DOROTHY DAY

SIN MORDAZAS

Escritos de Dorothy Day

Editados por Patrick Jordan

EDICIONES RIALP, S.A.

Título original: Hold Nothing Back. Writings by Dorothy Day

© 2016 by Liturgical Press, Saint John's Abbey, Collegeville,

Minnesota 56321, EE.UU.

Edición publicada por permiso de Liturgical Press.

Todos los derechos reservados.

© 2017 de la versión española por ELENA ÁLVAREZ

by EDICIONES RIALP, S.A.,

Colombia, 63, 28016 Madrid

(www.rialp.com)

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN: 978-84-321-4869-9

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En memoria agradecida

a tres miembros ejemplares del Catholic Worker:

Frank Donovan, Ed Forand, y Kassie Temple

Peter Maurin solía decir que el deber del periodista es hacer historia al mismo tiempo que la registra.

— Dorothy Day

Commonweal, 3 de noviembre de 1939

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

DEDICATORIA

CITA

EXORDIO

PREFACIO

1. GUADALUPE

2. CAMA

3. VUELTA A CASA

4. CALLE DOCE ESTE

5. PARA LOS VERDADEROS POBRES

6. SAN JUAN DE LA CRUZ

7. CASAS DE HOSPITALIDAD

8. LA CASA DE LA CALLE MOTT

9. HISTORIA DE DOS CAPITALES

10. Una buena cena

11. SOBRE MARÍA

12. EL ESCÁNDALO DE LAS OBRAS DE MISERICORDIA

13. VIAJANDO EN BUS

14. NOS RECONOCEMOS CULPABLES

15. CARTA DE DOROTHY DAY

16. PEREGINACIÓN A MÉXICO

17. PEREGRINACIÓN AL SUR

18. ‘A. J.’

19. RECUERDO A LOS 75

DOROTHY DAY

EXORDIO

DOROTHY DAY FUE UNA ESCRITORA prolífica. Este hecho es, en sí mismo, un milagro, dada la multiplicidad de tareas a las que tuvo que hacer frente en cuanto cofundadora —o “ama de casa”, como ella solía llamarse a sí misma— del Catholic Worker, y como madre y abuela, tanto para su propia familia como para aquellos que se reunían a su alrededor. La relación de Dorothy con la revista Commonweal se extendió desde que ella tenía treinta y pocos años y era madre soltera de una niña, hasta a los setenta y cinco años, cuando era abuela, líder venerada, y santa en potencia. Su primer artículo para Commonweal fue publicado cuando ya era una renombrada novelista y periodista, cuatro años antes de que empezara el movimiento del Catholic Worker y con él su vida pública. Commonweal también desempeñó un papel a la vez decisivo y fortuito en la formación del Catholic Worker cuando su entonces editor general, George Shuster, envió a Dorothy a un campesino francés con algunas ideas sobre la justicia social católica. Se llamaba Peter Maurin, y en el curso de unos meses, Dorothy y Peter habían lanzado el periódico Catholic Worker. Durante los primeros años del movimiento, Commonweal fue conocida por sus donaciones de dinero en épocas de escasez, y por promover encuentros con expertos de renombre, que se dirigían a los trabajadores los viernes por la noche. En cierto sentido, el círculo terminó de cerrarse cuando un miembro del Catholic Worker, Patrick Jordan, fue nombrado editor general de Commonweal.

Los artículos reunidos en este volumen son una pequeña representación de los escritos de Dorothy, pero permiten atisbar mucho de lo que le inspiraba y le movía. A mi modo de ver, los textos más incisivos son aquellos en los que describe a su hija (mi madre) Tamar Teresa. Gracias a ellos, he podido saber algo más sobre mi propia madre y conocer la relación de profunda sintonía que mantuvieron ella y Dorothy a lo largo de sus vidas. Seis de los artículos tienen por protagonista a Tamar (a quien Dorothy llama Teresa). “Guadalupe” es el relato de una peregrinación vista desde los ojos de Tamar a la edad de cuatro años. “Cama” es un cuento, en el que cualquier padre o madre podrá reconocer fácilmente el momento de meter al niño en la cama. Las conversaciones nocturnas con mi madre podían llegar al plano teológico y filosófico, así como a cuestiones relativas a la prosperidad y la pobreza. “Volver a casa” contiene una de mis citas favoritas de mi madre: «Las flores y la hierba, y las cosas, son tan hermosas que hieren mis sentimientos». Esta sola frase supone un indicio encantador de lo que iba a ser Tamar como mujer. Reconozco también la costumbre que tenía Dorothy de cantar All Ye Works of the Lord a Tamar, costumbre que esta mantuvo y desarrolló a fondo, con cada uno de sus nueve hijos.

Al hablar de esos primeros años, Dorothy transmite una percepción de lo que sería, a mi modo de ver, una de sus principales fortalezas como escritora: su capacidad de entrelazar los aspectos personal y familiar con su vida interior, por una parte, y también con otras investigaciones de naturaleza más amplia y profunda. Hay mucho contenido bajo lo que parecen simples descripciones. El retrato íntimo de Tamar recoge también el misterio que puede encerrar una niña pequeña. Las visitas a jardines no solo incluyen los nombres de las flores, sino que evocan los nombres de Maxim Gorky y Charles Dickens. En el contexto de un retrato de la vida en Staten Island, Dorothy escribe sobre el sentido reiterado que tenía —que empezó a manifestarse cuando era niña y que duraría hasta el final de su vida— de la inmensidad de Dios y, a la vez, de los “atisbos del infierno” sin Dios.

Además de estos, son muchos los rasgos de los escritos de mi abuela que para mí resultan enriquecedores y que están representados en esta antología. Sus obituarios y retratos describen a personas que mi madre conoció bien. Su percepción del lugar, vívida y evocadora —ya sea México, Staten Island, la casa del Catholic Worker en Mott Street, o su vecindario en Nueva York— me ayuda a descubrir los elementos de lo sagrado que se pueden encontrar allí donde seamos capaces de mirar. Sus relatos están salpicados de esbozos de retratos, de amigos y extraños, en todos los contextos, de los necesitados de ayuda, y de otros para quienes es demasiado tarde. Me dejan con la sensación de que todos ellos formaban parte de su familia —¡muy poderosa, por cierto!—. Son perlas de su pensamiento y de su observación, bendiciones que proceden de una mirada aguda y al mismo tiempo afectuosa.

Este volumen también proporciona una visión del desarrollo del movimiento del Catholic Worker. Dos meses antes de la publicación del primer ejemplar de esa publicación, Dorothy describe cómo ha ayudado a una familia de nuevos pobres en la búsqueda de apartamento. A medida que la Depresión se hacía más profunda, su escritura se fue focalizando en las vidas de desempleados y subempleados. Ella da testimonio de esas vidas con detalle y claridad, e imagina a continuación lo que supone vivir con tan poco, empezando con la voluntad y el esfuerzo. Esto remite a los primeros años del Catholic Worker, con la cola para la sopa y la casa de hospitalidad. En 1938, cinco años después de su primer encuentro con Peter Maurin, los escritos de Dorothy manifiestan una madurez más profunda que transmite en buena medida a través de las expresiones “obras de misericordia” y “pobreza voluntaria”. Da varias lecciones sobre cómo poner en marcha una casa de hospitalidad, y advierte del peligro de creer que cuando no se tiene capacidad para hacerlo bien, ni siquiera se debe empezar. (Citaba con frecuencia el dicho «Lo mejor es enemigo de lo bueno»). Para Dorothy, las tareas principales eran darlo todo de uno mismo y mantener la fe durante esos trabajos interminables de cocina y limpieza, cuando escaseaban la comida o las camas para seguir adelante. También nos recuerda la intimidad sagrada que encierra el hecho de sentarse juntos a comer.

Dorothy concluye frecuentemente sus instrucciones con una petición de ayuda. Revela algo del tiempo que pasó viajando de un lugar a otro del país, para hablar en público y pedir fondos, alimentos, y voluntarios. Solo su hija y las personas más cercanas supieron lo mucho que le agotaban esas charlas, y lo difícil que resultaba para madre e hija esa separación.

Por supuesto, esta recopilación también es un retrato de la fe de Dorothy. Los santos estuvieron presentes en su vida desde el primer momento, y su compañía fue decisiva a la hora de mantener la fuerza y la fe. La meditación sobre la Virgen María descubre los comienzos de su fe católica, bajo la influencia de dos comunistas y pone de manifiesto cómo, antes de su conversión, Dorothy aprendió a recitar el Rosario con la lectura de un libro. Recurre con frecuencia a la peregrinación, y, al igual que con muchas otras cosas, dándole al término un sentido amplio, que abarca un recorrido en bus por el Medio Oeste, la vida en el Catholic Worker, o una visita a Nuestra Señora de Guadalupe en México.

Hacia 1949, su voz manifiesta un sentimiento heroico de fuerza, visión, y poder. En ese momento, Dorothy se hace las preguntas más difíciles. ¿Hasta qué punto se puede vivir la pobreza voluntaria mientras uno es capaz de hacer lo que hay que hacer? ¿Cómo es posible llamarse católico mientras se contempla la prosperidad de la Iglesia y el lujo en el que viven tantos clérigos? ¿Qué significa ir a la cárcel, y por qué tendría que ir alguien? Y tal vez la cuestión más difícil de todas: ¿Cómo continuar el trabajo emprendido, a pesar de tener un sentimiento incesante de fracaso?

Esta serie de instantáneas, que cubre una parte amplia de la vida de Dorothy, finaliza cuando, a los setenta y cinco años, se ve despojada de muchas cosas —salud, energía y entusiasmo juvenil— y aflora una profunda gratitud. Dorothy Day nos ha legado muchos dones, y el que yo encuentro más excelso es la forma en que me empuja, del modo más amable, a reforzar mi sentido de gratitud. No sé cuál fue el nieto que escribió, en una tarjeta de cumpleaños para Dorothy: «Porque eres muy, muy vieja». Puedo haber sido yo misma, porque era la nieta más pequeña, aunque no lo recuerdo. Hubiera sido muy gratificante verme incluida en esta antología de escritos, pero en todo caso estoy realmente agradecida de haber sido testigo, mediante estos artículos en Commonweal, del paso de Dorothy de ser joven madre soltera de una hija única, a abuela espiritual de una gran multitud.

Kate Hennessy

PREFACIO

DOROTHY DAY (1897–1980) ES CONSIDERADA como una de las personalidades más interesantes y proféticas del catolicismo americano del siglo XX. El papa Francisco hizo alusión a ella en su Discurso al Congreso de los Estados Unidos, el 14 de septiembre de 2015. Nacida en Brooklyn, en el seno de una familia de periodistas no practicantes de su fe, en ella se combinó una búsqueda personal y accidentada de la autenticidad, con una vida llena de idealismo práctico. A los treinta años se convirtió al catolicismo, y desde el primer momento cultivó una profunda estima hacia la Escritura, la vida de oración y la espiritualidad, así como hacia el tesoro sacramental de la Iglesia. En su condición de mujer laica, estadounidense y católica, desplegó toda su habilidad narrativa, su sentido de la historia y su amor a la literatura en servicio del bien común y de la reforma de la sociedad.

En 1933, Dorothy Day y Peter Maurin (1877–1949) pusieron en marcha el movimiento Catholic Worker. Se proponía llevar las implicaciones sociales del Evangelio “al hombre de la calle” por medio de la convivencia con los pobres, la práctica de las obras de misericordia en la vida cotidiana, y la oposición a la guerra y a los interminables preparativos de la sociedad industrial para la ofensiva. Esta posición, peculiarmente laical, iba contra la corriente de buena parte de la sociedad estadounidense, y de las mismas preocupaciones de la Iglesia. Se anticipó a bastantes de los puntos fundamentales que iban a salir a la luz en el Concilio Vaticano II (1962-1965). En realidad, estuvo en Roma dos veces al lo largo del concilio. Durante la última sesión, ayunó y rezó pidiendo que se hiciera una condena en firme de la guerra nuclear y de la matanza indiscriminada de civiles inocentes por parte del ejército. El concilio puso énfasis en estos puntos en su Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, Gaudium et Spes, principalmente en el capítulo 5. Dorothy Day acabó varias veces en la cárcel por sus protestas contra la guerra, y por sus llamamientos a la justicia y a un cambio social hacia la no-violencia.

De todas formas, posiblemente uno de los rasgos más expresivos de su personalidad haya sido su cercanía. Se percibía en ella un enorme aprecio hacia los demás. Transmitía un sentido de gratitud, que hacía que los demás se sintieran bien recibidos y apreciados. Su pan y su sustento cotidianos, a lo largo de una vida agotadora compartida con los pobres, era la práctica de aquello que Peter Maurin llamaba “la primacía de lo espiritual”. Confiamos en que este breve libro, que recopila algunos de sus escritos en la revista Commonweal, entre 1930 y 1973, no solo dé a conocer a sus lectores algunos de sus textos, sino también la riqueza de los fundamentos espirituales que constituyeron la base de apoyo de cuanto hizo y escribió. Su inteligencia y su sabiduría espiritual crecieron más y más con el paso de los años, porque se nutrían de su lectura espiritual cotidiana, de la participación en la Misa, y de sus oraciones, sacrificios y los sufrimientos.

A diferencia de algunos autores de espiritualidad, Dorothy Day no era ni teóloga profesional ni confesor experimentado. El carácter único e inspirador que tienen sus escritos procede de su punto de vista, cándido y laico a la vez, sobre las situaciones cotidianas y las vicisitudes históricas que analiza y afronta. Repetidamente, reconduce a sus lectores al corazón de los Evangelios: a sus desafíos y a la gracia que proporcionan, para valorar las situaciones inmediatas de la vida. Escribe que la vida es una peregrinación, lo cual para ella supuso criar sola a una niña pequeña, liderar un movimiento laico, diferente y provocador, y viajar hasta los extremos más remotos del país, incluso más allá, a menudo en autobuses abarrotados, para presenciar historias y escribir sobre ellas. A todo esto conviene añadir sus esfuerzos para pagar las facturas domésticas y para mantener el contacto con su creciente familia, todo sin tampoco olvidar sus protestas contra la explotación de los trabajadores y de las minorías, y su labor en la promoción de la paz. Claramente, uno de sus legados más duraderos es lo que escribió en ese sentido para inspirar y alentar a sus lectores. Igual que la viuda pobre de Lucas 21, 1-4, ella no se reservó nada. Nosotros hemos de salir y hacer lo mismo. Dorothy Day puede ayudarnos a aprender: un día —cada día— después de otro.

Patrick Jordan