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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2017 Catherine Schield

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Recuperar su amor, n.º 2114 - julio 2018

Título original: The Heir Affair

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-681-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Kyle Tailor estaba sentado en el sofá al lado de su socio y mejor amigo del instituto, Trent Caldwell. Era el día de Acción de Gracias. En la televisión de sesenta pulgadas del salón se veía un partido de los Leones de Detroit contra los Vikingos de Minnesota. Kyle no lo estaba siguiendo. Tenía la mirada clavada en la hermana de Trent.

Nunca le había molestado estar solo hasta que apareció ella. En la mayoría de los aspectos era más sencillo vivir su vida sin que nadie se la alborotase ni física ni emocionalmente. Había sido toda una sorpresa sentir deseo por Melody.

Desde entonces ya no dormía bien si no la sentía a su lado. Desde que se había marchado, pasaba por reuniones y actividades rutinarias como en una especie de aturdimiento, incapaz de concentrarse en nada. Echaba de menos sus abrazos y sus bromas. Había bajado de peso, ya no iba al gimnasio y había perdido una cantidad de dinero inadmisible desde que, un mes antes, había ido Las Vegas a ocuparse de manera temporal de la gestión del Club T.

Trent le dio un codazo en las costillas.

Kyle apartó la mirada de Melody y miró a su socio con una ceja arqueada.

–¿Qué?

–Ve a hablar con ella.

–Ya lo he intentado antes.

Nada más llegar habían intercambiado un forzado «feliz día de Acción de Gracias» y un incómodo abrazo.

–Me evita.

–Inténtalo otra vez.

–Está hablando por teléfono.

Trent gruñó y volvió a mirar el televisor. Tenía a su hijo sentado en el regazo, ambos tenían los mismos ojos azules, que el pequeño clavaba en la pantalla cada vez que marcaban los Leones y su padre gritaba. Su madre los observaba a ambos con tal adoración desde el sofá de dos plazas que a Kyle se le encogió el estómago.

Se oyeron risas procedentes de la cocina. Nate Tucker, el tercer socio de su club de Las Vegas estaba recogiendo las sobras de la cena ayudado por Mia Navarro, la compositora con la que llevaba varios meses saliendo.

El día de Acción de Gracias se pasaba en familia y era una oportunidad para celebrar todo lo que uno tenía. Nate tenía a Mia. Trent tenía a Savannah y a Dylan.

Kyle se sintió frustrado. Él debía haber tenido a Melody, pero cinco meses antes los paparazzi la habían fotografiado saliendo de una discoteca de Nueva York de la mano del famoso pinchadiscos y productor musical Hunter Graves. En las fotografías, ambos se sonreían con complicidad, gesto que había torturado a Kyle día y noche hasta que por fin la había acusado de haberlo engañado. Melody lo había negado, pero Kyle había sido incapaz de creerla.

Melody había estado muy enamorada de Hunter en el pasado, tanto como para intentar recuperarlo y ponerlo celoso haciéndole creer que tenía un nuevo amor, Kyle. Y el plan le había salido bien.

Al percatarse de que tenía competencia, Hunter se había dado cuenta de su error y había intentado recuperarla, pero para entonces ya había ocurrido algo inesperado tanto para Melody como para Kyle. Se habían enamorado.

Kyle recordaba a la perfección el momento en el que se habían reunido los tres en casa de Melody, ella entre los dos hombres que la amaban. Se podía haber decidido por cualquiera de ellos. Kyle había sentido que se le paraba el corazón mientras esperaba a oír su decisión.

Y durante los meses siguientes, Kyle habría faltado a la verdad si hubiese dicho que no se había preguntado nunca si Melody era feliz con la decisión de haberlo elegido a él en vez de a Hunter.

La miró y le dio un vuelco el corazón. Le brillaban los ojos azules, estaba sonriendo y tenía las mejillas sonrojadas.

¿Estaría hablando con Hunter Graves?

Molesto consigo mismo por haber sacado aquella conclusión, se obligó a concentrarse en el partido, pero no pudo.

Enamorarse de Melody había sido la experiencia más increíble de su vida. Ninguna otra mujer había invadido así sus pensamientos. Y hacer el amor con ella era maravilloso. No obstante, Kyle no había podido vencer las dudas que merodeaban por su subconsciente ni el miedo a que algo que le hacía sentir tan bien no pudiese durar para siempre.

Basándose en su anterior vida amorosa, se había preparado para el inevitable fin de su relación con Melody, se había preparado para perderla, pero su relación había seguido funcionando bien durante meses y Kyle se había empezado a relajar, había comenzado a abrirse. Entonces Melody había tenido que irse de gira y la separación había creado una brecha emocional.

Y la maldita fotografía de Melany y Hunter en Nueva York había aparecido justo en un momento en el que su relación había estado más vulnerable debido al tiempo que llevaban separados. Ninguno de los dos había confiado lo suficiente en su relación como para aguantar una situación tan tensa. En esos momentos tenía un dolor de cabeza insoportable. Se clavó el dedo pulgar en el punto crítico.

Entonces recibió otro codazo.

–Ya ha colgado.

–Gracias.

Kyle se puso en pie y se dirigió lo antes que pudo a la terraza.

Melody ya estaba entrando y se cruzaron en la puerta. Kyle le bloqueó el paso, impidiéndole que entrase en la casa.

–Mira, he venido esta noche para hablar contigo –le explicó sin más preámbulos.

–Pensaba que habías venido por lo bien que cocina Nate.

Kyle no sonrió y Melody suspiró con desaliento. Él sabía que ella odiaba que se cerrase así, pero hacerlo lo ayudaba a sufrir menos, aunque, según su terapeuta, también le impedía ser feliz.

Había empezado a ver a la doctora Warner cuando su carrera de jugador de béisbol se había terminado bruscamente unos años antes, después de tener que operarse por sus lesiones de hombro y de codo. La necesidad de ir al psicólogo lo había avergonzado. De hecho, había tardado varios meses en pedir cita. No obstante, había sido consciente de que necesitaba ayuda. La pérdida de una carrera profesional que le encantaba le había hecho sentirse tan vulnerable que no había sabido cómo superar la situación.

Su padre habría dicho que un hombre de verdad hacía frente a sus problemas sin acudir a un psicólogo. Brent Tailor pensaba que los hombres no hablaban nunca de sentimientos. Los hombres de verdad tomaban decisiones y, si se equivocaban, lo arreglaban. Kyle se había preguntado muchas veces si su padre pensaba que los hombres de verdad no tenían sentimientos.

–Tenemos que hablar de lo nuestro –le dijo, haciéndola salir.

–No sé por dónde empezar.

–Todas tus cosas están en mi casa de Los Ángeles, pero no has ido por allí desde que terminó la gira. ¿Vas a volver?

–No lo sé.

–Tengo la sensación de que lo nuestro se ha terminado.

–¿Es eso lo que tú quieres? –le preguntó Melody con voz ronca.

–No, pero tampoco podemos seguir así. O continuamos o lo dejamos. Tú decides.

No había pensado que le daría un ultimátum a Melody aquella noche. No había querido discutir con ella.

–Necesito pensarlo.

–Hace dos meses que terminó la gira –le contestó él con impaciencia–. Has tenido mucho tiempo para pensar.

–La situación es más complicada de lo que parece.

Melody no se explicó, a pesar de que Kyle le dio la oportunidad de hacerlo. En el pasado, había hablado con él de cualquier tema, pero en esos momentos parecían dos extraños.

–Yo lo veo muy sencillo. ¿Quieres estar con Hunter o conmigo?

–¿Con Hunter? –repitió ella sorprendida–. ¿Por qué dices eso?

–Estabas hablando por teléfono con él hace un momento, ¿no?

–No, era mi madre –respondió ella–. ¿Por qué has pensado que hablaba con Hunter?

Kyle tardó unos segundos en contestar.

–Porque quiere volver contigo.

–Es ridículo. ¿Por qué piensas eso?

–Me lo ha dicho él.

–¿Has hablado con Hunter? –inquirió ella, confundida–. ¿Cuándo?

–Después de que estuvieseis juntos en Nueva York. Lo llamé y le advertí de que guardase las distancias, pero me dijo que lo dejase en paz –le contó, cerrando los puños con rabia al recordarlo–. Al parecer, tú le comentaste que la distancia siempre enfriaba las relaciones y él lo interpretó como que no estábamos bien juntos. Y me dijo que pretendía recuperarte.

–No es verdad. Además, Hunter jamás podría recuperarme… porque todavía te amo a ti –replicó Melody con cierto tono de duda.

–No te veo muy convencida.

Temblando, Melody miró hacia las puertas correderas y Kyle siguió su mirada. Desde el interior los observaban cuatro pares de ojos, que intentaron disimular al instante.

–Todos quieren lo mejor para nosotros –comentó Kyle.

–Lo sé –admitió Melody–. No quiero tener esta conversación aquí. ¿Por qué no me llevas a casa de Trent y seguimos hablando allí?

Él asintió, al fin y al cabo, lo único que quería era hablar con ella.

–Me parece bien.

 

 

Diez minutos después, tras despedirse, Kyle iba conduciendo por las calles de Las Vegas en dirección a la casa de invitados de dos dormitorios, propiedad del hermano de Melody, en la que esta se alojaba siempre que iba allí.

Kyle mantuvo la mirada fija en la carretera y sujetó con fuerza el volante. Iba en silencio, muy serio, y Melody pensó que aquel no era el Kyle con el que había crecido, siempre sonriente y dispuesto a gastar bromas. Había sido el mejor amigo de su hermano y siempre la había tratado como a una hermana, así que Melody nunca había imaginado que iba a desearla como mujer.

Teniendo en cuenta su historial con las mujeres, Melody había pensado desde el principio que lo suyo acabaría estropeándose.

Tal vez no debían haber dado el paso de meterse en una relación.

Melody lo miró e intentó descifrar su expresión, pero no fue capaz.

Solo habían estado juntos nueve meses cuando ella había tenido que marcharse de gira con el grupo de Nate, Free Fall, y cuando llevaban tres meses separados ella había empezado a preocuparse por el futuro de su relación y a preguntarse si la explosión de deseo que habían vivido durante los primeros meses de su relación sería suficiente para construir algo más estable. Con el paso de las semanas, había empezado a crearse entre ambos una distancia que ni los mensajes de texto ni las llamadas por Skype habían podido salvar.

Ella no sabía qué pensar, porque no tenía mucha experiencia con los hombres. Desde niña, se había interesado más por la música que por los chicos, y los pocos con los que había estado habían sido como Hunter y como su padre: egoístas e irresponsables.

Y la relación más larga de Kyle había durado cuatro meses. Con su pasado como jugador profesional de béisbol, siempre había estado rodeado de chicas guapas. Así que ella había decidido disfrutar del tiempo que tuviesen juntos sin esperar mucho más.

Cuando había querido darse cuenta, ya llevaban seis meses juntos, y hasta su hermano Trent se había mostrado sorprendido y le había aconsejado que fuesen despacio, pero Melody se había mudado a la casa de Kyle, en Hollywood Hills.

De repente, la voz de Kyle interrumpió sus pensamientos.

–¿Por qué has estado evitándome desde que terminó la gira?

–Tenía mucho en que pensar.

–¿Como por ejemplo?

Antes de empezar a salir con Kyle, Melody siempre lo había visto como a un chico divertido, sexy y comprensivo. Nunca había visto en él el menor atisbo de vulnerabilidad. El padre de este siempre le había dicho de niño que tenía que controlar sus emociones, así que no era de extrañar que, ante el primer problema en su relación, Kyle se hubiese cerrado en banda.

No obstante, había sido ella la que había dado un paso atrás ante su primera muestra de emoción: cuando Kyle le había preguntado, enfadado y dolido, si lo estaba engañando con Hunter.

Por su parte, Melody, que era hija de Siggy Cladwell, tampoco sabía lo que era tener una relación sana de pareja: su padre era un hombre duro, misógino, arrogante y egoísta, que siempre había tratado mal a sus esposas e hijos.

Y a pesar de que Kyle no se parecía en nada a su padre, sus reproches le habían recordado a él y habían hecho que Melody quisiese dar a un paso atrás en su relación.

Pero no había dejado de amarlo.

Como no respondió, Kyle volvió a preguntar.

–¿Como por ejemplo? ¿En Hunter?

–No –respondió ella, negando con la cabeza y dejando escapar un suspiro.

–¿Te has vuelto a enamorar de él?

–¡No! –exclamó Melody con frustración–. Olvídate de eso. Quiero estar contigo.

–Pues no lo parece –comentó Kyle con rostro serio.

–No estamos como antes de que me fuese de gira –espetó ella.

–Eso es cierto.

–Podríamos volver e intentar averiguar qué ha pasado –sugirió–. O empezar de cero.

–¿Y si no podemos?

Melody no respondió.

Y Kyle siguió conduciendo hasta llegar a la urbanización en la que estaba la casa de Trent. Melody deseó poder leerle el pensamiento. Tenía un nudo en el estómago y le sudaban las manos, así que respiró hondo para intentar tranquilizarse.

Todavía no lo había conseguido cuando Kyle aparcó. Siguieron en silencio mientras bajaban del coche y se dirigían a la puerta. Él se quedó a sus espaldas mientras marcaba el código de seguridad que abría la puerta que daba al jardín trasero.

Siguieron el camino de piedra que llevaba a la puerta principal y entonces Melody intentó encontrar la llave adecuada, sin conseguirlo, y tuvo que hacerlo Kyle. Su cuerpo la rozó y Melody sintió deseo, quiso estar entre sus brazos, pero entonces él retrocedió.

–Adelante.

–Gracias –le respondió ella, conteniendo un gemido.

Había dejado las luces del salón encendidas porque sabía que volvería a casa de noche. Nada más entrar, el olor a rosas la golpeó. La tarde anterior le habían mandado un enorme ramo de rosas rojas con una tarjeta que decía: «Me siento agradecido por tenerte». La tarjeta no estaba firmada y Melody no había reconocido la letra, que imaginó que sería de la florista. Ya entonces había dudado de que fuesen de Kyle.

Y en esos momentos, mientras la ayudaba a quitarse el abrigo, se dio cuenta de que ni se fijaba en ellas. Se preguntó si, entonces, serían de Hunter.

–¿Quieres tomar algo? –preguntó a Kyle.

Este negó con la cabeza. Tenía la mirada clavada en el suelo.

–¿De quién son las flores? –inquirió.

–Yo tenía la esperanza de que fuesen tuyas.

–Pues no –replicó él–. ¿No llevaban tarjeta?

–Sí, pero no estaba firmada.

–¿Son de Hunter?

–Mandarme rosas nunca fue su estilo.

–Las cosas cambian –comentó Kyle–. ¿Lo has llamado para preguntárselo?

–No.

Melody había dejado la tarjeta encima de la mesa, junto al jarrón. Kyle la tomó y leyó el mensaje.

–¿Me siento agradecido por tenerte? ¿Qué significa eso? –preguntó con el ceño fruncido.

–Es el día de Acción de gracias. Alguien ha debido de pensar que era un buen mensaje para la ocasión.

–¿Alguien?

–No sé quién me ha mandado las flores –replicó Melody, deseando zanjar el tema.

Necesitaba contarle a Kyle que estaba embarazada, pero había perdido el control de la conversación.

–¿Estás segura? –inquirió él, volviendo a leer la tarjeta–. No parece un mensaje escrito por un extraño. ¿Has preguntado a Trent o a Savannah si han sido ellos?

–Sí, no son suyas.

–Las rosas rojas son un detalle romántico –murmuró Kyle para sí–. Es el típico detalle de un hombre enamorado.

Motivo por el que Melody había deseado que fuesen de Kyle. Porque, a pesar de que habían estado juntos durante nueve meses y de que ella se había mudado a su casa, él nunca le había dicho que la quería. Siempre había sido bastante frío con las mujeres, decidiendo cuándo empezaba o terminaba una relación.

Aquello la había hecho dudar antes de elegirlo en vez de a Hunter. Le había preocupado salir de una relación en la que no se había sentido segura para meterse en otra parecida. No obstante, había decidido seguir su instinto e intentarlo. Y todavía no sabía si se había equivocado o no.

–¿Por qué no has llamado a Hunter para preguntarle? –insistió Kyle, observándola con el ceño fruncido.

Durante los últimos cinco meses, Melody se había arrepentido muchas veces de haber pasado aquella velada con Hunter en un club de Nueva York. No había pasado nada entre los dos, pero los habían fotografiado juntos y habían empezado las especulaciones.

–¿Te importaría olvidarte de Hunter por un momento? –le pidió–. Tengo algo que contarte.

Él la miró fijamente a los ojos y Melody soltó el aire que había estado conteniendo en el pecho y empezó:

–Ya te he dicho antes que las cosas eran complicadas.

Kyle siguió con gesto inmutable. No era un hombre emotivo, nunca mostraba sus cartas, pero había llegado el momento y Melody tenía que ser valiente.

–Estoy embarazada.

De repente, la expresión de Kyle cambió, parecía desconcertado.

–¿Embarazada?

–Sí. Sé que no te lo esperabas…

No lo habían planeado. Nunca habían hablado del tema. No habían hablado de casarse ni del futuro, habían decidido disfrutar del día a día.

–Vas a tener un bebé –balbució Kyle, mirando a su alrededor antes de ponerse rígido–. ¿Y quién es el padre?

Melody sacudió la cabeza y retrocedió un paso.

–¿Qué quieres decir?

Kyle señaló hacia el ramo de rosas rojas, como si aquello lo explicase todo.

–¿Sabes quién es el padre?