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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Robyn Grady

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La tentación era él, n.º 2081 - enero 2016

Título original: Temptation on His Terms

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-7679-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

Shelby Scott miró con enfado el espectáculo que se desarrollaba frente a aquel hotel mundialmente famoso e hizo un mohín. Dex Hunter se estaba luciendo ante los espectadores besando a una entusiasta señorita. Shelby supuso que sería una joven actriz aspirante al estrellato, ya que el señor Hunter era el dueño de unos estudios cinematográficos.

Esa mañana, cuando se habían conocido al derramarle ella el café en el puño de la camisa, Shelby se prometió a sí misma que ser camarera solo sería algo provisional. Recién llegada a California, pretendía encontrar trabajo de niñera. Tenía experiencia y le encantaban los niños. Con suerte, el señor Hunter podría ser su jefe.

Era un soltero muy ocupado, ya que dirigía Hunter Productions, y necesitaba a alguien que cuidara de su hermano menor, que iba a ir a verle. Cuando Dex se enteró de que la vocación de ella era cuidar niños, pareció interesado. Después supo que había leído todos los libros preferidos de los niños y que era experta en dinosaurios. A su hermano le encantaban los dinosaurios.

Dex le dijo que había tenido mucha suerte. Ella era de la misma opinión. Habían quedado en verse esa noche para hablar y llegar a un acuerdo.

Pero el espectáculo de mal gusto que Shelby contemplaba había arruinado toda posibilidad de trabajar juntos. Cuando su hermano, que tenía cinco años, llegara, Dex Hunter tendría que buscarse a otra. Ella estaba harta de donjuanes. En Hollywood o en Mountain Ridge, Oklahoma, de donde ella procedía, todos eran iguales.

Dex dejó de besar a la chica, miró alrededor y sus ojos se detuvieron en Shelby. Apartó a la joven, que parecía mareada, y se dirigió a su encuentro. Su olor a almizcle y su masculina presencia la envolvieron. Era un hombre ancho de espaldas y alto que emanaba seguridad en sí mismo.

Pero lo más atractivo de él eran sus ojos castaños, que, a la luz de las farolas, podían confundirse con los de un león, un animal inteligente y potencialmente peligroso.

–Llega pronto –dijo él.

–Estoy segura de que llego puntual –contestó ella–. ¿Tiene por costumbre exhibirse en público?

Él frunció el ceño sin comprender al principio. Después de mirar hacia atrás esbozó una media sonrisa.

–Se abalanzó sobre mí.

–Ah, claro, usted no tiene culpa alguna.

La sonrisa de él desapareció.

–Creo que hemos empezado con mal pie.

–No hemos empezado nada.

Ella dio media vuelta y se dirigió a la parada del autobús.

Llevaba dos semanas en Los Ángeles. Era la primera vez que salía de su pueblo. Había ido a California porque había visto una película antigua en la que la protagonista, que quería comenzar de cero, había tenido suerte al llegar allí. Pero Shelby se sentía sola y creía que había sido una ingenua, por lo que la idea de volver a Mountain Ridge y a todo lo que conocía iba ganando fuerza. Tenía muchos recuerdos de su pueblo, la mayoría buenos.

Y algunos muy malos.

Por eso se había prometido no desfallecer y quedarse donde estaba. Se negaba a que quienes la conocían desde siempre la compadecieran.

Oyó unos pasos detrás de ella y Dex Hunter la alcanzó y se situó frente a ella impidiéndola seguir.

–Dijo que cenaría conmigo para hablar de mi propuesta.

–Si usted se comporta así en público mientra espera a alguien, no quiero ni pensar lo que hará en la intimidad de su casa, aunque esté allí un niño inocente. No quiero formar parte de eso.

–Esa mujer es una amiga. Y nos estábamos despidiendo.

–Aunque yo sea una pueblerina, no nací ayer. El abrazo no era el de la despedida de dos amigos.

Ella conocía esa clase de beso, ardiente y desesperado.

–Bernice había bebido mucho –respondió él mientras comenzaba a caminar a su lado–. Iba a reunirse con unos amigos y quería que la acompañara. Al decirle que tenía otros planes, trató de convencerme.

–Y usted se ha defendido, claro.

–Y usted no sabe si es mi novia, o mi prometida.

Al oír la palabra «prometida» a ella se le contrajo el estómago.

–No me ha gustado lo que he visto –se había sentido incómoda y vulnerable–. Llame a una agencia para encontrar a una niñera. Y por Dios, ¡límpiese el carmín de la mejilla!

–Esta tarde he comprobado sus referencias. En el café –prosiguió él mientra se frotaba la mejilla con un pañuelo– mencionó un par de sitios en los que había trabajado. He llamado y me han hablado muy bien de usted y de su capacidad. La señora Fallon me ha dicho que conecta estupendamente con los niños.

Shelby se preguntó con quién más habría hablado, aparte de con las personas que ella le había mencionado, y si sabría algo más sobre ella. Aunque le daba igual que se hubiera enterado del desagradable incidente del mes anterior, que todo el pueblo lamentaba y del que hablaría en los años venideros.

–Llevo seis meses sin ver a mi hermano, pero estoy seguro de que sigue siendo el mismo: travieso y lleno de ideas y energía. Le caería bien. Le cae bien a todo el mundo –concluyó él con una sonrisa.

Ella suspiró. Le picaba la curiosidad. ¿Habría montado ya a caballo su hermanito? ¿Le gustaría el ajedrez o el béisbol?

Pero nada de eso borraba la torpe excusa de Dex Hunter por el espectáculo que acababa de presenciar.

Se cruzó de brazos.

–Encontrará a otra.

–La quiero a usted.

–Por favor, vaya a reunirse con…

En medio de la frase, miró hacia atrás y se quedó de piedra.

La mujer, Bernice, abrazaba a otro hombre. Mientras su nueva víctima la apartaba, ella se tambaleó, cayó al suelo y rompió a llorar. Shelby sintió pena por ella. Dos mujeres se le acercaron, la agarraron por la cintura y se la llevaron.

–El prometido de Bernice rompió el compromiso la semana pasada. Hace años que lo conozco, y no es de los que se casan. Supongo que esta noche, antes de volver a casa definitivamente, Bernice ha intentado demostrar algo al mundo y a sí misma, a pesar de que no le hace falta. Siempre ha sido demasiado buena con Mac.

A Shelby se le contrajo el estómago. El dolor y la desesperación podían llevar a cometer una tontería.

La voz de Dex interrumpió sus pensamientos.

–Esta ciudad es dura para alguien como ella, y para muchos otros. Decida usted lo que decida sobre el empleo, sigo queriendo llevarla a cenar. Lleva sirviendo mesas todo el día. Supongo que debe tener tanto apetito como yo.

–Parece que la señora Fallon le ha hablado de mi apetito –apuntó ella sonriendo de mala gana.

Él rio.

–Tate, mi hermano, también tiene buen apetito. La última vez que nos vimos, su comida preferida eran las hamburguesas con queso, aunque tal vez tenga yo algo que ver en ello.

Ella sonrió con más ganas. Realmente era un hombre encantador. Y convincente. Una combinación traicionera, en su experiencia. Sin embargo…

–Supongo que no hay ningún mal en que cenemos juntos, pero pagaremos a escote.

–No hace falta.

–Insisto.

***

 

 

Dex no malinterpretó el tono de Shelby ni el claro mensaje de sus palabras y sus ojos. Cenaría con él. Incluso contestaría más preguntas sobre su experiencia como niñera en Mountain Ridge. Dado que el malentendido sobre Bernice se había aclarado, no había motivo para que no volvieran a negociar.

Ella tenía razón en que lo más cómodo y fácil era llamar a una agencia para contratar a una niñera, pero su instinto le decía que Shelby Scott era la persona adecuada para cuidar a su hermano, que era lo más importante para él y que necesitaba su protección.

Alguien había atentado contra el padre de ambos, un magnate de los medios de comunicación, y hasta que se detuviera a esa persona, Tate necesitaba un lugar seguro donde vivir. Nadie de la familia Hunter estaba dispuesto a arriesgarse a que el niño se viera envuelto en otro incidente como el que las autoridades de Sídney investigaban. A su padre lo habían obligado a salir de la carretera, le habían disparado y casi secuestrado. Tate estaba con él.

Mientras Dex recorría la calle con la mirada para escoger el mejor sitio para cenar, le sonó el móvil. Al no responder a la llamada, Shelby lo miró sorprendida.

–Podría ser importante –observó ella.

–Vamos a cenar.

–En mi pueblo es una grosería no responder cuando llaman al teléfono o a la puerta.

Él contempló sus grandes ojos verdes. No era el momento de decirle que, en Los Ángeles, nadie lo hacía.

Contestó la llamada.

Al otro extremo de la línea, Rance Loggins, su guionista, le espetó:

–No funciona. Quieres que Jada se enfrente a Pete en la boda, pero no creo que deba hacerlo. Es muy predecible.

–Ya se te ocurrirá algo mañana.

–Pensaba que querías acabar el guion cuanto antes.

Dex miró a Shelby, que aguardaba pacientemente con aire entre angelical y seductor.

–¿Sigues ahí, Dex?

–Pásate por la oficina.

–Mañana me marcho fuera una semana. Es una escena clave, según tus propias palabras.

Hunter Productions había logrado un récord de taquilla con su última película, Presa fácil. Dex iba a estrenar otras, pero tenía muchas esperanzas puestas en la que estaban escribiendo.

–Acabaré sobre las diez –le dijo a Rance.

–Lo estás retrasando a causa de una mujer –lo acusó el guionista.

–No es verdad –al menos, no en el sentido habitual.

–Creí que te habías comprometido a reconstruir Hunter Productions.

Dex y Rance se conocían hacía mucho. Dex lo consideraba su amigo, pero no le gustaba que lo presionara.

–Te olvidas de que soy yo quien paga las facturas.

–Para eso tienes que ganar dinero.

Dex colgó.

–Tenemos que anular la cena, ¿verdad? –quiso saber Shelby—No importa, es lo mejor.

Dex no estaba dispuesto a dejarla escapar tan fácilmente, pero Rance tenía razón.

Aunque se negaba a pasarse la vida encerrado en el despacho, hasta el éxito de su última película los ingresos de la empresa habían sido escasos. Al llegar a Los Ángeles desde Australia, con veinticinco años, un amigo lo había ayudado. Había aprendido mucho de él y había dedicado muchas horas al trabajo. De todos modos, a pesar de tener que ocuparse de su trabajo esa noche, no iba a dejar de lado el otro asunto que se traía entre manos.

–Acompáñeme y tomaremos algo luego –le propuso él.

–No me parece bien.

–¿Por qué no?

–No lo conozco.

–No soy el dueño de un club de alterne, Shelby. No voy a dejarte sin conocimiento y a arrastrarte a mi guarida secreta.

Ella lo miró como si no estuviera segura de que no lo haría. Era precavida, y estaba bien serlo en una ciudad como Los Ángeles.

–Mi guionista tiene un problema con un guion –le explicó él–. La historia es una comedia romántica. Estamos trabajando en una escena fundamental en que todo se desmorona. El hombre al que ama la protagonista, y a quien este ha engañado, se va a casar con una amiga de ella y la ha invitado a la boda. Su acompañante le falla, por lo que tiene que ir sola.

Shelby lo miraba con interés, así que continuó.

–Está sentada con un grupo de familiares de la novia, que comentan lo guapa que está con el vestido. Un torpe camarero le mancha el vestido, por lo que esta va al servicio a limpiarse mientras se pregunta por qué tiene que pasar por todo aquello. De camino hacia allí, se encuentra con el novio.

–¿Y entonces?

–No estamos seguros.

Ella abrió el bolso para guardar el móvil con el que había estado tomando fotos mientras él hablaba por teléfono. En ese momento se levantó una ráfaga de viento que se llevó un papel del bolso, que fue haciendo remolinos hasta la calzada.

Shelby trató de agarrarlo, pero no lo consiguió. Sin pensarlo, bajó de la acera en el momento en que un coche pasaba a toda velocidad.

Capítulo Dos

 

Dex saltó hacia ella. En ese mismo momento, ella subió bruscamente a la acera impulsada por el miedo. Perdió el equilibrio, chocó contra él y estuvo a punto de caerse de lado, cosa que él evitó agarrándola en el último momento.

Mientra estaba rígida entre sus brazos, Dex le examinó el rostro. Sus ojos eran una mezcla poco habitual de verde y azul. Tenía una pequeña cicatriz en un párpado. A esa distancia, sus labios le parecieron más carnosos.

Ella los movió, temblorosa, al pronunciar unas palabras:

–Parece que todavía no me he acostumbrado al tráfico.

Haber dejado de prestarle atención durante un segundo podía haberla llevado al hospital, o algo peor. En lugar de ello, estaba en brazos de Dex, con la espalda a unos centímetros del suelo y los nervios a flor de piel.

Se sentía como si estuviera en una película: una chica lejos de su hogar a la que había estado a punto de destruir un momento de distracción, pero a la que había salvado un hombre alto, de ojos castaños, que era guapísimo y capaz de sostenerla como si estuvieran bailando el tango.

Shelby pensó que, si no estuviera tan deslumbrada, se habría derretido en sus brazos.

Dex la ayudó a incorporarse con cuidado. Ella controló la expresión de su rostro, se estiró el vestido y trató de que su acelerado pulso recuperara el ritmo normal.

–¿Estás bien? –preguntó él.

–Sí, salvo en lo que respecta a mi orgullo. He sido una estúpida.

–El papel que salió volando del bolso debía de ser importante.

–Tenía valor sentimental –y lo había perdido para siempre.

Dex cruzó la calle, se aproximó a una palmera, cuya base estaba iluminada, y se agachó. Al volver llevaba el papel en la mano: una foto. Ella la agarró, la apretó contra su pecho durante unos segundos y la metió en el bolso, en un bolsillo que cerró con cremallera.

–Una persona a la que respeto mucho decía que los sentimientos nunca están sobrevalorados.

Como a ella no le pareció que fuera el momento adecuado para preguntarle quién era dicha persona, pensó que tal vez pudiera averiguarlo en la cena.

–¿Sigue en pie la invitación de hacer una visita a tu guionista?

Él esbozó una amplia sonrisa.

–Para Rance y para mí sería un honor.

Unos minutos después, Dex le abría la puerta de un coche deportivo italiano. Cuando ella se hubo acomodado, él arrancó.

–¿Este tipo de emergencia mientras se escribe un guion sucede a menudo? –preguntó ella, que no se sorprendería si de repente se despertara y comprobara que todo había sido un sueño.

–Cuando decides hacer una película, te encuentras con muchos obstáculos.

–Me imagino una habitación llena de humo, a un hombre sentado a una mesa escribiendo a máquina mientras otro pasea arriba y abajo, con la cabeza gacha y las manos detrás de la espalda.

–¿Escribiendo a máquina?

–Bueno, eso sería el siglo pasado –reconoció ella.

–¿Conocen en tu pueblo Internet? –se burló él.

–Desde luego. Conseguimos la electricidad necesaria atando un burro a una rueda de molino.

Él soltó una carcajada.

–Tampoco yo soy de aquí. Me crié en Australia.

–Eso explica tu acento. Creí que serías británico.

–Los australianos estamos más morenos.

Ella le miró el cuello y las manos, que tenían un hermoso bronceado.

–Australia está en la otra punta del mundo –dijo al tiempo que se obligaba a dejar de mirar su perfil clásico–. ¿Qué te hizo venir aquí? ¿Deseabas lograr fama y fortuna?

–Mi familia es la dueña de Hunter Enterprises.

–Y Hunter Productions es una de ellas, supongo.

Él cambió de marcha para tomar una curva.

–Mi madre nació cerca de donde tú eres.

–¿En Oklahoma?

–En Georgia.

–Lamento decirte que Georgia no está cerca de Oklahoma.

–Vaya, se ve que sigo sin ser de por aquí.

Ella sonrió.

–Volviendo a lo que me estabas contando…

–Mis padres se conocieron, y él quedó cautivado. Al cabo de un mes le pidió que se casara con él.

–Es un romántico –afirmó ella.

–Quería a mi madre, desde luego –la sonrisa de Dex se evaporó–. Cuando ella murió hace unos años, él se volvió a casar.

–¿Con una buena mujer?

–Eso cree mi padre.

Ella esperó a que le dijera algo más de su madrastra, pero él no lo hizo, lo cual de por sí era muy significativo.

Llegaron a un barrio caro y entraron en un sendero privado que conducía a un chalé. Un hombre de cabello oscuro les abrió la puerta. Cuando la vio, ella se dio cuenta de que no le agradaba su presencia allí. Pero Shelby ya conocía esa clase de miradas, y había sobrevivido a ellas.

Una vez hechas las presentaciones, Rance Loggins los invitó a entrar.

Dex y Rance intercambiaron unas palabras mientras recorrían un pasillo de paredes de cristal por las que se veía un jardín tropical. Al llegar a una habitación decorada con madera, acero y cuero, Shelby se sentó en un sofá mientras Dex se quitaba la chaqueta y la dejaba en el respaldo de una silla. Después se sentó a su lado, demasiado cerca, pensó ella.

Con estirar un poco la mano podría tocarle el muslo, musculoso, largo y fuerte.

–¿Qué te parece?

Sobresaltada, Shelby volvió a la realidad. Dex le había hecho una pregunta y tanto Rance como él esperaban su respuesta.

–¿Qué me parece el qué?

Rance volvió a explicarle la situación.

–La protagonista era la novia del protagonista hasta que este la engañó y le pidió a su mejor amiga que se casara con él. Ella acude a la boda y, durante el banquete, se encuentra a solas con el novio. Están uno frente al otro.