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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2012 Maisey Yates. Todos los derechos reservados.

EL DESEO DE UNA PRINCESA, N.º 19 - marzo 2013

Título original: A Royal World Apart

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres

 

© 2012 Maisey Yates. Todos los derechos reservados.

EL SUEÑO DE UN PRÍNCIPE, N.º 19 - marzo 2013

Título original: At His Majesty Request

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la oficina Española de patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-2681-6

 

Editor responsable: Luis Pugni

Imágenes de cubierta: Paisaje: LJUPCO SMOKOVSKI/DREAMSTIME.COM

Pareja: IBANMONTERO/DREAMSTIME.COM

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

 

El deseo de una princesa

 

El sueño de un príncipe

 

 

 

El deseo de una princesa

 

 

A Megan Crane y Paula Graves. Por aquella conversación de Twitter que me inspiró para crear a Mak.

Y a mi fabulosa editora Megan Haslam, cuya ayuda siempre saca lo mejor de mí.

Capítulo 1

 

Lo había vuelto a hacer. Evangelina Drakos, la princesa de los escándalos, se había vuelto a fugar con uno de sus guardaespaldas. Era una costumbre inexcusable; algo que no debía pasar. Pero pasaba. Al menos tres veces por semana.

Makhail Nabatov no toleraba los errores. Era de la opinión de que cualquier error, por pequeño que fuera, podía ser desastroso; desde perder a la princesa que estaba a su cargo hasta el simple hecho de tirarse el café encima mientras conducía.

Salió del coche, cerró la portezuela y giró los hombros en un intento por aliviar la tensión de los músculos, que estaban tan duros como una piedra. Normalmente, no permitía que nada le afectara tanto; pero la princesa Evangelina tenía la habilidad de llevar el caos a su vida cuidadosamente ordenada.

Cuando la vio por primera vez, toda ojos brillantes, piel morena y rizos de color castaño, pensó que era la viva imagen de una princesa recatada. Se parecía tan poco a la joven descarada y vivaz de la que hablaban las revistas del corazón que la consideró víctima de las exageraciones de la prensa.

Pero no eran exageraciones. Evangelina Drakos le había demostrado a lo largo de seis meses que la prensa estaba en lo cierto y que él se había equivocado.

Y le disgustaba profundamente. Porque Makhail Nabatov no se equivocaba nunca.

Sacó el teléfono móvil y llamó al hombre que estaba vigilando a la princesa cuando desapareció por última vez.

–¿Dónde la perdiste, Iván?

–En el casino –respondió con debilidad–. Se perdió entre la multitud.

Mak fue tajante. No toleraba la debilidad en sus hombres.

–Estás despedido.

Cortó la comunicación, se guardó el teléfono en el bolsillo y se enderezó la corbata antes de empezar a caminar por las luminosas calles de la única ciudad grande de la isla de Kyonos. Estaba absolutamente seguro de que Evangelina seguía en el casino. Despilfarrando el dinero de su padre.

Se abrió camino entre la multitud y, poco después, entró en el establecimiento. Sabía que no la encontraría en la zona delantera, donde se encontraban las máquinas tragaperras. Habría apostado cualquier cosa a que estaba en alguno de los salones para derrochadores y jugadores empedernidos. Al fin y al cabo, era una niña mimada que sentía debilidad por el drama y el champán.

Cruzó el vestíbulo y caminó hasta las puertas negras del fondo del local, donde dos guardias lo interceptaron.

–¿Cómo se llama? –preguntó uno de ellos.

–Mak –contestó–. Vengo a ver a la princesa.

–Me temo que no...

Las puertas se abrieron en ese momento y dieron paso a una mujer de vestido ajustado, que apestaba a alcohol. Los guardias se giraron hacia ella y Mak aprovechó su desconcierto temporal para colarse.

La princesa estaba en una de las mesas, riendo y jaleando a un hombre que se disponía a lanzar unos dados. Cuando vio a Mak, entreabrió ligeramente los labios, dijo algo a su acompañante y se alejó despacio. No intentó correr. Lo conocía lo suficiente como para saber que habría sido inútil.

Uno de los guardias de la entrada apareció de repente y se dirigió a ella.

–¿Se encuentra bien, princesa?

Evangelina miró a Mak con desprecio.

–Me encontraría mejor si ese hombre no estuviera aquí, pero no se moleste en intentar echarlo. No lo conseguiría –contestó–. Además, trabaja para mi padre y se crearía una situación bastante problemática.

Mak se acercó a la princesa.

–¿Me va a llevar a mi celda? –le preguntó ella con sarcasmo.

–¿A su celda? ¿De verdad cree que esa habitación chabacana y recargada donde duerme es una celda?

Evangelina se ruborizó un poco.

–Oficialmente, no.

–¿Cómo se ha librado de su guardaespaldas?

Ella sonrió.

–¿Ha visto a las mujeres que están junto a las máquinas tragaperras de la entrada? ¿Las que dan cambio a los clientes?

Mak sacudió la cabeza.

–No.

–Pues el guardaespaldas sí las vio. O siendo más específica, vio sus generosos escotes... Me pareció una ocasión perfecta y me escapé –dijo–. Supongo que salió del casino y que se dedicó a buscarme por la ciudad. Como yo ya había sugerido que deseaba marcharme...

Mak apretó los dientes.

–Iván es un ingenuo.

Ella arqueó una ceja y lo miró con inocencia fingida.

–Eso es obvio.

–Pero yo no lo soy.

–Ya me había dado cuenta.

Mak la observó durante unos segundos. La princesa Evangelina Drakos tenía algo de felino; era ágil, elegante y parecía más que dispuesta a soltar un zarpazo si la ocasión lo exigía. Una mujer como ella podía embaucar a sus hombres e intimidar a los guardias de palacio con enorme facilidad.

Pero él era distinto.

–Le recomiendo que venga conmigo, printzyessa.

–¿Y si no voy?

–Se lo diré a su padre.

Evangelina cruzó los brazos por encima de sus pechos. Y Mak los admiró. Llevaban tan poca tela encima que apenas se podían considerar tapados; pero por poca tela que llevaran, le pareció demasiada. En ese momento habría dado cualquier cosa por verlos y por saber si toda su piel era tan morena como parecía.

Apretó los puños y rechazó las imágenes que asaltaron su mente.

Eran impropias de él. Nunca había permitido que una mujer lo distrajera de sus obligaciones, y no lo iba a permitir entonces.

–Me importa muy poco lo que mi padre piense al respecto. ¿Qué puede hacer? ¿Encerrarme en una mazmorra? ¿Casarme con un desconocido? Ambos sabemos que no sería capaz de hacer lo primero, aunque esté empeñado en lo segundo.

Mak se encogió de hombros.

–Como quiera. En tal caso, me la cargaré al hombro como si fuera un saco de patatas y la llevaré a palacio.

Ella entrecerró los ojos.

–No se atreverá.

Él dio un paso adelante.

–¿Está segura?

Evangelina lo miró un momento y dijo, con arrogancia:

–Le permitiré que me acompañe.

Mak la tomó del brazo, le pasó los dedos por la piel y se inclinó sobre ella.

–El que permite aquí soy yo –declaró en voz baja–. Y estoy dispuesto a permitirle que salga del casino por su propio pie.

Evangelina le lanzó una mirada de desafío.

–Sinceramente, me alegro por los dos. Porque la otra opción habría terminado mal.

–Entonces, ha tomado la decisión correcta.

Mak la llevó hacia la salida del casino. La princesa caminaba con la barbilla alta, la espalda recta y un aire tan altivo y orgulloso que le ganó las miradas de casi todos los hombres presentes en el local.

Cuando llegaron al coche, él le abrió la portezuela.

–Adentro –ordenó.

Ella obedeció, rígida. Mak dio la vuelta al vehículo, se sentó al volante, arrancó el motor y tomó el camino de palacio.

–¿Y bien? ¿No se lo va a decir a mi padre? –preguntó la princesa.

–No.

–Quizá se lo diga yo.

–¿Por qué?

–Porque, como ya he dicho, no tiene influencia sobre mí... pero es posible que lo despida a usted.

Mak apretó las manos sobre el volante.

–No me despedirá.

–¿En serio?

–En serio. He despedido a Iván, así que yo seré su guardaespaldas a partir de ahora –respondió–. Su padre sabe que soy la persona más adecuada para ese trabajo.

–¿Ah, sí?

–Los guardias de palacio son presa fácil para usted; y por otra parte, no van a descuidar la seguridad nacional para hacerse cargo de una mocosa que ni siquiera se preocupa por su propia seguridad. Yo soy el único que puede; la última barrera de contención cuando todo lo demás fracasa –declaró con frialdad–. Y nunca cometo errores... Es lamentable que uno de mis empleados haya fallado.

–Dos.

–¿Cómo?

–Dos de sus empleados. Me he librado de dos mientras ellos se dedicaban a admirar la figura de una mujer.

–Ex.

–¿Qué?

–Exempleados –puntualizó él–. Carecían de disciplina, así que los he despedido a los dos. Está tan centrada en sí misma que no se da cuenta, pero esto no es un juego. Es mucho más importante que su imagen pública.

–¿Lo es? ¿De verdad? Y yo que pensaba que mi padre me había puesto vigilancia para que no haga nada que espante a mis posibles pretendientes... –ironizó.

–Es por su seguridad, printzyessa. Usted es una pieza importante en el poder político.

–Yo no soy una pieza de nada. Solo soy una persona.

–Cuando se tiene título de princesa, no se es simplemente una persona –replicó.

La princesa se giró y lo miró. Mak no apartó la vista del camino.

–¿Qué soy entonces? ¿Un peón de la política?

–Uno importante.

Ella bufó y se recostó en el asiento.

–¿Qué más puede pedir una chica?

Evangelina se sentía impotente, y tan enfadada que deseaba gritar. Sabía que se había comportado de forma escandalosa, pero era lo único que estaba en su mano, lo único que podía hacer.

Seis meses antes, cuando su padre le presentó a Makhail, se sintió aliviada de que no la vigilara en persona. Lo encontraba demasiado inquietante, demasiado alto y demasiado masculino. Tenía hombros anchos, cabello castaño, mandíbula cuadrada, una boca que nunca sonreía y unos ojos grises y tan fríos como el cañón de una pistola. Unos ojos que parecían capaces de ver todos sus secretos.

–No lo sé –contestó Mak–. Tal vez, más diamantes para decorar su jaula de oro.

–¿Cree que, como soy rica, no tengo derecho a quejarme?

–Yo no creo nada. No estoy aquí para tener opiniones. Si las tuviera, significaría que usted me importa; y no me importa. Estoy aquí para hacer un trabajo. Mi ocupación consiste en mantenerla a salvo e impedir que se meta en líos.

–¿Hasta que me case?

–Y después también, si me lo ordenan.

Eva pensó que la idea de vigilarla después de la boda resultaba algo extraña; pero sabía que tenía sentido. Al fin y al cabo, era una princesa y estaba destinada a casarse con un hombre de su misma clase social, que sería tan cuidadosamente seleccionado como los cereales que tomaba durante el desayuno. Toda su vida estaba controlada por otros; hasta le elegían los zapatos que se debía poner.

Después de muchos años de inconsciencia, se había dado cuenta de que jamás le permitirían tomar sus propias decisiones. No podría elegir ni lo que comía ni adónde iba. Y al darse cuenta, se rebeló.

Makhail Nabatov no sabía lo que significaba ser como ella. Podía acusarla de ser una niña mimada, pero no entendía nada de nada.

–Supongo que mi esposo tendrá su propio servicio de seguridad.

–¿Y por qué cree que sus empleados serán mejores que los guardias de su padre? –preguntó sin mirarla.

–Puede que no lo sean... pero también es posible que yo no intente escapar. Eso depende del hombre al que mi padre elija. Quién sabe, quizá me enamore de él.

En realidad, Eva no tenía la menor esperanza al respecto. Conocía a todos los candidatos posibles y no le gustaba ninguno; ni siquiera el más probable, Bastian, soberano de Komenia, un principado del este de Europa. Su padre se inclinaba por él porque era un hombre política, económica y militarmente poderoso que podía aumentar los recursos de Kyonos.

Pero ella no sentía nada por Bastian. Era agradable y hasta atractivo, pero no despertaba su pasión.

–¿Enamorarse? –preguntó Mak mientras conducía el coche por calles tan estrechas casi rozaba las mesas de los bares–. ¿Acaso busca el amor?

–Por supuesto que sí. Todos buscamos el amor.

–No todos.

A Evangelina le sorprendió y le molestó su afirmación. Le sorprendió porque era extrañamente tajante y le molestó porque, a diferencia de ella, él tenía libertad para elegir a quien quisiera. No estaba obligado a rendir cuentas a nadie. Podía salir con la persona que más le gustara.

–Pues yo lo busco.

–¿Por qué?

–¿Cómo es posible que pregunte eso? Puede que usted no busque el amor, pero la mayoría de la gente opina de otra forma. El amor es...

–Un montón de trabajo –la interrumpió.

Eva clavó la vista en las manos de Mak y reparó en que llevaba un anillo de platino en la izquierda.

–¿Está casado?

–Ya no –respondió él sin emoción alguna.

–¿Por qué?

Por primera vez en todo el trayecto, Mak le dedicó una mirada.

–No necesito ser amigo suyo para protegerla –dijo.

Ella reaccionó con indignación.

–Ni yo necesito que me proteja. Le pagan para que me evite los problemas que puedan surgir, pero nada más. Soy una mujer adulta. Tengo veinte años y me falta poco para cumplir los veintiuno.

–Oh, sí, eres toda una vieja –se burló.

–De todas formas, tiene razón en una cosa.

–¿En cuál?

–En que no tenemos que ser amigos. De hecho, nuestros objetivos son tan contrarios que no lo podríamos ser.

–¿Y cuál es su objetivo, princesa?

El coche entró en ese momento en los jardines de palacio, cuyos muros estaban rodeados de guardias.

–Si se lo dijera, señor Nabatov, se lo pondría demasiado fácil.

Capítulo 2

 

Stephanos Drakos caminaba de un lado a otro, con las manos cruzadas a la espalda y expresión de ira.

–Ha salido en internet, Eva. Antes de que salieras del casino, ya estaba en todos los medios amarillistas –afirmó–. Lanzando dados y con hombres del brazo... has quedado como una adolescente irresponsable.

–Padre, yo...

Makhail decidió intervenir.

–Alteza, su hija debía estar bajo la supervisión de uno de mis hombres, al que he despedido por su incompetencia. A partir de ahora, la vigilaré en persona.

Eva miró a Mak y pensó que había sido muy caballeroso al interrumpir la conversación con su padre. Tan caballeroso, que le habría pegado un puñetazo de buena gana. Pero en lugar de eso, se giró hacia el rey y dijo:

–No estarás considerando la posibilidad de ponerme una niñera las veinticuatro horas del día, ¿verdad?

–En absoluto –respondió Stephanos.

Mak miró fijamente a Eva.

–Yo no soy una niñera, princesa.

–Bueno, reconozco que las niñeras no suelen llevar pistolas tan grandes como la suya –contestó ella con sarcasmo.

Él arqueó una ceja.

–Ni pistolas tan grandes ni otras cosas.

–¿Le han dicho alguna vez que es un hombre encantador? –se burló.

–Señor Nabatov –empezó a decir el rey–, ¿cómo sé que puedo confiar en usted? Hasta ahora, ha sido incapaz de conseguir que sus hombres controlen a mi hija.

–Esos hombres eran idiotas, Alteza. Pero yo no lo soy –afirmó–. Además, no tiene muchas opciones. Normalmente, los guardaespaldas protegen a personas que quieren que las protejan; pero la princesa no quiere.

–Porque no están aquí para protegerme de amenazas externas, sino para protegerme de mí misma –se defendió Eva–. Es insultante.

–Si te comportas como una niña, se te tratará como a una niña –dijo Stephanos–. Estoy trabajando para conseguirte un matrimonio que sea beneficioso para Kyonos y para sus gentes. Pero tú lo desprecias.

–Yo solo quiero un poco de libertad. Solo quiero un...

–Eres princesa, Eva –la interrumpió su padre–. Las cosas no son tan sencillas.

Eva se mordió la lengua. Por mucho que le molestara, su padre tenía razón. Los lujos y los privilegios asociados a su título también estaban asociados a responsabilidades. Ella lo sabía de sobra, pero se sentía atrapada.

–¿Puedo irme? –preguntó.

–Puedes irte –contestó Stephanos.

Eva se giró y salió del despacho. En cuanto estuvo fuera, se llevó las manos a la cara y se apretó las palmas contra los ojos para no llorar. Nunca había sido una mujer débil. La debilidad era un lujo que no se podía permitir ni delante de su padre ni delante de la prensa ni, por supuesto, delante de Makhail, su nuevo carcelero.

Stavros, su hermano, era la única persona que la comprendía. Pero en ese momento tenía sus propios problemas.

Avanzó por el pasillo, entre el sonido de sus tacones contra el suelo de mármol. Sabía lo que quería; un hombre que la amara, un hombre al que amar. Y también sabía que, seguramente, no lo tendría nunca.

Era una situación paradójica. El mundo estaba lleno de chicas que soñaban con ser princesas, pero ella solo soñaba con tener derecho a tomar sus propias decisiones y a vivir su vida como le pareciera mejor.

Además, sus perspectivas eran poco halagüeñas. Cuando se casara, perdería la escasa libertad de la que había disfrutado. Dejaría de estar bajo el control de su padre y pasaría a estar bajo el control de su esposo.

–Princesa...

Ella se giró al oír la voz profunda y ronca, con un leve acento ruso, de Makhail.

–¿Sí?

–He llegado a un acuerdo con su padre.

–No me diga.

–Le ha dado seis meses.

Eva sintió náuseas, pero se contuvo.

–Así que estoy sentenciada...

–Si lo quiere ver de ese modo...

Ella rio sin saber por qué. En aquella situación no había nada gracioso.

–¿Cómo se sentiría usted si se encontrara en mi caso, Makhail? ¿Cómo se sentiría si lo obligaran a casarse con una desconocido, a tener hijos con él y a compartir cama con él? ¿Le gustaría? –preguntó.

–No, me disgustaría profundamente. Pero es comprensible, porque no yo me acuesto con hombres –bromeó.

–Me ha entendido de sobra.

–Mire, printzyessa...

Eva sacudió la cabeza

–Si vas a ser mi guardaespaldas personal durante seis meses, será mejor que empecemos a tutearnos. Y llámame Eva, por favor.

–Entonces, llámame Mak.

–No quiero.

Él rio.

–¿Por qué?

Ella se cruzó de brazos.

–Porque Mak te humaniza. Y prefiero seguir enfadada contigo durante tanto tiempo como sea posible.

Mak giró muy despacio a su alrededor, como un depredador que hubiera encontrado una presa especialmente apetecible.

–Estoy seguro de que sabré encontrar mil formas distintas de enfadarte, Eva. No hace falta que te busques excusas.

–En eso estamos de acuerdo. Y deja de dar vueltas a mi alrededor. No soy una gacela.

Mak se detuvo.

–¿Cómo?

–Cualquiera diría que me estás acechando –respondió–. Y no soy la presa de nadie.

–Te creo.

–Pero dime, Mak... –declaró con ironía–, ¿qué planes tiene mi padre? ¿Ya ha decidido lo que tengo y lo que no tengo que hacer durante los próximos meses?

–Sí, algo así.

–Qué horror...

–Para ti y para mí –puntualizó Mak–. Te recuerdo que no soy una niñera; así que, si no quieres que esté increíblemente irritado durante el tiempo que estemos juntos, sugiero que dejes de portarte como una niña.

Ella se puso tensa.

–No me estoy portando como una niña. Me tratan como a una, que es distinto.

–¿En serio? ¿Crees que la solución a tu problema está en un casino? ¿Crees que puedes dar la espalda a tus obligaciones con tu país, Eva? Porque si lo crees de verdad, no eres más que una niña.

Mak se dio la vuelta con intención de irse y, por algún motivo, Eva se sintió en la necesidad de pedirle que se quedara.

–Espera.

Mak se giró.

–¿Sí?

–¿Dónde te vas a alojar? ¿Tienes casa en Kyonos?

–Me alojaré aquí –respondió con sonrisa de lobo–. Para protegerte mejor.

–¿Y es necesario que parezcas el lobo malo del cuento?

Él arqueó una ceja.

–¿Lo parezco?

–Para protegerte mejor, para comerte mejor... no hay mucha diferencia.

–Pero yo no diré lo de comerte. No sería apropiado.

Eva se estremeció. Quizá no fuera apropiado, pero tenía la sospecha de que Mak estaba coqueteando con ella y sobre todo, para su propia sorpresa, de que ella estaba coqueteando con él.

Y pensándolo bien, no tenía nada de particular. Makhail Nabatov era un hombre impresionante. No era guapo en un sentido clásico, pero resultaba inmensamente masculino; tanto que, cuando estaba con ella, se sentía muy consciente de su propia feminidad.

Sintió el deseo de acariciarle la mandíbula y de sentir el roce de su piel, que habría sido áspero porque Mak no se había afeitado. Y como no podía, alzó la mano y se acarició inconscientemente su propia mejilla.

–Esto no tiene por qué ser difícil, Eva... –la voz de Mak sonó más suave que antes.

–¿Cómo no lo va a ser? Tú y yo tenemos objetivos contrapuestos.

–¿Y cuál es tu objetivo, princesa?

Mak le dedicó una mirada tan intensa que Eva quiso taparse con algo, ocultarse de algún modo. Tenía la sensación de que podía adivinar sus pensamientos; ver sus miedos, sus deseos, cosas que nunca había compartido con nadie.

–Sé sincera conmigo –continuó–. ¿Estás dispuesta a destruir tu imagen pública con tal de librarte de un matrimonio concertado?

–Es una idea que me pasó por la cabeza, sí. Aunque también es posible que solo quisiera empezar por donde iba a seguir.

–¿Qué significa eso?

–Que el afortunado aristócrata que se case conmigo tiene derecho a saber en qué se mete. Yo no soy un bastón de caramelo. No soy dócil.

Él la miró con detenimiento.

–Dudo que alguien te considere dócil.

–Si eso es cierto, ya he alcanzado la mitad de mi objetivo –dijo, intentando parecer más tranquila de lo que estaba–. En fin... estoy cansada. Me retiraré a mi habitación.

Eva se alejó por el corredor, pero se detuvo de nuevo y se giró al oír pasos a su espalda.

–He dicho que me retiro a mi habitación. No estás invitado.

–Solo quiero asegurarme de que llegas –declaró, impertérrito.

Eva maldijo su suerte. Sabía cómo burlar a los guardias de palacio y a los hombres del propio Mak, pero él era diferente. Hacía gala de un aplomo asombroso, como si no sintiera nada, como si nada pudiera afectarle.

–¿Por qué? ¿Acaso tienes miedo de que ate unas cuantas sábanas y me escape por la ventana de la habitación?

–No sería la primera vez.

Eva se ruborizó.

–Eso lo hice cuando tenía catorce años... Pero ¿cómo lo sabes? ¿Tienes un dossier sobre mi vida?

–Por supuesto que sí. Y con tu talento para librarte de los guardaespaldas, me alegro de tenerlo –contestó–. Facilita bastante las cosas. Me ayuda a conocerte.

Ella apretó los puños.

–Puedes leer ese dossier tanto como quieras; puedes leerlo, releerlo y aprendértelo de memoria... pero no te servirá para conocerme.

Eva le dio la espalda y siguió andando hasta llegar a su suite, donde introdujo el código de seguridad necesario para abrir la puerta.

–No podría hacer mi trabajo si no conociera a la gente –dijo Mak, que naturalmente la había seguido–. Investigo a mis clientes y estudio su forma de ser. Las cosas son más fáciles cuando conoces la condición humana.

Eva se giró hacia él.

–Pero yo no soy una lista de características psicológicas –dijo con vehemencia–. Yo soy una persona. Soy...

–Una niña egoísta y mimada. A diferencia de la mayoría de la gente, has tenido todo lo que podías desear. Te quejas de tus privilegios porque no conoces otra vida; no sabes lo que se siente al vivir sin comida o sin techo... Te conozco muy bien, Eva. Quizá, mejor de lo que tú misma te conoces.

Ella respiró hondo y lo miró a los ojos.

–Piensa lo que te dé la gana, Mak; pero creo sinceramente que me subestimas.

Él rio.

–Y yo creo que tú te sobrestimas.

Se acercó a ella y apoyó una mano en la puerta de la suite, con la cara tan cerca de la suya que casi se tocaban. El corazón de Eva se aceleró al instante. Durante un momento, todo dejó de existir; todo salvo Mak y su embriagador aroma.

–Que duermas bien, printzyessa.

Mak se apartó de la puerta y se alejó tranquilamente por el pasillo. Eva sintió un frío súbito al quedarse sin él.

–Canalla –dijo en voz alta, para que él pudiera oírla.

Mak no se dio la vuelta. Se limitó a soltar una carcajada.

Eva entró en la suite, cerró la puerta y pensó que aquello era una pesadilla, un verdadero desastre. Su padre la había degradado a poco más que una reclusa en una cárcel de alta seguridad.

Durante unos segundos, coqueteó con la idea de repetir su experiencia adolescente y descolgarse por la ventana, pero no tenía adonde ir. Burlar a un guardaespaldas para estar en un casino era muy distinto a fugarse en plena noche y empezar a vagar por las calles de la ciudad, sin rumbo.

Finalmente, se sentó en el sofá del salón y cerró los ojos.

Se sentía como si le hubieran puesto una soga al cuello. Ella no era ni una egoísta ni una niña mimada. Solo quería lo mismo que los demás, una vida propia, normal y corriente, con capacidad para tomar sus propias decisiones.

Una vida que, en esos momentos, le pareció imposible.

Capítulo 3

 

A simple vista, la Eva de pantalones negros, camisa blanca y collar de perlas que estaba desayunando no se parecía nada a la Eva que Mak había visto la noche anterior. Con el pelo recogido en un moño y un maquillaje apenas perceptible, tenía el aspecto de una princesa seria y recatada.

Pero no se dejó engañar. Aún recordaba las imágenes de sus sueños nocturnos; imágenes tórridas, eróticas y algo desconcertantes para él, porque estaba acostumbrado a controlar sus emociones hasta en los sueños. Era un truco que había aprendido tiempo atrás y que le había sido muy útil en su trabajo.

Cuando despertó, estaba tan alterado que tuvo que salir a correr por la playa. Era otro de sus trucos; consistía en sustituir el deseo por el agotamiento físico. Pero al igual que el anterior, también le había fallado.

–Buenos días –dijo ella.

Mak la miró y supo que los días no tenían nada de buenos.

–Hola, Eva.

–¿Qué tengo que hacer hoy?

–Quedarte en casa.

–¿Eso es lo que voy a hacer a partir de ahora? ¿Quedarme en casa?

–Bueno, tienes un baile a final de mes.

–Ah, sí, un baile... ¿Y por qué crees que debo asistir a un baile?

–No lo sé. Dímelo tú.

–Porque mi padre quiere que desfile ante mis pretendientes.

–Y supongo que pretende lo mismo con tu hermano...

–Sí. Organizará bailes hasta que nos casemos.

–Pero tu hermano está tan interesado en el matrimonio como tú, ¿verdad?

Por primera vez, Mak vio un destello de vulnerabilidad en los ojos de la princesa. Y también vio su belleza, tan grande que le abrumó.

–Le interesa aún menos, aunque sé que acatará su destino sin rechistar. Mi hermano es así; siempre hace lo que tiene que hacer. Desde que era niño, Stavros no se permite el lujo de sentir. Eso le han enseñado –declaró con seriedad–. Pero ¿es necesario que permanezca enclaustrada hasta que me case? ¿Es mi única opción?

Mak se acercó a la mesa y se sentó.

–¿Qué es lo que quieres, Eva? Además de montar escándalos, por supuesto.

–No lo sé... algo, una oportunidad de ser yo misma durante un rato. Una oportunidad de vivir. Un poco de libertad.

A Mak se le hizo un nudo en la garganta.

–Tu vida es distinta a la del resto de la gente –le recordó.

–Sí, ya lo sé, soy una princesa. Lo que significa que tengo menos control sobre mi vida que la mayoría de la gente.

–Discúlpame, pero me cuesta simpatizar contigo.

Eva arqueó una ceja.

–Ya... ¿Y qué pretendes? ¿Vigilarme mientras desayuno?

Mak pensó que era una mujer impresionante; una mujer a la que, en otro tiempo y otras circunstancias, no se habría podido ni acercar. Pero las cosas habían cambiado. Su éxito profesional lo había convertido en un hombre rico, el más respetado de su campo. Aunque, en otros sentidos, se sentía como si estuviera en bancarrota. Cada dólar que añadía a su cuenta bancaria lo alejaba un poco más de las cosas que amaba.

–Vigilarte mientras desayunas, salir a tomar un café a la terraza y, después, comer. Será un día apasionante para los dos –ironizó.

Ella alzó los ojos en gesto de exasperación.

–¿Cómo lo soportas, Mak?

–Es fácil. Me pagan por ello.

–Tú no necesitas más dinero.

–En eso tienes razón.

–Entonces, ¿por qué?

Él se encogió de hombros.

–Porque no tengo nada mejor que hacer y porque detesto estar de brazos cruzados. Además, creé una empresa desde la nada y haré lo que sea necesario para proteger mi reputación. Yo no dejo los trabajos a medias.

–Haz lo que quieras con tu vida. Es asunto tuyo. Pero deja de meterte en la mía.

Mak volvió a reír. No reía con frecuencia, pero Evangelina tenía la extraña habilidad de arrancarle carcajadas.

–Yo tampoco soy libre para llevar la vida que me gustaría, Eva.

–No lo entiendo. Acabas de decir que no necesitas más dinero.

–Y es cierto, no lo necesito. Pero hago lo que hago porque creo en ello –afirmó–. Para mí, ser fiel a mi palabra es más importante que todo el dinero del mundo... un concepto que seguramente no entiendes.

Ella lo miró con cara de pocos amigos.

–Eso es un golpe bajo.

–¿Tú crees?

–Presumes de conocer la condición humana, pero a mí no me conoces. Y no sabrás lo que siento hasta que te enfrentes a un futuro tan absolutamente negro como el mío, sin libertad, sin poder hacer nada salvo servir a otras personas.

Makhail se acordó de Marina, su difunta esposa. Se vio junto a su cama, contemplando una cara que había sido enormemente bella y que en ese momento se retorcía de dolor, sin poder siquiera gritar.

Se levantó e intentó hacer caso omiso de su inquietud. No se iba a dejar controlar por las emociones. Ya había pasado por ello y no volvería a cometer el mismo error.

–Te ofrezco un trato, printzyessa. Yo no me jactaré de conocerte si tú no te jactas de saber lo que he hecho y lo que me ha pasado. Hay caminos que tú no has recorrido nunca, Eva; oscuridades que tú ni siquiera imaginas... –dejó de hablar un momento y respiró hondo–. ¿Ya has terminado de desayunar?

–Sí.

Eva se levantó de la silla. Seguía enfadada con él, pero a su enfado se sumaba ahora un sentimiento de curiosidad por lo que había dicho.

–Entonces, ¿por qué no me enseñas los jardines de palacio?

 

 

Eva no se divirtió haciendo de guía; especialmente, porque era consciente que Makhail no estaba tan poco versado en la historia del palacio de Kyonos como fingía estar. A fin de cuentas, había leído su dossier.

–Ahora que hemos recorrido todo el palacio y la mitad de los jardines, quiero que seas sincero conmigo. Ya sabías todo lo que te he contado, ¿verdad?

Mak admiró el pasaje empedrado donde se encontraban. Estaba en el extremo más alejado de los jardines, entre paredes de setos y bajo un techo de celosía al que se encaramaba una parra. Era uno de los lugares preferidos de Eva.

–Bueno, he estudiado a fondo los planos del palacio y, naturalmente, he recorrido todo su perímetro, jardines incluidos.

–Entonces, esto ha sido para mantenerme ocupada...

–Por supuesto. Ahora soy tu niñera –se burló.

Ella le dedicó la más fría de sus miradas.

–¿Es necesario que seas tan desagradable?

–Solo intentaba bromear, divertirme un poco.

Eva escudriñó las duras líneas de su cara. No mostraban el menor rastro de humor.

–Pues no parece que te diviertas.

–Y es cierto. No me divierto.

–En ese caso, dudo que puedas entender mi problema.

–¿Tu problema?

Ella tragó saliva.

–Sí, el hecho de que desee tener una vida propia. No lo puedes entender porque tú no quieres una vida propia.

Mak la miró con intensidad y guardó silencio durante unos segundos.

–Reconozco que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que tuve algo parecido –dijo finalmente–. Pero eso no significa que no lo entienda.

Eva pensó que era un hombre complejo y cerrado sobre sí mismo. Había erigido una muralla entre el mundo y él. Hablaba con ella, paseaba con ella y bromeaba con ella, pero sin ofrecer ni un destello de su verdadera personalidad.

Tuvo la sensación de que, si se hubiera podido asomar a aquella muralla, solo habría encontrado una oscuridad absoluta. Una oscuridad que atisbaba a veces en sus ojos. Una oscuridad que asustaba e intrigaba a la vez.

–Si lo que dices es cierto, ¿por qué no intentas entenderme en lugar de dar por sentado que soy una niña mimada?

–Porque mi trabajo consiste, estrictamente, en protegerte.

–Pero me puedes proteger sin mantenerme prisionera. Podrías...

–Yo no trabajo para ti, Eva –le recordó–. Ahórrate las sugerencias; no te servirán de nada.

Eva sintió un pinchazo en el estómago.

–Tienes razón. No sé ni por qué me molesto. No eres distinto a los demás; no eres distinto a mi padre.

Se dio la vuelta con intención de seguir andando, pero él la tomó del brazo y la detuvo.

–¿Qué significa eso?

Eva respiró hondo para mantener la compostura. La mano de Mak la quemaba y enviaba oleadas de calor a todo su cuerpo.

–Que solo te preocupas por ti mismo y que no te importa utilizarme para tus propios fines. Para mi padre, el fin es Kyonos; para ti, el trabajo. Pero soy una persona, Mak, y estoy harta de que la gente lo olvide.

–Yo no...

–Nadie debería tener derecho a despreciar de ese modo a alguien –continuó ella–. Solo quiero vivir mi vida.

Se apartó de Mak y se alejó de él tan deprisa como le fue posible. Sabía que estaba al borde de las lágrimas, pero también sabía que llorar no le habría servido de nada, excepto para perder el poco respeto que él le tuviera.

Además, ella no lloraba nunca.

Y no iba a empezar entonces.

 

 

Ya era tarde cuando Eva intentó fugarse de nuevo.

No sabía adónde ir, pero ese detalle carecía de importancia. Tenía que demostrar a Mak que él no era dueño de su vida.

Se abrochó el cinturón de su gabardina negra y se quitó los zapatos, para no hacer ruido. Normalmente, no se escapaba de palacio; su estrategia consistía en convencer a algún guardia para que la acompañara a alguna parte y burlarlo después. Pero los problemas desesperados exigían soluciones desesperadas.

Salió al corredor con los zapatos en la mano y caminó tan silenciosamente como pudo. El suelo de mármol estaba frío bajo sus pies. No se oía nada. Era como si no hubiera nadie en todo el palacio.

Al llegar a una esquina, se topó con una barrera cálida y firme. Una mano se cerró sobre su boca y ahogó el grito que había estado a punto de soltar. Eva se encontró mirando los ojos oscuros de Makhail, los senos apretados contra su pecho.

Se sintió frustrada, enfadada y excitada a la vez; pero hizo un esfuerzo por concentrarse en el enfado y despreciar la excitación.

–No quería que recorrieras todo el palacio –declaró él.

Ella entrecerró los ojos y él le quitó la mano de la boca.