GUÍA OCULTA DE SANTIAGO

 

Claves heterodoxas de la ruta jacobea

 

 

Juan Ignacio Cuesta Millán

 

A mis botas,

a los peregrinos,

al viento,

a la soledad,

al sol,

a la Vía Láctea,

al espíritu de todos los que dejaron su huella.

 

A todos los que se buscan.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

AUTOR: Juan Ignacio Cuesta Millán

EDITORIAL: El Angel.

ISBN10: 84-941157-3-1.

ISBN13: 978-84-941157-3-8.

 

«Son cuatro los caminos a Santiago que en Puente la Reina, ya en Tierras de España, se reúnen en uno solo. Va uno por Saint-Gilles, Montpeiller, Toulose y el Somport; pasa otro por Santa María del Puy, Santa Fe de Conques y San Pedro de Moissac; un tercero se dirige allí por Santa Magdalena de Vézelay, por San Leonardo de Limoges y por la ciudad de Périgueux; marcha el último por San Martín de Tours, San Hilario de Poitiers, San Juan d'Angély, San Eutropio de Saintes y Burdeos.

El que va por Santa Fe y el de San Leonardo y el de San Martín se reúnen en Ostabat y, pasado Port de Cize, en Puente la Reina se unen al camino que atraviesa el Somport y desde alli forman un solo camino hasta Santiago.»

 

Codex Calixtinus. Libro V, Capítulo I

ÍNDICE

 

Prólogo

Polvo Sagrado

 

Historia del camino

 

La aventura de una nueva especie

¿Cuándo empiezan las peregrinaciones?

Senderos borrados

Los artífices de las calzadas

Los invasores del norte

 

Una senda medieval de peregrinación

Cuestiones previas

Leyendas

El descubrimiento del eremita Pelayo

Cronología medieval del Camino

 

¿Es Santiago el Mayor?

 

Peregrinos ilustres

 

Nuevas interpretaciones de un viejo mito

 

 

Personajes del Camino

Santiago el Mayor

Prisciliano

Leonor de Aquitania

Raimundo de Borgoña

Ramón Lull

San Francisco de Asís

Santo Domingo de la Calzada

San Juan de Ortega

San Lesmes

Aymeric Picaud

San Veremundo

Santo Domingo de Guzmán

Alfonso XI, el Justiciero

Juan de Brienne

Santa Isabel de Portugal

Los Reyes Católicos

Dos Austrias

Felipe IV

 

Libros y sonidos

Un antecedente: El Beato de Liébana

Himno a Santiago

Hacia el fin del primer milenio

La sociedad de la guerra

El fin del mundo

El Codex Calixtinus

Las Cántigas en loor de Santa María la Virgen

El Llibre Vermell de Cataluña

Canciones jacobeas

 

 

La Senda Estelar

 

De los Pirineos a Puente la Reina

 

Zugarramurdi - Elizondo - Arre

Brujos, megalitos y un pueblo maldito

 

Valcarlos – Arre

La sombra de Carlomagno

 

Espinos y Ortigas

 

Pamplona - Puente la Reina

La conexión con el Camino Aragonés

 

Canfranc - Puente la Reina

La senda de los crismones

 

El misterio de los crismones

La leyenda de San Juan de la Peña

 

 

De Puente la Reina a Burgos

 

Puente la Reina - Logroño

Siguiendo las estrellas

 

Logroño - Burgos

Pontífices eremitas

 

 

De Burgos a León

 

Burgos - León

Tierra de Campos

 

La venera del peregrino

La Tau

De León a Santiago de Compostela

 

León - Ponferrada - Santiago

Tierras mágicas

 

El Pórtico de la Gloria

 

Epílogo

 

Noia y Fisterra

 

El juego de la Oca

El Camino de Santiago en un tablero

Las Ocas, símbolos sagrados

Historia del Juego de la Oca

¿Cómo es un tablero de juego?

Las reglas oficiales

Claves simbólicas

La cábala, los números sagrados

El juego de la vida

 

Apéndice

 

Albergues y refugios

 

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* * *

Prólogo

 

Polvo Sagrado

 

Soledad, agua, frío y viento,... y ¡una venera! Estos serán los compañeros del peregrino del Camino de Santiago... Pero ¿qué es exactamente esta senda que lleva a una ciudad gallega? ¿Hay una sola? ¿Por qué es sagrado el polvo que va dejando 

Imageinvariablemente en los pies de los caminantes y desde cuándo?... Son preguntas a las que habrá que responder para entender su verdadero significado.

Su actual denominación empezó a aplicarse en la Edad Media, coincidiendo con el comienzo de las peregrinaciones a Santiago de Compostela, pero debemos viajar hacia atrás en el tiempo.

Es posible que los primeros pobladores, de los que no conocemos casi nada, llegaran en el paleolítico inferior por el sur, y se asentaran en las cuencas fluviales. Las primeras evidencias de ritos mágicos aparecen muchísimos años después, en el paleolítico superior, relacionadas con trazas de ocre y manganeso. La evolución de los grupos entre el año 8000 y 4000 a.C. nos sitúa en el neolítico, con la población dividida en dos grupos: los que ocupaban la franja costera y vivían de la explotación del mar, y los que en el interior desarrollaban la agricultura y la ganadería. En el calcolítico (2500-1800), ya se registra el uso de mamoas (del latín mamula, pecho femenino), inhumaciones en túmulos cupulares de tierra construidos sobre un esqueleto de piedra llamado dolmen, anta o arca, que es lo único que queda hoy en la mayoría de los casos. En ellas han aparecido restos de cerámica campaniforme y evidencias del empleo de la metalurgia, incluso labores de orfebrería.

Durante el bronce (1800-500), se consolida una cultura que trabaja bien los metales e incorpora ritos funerarios que cumplen también una función social de jerarquización, a juzgar por la aparición de la cista como enterramiento individual y la incorporación de ajuares de distinta composición según la riqueza del difunto. Existe ya una creencia generalizada en la vida de ultratumba y una religión chamánica naturalista que tiene como ejes al sol, la caza y la guerra. Por entonces empezarían a llegar las primeras oleadas de peregrinos-invasores indoeuropeos. Su avanzadilla fue la cultura de los campos de urnas, seguida por la de otros pueblos indoeuropeos, unos pertenecientes al ámbito celta y otros, a los que se llamó íberos, cuyo origen no está claro aún. Los autóctonos, llamados Oestrymnios, fueron expulsados para dar lugar al comienzo de la cultura castreña.

Hemos dicho bien, se trata de invasores, pero también de peregrinos,o sea «aquellos que andan por tierra extraña». Iban guiados en su camino hasta el «fin de las tierras», que limita con el «principio de las aguas», por una especie de serpiente bífida que surca el suelo nocturno: la Vía Láctea, lo que se ve de nuestra galaxia. La senda en el suelo quedaba trazada por la del cielo. En esencia la luz que brilla en la oscuridad.

Dice la leyenda que los Saefes recién llegados fueron una invasión de serpientes (en griego saepes). Desde luego, gran parte de sus cultos eran ofiliátricos, puesto que el gran ofidio que tenía su imagen en el cielo nocturno, era un ser sagrado, como sagradas eran las manifestaciones energéticas de la tierra a las que llamaron wouivres, sobre las que construyeron la mayoría de los santuarios que nos permiten presumir como era su rica vida anímica.

Su sistema de creencias religiosas estaba constituido por conceptos mágico-empíricos que el diccionario define como paganos, o sea, idólatras y politeístas. Sin embargo, esto no es más que una simplificación elaborada por las religiones monoteístas posteriores para desprestigiar la espiritualidad de quienes en realidad fueron sus precursores. Porque si profundizamos en los detalles, hay cosas que requieren una reinterpretación sin complejos.

En general, la religión céltica contempla un ser supremo, creador y director de todo, que mora en la cima de las montañas (puesto que el símil altura-espíritu, siempre ha sido asociado con ellas, como, por ejemplo, el Olimpo, residencia de Júpiter-Zeus y otros de la familia). Luego, viene una serie de dioses menores de características titánicas, que se relacionan con las actividades guerreras. Tienen diversos nombres y atribuciones, según cada grupo. Y en una tercera categoría se encuentra una multitud de númenes relacionados con la satisfacción de las necesidades cotidianas, la protección, el éxito y la fortuna. Deidades de los bosques, de las aguas, del ganado, de los senderos, de la noche, etc. En definitiva, una estructura muy parecida a la que representa el trinomio Dios + ángeles (buenos y malos) + santos, pero que tienen distintos nombres, funciones y responsabilidades asignadas.

Estos pueblos construyeron los castros, de los que llenaron las tierras norteñas de lo que se llamó Hispania. Se trata de multitud de enclaves civiles y religiosos donde se practicaban cultos solares. Tierra sagrada pues para las tribus que decidieron terminar allí su migración en busca de su verdadera identidad en el lugar anhelado y buscado.

Para los romanos, Galaecia (Galicia), era el finis terrae, el fin del mundo, y hasta allí llegaba una ruta que podría haberse denominado Callis Ianus, el Sendero de Jano (dios equiparable al Lugh celta), dios de la luz y custodio de los conocimientos secretos de los constructores. Así lo cree el arquitecto don Carlos Sánchez Montaña.

Llegados a este punto, debemos destacar que el trazado del que en la Edad Media se llamaría Camino Francés, o Jacobeo, coincide, con las mismas variantes, con la ruta que siguieron estos pueblos para llegar hasta las orillas del Atlántico. O sea, que cuando comenzaron las peregrinaciones a la supuesta tumba del apóstol Santiago, los caminos ya habían sido trazados y utilizados en tiempos remotos por otros seres humanos que cubrieron sus pies con el polvo sagrado de la tierra.

Lo que sucedió fue fruto de las circunstancias de un tiempo en el que tuvieron lugar otras migraciones, en este caso las que protagonizaron los pueblos musulmanes cuando quisieron asentarse en Europa. Una buena parte de ellos consiguió vencer la resistencia de quienes gobernaban a los hispano-romanos de la Península Ibérica, los visigodos, y ascendieron hasta una frontera natural en la que vieron frenadas sus aspiraciones. Y esta no fue otra que el Camino de Santiago. Años más tarde, los reyes asturianos buscaron un modo de consolidar esta frontera. ¡Y lo encontraron!,... como se verá en esta guía. La principal consecuencia fue la recuperación de esta ruta a través de anhelos religiosos y espirituales. La dotación a la misma de edificios y, sobre todo, de símbolos, constituyó una de las más prodigiosas aventuras que muchas personas han emprendido, con distintas motivaciones, místicas, iconográficas, ideológicas, etc.

Estos argumentos parecen más que suficientes para justificar la elaboración de una Guía oculta del Camino de Santiago. Un camino al que llamaremos frecuentemente de un modo más heterodoxo: la Senda Estelar, puesto que la dirección a seguir la marcó un trazado inequívoco que dibujan los astros en los cielos estivales de estas latitudes.

La llamamos «oculta» porque va a descubrir aspectos menos conocidos, incluso deliberadamente «escondidos» de cuanto se verá. Algo a tener en cuenta para una mejor comprensión, conocimiento y consciencia del moderno peregrino. Desvelaremos cuáles son los elementos precristianos y su cristianización, en general ignorada. Aunque no descartaremos nada, sea procedente de la cultura o del sistema de creencias que sea.

En consecuencia, no encontrará el lector aquí descripciones demasiado prolijas de dónde o cómo hay que descansar, o recuperar fuerzas, sino otras cosas que no figuran en las miles de guías elaboradas al respecto. Hay muchas a las que se puede recurrir en busca de esos datos que, por otra parte, cambian frecuentemente y es conveniente confirmar antes de empezar la ruta.

Esta guía no está destinada al cuerpo, sino al espíritu del Camino, analizando un fenómeno que tiene interpretaciones distintas de las que son más conocidas u oficiales. Se trata de caminar de otra manera, reconociendo las huellas de un pasado remoto y, sobre todo, las del otro más reciente, el que fue recuperado en la Edad Media.

Conviene no engañarse. El Camino de Santiago es algo más que una aventura que se emprende para acudir a cumplir una penitencia y obtener unos beneficios espirituales; es más que una justificación para hacer deporte caminando o en bicicleta… Hay que entenderlo como una inmensa puerta de acceso a nuestro propio interior que se irá abriendo en cada recta, en cada recodo y en cada rincón en el que descubramos su verdadera esencia. Un maestro que enseñará al peregrino a aflorar otra realidad a través de su propio sistema de valores, creencias y sensibilidades. En este sentido, aquí no va a encontrar un simple puñado de datos y recomendaciones, sino de sugerencias, ante las que cada uno tendrá que elegir las que le parecen más útiles.

¡Además! No hay un solo camino... ¡Hay muchos! Pronto podremos apreciarlo en toda su dimensión.

* * *

Los Mil Caminos de Santiago

 

En general, se considera al denominado Camino Francés, como la senda genuinamente sagrada e iniciática (con sus tres arranques más conocidos que superan los Pirineos por tres puntos: Zugarramurdi, Roncesvalles y el conocido en el pasado como Sumus portus, hoy día Somport. Pero en realidad, el Camino de Santiago es una gran red formada por multitud de sendas. Podríamos afirmar sin temor a equivocarnos que realmente hay una por cada caminante, aunque la mayoría de ellas se dirigen hacia el objetivo común.

Realmente se trata de rutas que nacen espontáneamente en puntos tan dispares como Vézelay, Londres, Hamburgo, Amsterdam, Milán, Sevilla, Granada o Roma, pongamos por caso, y confluyen en diversos puntos del trazado oficial, dirigiéndose a la meta: Santiago de Compostela. Mejor dicho, allí está la puerta de acceso a un último e imprescindible tramo, porque la senda no termina, como ya apuntábamos, hasta llegar a Finisterre, el finis terrae ancestral y mágico, testigo de viejas tradiciones y sabidurías lejanas en el tiempo, envueltas ahora por el cendal húmedo y protector de las brumas atlánticas. La costa gallega. El mismo escenario donde los Nerios, una tribu celta, rendía culto a la Estrela Escura, el Sol, en el Ara Solis, como la denominaron posteriormente los hombres de Augusto.

El océano Atlántico es una fuente inagotable de seres incorporados al imaginario mágico de la humanidad. Un bestiario que se nutre con innumerables mitos. Habitaban en él terribles monstruos encargados de custodiar el fin de la Tierra, un abismo insondable de agua donde diariamente desaparecía el Sol entre sus propias llamas, para renacer en la mañana siguiente. También es la infinita masa líquida que sepultó en sus profundidades una supuesta civilización superior que parece grabada a fuego en nuestros sueños e ilusiones. Así lo relató Platón en dos diálogos, Critias y Timeo:

 

«En efecto, nuestros escritos refieren cómo vuestra ciudad detuvo en una ocasión la marcha insolente de un gran imperio, que avanzaba del exterior, desde el Océano Atlántico, sobre toda Europa y Asia. En aquella época, se podía atravesar aquel océano, dado que había una isla delante de la desembocadura que vosotros, así decís, llamáis columnas de Heracles. Esta isla era mayor que Libia y Asia juntas y de ella los de entonces podían pasar a las otras islas y de las islas a toda la tierra firme que se encontraba frente a ellas y rodeaba el océano auténtico, puesto que lo que quedaba dentro de la desembocadura que mencionamos parecía una bahía con un ingreso estrecho

 

Cualquier camino, pero sobre todo este, es una metáfora válida para representar el transcurso de la propia vida, con todas sus vicisitudes. Sirve, por tanto, como imagen del proceso de crecimiento personal que tiene que realizar todo ser humano en busca de las respuestas a las grandes preguntas que están tras el misterio de la existencia, pero sobre todo del inquietante después. Una senda que conduce hacia la perfección espiritual, independientemente de las particulares creencias religiosas de cada uno. Una maraña tan compleja como el propio ser humano.

El caminante adquiere la condición de peregrino cuando siente la imperiosa necesidad de encontrar ciertos lugares en los que sabe (intuitiva o racionalmente) que obtendrá ayuda y alivio de sus miserias o perdón de sus faltas a cambio de una dura y costosa penitencia. Pero también puede buscar alimento para la curiosidad insaciable que caracteriza nuestra especie. También puede hacerlo por cualquier otra razón. Algo enraizado profundamente en su interior le dice que su destino está allí donde podrá atender eficazmente a esa necesidad vital que le distingue de los otros seres que viven sobre la Tierra: la de trascender, existir eternamente siendo consciente de ello y conservando memoria física y emocional de cuanto le ha acontecido. Unos lo harán logrando el estado beatífico y desencarnado que prometen algunas religiones: una nueva dimensión de la existencia, metafísica y etérea. Otros, mediante un largo ciclo de reencarnaciones en las que tendrán que acumular méritos para alcanzar un estado de perfección final semejante al que gozan los entes superiores. La condición del peregrino es, unas veces, la de quien expía sus culpas y hace méritos para que se cumplan sus pretensiones posteriores, y otras, la del que quiere conocer y conocerse mejor.

La ruta puede ser cualquiera que conduzca hacia esta noble y deseada meta. La que hoy pretendemos recorrer es la que culmina en ese hermoso, santo y mágico rincón de las verdes tierras gallegas que por diversas razones se ha convertido en uno de los principales santuarios peregrinales del mundo. Miles de personas esperanzadas, movidas por diversas razones y objetivos acuden a ellos, solos o con sus familias. Son los centros del mundo espiritual: Jerusalén, Roma, la Meca, la montaña sagrada de Thien Shan, Santiago de Compostela, Santo Toribio de Liébana, Caravaca de la Cruz, Fátima, Lourdes, Chestochova...

Por esta razón, reiteramos que no podemos hablar propiamente de un único sendero para cumplir con este anhelo, sino de muchos, como los afluentes de un gran río al que incorporan sus aguas lustrales. Son los Mil Caminos de Santiago, muchos de los cuales transcurren por sitios insólitos y poco conocidos, pero en los que, fijándose atentamente, podemos encontrar las huellas del pasado y de su verdadero mecanismo de transformación. O más bien de transmutación alquímica, como un inmenso laboratorio. Habrá también claves mágicas y sagradas que normalmente suelen pasar desapercibidas para la mayoría de las personas, porque el tiempo, la desidia o la mala voluntad han relegado al olvido su primitivo significado.

El camino tiene también un gran poder. Será maestro que disciplinará el cuerpo y la mente del peregrino, a la vez que le entrenará agudizando sus sentidos para reconocer las señales significativas que tendrá que interpretar según su subjetividad. Todas ellas están en los Mil Caminos de Santiago. Unas, visibles a simple vista, sin necesidad de conocimientos previos; otras, ocultas deliberadamente para que sólo puedan alcanzarse tras un proceso de necesaria, anhelada y buscada purificación.

 

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Historia del Camino

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Hay una afirmación que sirve muy bien para reflexionar: «Conocer el pasado es la mejor forma de entender el presente». No se trata sólo de una frase hecha, sino de un buen sistema para interpetar todo cuanto nos rodea. Una actitud indiferente ante las huellas dejadas por nuestros precedesores, visibles en todas las ciudades, pueblos y rincones de nuestra geografía (de cualquier geografía), es simplemente una manera de vivir sólo a medias y una lamentable necedad que nos convierte en inválidos culturales. Somos el eslabón final de una cadena y nuestro tiempo no es ni mejor ni peor que otros, simplemente es un ciclo más (que será más efímero de lo que tendemos a creer). Por eso, es un ejercicio de humildad buscar las huellas de nuestra propia identidad, y así renunciar a la soberbia de sentirnos los mejores en el mejor de los tiempos. La tendencia general es a creer que en el pasado las gentes vivían peor que nosotros en todos los órdenes de la vida. A quien piense así puede decírsele que es cierto que ha habido épocas terribles, en las que la lucha por la vida era durísima, pero que también, por ejemplo, si pudieran entrar en una hipotética máquina del tiempo y presentarse en la Roma de Augusto o en el Egipto de Ramsés II, rápidamente se darían cuenta de algo que debiera ser evidente: en todas las épocas se alcanzó el máximo posible, y la vida era mucho más cómoda y enriquecedora de lo que creemos desde la insufrible soberbia de nuestra época.

Cuando nos asomamos al abismo del tiempo, contemplando algunas de las huellas que nos han quedado, nos damos cuenta rápidamente que duermen en un necio olvido muchísimos logros con las que el ser humano fue adaptándose a sus circunstancias. Hoy, en el siglo de la ciencia, dando nuestros primeros pasos camino del universo, somos incapaces de saber cómo se hicieron exactamente las pirámides o el modo en que los egipcios trabajaban la diorita. Cosas tan simples como el descubrimiento de que una piedra en forma de cuña podía sustentar y afirmar todo un arco, fue un avance de tal calibre, que los puentes en que se aplicó el sistema, aún permanecen en pie (incluso son la alternativa cuando la fuerza de las aguas desmorona viaductos mucho más modernos y sofisticados).

Descartado el período clásico, del que tenemos muchos documentos y testimonios, el resto de la historia antigua se niega a desvelarnos todos sus secretos. La prehistoria y el neolítico siguen siendo un misterio que la arqueología va desentrañando poco a poco, pero ofreciendo muy distintas interpretaciones. Pero, mucho más cercano a nosotros hay un período tan turbulento y oscuro como fue la Alta Edad Media. Y a pesar de ello, sucedieron entonces cosas que han trascendido el tiempo y, con más o menos dificultades, podemos revivir sus vivencias si somos capaces de viajar mentalmente hasta entonces. En la Península Ibérica, en este sentido, tenemos un tesoro que deberíamos valorar mucho más. Como ya hemos visto, un camino que fue formándose sobre otros recorridos por pueblos muy antiguos, en busca de algo más que lo que nos cuenta la propaganda turística o las manipulaciones políticas interesadas.

El modo en que vivieron aquellas personas. Sus pensamientos, sus anhelos y afanes, y las formas con las que se enfrentaron a las dificultades; su profunda religiosidad, su teocentrismo... han quedado escritos en un libro cuyas páginas no son de papel ni pergamino, sino miles de sendas que conducen hacia el mar en una tierra secularmente mágica. Los caracteres en los que hoy día podemos leer si tenemos la sensibilidad suficiente, son ermitas, iglesias, catedrales, monasterios, albergues, hospitales, reliquias... rincones llenos de imágenes, de lecciones aún vivas y vigentes que nos esperan en cada recodo. La experiencia de recorrerlo y contemplar su realidad actual puede significar para algunos un cambio profundo en sus propias vidas y una forma de aprender a valorar los tesoros que conservamos, a los que cuesta muy poco llegar (un poco de esfuerzo nada más).

A partir de ahora vamos a conocer algunos retazos de su prodigiosa historia. Plumazos imprescindibles para comprender por nosotros mismos, sin necesidad de muchos intérpretes.

Quien quiera vivir la aventura debe prepararse suficientemente, y la mejor manera es liberarse de todos los prejuicios y disponer la mente a una actitud receptiva, teniendo en cuenta que nada, absolutamente nada, por frívolo que parezca, es despreciable, porque el objeto es uno, pero muchas las miradas.

Abramos, pues, el telón que mostrará el drama, con la historia como protagonista.

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La aventura de una nueva especie

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Qué llevó a los hombres en los años oscuros para nosotros que llamamos prehistoria a caminar en busca del «fin de la tierra»? ¿Qué fascinación les condujo por la senda que lleva hasta los acantilados desde donde el Atlántico se extiende hasta el infinito, sirviendo de tumba al sol cada atardecer? No es fácil dar una explicación aceptada por todos, pero podemos intuirlo y tratar de aclararlo.

La historia del ser humano comienza en un momento concreto, al producirse el salto evolutivo que supuso el descenso del árbol del homínido. A pesar de quienes sólo admiten la hipótesis creacionista, según parece, una especie empezó a diferenciarse de todas las demás añadiendo a los mecanismos instalados en el código genético una nueva y poderosa herramienta: la abstracción, la capacidad mágica de prescindir del objeto para modelarlo, solucionar problemas, manipularlo, recrearlo y reflexionar sobre él..., simultáneamente aparece el pensamiento simbólico. Otra cosa es por qué oscuros mecanismos llegó a adquirir estas facultades superiores.

Un nuevo modo de interpretar el mundo, distinto del estado primario animal, llevó a la nueva especie por los derroteros del control de su destino desde una posición extraordinariamente incómoda al principio. Hay que insistir en estas significativas palabras del científico estadounidense Sherwood L. Wasburn:

 

«El factor más importante quizá en la evolución de la especie humana plantea un problema paradójico: el cerebro, que en la actualidad permite al hombre sondear en su historia biológica, empezó a desarrollarse en un ambiente cuyas condiciones hace tiempo desaparecieron. Los cambios evolutivos que afectaron tanto al tamaño, como a la complejidad neurológica del cerebro, se produjeron a lo largo de varios millones de años durante los cuales nuestros antepasados vivieron sometidos a la diaria necesidad de actuar y reaccionar frente a un nivel de información extraordinariamente limitado. Y lo que es más notable, mucha de la información recibida era interpretada de forma errónea.

Tengamos en cuenta por un momento lo que esta limitación significa. Antes de que los datos recibidos por el cerebro de nuestros antepasados empezasen a poder ser refinados por los avances tecnológicos, la vida se desarrollaba en un mundo que a sus ojos era plano, de escasas dimensiones, y que tan sólo podían captar bajo un prisma puramente personal. Su mundo se hallaba poblado de dioses, fantasmas y monstruos. Y sin embargo, el cerebro creador de estos conceptos era idéntico al que hoy día se enfrenta a las sutilezas de la matemática y de la física.»

 

Independientemente de que este comentario sea susceptible de ser interpretado con algunos matices, nos ofrece una revelación que nos permite entendernos como especie. La evolución humana va unida a la de la búsqueda del conocimiento para llegar a la verdad, una constante en toda la historia de la humanidad. Este impulso responde a una necesidad imperiosa por reducir numerosas incertidumbres de forma cotidiana. Para entender la verdadera importancia de esto, tenemos que ser conscientes de algo que es obvio, pero en lo que pocas veces nos detenemos a pensar. Todo organismo vivo recibe la información por dos vías distintas. Una, la que aporta mayor número de datos —en una proporción extraordinariamente superior—, es todo cuanto ha sido grabado a través de millones de años en los genes (todo un misterio que estamos tratando de descifrar para entender la verdadera esencia de la vida, su origen y su sentido). La otra, es la que va acumulándose en el mismo almacén durante la vida, una vez el sistema nervioso elabora y transforma las informaciones recibidas a través de los sentidos. Una parte ínfima de esas incorporaciones pueden ser transmitidas a los descencientes en algunos casos, lo que hace que la tarea de la evolución requiera de muchísimo tiempo para poder ser apreciada. Sin embargo, está ahí.

El hombre, desde su debut como nueva especie, modificó su instinto de supervivencia primario, grabado indeleblemente por la naturaleza en sus mecanismos automáticos, en otra cosa: una necesidad imperativa de perpetuarse, de ser eterno o, al menos, vivir       de nuevo tras la muerte: la trascendencia. El pensamiento simbólico fue el mecanismo que permitió esta posibilidad, abriendo la puerta a lo mágico. Posteriormente, y como consecuecia, creó ritos que le sirvieron para ponerse en contacto con realidades distintas, aparentemente superiores a él. Llegó así a la conclusión de que en su interior había algo distinto que compartía con entes invisibles, pero presentes. Lo denominará alma, elemento de naturaleza sutil, perteneciente al reino de los espíritus (entendidos como entes conscientes que están exentos de las limitaciones propias del soporte físico).

 

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¿Cuándo empiezan las peregrinaciones?

 

El rito peregrinal (porque peregrinar es uno de los que el hombre ha creado), nace posiblemente como consecuencia de la confluencia de varios factores. Se puede construir una teoría considerándolos separadamente.

El viaje es, en principio, una necesidad de desplazarse en busca de distintas fuentes de energía necesarias para sobrevivir. La básica es el alimento (energía nutritiva), un objetivo impresdindible, muchas veces asequible sólo en un lugar concreto, ya sea por la presencia allí del animal o animales codiciados (de cualquier tipo: marinos, aéreos o terrestres); ya por los árboles que proporcionan los frutos a recolectar; o por darse allí características idóneas para asentarse y cultivar la tierra o criar animales. Debido a que están sometidos a circunstancias estacionales —implacablemente relacionadas con el ciclo del agua— muchas veces sería obligatorio cambiar de asentamiento a lo largo del año.

También necesitarían buscar el calor (energía térmica), para poder sobrevivir en condiciones climatológicas adversas. Se podía encontrar en el abrigo rocoso, o en lugares más benignos. Para conservarlo necesitaría también fibras animales y vegetales que le permitieran confecionar prendas de abrigo. Para obtenerlo, y de paso autonomía, buscaría la forma de proveerse de fuego y asegurar su disponibilidad continua. Éste no sólo proporcionaría calor, sino que también supondría la potencialidad de poder transformar alimentos desagradables o indigeribles en agradables o asimilables.

Podríamos citar aquí también otras motivaciones que justifican un desplazamiento, como la necesidad de mayor seguridad buscando la unión con grupos afines en un espacio común. Podríamos enumerarlas en su totalidad, pero el lector entenderá que ya tiene elementos suficientes para entender algunas de las razones que llevaron al hombre primitivo a cambiar con frecuencia de asentamiento en busca de la excelencia.

Y así, viajando, llegó a sitios en los que encontró cualidades que los hacía muy apetecibles. Lugares donde ese algo distinto que bullía en su interior, se potenciaba de un modo apreciable. Dentro de los grupos, unos personajes encargados de la «intermediación» entre hombres y realidades superiores, los chamanes, brujos o sacerdotes, certificaban la autenticidad de la comprobación e interpretaban cómo había que acceder a ella de un modo conveniente. Los lugares pasaron a ser sagrados. Entonces surgió una especie de mercadeo espiritual en el que el hombre marchaba hasta el santuario a realizar sacrificios y ofertas a cambio de los beneficios que proceden de más arriba.

Luego nacería y se difundiría la leyenda, fluyendo de boca en boca, potenciándose y haciendo famosos a algunos de ellos. Se convirtieron entonces en metas que todos aspiraban a alcanzar al menos una vez en la vida en busca de un atajo para conseguir respuestas, atención a las necesidades físicas y espirituales o ayuda ante las dificultades. De tal modo que el viaje se establece como obligación (independientemente, tanto del origen de la necesidad, como de su justificación). Todo esto pasaría a formar parte del ideario, de la cultura.

Tenemos suficientes pruebas de algunos desplazamientos, sobre todo de uno concreto, que es el protagonizado por quienes cruzaron el mar Mediterráneo desde la actual África camino del norte utilizando diversas rutas. Posiblemente aprovecharon un momento en que parte de él no era sino una serie de lagunas más o menos inconexas entre extensos pantanales (el agua estaba acumulada en los polos en forma de hielo). O cabe también que lo hicieran a través de Oriente Medio. La concordancia estilística entre algunos petroglifos y pinturas africanos y sus equivalentes levantinos, permiten detectar que el flujo de personas fue más intenso de lo reconocido habitualmente. Algunos: La Cova del Parpalló —Gandía—, Los Casares y Rillo de Gayo —Guadalajara—, Villar del Humo —Cuenca—, son santuarios prehistóricos que pudieran servir para hacer seria y creíble esta teoría. Pero lo que más nos interesa, es el hecho que representa la continuidad temática presente en los abundantes abrigos rupestres e innumerables grutas existentes entre la cordillera cantábrica y la ruta señalada por el camino que conduce a los peregrinos a Santiago de Compostela.

Pocos investigadores han señalado la sorprendente coincidencia que existe entre las rutas empleadas por los pintores rupestres que decoraron Altamira, Covalanas, Tito Bustillo, Ojo Guareña (el inmenso complejo de las Merindades de San Tirso, el más extenso de España), por un lado; los artistas que realizaron los petroglifos gallegos y otras manifestaciones, por otro; con la ruta que emprendieron los peregrinos medievales. La curiosidad también nos permite descubrir otro tipo de hallazgos que nos dan una escusa para ejercer el inmenso privilegio de poder reflexionar sobre el curso de la historia no escrita, como el ídolo de Peña Tú en Asturias.

 

Si en un mapa señalamos todas las pruebas citadas y otras que podamos encontrar, como ya hemos dicho, comprobaremos que los grandes desplazamientos en el pasado siguieron un trazado, al menos coincidente en gran parte con el Camino de Santiago. También sabemos que se ha señalado tradicionalmente que la señal que indujo a elegir esa ruta fue la presencia en el cielo durante el estío de la galaxia a la que pertenece el Sistema Solar, la Vía Láctea, que desde la tierra era apreciada como una especie de serpiente de nubes que dividía el firmamento en dos, un símbolo que señalaba la dirección en la que se encontraba la sabiduría, atributo de la serpiente. Por esta razón hemos querido acuñar un concepto tan pagano, como adecuado y sugerente: Senda Estelar.

 

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Senderos borrado

Resulta difíil conocer las costumbres y el pensamiento durante la prehistoria. La lejanía es mucha, los documentos pocos, y hay grandes dudas para interpretarlos correctamente (aunque nada de lo que hicieran puede contravenir al sentido común). Los restos que quedan se dividen en dos grandes grupos. Unos son los útiles, relacionados con las necesidades básicas: caza, vestido, supervivencia (hachas y cuchillos de sílex, perforadores de hueso destinados a coser las pieles, etc.). Los otros son los que tienen una función mágica, ya sea evocadora —buscan la ayuda y protección de unos supuestos seres superiores representados por uno o varios símbolos—, o la propiciatoria —tratan de captar la esencia del objeto representado para poder dominarlo—. De los segundos, los más importantes son los petroglifos, las pinturas y las tablillas incisas hallados en cuevas y abrigos rocosos por toda la geografía del mundo, particularmente abundantes en el norte y el Levante español. El último período glacial (Würm IV) situó la frontera entre climas más o menos en la falda sur de la cornisa cantábrica. Empujados por la necesidad, nuestros antepasados fueron desplazándose. Coincidieron así dos migraciones que se desarrollaron en períodos de tiempo muy dilatados. La primera, la norte-sur, formada por quienes huían del frío; la segunda, la sur-norte, por quienes lo buscaban. Esta franja de encuentro coincide en general con la zona por la que transcurre el Camino Francés, el más emblemático de todos los que conducen a la supuesta tumba del apóstol Santiago el Mayor. Y decimos «supuesta», porque en una guía non sancta de una de las rutas peregrinales más populares de la cristiandad, no podemos aceptar sin más una única explicción de la personalidad atribuida a quien está enterrado en la meta, que quizá no sea quien se cree tradicionalmente. Hay dudas bastante razonables que permiten pensar en otros personajes más reales y cercanos, como veremos más tarde.

 

En definitiva, en esta región han tenido lugar tradicionalmente notables desplazamientos de grupos humanos de los que hoy tenemos constancia principalmente a través de las huellas dejadas por sus artesanos, esos magos que dibujaron y grabaron en las piedras pistas para poder intentar entender sus creencias religosas o afanes intelectuales. Así que podemos decir que las rutas abiertas en esta región constituyen las primeras sendas de protoperegrinación, que podemos conocer gracias a numerosos santuarios rupestres.

Estos senderos han sido difuminados por el tiempo, y la mayor parte de sus restos han desaparecido debajo de otros nuevos, aunque sabemos que, como hoy, llevaron a la especie humana hasta el límite natural que constituyó el mar en su punto más cercano a Occidente: la costa atlántica ibérica. Sus huellas, aunque débiles, se harán patentes al caminante que trate de encontrar el verdadero sentido de aquella senda. Candamo, Tito Bustillo, La Pasiega, Los Cárcavos, Las Monedas, Atapuerca, Elvas, Mogor, Coa... la lista puede ser larga y de repente transformarse en un lucernario que ilumine nuestra inteligencia con una respuesta difícil de aceptar por su lejanía de lo oficial, pero certera. Sin embargo, no hay que privarse. Merece la pena empaparse previamente del camino investigándolo, por si hay algo que no se nos ha querido o acertado a contar.

Hacia el siglo ix a.C. fueron llegando a la Península Ibérica pueblos procedentes de tierras septentrionales en busca del «fin de las tierras» donde rendir culto al sol. Su origen etaba en Asia y ya estaban asentados en centroeuropa desde el siglo xx a.C. Su presencia se hizo patente gracias a sus obras. Actualmente nos quedan santuarios megalíticos, toponimias, influencias en el folclore (en algunos tipos de música), y pueblos construidos sobre sus primitivos asentamientos. Incluso su forma de plantearse la arquitectura, actualmente presente en las pallozas, abundantes a lo largo de la Senda Estelar. Los llamados por los griegos saefes —serpientes—, trabajaban ya el hierro y enterraban las cenizas de sus muertos en los cononocidos como «campos de urnas». Una de sus tribus, los Nerios, estaban protegidos por el sol, la Strela Escura, a la que rindieron culto en el Ara Solis.

Su panteón mitológico es notable y sus nombres son la raíz de las actuales denominaciones de lugares y pueblos en todas partes. Belenor, Belenus o Belenos, esposo de Belisana y dios de la luz, lo es de Beleño en Ponga (Asturias) y Belén en Valdés. Taranis, quien manda sobre el cielo y las tormentas, da su nombre a Tarañes en Ponga y Tarañosdiós en Cangas de Onís. El dios Lugh, uno de los más importantes, es raíz de Lucena, Luján, Lucía, Lugo, Lugán, incluso Lyon o París (Lutecia). Los astures lugonni arganticaeni serían sus descendientes.

Fueron los celtas y los íberos. Estos segundos, al asumir la cultura de los primeros se convirtieron en las tribus celtíberas, que se extendieron por toda la península.

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Dentro de las creencias célticas, mantenidas por sus sacerdotes iniciados, los druidas (hombres árbol), hay toda una serie de ritos mágicos relacionados con las plantas. Su árboles mágicos fueron principalmente el roble, el fresno y el espino. El primero les proporcionaba además el muérdago, una planta parásita de la que se extraen diversos alcaloides con propiedades medicinales y, suponemos que, utilizada también en la busca de estados alterados de conciencia junto a otras como, por ejemplo, la seta amanita muscaria. Sin embargo, en Galicia parece ser que se rendía culto al olmo, de hecho ha quedado la costumbre de plantarlo junto a las iglesias. Un árbol, reminiscencia de aquellos tiempos, preside las plazas de muchos pueblos o, en algunos casos, ocupa un sitio preeminente, considerado como auténtico lugar de poder donde realizar concejos, ceremonias o juicios. En la mitología celta, el paraíso está lleno de manzanos, cuya fruta era considerada mágica, puesto que al ser dividida por el ecuador, la sección del alojamiento de las semillas tiene forma de estrella. Desde luego, debido al equilibrio de sus componentes, es uno de los alimentos más sanos y equilibrados que existen.

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Los artífices de las calzadas

 

Dos pueblos se enfrentaron utilizando como escenario España, los romanos, la civilización que llenó el viejo continente de calzadas (algunas de las cuales conservan sus piedras debajo de la carreteras actuales), con todos sus equipamientos: puentes, posadas, puertos, etc., y los cartagineses, feroces guerreros de origen fenicio que estuvieron a punto de ser un importante obstáculo para los planes expansionistas de Roma. Quizá debamos a esto el empeño en aplicarse en la ingeniería de caminos, tanto con fines civiles como militares.La lengua y obras de los hijos de Rómulo y Remo están presentes en todo el actual Camino, tanto que podemos afirmar justificadamente que ellos fueron los verdaderos artífices de la ruta. Somport es el sumus portus, Canfranc es el campus francus, Compostela viene de compositum tellus (cementerio, y no de campus stellae, como nos han contado errónea y manipuladamente), Ponferrada hace referencia al ponsferrata (puente de hierro), Astorga es la Asturica Augusta romana. Sobre un mapa es mucho más fácil de explicar, puesto que la coincidencia es más que casual. De hecho, la ruta pasaría por Pompaelo (Pamplona), Iacca (Jaca), Numantia (Numancia), Clunia Sulpicia (Peñalba de Castro), Randa (Roa), Pallantia (Palencia), Asturica Augusta (Astorga), Lucus (Lugo) y Aquae Caldae, entre otros lugares. No es posible dudar de que la Senda Estelar camino de Fisterra, el mentado Finis terrae, inspiró de algún modo el posterior trazado medieval del Camino.

Plinio nos cuenta que un romano ilustre está en la lista de los visitantes de las islas Cíes (que Herodoto llamó CasitéridesAseconia