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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Cathie L. Baumgardner

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

La soledad del héroe, n.º 1751 - noviembre 2014

Título original: Married to a Marine

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2003

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-5580-9

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

 

UN RELÁMPAGO zigzagueó en el cielo nocturno y se reflejó en las oscuras aguas del mar.

–¿Está segura de que la esperan? –preguntó el pescador.

Kelly Hart asintió. El hombre la llevaba en su barca desde el pequeño pueblo costero de North Carolina a la isla conocida como Cueva del Pirata. La inminencia de la tormenta no la inquietaba tanto como la que se iba a desatar cuando la viera Justice Wilder, soldado de la Infantería de Marina de Estados Unidos.

El hecho de que un hombre como Justice se hubiera enclaustrado en un lugar conocido como la Cueva del Pirata le parecía muy a propósito. Siempre había sido una especie de renegado, un ser peligroso y atractivo.

–No se preocupe por mí. Estaré bien –aseguró Kelly.

Era algo que decía muy a menudo. A los veintiocho años, era una mujer capaz de enfrentarse a todo. Incluso a un furioso marine.

Y se repitió las mismas palabras cuando cargó con las provisiones desde el embarcadero de la playa hasta la única vivienda visible, que estaba iluminada. El estruendo de un trueno coincidió con su llamada.

Segundos más tarde, se abrió la puerta.

Y allí estaba. Justice Wilder la miró sin el menor placer de verla. Parecía bastante mejor de lo que ella había previsto. Sin embargo, tras mirarlo con más detenimiento, notó la palidez del rostro, el sufrimiento físico reflejado en unas líneas pronunciadas en torno a la boca, los cortes y hematomas en las piernas musculosas, y el brazo derecho en cabestrillo.

Tenía el pelo más largo que entonces y unos mechones le caían en la frente. Llevaba unos bermudas verdes tipo militar y una camiseta con la sigla de la Infantería de Marina. Cuando dejaron de verse, él apenas tenía veinte años. Entonces le había hecho latir el corazón aceleradamente. Y en ese momento volvía a sentir lo mismo.

Kelly lo contempló absorta. Un hombre alto y delgado, de fino rostro y boca tentadora; una presencia imponente. El joven de entonces se había convertido en un hombre; un hombre que todavía lograba acelerarle el corazón. Un hecho sorprendente. Incluso después de todo el tiempo pasado y de las circunstancias actuales.

Sin embargo, al parecer a él no le sucedía lo mismo. Sus ojos azules se mostraban furiosos cuando la miró.

–¿Qué demonios estás haciendo aquí?

Esas palabras la sacaron de su ensoñación.

–He sabido que celebrabas una fiesta de autocompasión y decidí invitarme –explicó, con su mejor acento sureño.

Justice pareció sorprendido ante esas palabras dichas de modo tajante.

Muy bien. Su intención era sacudirlo para que desistiera de la estupidez de no preocuparse de su salud como era debido. No tenía derecho a hacer sufrir a su madre de ese modo. Y tampoco tenía derecho a ser tan atractivo como para hacerle flaquear las piernas.

–¿Te conozco?

De acuerdo. El tipo no la había visto desde que era una desgarbada adolescente y ni siquiera entonces se había fijado mucho en ella. La verdad era que Kelly no había anticipado la posibilidad de que no la reconociera.

¿Es que parecía desaliñada? Era cierto que los pantalones estaban arrugados por el viaje, pero sabía que la camiseta a juego le sentaba muy bien. Llevaba el pelo castaño claro recogido en una trenza a causa del viento. No tenía el aspecto memorable ni los ojos maravillosos de su hermana. Los suyos eran castaños.

También era cierto que no había ido a competir en un concurso de belleza. Había ido en nombre de la señora Wilder para ayudar a su testarudo hijo mayor.

Hacía muchos años que no lo veía. Y no lo hubiera intentado de no haber sido por la llamada desesperada de la madre el día anterior. Kelly recordó el diálogo que sostuvieron.

–Kelly, necesito tu ayuda. No te la pediría si tuviera otro recurso –dijo la anciana, con la voz entrecortada.

–Sabes que haría cualquier cosa por ti. ¿Qué sucede? –preguntó Kelly.

–Se trata de Justice. Está lesionado. Hace una semana se produjo un accidente automovilístico en la carretera, cerca de su base. Logró salvar a un muchachito, pero quedó malherido. Después de pasar una noche en el hospital, él mismo se dio de baja y se marchó. No pude detenerlo, pero lo obligué a decirme adónde iba. Está en la casa de un amigo, en la playa. Quiero que intentes convencerlo para que se someta a la terapia de rehabilitación que necesita, y eso significa que tal vez tengas que hacerlo tú misma. Sé que esta es una situación incómoda... –la voz de la señora Wilder se apagó. Ellas siempre se referían al divorcio de Barbie, la hermana mayor de Kelly, y al hijo mayor de la señora Wilder como «una situación incómoda».

Podría parecer extraño que todavía mantuvieran una relación tan estrecha que se había prolongado incluso después de que Barbie dejara a Justice; pero ellas no habían participado en los vaivenes de la pareja.

Kelly solo tenía trece años cuando su madre murió en un accidente de ferrocarril y, nada más terminar la enseñanza secundaria, su hermana mayor se casó con Justice. En esos tiempos difíciles, la señora Wilder fue como un envío del Cielo para Kelly. La tomó a su cuidado y le dio apoyo y amor maternal.

El matrimonio de Justice y Barbie había durado solo dos años, pero no así los lazos entre la señora y Kelly, que incluso se fortalecieron. Ella había ayudado a Kelly a elegir su vestido de graduación, había escuchado sus preocupaciones acerca de la elección de una facultad en otro Estado, la había estimulado a hacer realidad el sueño de convertirse en una buena fisioterapeuta y, por último, había convenido con la joven en que la oportunidad de un trabajo en Nashville era demasiado buena como para rechazarla.

La señora Wilder siempre había estado presente cuando Kelly necesitó cariño maternal y había continuado desempeñando ese papel a lo largo de los años. Kelly sería capaz de caminar sobre el fuego por ella.

–Sí...

–Odio pedirte algo así –interrumpió la anciana con voz temblorosa–. Pero no sé qué otra cosa puedo hacer.

Kelly sí sabía lo que había que hacer. Tenía que ayudarla como pudiera.

Y allí estaba. Dispuesta a rescatarlo. El problema era cómo hacerlo. Justice no la había reconocido. ¿Sería conveniente identificarse cuanto antes? Desde luego que su parentesco con Barbie le impedía ser la primera en la lista de los invitados a esa casa.

Estaba considerando sus opciones, cuando de pronto Justice endureció la mirada.

–Soy Kelly –se apresuró a decir al notar que la había reconocido –. Kelly Hart. Tu madre me ha enviado.

Justice la miró como si no creyera ni una sola palabra. Mientras tanto, se oía el retumbar de los truenos, cada vez más cercanos.

–¿Y por qué mi madre iba a hacer eso?

–Porque sabe que soy fisioterapeuta.

Kelly no pensaba confesarle todavía la amistad que existía entre ella y la señora Wilder. Dudaba de que él pudiera entenderlo.

–Vete, no te quiero aquí –gruñó Justice.

–Ya me he dado cuenta.

–No puedes quedarte en esta casa.

–Y tampoco puedo marcharme –dijo con amable ligereza mientras empujaba ligeramente la puerta y maniobraba para guarecerse de la lluvia–. Como ves, se va a desatar una tormenta, y además el amable pescador que me trajo hasta aquí ya se ha marchado –añadió mientras alzaba del suelo la caja que había traído y al mismo tiempo intentaba impedir que se le cayera el inmenso bolso que colgaba de un hombro–. ¿Dónde quieres que deje esto?

La mirada de desconcierto del hombre dio paso al enfado.

–Lo más lejos posible de mí. En la Antártida si fuera posible –respondió con brusquedad, con la voz de mando de un sargento.

A Kelly le resbalaron sus airadas palabras.

–Ese vozarrón no me va a asustar, así que sería mejor que ahorraras energías y cuerdas vocales.

–No estés tan segura, muchachita.

De acuerdo, el tono peligroso de esa voz la había puesto nerviosa, pero no podía darse el lujo de demostrárselo. Como tampoco decirle cuánto se alegraba de verlo.

Solo tenía trece años la última vez que lo vio. En ese entonces estaba casado con su hermana. A sus jóvenes ojos él era muy alto y heroico. Justice había adorado a Barbie desde el momento en que la conoció en el instituto, tres años antes de la boda.

La pareja se había casado tras la graduación. Dos años más tarde estaban divorciados.

–¿Por qué estás aquí? ¿Es que las mujeres Hart no me han dado ya suficientes problemas? ¿Vienes a recrearte con mi desgracia? ¿A patear a un tipo derribado, es eso?

Antes de encararse a él, Kelly puso la caja sobre una mesa.

–He venido a ayudar.

–No necesito tu ayuda.

Afuera, los relámpagos serpenteaban como ríos de luz acompañando el estruendo de los truenos que hacían vibrar los grandes ventanales de la casa. Era impresionante. Aunque la tormenta no lograba apaciguar el airado brillo en los ojos de Justice.

Pero en esa mirada había algo más, algo que Kelly no acertó a interpretar. ¿Era amargura o desesperación? Tal vez había imaginado esa chispa de emoción en sus ojos.

–Soy fisioterapeuta y puedo ayudarte, Justice.

–No necesito tu ayuda y tampoco la deseo –repitió, con los dientes apretados.

–Eso es lo que piensas ahora, pero cambiarás de parecer.

–Eso era lo que intentaba tu hermana Barbie. Que cambiara de parecer respecto a mi carrera militar. Quería convertirme en el muñeco Ken en su vida de muñeca Barbie. Pero eso no llegó a suceder –dijo arrastrando las palabras.

Un punto a favor del marine. A Kelly no le gustó que la comparara con su hermana porque tenían muy poco en común. A Barbie le encantaba vivir rodeada de adoradores. Necesitaba el amor y la atención de los hombres para sentirse satisfecha. No era una mala persona, solo que sus prioridades eran diferentes a las de Kelly.

Y en ese momento la prioridad de Kelly era Justice.

–Traje comida –dijo al tiempo que abría la caja–. No sabía si tenías provisiones, así que preferí asegurarme.

Justice tergiversó el sentido de sus palabras.

–Si realmente pensabas estar segura nunca debiste haber venido aquí.

–En eso tienes razón –respondió con una sonrisa–. Admito que nunca hago nada sobre seguro. Ah, ahí está –dijo al tiempo que se dirigía a la cocina con la caja y con Justice pegado a sus talones.

Con el rabillo del ojo observó los torpes movimientos del hombre. Todavía cojeaba, pero la madre le había asegurado a Kelly que era debido a las magulladuras y heridas de la pierna. También había sufrido una leve conmoción cerebral. Sin embargo, el verdadero problema radicaba en el hombro y brazo derechos.

–¿Qué intentas hacer? –Justice tuvo que alzar la voz sobre el estruendo del trueno y el ruido que hacía Kelly buscando algo entre sartenes y cacerolas.

–La cena. No sé si tú has cenado, pero yo no he comido nada desde la hamburguesa que compré en Nashville.

Justice estuvo tentado de preguntarle qué hacía en Nashville, pero no quiso darle la satisfacción de demostrar algún tipo de curiosidad respecto a ella.

Ciertamente que la hermanita de su ex mujer había crecido. Llevaba unos holgados pantalones con flores en las rodillas y una corta camiseta verde lima que dejó al descubierto la piel clara de la parte más estrecha de la espalda cuando se inclinó a guardar las cacerolas en el armario.

Sus cabellos ondulados, de un tono castaño claro, estaban atados en una trenza sujeta con un adorno floral. No llevaba joyas; solo el reloj y unos tontos pendientes colgantes en forma de signos de interrogación.

Justice tenía muchas preguntas que hacer.

–¿Cómo supiste que estaba aquí?

–Tu madre me lo dijo. Está preocupada por ti.

–¿Por qué iba a decirle a la hermana de mi ex mujer que está preocupada por mí?

–Pregúntaselo a ella.

–Te lo pregunto a ti.

–Yo preferiría que se lo preguntaras a ella. En todo caso deberías llamarla para decirle que te encuentras bien.

–No tiene motivos para estar preocupada –gruñó.

–De acuerdo –observó ella, con una sonrisa irónica–. Yo tampoco puedo concebir que esté tan preocupada porque su hijo se haya marchado del hospital, sin hacer caso de las órdenes del médico, para esconderse en una isla prácticamente desierta.

–No estoy escondido, un marine nunca lo hace –rebatió con los dientes apretados.

–Oye, amigo, quiero que sepas que tú no eres el primer marine que he tenido que tratar –lo informó mientras vertía en una cacerola una sopa que había preparado en casa, y luego la ponía al fuego–. Sé todo lo referente al código de valores del Cuerpo de Infantería. Honor, valentía, compromiso. Aunque dicho código no hace ninguna referencia a la estupidez.

Justice no podía dar crédito a la forma en que había irrumpido en sus dominios. Esa chica se comportaba como si estuviera en su casa. Él era un miembro de élite de las Fuerzas de Reconocimiento de la Infantería de Marina, lo mejor de lo mejor. Podía eliminar a un francotirador antes de que se diera cuenta de que lo habían alcanzado.

O solía hacerlo. Porque los médicos le habían dicho que para él esos días ya eran parte del pasado.

Justice todavía no podía creerlo. Llevaba años viviendo peligrosamente y había resultado herido, y no en una misión, sino en una carretera de su país, un tranquilo día soleado.

Y lo llamaban héroe. Si ellos supieran...

Su tormenta interior también estalló eclipsando el dolor físico que padecía desde el accidente. Con los dientes apretados intentaba controlar sus emociones, el miedo, la culpa y las dudas que lo asaltaban.

Otra vez un relámpago iluminó el cielo y segundos más tarde explotó el trueno. En ese instante, Kelly echaba un poco de sal en la sopa y ni siquiera levantó la vista.

La calma de la joven lo irritó más aún. Su vida era un lío y ella se dedicaba a hacer la sopa.

Sí, no cabía duda de que había crecido, pero seguía siendo una molestia. Él no le iba a dar cabida en su vida, aunque esa maldita sopa oliera tan bien.

Lo primero que haría en la mañana sería ordenarle que hiciera su equipaje. Pero primero comería algo. Necesitaba alimentarse para recuperar las fuerzas, y no dudaba de que sus guisos tendrían que ser mil veces mejor que lo que había estado comiendo últimamente.

Sin embargo, de ninguna manera se iba a quedar allí. La mandaría de vuelta a casa en el ferry que pasaba al día.

–Bueno, ¿qué os lleváis entre manos mi madre y tú? –preguntó al tiempo que se sentaba con cuidado en una silla de respaldo alto.

Kelly le dirigió una mirada culpable. Los ojos de Justice se estrecharon. Algo pasaba allí.

–Tal vez deberías preguntárselo a ella –repitió la joven.

–Te lo pregunto a ti –dijo con una mueca de dolor al intentar mover la mano derecha.

No podía permitirse mantenerla en reposo. Era su arma para disparar. Tenía que recuperar todos sus movimientos físicos, a pesar de lo que dijeran los médicos.

Kelly puso un plato de sopa frente a él con una rebanada de un pan que parecía hecho en casa.

–Y yo te digo que debes preguntarle a tu madre. Tienes un teléfono móvil, ¿verdad? Entonces puedes llamarla y decirle que te encuentras bien.

–¿Y a qué viene esa preocupación tan repentina?

–No es repentina –negó Kelly al tiempo que se sentaba a la mesa con su plato de sopa.

–Así que todos estos años has estado suspirando por mí –se burló Justice y lo sorprendió ver una chispa de algo indefinible en los ojos de la joven.

¡Qué ojos castaños más grandes para alguien tan pequeño! Bueno, no tan pequeña, se corrigió, al tiempo que recordaba que cuando ella pasó junto a él para entrar en la casa, su cabeza le había rozado la barbilla.

–Sí, durante años he languidecido de amor –se burló a su vez y luego batió las pestañas de un modo tan exagerado que él habría sonreído... si hubiera sido un hombre de humor. Pero no lo era.

Justice se concentró en la sopa. Estaba buena.

Solo al ver la sonrisa de satisfacción de Kelly se dio cuenta que se la había tomado con la avidez de un recluta en campaña. Dejó bruscamente la cuchara en la mesa.

–No te sientas tan cómoda aquí –le advirtió–. Te marcharás mañana a primera hora.

Su pronunciamiento se vio acentuado por el estruendo de un trueno.

–Una fuerte tormenta, ¿no? –comentó ella, segundos antes de que las luces parpadearan y todo quedara a oscuras–. Afortunadamente no le temo a la oscuridad –añadió con calma–. ¿Y tú?

–Soy marine. Vivo en la oscuridad.

Su declaración no sorprendió a Kelly. Desde el instante en que él abrió la puerta, ella había percibido su talante sombrío. Había un nuevo matiz en la personalidad de Justice, unas aristas peligrosamente afiladas que ella no había percibido antes. ¿Se debía a los años pasados en el Cuerpo de Marines? ¿O a causa del accidente? ¿O a una combinación de ambos?

Kelly podía oír su respiración. Había algo sorprendentemente sensual en el hecho de estar atrapada en la oscuridad con él, rodeados de sombras aterciopeladas, de vez en cuando rotas por la luz de un relámpago. Los repetidos fogonazos iluminaban por un segundo los ángulos de su rostro confiriéndoles una nueva definición. Era el rostro de un hombre acostumbrado a enfrentarse al infortunio.

Kelly alargó la mano hacia el plato vacío y sus dedos rozaron los de Justice. Una ola de calor recorrió su cuerpo, como si lo hubiera atravesado un rayo. Parecía que la tormenta del exterior empezaba a calmarse al tiempo que sus sentidos se desplazaban a la tormenta desatada en su interior. Pudo percibir la excitación que ardía en ella como algo salvaje.

–Hay algo que debo advertirte –oyó la voz de Justice, suave como la seda–. En esta casa hay una cama solamente.