Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Barbara Hannay. Todos los derechos reservados.

RECOBRAR EL AMOR, N.º 2459 - mayo 2012

Título original: Runaway Bride

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

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I.S.B.N.: 978-84-687-0123-3

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

CAPÍTULO 1

UN DEPORTIVO de brillante color rojo se acercó rugiendo hasta pararse delante de Bella.

–Buenos días, Bella –la saludó el conductor, mirando la bolsa a sus pies–. ¿Vas a algún sitio?

Damon Cavello. ¿Otra vez?

Dos veces en una semana era demasiado.

Damon, con el mismo pelo oscuro y enmarañado y el mismo aspecto de chico malo del que se había enamorado en el instituto.

«No, ahora no. No puedo lidiar con esto ahora mismo ».

En los últimos diez años lo había visto exclusivamente en televisión, informando desde alguna zona de guerra o en algún país destrozado por una inundación o un terremoto en su papel de corresponsal extranjero.

Pero era diferente verlo en persona, especialmente aquella mañana. Bella no podría haber sonreído aunque quisiera y tuvo que tragar saliva antes de decir:

–Hola, Damon. Vengo directamente del hotel –le dijo. El hotel en el que la noche anterior habían celebrado su despedida de soltera–. He recibido una llamada sobre mi abuelo, Paddy –añadió, señalando la residencia de la tercera edad, Greenacres, mientras tomaba la bolsa–. Lo siento, no puedo quedarme a charlar. Tengo asuntos que resolver.

Cuando estaba a punto de entrar, oyó que él abría la puerta del coche.

–Espera un momento –la llamó.

Llevaba vaqueros y una camiseta negra. Y con unos ojos grises rodeados de largas pestañas y el cabello despeinado, era tan turbadoramente sexy como siempre.

–Tengo que irme, Damon, mi abuelo ha desaparecido.

–Tranquila, yo sé lo que ha pasado.

Atónita, Bella clavó sus ojos en él.

–¿Qué?

–Tu abuelo se ha escapado con mi abuela.

Bella sintió que se le doblaban las rodillas.

Una hora antes, su prometido, Kent, se había marchado del hotel con su anillo de compromiso en el bolsillo. Y minutos después había recibido una llamada de Greenacres para decirle que su abuelo había desaparecido…

Había pensado que el viejo estaba gastándole una broma porque lo había hecho antes. En cualquier momento aparecería en alguna bolera o en la orilla del río, pescando. Jamás se le hubiera ocurrido pensar…

–¿Cómo que se ha escapado con tu abuela?

–Me llamaron de la residencia hace una hora. Parece que Paddy y Violet se marcharon anoche en el coche de mi abuela.

–Pero bueno… ¿se han ido a vivir aventuras?

–He hablado con el dueño de la gasolinera que hay a las afueras del pueblo y, por lo visto, lo despertaron a medianoche para llenar el depósito. Le dijeron que era una emergencia y que se dirigían al norte.

–¿Una emergencia? ¿Qué significa eso?

–No tengo ni idea –respondió Damon–. Tal vez vayan a Cairns, pero en el coche de Violet tardarán un par de días en llegar. El hombre de la gasolinera me dijo que tomaron la carreta de la costa.

Bella se pasó una mano por la cara.

–Pero eso es absurdo. Son demasiado mayores para hacer una cosa así. Los dos tienen ochenta años y Paddy lleva marcapasos.

–Y Violet tiene la tensión alta –dijo Damon.

Bella levantó la mirada y, al ver esos ojos grises que le traían tantos recuerdos, se olvidó de todo.

No, no, no debía recordar el pasado.

–¡Esto es ridículo! –exclamó–. Paddy no tiene móvil. Cuando se instaló en Greenacres dijo que todo el mundo sabía dónde localizarlo y ya no necesitaba un móvil.

–Violet tampoco tiene. Lo último que quería era que su móvil sonara cuando estaba en la capilla o en la peluquería.

–¿Y qué podemos hacer? ¿Llamar a la policía?

–No creo que debamos asustarnos –respondió Damon–. De hecho, creo que lo tengo controlado.

–¿Cómo?

–Voy a buscarlos.

–Ah, ya –Bella suspiró, mirando el deportivo rojo–. ¿En ese coche?

–Sí, Bella, en este coche. Y sí, sé que es un símbolo fálico, pero es lo único que tenían en la agencia de alquiler de coches de este pueblo diminuto. Y no pasa nada, es más rápido que el cacharro que llevan nuestros abuelos.

Después de informar a Bella, que era su intención al ir allí, Damon se dio la vuelta.

–Me alegro de verte, pero voy a buscar a esa pareja de locos.

Ella estuvo a punto de llamarlo. Todo estaba ocurriendo demasiado rápido… otra sorpresa en una mañana sorprendente.

–¿Cómo has llegado hasta aquí, por cierto? –le preguntó Damon–. ¿Tienes coche?

Ella negó con la cabeza.

–Vengo directamente del hotel –respondió, señalando la bolsa de viaje. Todas sus amigas, incluyendo su dama de honor, Zoe, estaban en el hotel durmiendo después de la fiesta de la noche anterior–. Ha sido una suerte que el único taxi de Willara estuviera libre.

–Entonces, deja que te lleve. ¿Vuelves al pueblo?

–En realidad, debería ir a Blue Gums a ver a mi padre.

Tenía que contarle que Paddy había desaparecido… y que Kent y ella habían roto su compromiso. Pero no le apetecía darle ninguna de las noticias.

–Puedo dejarte allí –se ofreció Damon–. Para ir a la granja tengo que pasar por el pueblo.

Bella vaciló. Subir a un deportivo con Damon, su novio del instituto, era como volver al pasado y le parecía ridículamente peligroso, como el cuento de Caperucita Roja y el lobo.

Aquel hombre había sido siempre el mejor recuerdo de su vida, pero debía dejarse de tonterías. Al fin y al cabo, era la única manera de volver al pueblo.

–Gracias –dijo por fin.

Enfadada consigo misma por estar tan nerviosa, Bella subió al asiento del pasajero y se abrochó el cinturón de seguridad. Pero cuando Damon se colocó tras el volante y le llegó el aroma de su colonia, algo exótico y masculino, se preguntó dónde la habría comprado. ¿En Europa? ¿En Oriente Medio? ¿En algún lugar de Asia?

No debería pensar en ello. Debería entablar conversación, se dijo. Damon había ido a la despedida de soltero de Kent la noche anterior… pero si mencionaba eso se vería obligada a contarle que no habría boda. Y tal vez era lo más sensato ya que Damon era un invitado, pero entonces él le haría preguntas que no le apetecía responder.

En cualquier caso, Damon estaba a punto de tomar la autopista y no parecía dispuesto a charlar. No dijo una palabra cuando llegaron a la calle principal de Willara, más tranquila que de costumbre ese domingo por la mañana, y Bella no pudo dejar de preguntarse si estaría recordando lo mismo que ella.

Aunque no quería hacerlo, estaba recordándolo años atrás, mientras la esperaba en la puerta del café, con unos vaqueros gastados y una camiseta descolorida. Recordaba el brillo de sus ojos y sentía el calor de sus brazos, la dureza de su cuerpo…

A los dieciocho años, Damon Cavello había sido guapísimo, peligroso, adictivo, prohibido. Y había despertado en ella anhelos que nunca habían desaparecido del todo.

«Deja de recordar».

Pero cuando giró a la derecha para salir del pueblo y pisó el acelerador, la sensación de déjà vu se hizo más fuerte, llevándola a otro momento…

Era sábado e iban al pantano a reunirse con unos amigos para hacer una merienda. Pero Damon había parado el coche en el arcén, a la sombra de un árbol, y se había quedado mirando la carretera.

–¿Quieres que sigamos? –le había preguntado.

Al principio, Bella no lo entendió.

–¿Seguir adónde?

Damon sonrió.

–No lo sé, hasta donde nos lleve la gasolina. ¿No has sentido nunca el deseo de salir corriendo… sin destino?

Esa idea le había parecido atractiva, pero Bella no estaba segura.

–Los demás están esperándonos en el pantano.

–Si les decimos dónde vamos, no sería una aventura.

Le brillaban los ojos de emoción y el corazón de Bella dio un vuelco. Le encantaba que siempre estuviera dándole sorpresas, pero no estaba dispuesta a dejarse convencer.

–Le he dicho a mis padres que iba a pasar la tarde en el pantano. No puedo irme así como así.

–No pasará nada, estarás en casa a las diez –insistió él–. Venga, Bell. Vamos a vivir una aventura.

Estaba sonriendo y, por supuesto, ella se derritió.

–Bésame mientras lo pienso –le había dicho.

Le encantaban los besos de Damon, no se cansaba de ellos. Besaba de maravilla, y en cuanto sus labios se encontraron, el mundo dejó de importarle… solo un camionero tocando el claxon cuando pasó a su lado logró que se separasen.

Bella estaba sonriendo, sin aliento.

–Bueno, de acuerdo. Vamos a vivir una aventura.

Arriesgarse había sido tan fácil entonces.

El recuerdo hizo que sintiera una oleada de tristeza.

Se dijo a sí misma que era lógico, una reacción normal a todo lo que estaba pasando esa mañana. Durante las últimas dos semanas había pensado solo en su boda, en el vestido, en las flores, en el banquete. Sabía exactamente qué iba a pasar el resto de su vida: iba a casarse con su mejor amigo y vecino, Kent Rigby. Sería la esposa de un granjero y viviría en Willara Downs, al lado de la granja de su padre.

Había estado tan segura de todo eso… bueno, más bien resignada, que había dejado su trabajo en Brisbane.

Aquella mañana, cuando Kent y ella decidieron cancelar la boda, había sentido un alivio inmediato. Pero en aquel momento el alivio había desaparecido y se enfrentaba a un futuro inseguro. Sin trabajo, sin planes, un agujero negro ante ella. Sentía como si estuviera caminando en sueños y hubiera despertado sola, sin saber dónde ir, en medio de un interminable desierto.

Y ver a Damon Cavello de nuevo lo empeoraba todo, despertando recuerdos peligrosos. Damon le recordaba las cosas emocionantes que había planeado hacer una vez, ninguna de las cuales había hecho.

Había ido a lo seguro. ¿Y dónde la había llevado eso?

Sin trabajo, sin novio, sin planes, sin energía. Incluso le había dejado a Kent la tarea de cancelar la ceremonia. Él había insistido en llamar a todos los invitados y le había pedido ayuda a Zoe, su dama de honor, para que hablase con la empresa de catering.

Pero su abuelo se había escapado de la residencia para vivir una aventura con Violet, y Damon pensaba ir tras ellos.

Y Bella se quedaría en casa, sintiéndose deprimida y sola o soportando una interminable lista de preguntas y miradas de compasión de todos los vecinos. La cancelación de su boda correría como la pólvora en un pueblo tan pequeño…

Damon dejó la carretera para tomar un camino de tierra que llevaba a la vieja granja de su padre y Bella se irguió en el asiento.

Había tenido una idea.

–Creo que debería ir contigo –anunció.

Damon frunció el ceño.

–¿Dónde?

–A buscar a Paddy y Violet –respondió ella–. Puedo alquilar otro coche.

Sería la diversión ideal, exactamente lo que necesitaba para olvidarse de sus problemas. Aparte de la preocupación por su abuelo, el viaje sería una excusa perfecta para alejarse unos días de Willara.

–Me parece muy buena idea –dijo Damon–. Seguro que a Kent no le importará, mientras vuelvas a tiempo para casarte con él el sábado.

Bella tragó saliva. No le apetecía contarle la verdad.

–Sí, es cierto, no le importará.

–Bella, no seas tonta –dijo Damon entonces–. Pues claro que le importará, se pondrá frenético. No tienes tiempo para buscar a tu abuelo por todo Queensland, estás a punto de casarte.

–Bueno, en realidad… –Bella tragó saliva–. Ya no.

Damon pisó el freno. Aún no habían llegado a la granja, pero evidentemente aquello tenía prioridad.

–¿Qué has dicho?

Bella tragó saliva. No debería ser tan difícil contárselo; al fin y al cabo, Damon ya no era nada para ella. Se había ido del pueblo diez años antes y en ese tiempo los dos habían cambiado mucho. No podía ni imaginar las cosas que debía de haber visto y hecho desde que se marchó de Australia. Estaban a años luz de los críos que se besaban cuando estaban en el instituto.

Entonces, ¿por qué hablar con él le parecía tan diferente a hablar con otros compañeros?

–La boda no va tener lugar –dijo por fin.

–¿Qué ha pasado?

–Kent y yo hemos decidido esta mañana que no vamos a casarnos.

Damon tardó unos segundos en preguntar:

–¿Ha sido una decisión mutua?

–Sí –respondió Bella–. Pero ahora mismo no estoy de humor para dar explicaciones.

No iba a contarle a Damon Cavello que entre Kent y ella no había chispa.

–Yo no voy a pedirte que me cuentes lo que ha pasado –dijo él.

Fue un alivio porque había temido que le hiciese preguntas. Al fin y al cabo, Damon era periodista de investigación.

–Te lo agradezco.

–Lo último que necesitas ahora mismo es preocuparte por tu abuelo.

–No me importa ir a buscarlo. Aunque, a su edad, deberían haber sido más considerados.

Damon sonrió.

–Desde luego.

–Estoy preocupada por Paddy y, si quieres que te sea sincera, me gustaría escapar de Willara unos días. Ya sabes cómo son estos pueblos pequeños, donde todo el mundo lo sabe todo de los demás.

–Pero si fuéramos juntos ahorraríamos gasolina. Y el alojamiento… –Damon no terminó la frase, como si de repente se hubiera dado cuenta de lo que implicaban sus palabras.

Bella también se había dado cuenta y, a pesar del calor de la mañana, sintió un escalofrío. No tenía intención de viajar con Damon, por muchas razones.

–La verdad es que sería lo más sensato, ¿no te parece? –insistió él.

–¿Qué sería sensato?

–Que fuéramos juntos.

El corazón de Bella dio un vuelco dentro de su pecho.

–¿En este coche?

–Es un coche muy cómodo.

–Pero no puedo ir contigo.

–¿Por qué no?

Lo había preguntado con tono frío, desapasionado, como si su respuesta le diese igual. Y esa frialdad hizo que se sintiera como una tonta.

¿Por qué no iban a viajar juntos?

Así ahorrarían gasolina y podrían hacer turnos conduciendo. Además, no iba a pasar nada. Ella acababa de escapar por los pelos de un tremendo error y no tenía intención de empezar una relación con ningún otro hombre, especialmente con Damon Cavello, que una vez le había hecho tanto daño.

Además, Damon había cambiado mucho y ya no era el chico encantador que había sido diez años antes. Ahora era un nómada, un solitario.

–Sé que convenceré a Violet para que vuelva pero, sinceramente, no sé qué esperar de Paddy –siguió él.

También tenía razón sobre eso, pensó Bella. Seguían sin saber por qué se habían escapado de la residencia sin decirle nada a nadie y dos personas harían más presión que una.

–Tienes razón, es mejor que vayamos juntos –dijo Bella, con una sonrisa nerviosa–. Pero debes admitir que es una situación muy rara.

–Rarísima –asintió él.

–Tendré que contárselo a mi padre. Aunque él ni siquiera sabe que mi boda se ha cancelado.

–Me han dicho que no se encuentra muy bien.

–No, pero está recuperándose. Además, hay gente atendiéndolo –murmuró Bella–. No creo que sea un problema que yo me vaya unos días.

Damon arrancó de nuevo y siguieron por el camino hasta la granja Blue Gums; una casa que necesitaba una buena mano de pintura y con un jardín como una selva.

–Como ves, se ha deteriorado mucho desde que mi madre se puso enferma –comentó Bella.

–Lamenté mucho saber que había muerto.

Ella asintió con la cabeza.

–Me enviaste una postal desde Dubrovnik.

La postal contenía un mensaje sentido y conmovedor y Bella había llorado a mares. Y tenía que hacer un esfuerzo para controlar las lágrimas en ese momento.

–Me gustaría pedirte que entrases, pero no creo que sea buena idea. Mi padre se encuentra un poco mejor, pero no está para recibir a nadie.

–No pasa nada, esperaré en el coche.

–Vuelvo enseguida –Bella tomó su bolsa y salió del deportivo. Y fue entonces cuando descubrió que le temblaban las piernas.

No era una sorpresa, claro, pensó mientras entraba en la casa. Apenas podía creer que su vida hubiese dado un giro de ciento ochenta grados en apenas unas horas.

CAPÍTULO 2

DAMON agradeció la oportunidad de quedarse solo un rato para ordenar sus pensamientos.

No podía creer que le hubiese pedido a Bella Shaw que fuera con él. Había estado tan decidido a no acercarse a ella…

Creía haber aprendido algo con el paso de los años pero, aparentemente, no era así. Había visto tantas cosas, había presenciado tanto sufrimiento, tantas injusticias.

Y había sido retenido a punta de pistola más de una vez.

Y, sin embargo, allí, en el pueblo en el que había pasado su infancia, aquel pueblo soñoliento en medio de interminables campos de trigo, acababa de encontrarse con un peligro inesperado.

Una trampa emocional por culpa de su dulce abuela, Violet, el único miembro de su familia con el que se comunicaba regularmente y la única persona en el mundo que lo quería de corazón.

Y Bella Shaw… Bella, con su pálido pelo rubio, sus enormes ojos verdes y ese cuerpo tan esbelto.

Suspirando, Damon apoyó el codo en la ventanilla del coche y se pasó una mano por la frente, intentando relajarse absorbiendo el silencio del campo y el zumbido de los insectos.

Había pasado los últimos diez años en un exilio voluntario, primero como periodista en Singapur, luego en Hong Kong y últimamente como corresponsal extranjero donde lo llevase la noticia. Había estado ocupado, aprendiendo constantemente, lidiando con el peligro a diario… y hubiera podido jurar que Bella Shaw ya no lo afectaba en absoluto. Había sido su novia en el instituto, nada más.

Había tenido muchas relaciones desde que se marchó del pueblo a los dieciocho años. Mujeres guapísimas, inteligentes, traviesas y sofisticadas. Y había encontrado algo que admirar en todas ellas.

Ya no era el mismo que se marchó de allí, pensó. En el instituto era un crío impresionable intentando hacerse un sitio entre los chicos del pueblo, a pesar de las guerras en su casa.

Desde entonces había descubierto que era un solitario, un observador que jamás se quedaba mucho tiempo en el mismo sitio, un hombre sin ataduras. Un hombre que ya no caía de rodillas por la sonrisa de una chica en particular.

Y por eso había estado seguro de que podía volver al pueblo.

Debería haber sido tan fácil… Bella iba a casarse con Kent Rigby.

Una alianza en el dedo, un «sí, quiero», una corta ceremonia y Damon podría cerrar la puerta al pasado, podría librarse de los recuerdos que lo perseguían.

Menuda ironía.