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Akal / Anverso

Gregorio Morán

Miseria, grandeza y agonía del Partido Comunista de España

1939-1985

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Hace tres décadas, Gregorio Morán daba a la imprenta un libro singular, Miseria y grandeza del Partido Comunista de España (1939-1985), una descarnada radiografía del PCE que arrancaba con la derrota en el mes más cruel de 1939, y llegaba hasta aquel presente. Un presente que tocó los cielos otro mes de abril, de 1977, cuando la legalización del PCE –el partido con mayor implantación social, prestigio y autoridad– invitaba a la esperanza a una España que recién acababa de enterrar al dictador. Pero, ay, aquellos a quienes los dioses aman, se pierden. Y después del suicidio del PCE, se procedió al reparto de sus despojos.

En una nueva edición revisada, vuelve a las librerías un libro lúcido y desencantado, la más completa, brillante y polémica historia de Partido Comunista de España: un relato de héroes y villanos, de grandes figuras y de militantes desconocidos, una historia, a la postre, de épicos éxitos y sonoros fracasos.

Gregorio Morán (Oviedo, 1947) es autor de un puñado de libros fundamentales para interpretar la historia cultural y política de la España contemporánea, desde Adolfo Suárez: historia de una ambición (1979), pasando por El precio de la Transición (1991 y 2015), El maestro en el erial: Ortega y Gasset y la cultura del franquismo (1998), Los españoles que dejaron de serlo (2003), Adolfo Suárez. Ambición y destino (2009), hasta El cura y los mandarines, su pluma mordaz e incisiva constituye una referencia y un ejemplo de la labor crítica del periodismo.

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RAG

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Nota editorial:

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Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

© Gregorio Morán, 2017

© Ediciones Akal, S. A., 2017

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4312-6

A José-Amalia Villa, compañera de Heriberto Quiñones, que hizo verdad aquellos hermosos versos de Cernuda:

Si renuncio a la vida es para hallarla luego, conforme a mi deseo, en tu memoria.

A los militantes anónimos que murieron por la libertad y que no tienen tumba, ni familia, ni partido que los recuerde.

Breve introducción a la edición de 2017

A veces los libros nacen mal. Quizá les ocurra como a los niños, que por más rollizos y saludables que parezcan, las circunstancias no facilitan que los reciban con los brazos abiertos. Esto sucedió con Miseria y grandeza del Partido Comunista de España.

Aparece en 1986, a finales de abril, un mes después del Referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN, cuya característica más significativa fue la división de la izquierda en un enfrentamiento a cara de perro. La derecha contemplando la escena, sin demasiado interés en participar. A partir de aquí se desarrollaría, de una parte, una derechización del PSOE en el poder y de otra la lenta aparición de Izquierda Unida, una organización creada con la ambición de recoger lo que había surgido en la Batalla del Referéndum. Los tartamudeos políticos del PCE no facilitaban la formación de un grupo político con menos historia y nuevas generaciones dispuestas a pelear.

Por si fuera poco, el 22 de junio de aquel infausto año se celebran unas elecciones generales donde el PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra ratifican su mayoría absoluta. La quiebra del PCE deviene una evidencia, acompañada de guerras intestinas que oscurecen aún más su porvenir político, y el desplazamiento de militantes, cuadros y dirigentes comunistas hacia el triunfador socialista se convierte en una auténtica diáspora.

En ese contexto aparece Miseria y grandeza del Partido Comunista de España, un libro entonces de 650 páginas, cada una de las cuales la editorial desea que esté partida en dos columnas, a lo que el autor se niega absolutamente y que tendrá como venganza una letra de tan difícil lectura –casi exige lupa– que añadirá un elemento más a las dificultades del texto. El eco mediático de la existencia de aquel ladrillo de letra diminuta, del que los editores no hicieron presentación pública alguna, creo recordar que se limitó a una reseña elogiosa de Manolo Vázquez Montalbán y una serie de boberías del inefable pingüino académico, Antonio Elorza, que reprochaba la ausencia de referentes archivísticos. ¡Cómo iba a tener referencias archivísticas, si las cajas documentales, que habían llegado de Moscú, las fuimos abriendo el bueno de Domingo Malagón, archivero único, y yo; presencias también únicas del archivo!

Algunos se preguntaron, tras leer el libro, cómo es que el PCE, en el que yo no militaba, si bien gozaba del privilegio de conocerles prácticamente a todos, dada mi anterior militancia, me permitió llegar tan lejos en la revisión documental.

Por dos razones. La primera es que ni ellos mismos sabían lo que tenían, porque nadie, primero en México, luego en Moscú y París, se había preocupado de ordenar los materiales. Las cajas de madera, de procedencia rusa, estaban repletas de documentos sin orden ni concierto de fecha ni de tema. A Domingo Malagón, antiguo falsificador de carnés y pasaportes durante la clandestinidad, y hombre de probidad fuera de toda sospecha, correspondió la primera ordenación de los materiales hasta su jubilación, que felizmente coincidió con la aparición de Miseria y grandeza… La segunda razón se reducía a algo tan simple como que bastantes problemas tenían ellos para preocuparse por un tipo que leía papeles antiguos de una historia que a nadie interesaba ya; vejez y polvo.

Pero no habían pasado ni seis meses de la aparición del libro cuando ocurrió algo verdaderamente sorprendente. Su desaparición de las librerías y la imposibilidad de su reposición, porque la editorial lo consideraba «descatalogado». (Lo comprobé yo mismo haciéndome pasar por librero.) Jorge Semprún, hombre muy dado a ese tipo de teorías, sostenía que se trató de una conspiración contra el libro promovida por Santiago Carrillo, que iba a publicar sus enésimas memorias en la misma editorial. Pero a mí me cuesta creerlo, porque, en 1986, Carrillo cada vez se acercaba más al agónico líder que trataba de sobrevivir a la debacle, y, conociéndole, poco podía contar que no fuera la enésima variante de sus versiones autobiográficas. Ahora bien, ¡a veces las editoriales son tan cándidas con quienes creen que constituyen valores seguros, que todo puede ser!

Lo cierto es que el libro salió de la circulación librera durante años. También es verdad que yo me trasladé a Bilbao para dirigir un diario –La Gaceta del Norte– en el que duré apenas un año, hasta que me echaron, y que bastante tenía yo con poner en marcha aquel cacharro antiguo, con mala fama y arruinado, en una sociedad como la vasca de 1986-1987, con asesinatos tan significativos como el de «Yoyes» por sus mismos compañeros de ETA, o la división del PNV, unas elecciones autonómicas y otras generales… y una situación personal de alto riesgo.

Miseria y grandeza del Partido Comunista de España lo tenía aparcado de mis preocupaciones. Recuerdo que el entonces ministro de Sanidad, y buen amigo, Ernest Lluch fue una de las escasas personas que llamó para felicitarme por el libro, al que auguraba dudoso eco. Quizá él estaba más en el secreto que Jorge Semprún. En el fondo, y en 1986, cuando la diáspora del PCE hacia el PSOE se había consumado, nadie quería recordar otro pasado militante.

¿Y qué sucedió con el resto de los 8.000 ejemplares que según el responsable editorial se habían impreso? Los que no se vendieron en los primeros meses sospecho que fueron retirados al almacén central de Barcelona y, pasados varios años, se vendieron de saldo en grandes superficies. Me consta que una amplia remesa se liquidó en la librería de El Corte Inglés de la Plaza de Cataluña, en Barcelona, a 100 pesetas; hoy diríamos a medio euro. Últimamente –me refiero a 2017–, la obra alcanza precios escandalosos en el mercado editorial de libros antiguos. Burlas de la historia.

La trayectoria de algunos libros españoles es tan singular que parece trazada por alguna mente tortuosa, de ahí la tendencia a considerarlas una conspiración, que también las ha habido, aunque lo más común es la incompetencia y la ignorancia. Determinados medios de comunicación –ABC, por ejemplo– dedicaron hace años un suplemento histórico-literario al PCE y el único libro que no aparecía ni siquiera en la bibliografía era Miseria y grandeza…

Lo que sigue se ha dicho tantas veces que se ha convertido en un tópico, pero exactísimo: resistir es vencer. ¿Quién iba a creer que un libro habría de esperar treinta años después de ser editado por primera vez para que los lectores se interesaran por esa singularidad?

Aparte de correcciones y algunas apostillas, sigue siendo el mismo libro de entonces, aunque se hacía obligado atenerse a un hecho trascendental que condicionó, hasta llegar a su liquidación prácticamente total, al movimiento comunista internacional que había nacido al calor de la Revolución rusa de octubre de 1917. En 1989 caía a mazazos el Muro de Berlín que separaba, o hacía como que separaba, el llamado socialismo real, impulsado por la Unión Soviética, del también equívocamente llamado mundo occidental. Apenas dos años después se desmoronaba, hasta desaparecer, la Unión Soviética.

Un mundo que había nacido a partir de octubre de 1917 dejaba de existir, salvo excrecencias muy particulares que se escapan de las ambiciones de este libro: China, Vietnam, Corea del Norte, Cuba, así como algún partido comunista valerosamente resistente, como en el caso de Portugal. Nada que ver cada uno de ellos, que exigirían un análisis particularizado, pero que en el fondo son los restos adaptados de un movimiento que conmovió al mundo.

En mayor o menor medida el movimiento comunista internacional viraba en torno a la URSS. No digamos ya el PCE, que si bien había conseguido fuentes de financiación tan exóticas como la Rumania de Ceaucescu y la Corea del Norte de Kim Il-sung, mantenía el referente de la Unión Soviética incorporado a su ADN histórico, por más que fuera desdeñado por las nuevas generaciones de comunistas. Ni siquiera el Partido Comunista occidental más potente y con mayor contribución a una cultura propia, el PC italiano, pudo resistir el envite y se desmigó hasta convertirse en una parodia de lo que había sido.

Desde 1986 hasta hoy han ido apareciendo bastantes trabajos parciales de la historia del PCE, desde el movimiento guerrillero de la inmediata posguerra, hasta debates que en su tiempo tuvieron su importancia; lo que, sumado a numerosísimas autobiografías, o intentos de memorias justificatorias de tal o cual malandanza, han enriquecido la historia del PCE. Pero un relato de conjunto desde el final de la guerra civil hasta el comienzo de la agonía, pasada la Transición, seguía sin haber otro, que yo sepa, que esta Miseria y grandeza…, que ha tenido que esperar treinta años y el empeño de la editorial Akal para que los lectores puedan conocerlo de primera mano.

Se hacía obligado un epílogo que a grandes rasgos marcara esos años que siguen a 1985, con los que termina el libro. Adelantándome, debo decir que a ellos va dirigida la variación en el título y el añadido de la «agonía», a lo que antes solo eran Miseria y grandeza. Los treinta años que separan 1986 y aquel PSOE arrollador y gobernante absoluto, y este final de la segunda década del siglo XXI constituyen una decadencia del PCE original, disfrazado en ocasiones de Izquierda Unida, cuando no diluido en formaciones más inclinadas al nacionalismo que a la lucha de clases. Iniciativa por Cataluña, como su mismo nombre indica, es un residuo bautizado por excomunistas del PSUC. Quien había sido una potente variante del comunismo hispano, miembro en su día de la III Internacional Comunista, orienta este nuevo curso con un lema digno de la derecha catalana más conservadora. Ya nada se parecía a nada. Un ciclo había terminado y varias generaciones habían desaparecido.

Prólogo (1986)

Cuando inicié esta historia del PCE se trataba de algo semejante a tomarle la tensión a un enfermo grave. Estábamos en 1982. Ahora tengo la impresión de que no era otra cosa que la autopsia de un cadáver. En varios años de trabajo he sido testigo de esta mutación suicida.

Ni entonces ni después tenía la intención de hacer un alegato contra nadie, sino de contar una historia a la que no será fácil encontrarle precedentes. Intenté describir la recuperación del PCE desde la derrota hasta su momento más esplendoroso, desde el día 1 de abril de 1939 hasta la legalización en abril de 1977. Un fragmento definitivo de la historia de España que iba del final de la guerra civil al restablecimiento de la democracia.

Luego, contemplé el minucioso ritual del harakiri, una singularidad que merecerá figurar, quizá, en la ciencia política. En los seis años que dura la transición, el PCE se suicida ante la mirada perpleja de amigos y enemigos. En 1976 podía decirse sin exagerar que se trataba del partido con mayor implantación social, prestigio y autoridad; su líder estaba considerado el profesional político más experimentado y hábil no solo del país, sino allende las fronteras.

Pasaron seis años y el partido se convertía en una parodia de sí mismo y su secretario general, dimitido y denostado, en un fantasma sin castillo, un tipo que llama la atención pero que no impresiona ni a los niños y que ni siquiera divierte a los mayores.

Después del harakiri se procedía al reparto de despojos; como los restos de un naufragio, unos cayeron acá y otros allá, y a aquel instrumento que un día temieron tantos se le vieron sus miserias y se redujo a muy poco distribuido entre varias nadas. Es la parte que alcanza desde la derrota algo más que electoral del 28 de octubre de 1982, en la que el PSOE obtuvo diez millones de votos y la mayoría absolutísima.

Como todas las historias de la historia, esta es una aventura de enanos y gigantes. Se dice que la Revolución rusa de octubre fue una obra de gigantes que se consideraban enanos y tengo la impresión de que esta historia nuestra, como el propio país, trata de gente bajita, de enanos que nos creíamos gigantes.

Este prólogo es la única parte del libro en el que se utiliza el «nos» sin sentido mayestático. Muchos excomunistas son más fanáticos en su papel de renegados que aun en el de militantes. Nos ocurre lo que al poeta catalán Carles Riba y también decimos: «Exijo en el objeto de mi ira o de mi cariño un cierto grado de dureza». Si bien yo he preferido por dignidad y coherencia seguir otra consigna que, a pesar de ser más frívola, se convirtió en leyenda entre algunos caballeros franceses, la de jamás escupir sobre aquello que uno ha amado.

Si el autor tiene algún derecho después de empeñar cuatro años de su vida, sugeriría que se leyera como una novela. Ya sé que el gusto del público no se inclina hoy por los libros largos, pero contiene personajes fuertes, con carácter; y hay intriga, pasión y hasta sangre. No lo digo superficialmente; antaño la novela estaba considerada como algo muy serio. Con independencia de la calidad literaria, ocurre con las historias largas que hay siempre grandeza y miseria, y las figuras están condicionadas por los dioses o por el destino, o lo que en la jerga se denominaban las condiciones objetivas y subjetivas, que en definitiva vienen a ser lo mismo.

Cuentan que Charles Chaplin le dijo en una ocasión al músico y comunista Hanns Eisler: «¡Entre vosotros sucede como en los dramas de Shakespeare!». La frase tiene varias interpretaciones, pero de ella salió la idea del título de este libro, porque en los personajes más míseros hay un punto de grandeza y en los momentos de grandeza su detalle miserable.

Una recomendación que daría a mis hijos si algún día me pidieran una, lo que es bastante improbable, es que se prepararan para el día que dejen de creer. Porque creer fieramente en algo no lo pueden hacer ni los estúpidos, ni los mediocres, ni los viejos, pero es bueno que, si algún día abandonan sus firmes convicciones, lo hagan con dignidad, sin aspavientos y sobre todo sin nuevas conversiones. Admito que respeto a aquellas personas que defienden la idea de que la Organización del Atlántico Norte es un baluarte de la democracia; aunque no la comparta. Lo que me indigna es escuchar a los mismos que han defendido de modo implacable que el Pacto de Varsovia era el garante de la «nueva democracia» convertirse en acérrimos cantores de la OTAN. Hay una generación de conversos del siglo XX que recuerda demasiado a los del XVI.

Pienso que cuando uno se ha equivocado una vez debe ser muy discreto a la hora de declarar nuevas adhesiones incondicionales. De algo hay que vivir, pero la ventaja de un régimen democrático respecto a otro totalitario es que no te obligan todos los días a proteger el condumio declarándote feroz partidario del sistema. Con que lo hagas una vez al mes basta.

Nuestra generación –que abarca algo así como tres décadas– está condicionada desde su más tierna adolescencia por ser «ex» de algo; hemos tenido que sufrir esa especie de tara que no permitía ser una cosa sin renunciar de manera inapelable a otra. Hemos vivido durante cuarenta años bajo un Régimen que obligaba a ser consecuente con los principios o a no tenerlos. No dejaba opciones.

Por eso es muy difícil que en España alguien tire la primera piedra; tenemos techos de cristal, algunos ni eso. La diferencia quizá está en que algunas gentes procedentes de la izquierda tienden a revisar su historia con escalpelo y a dejarse en carne viva, mientras que es infrecuente, por no decir insólito, que ciertos personajes que deben su cátedra a méritos de guerra, o su categoría de funcionario a diez años de militancia en el Opus Dei, o su prebenda al «glorioso movimiento», jamás le hayan dedicado al tema ni una línea avergonzada. Esta atrofia ética lleva a comparar la afiliación al Opus Dei con la clandestinidad comunista. Es el modo que tiene una sociedad con mala conciencia de evitar los recuerdos; unos rezaban con los ministros y otros llevaban paquetes a los presos.

Aunque es un hecho personal e intrascendente para la historia en general, es bueno precisar que el autor de este libro militó durante once años en el PCE y para evitar malentendidos señala que abarcaron desde 1965-1966 a febrero de 1977. (La afiliación a un partido clandestino es siempre imprecisa; ni existen papeles ni carnés.) Entró porque había que hacer una revolución y salió porque ya no se iba a hacer y, si la hacían, lo cual era harto improbable, ya no le necesitaban. Fue un sentimiento entonces muy subjetivo y personal, nada político; percibió que si ganaban los nuestros perdíamos nosotros. Esos once años quizá no estén entre los más felices de su vida, porque la clandestinidad, salvo para los masoquistas, es castradora y, además, porque nuestra generación no tuvo muchas oportunidades de ser feliz sin ser a la vez irresponsable. Pero debo decir que es el periodo del que me siento más orgulloso.

Comprendo que haya quien trate por todos los medios de hacerse perdonar el inmenso error de haber militado en el único partido antifranquista que había a mano, y en este sentido he tenido algunas experiencias cómicas durante la elaboración de este libro. Hay quienes, cuando empezaba allá por el 81, estaban muy preocupados por la imagen que pudiera quedar del PCE. Luego estaban aún más preocupados por desaparecer de su historia. En otros casos han rehusado colaborar personas que creían haber recobrado la virginidad porque nadie recordaba ya, ni la policía, su episódica militancia. Incluso hubo quien, con su taxativo «no quiero hablar de aquello», preservaba las preguntas sobre un comportamiento poco honroso.

Tuve la tentación de escribir sus nombres y agradecerles los servicios no prestados, pero lo entendí. Es duro ser diputado o concejal socialista, y saber que jamás llegarás a otra cosa mientras no se olviden de que militaste en el PCE hasta 1981; o ser ese periodista de vuelta de nada que está viviendo una nueva juventud y al que ahora no le gusta aparecer en el envejecido papel de militante; o bien la dama veterana a la que no le preocupa salir en la historia, pero que no desea que alguien le pregunte sobre esa parte que ella quiere ocultar. Lo comprendo.

Me siento, por el contrario, en deuda con todos aquellos que facilitaron mi trabajo, tanto los que estaban en 1981, durante el periodo de Santiago Carrillo en la secretaría general, como con su sucesor Gerardo Iglesias. Citarlos por sus nombres no les haría ningún bien, pero sin ellos, sin su amistad y confianza, no hubiera podido estudiar los fondos íntegros del PCE. Lo mismo digo respecto a personas, militantes o exmilitantes, que me abrieron sus colecciones en Madrid, Barcelona, Asturias y Valencia. Por expresa sugerencia de algunos me limito a señalar en el libro los documentos sin apuntar el lugar donde se encuentran; en unos casos están sin catalogar y en otros no son de fácil acceso a los historiadores. Conservo, eso sí, fotocopias de todos los documentos citados.

Sin falsa humildad y sin soberbia, es posible que este libro permita al fin discutir las interpretaciones de los hechos sin necesidad de debatir, como hasta ahora, los hechos en sí. La mayor dificultad con la que me encontré fue la de desentrañar los tópicos y las imágenes preconcebidas. La idea que de la historia del PCE yo tenía y la realidad demostrable apenas si coinciden en algo; ni en la grandeza, ni en la miseria.

Me siento satisfecho de poder decir: ahora tenemos el marco, interpretémoslo. Fuimos durante un periodo el peonaje de la historia; la única ventaja de esta condición es que nos forjamos la paciencia necesaria para ir desenterrando cada pieza y dándole su valor en el tiempo. En el fondo este libro nace de una insatisfacción personal que comparten muchos de los que vivimos intensamente esta historia.

Quien mejor la expresa es un hombre curtido en esa experiencia, el filósofo Ernest Fischer, cuando escribe en sus memorias aquel revelador diálogo con su esposa:

—He fracasado –dije.

—¡Nuestra época ha fracasado! –respondió ella.

—También la época, pero sería muy sencillo consolarme con eso.

PRIMERA PARTE

AÑOS REVUELTOS (1939-1945)