Sobre el autor

Jeff Foster estudió astrofísica en la Universidad de Cambridge. Tras un período de depresión y enfermedad, a los veinticinco años se hizo adicto a la idea de la iluminación y se embarcó en una búsqueda espiritual intensiva de la verdad última de la existencia.

Dicha búsqueda espiritual se estrelló estrepitosamente con el reconocimiento de la naturaleza no dual de todas las cosas y el descubrimiento de lo extraordinario en lo ordinario. En la claridad de esta visión, la vida empezó a ser lo que siempre había sido: íntima, abierta, apasionada y espontánea, y a Jeff le quedó una profunda comprensión de la ilusión radical que hay detrás de todo el sufrimiento humano y un amor al momento presente.

En la actualidad, organiza reuniones y retiros, y ofrece sesiones privadas por todo el mundo, indicando a la gente, delicada pero directamente, la posibilidad real de retornar a la profunda aceptación inherente al momento presente. Ayuda a las personas a descubrir quiénes son realmente, más allá de todos los conceptos espirituales, incluso en medio del estrés y la lucha del vivir de nuestro tiempo y de las relaciones íntimas. No pertenece a ninguna tradición ni linaje espiritual y hace que sus enseñanzas sean accesibles a todo el mundo.

Jeff ocupó el puesto 51 en la lista de la revista Watkins Review de las «100 personas vivas espiritualmente más influyentes» del mundo. Vive cerca de Brighton, en Inglaterra. Para más información sobre Jeff y sus enseñanzas, y para consultar su programa de eventos, consulta: www.lifewithoutacentre.com

Si este libro le ha interesado y desea que lo mantengamos informado de nuestras publicaciones, escríbanos indicándonos cuáles son los temas de su interés (Astrología, Autoayuda, Esoterismo, Qigong, Naturismo, Espiritualidad, Terapias Energéticas, Psicología práctica, Tradición, Fisognomía…) y gustosamente lo complaceremos.

Puede contactar con nosotros en

Título original: The Deepest Acceptance

Traducido del inglés por Elsa López Berastegui

Diseño de portada: Editorial Sirio S.A.

Composición ePub por Editorial Sirio S.A.

MAS PROFUNDA ACEPTACION
PORTADILLA

Ojalá pudiera mostrarte,

cuando estás solo o a oscuras,

la deslumbrante Luz

de tu Ser.

HAFIZ SHIRAZI

NOTA DEL AUTOR

A mi entender, todos nuestros problemas, todo nuestro sufrimiento y nuestros conflictos, tanto personales como globales, se derivan de un problema básico: la ignorancia de quiénes somos realmente. Hemos olvidado que somos inseparables de la vida y, como consecuencia, hemos empezado a temerla, y ese miedo nos ha hecho entrar en guerra con ella de maneras diversas. Hemos empleado nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestras emociones y nuestros cuerpos para combatir lo único real, que es el momento presente. Y al intentar protegernos del dolor, el miedo, la tristeza, el malestar, el fracaso..., de todas aquellas partes de la vida que se nos ha condicionado a creer que son malas, negativas, tétricas o peligrosas, hemos dejado de estar verdaderamente vivos.

La armadura que nos hemos puesto para protegernos de una plena experiencia de la vida se llama «yo individual»; pero en realidad no nos protege de nada, solo nos mantiene cómodamente anestesiados.

El despertar espiritual –el darnos cuenta de que no somos quienes creemos ser– es la respuesta a este problema básico de la humanidad. Hoy en día existen innumerables libros sobre el tema, y al parecer se descubren constantemente enseñanzas antiguas a las que hasta hace muy poco solo había tenido acceso una minoría selecta. Pero cuidado, porque también aquí hay trampa: la espiritualidad puede convertirse fácilmente en una capa más de nuestra armadura y, en vez de favorecer nuestra apertura a la vida, desconectarnos todavía más. Muchos conceptos y tópicos espirituales como «el yo no existe», «este no es mi cuerpo» o «la dualidad es pura ilusión» pueden no ser más que nuevas creencias a las que aferrarnos, nuevas maneras de eludir la vida y apartarnos del mundo que acaben generando un sufrimiento aún mayor, a nosotros y a nuestros seres queridos.

El despertar espiritual del que trata este libro no tiene nada que ver con que estés más protegido; tiene que ver con que te des cuenta de que el ser que de verdad eres no necesita protección, de que el ser que de verdad eres es tan receptivo, tan libre, rebosa hasta tal punto de amor y profunda aceptación que permite que la vida en su totalidad penetre en él. La vida no puede hacerte daño, puesto que eres la vida. Por lo tanto, el momento presente no es un enemigo al que debas temer, sino un querido amigo al que abrazar. Así es, la verdadera espiritualidad no refuerza la armadura con la que te proteges de la vida; la destruye.

El despertar espiritual es en realidad muy sencillo. Es el reconocimiento atemporal de quien eres realmente: la consciencia previa a la forma. Ahora bien, vivir en la práctica ese reconocimiento en la vida diaria, sin olvidarlo, perderlo de vista totalmente o dejar que se suba a la cabeza..., ahí, ahí es donde empieza la verdadera aventura de la vida, y ahí es donde, al parecer, muchos de los que recorren el camino espiritual se debaten y entran en lucha, da igual que sean buscadores que maestros.

Una cosa es saber quién eres realmente cuando todo va sobre ruedas y tienes la sensación de que la vida te sonríe, y otra es recordarlo en momentos de máxima crispación, cuando todo se derrumba a tu alrededor, cuando las circunstancias te superan y se rompen los sueños. En medio del dolor físico y emocional, de las adicciones, los conflictos de pareja y los fracasos mundanos y espirituales, solemos sentirnos menos despiertos que nunca, y más separados de la vida, de los demás y de quienes somos realmente. Los felices sueños de iluminación pueden evaporarse en un instante, y parecer que la aceptación se halle a millones de kilómetros de distancia.

Depende de nosotros interpretar la existencia humana de cada día, con sus complicaciones y su belleza, como algo que se ha de evitar, trascender o incluso aniquilar, o verla como lo que es realmente: un secreto y una constante invitación a despertar ahora, incluso aunque creamos que ya despertamos ayer. La vida, por su compasión infinita, no nos va a dejar dormirnos en los laureles.

Si mis libros anteriores han sido descripciones del despertar espiritual, este aborda cuestiones más importantes: ¿cómo se puede vivir ese despertar día a día?, ¿Cómo podemos aceptar el momento presente incluso cuando el momento presente nos parezca totalmente inaceptable?, ¿es «cómo podemos aceptar el momento presente?» una pregunta coherente siquiera?, ¿acaso, de entrada, estamos realmente separados del momento presente?

Enseño una cosa y solo una: una profunda y confiada aceptación de cualquier cosa que la vida ponga en nuestro camino. No se trata de practicar una rendición pasiva ni un frío desapego, sino de emerger con creatividad adentrándonos en el misterio del momento. He escrito este libro después de muchos años de escuchar a miles de personas embarcadas en el viaje espiritual..., de conversar con ellas, de prestar atención a sus preocupaciones, de contestar a sus peliagudas preguntas, de ver su sufrimiento y su dolor, sus luchas y miedos cotidianos, y de dirigir su atención, no hacia una iluminación futura, sino hacia una aceptación profunda e incondicional de la experiencia del momento presente, hacia la más profunda aceptación de lo que son en esencia.

Bienvenido a la vida ordinaria, querido explorador..., la última frontera del despertar espiritual. ¡Que tengas la intrepidez de ir allí adonde nadie ha ido antes!

Con amor de ti mismo,

JEFF FOSTER

AGRADECIMIENTOS

Con cariño y profunda gratitud, a:


Amy Rost

Tami Simon

Matt Licata

Julian y Catherine Noyce, de Non-Duality Press, Reino Unido

Menno van der Meer y Jeannine de Klerk

Sherie Davis y Amy O’Neil

Lynda y Sid Foster

Maurizio y Zaya Benazzo

Mike Larcombe, Nic Higham y Scott Kiloby

Arlene Eastland

... y a todos los demás seres maravillosos que he conocido en este viaje increíble.

Primera parte

DESPERTAR A LA MÁS PROFUNDA ACEPTACIÓN

La integridad de la vida

El verdadero viaje de descubrimiento consiste, no en buscar

nuevos paisajes, sino en mirar con ojos nuevos.

MARCEL PROUST

Las arrugas que surcan las manos de tu padre anciano. El llanto de un recién nacido. Una escultura expuesta en una galería de arte. Cierta combinación de notas en una pieza musical. Una gota de rocío sobre una brizna de hierba. La expresión momentánea de la cara de un desconocido que, de pronto, inesperadamente, hace que se te derrita el corazón. La completitud que súbitamente traspasa la separación.

La vida está llena de misterio.

Hace poco hablaba con una amiga que acababa de dar a luz. Es científica, «pensadora racional» y atea, sin el menor interés por la espiritualidad, la religión ni nada que no pueda demostrarse mediante una «revisión por pares», como ella la llama. Piensa que el sentido de la vida está en trabajar, proveer a la familia de todo lo necesario, ahorrar para la vejez y, finalmente, jubilarse y darse «la buena vida» antes de morir.

Y sin embargo, la oía hablar del nacimiento de su hija, y sus palabras no eran las de una atea; eran palabras religiosas, palabras espirituales, palabras preñadas de admiración, de asombro ante el sobrecogedor milagro de la creación. Hablaba del milagro de la vida en sí..., el misterio del nacimiento y la muerte, el acertijo cósmico que impregna todas las cosas. Me contaba que el momento en que sostuvo a su hija en brazos por primera vez, dejó de pensar en sí misma por completo, el pasado y el futuro se disolvieron y, de repente, lo único que había era aquello..., solo la vida misma, presente, viva, misteriosa. Solo existía aquel momento precioso, aquí y ahora, nada más.

Me contó que había llorado de gratitud al ver por primera vez los deditos diminutos de su hija..., lo delicados, lo frágiles que eran. Me contó lo asombrada que estaba de que algo tan misterioso y tan vivo hubiera salido de ella, de que algo se hubiera formado de la nada, de que la vida creara vida de sí misma, de que la misma vida que estuvo presente en el Big Bang estuviera también allí, en forma de aquella diminuta criatura rosada. La invadió de repente un amor incondicional..., hacia su hija, hacia todos los bebés y las madres del mundo, hacia la existencia entera; un amor para el que no tenía palabras. Todas las revisiones por pares se hicieron añicos ante la incomprensible vastedad de la experiencia del momento presente.

Mi amiga, la científica escéptica, la pensadora racional, se había transformado temporalmente en una mística no dualista, y ni siquiera lo sabía. Por un momento, había tocado la completitud de la vida, el misterio inefable que impregna toda la creación. Por un momento, se había enamorado de la existencia; la separación entre ella y la vida se había desvanecido para revelar un amor sin nombre.

He conocido a lo largo de los años a mucha gente en la que se había despertado un interés por la espiritualidad a raíz de haber vivido ciertas experiencias o percepciones extrañas, inexplicables, incomprensibles, por lo general de un modo repentino, como aparecidas de la nada, experiencias que después les resultaba difícil poner en palabras, y más difícil todavía comunicar a su familia y a sus amigos.

Los artistas hablan de la desaparición de sí mismos cuando están abstraídos en su trabajo. Los músicos cuentan cómo, cuando están absortos en su música, solo hay música, y la entidad separada que eran hasta ese momento se desvanece en ella, como si la propia vida los hubiera absorbido. No es que interpreten la música: son la música, que se interpreta a sí misma. Los atletas hablan de entrar en el flujo, o «entrar en la zona», un lugar donde el correr, el pedalear o el saltar ocurren sin ningún esfuerzo y el cuerpo funciona a la perfección aunque ellos ya no lo sientan como suyo. Los actores se refieren a desaparecer en sus personajes, hablan de diluirse por entero en el papel, de cómo, cuando actúan de verdad, no hay nadie que actúe. Luego, cuando los felicitan por su actuación y les preguntan cómo lo han conseguido, tienen que admitir que realmente no lo saben.

O vas paseando por el parque y, de repente, no hay un que ande..., solo existe el viento en la cara, el crujir de las hojas, la risa de los niños y el ladrido de los perros. Tú desapareces, y eres todo..., o todo desaparece, y tú no eres nada. Las palabras no tienen capacidad para expresarlo.

A veces sucede de un modo menos espectacular. Estás lavando los platos y, de pronto, las burbujas de jabón centelleantes son lo más fascinante del universo..., más aún: las burbujas de jabón son el universo en ese instante, y todos tus problemas, tus miedos, tus angustias, tu ansia desesperada de una vida mejor, de fama, de éxitos, de amor, de iluminación se desvanecen. Todo está profundamente bien de nuevo..., cósmicamente bien. Aunque la situación de tu vida no ha cambiado –sigue habiendo facturas que pagar, hijos que alimentar, trabajo que hacer, dolor que sufrir– tu relación con todo ello se ha transformado de repente. En un instante, has dejado de ser un individuo separado que lucha por encontrar completitud. Solo hay completitud. Has vuelto al vientre de la vida –un vientre del que en realidad nunca has salido–, y, sin embargo, la vida ordinaria sigue estando presente y tú continúas funcionando en el mundo sin el menor esfuerzo.

A la ciencia le ha costado mucho buscar explicaciones a estas experiencias –o no experiencias, o como quieras llamarlas–, pues nos llevan más allá del mundo de la causa y el efecto, el sujeto y el objeto, el observador y lo observado, lo absoluto y lo relativo, dentro y fuera, e incluso el tiempo y el espacio. Son lógica, científica y filosóficamente difíciles de demostrar. Pero para quienes las experimentan, son más reales que nada de lo que conocen. Llámalas si quieres despertares, experiencias pico o simplemente encuentros directos y al desnudo con la vida tal como es; en realidad, da lo mismo cómo las denomines porque, en última instancia, las palabras siempre vienen después.

La existencia rebosa de misterio y prodigio, y, a veces, sin advertencia, la luz puede brillar a través de las grietas del yo separado. Durante unos breves momentos, aparece la sugerencia cósmica de que la vida es infinitamente más de lo que parece ser. El más común de los objetos puede tornarse fácilmente extraordinario, lo cual nos hace preguntarnos si, tal vez, lo extraordinario está siempre oculto en lo ordinario, simplemente esperando a que lo descubramos.

Sí, quizá las cosas ordinarias de la vida –unas sillas desvencijadas, unos neumáticos de bicicleta, los reflejos del sol en unos cristales rotos, la sonrisa de una persona querida, el llanto de un recién nacido– no sean en realidad ordinarias en absoluto. Quizá, oculto en su «ordinariez», haya algo extraordinario. Quizá todo eso que damos por hecho sea en realidad expresión divina, sagrada, infinitamente preciosa, de una integridad, una Unidad que no es posible expresar con el pensamiento ni el lenguaje.

Y quizá esa integridad no esté «ahí fuera», en algún otro sitio, ni en el futuro, esperando a ser descubierta. Quizá no necesitemos viajar hasta los confines del universo para encontrarla. Quizá no esté en los cielos o escondida en las más hondas profundidades de nuestras almas. Quizá la integridad esté justo aquí, donde nos encontramos –en este mundo, en esta vida–, y quizá, no se sabe cómo, nos hayamos vuelto ciegos a ella en nuestra obsesión por encontrarla.

La física moderna ha empezado a confirmar lo que las enseñanzas espirituales de todos los tiempos han señalado: que todo está interconectado, y nada existe aislado de nada. Hemos inventado muchas palabras a lo largo de los siglos para referirnos a esa integridad cósmica; palabras como «espíritu», «naturaleza», «Unidad», «Advaita», «no dualidad», «consciencia», «percepción directa», «vitalidad», «Ser», «Fuente», «Existencia», «Estado de ser», «Tao», «Mente búdica y «presencia». Podríamos pasarnos cien años discutiendo sobre lo que realmente es la integridad de la vida, pero me pregunto si no terminaríamos discutiendo sobre palabras y dejaríamos escapar aquello a lo que se refieren dichas palabras. Así que elige tu término favorito para aludir a la integridad, porque, en definitiva, las palabras son lo de menos. Tú la llamas Tao; yo la llamo vida; ella, Dios; él, consciencia; otro, nada, y otro más todo. Hay a quien le gusta guardar silencio al respecto; un artista pinta cuadros sobre ella y un músico compone una melodía para expresarla; un físico intenta captarla con cálculos de enorme complejidad y enrevesadas teorías; un poeta o un filósofo hacen malabarismos con las palabras intentando alcanzarla; un chamán te da a tomar extrañas sustancias para que la veas por ti mismo; un maestro espiritual te orienta hacia ella, a la vez con palabras y en silencio.

La cuestión es que, sea lo que sea, en última instancia nunca podrá ponerse en palabras, ya que los pensamientos y las palabras fragmentan la integridad; descomponen una realidad unificada en elementos separados: cuerpos, sillas, mesas, árboles, el sol, el cielo, tú, yo... El mundo del pensamiento es el mundo de la dualidad, el mundo de las cosas.

Por supuesto, emplearé muchísimas palabras en este libro. ¡Las palabras son muy útiles para escribir y leer libros! Pero hay algo fundamental que debemos recordar, y es que lo importante no son las palabras. Lo importante es la integridad de la vida en sí..., y eso precede a todas las palabras, incluida la palabra «integridad».

Hay un gran silencio y reposo que impregna todas estas palabras, y es desde esa íntima quietud desde la que hablo. Este libro es todo él una carta de amor, de la quietud a la quietud..., de quien verdaderamente soy a quien verdaderamente eres.

Solía trabajar como voluntario en un sanatorio, y pasaba mucho tiempo con personas que se encontraban en las últimas semanas, días o incluso horas de su vida. Con frecuencia, los pacientes me confesaban que hasta aquel momento, en que el telón estaba a punto de caer, no habían abierto realmente los ojos a la obra que estaba en escena; era entonces cuando habían empezado a darse cuenta de lo preciosa que es la vida..., de lo preciosa que había sido siempre. Muchos de ellos se lamentaban. Lamentaban no haber saboreado la vida al máximo, lamentaban no haber amado lo suficiente. Se arrepentían de haberse guardado sus sentimientos por miedo al rechazo, y de no haber sido más sinceros y abiertos en sus relaciones. Se arrepentían de haber trabajado hasta enfermar, luchando por un futuro que nunca llegó y que ya no iba a llegar. Si hubieran sabido que la vida tenía otros planes para ellos, tal vez habrían abierto los ojos antes.

Algunos pacientes, hasta que se les arrebató el tiempo, no empezaron a explorar la vida de verdad. Ya no tenían tiempo para seguir viviendo de esperanzas y sueños; solo tenían tiempo para vivir. Algunos empezaron a experimentar con algún arte, otros estaban aprendiendo a tocar un instrumento, o a cantar o a bailar, por primera vez. Conocí a una mujer que, por fin, había reunido el valor suficiente para grabar su álbum de debut. Llevaba toda una vida escondiéndose, cantando en la ducha cuando estaba sola, protegiéndose del ridículo y el rechazo. Y ahora, en las últimas semanas de su vida, cuando ya no tenía nada que perder, cantaba con todo su corazón, como si nadie la estuviera escuchando, como si de hecho estuviera muerta y no hubiera ya nada que temer. El ridículo y el rechazo habían dejado de ser sus enemigos.

Un día me senté a jugar al ajedrez con una paciente. Apenas hablamos mientras jugábamos. Tenía la cabeza afeitada, y era patente su debilidad tras meses de quimioterapia. Pero estuvo tan presente conmigo durante la hora, más o menos, que pasamos juntos, tan en el aquí y el ahora, tan embelesada con la vida, tan fascinada por todo como un recién nacido... «Jaque mate», dijo con una sonrisa al tiempo que acorralaba a mi rey. Murió aquella misma noche, pero mientras jugamos estuvo más viva, más receptiva a experimentar, más enamorada del momento presente que muchos a los que todavía les quedan otros cincuenta años de vida. Estar presente no tiene nada que ver con el tiempo.

¿Por qué hacen falta, normalmente, situaciones de vida extremas para que recuperemos la percepción de la magia y el misterio de la vida? ¿Por qué esperamos, por regla general, a estar a punto de morir para descubrir en nuestro interior una profunda gratitud hacia la vida tal como es? ¿Por qué nos agotamos buscando amor, aceptación, fama, éxito o iluminación espiritual en el futuro? ¿Por qué trabajamos, o meditamos, hasta dejarnos la vida en ello? ¿Por qué posponemos la vida? ¿Por qué nos contenemos? ¿Qué es lo que buscamos, exactamente? ¿A qué esperamos? ¿De qué tenemos miedo?

¿Llegará la vida que tanto anhelamos en algún momento futuro, o está siempre mucho más cerca?

Este libro trata sobre la integridad de la vida y sobre la posibilidad de descubrir esa integridad ahora mismo; no el año que viene, ni mañana, ni «algún día», sino ahora mismo, en mitad de la experiencia presente, en mitad de lo que quiera que esté sucediendo, incluso si lo que está sucediendo es malestar, dolor o el anhelo de ser libre.

Este libro trata sobre la necesidad de que averigües quién eres realmente, más allá de quien piensas que eres, más allá de quien te han contado que eres, del cuento que te cuentas sobre quién eres y de todos los conceptos e imágenes que tienes de quién eres. Y trata sobre la necesidad de descubrir las diferentes maneras en que, al olvidarnos de quiénes somos e intentar construir y mantener lo que básicamente resulta ser una imagen falsa de nosotros mismos, obra del pensamiento, entramos en guerra con la experiencia presente, con los demás y con el planeta. Nuestro conflicto interno se convierte en un conflicto externo, pues, cuando hay guerra dentro de mí, entro en guerra contigo; lo que rechazo de mí lo rechazo en el mundo, y ese rechazo desemboca en toda clase de sufrimientos. Nos hacemos adictos a ciertas sustancias o a ciertos hábitos, algunos de ellos incluso aparentemente buenos, para eludir lo que no nos gusta de nosotros. Batallamos contra las emociones dolorosas. Buscamos a otra persona y una relación que nos complete. Queremos, desesperadamente, escapar del malestar gracias a la iluminación.

En este libro, voy a sostener permanentemente una lupa sobre el lugar de nosotros donde nace el conflicto, ya que el lugar donde el conflicto empieza es también el lugar donde puede terminar.

Se calcula que, solo en el siglo xx, los seres humanos se las arreglaron para matar a más de doscientos millones de otros seres humanos en guerras y genocidios. Parecemos ser los únicos organismos del planeta que hacemos daño y matamos a nuestros semejantes no solo para protegernos físicamente, no solo en la lucha por el alimento o el territorio, sino también para defender nuestras imágenes. Matamos en nombre de cualquier clase de imagen: ideologías, filosofías, sistemas de creencias, caminos espirituales, perspectivas del mundo...; matamos cada vez que intentamos crear una imagen del cielo que hay en las alturas, cada vez que intentamos imponer nuestra imagen del mundo a otros seres humanos distintos de nosotros. Matamos en nombre de imágenes de la realidad, de imágenes de lo que es verdadero y es falso, imágenes de quiénes somos y de quiénes son los demás en relación con nosotros..., imágenes que rara vez, por no decir nunca, se corresponden con la realidad. ¿Dónde puede acabar esta violencia?

Está de moda hoy en día hablar del cambio que la consciencia humana está experimentando en el planeta; la idea es, básicamente, que los seres humanos se encuentran en el proceso de alcanzar un estado de consciencia superior. Yo, en cambio, creo que lo que de verdad estamos haciendo es desarrollar una percepción nueva y cristalina de la locura que padece la mente humana. Somos más conscientes que nunca de que la manera tradicional de hacer las cosas no funciona. Ni las viejas ideas sobre quiénes somos, ni nuestra forma de pensar dualista, ni la mentalidad del «nosotros y ellos» nos han conducido a la paz –ni a la paz del mundo ni a vivir en paz con nosotros mismos–, sino más bien todo lo contrario. Las guerras, los genocidios, la opresión y la violencia siguen siendo una realidad en este preciso momento; el sistema financiero mundial está al borde de la quiebra (y hay quienes dirían que ya ha quebrado) y las grandes superpotencias están fatalmente endeudadas; el desastre ecológico es cada vez más amenazador, y los seres humanos sufren niveles de depresión, ansiedad y estrés sin precedentes.

El mundo siempre ha estado loco, solo que hoy en día somos más conscientes de esa locura. Por primera vez en la historia humana, prácticamente todo aquel que tiene acceso a un ordenador dispone de información sobre el estado del mundo, y probablemente sea igual de cierto que nunca habíamos estado tan desesperados por encontrar una salida.

Este libro no trata sobre cómo resolver todos los problemas del planeta; no estoy cualificado para hablar sobre eso. Sobre lo que sí quiero hablar es sobre dónde se originan todo el sufrimiento, el conflicto y la violencia humanos y que no es sino en la división dualista de la experiencia presente, esa división en la que «me» separo de la vida en sí. Si, más temprano que tarde, no hacemos frente cada uno de nosotros a nuestra propia experiencia presente y sanamos la locura, la violencia y la separación que hay en ella, no hay esperanza de que encontremos un modo de escapar de la locura humana colectiva. En cambio, si logramos averiguar dónde comienzan en nuestra propia experiencia la violencia, el sufrimiento y la división que nos separan de la vida y de nuestros semejantes, y si somos capaces de ver y entender con claridad el sufrimiento que nos causamos a nosotros mismos, podremos ver cómo les causamos sufrimiento a los demás, a las personas queridas, a nuestras ciudades, países, continentes y planeta.

La violencia empieza y termina en ti. Reconocer esta verdad supone asumir una responsabilidad total, en el mejor sentido de la palabra.

No ofrezco una forma de salir de la locura de la mente humana, sino una forma de entrar. En realidad, no ofrezco una solución al sufrimiento, sino otra manera de entenderlo..., una manera radicalmente nueva de relacionarnos con él. No hay esperanza de que podamos poner fin al sufrimiento –ni personal ni global– hasta que entendamos lo que es en verdad el sufrimiento, en el nivel más fundamental. Y cuando realmente entendamos lo que es, tal vez descubramos que la verdadera libertad no se encuentra escapando de la experiencia presente, sino sumergiéndonos sin miedo en sus profundidades ocultas. Ahí, quizá, descubramos toda la paz, el amor y la profunda aceptación que siempre habíamos buscado en el exterior.

Sé que tal vez suene egoísta o narcisista centrarnos en nuestro propio sufrimiento de esta manera. «¿Quién soy yo para quedarme aquí sentado contemplando mi sufrimiento? ¿No debería olvidarme de mí, salir a la calle y ayudar a poner fin al sufrimiento del mundo?», podrías preguntar. Recuerda que cualquier sufrimiento que haya dentro de ti se proyectará fuera, en el mundo, inevitablemente. Cualquier cosa con la que estés en guerra dentro de ti, llegará el momento en que la combatirás igualmente en el exterior. Si la violencia y la separación están vivas en ti, las introducirás en tus relaciones más íntimas, en tu familia, en tu lugar de trabajo, en el mundo a gran escala. El mundo no es sino tu proyección de él, como nos han recordado sin cesar los maestros espirituales, los santos, sabios y místicos de todos los tiempos.

Osho hablaba de la paradoja de indagar profundamente en la propia experiencia en lugar de intentar poner fin a los problemas del mundo: «Sí, parecerá egoísta, pero ¿es egoísta el loto cuando florece?, ¿es egoísta el sol cuando brilla?». Por extraño que resulte, para ser totalmente desinteresado y altruista, has de ser totalmente egoísta, has de estar completamente obsesionado contigo mismo..., pero no de la manera en que habitualmente entendemos la obsesión ni el yo. Debes estar fascinado, lleno de curiosidad, dispuesto a descubrir los entresijos de la separación, en todas sus formas, en mitad de tu experiencia presente. Debes estar abierto a explorar el sufrimiento, cómo y por qué se manifiesta en ti, dónde se origina. Debes estar dispuesto a detener la mirada en tus miedos más terribles, tu dolor, tu tristeza, tus más profundos anhelos insatisfechos. Debes estar dispuesto a mirarlos de frente y a encontrar el lugar donde es posible aceptar profundamente incluso los aspectos aparentemente más inaceptables de ti.

La gran libertad reside en afrontar sin miedo la oscuridad y ver, finalmente, que es inseparable de la luz. Reside en reconocer que lo que siempre habías buscado estaba oculto incluso en tus miedos más terribles. Parafraseando a Thomas Hardy, si hay un camino hacia algo mejor, está en mirar con los ojos bien abiertos lo peor... y encontrar en ello la más profunda aceptación.

Cuando entiendes cómo se manifiesta en ti el sufrimiento, entiendes de inmediato cómo se manifiesta en todo el resto de la gente. Solemos conceder tanta importancia a nuestras diferencias individuales que somos incapaces de ver que, en lo fundamental, somos todos iguales. Todos sufrimos, y todos buscamos una manera de salir del sufrimiento, como Buda enseñó. Cuando descubres y entiendes la mecánica del sufrimiento en ti mismo, desarrollas una profunda compasión por el sufrimiento ajeno..., compasión en el verdadero sentido, en el sentido de com-passio, literalmente «sufro con».

Cuando considero que el dolor es mío, me pierdo en mi burbuja de sufrimiento personal y me siento desconectado de la vida, aislado y solo con mi desdicha. Pero más allá de la historia personal de mi sufrimiento, descubro que el dolor no es en realidad mi dolor. Es el dolor del mundo. Es el dolor de la humanidad. Cuando pierdo a mi padre, la aflicción que siento no es mi aflicción, sino la aflicción de todo hijo; sufro por, y con, cada hijo que haya perdido a su padre. Cuando mi pareja me abandona, soy cualquiera que haya perdido a alguien a quien amaba. En los más íntimos recesos de la experiencia presente, descubro que yo soy el universo que con tanto ahínco intento salvar; descubro que yo soy la compasión que tanto me esfuerzo por representar fuera, en el mundo; descubro que yo soy todas las demás personas con las que tanto anhelo tener contacto. En las profundidades de lo personal, en medio de las experiencias más intensamente dolorosas e íntimamente personales, descubro la verdad impersonal de la existencia, y en ese momento soy libre. Muchas enseñanzas espirituales hablan de escapar de lo personal y alcanzar cierto estado impersonal en un futuro, pero, como veremos en este libro, lo personal y lo impersonal son íntimamente uno, y no se pueden dividir así. La división es precisamente la raíz de todo el sufrimiento y el conflicto.

A un nivel, este libro no es necesario. Ya estás completo tal como eres. Eres la vida misma, y siempre lo has sido. ¡Esto es todo, el aquí y el ahora! Este momento es cuanto hay, y está completo en sí mismo. No hay nada más que hacer. ¡Enhorabuena!, puedes cerrar el libro y tomarte una taza de té y un bollo.

A otro nivel, quizá todavía no reconozcas que ya estás completo. Quizá verdades espirituales tan bellas e inspiradoras como «ya estás completo» y «solo hay Unidad» aún te parezcan simplemente bellas e inspiradoras palabras, y todavía no sean para ti una realidad experiencial, viva. Quizá todavía estés batallando con tus sentimientos, con el dolor, las adicciones y los conflictos de pareja. Quizá todavía estés buscando respuestas, amor, aprobación, la iluminación... Quizá aún estés esperando la paz, todavía anheles encontrar una manera de vivir en este mundo que tenga más sentido, en la que haya más amor, que sea más auténtica. Quizá, aunque creas que no estás separado de la vida, todavía te sientas separado de la vida.

Tu sufrimiento no es una maldición, un castigo, una aberración, ni es señal de que hayas fracasado en modo alguno. El sufrimiento es siempre un gran lugar para empezar a explorar la experiencia presente. Dios sabe que, si no hubiera sufrido como sufrí, nunca habría empezado a cuestionar todo lo que sabía y a descubrir la libertad en todo aquello contra lo que luchaba, en todo aquello de mí de lo que intentaba huir.

No te prometo un estado especial o una experiencia espiritual extraordinaria; eso se lo dejo a los gurús espirituales. Además, los estados y las experiencias vienen y van, y, si de verdad queremos poner fin al sufrimiento, debemos ir más allá de los estados y las experiencias pasajeros, más allá de las cimas espirituales, y descubrir algo que no sea efímero. Algo que esté siempre presente. Algo que está aquí ahora mismo, pero que al parecer siempre ignoramos, empeñados en saborear experiencias futuras y añorantes de retornar a las glorias pasadas.

No me considero un gurú espiritual o un adalid de la autoayuda, un ser especial, despierto o iluminado, ni esencialmente distinto de ti en modo alguno. Me considero más un amigo que te indica con delicadeza cómo retornar a quien realmente eres, que te recuerda lo que, en lo más hondo, ya sabes. Por supuesto, no deseo que te limites a creer todo lo que digo. Quiero que indagues tú mismo, que pongas a prueba todo lo que digo y lo cotejes con tu propia experiencia. Yo no soy una autoridad en materia de la vida (¿quién puede ser una autoridad en que los pájaros canten, en que lata el corazón, en que caiga la lluvia o en que este momento sea como es?), pero quizá las palabras de este libro te devuelvan a una percepción consciente de lo que es realmente verdad en tu experiencia ahora mismo. Tal vez te devuelvan a una profunda aceptación total, a una sencillez y un reposo que son la esencia de todo, que te llevarán más allá de la necesidad de ninguna autoridad externa y te dejarán libre, como un árbol en mitad de la tormenta, mirando a la vida de frente, entregado de lleno a las realidades y los desafíos de la existencia relativa, pero también sólidamente asentado en la inquebrantable certeza de quien de verdad eres, firmemente enraizado en un saber que nunca morirá.