Poesía, Romances y Sonetos

José de Espronceda


Publicado: 1830
Categoría(s): Ficción, Antologías, Poesía, Siglo XIX

Parte 1
Poesías

A la patria
Elegía

 

    ¡Cuán solitaria la nación que un día
 Poblara inmensa gente,  
 La nación cuyo imperio se extendía  
 Del Ocaso al Oriente!  
    ¡Lágrimas viertes, infeliz ahora, 
 Soberana del mundo,  
 Y nadie de tu faz encantadora  
 Borra el dolor profundo!  
    Oscuridad y luto tenebroso  
 En ti vertió la muerte, 
 Y en su furor el déspota sañoso  
 Se complació en tu suerte.  
    No perdonó lo hermoso, patria mía;  
 Cayó el joven guerrero,  
 Cayó el anciano, y la segur impía  
 Manejó placentero.  
    So la rabia cayó la virgen pura  
 Del déspota sombrío,  
 Como eclipsa la rosa su hermosura  
 En el sol del estío. 
    ¡Oh vosotros, del mundo habitadores,  
 Contemplad mi tormento!  
 ¿Igualarse podrán ¡ah! qué dolores  
 Al dolor que yo siento?  
    Yo desterrado de la patria mía,
 De una patria que adoro,  
 Perdida miro su primer valía  
 Y sus desgracias lloro.  
    Hijos espúreos y el fatal tirano  
 Sus hijos han perdido, 
 Y en campo de dolor su fértil llano  
 Tienen ¡ay! convertido.  
    Tendió sus brazos la agitada España,  
 Sus hijos implorando;  
 Sus hijos fueron, mas traidora saña 
 Desbarató su bando.  
    ¿Qué se hicieron tus muros torreados?  
 ¡Oh mi patria querida!  
 ¿Dónde fueron tus héroes esforzados,  
 Tu espada no vencida? 
    ¡Ay! de tus hijos en la humilde frente  
 Está el rubor grabado;  
 A sus ojos caídos tristemente  
 El llanto está agolpado.  
    Un tiempo España fue: cien héroes fueron
 En tiempos de ventura,  
 Y las naciones tímidas la vieron  
 Vistosa en hermosura.  
    Cual cedro que en el Líbano se ostenta,  
 Su frente se elevaba;
 Como el trueno a la virgen amedrenta,  
 Su voz las aterraba.  
    Mas ora, como piedra en el desierto,  
 Yaces desamparada,  
 Y el justo desgraciado vaga incierto 
 Allá en tierra apartada.  
    Cubren su antigua pompa y poderío  
 Pobre yerba y arena,  
 Y el enemigo que tembló a su brío  
 Burla y goza en su pena. 
    Vírgenes, destrenzad la cabellera  
 Y dadla al vago viento;  
 Acompañad con arpa lastimera  
 Mi lúgubre lamento.  
    Desterrados, ¡oh Dios!, de nuestros lares, 
 Lloremos duelo tanto.  
 ¿Quién calmará, ¡oh España!, tus pesares?  
 ¿Quién secará tu llanto?  


Londres 1829

A una dama burlada

 

 Dueña de rubios cabellos,  
        Tan altiva,  
 Que creéis que basta el vellos  
 Para que un amante viva  
        Preso en ellos 
 El tiempo que vos queréis;  
 Si tanto ingenio tenéis  
 Que entretenéis tres galanes,  
 ¿Cómo salieron mal hora,  
        Mi señora, 
        Tus afanes?  
    
 Pusiste gesto amoroso  
        Al primero;  
 Al segundo el rostro hermoso  
 Le volviste placentero, 
    
        Y con doloso  
 Sortilegio en tu prisión  
 Entró un tercer corazón;  
 Viste a tus pies tres galanes,  
 Y diste, al verlos rendidos, 
        Por cumplidos  
        Tus afanes.  
    
 ¡De cuántas mañas usabas  
        Diligente!  
 Ya tu voz al viento dabas, 
 Ya mirabas dulcemente,  
        O ya hablabas  
 De amor, o dabas enojos;  
 Y en tus engañosos ojos  
 A un tiempo los tres galanes,
 Sin saberlo tú, leían  
        Que mentían  
        Tus afanes.  
    
 Ellos de ti se burlaban;  
        Tú reías; 
 Ellos a ti te engañaban,  
 Y tú, mintiendo, creías  
        Que te amaban:  
 Decid, ¿quién aquí engañó?  
    
 ¿Quién aquí ganó o perdió? 
 Sus deseos tus galanes  
 Al fin miraron cumplidos,  
        Tú, fallidos,  
        Tus afanes. 

A una estrella

 

    ¿Quién eres tú, lucero misterioso,  
 Tímido y triste entre luceros mil,  
 Que cuando miro tu esplendor dudoso,  
 Turbado siento el corazón latir?  
    ¿Es acaso tu luz recuerdo triste
 De otro antiguo perdido resplandor,  
 Cuando engañado como yo creíste  
 Eterna tu ventura que pasó?  
    Tal vez con sueños de oro la esperanza  
 Acarició su pura juventud, 
 Y gloria y paz y amor y venturanza  
 Vertió en el mundo tu primera luz.  
    Y al primer triunfo del amor primero  
 Que embalsamó en aromas el Edén,  
 Luciste acaso, mágico lucero, 
 Protector del misterio y del placer.  
    Y era tu luz voluptüosa y tierna  
 La que entre flores resbalando allí,  
 Inspiraba en el alma un ansia eterna  
 De amor perpetuo y de placer sin fin. 
    Mas ¡ay! que luego el bien y la alegría  
 En llanto y desventura se trocó:  
 Tu esplendor empañó niebla sombría;  
 Sólo un recuerdo al corazón quedó.  
    Y ahora melancólico me miras 
 Y tu rayo es un dardo del pesar;  
 Si amor aún al corazón inspiras,  
 Es un amor sin esperanza ya.  
    
                 ¡Ay, lucero! yo te vi  
                 Resplandecer en mi frente, 
                 Cuando palpitar sentí  
                 Mi corazón dulcemente  
                 Con amante frenesí.  
    
                 Tu faz entonces lucía  
                 Con más brillante fulgor,
                 Mientras yo me prometía  
                 Que jamás se apagaría  
                 Para mí tu resplandor.  
    
                 ¿Quién aquel brillo radiante  
                 ¡Oh lucero! te robó, 
                 Que oscureció tu semblante,  
                 Y a mi pecho arrebató  
                 La dicha en aquel instante?  
    
                 ¿O acaso tú siempre así  
                 Brillaste y en mi ilusión  
                 Yo aquel esplendor te di,  
                 Que amaba mi corazón,  
                 Lucero, cuando te vi?  
    
                 Una mujer adoré  
                 Que imaginara yo un cielo;  
                 Mi gloria en ella cifré,  
                 Y de un luminoso velo  
                 En mi ilusión la adorné.  
    
                 Y tú fuiste la aureola  
                 Que iluminaba su frente, 
                 Cual los aires arrebola  
                 El fúlgido sol naciente,  
                 Y el puro azul tornasola.  
    
                 Y, astro de dicha y amores,  
                 Se deslizaba mi vida 
                 A la luz de tus fulgores,  
                 Por fácil senda florida,  
                 Bajo un cielo de colores.  

                 Tantas dulces alegrías,  
                 tantos mágicos ensueños, 
                 ¿Dónde fueron?  
                 Tan alegres fantasías,  
                 Deleites tan halagüeños,  
                 ¿Qué se hicieron?  
    
                 Huyeron con mi ilusión 
                 Para nunca más tornar,  
                 Y pasaron,  
                 Y sólo en mi corazón  
                 Recuerdos, llanto y pesar  
                 ¡Ay! dejaron. 
    
                 ¡Ah lucero! tú perdiste  
                 También tu puro fulgor,  
                 Y lloraste;  
                 También como yo sufriste,  
                 Y el crudo arpón del dolor
                 ¡Ay! probaste.  
    
                 ¡Infeliz! ¿por qué volví  
                 De mis sueños de ventura  
                 Para hallar  
                 Luto y tinieblas en ti,
                 Y lágrimas de amargura  
                 Que enjugar?  
    
                 Pero tú conmigo lloras,  
                 Que eres el ángel caído  
                 Del dolor,
                 Y piedad llorando imploras,  
                 Y recuerdas tu perdido  
                 Resplandor.  
    
                 Lucero, si mi quebranto  
                 Oyes, y sufres cual yo, 
                 ¡Ay! juntemos  
                 Nuestras quejas, nuestro llanto:  
                 Pues nuestra gloria pasó,  
                 Juntos lloremos.  
    
    Mas hoy miro tu luz casi apagada, 
 Y un vago padecer mi pecho siente;  
 Que está mi alma de sufrir cansada,  
 Seca ya de las lágrimas la fuente.  
    
    ¡Quién sabe!…  tú recordarás acaso  
 Otra vez tu pasado resplandor, 
 A ti tal vez te anunciará tu ocaso  
 Un Oriente más puro que el del sol.  
    
    A mí tan sólo penas y amargura  
 Me quedan en el valle de la vida;  
 Como un sueño pasó mi infancia pura,   
 Se agosta ya mi juventud florida.  
    
    Astro sé tú de candidez y amores  
 Para el que luz te preste en su ilusión,  
 Y ornado el porvenir de blancas flores,  
 Sienta latir de amor su corazón. 
    
    Yo indiferente sigo mi camino  
 A merced de los vientos y la mar,  
 Y entregado en los brazos del destino,  
 Ni me importa salvarme o zozobrar.  

Al sol
Himno