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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Carol Marinelli

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una novia siciliana, n.º 2468 - junio 2016

Título original: His Sicilian Cinderella

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8112-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

IRÁS conmigo? –preguntó Matteo–. ¿Te reunirás con Luka y conmigo en el aeropuerto?

No podía mirar a Bella a los ojos, y no solo porque tuviera una marca en la mejilla que él había provocado con su mano, sino porque la noche anterior lo había dejado sintiéndose inseguro y emotivo, algo a lo que no estaba acostumbrado.

Y, sin embargo, no tenía remordimientos.

Bella levantó la cabeza para mirar al hombre que le había robado el corazón a los dieciséis años.

El primer día como camarera en el hotel Brezza Oceana había empezado sintiéndose incómoda y echando de menos a sus compañeras del colegio, pero por suerte su mejor amiga, Sophie, también había empezado a trabajar ese día en el hotel.

Estaban barriendo un pasillo cuando vieron acercarse a varios hombres de Malvolio, incluyendo a Matteo Santini y su hermanastro, Dino.

Se apartaron para dejarlos pasar, pero mientras lo hacían Bella se preparó para lo que iba a pasar.

A Sophie no le dirían nada. Era la prometida de Luka, el hijo de Malvolio, desde siempre y pronto celebrarían el compromiso.

Los comentarios lascivos iban dirigidos a ella porque era la hija de María Gatti y todos sabían cuál había sido la profesión de su madre.

Bella estaba más que acostumbrada.

–Parad ya –Matteo se dirigía al grupo, incluido su hermanastro, con tono de reproche–. Dejadla en paz.

Cuando Dino protestó, Matteo lo empujó contra la pared y, mientras lo sujetaba, se volvió hacia Bella.

–Vete, vete.

Era la primera vez que se dirigía a ella, pero le había robado el corazón mucho antes. Si su madre tenía dinero para Malvolio, era a Matteo a quien llamaba para que fuese a buscarlo.

–Al menos él solo se lleva el dinero –decía su madre.

Sí, en esos años se había ido llevando pedazos de su corazón hasta que, por fin, se lo había llevado todo.

La noche anterior Matteo la había convertido en su amante y había sido el primer hombre para ella.

La noche había empezado en las más crueles circunstancias; circunstancias forzadas para los dos.

El pueblo costero en el salvaje oeste de Sicilia era controlado por Malvolio Cavaliere, el propietario del hotel y la mayoría de los negocios y las casas del pueblo, a quien temía todo el mundo. A pesar del aspecto idílico de Bordo del Cielo había delitos y corrupción por todas partes y era peligroso no obedecer las órdenes del jefe.

Sin embargo, había sido una noche maravillosa y por la mañana Matteo le había pedido que se fuera a Londres con él.

–Intentaré ir contigo –dijo Bella.

–Solo tenemos esta oportunidad –le advirtió él–. Si te quedas, nadie debe saber que te ofrecí que fueras conmigo. Si supieran que yo… –Matteo vaciló– si Malvolio descubre que me importas, tendrás serios problemas.

–Haré lo que pueda, de verdad.

Bella lo miraba mientras se hacía el nudo de la corbata frente al espejo. Matteo siempre vestía bien, mejor que el resto. Sus trajes de chaqueta eran de Milán y los zapatos hechos a mano. Y la noche anterior había descubierto por qué siempre vestía de modo tan elegante.

Las cosas que le había contado por la noche podrían hacer que los dos perdiesen la vida.

Matteo se puso la chaqueta del traje, de un tono gris oscuro, casi negro, y la camisa de algodón, que no estaba arrugada porque la había colgado en el respaldo de una silla durante un burlón strip tease.

–Me encanta la tela –Bella pasó los dedos por la solapa y metió la mano para acariciar el forro de seda. Era una buena modista y tenía buen ojo para el diseño, aunque no podía practicar demasiado en el pueblo–. Yo podría hacer algo así.

–Traigo al mejor sastre de Milán una vez al año y… –Matteo no terminó la frase porque Bella había deslizado los dedos para tocar las diminutas pinzas bajo la cinturilla del pantalón y el roce de sus dedos lo dejaba sin aliento–. Seguramente podrías hacerlo, es verdad.

–Vuelve a la cama.

–No hay tiempo.

Lo miró mientras se atusaba el pelo negro. Pronto estarían tras unas caras gafas de sol, pero ella había visto la belleza de esos ojos grises mientras le hacía el amor.

Los trajes, el corte de pelo, la barba de diseño… la imagen que Matteo había creado para sobrevivir.

Le había pedido que se fuera a Londres con él y su amigo Luka y estaba segura de que Luka también se lo habría pedido a Sophie.

Pero su amiga le había dicho que había roto con él y que pensaba irse a Roma esa noche. Sophie le había suplicado que fuese con ella, pero Bella no podía dejar a su madre.

Aunque solo tenía treinta y cuatro años, María era una mujer frágil y estaba enferma, aunque intentaba disimular. Pero Matteo le había dicho que podría llevar a su madre, que él cuidaría de las dos.

–El avión sale a las nueve –Matteo se sentó en la cama y colocó un mechón de pelo detrás de su oreja–. Te espero en el aeropuerto –murmuró, mirando los ojos verdes. Eran claros y brillantes, pero si se quedaba en Bordo del Cielo pronto se nublarían para siempre.

–Si no vienes, Malvolio te hará trabajar en el bar esta noche y yo no estaré ahí para…

«Salvarte».

No lo dijo en voz alta, pero la palabra quedó colgada en el aire.

–Si te quedas –siguió Matteo– tendrás que trabajar y yo no quiero salir con una fulana. No quiero que haya ningún otro hombre.

–Doble vara de medir –señaló Bella, sabiendo cómo habían llegado a ese momento.

–Quiero empezar de nuevo. Estoy harto de esta vida. Malvolio quiere usarme para vengarse de todos los que hablaron en su contra durante el juicio…

Bella sintió un escalofrío.

Malvolio, Luka y el padre de Sophie, Paulo, habían estado en prisión durante los últimos seis meses a la espera de juicio y se habían dicho muchas cosas contra Malvolio. La gente creía que había suficientes pruebas para meterlo en la cárcel de por vida, pero estaba en la calle y dispuesto a vengarse.

–Tengo que irme porque no estoy dispuesto a hacer lo que quiere –insistió Matteo–. Mata una vez y para siempre serás un asesino. Yo no quiero ser eso, Bella, quiero un trabajo honrado y ser alguien en la vida. No quiero verme arrastrado por mi pasado… ni por el tuyo.

Duras palabras tal vez, pero eran las más sinceras. Estaba ofreciéndole una salida y tenía que dejar claro que era su única oportunidad.

–Una vez una fulana y siempre serás…

–Lo entiendo –lo interrumpió ella.

–Y no tengo una doble vara de medir. Yo nunca he pagado por acostarme con una mujer. Lo de anoche no tenía nada que ver con el dinero –siguió Matteo mientras vaciaba su cartera. Sacó todos los billetes que tenía, y esa mañana eran muchos, y los dejó sobre la mesilla–. Este dinero es para que escapes de aquí, no por lo de anoche. Si tu madre se niega a acompañarnos, puedes dárselo para que pueda vivir durante unos meses.

Bella solo tenía dieciocho años, pero Matteo había sido su amor desde siempre. Y estaba sentado a su lado en la cama en la que habían hecho el amor, ofreciéndole una nueva vida…

¿Era absurdo soñar con un futuro a su lado? ¿Era tonto pensar que lo que habían encontrado en esa habitación pudiera extenderse al resto de sus vidas?

No se lo parecía. Cuando el reloj daba la seis, mientras abrazaba su cuerpo desnudo, el futuro le parecía maravillosamente claro.

–Yo cuidaré de ti –susurró Matteo. Y sus besos prometían que lo haría.

Perdida en el sabor de sus labios, la lana del traje y el aroma de su colonia la envolvían.

Era un beso lento que confirmaba lo que ambos sentían y si el tiempo no estuviera en su contra Matteo se habría quitado la ropa para reunirse con ella en la cama que había sido su refugio la noche anterior.

La apretó contra su torso, subyugada, relajada y suave y sonrió cuando dejó de besarla.

–No se te ocurra quedarte dormida cuando me vaya.

–No lo haré –Bella sonrió–. Pero no te vayas aún. Tenemos tiempo.

Estaba nerviosa por su partida, temiendo que cambiase de opinión en cuanto saliera de la habitación.

–Tengo que irme.

–¿Qué dirá Luka? Imagino que intentará convencerte para que no me lleves contigo.

–No le diré nada hasta que estés a mi lado. Es mi decisión y si dice que no, peor para él. Nos olvidaremos de Londres e iremos a Roma. Me voy de aquí para no tener que obedecer a nadie… –Matteo la miraba a los ojos–. Si tu madre no quiere venir, entonces al menos le habrás dado esa posibilidad.

Sellaron el acuerdo con los labios y Matteo la empujó contra la almohada. Bella enredó los dedos en su pelo mojado, intentando acostumbrarse a la deliciosa posesión de su lengua.

Matteo no se cansaba de aquella noche tan hermosa y se tragó sus suspiros mientras metía la mano bajo las sábanas, entre sus piernas.

–Te debo una por esta mañana –susurró, porque Bella había hecho magia con su boca.

Luego volvió a besarla apasionadamente mientras deslizaba dos dedos en su interior. Estaba caliente, hinchada de la noche anterior, y sus dedos no eran un bálsamo sino todo lo contrario, provocando una deliciosa excitación. Y ella sabía cómo terminaría; sabía que la presión dentro de ella haría que cayese a ese delicioso vacío en cualquier momento.

A Matteo le encantaban sus gemidos y cómo apretaba su mano, no para detenerlo sino para sentirlo, para rozarlo mientras él le daba placer.

–Te deseo otra vez –susurró Bella mientras él acariciaba su húmedo sexo con una mano y con la otra abría sus piernas para tener mejor acceso.

–No hay tiempo –Matteo intentó encontrar aliento. Su intención había sido dejarla hambrienta de él para que lo siguiera. Y también porque quería conservar su aroma en los dedos.

No había pretendido llegar hasta el final y cuando Bella buscó la cremallera de su pantalón la detuvo introduciendo otro dedo para ensanchar su íntima carne y asegurarse de que el placer fuese todo para ella.

Bella cerró los muslos, atrapando su mano, y él capturó sus labios abiertos para chupar su lengua. Sentía sus espasmos, pero siguió acariciándola hasta que notó que apretaba sus dedos con fuerza, jadeando. La sensación estuvo a punto de hacerle perder la cabeza al recordar cómo por la noche apretaba otra parte de su cuerpo.

Se apartó, haciendo un esfuerzo, y cuando ella abrió los ojos, con esa sonrisa perezosa en los labios…

Lo tenía enganchado.

Aunque acabase de hacerla suya, de algún modo esa sonrisa lo enganchaba y durante un segundo, porque era desconfiado por naturaleza, se preguntó si estaría jugando con él.

No confiaba en nadie, así había sido siempre. Ni siquiera confiaba del todo en Luka, su mejor amigo, de modo que le advirtió:

–No me defraudes, Bella.

–No lo haré.

–¿Entonces nos vemos en el aeropuerto?

Ella vaciló durante una décima de segundo antes de asentir con la cabeza.

–No habrá una segunda oportunidad. O vienes conmigo o…

Quería decir que si no lo hacía se olvidaría de ella, pero Bella lo conocía mejor de lo que imaginaba.

Malvolio quería convertirlo en su mano derecha, en su matón principal, pero ella sabía que bajo ese duro exterior había un corazón generoso. Daba igual lo que los demás pensaran de él.

Habían hecho el amor durante toda la noche, pero cuando salió de la habitación estaba más excitado que cuando entró.

Bella se quedó en la cama. Cuánto le habría gustado quedarse un rato descansando, dormir en las sábanas que aún olían a él, despertar más tarde y recordar en detalle la felicidad de esa noche…

Pronto haría eso, se dijo a sí misma. Por el momento debía olvidar, dejar los recuerdos guardados en su corazón y guardar la llave para examinarlos más tarde.

No había tiempo, de modo que se duchó a toda prisa y se puso el vestido negro que olía al perfume barato que Matteo tanto odiaba. Las medias y el liguero estaban guardados en el bolso.

Sabiendo lo que debía parecer, hizo lo que se esperaba de ella: después de sacar del mini-bar todas las botellitas de licor tomó el dinero que Matteo había dejado sobre la mesilla y guardó un par de billetes en el bolso, algunos más en el sujetador y el resto…

Bella quitó las tapas de las sandalias, dobló cuidadosamente los billetes y los guardó en los tacones huecos, un truco de su madre.

Miró alrededor una última vez antes de cerrar la puerta de la habitación en la que había tenido tanto miedo de entrar. Tenía lágrimas en los ojos, pero sonrió al ver las sillas que habían apartado para bailar…

Su primera noche de «trabajo» había sido un placer en lugar del infierno que había anticipado.

Tomó el ascensor para bajar al vestíbulo y apretó los labios cuando pasó frente al bar, que aún olía al alcohol rancio de la fiesta en la que todo el pueblo había celebrado la puesta en libertad de Malvolio.

–¿Qué tal ha ido todo? –le preguntó Gina–. Espero que te haya pagado bien ya que ha estado contigo toda la noche.

–Creí que esta noche corría a cuenta de Malvolio –replicó Bella. Pero cuando iba a alejarse, Gina la tomó del brazo.

–¿Estás diciendo que Matteo no te ha dado una propina?

–Pensé que podíamos quedarnos las propinas.

–La mitad es para Malvolio, el resto las repartimos entre nosotras –Gina chascó los dedos y Bella le dio el dinero que había guardado en el bolso.

–¿Y?

Bella sacó las botellitas de licor. De nuevo iba a darse la vuelta, pero Gina la empujó contra la pared.

–No juegues conmigo –le advirtió mientras registraba su vestido, localizando enseguida los billetes que había guardado en el sujetador–. No vuelvas a intentar engañarme, Gatti. Conozco trucos que a ti aún no se te han ocurrido.

Cómo odiaba Bella el mundo en el que había estado a punto de entrar.

–Toma –como si no hubiera pasado nada, Gina le ofreció un par de billetes–. Nos vemos esta noche.

Bella quería correr, pero se obligó a caminar como si tuviera todo el tiempo del mundo.

Una vez fuera del hotel, tomó el camino que llevaba al muelle, donde algunos pescadores la recibieron con silbidos de admiración a los que no hizo caso.

Pasó por una zona boscosa frente al camino que llevaba a su playa pequeña. Le habría encantado ir una vez más, recorrer el camino secreto que solo conocían los vecinos del pueblo y disfrutar de la vista que tanto amaba antes de irse de Bordo del Cielo para siempre. Pero no había tiempo y, además, Sophie no estaría allí para hablar con ella.