Midiendo el cielo y la Tierra

Midiendo el cielo y la Tierra

© Fernando J. Ballesteros, 2019

© de esta edición, Shackleton Books, S. L., 2022

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www.shackletonbooks.com

Realización editorial: Bonalletra Alcompas, S.L.

Diseño de cubierta: Pau Taverna

Diseño de tripa y maquetación: Kira Riera

Conversión a ebook: Iglú ebooks

© Fotografías: todas las imágenes son de dominio público.

© Ilustraciones: del autor, excepto la de página 17, derecha (Enric Marco).

ISBN: 978-84-1361-158-7

Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento y su distribución mediante alquiler o préstamo públicos.

Pretexto. Las dimensiones del universo

Vivimos en un planeta cuya atmósfera es transparente a la radiación lumínica, y por ello resultó útil desarrollar ojos para desenvolvernos en nuestro entorno y, en un momento dado, alzarlos al firmamento y observar que allí había otras luces. Si nuestra especie hubiera surgido en un mundo con una atmósfera opaca a la luz, tal vez interaccionaríamos con nuestro entorno por ecolocalización, tal vez no sabríamos nada de las estrellas y creeríamos que la Tierra es el único mundo que existe. Y quizá no habríamos desarrollado la tecnología, pues esas luces en el cielo que se mueven en patrones cambiantes pero predecibles fueron uno de los principales motores del desarrollo científico. Afortunadamente, en el mundo en que vivimos la noche deja ver el espectáculo de los astros que nos rodean.

El cielo ha sido desde los inicios de nuestra especie una fuente de fascinación, extrañeza, maravilla, temor y curiosidad. En parte por el misterio que representaba, y en parte porque tenía un impacto directo en la vida cotidiana. La astronomía siempre mostró una clara utilidad práctica, pues permitía averiguar el inicio de las estaciones, programar los ciclos de siembra y cosecha o los ritos religiosos, estimar las lindes entre naciones, hallar la dirección hacia la que se encontraban los lugares sagrados o simplemente hacia la que navegar. Pero también resultaba misteriosa, fuente de temor y admiración: ¿qué eran esas luces en el firmamento?, ¿por qué algunas se mueven y otras no?, ¿a qué distancia están?, ¿pueden influir de alguna forma en nuestro destino? Por ello no debe extrañarnos que la astronomía sea una de las profesiones más antiguas del mundo. Los movimientos de los astros en el cielo generaron modelos matemáticos cuyo objetivo era, entre otros, predecir y describir su comportamiento. Las causas tras ese comportamiento quedaban en un segundo plano, en buena parte porque eran inaccesibles, por ello la astronomía fue tradicionalmente una rama de las matemáticas. Solo a partir del Renacimiento esta rama comenzó poco a poco a desplazar su ámbito de actuación hacia la física, al adquirir más importancia las causas frente a la forma, y en la actualidad la palabra astronomía es prácticamente sinónimo de astrofísica. Pero conviene recordar que, cuando lo único que podíamos hacer con los cielos era medir, calcular, describir y predecir, la astronomía era terreno de juego de los matemáticos; entre otras cosas, fue gracias a los problemas que planteó esta disciplina que se desarrollaron plenamente la trigonometría plana, la esférica y las tablas de logaritmos.

Los científicos de la Antigüedad lograron prodigiosas hazañas obteniendo algunas estimaciones preliminares del tamaño de nuestro planeta y la distancia de los astros más importantes, utilizando para ello su ingenio, las matemáticas y herramientas muy elementales. Su trabajo estimuló a las generaciones que los siguieron, dotadas de mejores herramientas matemáticas e instrumentos más precisos, quienes no obstante se enfrentaron a un difícil puzzle lógico. Hay una curiosa simetría en la medición del cielo y la de la Tierra. Para determinar la posición geográfica, la distancia entre dos localizaciones o incluso el tamaño de la propia Tierra era imprescindible realizar mediciones de los astros, como hallar la altura de una estrella o averiguar en qué momento otra cruzaba por el meridiano. Pero esta relación era recíproca, y estimar la posición y la distancia a los astros solo era posible mediante mediciones que tuvieran a la propia Tierra como patrón de medida o conociendo con detalle la distancia entre dos lugares de observación. Así, las medidas de la Tierra y del universo siempre estuvieron entrelazadas. No era posible la geografía de precisión sin la astronomía, ni viceversa. Como veremos, las distancias en uno y otro sistema se podían obtener con cierta sencillez en valores relativos, pero costó mucho esfuerzo romper ese círculo vicioso y lograr pasar de un sistema de magnitudes relativas a otro de magnitudes absolutas, y finalmente averiguar el tamaño (e incluso la forma) del cielo y de la Tierra.

Midiendo el cielo y la Tierra

La aventura de medir el cosmos, de Eratóstenes a la paralaje estelar

Fernando J. Ballesteros

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