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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Muriel Jensen

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Los límites del deseo, n.º 122 - septiembre 2018

Título original: Man in a Million

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-900-7.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Paris O’Hara se sintió seriamente tentada de salir corriendo en dirección contraria. No estaba siendo desagradable, se dijo a sí misma, sino tomando el control de su vida, ordenando todas las piezas. Si los sentimientos de Randy Sanford eran heridos en el proceso, ella no tenía la culpa. Tenía que dejarle clara su postura.

Toda la culpa era de Addy Whitcomb. Si esa mujer no estuviera tan decidida a emparejar a todos los hombres solteros que trabajaban para Whitcomb’s Wonders, la empresa de su hijo, con todas las mujeres solteras de Maple Hill, Massachussets, Paris no estaría escondiéndose detrás de su taxi.

Acababa de asomarse por la esquina y había visto a Randy Sanford en el camino que llevaba al parque de bomberos, limpiando la ambulancia roja y blanca con la que acudía a las emergencias con su compañero.

Paris se asomó otra vez desde detrás de la esquina. Ésa era su oportunidad. Estaban equipando uno de los camiones de bomberos y el otro lo estaban usando para hacer una demostración en la escuela elemental. Quitando a unos cuantos bomberos que se entrenaban en la otra parte del edificio, su objetivo estaba solo.

Paris cuadró los hombros, le dio la vuelta a la esquina y se acercó a él.

—¿Randy Sanford? —preguntó.

Él abrió la boca para responder, pero entonces levantó el dedo índice con un gesto que quería decir «espera un momento» mientras cruzaba el camino y cerraba la llave del agua. Ella lo siguió.

En cuanto él se apartó de la boca de riego, Paris le tendió la mano y le dedicó una cálida sonrisa.

—Hola, soy Paris O’Hara. Nunca nos han presentado formalmente, pero Addy Whitcomb ha estado intentando emparejarnos desde hace meses. Me disculpo en su nombre por haberte hecho pasar por todo aquello. Lo hace de buena fe, por supuesto, pero está tan convencida de que un hombre no puede vivir sin una mujer y viceversa, que no entiende la palabra «no» cuando la oye, y te aseguro que se la he dicho unas cuantas veces.

Mientras él la miraba detenidamente, Paris se dio cuenta de que tenía unos bonitos ojos castaños y una cara bastante dulce. Lo siguió hasta la ambulancia y lo vio rodear el vehículo, asomarse por la ventanilla abierta y apagar la música que sonaba.

Se volvió hacia ella y abrió la boca para contestar, pero Paris se adelantó, pensando que lo último que había dicho no había sonado muy halagador, y temía que la malinterpretara.

—No es que tenga nada contra ti, y veo que tú también has estado resistiéndote a sus esfuerzos por emparejarnos, porque sé que aquella vez que nos invitó a cenar a su casa y yo no sabía qué excusa dar, tú te echaste atrás —él la miró confuso y Paris se aclaró la garganta—. Mira, la verdad es que está claro que no quieres tener una cita conmigo más de lo que lo deseo yo.

Él parpadeó, cruzó los brazos sobre el pecho y Paris añadió rápidamente:

—No es que no seas... atractivo y... y... Es que no quiero tener relaciones, ¿sabes lo que quiero decir? Es difícil querer... querer conocer a alguien, particularmente a un hombre, cuando no estás segura de quién eres. Bueno, soy Paris O’Hara, claro, eso ya lo sabemos los dos. Pero me refería a... conocerme en un sentido zen. ¿Entiendes?

Él la miraba como si se hubiera vuelto loca y Paris cambió el peso del cuerpo de un pie a otro, sintiéndose incómoda. Le puso una mano en el brazo, tratando desesperadamente de hacer de él un amigo, en vez de un enemigo.

—Randy, lo siento. Parezco... —se calló de repente, al ver algo que no había visto hasta aquel momento. Llevaba un anillo de casado. Lo miró a los ojos—. ¿Estás casado? —preguntó con incredulidad. ¿En qué estaba pensando Addy?

Entonces vio un brillo de diversión en sus ojos y una leve sonrisa.

—Sí, estoy casado —contestó—. Pero no soy Randy Sanford.

 

 

Randy había estado escuchando la conversación desde que había oído su nombre. Había estado haciendo inventario del equipo en el interior y no lo habían visto, pero a él sí le habían llamado la atención las largas y bien modeladas piernas de Paris O’Hara y su redondeado trasero. Había observado su cabello rubio, recogido en la parte superior de la cabeza de manera informal, con algunos mechones que se escapaban y caían sobre los hombros.

Así que aquélla era Paris O’Hara. Escuchó divertido mientras el pobre Chilly la miraba, claramente confundido. Pensó que él tampoco había querido conocerla, y también le había dado un rotundo «no» a Addy, incluyendo aquella vez que los habían invitado a cenar.

Se sentía culpable por aquello. Nunca hería a nadie deliberadamente, ni física ni emocionalmente. Pero sabía en su corazón que nunca habría otra Jenny Brewster. A pesar de que habían pasado casi dos años desde su muerte y desde que él se mudara a Maple Hill, no dejaba de pensar en ella. Por eso, aunque solía aceptar las invitaciones de Addy y conocer a sus candidatas, nunca las llamaba una segunda vez.

Y Paris O’Hara se parecía demasiado a Jenny. Al menos desde lejos. Pero ahora que podía observarla un poco más de cerca, vio que era varios centímetros más alta que Jenny y que era más delgada, excepto por las exuberantes caderas. Y su cabello era de un rubio casi platino, no como el dorado de Jenny.

Habría permanecido oculto de buena gana, disfrutando al ver cómo Chilly manejaba aquel malentendido, pero entonces ella vio el anillo de casado de su compañero. Y ahora Chilly estaba tartamudeando, intentando explicarse.

Randy salió de su escondite, decidido a reaccionar de forma galante ante el error de Paris y a estar de acuerdo con ella en que no podían tener ningún tipo de relación, a pesar de los esfuerzos de Addy. Pero entonces le vio la cara.

Jenny había tenido un rostro redondeado con rasgos finos y dulces; el rostro de Paris O’Hara podría haber sido bonito, pero no lo era. Tenía una pequeña y graciosa nariz y una boca amplia y dientes perfectos. Su cara era un perfecto óvalo de color melocotón, pero la belleza estaba en los ojos. Y aunque los suyos eran de un verde intenso y estaban rodeados de espesas pestañas, en ellos se reflejaba la preocupación.

Randy pensó que Paris era una mujer que tenía dudas sobre sí misma, y no se preocupaba en ocultarlas. Por eso la cara que podría haber sido impresionante era simplemente interesante. Se sorprendió al darse cuenta de lo mucho que eso lo atraía.

Y estaba seguro de no imaginar ese brillo de interés sexual que vio en sus ojos cuando ella lo miró.

—Éste es... —empezó a decir Chilly.

—Tú eres Randy Sanford —dijo ella, tendiéndole la mano. A él le gustó ver cómo Paris evitaba sentirse avergonzada. Le llegó un ligero aroma a jazmín.

—Sí —contestó él, tomando sus finos dedos. Eran frescos y ella le estrechó la mano con firmeza. Aquello también le gustó.

—Le estaba explicando a...

—Chilly —le dijo Randy—. Aunque en realidad se llama Percival Childress.

—Estaba explicándole que me lo señalaron el día de la fiesta de los espaguetis en el instituto —dijo ella.

Randy recordaba aquel día. Chilly y él habían ido juntos después de haber estado pintando el garaje de Chilly.

—Estábamos sentados el uno junto al otro —dijo Randy, dándose cuenta entonces de qué había causado la confusión de Paris—. No pasa nada. Pero aunque pensaras que tenía una personalidad agradable, tampoco quisiste salir con él —bromeó.

—Porque está casado —respondió Paris.

—Pero antes de saberlo, le estabas dando una larga explicación sobre...

—Le estaba explicando que estoy ocupada —lo interrumpió ella, algo molesta.

—No —Randy no sabía por qué le estaba interesando tanto todo eso. Unos minutos antes se había sentido agradecido por haber podido escapar a las manipulaciones de Addy, pero en Paris había algo inusual que lo atraía—. No fue eso lo que has dicho. Has dicho que no te conoces a ti misma. En el sentido zen, sea lo que sea eso.

Ella se quedó totalmente quieta, y Randy supo que estaba molesta.

—Significa que la intuición te llega a través de la meditación —dijo ella bruscamente.

—Sí, ya sé lo que es. Pero me estaba preguntando si es práctico meditar sobre uno mismo. Te pierdes todo lo que hay a tu alrededor.

Ella dejó escapar un suspiro.

—Si no te conoces a ti mismo, no sabes cómo reaccionar ante lo que te rodea —dijo Paris con calma.

—¿No se supone que las mujeres tenéis intuición sin necesidad de meditar?

—La sabiduría zen conlleva cierta iluminación.

—¿Pero no esperas que te venga desde fuera más que desde dentro?

Ella dejó caer los brazos a los costados con impaciencia.

—¡Tú no sabes nada de mí! —le espetó, como si él la hubiera acusado.

Curiosamente, esas palabras llevaron a Randy precisamente a donde quería llegar.

—Y nunca lo haré, si no quieres salir conmigo.

Ella lo miró, atónita. Incluso Chilly lo observaba sorprendido.

Randy se acordó de todas las veces en las que había dicho que no quería ninguna relación duradera con mujeres. Bueno, no quería nada duradero con ella, pero no le gustaba que se deshicieran de él con tanta facilidad, y se preguntaba qué era lo que a Paris la preocupaba tanto. Y por qué a él le interesaba.

Era algo científico, decidió finalmente. Eso era. Las mujeres eran frías y contenidas en los tiempos que corrían, pero no aquélla, que daba la impresión de tener una tempestad en su interior.

Randy sonrió.

—Creo que deberías pensártelo mejor.

 

 

Paris se sintió desnuda. Randy tenía toda la razón. Ella se había dicho lo mismo una vez tras otra. Se había centrado demasiado en ella misma tras descubrir que no era quien pensaba y mudarse a Maple Hill. Sabía que aquello no era muy saludable, pero todo el mundo tenía derecho a conocer los detalles de su parentesco. ¿Cómo se suponía que iba a adentrarse en el futuro sin comprender de dónde venía?

¿Y cómo había adivinado Randy Sanford en tan sólo sesenta segundos que ella estaba inmersa en una búsqueda personal?

Lo miró a los ojos, esperando una respuesta. Randy era alto, de hombros anchos y tenía el estómago completamente plano. Llevaba pantalones oscuros y camisa blanca, que era el uniforme de los técnicos médicos de emergencia. Se había enrollado las mangas, dejando al descubierto unos brazos bien modelados.

Durante un instante a ella la distrajo la fuerza y la solidez que emanaban de Randy. Para una mujer que estaba exhausta de vagar por la vida, la tentación de apoyarse en él y sentir su fuerza era difícil de resistir.

Pero lo hizo. Se apartó el pelo de la cara y sonrió. No importaba lo sólido que fuera, y Paris sospechaba que lo único que había hecho había sido herir su orgullo masculino. No estaba realmente interesado en ella, sino que había reaccionado así al verse rechazado.

—Creo que no lo pensaré —contestó de buenas maneras, y le tendió la mano—. ¿Sin resentimientos?

Él la miró durante unos instantes y finalmente aceptó su mano.

—Sin resentimientos. Y encantado de haberte conocido por fin.

—Igualmente —saludó con la mano a Chilly, que se había apartado un poco para darles intimidad. Él le devolvió el saludo.

—Si no estuviera casado, te haría cambiar de opinión. Y también lo haría si fuera Randy Sanford.

Paris sonrió y empezó a alejarse, pero Randy la tomó del brazo y la miró a los ojos, frunciendo el ceño. Había cierto aire profesional en él cuando le puso una mano en la mejilla y se la giró a derecha e izquierda.

—¿Descansas bien? —le preguntó.

Ella se quedó sorprendida. Trabajaba muchas horas y nunca dormía bien.

—Yo... yo trabajo doce horas al día.

—¿No tienes tiempo libre?

—No —dijo ella, deseando poner fin a la conversación.

Randy le frotó suavemente con el pulgar bajo el ojo izquierdo.

—Deberías dedicarte algo más de tiempo. Eres demasiado joven para tener ojeras.

Paris se quedó momentáneamente paralizada por el contacto. Había sido sólido. Y tierno. Pero no tenía tiempo para eso. Le tomó la muñeca y se la apartó.

—No sabes cuántos años tengo —le dijo, sorprendida al notar que se sentía molesta.

—Tienes veintiséis. Vives con tu madre y tu hermana y eres la dueña de la compañía de taxis Berkshire. Addy me lo dijo —sonrió—. ¿Acaso pensabas que había contratado un detective privado o iniciado una búsqueda por Internet?

Paris se quedó mirándolo sin decir nada, preguntándose por qué Addy no le había dado los mismos tipos de detalles sobre él. Al ver que no hablaba, Randy continuó:

—Te fuiste de Maple Hill hace unos cuatro años para estudiar Derecho, pero cambiaste de idea y volviste el año pasado. Addy no me dijo por qué. ¿Tiene algo que ver con esa búsqueda personal que estás haciendo?

En ese momento Paris fue consciente de dos cosas a la vez: una, que aún le sostenía la muñeca y dos, que podía sentir el pulso de Randy en su pulgar. Curiosamente, al darse cuenta el suyo se aceleró.

Dejó caer su muñeca y dijo con toda la calma que pudo:

—Eso no es asunto tuyo. Tengo que irme.

—No te quedes dormida al volante —dijo él, siguiéndola hasta el vehículo, que tenía el logotipo de la compañía de taxis en brillantes letras amarillas.

—Soy lo suficientemente responsable como para no hacerlo —contestó mientras abría la puerta.

Él le mantuvo la puerta abierta mientras Paris se sentaba en el asiento del conductor.

—La fatiga puede vencerte. El sueño, el ronroneo del motor, el calor de...

—Gracias —dijo ella, y cerró la puerta. Sin dudarlo, encendió el motor y se alejó.

Debería tener una charla con Addy sobre la información que iba dando por ahí de ella. En realidad, debería tener una charla con ella sobre todo aquel asunto de las citas.

Ahora que había conocido a Randy Sanford, definitivamente no quería salir con él. Su vida ya era lo suficientemente caótica como para añadirle otro desastre. Porque estaba segura de que, a pesar de su atractivo, no era una persona sencilla.

 

 

—Una mujer interesante —Chilly se acercó a Randy mientras veían desaparecer el taxi por la autopista.

—Sí —asintió Randy.

—¿Estás interesado?

Randy había amado a Jenny y la había perdido. Eran jóvenes y llenos de esperanza, con toda la vida por delante, pero ella se había ido cuatro meses después del brutal diagnóstico. Entonces él trabajaba en un hospital del condado que se enorgullecía de sus conocimientos y de la medicina moderna que podía ofrecer. Pero no había sido suficiente para salvarla.

—No —le dijo a Chilly, sintiendo la desesperanza que siempre lo invadía al pensar en Jenny.

—Parecías interesado —insistió su amigo—. Y sabes que... ya va siendo hora.

—Nunca va a ser hora —entró en la oficina. Necesitaba cafeína. Desesperadamente—. Y si parezco interesado, es sólo... científicamente, ¿entiendes? ¿Qué le hace tener esa mirada tan preocupada y ese exterior tan frío?

Chilly lo siguió.

—Le dijiste que era demasiado joven para tener ojeras —le recordó—. Eso suena bastante personal. Y yo te digo que eres demasiado joven para abandonar la esperanza de casarte y tener una familia.

—No he abandonado la esperanza —respondió, sonriendo a Kitty Morton, que contestaba los teléfonos y hacía la mayor parte del papeleo. Tenía treinta y pocos años, dos niños pequeños y un ex marido que no le había pasado una pensión para los niños desde que la había dejado. Era rubia, bonita y a Randy siempre la sorprendía su optimismo.

—Entonces, ¿por qué has dejado que se fuera?

—Porque ella esperaba que la detuviera. Y nunca se llega a nada con una mujer haciendo lo que ella espera que hagas.

Kitty lo miró con el ceño fruncido.

—¿Quién te ha dicho eso? Es totalmente falso. Sobre todo si lo que ella espera son bombones, diamantes y cosas como ésas. Por cierto, ¿de quién estamos hablando?

—Paris... eh... —empezó a decir Chilly.

—O’Hara —intervino Randy—. Vamos por café, Kitty. ¿Quieres que te traigamos algo?

La atención de Kitty aún estaba puesta en la mujer de la que hablaban. Abrió mucho los ojos y se inclinó hacia ellos, apoyando los brazos en la mesa.

—¿La taxista? Es una mujer misteriosa, ¿verdad? Todo el mundo se pregunta por qué dejó la universidad y volvió para trabajar en la compañía de taxis. Estaba decidida a ser abogada. Su madre era modelo, ya sabéis, y después fue actriz. Ahora está en África, rodando un anuncio de una línea de ropa para mujeres maduras. Y su hermana se casó con un senador, o algo así. Descubrió que la engañaba y volvió a Maple Hill más o menos al mismo tiempo que Paris. Esas mujeres me recuerdan a las Gabor. Son tan hermosas... y viven en ese antiguo bungalow a esta parte del lago. Paris no es tan guapa, pero es misteriosa y fascinante.

—¿Cómo sabes todas esas cosas? —le preguntó Randy.

—Estoy en el grupo de costura de Addy Whitcomb. Lo que ella no sabe, lo averigua.

Randy puso los ojos en blanco.

—Por supuesto. Incluso la CNN recurre a Addy cuando quiere confirmar alguna información. ¿Quieres café? ¿Un dónut?

—Gracias, pero no. tengo una cita esta noche y quiero entrar en mi falda de cuero.

Randy y Chilly, que se dirigían a la puerta, se detuvieron.

—Creía que teníamos derecho de veto sobre todas tus citas —dijo Chilly—. ¿De quién se trata? ¿Y cómo es que no lo conocemos?

—Es Mike Miller, el nuevo que trabaja por las noches —dijo sonrojándose ligeramente—. Y por el día trabaja en Whitcomb’s Wonders, igual que vosotros. Supongo que eso es una buena carta de presentación.

Hank Whitcomb, el hijo de Addy, tenía una especie de agencia de trabajo temporal desde hacía varios años que proporcionaba una gran variedad de servicios a particulares y empresas. Whitcomb’s Wonders se dedicaba a la fontanería, la electricidad, la carpintería, la jardinería, el mantenimiento de muebles y otras muchas cosas. Randy trabajaba con ellos en sus días libres, al igual que Chilly, que se había unido al equipo de jardinería. El trabajo era una especie de liberación después de la tensión que acumulaban como paramédicos.

—¿Qué hace? —preguntó Randy.

—Carpintería —contestó ella—. Jackie Whitcomb me ha asegurado que es un caballero. Le hizo los armarios de la cocina.

Jackie era la esposa de Hank y la alcaldesa de Maple Hill. Se podía confiar en sus opiniones.

—De acuerdo —dijo Chilly—. Pero queremos un informe completo mañana.

—Ya veremos —el teléfono sonó y Kitty respondió. Randy y Chilly esperaron para ver si los necesitaba. Ella puso una mano sobre el micrófono—. Son Mark y Charlie. Han terminado en el instituto y vienen para acá. Id a tomar ese café.

Randy y Chilly se dirigieron a la cafetería que había a una manzana de distancia. Randy miró en dirección a la autopista y entonces vio un objeto de color oscuro en el suelo. Se acercó y pudo comprobar que era una cartera de piel negra. Tenía una cadena cuyo último eslabón se había roto.

—¿Qué es eso? —preguntó Chilly cuando Randy se agachó para recogerla—. Parece una cartera.

Randy le dio la vuelta y, al no ver ninguna identificación, la abrió. En el interior había algunos billetes y un montón de cambio. Dentro de un compartimento había una tarjeta de presentación con el número de teléfono de la compañía de taxis Berkshire.

—Ah —dijo Chilly, mirando por encima de su hombro—. Es de la encantadora señorita O’Hara. ¿Qué es eso? —preguntó, señalando algo que había detrás de los billetes.

Randy lo sacó. Era media barrita de chocolate.

—Parece que es una adicta al chocolate.

—¿Ésa es tu primera observación científica? —preguntó Chilly con una sonrisa.

Randy volvió a cerrar la cartera.

—Se la llevaré a Kitty. Estoy seguro de que en cuanto Paris quiera dar cambio, se dará cuenta de que le falta la cartera y llamará —entró en la oficina y le explicó a Kitty lo ocurrido—. Ya está —le dijo a Chilly al salir—. El café corre de tu cuenta.

Capítulo 2

 

Paris se dio cuenta de que le faltaba la cartera cuando dejó al señor Kubik en el centro para mayores. Él le pagó el precio exacto y le dio una propina de la cuarta parte del importe, una costumbre que seguía cada semana desde hacía ocho meses. Ella debía recogerlo cada martes por la tarde. Fue a guardar el dinero en la cartera, que siempre estaba bajo el asiento, pero no la encontró.

Durante un momento sintió pánico. Había sido un buen día. Había hecho una carrera a Springfield, un tour por Nueva Inglaterra y varios viajes cortos desde la clínica. Recordó todos los sitios donde había estado y concluyó que debió de haberla perdido en el parque de bomberos.

No iba a volver allí. Prue, su hermana, que conducía cuando ella necesitaba un descanso, le había prometido que conduciría algunas horas aquella noche. Paris intentaría convencerla para que se pasara a recoger la cartera.

Entonces recordó que debía recoger a su hermana en la biblioteca en unos diez minutos. Tendría que armarse de paciencia, como siempre para tratar con su hermana. Era más fácil cuando su madre estaba en casa. Prudence cuidaba de su madre, Camille Malone. Las dos bellas mujeres siempre tenían algo de qué hablar, y eso le dejaba tiempo a Paris para hacerse cargo de la parte práctica de su existencia. Hacía la compra, pagaba las facturas y mantenía las cuentas al día.

Nunca le había importado que su madre y su hermana fueran hermosas y que ella simplemente fuera guapa, con una marcada tendencia a la responsabilidad. Por eso había cuidado de su padre, Jasper O’Hara, un hombre amable y práctico que se había encargado de mantener unida a la familia mientras Camille actuaba en Nueva York o hacía una pase de modelos en Los Ángeles. Había sido contable y había muerto de un infarto cinco años atrás.

Entonces la sensación tan reconfortante de saber quién era ella se había esfumado hacía un año, cuando Paris asistía a clases de investigación en las que tenían que hacerse análisis de sangre para descubrir su grupo sanguíneo. Y había visto que era A, algo científicamente imposible cuando sus padres eran O. Atónita. Había hecho la prueba hasta tres veces, pero había concluido que no podía ser la hija de Jasper O’Hara.

Aquel fin de semana había acudido a su casa para hablar con su madre del tema. Camille se había quedado pálida y le había explicado que ella era el resultado de una aventura que había tenido con un actor de poca monta, justo antes de conocer a Jasper O’Hara.

—¿Por qué no me lo dijiste? —le había preguntado Paris.

—Porque me casé con Jasper antes de que nacieras y él siempre ha sido tu padre. No había necesidad de decírtelo. Éramos felices. Tú eras feliz. Era algo... irrelevante.

¿Irrelevante? Paris había querido discutir aquello, pero estaba tan conmocionada que no había encontrado las palabras adecuadas.

—Tú eres quien eres —había insistido su madre—, y no importa quién fue tu padre. Además, está muerto. Murió en un accidente de coche poco después de que nacieras.

Paris había insistido en conocer un nombre.

—Jeffrey St. John —le había revelado finalmente su madre—. Está muerto, Paris. No importa. Tu padre fue Jasper O’Hara.

Paris había vuelto a la Universidad, pero había sido incapaz de concentrarse en los estudios. Se sentía como si se desmoronaran los cimientos de su vida, incapaz de mantener el futuro que había planeado.

Había vuelto a casa en busca de una dosis de estabilidad de su antigua vida antes de decidir qué hacer con su futuro. Sabía que eso no tenía sentido, porque su antigua vida estaba basada en la mentira de su madre. Pero aunque Jasper O’Hara no había sido su padre biológico, había sido su gran fan, y se sentía reconfortada al pensar en él.

Fue a tomar instintivamente la barrita de chocolate, olvidando por un momento que la cartera estaba en el parque de bomberos. Genial. Hecha polvo y sin chocolate. La vida era muy cruel.

Ya que no tenía ninguna carrera pendiente, aparcó en la plaza central de Maple Hill para esperar a Prue. Su hermana formaba parte de un comité liderado por Mariah Trent, con el que pretendían recaudar fondos para ampliar la biblioteca y comprar más libros.

Prue había conocido a Mariah mientras era voluntaria en la escuela de Maple Hill. Entonces Mariah se encargaba del bienestar de los estudiantes, casi como una madre, y ahora estaba casada, había adoptado dos hijos y era el principal pilar de la recaudación de fondos para la comunidad.

Mientras Prue había estado viviendo en Nueva York con su marido senador, había sido aprendiz de Shirza Bell, una famosa costurera. El gran sueño de Prue siempre había sido diseñar ropa, y en sus ratos libres seguía haciéndolo.

Paris estaba celosa de esa pasión. Y de la cara de su hermana, de su cuerpo y de la facilidad que tenía para tratar a la gente.

En ese momento la vio cruzar la calle. Era unos centímetros más baja que Paris y tenía las curvas adecuadas en los lugares adecuados. Su pelo era largo y rubio y siempre flotaba alrededor de su cabeza, deliciosamente desordenado. Le encantaban las faldas largas y los jerséis, y con ese atuendo siempre parecía una mariposa.

Aquel día llevaba una falda gris, un jersey de color rosa palo y un chal con un motivo negro y rosa brillante. Se había puesto unos zapatos de piel negra con un poco de tacón y había elegido un bolso a juego. Y lucía una sonrisa radiante. Paris se preguntó si Randy Sanford cambiaría de opinión sobre salir con ella si pudiera ver a Prue.

A su hermana le había ocurrido algo bueno, eso era evidente. Y Paris tendría que escuchar cada detalle mientras la llevaba a casa.

Prue abrió la puerta del copiloto y entró en el taxi.

—¡Hola! ¿A que no adivinas lo que me ha pasado?

Paris intentó apartar de su mente cualquier otro pensamiento para hablar con su hermana, ya que una conversación con ella siempre la absorbía. Randy Sanford se resistió a ser apartado, pero ella insistió.

—¿El qué? —le preguntó.

—Mariah quiere organizar un pase de modelos para recaudar fondos y, ¿sabes qué más?

—¿Qué más?

—¡Quiere que yo haga los diseños!

—¡Eso es maravilloso, Prue! —exclamó Paris con total sinceridad.