de agosto al 25 de noviembre de 2017)

Si querés decirme algo…

Agradecimientos surtidos

Anexo. Kirchner, el tipo que supo

5. El día que los derechos humanos volvieron

6. El detrás de escena de la reapertura de los juicios a los represores

7. Descolgar el cuadro, subir el telón. Cuando los derechos humanos cambiaron de pantalla

20. Nunca más, demonios y nuestro futuro después de los gobiernos kirchneristas. Más allá de la pedagogía de lo obvio

Mario Wainfeld

ESTALLIDOS ARGENTINOS

Cuando se desbarata el vago orden en que vivimos

Wainfeld, Mario

© 2019, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

Mi libro anterior –Kirchner, el tipo que supo– contiene una abigarrada dedicatoria que recorre quereres, remembranzas, confesiones de un tímido. Cuestiones de estilo me inducen a no transcribirla aunque el mundo personal perdura. Amo igual que ayer a las personas nombradas en esas líneas, las que están y las que partieron. Por favor: dense por aludidas y, si quieren, reléanse ahí.

La familia ensamblada justifica introducir una excepción. Vuelvo a nombrarla, por la dimensión que ocupa, por ser lo mejor de la existencia. Y porque se sigue expandiendo…

El tradicional árbol genealógico es impropio para describir su follaje. Un encuentro familiar con quórum completo se transformó en un hecho de masas.

Les integrantes mayores de edad exigen y persuaden para que, cuando menos a su respecto, adopte el lenguaje inclusivo. Dedico este libro a les hijes: Manuel, Lucas, Lucía, Santiago, Florencia. A sus parejas, nueras y yerno del corazón: Verónica, Martha, Nati, “el Negro” José.

A les nietes, promotores de felicidad y risas incontenibles, portadores de un ramillete pluralista de ADN: Matías, Facundo, Luna, Lucas y Abril.

El padre de hijes adultes hace lo posible para controlar la proclividad a la hiperkinesia y disfrutar la película como actor de reparto. Pienso en todes cada noche y cada amanecer: son el centro de mi existencia.

Me cuesta imaginar qué más decir sobre Cecilia. Negra dulce, a la sazón abu Ceci: inspirame para dar lo mejor de mí, que a vos eso te sale siempre.

Este volumen aborda, entre otras obsesiones, el periodismo. Destino un abrazo de oso a compañeras y compañeros de Página/12 y de mis programas de radio, con quienes supimos trabar amistad defendiendo la misma camiseta. En particular los de Gente de a pie, el laburo más dichoso, emotivo y personal de mi carrera.

Mención especial a colegas de otra generación, con quienes trabajé o trabajo. Me enseñaron, me rejuvenecen (dentro de lo posible, eh…), me adoptaron con ternura, aguante y hasta con una cálida forma de indulgencia. Fantaseo al ver en todes alguna continuidad… por ahí son ilusiones pero quién nos quita lo soñado. A Victoria Ginzberg, Paula Niccolini, Martín Rodríguez, Irina Hauser. Salute.

En la selección de los diez episodios destaqué los crímenes contra cinco militantes sociales cuyas vidas fueron segadas cuando defendían derechos. Jóvenes, idealistas, luchadores, mártires del movimiento popular. Ellos son Maximiliano Kosteki, Darío Santillán, Martín “El Oso” Cisneros, Santiago Maldonado, Rafael Nahuel. A su memoria dedico Estallidos argentinos, amén de los reconocimientos personales.

Introducción

La historia reciente que bulle y sangra

Movilización del 20 de diciembre de 2001. (Foto: Sub.Coop.)

Incapaz de inventar lo que sé sobre el 23 de febrero [el Tejerazo], iluminando con una ficción su realidad, me he resignado a contarlo.

Javier Cercas, Anatomía de un instante

Comprender no es descubrir hechos, ni extraer inferencias lógicas, ni menos todavía construir teorías, es solo adoptar el punto de vista adecuado para percibir la realidad.

Ricardo Piglia, Blanco nocturno

“¿Cómo” (se dijo) / “pude engendrar este penoso hijo / y la inacción dejé, que es la cordura?” / “¿Por qué di en agregar a la infinita / serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana / madeja que en lo eterno se devana, / di otra causa, otro efecto y otra cuita?”.

Jorge Luis Borges, “El Golem”

Diez hechos resonantes vertebran otros tantos capítulos (los siguientes) de este libro. Nueve reales, uno que fantaseé (una ucronía, un “pasado que no fue” aunque, aventuro, pudo acaecer). La elección de los hechos es subjetiva, aspiro a que no arbitraria. Transcurren en el siglo XXI porque coinciden con mi laburo de periodista: lo ejerzo full time desde 1998, cuando orillaba los 50 años. Desde “ese lugar” relaté dichos episodios, día tras día. Hicieron agenda pública, y una persona medianamente informada los conoce, así sea por encima: desde la caída de Fernando de la Rúa y la fugacísima presidencia de Adolfo Rodríguez Saá, hasta las movilizaciones contra el fallo de la Corte Suprema que habilitó el 2 × 1 a genocidas y las muertes violentas de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel.

Un entrañable juglar nacional-popular canta: “Si la historia la escriben los que ganan / eso quiere decir que hay otra historia: / la verdadera historia, / quien quiera oír que oiga”. Enzo Traverso, excelso intelectual de la izquierda europea, retoca:

Si en el corto plazo son los vencedores los que hacen la historia, a largo plazo las ganancias históricas de conocimiento provienen de los vencidos. Los vencedores caen en una visión apologética del pasado. […] Los vencidos, en cambio, repiensan el pasado con una mirada aguda y crítica. La experiencia de la derrota posee un potencial epistemológico que trasciende su causa.[1]

Despojado de pretensiones teóricas, me asomo a la historia contemporánea, que es pura política. Me resisto a encasillar para siempre a vencedores y vencidos: todas las luchas continúan.

Convengamos que la historia la escriben los que escriben, que suelen ser de las élites. Individualistas por ideología, enfocan a personalidades y olvidan o ningunean a las organizaciones populares, a las masas. Con modestia, este trabajo ambiciona discutir con los encandilados por el Palacio que ni miran la calle, la plaza, al pueblo en todas sus expresiones. Asocian a las masas con rebaños de ovejas o con las ratas arrastradas al suicidio colectivo por flautistas de Hamelin, populistas deplorables.

A vos, lectora o lector, te digo: estate tranqui; te prometo que conocerás a celebridades de la política. La Vulgata se ensaña en reducirlos a seres movidos por pasiones brutales y sencillas al unísono: la ambición, la codicia, el odio, los celos, el ansia de poder. Devienen personajes de Shakespeare… pintados por observadores sin su genio, a menudo provistos de un vocabulario de cuatrocientas palabras. Sus apuntes, tendenciosos y reduccionistas, todo modo, escancian ingredientes reales, vivaces. Si te animás a seguir leyendo, darás con defecciones, zancadillas, ataques de pánico, depresiones, arrebatos de locura o de irracionalidad.

Pero mi ángulo es que las crónicas son inteligibles porque retratan conflictos reales de intereses, tensiones por el poder y la distribución de bienes escasos (riqueza, saberes, prestigio).Enalteceré a militantes populares y honraré a los colectivos en que se encuadraron. Muertos en ocasión de manifestarse, cuatro de ellos; otro se aprestaba a participar en una marcha. La acción directa pesa, torea al poder fáctico o a la derecha, que a menudo la combate infringiendo la ley.

* * *

Empleo el ensayo libre para hacer crónica, el mayor cometido de mi profesión. Contar es sustancial, los hechos mandan. Para contar hay que ver, para ver hay que mirar y comprender. Uso “comprender” en dos acepciones castellanas, cual sinónimos –imperfectos, como todos– de “entender” y de “abarcar”. Un gran cultor de ese método es el comisario Croce, impar personaje ficticio de Ricardo Piglia, que cito en el epígrafe.

Valoro, explico, cuestiono, ensalzo, responsabilizo, elogio… los hechos cimientan. Esclarece comparar circunstancias producidas en momentos diferentes, linkear, manejar el anacronismo. Va un ejemplo.

* * *

El gobierno de Fernando de la Rúa tocaba su fin, en enorme proporción autoinfligido. Multitudes espontáneas y policlasistas exigían la renuncia, enfurecidas por sus políticas. Rondaban la Plaza de Mayo. La represión produjo la mayor matanza durante un gobierno democrático, a metros de la Casa Rosada. El presidente negaba todo: hasta lo que transcurría delante de sus narices. Nada vio –adujo como un ladrón de gallinas–, porque estaba ensimismado, no se asomaba a las ventanas y los cortinados eran muy gruesos. Una coartada berreta y ruin.

Su partida activó una seguidilla de mandatarios breves que fueron dimitiendo en fila india.

Eduardo Duhalde, adoctrinado por enseñanzas tan flamantes, escuchaba a la perfección los gritos de la calle. Escuchaba porque quería oír. “Todos tienen razón”, concedía, diferenciándose del otro mandatario. Sabía –desde que llegó a la presidencia en la que ambicionaba quedarse unos cuantos años– que matar gente podía truncar su carrera, que defraudar a la gente misma desencadenaría la rebelión ciudadana. Sin embargo, habilitó las condiciones que condujeron a dos asesinatos, en el espacio público, a la luz del día.

¿Cómo pueden equivocarse (perjudicarse) tanto hombres inteligentes por arriba del promedio, con clara vocación política, ambiciosos? Rehúso respuestas unívocas, taxativas, reduccionistas. Busco ayudar a descifrar cómo sucedieron las cosas, qué presiones u obnubilaciones acechan a los dirigentes. Los tres primeros capítulos van por eso.

* * *

“Lo posible es más rico que lo real. […] Nuestro universo siguió un camino de bifurcaciones sucesivas: habría podido seguir otros. Quizá podamos decir lo mismo de la vida de cada uno de nosotros”.[2] Copio al inalcanzable sabio Prigogine, pego, suscribo.

Simplotes, reconstruimos el ayer como cristalizado, salteando que en su momento tenía final abierto. El ineludible “jardín de senderos que se bifurcan” reverdece siempre, anche en el pasado mientras era presente. El periodista Alfredo Grieco y Bavio lo resume de rechupete: “El fin de la [Segunda] Guerra Mundial y la derrota del fascismo y del nazismo nunca habían sido imposibles pero tampoco inevitables”.[3] Lo sucedido no agota el repertorio, cierto. Aunque no podía sobrevenir cualquier futuro. Interpreto que la historia es legible y retratable porque la signa cierta lógica. La dialéctica, para empezar. La concurrencia de múltiples causas, pasibles de ser sistematizadas… hasta un punto.

Un libro fenomenal inspira este, remotamente. Es uno de esos clásicos que instan a la emulación despojada de la soberbia de igualarlos: Momentos estelares de la humanidad, de Stefan Zweig.[4] Selecciono un momento de aquellos para insinuar mi “visión de la historia” (subrayo las comillas): la batalla de Waterloo, casi nada. El score pudo ser distinto, adoctrina Zweig. Lo traduzco a léxico criollo, con incrustaciones futboleras. Usted disculpe, maestro.

* * *

El mariscal Grouchy, un noble lugarteniente de Napoleón Bonaparte, marcó gol en contra. El emperador le había ordenado tomar una posición fija, clave para su plan de batalla. No mover a la tropa de allí hasta el momento de poder perseguir al ejército prusiano.

Napoleón imaginó los movimientos del enemigo. Grouchy hacía la venia. Lástima que el enemigo también jugaba, aspecto decisivo en cualquier conflicto, nuclear en cada línea de este libro. Un contingente prusiano, comandado por un tal Von Blücher, atacó por un flanco descuidado (no planificado) por Napoleón. La batalla comenzó antes de lo previsto y con otra disposición de los ejércitos.

Grouchy lo nota, entiende que hay peligro. Una duda profesional lo carcome: ¿obedece la orden primigenia o decide por su cuenta, ante el cambio de circunstancias? Sin celulares ni handys, cavila. Militar al fin (desliza Zweig con delicadeza y uno con más contundencia), escoge acatar al jefe. Sus soldados quedan tiesos demasiado tiempo, la sorpresa define el partido. Waterloo es, nomás, Waterloo. Si Grouchy hubiera implementado el pensamiento propio, Napoleón habría sumado otra victoria a su campaña.

* * *

Podría concebirse una enciclopedia con lo que ignoro de estrategia y táctica militar. Manipulo el fresco de Zweig para urdir una fábula. Me inclino ante su versación: Grouchy fue la pieza descolada en la maquinaria bélica del Emperador. Waterloo se perdió por su culpa, por su obtusa obediencia. Hasta ahí la anécdota.

En proyección, interpreto que, allende Waterloo, Napoleón no habría conseguido conquistar Europa. (Rusia es imbatible cuando defiende su soberanía ofrendando nacionalismo y millones de vidas. Europa no se deja domar). Los aspirantes a conquistadores posnapoleónicos hocicaron en el intento. Hitler fracasó, Stalin tampoco llegó a tanto.

Hay carambolas o avatares en los procesos, también median características estructurales, irreversibles. Este libro revolotea sobre esas bases, hurgando en la historia nacional reciente que todavía bulle y sangra, en los momentos tremendos en los que todo pudo estallar o irse a donde todos sabemos. En varios, estalló nomás.

* * *

Hay mucho más que Grouchys en el cielo y en la tierra. El azar y los errores humanos tallan… los condicionamientos y el contexto ejercen superior gravitación. De lo contrario, la retrospectiva se asemejaría a un listado de los números salidos en una mesa de ruleta, huérfanos de valor didáctico, de interés para los no timberos. Tal una de las ideas principales de este volumen.

Un capítulo, cuando menos, desmiente la hipótesis o la colorea en escala de grises: el referido al asesinato, en 2012, del gobernador de Río Negro Carlos Soria. Un crimen por motivos personales que impacta cual si fuera un magnicidio. Su beneficiario, Alberto Weretilneck, fue ajeno a la comisión. El avatar convulsionó la historia de la provincia, pero “la política” también incidió: Weretilneck era vicegobernador y potencial sucesor por motivos explicables, arraigados en reglas escritas y consuetudinarias del sistema político. Retomo el suceso en uno de los capítulos y me valgo de él para discurrir sobre el federalismo electoral, una de tantas digresiones que cometeré.

El cronista honesto debe hacerse cargo de los hechos incómodos que lastiman certezas, desafían esquematismos. Max Weber enseñó:

La primera tarea de un profesor es la de enseñar a sus alumnos a aceptar los hechos incómodos. Quiero decir, aquellos hechos que resultan incómodos para la corriente de opinión que esos alumnos comparten. Y para todas las corrientes de opinión, incluida la mía propia, existen hechos incómodos.[5]

Lección para profesores que condiciona a un cronista como uno. Vamos a ejemplos, para desarrollar el concepto.

* * *

Los episodios que agrupo remarcan patrones de conducta reencarnados en diferentes contingencias. Hablo de autoridades políticas, de jueces o fiscales, de fuerzas de seguridad. Tomo posición respecto de ellas, fundado en una visión del mundo que franqueo ante quien lee, a vos. La ideología ordena el enfoque, dota de sentido los juicios de valor. Despliego cantidades de opiniones, cuestionando o aprobando.

Tres capítulos conectan con crímenes vinculados a, o causados por, cuerpos uniformados cuyo salvajismo es proverbial. La culpa concurrente de autoridades políticas es otra constante. Otra más, la complicidad de medios hegemónicos y periodistas.

Reduzco el spoiling a su mínima expresión, te anticipo un cachito. “Cacería” cifró una compañera de Página/12 que cubrió la marcha en que fueron asesinados Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Duhalde repitió el vocablo de la periodista, sin percatarse. Custodiar el acceso a la capital, la presunta misión de las “fuerzas del orden”, se transmutó en persecución a medida que los efectivos se alejaban del teatro de operaciones inicial.

Quince años más tarde, en Vuelta del Río, Chubut, la Gendarmería alejó a los mapuches y a Santiago Maldonado de la ruta 40, los persiguió dentro de la comunidad Pu Lof, baleándolos, aterrándolos y destruyendo viviendas. Otra reivindicación, otros sujetos, un territorio diferente… comportamientos que se repiten o calcan.

* * *

Resuenan ecos del imborrable título de Clarín tras la “masacre de Avellaneda”: “La crisis causó 2 nuevas muertes”. Lo resucitan las coberturas sobre el asesinato de Martín “El Oso” Cisneros, un militante popular, en 2004, y las muertes violentas de Maldonado y Rafael Nahuel en 2017.

Los medios generan escenarios, intervienen en los conflictos, siembran pistas falsas, acusan, condenan. Aunque se disfracen de testigos, “juegan”, protagonizan como actores principales. Destino muchas páginas a esa faceta, a la esgrima interpretativa que envuelve los crímenes de Estado cuando el establishment protege a los autores materiales e intelectuales.

Enfoco menos, en este libro, el poder económico del multimedios Clarín. Pero referiré cuántos beneficios materiales le debía a Duhalde en junio de 2002. Queda para la polémica o para la exégesis de mis lectores si medió o no un canje, “un vuelto”. Lo olfateo, fundo mis sospechas, acepto que no podría probarlas ante un tribunal.

Retornemos al pasado, colémonos en la Casa de Gobierno, el Palacio.

* * *

Escuché a Duhalde expedirse sobre quienes lo puteaban desde abajo. Conocí la coartada (mencionada antes) de De la Rúa: consta escrita en la prensa y en documentos judiciales.

Este cronista conversó con los protagonistas, con reservas, y les realizó reportajes que se publicaron. Conocerlos configura un plus, que puede malgastarse si no se justiprecia. Uno entra al Palacio, escruta, intercambia. Todo para salir rajando a escribir o comentar. La cobertura diaria genera un punto de vista dinámico, en principio más nutrido que el del público.

En este siglo habré escrito mil notas o mil quinientas, da igual. Tomar el pulso no equivale a conocer al paciente; puede desfigurar el diagnóstico. Repasé para esta obra todos los hechos que cubrí minuto a minuto. No calco lo que escribí, convencido, en su momento. El tiempo reordena y resignifica. Lo transmitido “en vivo y en directo” fue estudiado por académicos, historiadores y colegas: hay que ser salame o soberbio para dejar de lado tantos aportes.

Con brocha gruesa, mantengo lo afirmado en su momento… Pero abre la cabeza rumiar, cranear, atender otras voces.

* * *

El anacronismo, las comparaciones, agudizan la mirada. La conducta de Duhalde, previa a los homicidios de Kosteki y Santillán, fue, es y será funesta. Pero su reacción resultó menos irresponsable que la del presidente Mauricio Macri tras las muertes de Maldonado y Nahuel. Felipe Solá procedió capciosamente durante más de un día. Los giros de ciento ochenta grados sobrevinientes lo enaltecen, comparado con Macri.

Intervengo en disputas de interpretación contra los poderes concentrados, diestros para fraguar narrativas. Como justificación de crímenes de Estado, Kosteki, Santillán y Nahuel fueron acusados de agresores. Polemizamos, pues, sobre hechos y sobre traducciones.

Reencontrarme con protagonistas iluminó episodios que otrora subestimé. Anécdotas que pasé de largo cobran una dimensión mayor… o al revés. Estoy convencido de que, dentro de los límites de cada uno, conté lo esencial sin desfigurar.

* * *

El “caso Pomar” –la familia cuyo paradero se perdió en una ruta que conocía, allá por 2009– complejiza la “violencia institucional” sin aniquilar los señalamientos. Resalta una de sus facetas: la incompetencia extrema de los “agentes del orden” y de los civiles que los conducen.

La desaparición de la familia, el largo lapso que insumió encontrarla, configuran un caso de laboratorio, funambulesco, que podría haber fantaseado Roberto Fontanarrosa. Sin malicia, una coalición asombrosa “inventó” crímenes ilusorios a partir de la absurda falta de develación de la verdad. Mediaron rastrillajes torpes, en una de esas no realizados.

¿Hay simetría con la búsqueda de Santiago Maldonado, enmarcada por el deseo del gobierno y de la Gendarmería de encubrir responsabilidades? ¿Con rastrillajes fracasados o aun simulados? El interrogante incomoda porque zarandea la hipótesis del capítulo referido a Santiago: dolo o culpa de Gendarmería. Estoy persuadido de que no la desbarata, pero debo consignar que los uniformados son salvajes y chapuceros. Todo a la vez, lo que debe catalogarse cuando se examinan sus tropelías y posibles crímenes. También –un punto a mi favor–, cuando se les otorga presunción intocable de inocencia o se les delegan facultades superiores a las que marca la ley.

* * *

Nicolás Maquiavelo, cuya obra estudié bastante, enseñaba que la historia de Roma servía –y bastaba– para modelizar y comprender otras realidades. Gente erudita agrega que Polibio –ausente de mi biblioteca– hacía lo propio. Como númenes precursores, sistematizan la maraña.

¿Qué inhibe a los periodistas, tanto como a los políticos, a la hora de comprender cada momento y hasta de vaticinar lo que sobrevendrá, amén de las limitaciones personales? La contemporaneidad, quedó dicho, es el primer obstáculo. Las encrucijadas y disyuntivas que pueden dispararse para cualquier lado empiojan los pronósticos. Vivimos en laberintos, pensamos en línea recta.

La urgencia: los gobernantes resuelven a gran velocidad, con frecuencia incompatible con el estudio, el acopio de toda la información, la serenidad de juicio. El mandato de Adolfo Rodríguez Saá condensa aceleración, situaciones límite, un Estado desvalido. Muchas acciones de esos días se explican por el miedo de la élite política a la furia y la violencia popular, por el pavor hacia la gente movilizada y la posibilidad de que sobrevinieran golpizas, linchamientos, magnicidios. Un exotismo de la época, sin precedentes desde la recuperación democrática. El infierno tan temido quedó como escenario virtual, imaginado, pero moldeó decisiones, renuncias, fuga.

Las crisis envuelven, encandilan, excitan pasiones y atavismos. Es peliagudo meditar o mantenerse flemático durante la vorágine. Un país sin Estado, sin moneda, con presidentes efímeros y hasta con unas horas de acefalía en sentido estricto (después de la renuncia de Rodríguez Saá) derrumbaba las coordenadas que orientan la vida cotidiana. Los sociólogos Berger y Luckmann dan una pista: “El orden institucional representa una defensa contra el terror. Ser anómico significa carecer de esa defensa y estar expuesto, solo, al asalto de la pesadilla”.[6] Los terrores rondaban: la disolución nacional, la anarquía… horribles, sin contornos precisos. Estaban errados, pero no eran demenciales.

Confesión de parte: supuse que jóvenes militantes de organizaciones sociales se volcarían a la violencia, a modalidades de venganza armada. Habían empobrecido sus hogares, expulsado del trabajo a sus padres, asesinado a compañeros luchadores… Repicaban en mi mente reminiscencias de los años sesenta o setenta. Sin embargo, el laberinto con varias desembocaduras potenciales llevó a otras. Se corroboró empíricamente un pilar de este libro: en la Argentina del siglo XXI el Estado detenta el monopolio de la violencia política extrema, ilegítima.

Lo señalé a mediados de 2002 en una columna breve, contando un acto realizado en Plaza de Mayo a pocos días de los homicidios de Kosteki y Santillán. Entonces me impresionaron la templanza de la multitud, el dolor noble, el rito de nombrar a los asesinados y corear “¡Presente!”, la unción y la fuerza con que se coreó el Himno. Consigné por escrito:

La hipótesis abrumadora de la disolución nacional me persigue tanto como la obsesión de ambicionar que mis nietos vivan acá y la fantasía de que, llegado el caso, nacerán en otro suelo. Frente a esos miedos, que temo no son solo míos, encuentro de a ratos la formidable vocación de la sociedad civil de preservar su templanza, su integración, su dignidad. Veo el autocontrol de los humillados y ofendidos que reclaman por todos lados, y los límites a la violencia política de cara a un Estado que confisca y asesina. Ayer, frente al temor de que mi patria empiece a ya no ser, sentí casi físicamente que este pueblo se resiste a su disgregación. Cantando el Himno lo sentí.[7]

Lo sigo creyendo ahora, con nietes nacides aquí.

* * *

Un ejercicio imprescindible es mirarse al espejo, autocriticar, reconocer errores cometidos. Los cronistas calzamos anteojeras, cargamos con deformaciones profesionales que contribuyen a meter la pata. El engreimiento, a la cabeza. Una plaga extendida: imitar sin notarlo al teniente Columbo de la Policía de Los Ángeles, personaje de una serie televisiva sobresaliente, prehistórica. Los episodios repetían un formato: un criminal astuto cometía “el crimen perfecto”; tramaba coartadas deliciosas, convincentes. El público veía el asesinato. Columbo, a su vez, intuía desde el primer vistazo quién era el criminal. Omnisciente, proponía y dominaba un juego entre gato y ratón. Desgreñado y querible, envolvía al criminal hasta obligarlo a confesar o “pisarse”.

The Sinner, serie de Netflix, es una variación sobre el mismo tema. Se sabe quién perpetró un homicidio pero las motivaciones son indescifrables. El detective, un antihéroe como Columbo, se obstina en comprender los móviles de un criminal comprobado, condenado ipso facto.

A menudo, los cronistas acceden al Palacio con prejuicios parecidos. Saben todo, les queda probarlo. Cosifican a los protagonistas, los reducen a una o dos facetas, simplifican universos dinámicos, mudables. La caricatura, un arte mayor a condición de no dibujarla antes de conocer al personaje…

* * *

Se simplifica de más, muuuucho. El analista económico Nassim Nicholas Taleb enciende la alarma:

Nuestros errores de predicción acumulativos sobre los sucesos políticos y económicos son tan monstruosos que cada vez que observo los antecedentes empíricos tengo que pellizcarme para verificar que no estoy soñando. Lo sorprendente no es la magnitud de los errores sino la falta de conciencia que tenemos de ellos.[8]

Taleb “descubrió” los cisnes negros, una subespecie escasa (ergo, existente) de esas aves tan blancas. Si damos con un cisne negro, una posibilidad estadística ínfima pero no nula, y nos caemos de espaldas, es problema nuestro. Martilla Taleb: “La incapacidad de predecir rarezas implica la de predecir el futuro, dada la incidencia de esos sucesos en la dinámica de los acontecimientos”.[9]

La perspectiva: that is the question. Cualquier pintor o escultor evita observar solo muy de cerca y en un vistazo. Sobran científicos sociales y periodistas que desconocen esa regla del arte, cuando no la desprecian. El observador contamina la muestra, su cercanía acentúa el problema.

* * *

De vuelta: mi selección de los momentos estelares argentos ambiciona ser razonable, no exhaustiva, no gánica. Cualquiera, yo mismo, podría escoger otro abanico de casos resonantes y decisivos. En especial, me abstuve de muchos sucesos de los gobiernos kirchneristas. Los recorrí en Kirchner, el tipo que supo;[10] prefiero darlos por narrados… por mí. Punteo un pilón: Blumberg, el conflicto con “el campo”, la cumbre presidencial de Mar del Plata, Gualeguaychú, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, la de Matrimonio Igualitario, el canje de la deuda externa, el desendeudamiento con el Fondo Monetario Internacional… siguen las firmas. En distintos tramos remito a aquel texto, sin obligación de compra (como dicen los vendedores ambulantes).

* * *

Me fascina la movilización popular, viga estructural de nuestro sistema político. La participación argentina es plebeya, demandante, pacífica a la vez. No me preguntes cómo elabora esa alquimia admirable y con pocos términos de comparación en el planeta. Me conformo con recordártela en movimiento. Tiñe a –o impera sobre– varios hechos.

Gratifica poner en un cuadrito la rotunda respuesta colectiva al fallo de la Corte que intentó aplicar el 2 × 1 a los acusados por crímenes de lesa humanidad. Un triunfo de la memoria y la justicia contra la ruindad bizantina de la mayoría de la Corte Suprema. Ejemplo de argentinidad al palo con desenlace soñado, porque las pugnas saben terminar de modo diferente, menos virtuoso.

La toma de la comisaría de la Boca luego del asesinato a sangre fría del Oso Cisneros obedeció a una reacción visceral y sistémica a la vez. Vecinos y militantes exigían que se arrestara a un criminal flagrante, socorrido por la pasividad policial. Adoptaron una medida extrema. Salió bien, pero esa noche inacabable pudo terminar con más sangre derramada, con desbordes de los ocupantes o un amasijo contra ellos. La intención, racional, de la protesta se desplegó en una situación límite. Las contradicciones, los albures, merecen ser repasados para contrarrestar la mitología de las clases dominantes que demonizan a los vecinos sublevados y alegan demencia respecto de las causas que los soliviantaron. Y para subrayar cuánto hay en juego en la revuelta popular desatada en condiciones trágicas.

* * *

Los capítulos admiten ser leídos en el orden propuesto o en el que escojas, a la manera de la venerable –y, recelo, algo olvidada– Rayuela de Julio Cortázar. El más obvio sería el cronológico; no lo acato del todo. Están agrupados los que rematan en renuncias de presidentes. No así los hechos de sangre que pusieron fin a la vida de militantes populares. Dos capítulos guardan estrecha vinculación, como causa y efecto… La causa, previa temporalmente, se narra después, presentada como precuela.

* * *

Pongo el cuerpo en plazas y calles desde la adolescencia. Una vivencia de mi métier periodístico es que compañeres me interroguen: “¿Venís a cubrir o a participar?”. Las dos cosas, siempre. Voy como un tipo cualquiera entre las muchedumbres, un privilegiado que puede contarlo.

¿Para qué sumar, don Mario, otros símbolos, causas, efectos o cuitas, como sonsaca Borges? Relecturas, las apodaría yo. Y respondería que para conjugarlas con las luchas populares, sus ascensos, declives, resistencias y consolidaciones. Para valorizar los momentos en que coincidieron con gobernantes atentos a sus demandas, derechos y necesidades. Pocos gobernantes, la selecta minoría que comprendió a las mayorías. En el decurso de mi larga vida: Juan Domingo Perón, Héctor Cámpora, Raúl Alfonsín, Néstor Kirchner, Cristina Fernández de Kirchner. Con sus límites, con sus más y sus menos.

Y también respondería que para cuestionar a quienes promueven modelos excluyentes, concentradores, elitistas. Las dictaduras militares antes que nada, y, aunque con mejores pergaminos, presidentes legitimados en el cuarto oscuro: Carlos Menem, Fernando de la Rúa, Mauricio Macri.

Cierro esta introducción, el comienzo que redacto al final, a principios de abril de 2019. La Copa América y las elecciones nacionales se disputarán pronto con finales abiertos. Anhelo algunos resultados, me inquietan otros. Cualesquiera fueran, entiendo que la victoria alivia, pero no llega al cielo; más bien abre nuevos escenarios. Y la derrota duele pero jamás será eterna, siempre dará revancha.

Ojalá el repaso que propongo te ayude a comprender a nuestra patria, sus desventuras y grandezas. Que te dote de medios para nutrir tus propios fines y acciones. Sea que compartas mi visión del mundo, de la Argentina y de los acontecimientos, o que tengas una diferente. Comprender, supongo y ansío, estimula a convivir.

[1] Enzo Traverso, Melancolía de izquierda. Marxismo, historia y memoria, Buenos Aires, FCE, 2018, pp. 62-63. En el párrafo referido, Traverso cita parcialmente a otros autores. Despojo su mención de esta referencia (supongo que la haría farragosa).

[2] Ilya Prigogine, El fin de las certidumbres, Santiago de Chile, Andrés Bello, 1996, p. 80.

[3] Alfredo Grieco y Bavio, “Al maestro de la sátira” (a propósito de Bernardo Bertolucci) publicado en Ñ. Revista de Cultura, 1º de diciembre de 2018.

[4] Stefan Zweig, Momentos estelares de la humanidad. Catorce miniaturas históricas, Barcelona, Acantilado, 2002. El capítulo al que me refiero es “El minuto universal de Waterloo (Napoleón, 18 de junio de 1815)”.

[5] Max Weber, El político y el científico, Madrid, Alianza, 1973, p. 215.

[6] Peter L. Berger y Thomas Luckmann, La construcción social de la realidad, Buenos Aires, Amorrortu, 2008, p. 130.

[7] “Cantando el Himno”, Página/12, 4 de julio de 2002.

[8] Nassim Nicholas Taleb, El cisne negro. El impacto de lo altamente improbable, Barcelona, Paidós, 2008, p. 27.

[9] Ibíd., p. 23.

[10] Buenos Aires, Siglo XXI, 2016.

1. La presidencia fugaz de Adolfo Rodríguez Saá

23 al 30 de diciembre de 2001

Ramón Puerta, titular provisional del Senado a cargo del Poder Ejecutivo tras la renuncia de Fernando de la Rúa, entrega la banda presidencial y el bastón de mando a Adolfo Rodríguez Saá, que asume una vez designado por la Asamblea Legislativa. El acto tiene lugar en la Casa Rosada el 23 de diciembre de 2001.