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Sueño
de dragones



COLECCIÓN TEATRO EMERGENTE











Alberto Castillo Pérez






Sueño
de dragones














EDICIONES EL MILAGRO











PERSONAJES








RENATO
65 años


LUCIO
alrededor de 25 años


SANDRA
alrededor de 40 años


ELENA
alrededor de 50 años



La acción ocurre en el dormitorio de Renato, que ha estado enfermo durante varios meses. La recámara ha sido adaptada como cuarto de hospital y al mobiliario barroco se ha agregado una cama de hospital, una mesa rodante y un tripié del que cuelga un suero con toda su parafernalia incluida. En la cama duerme Renato; a su lado, de pie, se encuentra Lucio.











Una luz cenital ilumina a Lucio. El resto del espacio está en penumbras.




1


LUCIO Un dolor se te clava en el oído izquierdo. Entra como un cuchillo y el relámpago que provoca te inunda los ojos con una luz roja intensa que sube de brillantez hasta convertirse en color rosa. Dolor, un dolor terrible que te ciega y punza al ritmo de los latidos de tu corazón. Tú no lo ves, pero yo sí, al principio distingo su figura vagamente, es una mancha rosa que se mueve torpemente y avanza a través del canal del oído en busca de tu cerebro. A su paso rasga los tejidos y provoca un rechinido como el del metal que se arrastra sobre una superficie pulida. Es su cola, coronada por una púa larga y rígida, la que provoca más destrozos. Está cerca, muy cerca, frente a sus ojos humanos, muy humanos, está la tela gris de tu cerebro. Quiero despertarte, mamá, decirte que si no abres los ojos ahora mismo ese dragón se meterá a tu cerebro. Sí puedes, abre los ojos, recházalo; sueña cualquier otra cosa, no dejes que te atrape con la repetición infinita del color rosado de su piel, el rojo de sus uñas, la cresta que baja por el lomo hasta terminar en la púa de su cola. Estás cayendo, madre, el dolor te provoca un sueño violento; un sueño que se parece más a la caída dentro de un pozo que parece no tener fin. Un pozo sobre el que está esa eterna luz rosada que se convierte en un punto intenso hasta que tu cabeza golpea contra el suelo. Descansas. El dolor era tan intenso que es preferible esa inconsciencia.

Te veo ahí, tendida. Flotas sobre las sábanas blancas de esa cama de hospital. Tus manos yacen a los lados de tu cuerpo con las palmas hacia arriba, y alguien te ha peinado los cabellos oscuros y brillantes. Me dicen que estás en coma. “¿En coma?”, “Sí, en coma. Su cerebro está como detenido, pero estamos esperando, la estamos cuidando y pronto va a salir de este estado, ya verás, tu mami va a ser la misma de antes y te va a decir todas las cosas lindas que te decía antes”. No, ella no está en coma, lo que pasa es que un dragón del sueño se le metió al cerebro. Yo lo vi, entró por el oído y con sus coletazos fue destruyendo todo a su paso. Ya está ahí, pero todavía no lo conquista completamente porque ella no duerme tan profundamente como lo necesita. Mira, mueve los ojos, algo tiembla bajo los párpados. Se resiste y tenemos que ayudarla a despertar. “¡Los dragones no existen!”. Sí existen, yo los vi, en sueños, mientras dormía. Pero déjame explicarte, estos no son como los de los cuentos, no echan fuego por la boca ni viven en cuevas ni esas tonterías, estos habitan en el mundo de los sueños y entran a la mente de las personas. Yo lo sé. Ella me contó que todos los días soñaba dragones, era porque se estaban acercando, es la primera señal. ¡Sí existen! ¡Sí existen!


Cambio de luz.




2


Renato, muy alterado, se sienta en la cama. Lucio sostiene al anciano por los hombros para evitar que se caiga. Todavía confundido, Renato le da un par de débiles manotazos a Lucio, que los recibe ecuánime. De pronto Renato se calma y fija la mirada en el joven.


RENATO ¡Quién chingados eres!

LUCIO Lucio, maestro.


Después de mirarlo unos segundos y reconocer el lugar, Renato se recompone y comienza a tranquilizarse.


RENATO Debes ser nuevo…

LUCIO Estoy con usted desde hace más de cinco años.

RENATO Tienes un problema de personalidad, Lucio; si en cinco años no consigues que tu maestro te ubique, nadie lo hará nunca. (Lucio toma una pastilla y un vaso con agua del buró y se los da a Renato; este toma la pastilla obedientemente y se recuesta. De inmediato levanta la cabeza tratando de jalar aire.) Levántame más esta mierda, siento que me ahogo. (Se acomoda en el respaldo, que Lucio le ha levantado unos centímetros, y se dispone a dormir. Lucio se sienta en un sofá que hay al lado y se acurruca.) Tenemos que hablar de ti después… (no recuerda el nombre) Lucio… No puedes vivir con esa personalidad tan opacada. Hay que ser contundente desde el nombre. Tienes que ponerte uno que refleje decisión… que exprese la potencia de la que un buen dramaturgo debe ser capaz… un nombre es como el título de una obra, es como el epitafio sobre una tumba… Aquí yace Lucio Equis, no me gusta nada… (Se recuesta y cierra los ojos; su voz se ha vuelto casi inaudible hacia el final del parlamento anterior.)


Cambio de luz.




3


LUCIO Entro a la biblioteca de los libros que abandoné cuando dejé de ser un niño chico. Hay tantos volúmenes, tantos que leí y no recuerdo y muchos otros con las páginas aún pegadas. Busco los que hablaban de seres que sí existen, aunque la gente me diga lo contrario. Uno, otro más, los libros se acumulan y provocan un polvito que me raspa la nariz y se pega en mi garganta. Aguanta, aguanta, nada es comparable con lo que ella sintió, con ese dolor de que un dragón se te meta por el oído y busque hacer nido en tu cerebro. ¡Aquí está! En sus dibujos reconozco la sirena de río, el fauno con dientes de sable y la bruja vegetariana del Brasil, y… dragones… “Draconius quetzalis, mejor conocido como serpiente emplumada…”; este no es… tengo que encontrarlo, aquí estaba… ¡Aquí está!: (Lee.) “Draconius rosaeLa bella durmienteHorrorizado.