Inventario de recuerdos
Caracas como memoria en la narrativa de finales del siglo XX
MARÍA ELENA D'ALESSANDRO BELLO
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A mis padres, por haberme regalado la ciudad de Caracas.

A Vadis Millers Rosenberg, in memoriam.

Introducción

Inventario de recuerdos comenzó en algún momento de los años noventa ante la lectura de un grupo de novelas escritas y publicadas en Caracas en consonancia con el presente de la ciudad. Estas obras narran un tema conocido y vivido por mí: una Caracas que se desvanecía ante mi vista, un pasado que se clausuraba, una serie de demoliciones que no fueron solamente de casas, edificios, fachadas o calles, sino también demoliciones espirituales que nos señalaban a los caraqueños que esa ciudad conocida había sido sustituida por otra distinta, nueva y, sobre todo, muy moderna para sus ciudadanos tradicionales.

A partir de tal evidencia, comienzo con una investigación sobre la memoria y el espacio en tiempos de la posmodernidad siempre en su vinculación con Caracas, la lectura de muchas novelas, tanto venezolanas como latinoamericanas, la revisión de crónicas literarias y periodísticas sobre el tema, libros de fotografías, conversaciones con personas que vivieron tiempos ya idos de la ciudad; en fin, una pluralidad de narrativas para tener acceso a otro momento de la ciudad al que solamente podemos acceder a través del dato personal, familiar, documental o histórico, pues su existencia solamente podría ser una reconstrucción ficcional desde el presente. Este libro es fruto de una larga reflexión sobre la ciudad narrada desde el recuerdo de su habitante a partir de la representación del tema en algunas novelas. Comenzar la investigación y asumir diversas lecturas fue una importante pauta reflexiva para la escritura de artículos y ponencias para congresos sobre el tema.

En tal sentido, este estudio trata sobre la representación de una ciudad recordada en el presente del relato por un ciudadano que ha vivido en Caracas durante la segunda mitad del siglo XX; y la reconstrucción de la misma, a partir de la memoria personal como punto de vista de la memoria colectiva, ha sido la propuesta unísona de tres novelistas: Ana Teresa Torres, Carlos Noguera y Eduardo Liendo. La selección de las obras ha respondido a lo que las novelas dicen, así como a lo que ocultan u olvidan; del mismo modo, se nos impone reconocer que dicha selección también responde a nuestra necesidad de «ver y oír» lo que el texto literario plantea y así interpretarlo a través de ciertas teorías y nociones del espacio de la posmodernidad, los conceptos de migrancia, exilio, territorio, heterogeneidad, hibridación, estructura de los géneros literarios, así como de algunas teorías sobre la memoria desarrolladas por ciertos estudiosos como Walter Benjamin, Maurice Halbwachs, Andreas Huyssen, Paul Ricoeur y Tzvetan Todorov.

A partir de estas y otras consideraciones, me he acercado a El exilio del tiempo (1990), Vagas desapariciones (1995) y Los últimos espectadores del acorazado Potemkin (1999) de Ana Teresa Torres; Juegos bajo la luna (1994) de Carlos Noguera y El round del olvido (2002) de Eduardo Liendo con ojos de crítico literario, pero desde la sensibilidad de quien ama su ciudad de origen y es una ciudadana de la misma. A partir de estas cinco novelas hemos levantado un estudio sincrónico de un tema específico de la literatura escrita en Caracas, cuyo referente es la ciudad que se transforma y las interacciones culturales que ello genera. Las obras constituyen el testimonio de un momento específico de la cultura urbana, así como un reconocimiento de que la Caracas del pasado solamente existe en la palabra que la enuncia, en el relato que la convoca y en la novela que la ficcionaliza como forma artística. Estas obras representan y reimaginan el pasado reciente de Caracas, un pasado del que su habitante tiene aún memoria.

Las novelas proponen una representación de Caracas a partir de las calles y de los lugares que no existen o que son residuos de otros tiempos en franco deterioro en la actualidad, pero que el recuerdo restituye mediante la escritura. Ir a un lugar y descubrir que fue derrumbado o que fue suplantado por otra estructura es parte del imaginario urbano del habitante de Caracas de la segunda mitad del siglo XX; es a partir de ello que las obras restituyen el pasado de la ciudad en la ficción. En tal sentido, las obras son el espacio del encuentro entre presente y pasado, entre recuerdo y olvido, entre la tradición y el progreso que definen a la ciudad del presente. La literatura posibilita la reescritura del pasado desde el presente, así como la coexistencia de tiempos y espacios que se reconstruyen en la medida en que se escriben.

Cada obra accede al mismo referente al que recrea desde distintos imaginarios y desde diversos sectores que conforman la urbe; al mismo tiempo, es un constante olvido porque encontramos hechos y sectores ausentes en las representaciones. El corpus plantea a una ciudad a través de imaginarios individuales y colectivos donde el lector se vincula con Caracas a partir de imágenes que recuperan las memorias colectivas articuladas con la memoria propia.

«La música, la calle, la casa, el parque, el bar o el café, forman parte de los imaginarios tradicionales o transitorios de la ciudad; los inmigrantes, los transeúntes, los marginales y los arraigados (...) permiten el punto de vista de los ciudadanos que viven su historia en ella o en sus márgenes, en su centro o en la periferia, construyendo su memoria individual o colectiva y afirmando su territorio espacial o mental (...) hay una línea subterránea que une historia y ciudad (...) que traza vínculos entre los diferentes imaginarios. El pasado es el presente y el futuro, o ayer es hoy y mañana en el ser de las ciudades reales que viven y permanecen en las ciudades escritas (Giraldo, 2000: XIV).»

A partir de todo ello, hemos estructurado el presente libro en cinco capítulos. El capítulo primero es un amplio planteamiento del corpus seleccionado y de las propuestas teóricas sobre el espacio y la memoria que el debate de la posmodernidad ha generado y a partir de las cuales analizamos el corpus. El segundo capítulo es un acercamiento a la tradición del recuerdo en la representación literaria del siglo XX en la literatura venezolana. Los capítulos tercero y cuarto son los análisis textuales de: El exilio del tiempo (1990), Vagas desapariciones (1995) y Los últimos espectadores del acorazado Potemkin (1999) de Ana Teresa Torres; y Juegos bajo la luna (1994) de Carlos Noguera y El round del olvido (2002) de Eduardo Liendo. Para los fines de nuestra investigación hemos analizado cada novela desde dos aspectos fundamentales: la memoria y la ciudad. Finalmente, en el capítulo cinco establecemos nuestras consideraciones sobre el aporte de las obras para la interpretación de una sui generis cultura urbana, donde se nos plantearon preguntas cuyas respuestas no podían ser únicas, sino múltiples e híbridas frente a ciertos aspectos surgidos a lo largo de la lectura y reflexión sobre las diferentes obras.

Finalmente, me queda reconocer el inmenso aporte que he recibido de muchas personas vinculadas con esta investigación. Muy especialmente agradezco a mi amiga y tutora, Gina Alessandra Saraceni por haberme acompañado a lo largo de esta investigación con sus inteligentes observaciones en la lectura de estas páginas. A Arturo Almandoz Marte, quien me ha obsequiado su amistad constante y duradera, así como por haber sido un interlocutor de extraordinaria sensibilidad sobre el tema urbano. A dos colegas y amigos hoy ausentes, pero siempre cercanos en estas páginas: Carmen Vincenti y Carlos Pacheco. Este trabajo ha sido posible gracias al amor y el ejemplo de Luz María Bello de D'Alessandro, testigo y relatora de muchos imaginarios del recuerdo de la ciudad, así como al ejemplo de trabajo de Vittorio D'Alessandro, ausente hoy, pero presente en su permanente elección por Caracas. A mis hermanos Nicolás, Lucy, María Jesús, Milena y Viki. A mis sobrinos, a quienes les profeso un especial afecto. Finalmente, a mis amigas y amigos, en especial a Mónica, Gladys, Virginia, María Isabel, Elizabeth, Francisco y Juan Carlos, por su compañía y afecto a lo largo de este trayecto. Un especial agradecimiento a Magaly Pérez Campos, amorosa correctora de este texto. A todos ellos, y a los que no menciono aunque ellos saben que están en mi corazón, mi eterno agradecimiento.

Notas

1. Como es el caso de la urbanización El Paraíso, en los años veinte; el primer intento de planificación urbana para transformar Caracas (el plan Rotival) en 1939; la urbanización El Silencio, en los años cuarenta; la autopista Caracas-La Guaira, la avenida Victoria, la Universidad Central de Venezuela, las torres del Centro Simón Bolívar, en los años cincuenta; las construcciones monobloque como el emblemático 23 de Enero de finales de los años cincuenta y principios de los años sesenta, las nuevas urbanizaciones al noreste y sureste de la ciudad, entre muchas otras.

2. Consideramos importante señalar que esta propuesta literaria está en sintonía con una creciente preocupación por la ciudad y la conservación de su memoria histórica. Frente al avance de la modernización en todos los órdenes, en los años ochenta se funda la organización gubernamental Fundapatrimonio, cuya misión es defender el patrimonio nacional que constituye la memoria arquitectónica de la ciudad y del país. A esta le siguen otras asociaciones cada vez más vinculadas a salvaguardar la memoria histórica y cultural, como el Instituto Patrimonio Cultural, la labor de Fundación Polar para el rescate de obras y edificaciones consideradas patrimonio nacional, así como publicaciones relacionadas con la historia y con la cultura, entre otras. Asimismo, cabe destacar la labor de un grupo de arquitectos quienes, a partir de libros, artículos, charlas, conferencias, programas mediáticos, entre otras actividades, están comprometidos con la preservación del patrimonio histórico y cultural de Caracas.

3. Es importante mencionar la influencia de la «nueva historia» o microhistoria, que vuelve al pasado desde las historias de la cotidianidad o de hechos aparentemente intrascendentes para repensarlos. La microhistoria cobró importancia en las décadas de los años setenta y ochenta a través de la figura de ciertos historiadores, como Giovanni Levi, Carlo Ginzburg, Carlo María Cipolla y George Duby, entre otros. Ellos plantean que, frente al paradigma tradicional de una historia que miraba al pasado desde los grandes hombres que detentaban el poder, el gran acontecimiento, fuentes documentales conservadas en archivos oficiales y la pretensión de objetividad, la microhistoria se plantea el relato del pasado histórico desde lo íntimo y cotidiano, indagando en la historia de la gente corriente, en las mentalidades colectivas y en los registros no oficiales. Si bien no es una propuesta nueva, es a finales del siglo XX cuando la microhistoria se interesa más por los individuos siguiendo el destino particular de uno de ellos. Esta perspectiva suele nutrirse de otras áreas de las ciencias sociales, como la sociología, la antropología, la historia del arte, la religión, entre otras.

4. No podemos dejar de mencionar que en los años setenta, ochenta y noventa del siglo XX hubo otra respuesta literaria que conformó una tendencia ampliamente estudiada por la crítica: la novela histórica, que narró ficcionalmente el pasado a partir de la desacralización de los hechos del discurso histórico tradicional y de los héroes consagrados por la Historia oficial tomando en cuenta los capítulos olvidados por la Historia: «La propia historia se ha visto obligada a aceptar la disidencia en su seno: las otras historias posibles, el revisionismo histórico como alternativa a la historia dominante, la versión individual frente a la oficial» (Ainsa, 2003: 48-49).

5. Seguimos la noción de origen planteada por Walter Benjamin en el sentido de que no es la fuente de las cosas ni su génesis: «El origen es el remolino en el río del devenir y arrastra en su ritmo la materia de lo que está apareciendo (...) Por una parte, exige ser reconocido como una restauración, una restitución, por la otra como algo que por eso mismo está inconcluso, siempre abierto» (Benjamin, en Didi-Huberman: 112).

6. Los resultados fueron enmarcados en el Plan de Mejoramiento Urbano con la construcción de grandes obras de ingeniería, como: las avenidas Andrés Bello y Fuerzas Armadas, el Centro Simón Bolívar, la autopista Caracas-La Guaira, el paseo Los Próceres, el distribuidor La Araña, las concepciones monobloque como el emblemático 23 de Enero, la avenida Victoria, conjuntos turísticos como el teleférico, el hotel Humboldt y la ciudad vacacional Los Caracas, entre otras, que han perdurado y que continúan siendo soluciones para la ciudad.

7. En Escrito de memoria, Vallenilla Lanz, hijo, relata su paso por la dirección del Instituto Técnico de Inmigración y Colonización, adscrito al ministerio de Agricultura y Cría, señalando brevemente cómo hubo una inmigración dirigida como programa de gobierno.

8. Véase: Venezuela up to date, (años 1949-1959) revista publicada por la Embajada norteamericana en Venezuela. La publicación periódica abarcó desde el volumen i (1949) hasta el volumen XXI (1980).

9. «Si aceptamos que la relación entre cosa física: la ciudad; vida social: su uso; y representación: sus escrituras; van parejas, una llamando a lo otro y viceversa, entonces vamos a concluir que en una ciudad lo físico produce efectos en lo simbólico, sus escrituras y representaciones. Y que las representaciones que se hagan de la urbe, de la misma manera, afectan y guían su uso social y modifican la concepción del espacio. Una ciudad entonces, desde el punto de vista de la construcción imaginaria de su imagen, debe responder, al menos: por unas condiciones físicas naturales y físicas construidas; por unos usos sociales; unas modalidades de expresión mediada; por un tipo especial de ciudadanos en relación con la de otros contextos, nacionales, continentales o internacionales y, además, una ciudad hace una mentalidad urbana que le es propia» (Silva, 1993: 19-20).

10. El problema de la percepción plantea que la realidad es asequible a través el lenguaje y no directamente a través de la realidad: «La lengua no es sólo un medio (...) sino un mundo real que el espíritu debe poner entre él y los objetos con la actividad de potencia interior (...) La lengua traza fronteras. Estructuras de la realidad, estructuraciones que la interpretación humana ha impuesto a la realidad» (Wolf, 1982: 335-336). Asimismo, la hipótesis de B. Lee Whorf y Sapir propone cómo la estructura del lenguaje determina la manera de percibir y comprender la realidad: «La realidad es que el ‘mundo real’ está amplia e inconscientemente conformado según los hábitos lingüísticos de un grupo determinado (...) (estos) nos predisponen hacia ciertas clases de interpretación» (Whorf, 1971: 155).

11. Michel Foucault plantea que los espacios se dividen en dos grandes tipos: las utopías, emplazamientos (en el sentido de las relaciones de vecindad entre puntos o elementos) sin un lugar real, pero que mantiene una relación de analogía con él; y las heterotopías, lugares reales diseñados en la misma institución de la sociedad, una especie de utopías efectivamente realizadas en las que los emplazamientos reales están representados y son localizables, pero están a la vez impugnados e invertidos; son lugares que están fuera de todos los lugares, aunque son ubicables. De esta forma, las heterotopías son construcciones de diversa índole hechas por una cultura, funcionan de una manera que a lo largo de la historia puede cambiar, tienen el poder de yuxtaponer en un solo lugar real varios espacios, varios emplazamientos que son en sí mismos incompatibles; están ligadas a períodos de tiempo y funcionan plenamente cuando los hombres se encuentran en una especie de ruptura con su tiempo tradicional, suponen un sistema que las aísla y las vuelve penetrables al mismo tiempo y, finalmente, cumplen una función frente al resto del espacio: crear un espacio que denuncia como ilusorio al espacio real o de compensación, cuyo orden y perfección compensa al espacio real. Las heterotopías se dan en el intersticio de las relaciones; por ello, el navío es la heterotopía por excelencia: un pedazo flotante de espacio, un lugar sin lugar, que vive por sí mismo, que está cerrado sobre sí y es entregado al infinito mar (Véase: Michel Foucault: «Espacios diferentes».).

12. Aun cuando el tema de la ciudad deshumanizada y maquinizada, junto con el nomadismo y el desarraigo del hombre urbano, es una situación que ha singularizado a la urbe y que ha sido desarrollada desde los primeros ensayos de sociología y antropología urbana −Simmel, Spengler, Escuela de Chicago, entre otros−, nuestro planteamiento se circunscribe a la ciudad de las últimas décadas del siglo XX y a los problemas vinculados con ella a partir de ciertas teorizaciones de la posmodernidad. En palabras de García Canclini: «Lo que se entiende por ciudad y por investigación antropológica es hoy muy distinto de lo que concibieron Robert Redfield, las Escuelas de Chicago y Manchester, e incluso antropólogos más recientes. Basta pensar en cómo ha cambiado el significado y la importancia de lo urbano desde 1900, cuando sólo cuatro por ciento de la población mundial vivía en ciudades, hasta la actualidad, en que la mitad de los habitantes se hallan urbanizados. (...) Una reciente arquitectura transnacional, posindustrial (de empresas financieras e informáticas) que ha reordenado la apropiación del espacio, los desplazamientos y hábitos urbanos, así como la inserción de dichas ciudades en redes supranacionales. La convivencia de estos diversos períodos en la actualidad genera una heterogeneidad multitemporal en la que ocurren procesos de hibridación, conflictos y transacciones interculturales muy densas» (García Canclini, 1996: s/n).

13. Sobre las distintas categorías que designan a los sujetos migrantes, para los fines de esta investigación tomamos las siguientes: Migrante: destino claro, propósito preciso, unidad entre ellos, aunque no son una clase social, estado indeterminado en un presente suspendido. Nómada: falta de hogar, desplazamiento compulsivo, subjetividad descentrada, ha renunciado a lo establecido. Conciencia nómada es una forma de resistencia política a las versiones hegemónicas y excluyentes de la subjetividad. Exiliado: «sin tierra», expulsado de su lugar de origen por razones políticas; siempre será extranjero y habrá tensión entre él y el país que lo recibe (Véase: Said: «Recuerdo del invierno», pp. 3-7).

14. A este respecto, Bauman, en La globalización. Consecuencias humanas (1998), propone que la categoría de lugar geográfico cambió debido a la presencia del ciberespacio. Ya no importa la ubicación física de la persona, pues siempre está conectada en red y haciendo diversos oficios independientemente del lugar o país en el que se encuentre. El concepto de distancia y la definición de identidad vinculada a los límites nacionales han cambiado de signo, pues los límites geofísicos restrictivos son cada vez más difíciles de sustentar en el «mundo real».

15. El espacio liso es entendido como un espacio sin organización, sin centro, itinerante, cambiante como el desierto o el mar; es direccional, no dimensional y ocupado por los acontecimientos. Es un espacio de afectos más que de propiedades, intensivo más que extensivo, en el que los puntos están subordinados al trayecto. El espacio estriado es entendido como un espacio organizado, jerárquico, dimensional, medible y repartido. La urbe es el espacio estriado por excelencia y está definido por la intervención constante de un espacio liso. Gracias a las combinaciones entre ambos, el espacio liso no cesa de ser traducido, trasvasado, a un espacio estriado y el espacio estriado es constantemente restituido, devuelto, a un espacio liso. (Véase: Deleuze y Guattari: «Lo liso y lo estriado». En: Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, pp. 483-509).

16. En palabras de Benjamin: «El lenguaje ha supuesto inequívocamente que la consciencia no sea un instrumento para explorar el pasado, sino su escenario. Es el medio de lo vivido, como la tierra es el medio en el que las ciudades muertas yacen sepultadas. Quien se trate de acercar a su propio pasado sepultado debe comportarse como un hombre que cava. Eso determina el tono, la actitud de los auténticos recuerdos. Éstos (sic) no deben tener miedo a volver una y otra vez sobre uno y el mismo estado de cosas (...) Pues los estados de las cosas son sólo almacenamientos, capas, que sólo después de la más cuidadosa exploración entregan lo que son los auténticos valores que se esconden en el interior de la tierra: las imágenes que, desprendidas de todo contexto anterior, están situadas como objetos de valor (...) en los aposentos de nuestra posterior clarividencia» (Benjamin, 1996: 210).

17. En el mismo orden de ideas, pero desde otra perspectiva, Marc Augé demuestra que la ruina existe por la mirada que se hace desde el presente: «Las ciudades, las grandes ciudades, tienen una relación particular con la historia. (...) La arquitectura sigue a la historia como a su sombra, pese a que los lugares de poder se desplazan en función de las evoluciones y las revoluciones internas. La historia es también violencia, y a menudo el espacio de la gran ciudad recibe de lleno los golpes. La ciudad lleva la marca de sus heridas. (…) Nuestra memoria y nuestra identidad están en juego cuando cambia la «forma de la ciudad» (Augé, 2003: 122).

18. Como Marc Augé, Andreas Huyssen, Jacques Le Goff, Susana Rotker, entre otros.

19. Halbwachs plantea que es en la sociedad donde la gente adquiere normalmente sus memorias y donde las recuerda, reorganiza y localiza, pues el recuerdo individual necesita del recuerdo de otras personas del grupo social para que exista. Lo que llamamos los contextos colectivos de la memoria es el resultado, el resumen o la combinación de recuerdos individuales de muchos miembros de la misma sociedad. Este puede servir para mejorar la clasificación posterior de los sucesos y situar algunos recuerdos para así darles su valor en su relación con otros.

20. Como ha quedado demostrado en el estudio de Francis Yates El arte de la memoria (1966). Los sistemas de la memoria de la época clásica, de la Edad Media o del Renacimiento no solo son distintos, sino que responden a los parámetros de su sociedad y los intereses de su tiempo histórico.

21. «The past is not preserved but is reconstructed on the basis of the present».

22. «En busca de la tradición: Vanguardia y postmodernismo en los años 70» (1981) y «Cartografía del postmodernismo» (1984).

23. Según Huyssen actualmente se ha generado una memoria específica de tiempos de mercado que se vincula con objetos industrializados llamados «clásicos» porque reproducen a los antiguos, con posiciones románticas o existenciales, con un marketing de la nostalgia y la excesiva museización que hace al síndrome de la memoria más pertinente a los intereses lucrativos de los comercializadores masivos en la era del consumo.

24. «Uno de los fenómenos culturales y políticos más sorprendentes de los últimos años es el surgimiento de la memoria como una preocupación central de la cultura y de la política de las sociedades occidentales, un giro hacia el pasado que contrasta (...) con la tendencia a privilegiar el futuro, tan característica de las primeras décadas de la modernidad del siglo XX» (Huyssen, 2002: 13).

25. Esta propuesta no es únicamente de Huyssen, sino de una serie de teóricos sobre la modernidad y la posmodernidad que desarrollan el advenimiento de un nuevo período. Ángel Rama y Michel Foucault, fuertes teóricos de la modernidad, no vieron los quiebres de la misma, pues la muerte prematura de ambos (el primero en 1983 y el segundo en 1984) los hizo quedarse a las puertas del cambio de rumbo. Por otro lado, Octavio Paz logró establecer prematuramente cómo la modernidad en los años sesenta presentaba las fisuras de su quiebre. Fredric Jameson en El posmodernismo o lógica cultural de capitalismo avanzado (1984) observa cómo dos series televisivas de los años setenta, Holocausto y Raíces, alcanzaron una receptividad a nivel mundial imposible de obviar para un estudioso de la cultura. Antoigne Compagnon en Cinco paradojas de la modernidad (1990) establece cómo fue el quiebre de la modernidad desde sus propios presupuestos. Néstor García Canclini desarrolla ampliamente el concepto de «culturas híbridas» para explicar la evolución de la modernidad en el desarrollo de las sociedades latinoamericanas. Gilles Lipovetsky en La era del vacío (1983) propone una interpretación de la era de la que salimos, donde lo nuevo reclama la memoria.

26. La novela histórica, los relatos testimoniales, recolección escrita de relatos orales, los diarios personales, biografías, autobiografías, entre otros.

27. La memoria se ha convertido en un producto de consumo, no solamente en la reproducción masificada de objetos para la venta, sino como tema central de películas y series televisivas. Uno de los logros más importantes de esta «sociedad de la memoria» es la producción de documentales con imágenes de la época tanto para rescatar a un personaje del pasado en las biografías televisadas como para reinterpretar un suceso de la historia o para sacar a la luz situaciones del pasado a través de documentos que dejaron de ser confidenciales, que al desclasificarlos y pasar al dominio público pueden dar «una luz nueva» sobre un acontecimiento relevante del pasado.

28. Entendemos por crónica: «prácticas de un ‘género’ fronterizo entre discursos como el periodismo, la literatura y la historia» (Barajas, 1990: 327). Esta flexibilidad le ha permitido ser leída y estudiada en diferentes campos. Como plantea White, en el discurso histórico la crónica tiene un tema central y está más cercana a la narración de un hecho de un país, una ciudad, una región, un individuo o un suceso relevante que posea un cierre final. Para Susana Rotker: «La crónica, género híbrido donde se encuentran el discurso literario y el discurso periodístico, es el espacio de la escritura que mejor registra los cambios sociales, las interrupciones, las experimentaciones del lenguaje y de la escritura misma» (2005: 165). Para Milagros Socorro, la crónica periodística es estar allí en el momento en que suceden los acontecimientos, exige la presencia del periodista para establecer lo sucedido desde un punto de vista personal y, al ser una representación, es cercana a la literatura. «En América Latina estas distintas vías de entender la crónica, desde el periodismo o desde la historia, con su entramado de asociaciones literarias y adjetivaciones, cuentan con sus propios representantes y actores, y una importante producción de respaldo que partió desde la Conquista y varía desde entonces junto al mismo concepto o idea que se tiene de qué debe ser tenido como crónica» (Barajas: 331).

29. En tal sentido, no podemos dejar de mencionar la literatura escrita por algunos ilustrados viajeros extranjeros que vinieron a Venezuela en la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del XX, quienes después de regresar a sus países recrearon el recuerdo de sus impresiones de viaje en su idioma. Estas obras narran su recuerdo personal de una ciudad y un país. Véase: Arturo Almandoz: «Postales de viajeros olvidados a la Caracas de entre siglo (1880-1940)». En: Así nos vieron. Caracas: UCV, Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico, 2001, pp. 31-76. Asimismo, en una propuesta sobre los viajeros del siglo XIX, Gina Saraceni reconoce que no solo escribieron los textos específicos de su labor científica sino que también dejaron registrados sus recuerdos personales sobre el país. Véase: Gina Saraceni: «Escrituras en tránsito: Viajeros europeos en el siglo XIX». En: Nación y Literatura, Caracas, Banesco /Bigott/ Equinoccio, 2005.

30. Nos referimos a: Ifigenia (1924) y Memorias de Mamá Blanca (1928) de Teresa de la Parra; Memorias de un venezolano de la decadencia (1936) de José Rafael Pocaterra; Ana Isabel, una niña decente (1949) de Antonia Palacios; El falso cuaderno de Narciso Espejo (1955) de Guillermo Meneses; Escrito de memoria (1967) de Laureano Vallenilla Lanz (h); País portátil (1968) de Adriano González León; Memorias de Altagracia (1974) de Salvador Garmendia y, en teatro, El día que me quieras (1979) de José Ignacio Cabrujas.

31. Véanse: Enrique Bernardo Núñez: «Reseña a Ifigenia» (1925); Úslar Pietri: Letras y hombres de Venezuela; Mariano Picón Salas: Formación y proceso de la literatura venezolana; Orlando Araujo: Narrativa venezolana contemporánea (1972); Juan Liscano: Ana Isabel, una niña decente (prólogo); Velia Bosch: Esta pobre lengua viva (1979) (prólogo de la edición de Biblioteca Ayacucho); Julieta Fombona: Teresa de la Parra: Las voces de la palabra (1982) (prólogo de la edición de Biblioteca Ayacucho); María Fernanda Palacios: Teresa de la Parra (2005).

32. En tal sentido, en el prólogo que escribe Julieta Fombona sobre Teresa de la Parra propone muy atinadamente que: «Hay en ella una aguda percepción de la finitud del orden que produce imágenes con las que el mundo se da a una mirada (...) Con Ifigenia, (...) simplemente compara, calladamente, con un modelo interior, el del recuerdo (...) Para ella, el pasado es lo que de lo real llegó a inscribirse en la memoria y sigue actuando como un futuro postergado: suspendido como para un reencuentro» (1981: XV-XVI).

33. Los textos reunidos bajo el título Crónica de Caracas fueron compilados por Enrique Bernardo Núñez y publicados en 1946 como homenaje al célebre caraqueño en la conmemoración de los 120 años de su nacimiento.

34. Este cronista hace honor a las manifestaciones del saber popular que con ingenio y sabiduría dotó a cada esquina con un nombre que la singulariza y a la vez rescata la mentalidad del caraqueño en una ciudad que se abría al siglo XX. «Vamos a ver cómo la ciudad escribe historia, la menuda, porque la otra, la de grande orquesta, la ha ejecutado tan a lo grande que no hay riesgo de que pueda olvidarse» (Key-Ayala, 1991: 74) «siempre es posible encontrar el eslabón de carácter material y concreto que ha permitido la duración del recuerdo» (Key-Ayala, 1991: 79).

35. El título de la obra alude a una ciudad observada desde arriba, perspectiva que permite inferir que es una ciudad vista desde lo alto de las edificaciones modernas o que desde el presente mira hacia el pasado que la conformó. Su nombre, tomado de un verso del poema «Vuelta a la patria» de Pérez Bonalde, ofrece la significación de todo el libro: relata otro tiempo histórico en el momento en el que esa antigua ciudad de los techos rojos se derrumba para dar paso a estructuras más acordes con los nuevos tiempos.

36. El Paraíso es un capítulo donde explica los orígenes del proyecto de esta primera expansión urbana en 1890 cuando: «la empresa de tranvías de Caracas (…) resuelve urbanizar los terrenos de la antigua hacienda de El Paraíso o Trapiche (…) del otro lado del Guayre (sic)» (Núñez, 2004: 239). Sin embargo, deja de lado o menciona fugazmente la urbanización de la hacienda La Yerbera en 1926 para convertirse en San Agustín, la antigua hacienda del Conde de San Xavier en 1927 para convertirse en El Conde y la de la hacienda Valle Abajo en 1938 para construir la urbanización Los Rosales; en otras palabras, se oblitera la importante expansión hacia el sur.

37. El cronista, al explicar el derrumbe de un edificio, resume los diversos usos que le dieron a ese espacio: «El antiguo templo de San Mauricio es demolido, y en su lugar se construye la Santa Capilla (…) En Ídolos rotos, de Díaz Rodríguez, se halla una descripción de Santa Capilla (…). El mismo día, 1 de agosto, queda abierto el Pasaje Centenario entre la parte oriental del Ministerio de Hacienda, antiguo claustro de las Carmelitas, y la Alameda de Altagracia, al norte. Sobre esta alameda se construye en 1936 la Contraloría» (Núñez, 2004: 224).

38. Véanse: Suma de Venezuela y Comprensión de Venezuela de Mariano Picón Salas. Picón Salas y Briceño Iragorry comulgaron en cierta forma con estas mismas ideas; también nos corresponde mencionar que el ensayo Mensaje sin destino (1957) de Mario Briceño Iragorry desarrolla cómo la identidad nacional corre peligro ante la pérdida de los valores y las tradiciones venezolanas frente a una modernidad que sigue a la cultura norteamericana.

39. Este ensayo fue publicado por primera vez en: Varios autores: 390 años de Caracas, Caracas, Ars Publicidad, S.A., edición conmemorativa de lujo, fuera de comercio, 1957. A pesar de ser parte de un libro institucional, este ensayo ha sido reproducido repetidas veces como parte de otros libros.

40. «Qué son al fin los recuerdos... Si se les toca ya no existen, sus reflejos sólo tienen valor en cuanto guardan la posición exacta del instante en el cual eran espejos de la realidad. Traerlos a la memoria es moverlos de su sitio, cambiarlos de campo de visión que frente a su momento tenían. El espejo sólo puede reflejar lo que tiene delante. Por lo tanto, los recuerdos no existen. El tiempo es enemigo de todo espejo» (Meneses, 1981: 133).

41. En el caso especial que nos ocupa, es la novela «bisagra» de un antes y después de la ciudad; que inaugura la presencia de una ciudad vitrina y la obra de la ficcionalización de recuerdo en la figura de un personaje, Narciso Espejo, que se desdobla en otro para narrar sus falsas memorias. Sobre el desarrollo del imaginario urbano de esta obra y su vinculación con la urbanización de Caracas, véase: Arturo Almandoz: La ciudad en el imaginario venezolano II y III.

42. Por un lado, el fracaso del proyecto nacionalista abortado con el golpe de Estado de 1945; por otro, la transición de una Venezuela de economía agraria a una petrolera que se manifiesta en todos los órdenes de la vida nacional, especialmente en la transformación radical de Caracas para convertirla en una metrópolis en corto plazo; y frente a la importancia de la novela de la tierra, aparece una obra de factura urbana.

43. Novela ganadora del premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral en 1968, premio que introduce a Venezuela en la mira internacional.

44. Véase: Arturo Almandoz: La ciudad en el imaginario venezolano. III. De 1958 a la metrópolis parroquiana especialmente el capítulo: «Puertas de campo y de pasado», donde desarrolla amplia y detalladamente el aporte de estos escritores vinculados con el tema de la memoria a través de la poesía y del cuento.

45. Luego de sus dos obras profundamente citadinas, Los pequeños seres (1959) y Los habitantes (1961), Memorias de Altagracia apuesta por los personajes del interior del país: «los personajes de mis novelas viven en Caracas (...) sin embargo, ellos siempre van hacia atrás, buscan su pasado y tratan de encontrar un hilo que les permita establecer una cierta coherencia en su existencia, una cierta explicación de porqué (sic) están vivos, de porqué (sic) existen (...) y al mirar hacia atrás encuentran esos rasgos en la infancia» (Rodríguez Ortiz, 1989: XXXVII). Esta obra está en sintonía con Tierras de la memoria (1967) de Felisberto Hernández y Memorias (1984) de Bioy Casares como una unísona propuesta latinoamericana frente al caos urbano de las nuevas ciudades urbanizadas.

46. Cabe establecer que Ángel Rama, crítico literario de la obra de Salvador Garmendia, destaca la importancia de la memoria en su obra: «Leyendo a Salvador Garmendia he pensado muchas veces que él arrastra una memoria ancestral, que más que la suya individual, incluyendo la tan indiscernible de la infancia olvidada o de la familia o linaje, es la memoria de la especie» (1991: 169). Véase: «Salvador Garmendia y la narrativa informalista» (1975).

47. No podemos dejar de señalar la excelente recepción de esta obra por parte del público, representada a sala llena en 1979, fecha de estreno, y en sus reposiciones de 1988, 1990, 2005 y 2017, hecho sin precedentes en el teatro caraqueño.

48. Véanse: José Ignacio Cabrujas: La ciudad escondida (1988), El país según Cabrujas (1992) y Milagros Socorro: Catia. Tres voces (1994).

49. «Los contratistas, inversionistas, compradores, vendedores, negociantes, especuladores, banqueros (…) estaban poseídos por una furia de destruir, construir, volver a destruir para volver a construir, que iba acabando con todo lo que de abolengo y con alguna gracia conservaba la cuatricentenaria urbe. Los buldozers, furibundos en sus acometidas, concertados en el ataque, gozosos de derribar, la emprendían (…) con las viejas mansiones mantuanas (…) Y, sobre todo ello, (…) estaba la ‘Bola’ famosa, recientemente traída que (…) arrojaba su masa de hierro, de repente, sobre un edificio de cinco pisos, que al punto se desmoronaba (…). ‘−Ahí viene la Bola’ −decían las gentes (sic), viéndola cambiar de barrio (…) Y donde se detenía la Bola se instalaba el cataclismo (…) Y después se levantaban rascacielos (…) se inauguraban autopistas (…) que se llamaban ‘pulpos’, ‘arañas’, ‘ciempiés’» (Carpentier, 1979: 441-442).

50. Ana Teresa Torres (Caracas, 1945) estudió Psicología en la Universidad Central de Venezuela, profesión que ha ejercido en diversas facetas. En el campo de la literatura venezolana, entró en escena al ser galardonada en el Concurso de Cuentos de El Nacional, en 1984, con el cuento «Retrato frente al mar». Ha escrito y publicado una amplia bibliografía que abarca ensayos, novelas y cuentos. Sus novelas El exilio del tiempo (1990), Doña Inés contra el olvido (1992), Vagas desapariciones (1995), Malena de cinco mundos (1997), Los últimos espectadores del acorazado Potemkin (1999), La favorita del señor (2001), Cuentos completos (2002), Dos novelas (2005), Nocturama (2006), El corazón del otro (2004), La fascinación de la víctima (2008), La escribana del viento (2013), han tenido una amplia receptividad por parte del público lector. Sus obras han recibido importantes distinciones tanto nacionales como internacionales: Premio Cuentos de El Nacional (1984), Premio Municipal de Narrativa (1990), Premio de Novela de la I Bienal Mariano Picón Salas (1991), Premio Pegasus (1998), Premio de la Fundación Anna Seghers de Berlín (2001), entre otros. Ana Teresa Torres es miembro de la Academia Venezolana de la Lengua (2006) y doctora honoris causa en Literatura por la Universidad Católica Cecilio Acosta del estado Zulia (2010).

51. Todas las referencias a El exilio del tiempo (1990) se harán usando las siglas ET y la edición de Monte Ávila, 1992. Si bien esta edición de la obra ha tenido varias reediciones y una amplia receptividad, hubo una edición en 2006 que con el mismo título incluyó los capítulos excluidos en la versión original. Asimismo, la autora publicó Me abrazó tan largamente (1996), donde sigue la saga de los mismos personajes. El presente análisis se centra en la publicación original.

52. En entrevista con Julio Ortega, Ana Teresa Torres da pistas sobre el rol que tiene la memoria en esta obra. Ella dice: «El exilio del tiempo es un libro que yo escribí entre el 84 y 85 (...) yo estaba muy impactada por la Venezuela de los años 70, porque hubo un cambio muy importante de la sociedad venezolana después de los años 60, (...) y que se ha venido continuando hasta hoy. Esos cambios se habían producido dentro de la sociedad en todos los niveles, y por eso surge la idea de la identidad, la idea de evocar la memoria (...) para construir la identidad; la memoria, en el sentido de reconstruirme yo misma, es decir, quiénes somos, dónde estamos» (Ortega, 1997: 235). En el artículo «La memoria móvil: entre el odio y la nostalgia», Ana Teresa Torres afirma: «Tanto Doña Inés... como El exilio... fueron concebidas a mediados de los años ochenta, por lo que debería regresar a mi pregunta acerca de lo que ocurría en aquel período. Al punto me viene una fecha: 1983. Para una venezolana de mi generación (...) ese momento adquiere un valor muy significativo (...) En ese año se inició la depreciación del bolívar (...) para nosotros no fue solamente un asunto de política cambiaria; constituyó una conmoción de la certeza, de la seguridad y estabilidad que los venezolanos habíamos (...) construido como parte de la memoria colectiva. (...) Tal fue su importancia que (...) representa el signo de lo que después se llamó ‘la crisis’» (Torres, 2001: 15).

53. Representa a Caracas en el sentido que le da Octavio Paz a ciudad de México en El laberinto de la soledad; dice: «Las épocas viejas nunca desaparecen completamente y todas las heridas, aun las más antiguas, manan sangre todavía. A veces, como las pirámides precortesianas que ocultan casi siempre otras, en una sola ciudad o en una sola alma se mezclan y superponen nociones y sensibilidades enemigas o distantes» (1983a: 11).

54. Ha sido leída como novela histórica, novela intrahistórica, novela posmoderna, novela feminista; ha sido comparada con Ifigenia, de Teresa de la Parra, entre otras lecturas, debido a la riqueza misma de la obra.

55. Luz Marina Rivas en La novela intrahistórica. Tres miradas femeninas de la historia venezolana (2000) propone cómo la historia contemporánea de Venezuela es narrada a través del cristal del recuerdo personal como «detrás de las celosías» de las ventanas de las casas solariegas. Es por ello que destaca el término «intrahistoria»: «novelas que ficcionalizan la historia desde espacios marginales (...) privilegian visiones femeninas de la historia, las historias locales y la historia cotidiana (…). Este término se ha constituido en una apropiación reciente de la crítica literaria para referirse a las novelas escritas por mujeres que tienen estos temas y perspectivas» (Rivas, 2000: 8).

56. En tal sentido es un texto metaficcional. La metaficción, mímesis de un proceso dinámico, involucra al lector en la construcción del orden ficcional contra la ilusión del realismo tradicional: «representa −en un proceso que se explicita a sí mismo− la representación de los discursos sobre la realidad dentro de una auto-conciencia del lenguaje como estructurador de nuestras percepciones, auto-conciencia que parecería ser la marca determinante de imaginarios post-freudianos que permiten, en el discurso post-moderno, asimilar y afirmar la autorreflexividad como fenómeno de época, aunque ya estuviesen presentes en las reflexiones de Platón sobre las conflictivas relaciones entre mímesis y diégesis» (Bustillo, 1997: 13).

57. En entrevista con Julio Ortega, la autora comenta sobre la narradora anónima: «Yo la vería como un testigo. Por eso es que el personaje central no tiene nombre, pero tampoco tiene argumento; o sea, su vida no es relatada (...) la idea que yo tenía era la de un testigo, de alguien que puede ver y, de alguna forma, juzgar o presentar (...) un espejo de cosas que registra desde su óptica» (Ortega, 1997: 237).

58. Entendido como una construcción verbal, un relato donde lo que no se nombra ya no existe. Es una elección, no siempre voluntaria, porque se elige qué recordar y qué silenciar. El recuerdo es impreciso, personal, intemporal, arbitrario, emocional y sobrevive sin tener en cuenta el tiempo cronológico, sino el tiempo interior del individuo. Los recuerdos son una selección muy cuidada para la construcción del pasado donde queda oculto o de lado lo que la mente no desea recordar o lo que el poder decide silenciar. Cada recuerdo es una «versión» o reconstrucción que establece un orden y da un sentido.

59. En palabras de Baudrillard: «La configuración del mobiliario es una imagen fiel de las estructuras familiares y sociales de una época (...) (Los muebles) Se ordenan alrededor de un eje que asegura la cronología regular de las conductas: la presencia perpetuamente simbolizada de la familia ante sí misma. (...) Además, seres y objetos están ligados, y los objetos cobran en esta complicidad una densidad, un valor afectivo que se ha convenido en llamar su «presencia». Lo que constituye la profundidad de las casas de la infancia, la impresión que dejan en el recuerdo es evidentemente esta estructura compleja de interioridad (...) los límites de una configuración simbólica llamada morada» (Baudrillard, 1997: 13-14).

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