Ulf y Birgitta Ekman

EL GRAN DESCUBRIMIENTO

Nuestro viaje
a la Iglesia católica

Traducción

de Aurora Rice Derqui

EDICIONES RIALP, S. A.

MADRID



Título original:
Den stora upptäckten - vår väg till Katolska kyrkan

© 2015 by Ulf y Birgitta Ekman

© 2018 de la traducción por Aurora Rice Derqui

by EDICIONES RIALP, S. A.

Colombia, 63. 28016 Madrid

(www.rialp.com)

Preimpresión: Jorge Alonso Andrades

ISBN: 978-84-321-4926-9

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Dedicamos este libro especialmente a nuestros cuatro hijos queridísimos. A lo largo de los años, el amor de la familia ha sido nuestra gran alegría y la referencia de nuestras vidas. La familia es un regalo maravilloso de Dios por el que le estaremos eternamente agradecidos.



Índice

Introducción

Prólogo del obispo Anders Arborelius

Introducción de los autores

Capítulo 1 ULF: FRAGMENTOS CATÓLICOS AL FONDO

Capítulo 2 ULF: EL AMANECER QUE PRECEDE A LA REEVALUACIÓN

Capítulo 3 BIRGITTA: MIRANDO ATRÁS Y MIRANDO ADELANTE

Capítulo 4 ULF: JERUSALÉN: INTRODUCCIÓN A LA NOVEDAD

Capítulo 5 BIRGITTA: EL DESEO DE COMPRENDER REALMENTE EL PAPEL DE MARÍA

Capítulo 6 ULF: DE VUELTA EN SUECIA CON PREGUNTAS NUEVAS

Capítulo 7 ULF: SANTOS, MILAGROS Y ENCUENTROS IMPORTANTES

Capítulo 8 BIRGITTA: EL DESEO CRECIENTE DE COMPARTIR NUESTRAS EXPERIENCIAS

Capítulo 9 ULF: ¿QUÉ HAY DEL PAPA Y LA IGLESIA?

Capítulo 10 BIRGITTA: CONVENCIDOS PERO RETICENTES

Capítulo 11 ULF: HORA DE CONECTAR

Capítulo 12 NUBARRONES Y BENDICIONES

Capítulo 13 ULF Y BIRGITTA: ¡POR FIN LLEGAMOS!



INTRODUCCIÓN

Suecos carismáticos, conversos católicos. Podría ser el subtítulo de este libro autobiográfico que cuenta las etapas del descubrimiento del catolicismo por parte de Ulf y Birgitta Ekman. Examinemos cada una de estos términos.

Suecos. Suecia: Socialista. Sensual. Secular. A veces asociamos con la palabra «Suecia» ciertas ideas que responden a la verdad solamente hasta cierto punto, dejando amplio espacio para la paradoja. Por ejemplo, es cierto que Suecia probó brevemente el socialismo en los años setenta, pero luego ha seguido siendo lo que en el fondo siempre fue: una economía de libre mercado. De hecho, el socialismo duro se desvaneció ante las protestas populares. También es verdad que Suecia tiene mucho sex-appeal, pero más del tipo fresco y sano que del decadente. «Tierra de lagom» es como le dicen los propios suecos a su país: lagom significa «lo justo, nada más», y es un término que capta el sentido de la moderación que lleva dentro la cultura sueca. Excesos enloquecidos, no, gracias. Incluso el libertino lo es solamente lagom.

Pero, ¿acaso no es Suecia eso que llamamos secular o secularizada? Sí, es secular, ciertamente, como muchos países coetáneos dentro de la esfera cultural europea, y tal vez más que la mayoría. Solamente una pequeña parte de sus diez millones de habitantes asisten regularmente a cultos religiosos, y relativamente pocos expresan una firme creencia en alguna de las iglesias organizadas cristianas o de otras religiones. Pero, hasta el comienzo del tercer milenio, Suecia fue un estado confesional. Incluso ahora, la Iglesia de Suecia, luterana, conserva un lugar especial en las leyes de la nación. Una gran mayoría de ciudadanos suecos se bautizan como luteranos, y muchos se confirman en la Iglesia de Suecia. Muchos días no laborables van acordes con el calendario cristiano, entre ellos el día siguiente a la Navidad, el lunes de Pascua, el Viernes Santo y la Ascensión (en jueves). Aunque respondan más al entusiasmo sueco por el descanso, las fiestas cristianas siguen presentes en la memoria colectiva. Las iglesias medievales se mantienen. Los suecos no olvidamos del todo que hemos sido un país cristiano, incluso católico. Un ejemplo lo tenemos en el vivo interés despertado por la visita de Juan Pablo II a Suecia en junio de 1989, y por la reciente visita del Papa Francisco en noviembre de 2016. Otro, en el interés que sigue suscitando santa Brígida de Suecia, casada también con un Ulf. En años recientes han salido libros sobre su vida, traducciones de sus obras e incluso novelas y obras teatrales centradas en ella. Como descubrirá el lector, todo ello tuvo que ver en el descubrimiento de la Iglesia católica por parte de Ulf y Birgitta Ekman.

Quien visite una iglesia luterana sueca, sobre todo las de época medieval o barroca, se dará cuenta inmediatamente de la diferencia entre el luteranismo sueco y la versión alemana, mucho más dura. Algunas de las iglesias más conocidas pueden parecer católicas, con sus frescos, pinturas, velas votivas e incluso imágenes de la Virgen María. La Iglesia de Suecia es lagom luterana, aunque los ciudadanos suecos no pudieron convertirse legalmente al catolicismo hasta 1873, y la libertad religiosa se contempló en la ley sueca por primera vez en 1951.

Carismáticos. Las iglesias libres, esto es, denominaciones protestantes distintas de la Iglesia de Suecia, surgieron ya en la primera mitad del siglo xix, pero los suecos que emigraron a los Estados Unidos empezaron, a finales de ese mismo siglo, a llevar de vuelta a Suecia otras formas de experiencia religiosa. Ese fue el origen del movimiento pentecostal de comienzos del siglo xx. Un giro inesperado en la religiosidad sueca de años recientes ha sido el interés, entre algunos carismáticos y pentecostales, por la historia primitiva de la Iglesia, y los Padres de la Iglesia; otro ha sido su colaboración con los católicos en diferentes contextos; por ejemplo, el obispo católico de Estocolmo, el cardenal Anders Arborelius, autor del prólogo de este libro y converso él mismo, colabora con Sven Gunnar Hedin, pastor de la mayor congregación pentecostal de la capital.

Católicos. La palabra ha significado desde su origen no solamente «universal», sino, más exactamente, «unidad en la universalidad». Como fundadores de un movimiento carismático que además se extendió rápidamente y con éxito, bajo los focos de los medios de comunicación suecos, tan secularizados, Ulf y Birgitta tuvieron que enfrentarse a temas prácticos de unidad, sucesión y organización. La evolución de su congregación carismática ilustra la necesidad de una eclesiología sólida incluso dentro de la religión «desorganizada». Esta necesidad forma parte de la explicación de lo que atrajo a Ulf, antes anticatólico, al catolicismo.

Conversos. Algunos se horrorizarán: «¡Otra historia de conversión!». ¡Como si todas las historias de conversión fuesen iguales! En las Confesiones de san Agustín y en la Apologia pro vita sua de John Henry Newman; en La montaña de los siete círculos de Thomas Merton y en La brillante oscuridad de la noche de Sally Read, publicado el año pasado, y también en este libro, encontramos relatos en primera persona de descubrimientos espirituales y teológicos. Los que huyen de las autobiografías reflexivas y profundas, como la presente, se están privando de conocimientos importantes sobre la plenitud de la experiencia humana. A otros les parecerá mal el término «conversión» referido al que pasa de ser carismático protestante a católico, y a estos les digo que sigan leyendo y le den una oportunidad al libro.

En el subtítulo que propongo para el libro he utilizado el plural, carismáticos y conversos, porque contiene no una sino dos historias de conversión, íntimamente imbricadas, las de unos esposos que realizan juntos el camino hasta Roma. La historia de Ulf y Birgitta Ekman ofrece imágenes inesperadas de la Suecia de hoy. Ulf Ekman combina en su biografía secularismo sueco, luteranismo y fe carismática de estilo americano. Su familia era de clase trabajadora, secularizada, y Ulf halló la fe en Cristo de joven; se ordenó pastor luterano y fundó un conocidísimo movimiento carismático, Livets Ord (Palabra de Vida). Aparte de la parroquia de Livets Ord en Upsala, capital espiritual de Suecia, con más de tres mil miembros, Ulf fundó una serie de congregaciones, con notable éxito en Europa del Este, Rusia incluida. Birgitta, hija de misioneros suecos en la India, de familia ecuménica en el sentido de pertenecer a la Iglesia de Suecia pero también a la iglesia libre, no era solamente la esposa de Ulf, sino también su colaboradora más fiel en su labor pastoral. Para muchos de nosotros que, a lo largo de los años, observamos su trayectoria desde el pentecostalismo hacia el catolicismo, en medio de la sociedad sueca, tan secularizada —porque era observable desde fuera, debido a la posición de Ekman como dirigente de una congregación muy pública que fundó escuelas, periódicos e incluso un lobby político de derecho a vivir—, su historia fue y sigue siendo verdaderamente extraordinaria.

Es posible que esta historia de conversos católicos en la Suecia secularizada resulte especialmente atractiva para los que ya son católicos creyentes, pero espero que los hermanos protestantes de Ulf y Birgitta Ekman también la lean, pues presenta a un pastor y su esposa que se enfrentan a problemas muy reales de eclesiología, malentendidos teológicos, anhelos sacramentales y la urgente llamada a la unidad de los cristianos.


Denis Searby,

catedrático de griego antiguo

de la Universidad de Estocolmo



PRÓLOGO

del obispo Anders Arborelius

El Papa Juan Pablo II visitó Suecia en 1989. La visita fue una revelación para muchos suecos, que a partir de ahí empezaron a sacudirse siglos de adoctrinamiento y prejuicios anticatólicos. Este Papa, recientemente canonizado, despertó el respeto y la confianza de los suecos. Pero no todos: estuve presente cuando el Papa celebró la misa en Vadstena para jóvenes católicos de todos los países nórdicos. Durante gran parte de la celebración se oyó en la distancia a los miembros del grupo Maranatha que coreaban su odio. También habló en contra de la visita del Papa el pastor Ulf Ekman, de la congregación Palabra de Vida en Upsala. El ingreso de ese mismo Ulf Ekman y su esposa Birgitta en la plena comunión de la Iglesia católica, veinticinco años más tarde, causó sorpresa e incomprensión. Mucho puede ocurrir en un cuarto de siglo. Este libro es el testimonio de ese matrimonio, dos personas irrepetibles, que juntos, pero con todo el respeto cada uno por la integridad del otro, se sometieron a un hondo y exigente proceso de prueba y conversión. Eran y son dos personas con un profundo anhelo de la verdad, nada más. No tenían nada que ganar al hacerse católicos; todo lo contrario. Toda su historia, y la importante posición que habían alcanzado en sus vidas, contradecían ese paso que dieron con tanta decisión. Hubo reacciones fuertes y agresivas, y no infundadas. La conversión al catolicismo de un dirigente de la iglesia libre1, muy apreciado por muchos y cuestionado por otros, despertó fuertes reacciones en nuestro país; cuando miles de católicos inmigrantes abandonan su fe por otra, nadie se entera.

¿Cuál fue el comienzo de este camino? Es importante comprender que ha sido un proceso muy largo y complejo, una búsqueda entregada de toda la verdad revelada en Jesucristo y depositada, según nuestra creencia, en la Iglesia católica. El lector verá el poder de Dios que atrae a las personas de distintas maneras, por el quedo murmullo del Espíritu Santo, que desea abrir nuestros corazones a todo lo que quiere darnos. Paso a paso, Birgitta y Ulf describen este viaje de descubrimiento del tesoro de la tradición cristiana. Santa Brígida desempeña un importante papel en el comienzo del proceso. «Muéstrame la verdad y dame voluntad para caminar en ella».

Las palabras proféticas de santa Brígida se cumplen hoy verdaderamente en la vida de su homónima. Parece señal innegable del sentido del humor divino que ambas Brígidas fueran bendecidas con un esposo llamado Ulf. De nuevo hemos de señalar que este libro no es solamente de Ulf Ekman, sino también de Birgitta. Por eso precisamente es tan único. Las historias clásicas de conversión como las Confesiones de san Agustín, el Libro de la vida de santa Teresa de Jesús, o la Apologia pro vita sua de John Henry Newman, son obras de personas individuales, como también la recién publicada Peregrinación de Lars Skytte, converso del siglo diecisiete. También me han llamado la atención los paralelismos entre la búsqueda de Ulf y Birgitta y la de otra pareja, Raissa y Jacques Maritain.

Entonces, ¿qué llevaría a estas dos personas a peregrinar a la Iglesia católica? Ulf y Birgitta describen de forma amena a aquellas personas —tanto amigos celestiales, especialmente la Virgen María, como otros que viven todavía aquí en la tierra— y verdades que los impulsaron en su caminar. En muchos aspectos, el tiempo que pasaron juntos en Tierra Santa fue decisivo. Fue allí también donde yo conocí a Ulf Ekman, en Notre Dame, el centro del Vaticano en Jerusalén. Tal vez no nos resulte llamativo el hecho de que justamente en la tierra donde vivió Jesús, y donde todo nos habla de la tradición cristiana, se encuentre la fe católica. Al mismo tiempo, todos los que visitan esta tierra saben también que allí se encuentran la debilidad y la división en toda su cruda realidad. Esto también forma parte del punto de vista católico, universal. Dios no abandona a su Iglesia. Por mucho que hagamos los católicos para conseguirlo, con nuestros pecados y fracasos, el Señor no permite que velemos la verdad, la belleza interior, de la Iglesia. Pero hace falta una honda fe para aceptarlo. En Tierra Santa, la profunda continuidad y unidad con nuestras raíces en la Antigua Alianza también están claras. Son una parte integral de la Tradición con mayúscula, y cuando uno empieza a aceptar esta verdad de nuestra fe, entonces lleva un buen trecho recorrido en la realidad católica.

Paso a paso, los Ekman hicieron su viaje de descubrimiento del catolicismo. El diálogo entre ellos es uno de los mensajes más importantes del libro para esta época tan individualista. Estamos muy acostumbrados a que la vara de medir siempre sea el individuo. Al mismo tiempo, anhelamos la comunión, desde lo más hondo de nuestro ser, pero estamos centrados en nosotros mismos. La búsqueda comunal de la verdad como diálogo con otro es un clásico de la tradición cristiana: no hay más que recordar las disputationes de la Edad Media. Pero en el mundo de hoy hemos perdido esta perspectiva. Por eso es tan emocionante ver cómo Ulf y Birgitta se van pasando sus descubrimientos sobre la Iglesia católica: los sacramentos, María, el Papa. Esta parte del proceso es ciertamente decisiva. Creo que muchos que buscan se quedan a mitad de camino porque no tienen con quién dialogar. La fe crece en comunidad. Somos imagen del Dios Trino, y nuestro camino de entrada a la plenitud de la fe no es solamente algo individual; no se descubre la comunión de la Iglesia a solas. Aquí vemos verdaderamente que juntos es posible crecer en la comunión de la Iglesia.

Entonces, ¿qué hemos de hacer, cuando nos damos cuenta de que creemos verdaderamente que la fe católica es la verdad que Jesús ha legado a la Iglesia? Pues bien, según la creencia católica, tenemos la obligación de dar el paso a la plena comunión visible con la Iglesia católica. La fe es cuestión de verdad y salvación. Una de las afirmaciones más estrictas del Concilio Vaticano Segundo lo confirma: «Por lo cual no podrían salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Iglesia católica fue instituida por Dios a través de Jesucristo como necesaria, sin embargo, se negasen a entrar o a perseverar en ella»2. Hay quienes reaccionan con vehemencia ante esto; no suena nada ecuménico ni tolerante. Pero es una exigencia estricta: la persona que ha descubierto y comprendido que Dios ha instituido la Iglesia católica para nuestra salvación, y le ha confiado la misión de proclamar y conservar la verdad revelada, ha de pertenecer a ella. En realidad es un hecho evidente para cualquier persona lógica y pensante; sin embargo, es muy difícil que lo acepte nuestra época relativista y supuestamente tolerante. Para el que desee ser católico, comprenderlo es una condición indispensable. Uno no se hace católico por motivos emocionales, por la hermosa liturgia ni por los santos maravillosos ni por la preciosa espiritualidad. Estas cosas nos pueden atraer a la Iglesia, pero al final la decisión se reduce a la cuestión de la verdad y la salvación. Cuando se comprende esto, entonces, solamente entonces, es tiempo de ser recibido plenamente en la comunión católica. Birgitta y Ulf lo comprendieron, y por eso tuvieron que dar ese paso, aunque toda su vida y el ambiente en que vivían estaban en contra.

Al mismo tiempo, a muchos les resulta difícil ver que la Iglesia católica da una gran importancia al ecumenismo. Piensan que el hecho de que la Iglesia afirme que la plenitud de la verdad y la salvación se le ha confiado de manera única constituye más bien una falta de humildad. Sin embargo, esto significa también que la Iglesia desea crecer en la unidad del amor con aquellos que, en mayor o menor grado, comparten la misma verdad y están llamados a la misma salvación. Nosotros, como católicos, nos regocijamos realmente por todo lo que nos une a otras iglesias y confesiones. Aquel que se convierte al catolicismo no debe hacerlo porque esté descontento con su iglesia anterior. Forma parte del proceso de conversión reconciliarse con, y dar gracias a, la iglesia en que uno recibió el bautismo y que le dio la fe cristiana. El converso que habla mal de su iglesia anterior, o la mira con desprecio, no ha dado aún el paso definitivo a la unidad cristiana, y existe el riesgo de que, antes o después, se quede fijo en la misma actitud negativa hacia la iglesia a la que se ha unido. Eso no significa que uno se ciegue a lo que falta en las iglesias no católicas, pero, ¿cómo pueden tenerlo y comunicarlo todo, si han roto con la unidad plena? Hemos de alegrarnos por todo lo que hay de verdadero y genuino en estas iglesias. Esta actitud también está clara en este libro. Es posible que algunos lectores esperen palabras críticas y duras contra la congregación Palabra de Vida. ¡Qué equivocados están! Aquí vemos que Ulf y Birgitta han asumido la postura católica del ecumenismo. Agradecidos, miran atrás a todo lo bueno que recibieron de Palabra de Vida. No les corresponde reprender ni interrogar a su antigua congregación. Creo que los miembros de Palabra de Vida también lo entienden así. Me impresionó mucho el hecho de que muchos líderes de Palabra de Vida quisieran estar presentes cuando Birgitta y Ulf fueron recibidos en la plena comunión con la Iglesia, en la capilla de las Hermanas Brígidas de Djursholm.

Como converso a la Iglesia católica, uno puede participar en la plenitud de la fe que ella guarda y conserva; para el que es recibido, esta suele ser la impresión primera y más abrumadora. Pero uno trae también consigo algo de su iglesia anterior que puede compartir con los demás. Eso a veces se olvida por el camino. Por eso me parece de suma importancia mirar más de cerca esta cuestión. En el plano meramente global, hemos visto que la Iglesia católica y las iglesias más pentecostales se están aproximando. Como en todo diálogo, es siempre cuestión de toma y daca. ¿Qué podemos recibir los católicos de estas iglesias? A escala mundial, vemos que muchísimos católicos, no solamente en América Latina sino también en Europa, se están pasando a las congregaciones más pentecostales y carismáticas. Es evidente que allí encuentran algo que echan en falta en nosotros, algo tal vez que nosotros mismos hemos olvidado, o no hemos sido capaces de desarrollar: una relación más personal con Jesús, dedicación y energía para las misiones, una predicación más bíblica y profunda, más participación seglar, un anhelo de los Dones del Espíritu. Parece que para algunos católicos, la conversión de Ulf y Birgitta nos lleva tal vez a pensar más en esta necesidad dentro de la Iglesia. De hecho, han llegado invitaciones para nuestros neófitos desde distintas partes del mundo donde esta conversión ha atraído más atención, ha despertado un interés mayor incluso que en Suecia; por ejemplo, en Kazajistán y en Etiopía. Este elemento más profético y carismático de nuestra fe necesita fortalecerse de distintas maneras. El plan de la Divina Providencia, y por ende nuestra responsabilidad como católicos, implica ser obedientes y clarividentes, para poder seguir las inspiraciones y los impulsos del Espíritu.


Anders Arborelius, O.C.D.

6 de agosto de 2015,

Festividad de la Transfiguración


1 Iglesia protestante, no luterana, de los países nórdicos.

2 Lumen Gentium II, 14.



INTRODUCCIÓN

Amable lector:

En este libro contamos la historia de un largo viaje, nuestro viaje de aproximación y entrada a la Iglesia católica. Contamos nuestras experiencias personales, y los acontecimientos que compartimos por el camino. Cada uno lo cuenta desde su punto de vista.

Ha sido maravilloso poder escribir juntos este libro, que trata de una de las decisiones más importantes que hemos tomado juntos: la de hacernos católicos. Siempre hemos trabajado juntos, en especial al escribir. Esta colaboración nos viene muy bien: qué bueno es poder hablar las cosas, comprobar los datos, y sobre todo atrevernos a la respetuosa crítica mutua.

En este libro describimos los años previos a nuestra decisión, años intensos, llenos de duro trabajo en nuestra iglesia libre y sus misiones lejanas. Estos años fueron ricos en experiencias maravillosas, pero en este libro nos centramos principalmente en lo que nos llevó por fin a la fe católica.

Los capítulos que son un poco más teológicos no constituyen un estudio exhaustivo de los puntos teológicos. Describimos brevemente los temas que más nos interesaron y desafiaron y fueron decisivos en nuestra elección, pero no ofrecemos un listado completo y apologético de todos los motivos.

Esperamos que este libro pueda beneficiar a católicos y protestantes. A los que sois protestantes, queremos deciros que esperamos que tengáis una mente abierta, que sintáis curiosidad por la manera en que los católicos ven realmente su fe y su Iglesia —como hicimos nosotros, con el tiempo—. Al lector católico queremos decirle que esperamos que le resulte interesante ver cómo dos líderes protestantes pudieron hacer este camino a la Iglesia católica.

Sobre todo, esperamos que este libro aporte gozo y ánimo a todos los lectores, y que de alguna manera les conduzca a un mayor amor por Jesucristo, y a un descubrimiento y una apreciación renovada de la hermosura de su Iglesia.

Muchas gracias a ediciones Catholica y a Sara Fredestad, por ofrecernos la posibilidad de publicar nuestra historia y por sus importantes sugerencias, que han hecho posible este libro.

Ulf y Birgitta Ekman

Upsala



CAPÍTULO 1

Ulf:
Fragmentos católicos
al fondo

Me encontraba en el despacho de Sali Berisha, presidente electo de Albania. Era abril de 1992, y visitaba el país por segunda vez en poco tiempo.

Mi primera visita había sido en septiembre del año anterior, cuando participé en algo increíble. Era pastor de Palabra de Vida, una gran iglesia libre sueca que trabajaba extensamente en misiones en la antigua Unión Soviética. Habíamos obtenido permiso del régimen comunista para presentar un intercambio cultural que consistía en un gran evento público cristiano en el estadio de Tirana. Nos acompañaba la cantante sueca Carola Häggkvist, que venía de ganar el concurso de Eurovisión, junto con el gran coro de Palabra de Vida, y yo tuve la magnífica oportunidad de predicar el Evangelio de Jesucristo ante un público de veinte mil personas. Tras duras negociaciones, habíamos conseguido permiso para realizar una emisión de dos horas en la televisión albanesa, controlada por el Estado. Era la primera vez que ocurría algo parecido en aquella nación rigurosamente comunista.

La convocatoria en el estadio de Tirana fue para mí una experiencia poderosa y abrumadora. Pero también conmovió a miles de personas en Albania, que por primera vez pudieron oír hablar abierta y públicamente de Jesucristo. Muchos abrieron sus corazones a Jesús y decidieron seguirle. Durante muchos años oí testimonios de lo que había ocurrido aquella noche en el estadio de Tirana, y delante de los televisores de la nación.

Ahora habíamos vuelto a Albania, donde acababa de caer el régimen comunista. En el despacho del presidente electo se encontraba conmigo su secretario, un hombre mayor, feliz. Notaba que estaba deseando hablar conmigo. Era alto y delgado, un anciano gris, y su ropa estaba marcada por la pobreza que reinaba tras el Telón de Acero. Se me acercó y me dijo con alegría, en un inglés dificultoso: «Yo también soy católico». Era evidente que estaba encantado de conocer a un hermano en la fe. Me sorprendieron sus palabras, pero también su gozo radiante.

Para el secretario, la libertad religiosa ya era un hecho; había sobrevivido a la larga tiranía de un régimen brutal. Hubo muchos más que jamás vieron la llegada de la libertad: fueron asesinados, o languidecían en prisión bajo la opresión comunista. Este durísimo régimen había criminalizado incluso el hecho de pronunciar el nombre de Jesús, y se jactaba de ser el primer país ateo del mundo.

Pero mi reacción al risueño saludo de aquel anciano católico tuvo que ver con otra cosa. En un instante vi en mi mente grandes partes de la historia de la Iglesia. Yo era protestante, claro, y no católico, y no sabía cómo contestarle. El luteranismo, los metodistas, los baptistas, los pentecostales, los movimientos carismáticos, los de fe: pasaron revoloteando en un momento todas estas variantes del cristianismo, y me vi como sentado en la ramita más alejada y más alta de un gran árbol. Allí estaba, meciéndome un poco al viento, envuelto en una controversia interna acerca de las diferentes manifestaciones del don de lenguas. Era una sensación curiosa.

Comprendí que sería inútil explicárselo al hombre que tenía delante. ¿Cómo hacerle entender que no era católico, sino de una organización llamada Palabra de Vida? La división de la Iglesia se me hizo meridianamente clara, en toda su realidad palpable. En aquella fracción de segundo vi que, en plena tarea misionera fructífera, me encontraba completamente alejado del centro del cristianismo. Formaba parte de la trágica división del Cuerpo de Cristo. Conque le devolví la sonrisa, un poco avergonzado, le miré a los ojos y dije simplemente: «¡Encantado de saberlo, hermano!». Me resultaba imposible decir otra cosa.

A partir de ese momento, de ese momento precisamente, algo empezó a inquietarme sin tregua; y tenía que ver con la Iglesia católica. Estoy convencido de que esa experiencia inesperada fue el momento de inicio que me vapuleó, me despertó, y luego me llevó paso a paso hacia la plena comunión con la Iglesia católica. Pero la semilla que sembró aquel hombre tardaría veintidós años en alcanzar la madurez.

Entonces, ¿en qué había consistido mi experiencia y mi contacto con la Iglesia católica, durante los años anteriores? Al mirar atrás, veo que estaba prácticamente ausente de mi conciencia. Crecí en un ambiente secularizado de clase trabajadora en Gotemburgo, y simplemente no tuve contacto alguno con católicos, ni con otros cristianos apenas. La fe católica no entraba en mis pensamientos.

Recuerdo unas fotos en un manual de historia, que mostraban el santuario de Lourdes. Recuerdo vagamente el Concilio Vaticano Segundo, algunos pontífices que se mencionaban brevemente en televisión, y fotos del Papa Juan XXIII, que inauguró el Concilio. Recuerdo los comentarios críticos de una maestra en clase de religión, referidos sobre todo a la doctrina católica en cuanto a la sexualidad; ella criticaba el hecho de que en el mundo moderno existieran personas que no entendían las ventajas de la contracepción; para los suecos laicistas resultaba incomprensible. En 1968, el Papa Pablo VI se pronunció en contra de los anticonceptivos, y los ataques contra él corrieron como la pólvora en los medios de comunicación occidentales. En mi mundo izquierdista de Gotemburgo apenas había nadie que quisiera ni pudiera comprender el punto de vista del Papa.

Recuerdo muy bien una sola visita espontánea, con un amigo, a la Iglesia católica de Cristo Rey de Gotemburgo, a finales de los años sesenta. Era una tarde triste y no teníamos nada que hacer. Entramos con cuidado y nos sorprendió una amable señora que nos explicó pormenorizadamente lo que veíamos en torno al altar. Pasado un rato nos cansamos; nos fuimos escabullendo hasta la puerta y desaparecimos. En el periódico de mi tía leí un artículo sobre un joven sueco que se había metido a monje en algún lugar de Europa; aquello me dejó perplejo. Me resultaba imposible entender tan curiosa decisión, la de dejar todo lo que tiene este mundo de emocionante para encerrarse en un monasterio.

Hasta ahí llegaban mis impresiones fragmentadas de la Iglesia católica durante mi adolescencia.

Mi madre se educó en una familia luterana, y poseía un hondo sentido del cristianismo. Su padre, un hombre profundamente religioso, fue sacristán. Mi padre era crítico con la fe institucionalizada, y estaba siempre dispuesto a hablar de los escándalos de la iglesia luterana. En fin, me bautizaron al nacer, como a casi todos los suecos entonces. En mis primeros años de escuela recibí de los maestros buenas impresiones de la fe, así que fui bastante abierto, hasta mi confirmación luterana a los quince años. El resto de mi adolescencia fue bastante inquieta, y poco a poco me volví más crítico, aunque nunca llegué a llamarme ateo.

En ese sentido era como la mayoría de los jóvenes laicistas de los años sesenta: sin conocimientos, sin interés, con prejuicios. Esa era mi actitud hacia la mayoría de las cosas que tuvieran que ver con la fe cristiana. El cristianismo me parecía algo pasado de moda, conservador y supersticioso, y la fe católica, que durante siglos estuvo prohibida en Suecia, me parecía ajena a mis horizontes, desconocida, extraña, un poco terrorífica.

Pero entonces, a finales de mayo de 1970, Jesús entró en mi vida. Un amigo mío se hizo cristiano de pronto, lo cual me sorprendió muchísimo. El cambio en su vida me afectó profundamente, y procuraba evitarlo porque ahora me ponía nervioso. Pero cierto día me encontraba en su piso y me pidió permiso para rezar por mí. Cuando empezó a rezar me sentí incomodísimo y salí corriendo. De camino a casa, en el tranvía, oí en mi interior las palabras «Tus pecados pueden ser perdonados» una y otra vez. Vino sobre mí una honda convicción. Comprendí que solamente Jesús podía ayudarme. Cuando llegué a casa me fui a mi habitación, caí de rodillas y pedí a Jesús que perdonase mis pecados y fuese mi Señor y mi Salvador. A partir de aquel momento me llamé cristiano.

Aquel verano fue un tiempo revolucionario, maravilloso e intenso. Descubrí a Jesús, y empecé a conocerlo. Gracias a mi fe en él, mi vida tuvo un nuevo comienzo, y quise seguirlo. Todo en mí cambió, hasta el fondo de mi ser. Ser cristiano era radicalmente diferente a como lo había percibido antes, y es verdad que tenía la sensación de llegar a casa. Respondía a algo en lo más hondo de mí. El amor de Dios estaba tangiblemente cerca, era algo tan concreto en mi vida que no me podía resistir. Lo antiguo había pasado verdaderamente, para dar paso a algo completamente nuevo.

Resolví las diversas digresiones de mis años adolescentes y el espíritu de finales de los sesenta, el movimiento izquierdista y la ola hippy a los que pertenecí durante unos años. Las distintas partes tan dispares de mi vida, mis intereses y mis talentos encajaban por fin unos con otros para formar un todo. De repente la vida tenía un significado, un contexto con un valor y una función. Ser una persona entera, un ser humano, llegar a casa y ser hijo de Dios por Cristo, en Cristo y con Cristo, era experimentar abrumadoramente la gracia de Dios. Fue una experiencia que me transformó y luego me acompañó a lo largo de los años. La alegría y la seguridad en Dios eran los sentimientos fundamentales que me recorrían, y desde entonces me han seguido acompañando en toda mi vida.

La fe que encontré en aquel tiempo tenía una dimensión en que los cristianos de muchas iglesias se reunían para rezar, leer la Biblia y evangelizar. Casi todos eran creyentes de la iglesia libre, cálidos, unidos más allá de las divisiones entre las iglesias. Había gente de la Iglesia luterana de Suecia y de los nuevos movimientos carismáticos que entonces inundaban el mundo. Para mí era un mundo nuevo y emocionante, cuya existencia no habría imaginado unos meses antes. Este nuevo mundo se abrió para mí cuando yo me abrí a Cristo.

Mi vida de cristiano continuó durante mis años universitarios en Upsala. Fue a comienzos de los setenta, cuando muchos jóvenes cristianos no se preocupaban mucho por las distintas iglesias. Lo importante era amar a Jesús. Claro que no era así en todo el cristianismo sueco, pero este fue el ambiente cálido y espiritual que me acogió, y estoy muy agradecido. Ocupaba el tiempo libre con la evangelización estudiantil y los estudios bíblicos en una organización estudiantil evangélica, los Navegadores. Esto me aportó estabilidad, enfoque, disciplina y raíces en mi vida cristiana. La Biblia se convirtió para mí en un libro vivo y totalmente fascinante que me acostumbré a leer a diario, costumbre que aún conservo.

Tras terminar la licenciatura de filosofía empecé a estudiar teología. Comencé a considerar en serio la idea de ser sacerdote de la Iglesia luterana de Suecia. Sin darme cuenta, la Iglesia católica también se me acercaba paso a paso. Algunos estudiantes de teología hicimos una visita a la parroquia católica de san Lars en Upsala. Me resultó interesante aunque todavía un poco ajeno, pese a que ya era cristiano. Tampoco contaba con una buena base en cuanto a la Iglesia sueca. Ciertas partes de la liturgia me llegaban, pero seguía resultándome un poco rígida y formal. Simplemente no estaba acostumbrado a asistir a una iglesia litúrgica: desde mi punto de vista evangelizador, extrovertido y más tipo iglesia libre, creía presuntuosamente que la liturgia era algo innecesario y sofocante.

Pasados unos años, me llevaron unos amigos a san Ansgar, una iglesia luterana «alta» a la que asistían muchos estudiantes. Allí fue donde empecé a comprender, apreciar y adentrarme en la misa, con su riqueza de significados. Pero no llegué a sacar más conclusiones, aunque algunos amigos sí lo hicieron, de manera que para ellos se convirtió en un escalón hacia la Iglesia católica. Yo estaba demasiado influido por el evangelicalismo y el movimiento carismático como para que me afectaran estas inspiraciones. Prefería más bien andar evangelizando, hablando de Jesús a los estudiantes, explicando y defendiendo el Evangelio, y al mismo tiempo asociándome y rezando con otros en grupos de oración.

Sin embargo, visitaba regularmente Koinonia, una comunidad estudiantil de la Iglesia alta1 luterana donde se acostumbraba a celebrar la misa. Allí miraban con buenos ojos a la Iglesia católica. De este grupo surgió un monasterio luterano en Östanbäck donde los monjes seguían la regla de san Benito. Yo sentía un gran respeto por Caesarius Cavallin, maestro mío y ahora abad de esta pequeña comunidad, pero nunca fui a visitarlos durante mis años universitarios. Me llegaban impulsos católicos desde distintas direcciones, pero no era capaz ni de entenderlos ni de responder a ellos.

En mis estudios teológicos a veces entraba en contacto con enseñanzas católicas de mucha calidad. Estudiábamos la Introducción al cristianismo de Joseph Ratzinger, que me fue de gran provecho; además leí, entre otras cosas, los cuatro diarios del Concilio Vaticano II (1962-65) de Gunnel Vallquist. Eran libros cautivadores, pero me servían más de orientación espiritual y cultura general que como guía directa. No obstante, el conocimiento de este Concilio tan revolucionario fue una semilla que algún día daría fruto en mí.

En la Pascua de 1976 fui a Roma con un amigo; pasamos una semana paseando y viendo la ciudad. No podíamos permitirnos muchas de las excursiones que se pagaban aparte, así que nos dedicamos a ver Roma por nuestra cuenta. Sin embargo, fue un viaje muy enriquecedor. El mejor momento fue la Vigilia Pascual, cuando conseguimos entrar en la Basílica de san Pedro. Me resultaba increíble el entusiasmo que despertó en los fieles la entrada del Papa Pablo VI en la silla gestatoria. Hubo una explosión de júbilo por parte de las monjas, y la alegría llegó hasta el techo de la basílica. Recordé que fue este Papa el que había despertado tanto odio al hablar en contra de los anticonceptivos en 1968. Resultaba muy distinto verlo ahora tan cerca, y experimentar el amor que le tenían los fieles en lugar de la agresividad que se le profesaba entre la izquierda. Pero parecía cansado. Estaba enfermo y no viviría mucho más, pero saludó a todos con paciencia y bondad. Me impresionó vivamente. Por desgracia tuvimos que marcharnos pronto, para volver al hotel antes de que cerraran la puerta. Cuando salimos, sonaban las campanas en la Plaza de san Pedro. Sentimos mucho tener que irnos.

Llevaba varios años pidiéndole a Dios una esposa. Tras seis años en la Universidad de Upsala, estaba deseando que apareciera. Cierto día, poco después de volver de Roma, un sacerdote me invitó a un retiro. Mientras hablábamos del Espíritu Santo en la Biblia llegaron unos invitados; entre ellos había una muchacha que me llamó inmediatamente la atención. Era Birgitta. Luego daríamos un paseo, y descubriríamos nuestros intereses y proyectos. Era hermosa, bondadosa e inteligente, y amaba al Señor. Me enamoré perdidamente. En diciembre de ese mismo año de 1976 nos casamos. Qué feliz me sentí.

1 El término «Iglesia alta» hace referencia al mayor acercamiento a los ritos y signos externos propios del catolicismo.