BREVE HISTORIA
DE LA RECONQUISTA

BREVE HISTORIA
DE LA RECONQUISTA

José Ignacio de la Torre

Colección: Breve Historia

www.brevehistoria.com

Título: Breve historia de la Reconquista

Autor: © José Ignacio de la Torre

Director de colección: Luis E. Íñigo Fernández

Copyright de la presente edición: © 2018 Ediciones Nowtilus, S. L.

Camino de los Vinateros, 40, local 90, 28030 Madrid

www.nowtilus.com

Elaboración de textos: Santos Rodríguez

Diseño y realización de cubierta: Universo Cultura y Ocio

Imagen de portada: Ilustración de la Batalla de Guadalete

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

ISBN edición digital: 978-84-9967-966-2

Fecha de edición: septiembre 2018

Depósito legal: M-26131-2018

1

¿Pero existió la Reconquista? Debate abierto

En los últimos años algunos autores han negado la existencia de la invasión islámica y, por tanto, la necesidad de la recuperación militar de ese territorio perdido, es decir, niegan también la Reconquista. Para poder explicar la polémica, debemos en primer lugar entender qué significa y qué se entiende por reconquista. Es cierto que el tema ha sido objeto de gran controversia y debate ya desde el siglo XIX, cuando surge el término como una palabra cómoda para referirse a la lucha entre cristianos y musulmanes por el control de la península ibérica durante la Edad Media. La palabra en sí también parte de la base de una ocupación musulmana violenta anterior que justifica a los cristianos, justos y verdaderos posesores del territorio, para recuperarlo o reconquistarlo.

Con el tiempo, bajo el paraguas de la Reconquista, se ha acabado englobando todo el período medieval, variándose las fechas de su inicio y final respecto a lo que sucede con los restantes territorios occidentales (476-1453), para hacerlas coincidir con el inicio y final de la presencia islámica en la península, dejando en una especie de tierra de nadie el período visigodo. En resumidas cuentas, se han interconectado los términos Reconquista y Edad Media como equivalentes, no hay Edad Media sin la Reconquista ni se entiende la Reconquista sin el período medieval.

Ahora bien, que el término en sí sea decimonónico y no original de la Edad Media, no significa que haya que invalidarlo. A falta de otro término mejor, sigue siendo suficientemente adecuado como para explicar el sentimiento de los cristianos peninsulares durante el medievo, aunque ellos no lo explicasen con esa palabra.

No disponemos de fuentes contemporáneas a la invasión musulmana, la más antigua, la Crónica mozárabe de 754, escrita probablemente en Córdoba, ni cuenta ni explica lo sucedido cuarenta años atrás, tan solo se limita a referir varias veces que los musulmanes efectivamente sí vencieron a don Rodrigo y ocuparon con violencia la península, habla incluso de que quedó devastada, pero en ningún momento menciona puntos de resistencia cristiana en el norte ni a Pelayo ni a Covadonga. Tampoco habla de expulsar a los invasores, pues en ese momento del año 754, la fuerza de los cristianos refugiados en el norte era nula y las tropas musulmanas campaban por la península sin ninguna oposición, aunque ya habían tenido algunos reveses como en Covadonga (722) y Poitiers (732).

La primera fuente que intenta explicarnos lo que sucedió hay que buscarla casi doscientos años después de los hechos. La Crónica profética de 883, en tiempos de Alfonso III, profetiza, de ahí su nombre, la expulsión de los musulmanes, su castigo y la unidad del reino bajo dicho rey, heredero por derecho de sangre —como se encarga de demostrar la Crónica de Alfonso III con unas genealogías dudosas— de la desaparecida monarquía visigoda. Alfonso III, así como todo su linaje, lo que harán al combatir a los musulmanes será recuperar aquello que habían perdido, una propuesta de estado de guerra continuo que tan solo podría acabar con la expulsión total de los invasores, fuese cuando fuese. La idea de la pérdida de Hispania:

Nuestra esperanza es en ti ¡oh Cristo! para que cumplido este tiempo de 270 años desde que entraron los enemigos en Spania, sean reducidos a la nada y restablecida la paz de su santa Iglesia (porque los tiempos se reputan por años). Permítalo así Dios omnipotente para que humillada la soberbia de sus enemigos, se acreciente y prospere la Iglesia Católica. Amén.

Crónica albeldense

Esta idea de pérdida y recuperación, que a finales del siglo IX era puramente retórica y cargada de muchas más intenciones que de realidades, se fue repitiendo y consolidando, de modo que la podemos rastrear sin muchos problemas en la cronística a lo largo de los siglos, hasta la Crónica de Hernando del Pulgar, en tiempos de los Reyes Católicos.

En la difusión y mantenimiento de esta idea no hay que olvidar el componente religioso. La Iglesia añadió al argumento jurídico del derecho real, el concepto del choque de religiones entre el islam invasor y la religión cristiana, la propia de las gentes del país. De esta forma cristianismo y Reconquista se fundieron en una única idea. La recuperación por derecho de linaje de las tierras perdidas en 711, imponía la vuelta del cristianismo y la desaparición, o por lo menos sometimiento, de la religión islámica.

Todo este aparato teórico creó dos bloques antagónicos, por un lado, el cristianismo representado y representante de los resistentes arrinconados en el norte y, por otro, el islam, la religión de los invasores instalados en al-Ándalus. Unos invasores musulmanes cuyo número se ha estimado en unos cincuenta mil individuos, mayormente varones, que habrían entrado en la península hasta finales del siglo VIII. Sin embargo, a mediados del siglo IX ya casi no quedaban cristianos dentro de al-Ándalus y la explicación es simple: la islamización de la península vendría con la conversión de los nativos hispanos. Sin entrar en los motivos de su conversión, lo interesante es que, al aceptar el islam, se transformaron en invasores, uno de aquellos a los que había que expulsar de territorio hispano, no tanto por aceptar como propia otra religión, sino por acatar la autoridad de los emires y califas y combatir a sus hermanos cristianos. Religión y poder político siempre unidos.

La guerra contra el islam peninsular era una guerra justa y obligatoria. Según Santo Tomás de Aquino en su Summa Theologiae se necesitan tres condiciones para que sea justa:

Primera: la autoridad del príncipe bajo cuyo mandato se hace la guerra. No incumbe a la persona particular declarar la Guerra, […]. Se requiere, en segundo lugar, causa justa. Es decir, que quienes son atacados lo merezcan por alguna causa. […] Se requiere, finalmente, que sea recta la intención de los contendientes; es decir, una intención encaminada a promover el bien o a evitar el mal.

El hispano Raimundo de Peñafort, comtemporáneo y conocido de Santo Tomás, nos dice:

Se exigen cinco condiciones para que se pueda considerar justa una guerra, esto es, persona, objetivo, causa, intención y autoridad. La persona que sea secular, a quien le es lícito derramar sangre, no eclesiástica, a quienes les está prohibido […] salvo necesidad inevitable […]. El objetivo, que sea para la recuperación de bienes y por defensa de la patria […]. La causa, que se luche por necesidad, para alcanzar la paz […] El ánimo, que no se haga por odio o venganza […] La autoridad, que sea eclesiástica, principalmente cuando se lucha por la fe, o que sea por la autoridad del príncipe […]. Si algunos de estos criterios faltara en la guerra, será considerada injusta.

Como se puede ver, la guerra contra los musulmanes estaba más que justificada.

Una idea simple ampliamente difundida que no tiene en cuenta la realidad de la Edad Media peninsular, mucho más compleja, con múltiples claroscuros y muchos siglos de desarrollo. Aunque el enemigo con mayúsculas eran los musulmanes, no fueron pocas las veces en las que los reyes cristianos lucharon entre sí o apoyaron a los líderes musulmanes para castigar a otros reyes o para derrocar al propio; exactamente lo mismo podemos decir de los musulmanes. Es por ello que, aunque militarmente hablando la Reconquista impuso el estado de guerra continua, y siempre estuvo en la agenda de cada líder cristiano, hubo muchos períodos de paz, convivencia y, como dijimos, cooperación y colaboración entre cristianos y musulmanes.

También fueron muy habituales las conversiones, del cristianismo al islam y al contrario, no por motivos espirituales, sino políticos, por los que se utilizaba la religión como una herramienta de ascenso social. Un ejemplo claro puede ser el de los Banu Qasi, musulmanes y cristianos según el momento y la situación, pero siempre logrando mantener el estatus familiar.

Tras tanto trasvase de población, después de tantos siglos de contactos e intercambios, las diferencias desaparecieron. Musulmanes y cristianos tenían tantos puntos en común que, salvo la religión y las componendas que cada credo estipula, nos sería muy difícil diferenciarles. Al final, el mundo cristiano que tanto había sido influido por la cultura y la civilización islámica acabó influyendo sobre esta, a tal punto que acabaron por no reconocer a los múltiples invasores norteafricanos como hermanos; sus hermanos eran los que estaban en la fortaleza de enfrente, contra los que iban a luchar.

2

Hispania, 711 d. c.

EL AVANCE DEL ISLAM POR EL NORTE DE ÁFRICA

Tradicionalmente se data el inicio de la expansión del islam a partir del año 630. A la muerte de Mahoma (632), su sucesor, el califa Abu Bakr (632-634), comenzó a gestionar la ingente herencia del profeta y a preparar a su gente para las campañas venideras lideradas ya por califas posteriores. Sería en esta época cuando comienzasen las incursiones por los territorios vecinos.

La búsqueda de botín fue el motor principal que impulsó a los árabes a lanzarse a la conquista de sus vecinos, pero no hay duda de que también fue importante el elemento religioso, había que exportar el islam a otros árabes que vivían bajo la autoridad de las dos grandes potencias de la región, el Imperio bizantino y el Imperio sasánida. Sin embargo, ambos estados se encontraban extremadamente debilitados por una larguísima guerra que se lastraba desde finales del siglo precedente.

El sucesor de Abu Bakr, el califa Omar (634-644), inició la expansión del islam a costa de ambos imperios de una forma rápida y sorprendente. Hablando del Imperio bizantino, tras una serie de ataques árabes contra las posesiones imperiales en Palestina y de contraataques de las tropas del emperador Heraclio (610-641), los musulmanes consiguieron una aplastante victoria en el Yarmuk (636), los bizantinos perdieron el control de toda Siria y Palestina, aislaron Egipto por tierra de potenciales refuerzos y lo dejaron abierto a su conquista.

La conquista de Egipto se inició en el 640 y duró tres años hasta el 642, cuando Alejandría fue tomada. Inmediatamente después se iniciaron los ataques sobre Cirenaica y sus ciudades costeras, que fueron anexionadas en torno al 645. La siguiente fase, la conquista de las actuales Túnez, Argelia y Marruecos, tuvo que esperar unos veinticinco años, tiempo que utilizó el califato en organizar todo el ingente imperio conquistado —que ya se acercaba al Indo por el este, por el norte a Georgia y Afganistán y por el sur a Sudán— y a aumentar el número de los creyentes, principalmente entre el colectivo de los más desfavorecidos, de los esclavos y, para lo que a nosotros nos atañe, de las tribus bereberes del norte de África que vivían en contacto con las ciudades costeras romanizadas, aunque sin asimilarse.

En el año 670, el general Uqba ibn Nafi fundó la ciudad de Kairouan en el centro de Túnez para que le sirviera como base administrativa y militar para el lanzamiento de subsiguientes campañas por el resto del Magreb, pero no fue hasta la década del 690 cuando los musulmanes consiguieron un efectivo control de los territorios aún controlados por los bizantinos, especialmente Cartago, que fue tomada en el 698. En los años siguientes, los escasos resistentes de las actuales Argelia y Marruecos fueron barridos y llegaron hacia el 705 al estrecho de Gibraltar, puerta de acceso a la Hispania visigoda.

Foto%201.tif

Imagen aérea de la mezquita de Kairouan

WITIZA Y DON RODRIGO

La sucesión en el trono del reino visigodo siempre fue uno de los principales caballos de batalla de este pueblo germánico, lo que Gregorio de Tours ya en el siglo VI denominó la enfermedad de los godos (morbus gothicus). Fue en el IV concilio de Toledo de 663 cuando se normalizó en el canon 75 el procedimiento a seguir en la sucesión al trono: «los próceres de todo el pueblo y los obispos designarán de común acuerdo al sucesor del reino». Por tanto, al rey difunto no le sucedía su hijo y heredero como sucedía en otras monarquías; el nuevo rey debía ser elegido entre los notables del reino por elección directa, por lo que era muy habitual la creación de partidos o bandos que podían llegar a las armas y crear inestabilidad en el reino. Con el tiempo se buscaron fórmulas novedosas como la asociación al trono y la corregencia que evitasen todo ese potencial caos a la muerte del monarca.

Foto%202.tif

Witiza 34.º rey de los visigodos. Dibujo de Arnold van Westerhout, en la Biblioteca Nacional de España.

Utilizando estas fórmulas, los reyes visigodos comenzaron a asociar al trono a sus propios hijos creando dinastías. El asociado al trono tras haber sido aceptado por la nobleza del reino, a la muerte del rey y al haber estado familiarizado desde tiempo atrás con los resortes del poder, asumiría la corona haciendo que la transición entre ambos reyes fuese pacífica. Gracias a este sistema, en los últimos setenta años de existencia del reino visigodo no hubo grandes problemas que diesen lugar a una situación como la que se creó en el 710 a la muerte de Witiza.

Witiza murió joven sin haber cumplido los treinta años de edad y aunque es probable que dejase descendencia —los cronistas árabes dan el nombre de tres hijos—, ninguno de ellos sucedió a su padre, quizás por ser menores de edad, de modo que se abrió el problema sucesorio como había sucedido en tiempos precedentes. Dos facciones se crearon, ambas con sólidos apoyos, una comandada por los llamados en las crónicas hijos de Witiza y una segunda encabezada por el duque de la Bética, don Rodrigo, al cual apoyaba gran parte de la Corte. La nobleza, en colaboración con el alto clero y siguiendo el canon 75 del IV concilio toledano, concedió el trono a don Rodrigo, quien parece ser que ya había tenido diferencias con el difunto rey y del que seguramente se esperaba que anulase algunas de las leyes más conflictivas de Witiza y de su padre Égica. El otro partido no aceptó de buen grado el nombramiento de Rodrigo por muy legal que hubiese sido, y parte del territorio peninsular, el controlado por los witizanos, mostró su disconformidad con el nuevo monarca, nombrando un nuevo rey, no sabemos si contemporáneamente a don Rodrigo o si fue posteriormente a su muerte. El reino estaba resquebrajado en dos, una parte occidental en manos de Rodrigo y una parte oriental controlada por un partido contrario y opuesto a él.

LA TRAICIÓN DE DON JULIÁN

Poco conocemos de la vida de este personaje al que la leyenda ha otorgado un papel fundamental en la invasión musulmana de la península. La leyenda, recogida principalmente en el romancero, aunque también encontramos referencias suyas en crónicas cristianas y musulmanas desde tiempos bastante cercanos a los hechos, narra cómo la hija del conde don Julián es enviada a la corte toledana para su educación y presentación en sociedad, y allí, por su belleza y candidez, es acosada y seducida por un don Rodrigo que apenas puede refrenar sus bajas pasiones. La joven acabará sucumbiendo ante la lujuria del rey, pero para este no será más que otra aventura más. La doncella mancillada informa por carta a su padre de lo que ha sucedido y, según versiones, marcha a Ceuta embarazada de Rodrigo. Don Julián apenas consigue aguantar su ira y promete su apoyo a los musulmanes para castigar a su rey.

Rodrigo, que solo escucha

las voces de sus deseos,

forzola y aborecióla,

del amor propios efectos.

La Cava escribió a su padre

cartas de vergüenza y duelo,

y sellándola con lágrimas,

a Ceuta envíalas presto.

En Ceuta está don Julián,

en Ceuta la bien nombrada;

para las partes de allende

quiera mandar su embajada

Moro viejo la escribía

y al conde se le notaba,

después que la hubo escrito

al moro luego matara.

Embajada es de dolor,

dolor para toda España.

Las cartas van al rey moro,

en las cuales le juraba

que si del recibe ayuda

le dará por suya a España.

Romance del rey don Rodrigo y la Cava

Más allá del romancero y datos muy escasos, no conocemos casi nada de la vida de este Julián. Las primeras referencias que tenemos de él se encuentran en la Crónica mozárabe de 754 con el nombre de Urbano y en una crónica musulmana del siglo IX en la que se refieren a él como Ilyan, señor de Ceuta y de otra localidad situada al norte del estrecho enfrente a aquella, y por tanto en la península, denominada como Alchadra (Algeciras). El mismo autor señala que «Ilyan estaba sometido a la autoridad de Rodrigo, señor de al-Ándalus (Hispania), que solía residir en Toledo». Pese a esta afirmación categórica, no todos los historiadores piensan que se tratase de un noble visigodo, podría ser el exarca (gobernador) bizantino de dicha ciudad casado con una mujer visigoda con propiedades en la zona de Carteia (actualmente ruinas entre Algeciras y Gibraltar) que, a la sazón, sería la última posesión que le quedaba al Imperio bizantino en el norte de África y que cayó en poder islámico en torno al año 709.

Foto%203.tif

Florinda o la Caba de Juan de Dios de Mora, 1852

La leyenda del ultraje a su hija Florinda la Cava, antes mencionada, muestra a un padre despechado. Si nos atenemos a la crónica musulmana antes mencionada autoría de Ibn Abd al-Hakam, Julián había enviado a una de sus hijas —no se menciona el nombre— (tenía dos y ningún hijo varón) a Toledo para su educación, pero volvió a casa encinta de Rodrigo y Julián lleno de rabia solo quería que los musulmanes acabasen con él. Tarik, no confiando en él, pidió muestras de confianza y Julián entregó a sus hijas como rehenes que quedarían a buen recaudo en Tlemecén (Argelia).

Pese a lo preciosista del relato musulmán, el relato cristiano introdujo nuevos elementos: don Julián, fuera por voluntad propia, por sometimiento a los nuevos gobernantes o por mandato de la facción visigoda de los hijos de Witiza —la cual apoyaría— mediaría con los musulmanes para que interviniesen en los asuntos internos visigodos a favor de los suyos enviando un contingente militar, sin duda mercenario, que ayudase a reinstaurar a los depuestos witizanos en el trono de Toledo.

Don Julián, pues, jugó un papel extraño, aunque siempre negativo. Si colaboró con la invasión por voluntad propia estaríamos hablando de un traidor, pero si lo hizo por encargo de los witizanos, como mínimo podemos decir que fue incapaz de ver que los musulmanes albergaban, si fuese posible, unas intenciones completamente diferentes a las que él y los suyos querían reconocerles. En fin, un personaje complejo al que quizá la leyenda intentó justificar descargando en él parte de la culpa y cargándola sobre un lujurioso don Rodrigo.

Sin embargo, también se sugiere que no fue Julián quien buscó el apoyo de los musulmanes, sino un bereber cristiano de la tribu Gumara o incluso el mismo gobernador de Cádiz. Si esto fuese así, el papel de don Julián sería completamente diferente y quedaría reivindicado en la historia de España.

Muchos siglos después, en la Crónica de Alfonso XI de Castilla todavía se recordaría vivamente la traición de don Julián: «Et aquí [Gibraltar] fue el primero lugar dó Tarif Abenzarca en el tiempo del Rey D. Rodrigo pasó, et allí posó por non facer daño en Algecira, que era del Conde Don Julian el malo, por cuyo consejo venieron los Moros en España».

LA DESINTEGRACIÓN DEL REINO VISIGODO. LA DERROTA DE GUADALETE

Con la colaboración interna de parte de la nobleza goda, en el verano del año 710 el bereber Tarif ibn Malik atravesó el estrecho de Gibraltar con una pequeña avanzadilla de unos 400 hombres en unos barcos puestos a su servicio por don Julián. Aunque se desconoce el punto exacto del desembarco, tradicionalmente se ha considerado Tarifa como dicho lugar. Desde allí realizaría un rápido reconocimiento del terreno devastando las tierras cercanas y, quizás temiendo algún encuentro con los witizanos, al poco regresó al norte de África. Sin embargo, esta expedición no sería la única a tenor de las crónicas medievales, que refieren sucesivos desembarcos y razzias (ataques rápidos) desde que las fuerzas islámicas se aproximaron al estrecho.

Con los informes favorables que debió de transmitir a su superior, el gobernador (wali) de toda la nueva provincia musulmana de Ifriqiya, el árabe yemení Mūsā ibn Nusayr, preparó una expedición de mayor envergadura que, por la cantidad de preparativos necesarios en barcos, hombres, y material de todo género, le ocupó varios meses retrasando la invasión hasta el año 711. En la primavera de dicho año, probablemente a finales del mes de abril —se apunta al 29 de abril—, un contingente de unos siete mil a doce mil hombres según la cronística musulmana, pero reducido a quizás un tercio de ese montante por historiadores actuales (unos dos mil o cuatro mil guerreros), bereberes recién islamizados en su mayoría junto con algunos sirios y yemeníes, al mando del gobernador musulmán de Tánger Tāriq ibn Ziyad, cruzaron el estrecho. El lugar de desembarco fue el llamado promontorio de Calpe, que desde este momento cambió su nombre por el de Jabal al-Tariq (monte de Tāriq) y actualmente conocido como Gibraltar. Las semanas siguientes fueron utilizadas por los invasores para consolidar sus posiciones y ampliar sus bases de desembarco por toda la bahía de Algeciras.

Foto%204.tif

Ilustración medieval representando a don Rodrigo (a la izquierda) y Tariq (a la derecha). Semblanza de Reyes, en la Biblioteca Nacional de España.

El desembarco musulmán vino a coincidir con la campaña que Rodrigo estaba llevando en el norte contra los vascones. La campaña fue interrumpida por dicha invasión y regresó Rodrigo a Toledo donde convocó un nuevo ejército para expulsar a los musulmanes.

El encuentro de ambos ejércitos se produjo junto al río Guadalete (o junto a la laguna de la Janda) probablemente el 19 de julio de año 711 y debió de prolongarse durante una semana completa hasta el 26 del mes. Los números de ambos ejércitos eran muy desiguales pues es muy probable que los cristianos superasen a los mahometanos en una proporción tres o cuatro veces mayor (diez mil, doce mil hombres). Tras varios días de escaramuzas y preparativos, parte del ejército visigodo abandonará el campo de batalla, casualmente las tropas comandadas por Oppas y Sisberto, hermanos de Witiza. Esta deserción fue el factor determinante de la derrota de Rodrigo y el desastre del ejército que comandaba. La victoria de Tāriq fue total y los restos del ejército cristiano abandonaron la región para encaminarse hacia el norte a territorio seguro.

Desconocemos el destino de Rodrigo. Se cree que murió en la batalla, aunque un texto tan antiguo como la Crónica de Alfonso III refiere que cuando sus tropas ocuparon Viseu (Portugal) y se inició la repoblación del territorio, se encontró en una basílica de tiempos anteriores una inscripción que indicaría que el rey don Rodrigo estaba enterrado en dicho lugar: Hic requiescit Rudericus ultimus rex Gothorum (Aquí yace Rodrigo, el último rey de los godos). Ni la basílica ni la inscripción, pese a que cronistas posteriores recogen la misma noticia como veraz, han sido encontradas, por lo que no se puede demostrar su veracidad.

Otras tradiciones indican que su cuerpo fue retirado del campo de batalla, no sabemos decir si aún moribundo o ya muerto, y fue enterrado en el santuario de Santa María de España a orillas del río Odiel en la localidad de Sotiel Coronada (Huelva).

TĀRIQ Y MŪSĀ. EL AVANCE IMPARABLE POR LA PENÍNSULA IBÉRICA

Sigue sin estar claro si los musulmanes entraron en la Península como tropas mercenarias de apoyo a los witizanos o si, por el contrario, los musulmanes tenían la idea de invadir el territorio si la situación se ponía propicia. Lo cierto es que la facilidad con la que consiguieron la victoria, sea o no con la defección de los witizanos como dicen las crónicas, destruyendo la fuerza militar de los visigodos, como con la muerte o desaparición en batalla del rey don Rodrigo, les dio una oportunidad inmejorable para creer que sí podían ampliar los territorios del islam a costa de un reino aturdido y sin defensas.

Tāriq hizo caso omiso de las instrucciones recibidas por Mūsā y motu proprio emprendió una rápida campaña por la actual Andalucía persiguiendo los restos del ejército visigodo a los que venció cerca de Écija. Posteriormente atacó y tomó Córdoba, donde se había refugiado gran parte del ejército godo derrotado, avanzó hasta Toledo, ciudad que había sido abandonada por gran parte de la población que buscó refugio al norte del Sistema Central, y persiguió al aún numeroso ejército visigodo hasta las estribaciones de la cordillera Cantábrica, donde arrasó con Amaya y Astorga. Tāriq en esta incursión no buscaba la ocupación del territorio pues le faltaban tropas y bases de apoyo, sino acabar con los restos del ejército visigodo y conseguir un cuantioso botín.

Penetrando violentamente hasta Toledo, la capital, y azotando con una paz engañosa las comarcas circunvecinas, por causa de Opas, hijo del rey Égica, que sale huyendo de Toledo, hace sufrir la última pena en un patíbulo a algunos nobles ancianos que habían permanecido allí, y por disposición suya degüella a muchos. […]. Arruina hermosas poblaciones, entregándolas al incendio, condena al suplicio a los ancianos y a los potentados, mata a puñaladas a los jóvenes y niños de pecho, e infundiendo de esta manera en todos el terror, las ciudades restantes se ven obligadas a pedir la paz, y las engaña seduciéndolas y burlándolas con la astucia.

Crónica mozárabe de 754

Al año siguiente (712) Mūsā desembarcaría en la bahía de Algeciras con un nuevo ejército de unos dieciocho mil hombres integrado fundamentalmente por árabes. Mūsā avanzó hacia Toledo no por el camino que había tomado el año anterior su subordinado Tāriq, sino buscando la Vía de la Plata y avanzando hasta Carmona, Sevilla y Mérida, donde tuvo que detenerse a asediar la ciudad. Mientras que él se quedaba solucionando el cerco a Mérida, envió a su hijo ‘Abd al ‘Azīz a reprimir una sublevación en Sevilla, a conquistar la actual Andalucía central y oriental (Málaga, Granada, Jaén y Almería) y subir con sus tropas por Levante, pero allí se topó con los dominios del conde Teodomiro de Orihuela, del cual hablaremos más adelante.

Mérida fue tomada a finales de junio con unas condiciones favorables para los defensores:

Salieron [los defensores de Mérida] adonde estaba [Mūsā] y ajustaron con él la paz, concertando su avenencia sobre estas condiciones: que todas las riquezas de los muertos el día de la emboscada y haberes de los ausentes que habían huido á Galiquia [Galicia, en general refiere al norte peninsular], así como los bienes de las iglesias en su totalidad fuesen para los muslimes».

Al-Bayan al-Mugrib

Posteriormente Mūsā avanzó hasta Toledo, donde se encontraría con Tāriq en las cercanías de Talavera. Aunque desconocemos los términos de lo que hablaron, Mūsā no debía de estar demasiado contento con su liberto, habida cuenta de que se había extralimitado en su mandato y le había quitado buena parte de la gloria de la conquista. Sin embargo, parece ser que el ingente tesoro acumulado en Toledo y la actitud sumisa de Tāriq hizo que Mūsā siguiese confiando en su subordinado para comandar el ejército al año siguiente.

Mapa%20invasi%c3%b3n%20musulmanaDEF.tif

La invasión árabe de Hispania. Mapa adaptado por P. Chalmeta.

El año 714 supuso la finalización —en gran medida— de la conquista de Hispania. Los jefes musulmanes dividieron sus tropas en dos grandes contingentes con objetivos diferentes, mientras que ‘Abd al ‘Azīz recibió el encargo de someter la actual Andalucía occidental y el sur de la Lusitania. Mūsā y Tāriq penetraron en el valle del Ebro hasta Zaragoza y Tudela, donde el señor de la tierra, un tal Fortún hijo del conde Casio, entregó sus tierras, prestando obediencia y convirtiéndose al islam fundando la dinastía de los Banu Qasi o hijos de Casio, quienes ocuparon los más altos rangos en la ciudad durante los siglos de dominación islámica. Es posible que desde Zaragoza Tāriq cogiese un contingente de tropas y descendiese el Ebro hacia la costa y ocupase Tarragona y Barcelona, mientras que Mūsā (o uno de sus generales) subió el Ebro con el resto del ejército y saqueó nuevamente Amaya, León y Astorga para finalmente penetrar en Galicia y en la costa cantábrica. Es durante esta campaña por el valle del Ebro cuando se data el final del reinado de Agila II, personaje del que hablaremos más tarde.

En el otoño del 714 Mūsā, quien había recibido durante su estancia en Zaragoza una misiva del califa Al Walid I para que se personase en Damasco, abandonó junto con Tāriq la Península para nunca más volver. Al mando de las fuerzas musulmanas y con la misión de comenzar a establecer las bases de lo que conocemos como al-Ándalus, quedó el hijo de Mūsā, ‘Abd al ‘Azīz (714-716) quien, muy probablemente con un objetivo político, casó con la viuda —en alguna crónica hablan de hija— de don Rodrigo, Egilona.

Mūsā y Tāriq marcharon hacia Damasco en una continua procesión triunfal acompañados por parte de su oficialidad, de prisioneros visigodos y de un inmenso convoy con parte de los tesoros capturados. Pese a sus grandes victorias, el destino de Mūsā y Tāriq no iba a ser como ellos esperaban. A su llegada a Damasco se encontraron que el califa Al Walid I había muerto poco antes, el 25 de febrero del 715, y que su sucesor, Suleyman, no veía a los conquistadores de los godos con buenos ojos quizás por su enorme popularidad, especialmente en las provincias occidentales del Imperio. Suleyman los acusó de apropiación y malversación de fondos, crimen condenado con la muerte que les fue conmutada por la prisión y, posteriormente, por el pago de una fuerte suma económica, prohibiéndoles volver a occidente. Mūsā murió poco después asesinado; Tāriq pasó los últimos años de su vida en el anonimato.

Los últimos territorios aún en poder de los visigodos, la zona norte de Cataluña y la Septimania (parte del sur de Francia que comprende el área costera desde los Pirineos hasta el Ródano), cayeron en poder musulmán durante los emiratos de Al Hurr (716-719), de su sucesor Al Samh (719-721) y de Anbasa (721-726) poniendo fin al reinado de Ardón, de quien hablaremos más adelante.

Por último, [Zama] (Al Samh) hace suya la Galia Narbonense, molesta con frecuentes guerras el país de los francos, y distingue a soldados escogidos de entre los sarracenos, colocándolos en la referida ciudad narbonense para defender las fortificaciones. El general ya mencionado llega hasta Tolosa [Toulouse] peleando en repetidos encuentros, y poniéndole sitio, se empeña en atacarla con hondas y otras máquinas de especies diferentes. Al saber esto los francos, se reúnen bajo el mando de su jefe, llamado Eudón [Odón, duque de Aquitania y Vasconia]. El encuentro de los dos ejércitos se verifica junto a Tolosa, donde se da una gran batalla, pereciendo Zama, jefe del ejército de los sarracenos y una parte de la multitud reunida; y el resto del ejército es perseguido en la huida. Abderramán tomó el mando, conservándolo por un mes, hasta que por orden superior Ambiza (Anbasa) fue nombrado su jefe.

Crónica mozárabe de 754

Curiosamente, el fin de los últimos retazos de reino visigodo viene a coincidir en el tiempo con el surgimiento de Pelayo como caudillo y el principio de la monarquía asturiana.

LOS HEREDEROS DE WITIZA

Con la escasez de fuentes con las que contamos, es muy difícil establecer el papel de los herederos de Witiza y sus partidarios en toda esta sucesión de eventos. De lo que no hay ninguna duda es que, si realmente pensaron en utilizar a los musulmanes como tropas mercenarias para dirimir sus asuntos internos facilitándoles la entrada en la Península y la victoria en la batalla de Guadalete, lo cierto es que rápidamente debieron de darse cuenta de que los musulmanes no tenían ninguna intención de retirarse y de que habían llegado con el objetivo de conquistar y adueñarse del territorio peninsular. Esto fue ya meridianamente claro cuando Mūsā llegó a Toledo y se instaló en el Palacio Real como si se tratase del nuevo rey.

Algunos autores consideran que los witizanos intentaron sacar partido de esta, como decimos, más que evidente situación, volviéndose indispensables para los conquistadores y así mantener, en contrapartida, su posición privilegiada tal cual habían tenido en el régimen anterior. Pero no todos los witizanos buscaron llegar a acuerdos con los recién llegados, en el área noreste de la Península surgió contemporáneamente a la invasión el nombre de Agila II. No conocemos nada más de este rey salvo una serie de monedas acuñadas en algunas de las ciudades más destacadas de esa parte de la Tarraconense y en la Septimania, y su temprana desaparición en torno al año 714. Se especula que murió en combate contra los musulmanes.

Foto%206.tif

Tremís de Agila de Narbona. Ex Colección Chwartz (OGN-Numismatique, 2010).

Si nos atenemos a una crónica del siglo XII conservada en París, a Agila II le sucedió un tal Ardón, señor de un reino reducido únicamente a la Septimania, quien resistió tan solo unos pocos años hasta que las campañas emirales por el territorio redujeron la región al dominio musulmán (718-721).

TEODOMIRO DE ORIHUELA, LOS BANU QASI DE ARAGÓN Y ARDOBASTO DE ANDALUCÍA

Uno de los personajes más interesantes de este período es Teodomiro de Orihuela, un personaje que, como todos los de la época, nos es casi completamente desconocido salvo por pequeñas referencias en crónicas de diferentes momentos distintos.

La primera referencia se encuentra en la Crónica mozárabe del 754 que habla de él en forma harto elogiosa como un gran caudillo militar que, ante la campaña de ‘Abd al ‘Azīz durante la primavera del 713 por la actual Andalucía central y oriental, consiguió para las zonas del levante español —correspondientes a las actuales provincias de Murcia y Alicante— un tratado de paz que respetaba los bienes, usos y costumbres de los nativos y que al mismo tiempo le confirmaba como señor de esas tierras:

En el Nombre de Allah, clemente y misericordioso. Escrito dirigido por ‘Abd al ‘Azīz ibn Mūsā ibn Nusayr a Tudmir ibn Abdush. Este último obtiene la paz y recibe el compromiso, bajo la garantía de Allah y la de su profeta, de que no será alterada su situación ni la de los suyos; de que sus derechos de soberanía no le serán discutidos; de que sus súbditos no serán asesinados, ni reducidos a cautividad, ni separados de sus mujeres e hijos; de que no serán estorbados en el ejercicio de su religión; y de que sus iglesias no serán incendiadas ni despojadas de los objetos de culto que en ellas existen; todo ello mientras cumpla las cargas que le impondremos. Le es concedida la paz mediante estas condiciones que regirán en las siete ciudades siguientes: Orihuela, Baltana, Alicante, Mila, Elche, Lorca y Hellín. Además, no deberá dar asilo a nadie que huya de nosotros o que sea nuestro enemigo; ni mantener ocultas las noticias relativas a los enemigos que lleguen a su conocimiento. Él y sus súbditos deberán pagar al año un tributo personal consistente en un dinar en metálico, cuatro almudes de trigo y cuatro de cebada, cuatro medidas de mosto, cuatro de vinagre, dos de miel y dos de aceite. Esta tasa quedará reducida a la mitad para los esclavos. Firmaron como testigos […].

Escrito a 4 de rachab del año 94 de la Hégira (5 de abril de 713)

Sin embargo, estudios más modernos basados en una relectura de las crónicas ponen en entredicho la figura de Teodomiro, quien no sería más que un superviviente al caos subsiguiente a la derrota de Guadalete y a las disensiones entre su grupo witizano, que buscó refugió en Orihuela donde tenía apoyos y que, llegado el caso, buscó de forma individual para él y los suyos la mejor solución posible ante lo que estaba sucediendo, al punto de casar a una hija suya con un noble sirio, perpetuando su descendencia entre la nobleza hispanoárabe hasta los tiempos de la conquista del territorio por los reyes de Aragón y Castilla, más de quinientos años después. No sabemos si Teodomiro se convirtió al islam o si, por el contrario, se mantuvo fiel a la religión cristiana.

Foto%207.tif

Ciudades mencionadas en el Pacto de Teodomiro

Un paso más allá, a falta de más información sobre Teodomiro, lo dio la familia del conde Casio, señor de las tierras de Navarra y Alto Aragón bañadas por el río Ebro (entorno de Tudela). Casio se rindió a Mūsā y Tāriq durante la campaña por el Ebro del 714 y fue uno de los nobles godos que les acompañó cuando fueron llamados por el califa a Damasco. Como decimos, a falta de más información sobre Teodomiro u otros nobles godos, la novedad de la familia de Casio fue su conversión al islam, para igualarse socialmente con los invasores, de tal modo que de esta forma pudo mantener para sí y su descendencia el señorío de aquellas tierras y de la gran ciudad de Zaragoza durante doscientos años como la poderosa familia de los Banu Qasi (hijos de Casio). Fortún, el iniciador de la dinastía de los Banu Qasi, casó con la hija de ‘Abd al ‘Azīz y de Egilona y agrandó el poder familiar con el nombramiento de vali de Zaragoza.

El caso de conde Ardobasto, quien se cree que era uno de los hijos de Witiza, es muy similar al de los Banu Qasi. Ardobasto, ricohombre de Andalucía, para poder mantener su posición social y dar a sus descendientes un futuro digno en la nueva realidad política que él había ayudado a crear, casó a una de sus hijas llamada Sara con un líder del ejército invasor de origen árabe. La cristiana Sara, después Sarah al-Qutiyya (Sara la Goda), sería la antepasada de alguno de los linajes más poderosos de las comarcas entre Sevilla y Córdoba como fueron los Banu aI-Hajjaj o los Banu aI-Qutiyya.