LOS ARCHIVOS SECRETOS DEL SOCIALISMO EN EL EXILIO

 

 

Manuel Ángel Menéndez Gijón

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Reservados todos los derechos

© Manuel Ángel Menéndez Gijón, 2017

© EDITORIAL El Ángel. 2017

ISBN: 9788494587573

 

 

 

 

 

 

 

 

ÍNDICE

 

 

INTRODUCCIÓN

LA VERDAD SOBRE LA HISTORIA HURTADA

Llopis y sus archivos en el exilio: el papel de Francia y México

 

CAPÍTULO 1

DE LA GUERRA CIVIL A LA MUERTE DE INDALECIO PRIETO (1939-1962)

Socialistas en la diáspora

El congreso de los socialistas exiliados en Francia

El pacto con los monárquicos

Las relaciones con las democracias europeas

“La traición monárquica”

Los acuerdos del interior

La comunicación con el interior: los correos

La polémica con Saborit

Llopis y los españoles en la guerra mundial

 

CAPÍTULO 2

LA RECONSTRUCCIÓN DEL INTERIOR: “NO SEÁIS SEVEROS CON BOYER”

Indalecio prieto y la OTAN

El poder del PSOE en el interior de España

la Asociación Socialista Universitaria

“No seáis severos con Boyer”

Recelos en el exterior

Delaciones y confusión. Villar Massó

La declaración de Amat ante la policía bajo presión policial

Se anuncia la escisión

Caja de resistencia

 

CAPÍTULO 3

MÚGICA, REDONDO, TIERNO Y BOYER, LOS RETOÑOS DEL PSOE. LLOPIS DESCONFÍA DE LOS “NENES”

Las delaciones hunden al PSOE del interior

Monárquicos y socialistas. José María Gil Robles

Socialistas y socialdemócratas. Dionisio Ridruejo

Boyer o la ortodoxia marxista

La “traición” de Enrique Tierno. El PSI

Exigencias de renovación

 


CAPÍTULO 4

LOS “NENES” SE REBELAN CONTRA LLOPIS Y LOS LÍDERES EN EL EXILIO. LA RUPTURA: FELIPE NO QUISO LA PAZ

Todos contra Rodolfo Llopis

Andalucía se rebela

Llopis se indigna

El PSOE, en la indigencia

La escisión se anticipa en España

La sublevación de Madrid

UGT prende la mecha

Socialistas contra socialistas

La Internacional Socialista, con los jóvenes

La reunificación imposible

 

EPÍLOGOS

PERDIERON LA GUERRA... Y LUEGO PERDIERON EL PSOE

EL RODOLFO LLOPIS QUE YO CONOCÍ, Por José Torrente Durán [*]

 

 

 

INTRODUCCIÓN

 

 

LA VERDAD SOBRE LA HISTORIA HURTADA

 

Cuando el 24 de septiembre de 1944 se celebró en Toulouse el I Congreso del PSOE en el exilio, en el que se eligió a Rodolfo Llopis como secretario general, España era un gran campo de concentración. Franco había abandonado ya su posición germanófila, dado que la derrota del III Reich era más que inminente. Incluso, el régimen se había negado, en enero de 1944, a reconocer a la república fascista de Salò, constituida por Mussolini después del golpe que le hizo perder el poder y cuando las tropas aliadas ascendían victoriosamente por la bota italiana. Pero nada de eso impedía que la dictadura franquista continuara con su limpieza política de una forma maquinal en el interior de esa España de hierro y garrote vil que se instauró en 1939 con el nuevo régimen.

A partir del 6 de junio de 1944, Francia estaba siendo liberada del yugo nazi y los exiliados republicanos españoles ya no eran perseguidos por la Gestapo auxiliada por el régimen de Vichy, sino que esos exiliados que habían combatido al fascismo en España y que habían perdido la guerra se habían sumado a las filas aliadas y eran los primeros en entrar en París: el 24 de agosto de 1944, un grupo de vehículos blindados semiorugas (half-tracks) y tres tanques Sherman entraron en la capital francesa por sorpresa. Los parisinos creían en un principio que eran parte de las tropas alemanas instaladas en la ciudad; después se dieron cuenta de que no, de que vestían uniformes del ejército de Estados Unidos y que eran la avanzadilla de las tropas que devolverían la libertad a París y, por consiguiente, a toda Francia.

Pero la confusión aumentó cuando cada vehículo en los que se desplazaban esos oficiales y soldados llevaba inscrito en el morro un nombre en español. Los half-tracks bautizados como “España cañí”, “Guernica”, “Madrid”, “Brunete”, “Guadalajara” o “Ebro”, entre otros, eran conducidos por militares que portaban una bandera roja, amarilla y violeta cosida a sus uniformes; es decir, la bandera republicana española. Aquellos eran los combatientes de La Nueve, la compañía de choque de la II División Blindada (DB) del general Leclerc. Se la conocía así, La Nueve, en español, porque 146 de sus 160 componentes eran republicanos españoles alistados en las tropas de la Francia libre.

El mundo, inmerso en una guerra mundial, ya estaba cambiando y los republicanos españoles en el exilio veían ahora una pequeña luz al final del túnel negro del fascismo. Los nazis estaban perdiendo la guerra y la oposición a Franco en el exilio estaba esperanzada con la idea de que, tras la derrota de Hitler y de Hirohito, los aliados entraran en España y juzgaran a Franco y sus traidores del 18 de julio por crímenes contra la humanidad cometidos en la guerra y en la paz.

La esperanza era tal, que en enero de ese año de 1944 se produjo una curiosa correspondencia entre Franco y Don Juan de Borbón, el aspirante al trono nacional. En una carta a Don Juan, Franco le advertía de que dejara de atender los consejos de los generales monárquicos. La respuesta de Don Juan fue que había que ofrecer a los españoles un sistema que no fuera ni el totalitarismo de Franco “ni la república democrática, antesala del extremismo anarquista”. Era evidente que el régimen estaba nervioso por el desarrollo -negativo para sus intereses- de la guerra mundial y Franco llegó a escribir al premier británico, Winston Churchill, con la propuesta de una alianza para combatir el comunismo.

Es decir, el régimen se estaba posicionando para lo evidente: la caída del III Reich, y trataba de evitar que esa derrota sin condiciones de las potencias del Eje (Alemania, Italia y Japón) arrastrara al franquismo en España. Una España que, por cierto, se moría -literalmente-, de hambre, pero también de otras cosas: sin ir más lejos, el 3 de enero de 1944, cerca de Torre del Bierzo (León), decenas de personas (todavía se desconoce el número exacto) fallecieron como consecuencia de un accidente ferroviario. Pero el dato fue convenientemente ocultado por un régimen que diez días después, el 13 de enero, con un frío de rigor, anunciaba restricciones de energía eléctrica a partir del 15 de febrero.

Sólo muchos años después, los españoles y el mundo hemos podido conocer a medias las consecuencias del hambre y la escasez en aquella España con la Cara al Sol: estudios recientes calculan ponderadamente el número de muertos por inanición en unos 30.000 entre 1940-1954 (de su deceso jamás se tuvo noticia); los coches avanzaban impulsados por gasógeno y alcanzaban los 80 km/hora; se hacía jabón con aceite usado; los boniatos sustituyeron a las desaparecidas patatas...

El 14 de mayo de 1939 se había establecido la cartilla de racionamiento y sus correspondientes cupos por persona y semana, cartilla que concedía la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes y cada familia tenía un establecimiento asignado. Alimentos como los garbanzos, el pan negro, los boniatos, el azúcar, la carne, el tocino, el bacalao, e incluso artículos como el tabaco, la gasolina o el jabón, pasaron a ser racionados. El membrillo, cuando lo había, se convertía en todo un lujo, sólo para clases pudientes. Así que, en el momento en que los republicanos de la división Leclerc liberaban París de los nazis, el hambre era el principal problema de los españoles hasta que las buenas cosechas de 1951 y 1952 permitieron que en 1953 se decretara el fin del racionamiento.

En España, a la destrucción que había traído la guerra civil no tardaron en sumarse largos años de pertinaz sequía, como se quejaba amarga pero casi cómicamente el régimen, y comenzaron a ser frecuentes las colas de desdichados que esperaban a la puerta de los cuarteles por las sobras del rancho de los soldados. Ocurrió hasta lo inimaginable: se abrieron talleres para la restauración de cepillos de dientes, proliferaron las señoras que cogían las carreras de las medias y se crearon ejércitos de colilleros expertos en armar nuevos cigarrillos con las tobas encontradas en las aceras (el 4 de junio de 1940 se creó la Tarjeta de Fumador, pero los fumadores tenían que recurrir al anís, la manzanilla y la hoja seca de berza).

La situación era tan grave, que el 18 de abril de 1940 el gobierno decretó el consumo general de pan de centeno. El hambre golpeaba a España mientras los aliados liberaban el norte de Francia y llegaban al Rhin.

En otro plano, el de la educación, la formación de los niños se encaminó desde el primer momento a su adoctrinamiento para la reconstrucción espiritual del país, y se empezó por la separación de chicos y chicas en aulas distintas y con diferente orientación. Luego, la Sección Femenina terminó de pulir a las jovencitas: se les dificultó el acceso a la Universidad y se las formó para el hogar o para profesiones tradicionalmente ligadas a la mujer, como maestra, enfermera o puericultora. Las principales características del nuevo modelo incluyeron la depuración de maestros, profesores y catedráticos y la fuerte implantación de la moral católica en todos los ámbitos educativos.

Los niños eran los encargados de izar la bandera mientras, brazo en alto, escuchaban el himno nacional y seguidamente cantaban el Cara al Sol. En clase, el maestro estaba flanqueado por un crucifijo y los retratos de Franco y José Antonio Primo de Rivera, y hasta las placas de los colegios cambiaron: ahora se llamaban José Calvo Sotelo, José Antonio Primo de Rivera o General Mola. La Iglesia volvió a controlar el campo de la enseñanza, mientras el bachillerato se constituía en un privilegio de las élites: en el curso 1939-1940 sólo se matricularon 160.000 estudiantes de secundaria. Y, naturalmente, las bibliotecas fueron despojadas de toda la “literatura disolvente”.

 

 

Llopis y sus archivos en el exilio: el papel de Francia y México

 

A lo largo de la dictadura franquista, la información política publicada por los periódicos de la época -la radio y la TV eran prácticamente los “voceros” del régimen-, pasó por la obligatoriedad de difundir íntegra la reseña del Consejo de Ministros, por las fotografías de las audiencias del Generalísimo y otros actos socio-militares por el estilo. Todo lo demás, incluidos los profesionales de la política, brillaba por su ausencia.

Mientras los catedráticos y los tecnócratas accedían a los puestos de poder -siempre a la sombra del todopoderoso dictador-, mantenidos gracias a la falta de todo debate político que no se encuadrara dentro de los escuetos márgenes del Movimiento, a la represión policial y al creciente desarrollo económico que sustituyó los plazos para acceder a la libertad por los plazos del “Seiscientos”, los viejos políticos perdedores se iban extinguiendo en el exilio. Especialmente los socialistas, nucleados en torno a Rodolfo Llopis y a Indalecio Prieto, hasta su fallecimiento.

En el interior de España, grupos de jóvenes trabajadores se iniciaban en la actividad política a través de células comunistas y algunos universitarios se agrupaban en torno a la ASU (Agrupación Socialista Universitaria), donde surgían nombres como los de Miguel Boyer y Luis Gómez Llorente, que se arriesgaban a un compromiso con la sociedad que en ocasiones dio con sus huesos en la cárcel.

Desde aquel I Congreso del PSOE en el exilio, el 24 de septiembre de 1944 en Toulouse y en el que se eligió a Llopis como secretario general, pasaron muchas cosas y muchos otros congresos, hasta que los socialistas españoles celebraron su XII Congreso en agosto de 1972, también en Toulouse, donde se llevó a cabo la escisión entre los históricos y los renovadores y se inició el auge del “sevillanismo”, que se haría plenamente con el poder en el XIII Congreso, en octubre de 1974 en Suresnes (París).

Pero desde el I Congreso del PSOE en el exilio, celebrado en las circunstancias excepcionales antes relatadas, con el trasfondo de la II Guerra Mundial y la actitud colaboracionista del gobierno de Vichy, hasta el XIII Congreso de Suresnes habían transcurrido treinta años. Treinta años de la otra historia de España que se nos hurtó a la mayoría de los ciudadanos en el interior, obligados a conocer únicamente la vida y los milagros de los ganadores de una guerra que vencieron por las armas, pero que, como profetizó en 1936 Miguel de Unamuno en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, ni convencieron ni unieron a todos los españoles.

Treinta años de la historia de España que no podrían entenderse sin el conocimiento de los archivos personales de Rodolfo Llopis, un largocaballerista de los pocos dirigentes socialistas que no llegó a sufrir la cárcel y que fue elegido secretario general del PSOE en el exilio, durante ese I Congreso celebrado en Toulouse, al que no asistieron ni Indalecio Prieto ni la delegación de los republicanos exiliados en México, donde había prietistas y negrinistas -seguidores de Juan Negrín, último presidente del Consejo de ministros republicano que sería expulsado del PSOE en 1946 a instancias de Indalecio Prieto-.

Treinta años de historia del socialismo en el exilio y en el interior de España que se hallaban en los documentos que Llopis conservaba en su domicilio en Albi, próximo a Toulouse; documentos con los que no pudieron hacerse quienes fracturaron el PSOE en 1974 porque eran parte del legado personal de Llopis y no se encontraban, por tanto, en la sede oficial socialista en el exilio, en la rue du Taur, en Toulouse, desde donde Llopis ejerció como secretario general desde 1944 hasta 1974. Quien firma este libro pudo rescatar en 1988, para la revista Interviú, una buena parte de esos documentos, que ahora se ofrecen ampliados por primera vez al gran público.

El germen y crecimiento de la oposición en el exilio, las disputas internas socialistas con los prietistas en México, la dimisión de Prieto con el fracaso del pacto con los monárquicos, las expulsiones del partido de Negrín y de Enrique Tierno Galván, el polémico Congreso de la UGT de 1970, la escisión socialista de 1972.:., todo se encuentra perfectamente detallado en los documentos, las cartas, las notas -a veces manuscritas, a veces mecanografiadas-, de lo que fue la correspondencia y los archivos secretos de Rodolfo Llopis, que se encontraban en la localidad francesa de Albi y que volvieron a España a mediados de los 80 bajo la custodia de Julián Lara, un comandante republicano de Carabineros y que entonces presidía el Partido de Acción Socialista (PASOC), a cuyo partido, del que Llopis fue presidente de honor hasta su muerte en 1983, fueron entregados los documentos por su familia.

Los archivos de Llopis pasaron a pertenecer a la Fundación Indalecio Prieto, hasta que muchos años después se llegó a un acuerdo con el PSOE. Pero constituyen unos archivos fundamentales para conocer lo que ocurrió de verdad en las relaciones entre socialistas en el interior y en el exilio.

Llopis, un hombre metódico donde los hubiera, recibía en Toulouse numerosa correspondencia de militantes socialistas en el interior y en el exterior de España. Llopis todo lo leía, y todo lo contestaba, pero de sus respuestas a máquina hacía copia con papel carbón, la cual unía al original. De esa forma se ha mantenido un inmejorable legado para la historia: la visión completa de lo que ocurrió en el exilio socialista durante todo el régimen franquista. Este libro, basado en lo que el mismo autor que lo firma publicó en 1988 en fascículos en la revista Interviú, es sólo un ejemplo de ello.

 

 

 

CAPÍTULO 1

 

DE LA GUERRA CIVIL A LA MUERTE DE INDALECIO PRIETO (1939-1962)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Socialistas en la diáspora

 

Al finalizar la Guerra Civil española, cualquier vestigio de organización del Partido Socialista era prácticamente inexistente; una situación idéntica a la del resto de los partidos republicanos que habían perdido la contienda. La diáspora socialista llegaba a casi todas las partes del mundo: Fernando de los Ríos se había exiliado en Estados Unidos; Andrés Saborit había llegado a Suiza; Luis Jiménez de Asúa estaba en Buenos Aires; Indalecio Prieto y el negrinista Ramón Lamoneda, en México, donde había un importantísimo núcleo de españoles exiliados entre negrinistas y prietistas; José Prat, en Colombia, y Rodolfo Llopis, Francisco Largo Caballero y Trifón Gómez, entre muchos otros dirigentes del PSOE en 1939, se hallaban en Francia en condiciones francamente lamentables.

Centrándonos en el PSOE, los primeros esfuerzos de los exiliados socialistas se habían orientado a ayudar a los refugiados que, a millares, habían salido de España o estaban pendientes de hacerlo ante el avance imparable de las tropas africanas y mercenarias de Franco, pero las disputas internas surgidas antes y durante la Guerra Civil se habían convertido en una batalla que hacía imposible pensar en los primeros años del exilio en reorganizar el partido socialista: los largocaballeristas -seguidores del ugetista Francisco Largo Caballero-, estaban enfrentados a los prietistas -seguidores de Indalecio Prieto- y ambos grupos odiaban a los negrinistas -seguidores de Juan Negrín, fundamentalmente en el exilio mexicano-, y así sucesivamente.

En 1939, Indalecio Prieto, un periodista ovetense nacido en 1883 y que llegó a ocupar diversas carteras ministeriales en los gobiernos de la República, intentaba organizar desde su exilio en México la salida de España de refugiados hacia este país latinoamericano. Pese a las dificultades de la dispersión y las añadidas a la precaria situación económica de la mayoría de los exiliados, agravadas por la rendición de Francia ante las tropas de Hitler, la correspondencia entre Prieto y el que luego sería secretario general del PSOE en el exterior, Rodolfo Llopis, iba a alcanzar, en 1940, un importante volumen de información, según se recogía en los archivos personales de Llopis en Albi, en el Departamento francés de Tarn. En una carta fechada en junio de 1940, Prieto informaba a Llopis de la correspondencia mantenida por él con el presidente de la República de México, el general Lázaro Cárdenas. La carta era realmente angustiosa:

 

“Mi querido amigo y respetado presidente -escribía Prieto-: Esta carta que le remito con urgencia es un grito de angustia. Francia acaba de ofrecer a Alemania su capitulación. En territorio francés quedan millares de españoles que se vieron obligados a buscar allí refugio para librarse de la ira implacable de nuestros enemigos triunfantes. ¿Qué va a ser ahora de ellos? Su suerte sería trágica si cayeran en manos de los aliados de Franco”.

 

Prieto pidió al presidente mexicano que “si accediera a mi dolorosa súplica, la delegación de la JARE [Junta de Ayuda a los Refugiados Españoles] en México procediera inmediatamente a organizar el transporte, fletando uno o dos barcos norteamericanos”, así como que el gobierno mexicano gestionara del francés la salida de los españoles refugiados. De las excelentes relaciones de Prieto con el general Lázaro Cárdenas daba buena cuenta el hecho de que el presidente mexicano entregara a la JARE (no a la SERE, organización negrinista de auxilio a los refugiados ubicada también en México) el famoso tesoro del yate “Vita”, con el que se gestionó la salida de muchos españoles.

El Vita fue un yate construido en 1931 en Kiel (Alemania), con el nombre inicial de Argosy. En 1934 cambió su nombre al de Vita, siendo adquirido durante la Guerra Civil española por Marino de Gamboa, simpatizante del nacionalismo vasco, que lo puso al servicio de las autoridades republicanas en los momentos finales de la contienda. A instancias del presidente del gobierno republicano Juan Negrín, el 28 de febrero de 1939 embarcó en el puerto francés de El Havre 120 maletas que contenían objetos incautados por la Caja General de Reparaciones durante la Guerra Civil y otros de diversa procedencia, un cargamento indeterminado de joyas, metales preciosos y objetos de valor. El Vita partió de El Havre ese mismo día, llevando un grupo de carabineros españoles leales a Negrín, dirigidos por el capitán Enrique Puente, con órdenes de anclar en el puerto de Veracruz, México, como así se hizo.

Negrín había encargado a Mariano Manresa, agregado comercial de la embajada española en Londres, la tarea de reunir el cargamento y de seleccionar la tripulación, compuesta casi totalmente por carabineros, cuerpo de reconocida lealtad a Negrín. El responsable de la operación, Enrique Puente, había sido el jefe de la llamada Brigada Motorizada, núcleo de la ampliación del Cuerpo de Carabineros.

La respuesta del presidente mexicano fue contundente. En una carta fechada el 17 de junio de ese año en el palacio nacional, Cárdenas respondía lo siguiente, según el documento que Prieto le hizo llegar a Llopis:

 

“Muy estimado y fino amigo: acabo de recibir su carta en la que me habla de la situación por la que debe estar pasando la población española que se encuentra en Francia. Desde luego he dado instrucciones al señor Secretario de Relaciones para que tramite lo necesario con carácter urgente a fin de que haga conocer la autorización para que se traslade a México el contingente que sea”.

 

A partir de esa fecha, la correspondencia entre Prieto y Llopis va a ser continua. Llopis se dedicó, primero, a descifrar la caligrafía de Prieto, verdaderamente complicada, haciendo copia mecanografiada de las cartas de “Don Inda”, después a sacar copia de sus respuestas y anotar impresiones personales en los márgenes de las cartas, las cuales archivaba cuidadosamente en carpetas. De esta forma se ha podido tener una visión completa y exacta de la correspondencia cruzada no sólo entre Prieto y Llopis, sino también de Llopis con Enrique de Francisco, Andrés Saborit, Trifón Gómez y otros dirigentes socialistas y ugetistas de la época.

 

 

El congreso de los socialistas exiliados en Francia

 

A finales de agosto de 1944 surgió entre el exilio socialista la idea de convocar un congreso en Francia. La ocasión ya era propicia, porque desde el 6 de junio de ese año -desembarco de las tropas aliadas en Normandía-, los nazis se retiraban en todos los frentes, y los republicanos españoles exiliados en Francia no estaban ya sujetos a las redadas de la Gestapo y del colaboracionista régimen de Vichy. Tras consultas de socialistas de gran solvencia (Trifón Gómez, Andrés Saborit, Enrique de Francisco y el propio Llopis) se convocó la reunión para los días 24 y 25 de septiembre en Toulouse. A la convocatoria se sumó el exilio en África del Norte, pero no así el de México, donde se encontraban Indalecio Prieto y sus principales seguidores y una parte de los negrinistas.

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