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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2005 Michelle Celmer. Todos los derechos reservados.

BESOS DE SEDA, Nº 1401 - junio 2012

Título original: Bedroom Secrets

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicada en español en 2005

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción,

total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de

Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Harlequin Deseo son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0169-1

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversion ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo Uno

 

No tenía suficiente dinero.

Tina DeLuca estudió las monedas que llevaba en la mano, el miedo llenando el espacio vacío que el plato de sopa no había podido llenar. Era lo más barato del menú, pero no había contado con los impuestos.

No sólo no tenía dinero para pagar la cuenta, ni siquiera podía usar el teléfono con la esperanza de encontrar a su padre. Quería llamar antes de presentarse en su casa para averiguar si era el Martín López que buscaba.

¿Y si no lo era? ¿Y si estaba de nuevo en un callejón sin salida? Tina se mordió los labios. Estaba en Chapel, Michigan, sin dinero, y no tenía a nadie a quien recurrir. Sólo podía esperar que en la ciudad hubiera un refugio para pasar la noche.

O una cárcel, que era donde iba a terminar si no podía pagar la cuenta. También podría buscar algún subterfugio para no pagarla... pero si había algo que Tina DeLuca odiaba más que estar sin dinero era tener que mentir.

«Cuando Dios cierra una puerta, abre una ventana», había escrito su madre en su diario. Y Tina se preguntó si habría una ventana en el lavabo del restaurante por la que poder escapar.

No. Había llegado hasta allí sin mentir y sin engañar a nadie. Tendría que ser honesta y esperar que aquella mujer se apiadase de ella.

–¿Seguro que no quieres nada más, cariño? –preguntó la camarera, una mujer de pelo gris y ojos amables que debía de ser la Mae del Restaurante Mae.

El corazón de Tina empezó a latir con fuerza. Le temblaban de tal forma las manos que se le cayeron algunas de las monedas sobre la mesa.

Mae la miró, preocupada.

–¿Te encuentras bien?

Ella tragó saliva. ¿Cómo iba a decirle a aquella señora tan agradable que no podía pagar la cuenta?

–No tengo suficiente –dijo por fin. Pero lo dijo tan bajito que Mae no la oyó.

–¿Qué has dicho, hija?

–Que no tengo suficiente dinero –repitió Tina en voz alta. Las dos mujeres que estaban en la mesa de al lado la miraron sin disimular su desprecio–. Pensé que tenía suficiente para pagar el plato de sopa, pero se me olvidó el IVA. Me faltan veinte céntimos.

Mae levantó una ceja pintada.

–Te faltan veinte céntimos, ¿eh?

Los ojos de Tina se llenaron de lágrimas, pero intentó contenerlas. No quería que aquella mujer pensara que era una estafadora.

–Puedo lavar platos. O cocinar, soy una buena cocinera.

–No eres de aquí, ¿verdad?

Ella negó con la cabeza.

–Ven conmigo –dijo Mae entonces–. A mi oficina.

«Ya está», pensó Tina, con el corazón encogido. Iba a llamar a la policía. En fin, una celda era mejor que dormir en la calle. Y si Ray la denunciaba por lo que había pasado la semana anterior, sin duda la detendrían... por agresión.

Temblando, se levantó y tomó su mochila. Con la cabeza bien alta a pesar de la mirada de puro desdén que le lanzaran las dos mujeres de la mesa de al lado, siguió a Mae hasta el fondo del restaurante, intentando verse a sí misma como la vería ella. Su ropa estaba arrugada y sucia después de llevarla puesta varios días. Seguramente parecía una vagabunda, como las que había visto durmiendo en la estación de autobuses.

Mae la llevó hasta la cocina y su estómago empezó a hacer ruido cuando aquellos deliciosos aromas llegaron a su nariz. Hacía días que no tomaba una comida decente. Para estirar sus limitados fondos había subsistido a base de sopa y galletas...

Mae la llevó a una diminuta oficina y señaló una silla de metal.

–¿Cómo te llamas, cariño?

–Tina –contestó ella–. Tina DeLuca.

–Muy bien, Tina DeLuca, espera un momento.

Mae salió de la oficina y ella intentó hacerse la fuerte para soportar lo que estaba por llegar. Mientras tanto, miró los diplomas de la Cámara de Comercio que colgaban de la pared y el póster según el cual los postres de Mae eran los mejores de Michigan. También había docenas de fotografías de los hijos y nietos de Mae. Al menos, parecían sus hijos y nietos. Todos parecían tan contentos...

Una familia feliz. Ese concepto era extraño para Tina. Después de perder a su madre, se quedó sola, con su tía Louise y su primo Ray.

«Algún día, yo también tendré una familia», pensó. Encontraría al hombre de su vida, sentaría la cabeza y tendría muchos niños. Con un poco de paciencia, lo lograría.

Cuando saliera de la cárcel.

Tina se apoyó en el respaldo de la silla y cerró los ojos. Estaba agotada. No había dormido más de un par de horas desde que salió de Filadelfia. Se preguntó entonces si las camas de la cárcel serían más cómodas que el asiento del autobús...

La puerta se abrió en ese momento y ella se resignó a lo inevitable: Mae iba a decirle que la policía estaba en camino.

En lugar de eso, la mujer dejó una bandeja sobre la mesa. En ella, un plato de patatas fritas, una hamburguesa y un refresco.

Tina se quedó boquiabierta. ¿Por qué le llevaba más comida cuando no podía pagar siquiera la sopa?

Mae se sentó y abrió un cajón del escritorio. Estuvo buscando algo un momento y luego levantó los ojos.

–¿No vas a comer?

–Pero...

–Tienes hambre, ¿no?

No iba a llamar a la policía. Iba a ayudarla. El miedo de Tina se disolvió y sus ojos se llenaron de lágrimas de gratitud. No sabía que pudiera haber gente tan buena en el mundo.

–¿Quieres que llame a alguien, cariño?

–No tengo a nadie.

–Ya me lo imaginaba. Venga, cómete la hamburguesa ahora que está caliente –suspiró Mae, volviendo a mirar en el cajón–. Había dejado la tarjeta en alguna parte...

Tina tomó una patata. Estaba calentita y salada, deliciosa. Pero apenas podía tragar de la emoción.

–Ah, aquí está –dijo Mae, triunfante, sacando una tarjeta.

Tina leyó el nombre: Tyler Douglas. Nada más, sólo el nombre y un número de teléfono.

–Mi hermana, pobrecilla, ha trabajado para Tyler durante muchos años limpiando sus apartamentos. Pero este año la ciática no la deja moverse, especialmente cuando hace frío, y sé que Tyler está buscando a alguien.

«Cuando Dios cierra una puerta, abre una ventana».

–¿Un trabajo? –exclamó Tina.

–Dile que te envía Mae y Tyler te dará trabajo, ya verás –sonrió la mujer, levantándose–. Venga, termínate la hamburguesa. Luego puedes salir por la puerta trasera.

–Gracias. Se la pagaré en cuanto pueda.

–Sé que lo harás –sonrió Mae.

Cuando desapareció, Tina podría haber jurado que había un halo sobre su pelo gris. Y, en alguna parte, creyó oír el sonido de una ventana que se abría.

 

 

Tyler Douglas decidió que ya estaba bien.

Emily era su hermana y la quería mucho, pero tenía que ponerse firme.

–No pienso ir a tu boda con un hombre.

–Pero eres el padrino y Alex es mi mejor amigo –insistió Emily–. Tienes que ir con él.

–Alex es gay.

–¿Y qué?

–¿Cómo que «y qué»? ¿Qué va a pensar la gente si nos ven juntos?

–Alex tenía razón, eres homófobo.

–No iría a la boda con ningún hombre, gay, heterosexual o indeciso. ¿Y, por cierto, qué piensa mamá de que tu dama de honor sea un hombre? –Emily no contestó–. No se lo has dicho, ¿verdad?

–Da igual lo que diga mamá. Es mi boda.

–Sí, ya.

–Piénsatelo, ¿de acuerdo? Y ya que estamos hablando por teléfono, Matt dice que hay una nueva secretaria en el instituto. Rubia, mucho pecho, tonta... justo como te gustan a ti.

–No estás ganando puntos, bonita.

–Era una broma. Matt dice que es muy agradable. Y soltera. Podríamos salir juntos los cuatro.

–No, gracias.

–Últimamente no sales con nadie, ¿verdad?

Tyler hizo una mueca. No salía con nadie, pero eso iba a cambiar. Con el tiempo, volvería a ser el hombre viril que había sido siempre.

O eso esperaba.

–Si te pasa algo, puedes contármelo.

–No me pasa nada –dijo él.

Nada que un par de años en intensa terapia no pudieran curar. Pero no podía contarle eso a su hermana.

–Ty, desde el instituto siempre has tenido novia. A veces, dos o tres a la vez.

En ese momento sonó un golpecito en la puerta del despacho y Tyler agradeció la interrupción.

–Oye, tengo que colgar. Te llamaré más tarde.

–Ty...

–Saluda a Matt de mi parte. Hasta luego.

Conociendo a Emily, volvería a llamarlo una y otra vez hasta que consiguiera lo que quería. Aunque no eran idénticos, entre ellos había esa conexión cósmica que solían tener los mellizos. Y, dependiendo de las circunstancias, eso podía ser bueno o malo.

–¿Hola? –oyó una voz desde el pasillo.

Una voz femenina. Maldición.

–Pase –dijo Tyler. Tenía que contratar a una recepcionista, preferiblemente una recepcionista fea, para controlar las visitas. O mejor, a un hombre.

La propietaria de la voz, que apareció en el despacho un segundo después, ni era fea ni era un hombre. Una mirada a sus ojos oscuros, a su piel morena y Tyler tuvo que dar un paso hacia atrás para buscar la seguridad de su escritorio.

Horror. Si no podía controlarse cuando veía a una mujer guapa, seguramente estaba más grave de lo que creía. Tres meses antes, la habría saludado tranquilamente, apretando su mano para disfrutar de la suavidad de su piel. Hubo un tiempo en el que le gustaba todo de las mujeres. Su olor, su sabor, la suavidad de su pelo.

Ahora las veía como enemigas. Y estaba seguro de que aquella chica podía ser un peligro.

–¿Es usted Tyler Douglas?

–El mismo –intentó sonreír él–. ¿Qué quería?

«Por favor, que sea rápido».

–Me envía Mae, del restaurante. Me ha dicho que estaba buscando usted una señora de la limpieza.

Era guapísima. Y tan joven... Tyler se sentía como un degenerado por los pensamientos que daban vueltas en su depravado cerebro. Por ejemplo, la redondez de sus pechos, los dedos femeninos enredándose en su pelo mientras él la besaba apasionadamente...

Tenía que detener aquello de inmediato o lo lamentaría. Empezaba a costarle trabajo respirar con naturalidad y sentía aquella familiar tensión en su entrepierna...

Cuando ella dio un paso adelante, su pulso se aceleró. Tyler empezó a sudar profusamente, la cabeza le daba vueltas.

«Relájate. Respira profundamente».

–Me llamo Tina DeLuca –dijo ella, ofreciéndole su mano–. Y vengo a pedir trabajo.

Capítulo Dos

 

«Brad Pitt, muérete de envidia», pensaba Tina mientras observaba a Tyler Douglas. Había esperado un hombre mayor, alguien que no fuera tan guapo y con un cuerpazo de cine.

Alguien que no la mirase como si... como si fuera una leprosa.

Él dio un paso atrás.

–Aquí no nos andamos con formalidades.

Tina dejó caer la mano y, sin saber qué hacer, se la puso a la espalda. Nunca había ido a una entrevista de trabajo y no sabía cuál era el protocolo. Ella nunca había trabajado fuera de casa porque estuvo muchos años cuidando de su tía Louise y no sabía mucho sobre relaciones sociales.

–¿El puesto sigue libre?

–Sí, pero... el sueldo es pequeño.

No podía ser menos que lo que estaba ganando hasta aquel momento: nada.

–No me importa.

–Pero muy pequeño, casi el sueldo mínimo.

–Me parece bien.

Tyler arrugó sus rubias cejas.

–Es un trabajo muy pesado.

Tina intentó sonreír, pero se le estaba encogiendo el corazón. Había creído que era un trabajo seguro. Si no lo conseguía, no sabía qué iba a hacer, ni adónde ir. No tenía donde dormir siquiera.

–No me importa limpiar. Y tengo mucha experiencia.

–¿Una chica tan guapa como usted? ¿No sería mejor que se hiciera modelo o algo así?

¿Modelo? Lo diría de broma. Con su metro cincuenta y ocho, no era precisamente carne de pasarela.

–Señor Douglas...

–Ty –la corrigió él. Y luego hizo una mueca, como si revelar su nombre hubiera sido un error fatal–. Todo el mundo me llama Ty.

–Ty, yo soy muy trabajadora.

–Seguro que lo es, señorita...

–Douglas. Pero todo el mundo me llama Tina.

–No dudo que seas una chica muy trabajadora, Tina. Pero no sé si sería buena idea.

No iba a contratarla. Lo veía en su cara, iba a decirle que no.

Podía oír la ventana otra vez, pero estaba cerrándose. Lo único que podía hacer era meter la mano y esperar que no se la pillase.

Tina respiró profundamente, intentando reunir valor, pero le temblaba la voz:

–Necesito ese trabajo. Estoy desesperada.

–Ojalá pudiera ayudarla, pero me temo que no va a ser posible.

Las lágrimas que llevaba días intentando controlar empezaron a correr por su rostro. Estaba tan cansada de estar sola, de tener miedo, de pasar hambre. Estaba agotada.

Y no podía soportarlo más. Tina se dejó caer sobre una silla, enterró la cara entre las manos y se puso a llorar.

 

 

La había hecho llorar. Ty miró alrededor, desesperado, preguntándose qué debía hacer. Ver llorar a aquella chica sabiendo que era por su culpa era peor que el mareo y los sudores fríos.

Bueno, peor no, pero igual de malo. Y se podría haber evitado si no fuera tan egoísta. Odiaba lo que le estaba pasando, pero no sabía cómo controlarlo. Su plan original, hacer como si no pasara nada, no parecía estar funcionando demasiado bien.

Y ahora, no sólo lo estaba pasando mal él, sino que se lo hacía pasar mal a otras personas.

Nervioso, tomó un pañuelo de papel y se lo puso en la mano.

–Tenga.

Tina se sonó la nariz.

–Lo siento. No quería... es que he tenido una semana horrible.

–La entiendo.

Más de una vez durante los últimos tres meses, Ty había tenido ganas de ponerse a llorar.

–Enseguida se me pasará –siguió ella, secándose los ojos con el pañuelo.

Tyler se dio cuenta entonces de que no llevaba maquillaje, ni rímel siquiera. La suya era una belleza natural. No se le ponía la cara roja e hinchada cuando lloraba, como a otras mujeres. Podría haber parecido una chica normal si sus facciones no fueran tan exóticas.

Pero era una niña. Seguramente, no debía de tener más de dieciséis o diecisiete años. Y debía de necesitar el trabajo de verdad para disgustarse así. Parecía tan perdida, tan... sola.

Demonios.

–¿Puedes empezar mañana?

Ella levantó la mirada, sorprendida.

–¿Vas a contratarme?

Era un peligro, seguro. Pero ¿podía evitar que le gustaran las mujeres problemáticas? Sabía que era un error, pero no sería ni el primero ni el último.

Tyler anotó una dirección en un papel y sacó una llave del cajón.

–Todo lo que necesitas está en la casa. Utensilios de limpieza, aspiradora, fregona. Los pintores terminaron hace un par de días, así que las paredes deberían estar secas.

–¿Voy a limpiar toda la casa?

–De arriba abajo. ¿Algún problema?

–No, ningún problema –contestó Tina.

–Quiero enseñar los apartamentos lo antes posible, así que intenta terminar mañana. Luego iré a inspeccionar el trabajo y, si todo está bien, te daré un cheque. Además, tengo otro edificio de oficinas que hay que limpiar la semana que viene.

Tina sonrió. Una sonrisa que parecía iluminar toda su cara y que lo calentó por dentro. ¿Por qué?, se preguntó. ¿Qué le importaba a él la sonrisa de aquella chica?

Al menos, parecía haber superado la ansiedad inicial, pensó. Mientras no se acercara mucho, todo iría bien. Pero era tan guapa... Y parecía tan vulnerable...

¿Qué demonios estaba haciendo?

–Gracias, señor... digo Ty. Muchísimas gracias por darme esta oportunidad. No lo lamentarás.

Tyler tuvo que contener una carcajada. Ya lo estaba lamentando.

 

 

Tina miró el edificio de ladrillo, suspirando. Le había costado mucho encontrar la dirección en aquella ciudad desconocida. Empezaba a oscurecer y el viento helado penetraba la tela de los vaqueros y la chaqueta de nylon.