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Lágrimas de hielo

Los personajes, eventos y sucesos que aparecen en esta obra son ficticios, cualquier semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación, u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art.270 y siguientes del código penal).

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© de la fotografía de la autora: Archivo de la autora

© Bárbara Bouzas 2018

© Editorial LxL 2018

www.editoriallxl.com

04240, Almería (España)

Primera edición: diciembre 2018

Composición: Editorial LxL

ISBN: 978-84-17516-65-9

No lloro por ti, tú no vales la pena. Lloro porque la ilusión de quién eras se vino abajo al saber quién eres en realidad.

Steve Maraboli

A mi hermana, Gabi, porque no hay persona con quien más ganas tenga de compartir este sueño que con ella.

Infinity times infinity.

Agradecimientos

Gracias a mi madre por su confianza en mí, por sacarme una sonrisa cuando estoy enfadada y por sacar mi mal genio cuando estoy contenta. Le agradezco también que me haya enseñado que a veces poco es mucho, que todo esfuerzo tiene su recompensa y que lo bueno se hace esperar.

Gracias a mi padre porque hará el esfuerzo de leer una novela romántica pese a que no le gusten nada. Gracias también por no enfadarse al enterarse que había escrito un libro poco antes de que supiera que lo iban a publicar.

Gracias a mi abuela porque, cuando le di la maravillosa noticia, se le saltaron unas lágrimas de pura felicidad y orgullo, se secó las manos al mandil y me abrazó con fuerza porque las palabras no le salían.

Gracias a mi abuelo porque, aunque no esté, sé exactamente lo que me diría, cómo sería su sonrisa y cómo querría celebrarlo: «Así me gusta miña filla, sempre para adiante, finca no pé. Quéroche moito».

A mi novio, por intentar —que no es lo mismo que conseguir— no molestarme cuando paso horas frente al ordenador. Le pido perdón y le doy las gracias por no enfadarse, o no mucho, porque le conté que había escrito la novela tras saber que la publicarían.

Ahora, fuera de casa, le agradezco mil y una veces a mi editora, Noelia Ortega, por darme la oportunidad de compartir esta historia, por sus consejos y por enseñarme, entre otras muchas cosas, que la forma en la que cuentas las cosas es más importante que las cosas que cuentas. Gracias por hacer realidad mi sueño.

Lo tuve todo cuando no era nadie y me quedé sin nada ahora que volvía ser alguien, yo.

¿Valió la pena?

A veces los sentimientos son tan fuertes que controlan tus actos. No importa la razón, cordura o lealtad hacia lo que te rodea, sino que orbitas alrededor de la persona que amas como la Tierra alrededor del sol.

Esos sentimientos me controlaban, me hacían débil. Lo sabía, pero nunca me había sentido tan plena como en sus brazos, nunca había deseado tanto que alguien me amase. A mí.

Lo que alguna vez me había asqueado había pasado a un segundo plano para dejar paso a un amor tan grande que creía que podría superarlo todo.

Fue un error, él me odiaba. Era el prototipo de persona al que no le temblaba el pulso al disparar. Al contrario, disfrutaba torturando a los de mi calaña.

1

Dabria

—Buenos días, Laura —saludé a mi amiga y compañera de trabajo que ya estaba en su mesa.

Éramos amigas desde hacía cuatro años. Cuando entró en el CNI, nos convertimos en uña y carne. La hermana que nunca tuve.

—Buenos días, Dab, ¿qué tal…? —El ruido de la puerta del comisario seguido de su voz la interrumpió.

—Buenos días. Cuando lleguen vuestros compañeros entrad en mi despacho, tenemos que hablar. —Y sin más volvió a cerrar.

Nuestros compañeros, Diego y Jorge. Los cuatro trabajábamos juntos bajo el mando del serio comisario, Carlos Muñoz, y la inspectora Sara Cortés. El equipo llevaba a cabo misiones de espionaje contra el terrorismo, prostitución, narcotráfico, tráfico de mujeres, armas y órganos. Básicamente todo lo que podía poner en peligro la seguridad nacional de nuestro país. Normalmente debíamos infiltrarnos, hacernos pasar por uno de ellos, poner cámaras, micros e interceptar la mercancía. En resumen, hacer lo posible para que acabasen entre rejas.

Diez minutos más tarde, entraron Jorge y Diego con una sonrisa muy sospechosa para ser lunes.

—Buenos días, chicos. Parece que lo habéis pasado bien el fin de semana —saludé.

—Desde luego, el sábado fue una noche… ¿cómo lo diría…? Espectacular —contestó Diego riendo.

—Nos contaréis todo a la hora de la comida. Todo. —Laura recalcó la última palabra—. Ahora nos espera Muñoz.

La miramos como si le saliesen tres cabezas y ella se dio cuenta de nuestra reacción. Era demasiado cotilla para querer esperar por un chisme.—No me miréis así. Muñoz estaba más serio de lo normal, lo que implica que lo que nos va a contar es importante. De todas formas, sois unos exagerados, no es tan raro que aplace el cotilleo. Pero os lo advierto, a la hora de comer no os libráis. Ambos. —Los señaló alternativamente en señal de advertencia.

La mesa del comisario era bastante pequeña, pero nos acomodamos. La inspectora y el comisario estaban ojeando unas carpetas que cerraron con lentitud cuando los cuatro estuvimos listos para escuchar. Antes de hablar nos las pasaron y comenzamos a ojear la información por parejas.

—¿Qué es? Vamos, obvio, información sobre las Tres K, pero…, ¿qué ocurre? —preguntó Jorge, levantando la vista de nuestra carpeta.

—Pues bien. Chivatazos, pistas, suposiciones, posibles delitos… Pero solo eso, nada que pruebe la culpabilidad de los miembros de las Tres K. No tenemos nada para meter entre rejas a ninguno de sus miembros, mientras que ellos cada vez amplían más su mercado. Más armas, más drogas de diseño, más mujeres para prostituir. Cada vez están llegando más camiones llenos de mierda a nuestras costas; a Francia y a Alemania. No somos capaces de pararlos, tienen las espaldas bien cubiertas. Nosotros solo encerramos a algún camello de poca monta que no sabe ni para quién trabaja —respondió el comisario.

Las Tres K era una organización rusa dedicada a todo tipo de tráfico. Una de las mafias más importantes del mundo. Los cuerpos de inteligencia de Europa acordaron un tratado hacía años para trabajar en grupo y así poder eliminarla. Hasta entonces no había habido suerte. Ni siquiera uno de sus miembros había acabado entre rejas. Habían debido de pagar muy bien a las autoridades y, desde luego, su trabajo no había dejado ningún cabo suelto.

Las Tres K recibía ese nombre porque estaba formada por la unión de tres grandes familias rusas. Los Korsakov, los Kostka y los Kovalenko; una unión muy sólida consolidada durante generaciones.

—Llevamos tiempo recopilando información y… —empezó a decir Laura, pero la inspectora la interrumpió.

—No tenemos nada, Laura, nada que los involucre directamente con tales delitos. Eso se acabó. Hemos estado hablando con los cuerpos de inteligencia de los países vecinos y nos hemos puesto de acuerdo en infiltrar a agentes en los puntos clave de sus negocios. Nosotros hemos sido los encargados de ir a Rusia. Atajaremos desde allí. Uno de vosotros viajará a San Petersburgo en septiembre.

—Nos ha tocado la parte más fácil —solté con sarcasmo.

—Será un trabajo complicado y largo. —Muñoz me lanzó una mirada seria—. Calculamos un año, más o menos, dependiendo de cómo vayan saliendo las cosas. No seréis un espía cualquiera, sino infiltrado directamente en una de las tres familias —explicó.

—¿Cómo se supone que lo haremos? No creo que sea tan fácil ganarse la confianza de alguno de ellos para averiguar algo sustancial —pregunté.

—Pues el objetivo para conseguirla será enamorar a uno de los herederos de las tres familias. Os convertiréis en la chica que siempre deseó, así os ganaréis su confianza. Le haréis creer que lo amáis. De esa manera, conseguir las pruebas necesarias para que paguen por sus delitos será más fácil —contestó la inspectora.

Fantástico, la infiltrada seríamos Laura o yo. Más claro, agua.

—Fabuloso, suena a pan comido, un plan perfecto. Enamorar a un mafioso, ruso por si no fuera suficiente, para acabar con su negocio. ¿De quién ha sido el plan? Porque a mí me suena a fracaso. Contando con que una de nosotras no acabe en un contenedor de basura —repliqué enfadada.

—Llevamos tiempo pensándolo y es la manera más segura. Está todo listo para que sea casi imposible ser descubierto —respondió el comisario.

—Aunque el ruso se enamore, no quiere decir que se vuelva tonto —comentó Laura.

—Cierto, que se enamore no quiere decir que le cuente todo a su amada —añadí.

—Pues ve pensando cómo lo vas a hacer, Dabria, porque tendrás que conseguir que se vuelva loco de amor por ti, que baje la guardia hasta averiguar lo necesario —dijo la inspectora.

Me quedé como si me tirara un cubo de agua helada por encima. No quería poner en peligro a Laura, pero no quería largarme para Rusia. ¡Maldita fuera!

—Espera, espera, espera. ¿Qué quieres decir con que tengo…?

El comisario me interrumpió.

—Sí, Dabria, tú serás la infiltrada. Tú enamorarás al ruso y tú los meterás entre rejas.

—Si ni siquiera le habéis preguntado si puede o quiere ir —protestó Laura.

Sabía que me quería como una hermana, por eso intentaba defenderme, aun sabiendo que la decisión era inexorable.

Me sumí en mis pensamientos. Una tristeza repentina me llenó por completo. Mi abuelo estaba mayor. Al regresar de la última misión le había prometido que pasaríamos una larga temporada juntos. No era justo, hacía apenas un mes que había vuelto a casa.

—No pensasteis, acaso, en que el infiltrado también podía ser un hombre —preguntó Diego con la esperanza de que me librara y fuese uno de ellos quien se encargase de aquello.

—Escuchadme bien todos. Esto es muy serio. Llevamos años detrás de esta organización y queremos que esta vez salga bien. ¿Creéis que enamorando a una de las chicas obtendríais la misma información que se le puede sacar a un heredero? No quiero decir que él lo vaya a contar todo, pero quienes controlan los negocios allí son los hombres, las mujeres solo se inmiscuyen lo necesario. Están al corriente de lo que hace su familia, pero no participan de forma activa. Es una forma de protegerlas, manteniéndolas en los límites. Ven la porquería, pero no se ensucian. Confiamos en que sea más fácil al meterse de lleno con uno de los herederos, eso facilitará la incorporación de micros y cámaras. Si baja la guardia, también lo hará el resto, lo que permitirá obtener pruebas de una manera más asequible.

—Dabria ha sido la elegida porque cumple con nuestro perfil a la perfección, o ¿acaso alguno de vosotros habla ruso? —preguntó el comisario, pero al ver que ninguno contestaba continuó—: Dabria habla ruso, francés, árabe e inglés. Domina las artes marciales y el baile tan bien como maneja las armas. Si alguno cree que lo puede hacer mejor que ella, tanto la inspectora como yo escucharemos vuestra opinión.

—No, jefe —contestaron los tres a la vez, yo, sin embargo, no sabía qué decir.

—Sabemos que es la mejor, pero es injusto que tenga que ser siempre ella la que se pone en peligro —replicó Jorge.

—Lo sabemos, pero no tenemos dudas de que lo hará como esperamos. Y ninguno duda de su belleza para enamorar al ruso, ¿verdad? —dijo la inspectora intentando animarnos.

—¿Quién será el afortunado que sucumba a mis encantos? —pregunté con sarcasmo, dejando mis pensamientos para más tarde.

—Mikhail Korsakov —respondió la inspectora.

Mikhail Korsakov: heredero de la familia Korsakov. Tenía dos hermanas, una mayor y una menor; por lo tanto, él sería el próximo en dirigir el negocio familiar. Desde los dieciséis años empezó a trabajar con su padre, tíos y primos, para aprender cómo funcionaba todo. Se rumoreaba que sería el heredero perfecto: demasiado frío para quienes apenas lo conocían, letal en los negocios e impasible con los traidores.

—Sé quién es —contesté seriamente.

Por supuesto que lo sabía, llevábamos mucho tiempo detrás de las Tres K como para no saber quién sería su próximo líder.

—Él será tu conquista. Si falla, irás a por Borak Kostka —dijo el comisario.

Borak Kostka: heredero de la familia Kostka, el mayor de sus hermanos. Tenía tres hermanas pequeñas. Como Mikhail, llevaba desde joven metido en el negocio familiar. Un buen heredero también, pero no abarcaba las Tres K.

—No me hará falta pasar al plan B, nunca fallo —dije segura de mí misma, aunque en realidad no lo estaba.

—Por eso te hemos elegido —comentó orgullosa la inspectora.

—Eso sí, no tengo ni idea de cómo conseguir que el ruso se enamore de mí —añadí sonriendo.

—Tienes mucha información que te servirá de ayuda. Antes que tú ya hubo infiltrados cerca de ellos para allanarte el camino. Sus gustos, lo que suele hacer, dónde suele salir, con quién, su grupo de amigos, qué mujeres le gustan… Están en esas carpetas marrones —dijo el comisario señalando hacia una estantería tras él—. Y tienes a tus compañeros para que te ayuden. Estoy seguro de que Laura tendrá ideas de cómo hacerlo y estará encantada de ayudarte en todo. ¿Cierto, Laura? —añadió mirándola a ella con una mueca que parecía una sonrisa a medias.

—Desde luego, comisario. Antes de que se dé cuenta, el ruso estará babeando por ella. Yo… quiero decir, nosotros, le ayudaremos en todo —contestó más alegre.

—Pues desde este momento tu única misión es prepararte para ir a Rusia. Nada más. Deja lo que estabas haciendo, otra persona se encargará —ordenó la inspectora.

—Pero… —había empezado a protestar y de nuevo me cortó.

—Sin rechistar. Te dedicarás por completo a tu nueva misión.

—De acuerdo —contesté de mala gana, haciendo una mueca de disgusto.

Me gustaba el trabajo que estaba haciendo, narcotráfico. Una banda nueva que había llegado a Madrid con drogas de diseño y que le vendía LSD hasta a los niños de trece años. Estaba deseando coger a su jefe y meterlo entre rejas. Pero no me iba a dar ese gusto, sería otro. ¡Qué rabia me daba!

A partir de ese momento mi único objetivo era entrenarme para mi siguiente misión. Aprender todo lo relacionado con las Tres K que los otros espías habían podido averiguar. ¡A ver qué tan llenos de mierda estaban cada uno de ellos!

Dejamos al comisario y a la inspectora en el despacho y salimos cada uno a ocuparnos de lo que nos tocaba. Yo había empezado leyendo las carpetas, mientras que ellos, por el momento, seguirían persiguiendo a los nuevos narcos. ¡Genial! Comencé a leer enfurruñada. No había llegado al final de la primera frase cuando Laura me interrumpió:

—Lo siento, Dab, de verás. —Su voz sonaba triste.

—No te preocupes, estoy bien, solo que… tengo que hacerme a la idea —contesté apagada.

—Puedo leer contigo eso, si lo prefieres. —Sabía que lo haría encantada, pero prefería hacerlo sola.

—Prefiero empezar yo. Lo comentaremos en la comida, ¿te parece? —contesté con una sonrisa de agradecimiento.

Tres horas leyendo su vida. Demasiado tiempo persiguiéndolos, demasiado tiempo para no tener la información suficiente para condenar a ninguno de ellos. Era como si a medida que su negocio crecía, menos posibilidades teníamos nosotros de cogerlos, debiendo ser al revés. Algún fallo, cabo suelto. Pero no, estaba todo perfectamente calculado para no dejarnos más que carpetas llenas de información que realmente para poco nos valían. ¡Esperaba que a mí sí me sirviesen de algo! Releí cosas que ya sabía.

Los Korsakov se encargaban de las empresas relacionadas con ocio y diversión. Casinos y discotecas, así como restaurantes de lujo. Los Kostka eran propietarios de las cadenas de hoteles, spas y gimnasios. Los Kovalenko ponían guapa a la clase más alta de Rusia: boutiques, joyerías, peluquerías, perfumerías… Eran excesivamente ricos para ser cogidos, tenían comprada a la mayor parte de la policía y les llenaban los bolsillos tantos a jueces y fiscales como le era posible. Su asqueroso dinero también hacía mella en otros países por los que pasaba su mercancía. Su dinero sí lo podía comprar todo.

Los tres negocios eran patrimonio familiar. Si siempre habían ido bien, ¿por qué no iban continuar su maravilloso curso? ¿Quién pensaría que no era más que una farsa, una tapadera? Lo cierto era que todo el mundo parecía ser consciente, pero nadie lo comentaba; la gente olía la podredumbre de su negocio, aunque tenían miedo, miedo de acabar en un contenedor de basura sin importarle a nadie qué fue lo que ocurrió. Eso si realmente le importase algo. La mayoría estaban tan acostumbrados a que fuese así, que no les resultaba extraño convivir de esa forma.

—Dab —Laura se levantó de la silla—, es hora de comer. ¡Vamos, chicos, arriba! —llamó a Diego y Jorge para que, como siempre, nos acompañasen.

Solíamos ir al mismo lugar, un pequeño restaurante que estaba en la esquina del edificio de la comisaría. Los dueños eran encantadores, dos señores ya mayores, ella se encontraba en la cocina y él sirviendo.

—Han llegado mis cuatro fantásticos —saludó el señor Ernesto con una gran sonrisa—. ¿Cómo os va, muchachos? ¿Con hambre?

—Claro, señor Ernesto. Espero que su mujer haya preparado ese estofado tan bueno —le dijo Diego sentándose en una silla.

—Desde luego, muchacho, ¿quieren estofado los tres y la pequeñaja un revuelto de setas y espinacas? —preguntó mirándonos a los cuatro con cariño.

—Yo hoy acompañaré a Dabria con el revuelto. Gracias, Ernesto —contestó Laura con voz dulce.

—Bueno, ¿qué tal lo llevas? —me preguntó Jorge cogiendo el vaso para beber.

—Estoy empezando todavía. Demasiada información para un solo día. Me habría bastado con la noticia por hoy —comenté riendo.

—Sabemos que no querías esto, Dab, lo que más deseabas era pasar una temporada larga en casa. Saber que vas a pasar un año fuera es más que suficiente. De veras que lo siento —dijo Diego.

—Cierto, nada me hacía más ilusión que estar con mi abuelo durante un período muy largo. Ahora ni pasaré las Navidades a su lado y me tocará comerme las uvas con guantes para que no se me congelen los dedos —bromeé, haciendo una mueca de disgusto.

Desde niña, cuando algo no me gustaba o me molestaba, arrugaba la boca y nariz hasta juntar los labios a la altura de esta, como un conejo.

2

Miki

Trece años antes

—Es la hora, Mikhail —dijo mi padre entrando en mi habitación.

Asentí con la cabeza. Estaba nervioso para responder. Era el día, era mi día. No quería defraudar a mi padre, no podía.

Después de media hora de camino, el chófer nos dejó enfrente de un gran edificio. Sabía de sobra dónde estábamos, en los juzgados. En realidad, allí se hacían muchas más cosas que impartir justicia y condenar a criminales, también se cubrían y se defendían criminales. Las cinco familias más poderosas estaban esperándonos. Las cinco más las dos que formaban parte de las Tres K. Aquel día la sala sería testigo de otro tipo de condena, aquel día conocerían y jurarían respecto al heredero. Se inclinarían ante Mikhail Korsakov.

Se inclinarían ante mí.

Entramos con paso decidido. Solamente algunos de los hombres de mis padres nos acompañaban vigilando nuestras espaldas. Abrimos la doble puerta y caminamos al centro del estrado. La gente esperaba con paciencia a que mi padre tomase la palabra. No era una sala llena de personas, solamente estaban los justos, los necesarios que debían escuchar con atención. Habría un total de cuarenta, entre padres, hijos, familiares y escoltas.

—Buenos días —saludó mi padre en alto—. Hoy tengo el inmenso placer de presentaros formalmente a mi hijo, Mikhail.

Vi el orgullo en su cara, así como en la de mi abuelo, sentado a mi derecha junto con mis primos y mi tío. Eso no significaba que no me conocieran, al contrario, todo el mundo sabía de mi existencia, pero era un ritual antiguo para honrar al futuro jefe de la mafia rusa. Al cumplir los trece años debían jurarte lealtad, un pacto de honor, respeto y sangre.

—Hoy, en el día de su treceavo cumpleaños, está aquí para recibir el acogimiento que estoy seguro estaréis encantados de darle —continuó mi padre—. Como mi futuro sucesor, debéis jurar lealtad, respeto y obediencia absoluta hacia él.

—Yo seré el primero en hacerlo, con todos mis respetos, Egor, estoy seguro de que Mikhail se convertirá en el mejor jefe que las Tres K haya tenido, y para mí será un honor servirlo —dijo uno de los jefes de las cinco familias, el señor Steklov, el más viejo de todos, íntimo amigo de mi abuelo.

Mi padre asintió y le tendió la mano al señor Steklov cuando subió al estrado. En él había una mesa con los pergaminos esperando a ser firmados por cada uno de los miembros. El señor Steklov lo hizo con el correspondiente a su familia. Al acabar, se produjo un corte en la palma de la mano con el cuchillo que había sobre la mesa y dejó correr una gota de sangre por el papel; de esa forma cerraba su juramento de lealtad hacia mí. Seguido de él fueron el resto de los miembros de las cinco familias, y luego, muy a su pesar, hicieron lo mismo los Kostka y los Kovalenko. Dusan no pudo evitar hacer un comentario acerca de mi liderazgo:

—No creo que las viejas costumbres sean siempre las mejores. Mi hijo podría ser tan buen heredero como Mikhail.

—Los Korsakov son nuestros líderes, nos guían desde hace años. Tendría que ocurrir algo impensable para que el legado saliera de sus manos —le respondió el señor Poliakov, otro de los viejos de las cinco familias.

—Suponemos que no tienes ningún inconveniente respecto a eso, ¿no es así, Dusan? —preguntó otro de los cinco, el señor Berezustki.

—En absoluto. Solo era una sugerencia —respondió el padre de Borak de manera fría.

—Nos gustaría que el joven Korsakov nos probara su valía, que nos convenciese de que no será un cobarde —intervino Vasyl.

—¿Qué quieres que haga el chico exactamente, Kovalenko? —inquirió el padre de Aleksei.

Pertenecía a otra de las cinco familias, los Volkov, pero en ese caso era el padre de Aleksei quien llevaba las riendas desde que su padre murió, unos años atrás.

—Pues mostrarnos de qué material está hecho. Que traigan a uno de los hombres que debemos condenar y que sea tu hijo el que lo juzgue. —Esa vez, Vasyl se dirigió directamente a mi padre.

Él me miró por encima del hombro. Yo, de forma imperceptible, cerré los ojos en señal de asentimiento.

—Si eso es lo que quieres, que traigan a uno —ordenó mi padre.

En menos de quince minutos nuestros hombres llegaron con un hombre encadenado. Tanta rapidez me llevó a pensar que los Kostka y los Kovalenko ya tenían aquello planeado, querían verme flaquear.

Arrojaron el hombre al suelo delante de nosotros. Sin mirar a nadie, bajé las pocas escaleras que me separaban del hombre, me coloqué detrás de él y tiré de su cabello para que alzará su magullado rostro.

—¿De qué se acusa a este hombre, Vasyl? —pregunté en alto.

—Traición. Intentaron robar un cargamento para venderlo a nuestras espaldas —explicó mi padre antes de que el Kovalenko se le adelantase.

—Y ¿de quién exactamente es? Quiero decir…, ¿quién le pagaba? ¿Quién era el responsable de él? —pregunté de nuevo, sin dejarme amedrentar por todos los viejos y sabios ojos que me observaban sin perder detalle.

—Mío. El hombre era mío, Mikhail —respondió Vasyl con una sonrisa arrogante.

—Ahora di, ¿cuál será su condena? —preguntó Dusan.

—¿Por qué lo has hecho? ¿No te pagaban suficiente? —le pregunté al hombre que miraba al frente.

—No es eso —empezó a contestar con la vista fija al frente.

—Mírame cuando te hablo —le ordené—, y contesta.

—Sí, me pagaban bien, pero con lo que ellos ganan me merecía más —respondió seguro de sus palabras.

—¿Qué crees que te harían ellos?

—Torturarme hasta la muerte en el sótano del Hera.

—¿Qué crees que te haré yo?

—Lo mismo —sonó más a afirmación que a pregunta.

—Sí, me gustaría llevarte al Hera para jugar, pero no tengo tiempo.

Sin prisa pero con paso seguro me acerqué a la mesa donde estaban los cuchillos, cogí uno y volví donde se encontraba. Lo sujeté de nuevo del cabello y le levanté la cabeza. Sin temblarme el pulso deslicé la afilada hoja por su garganta. No me importó la sangre, no me importó su mirada, no me importó su vida.

Me acerqué a Vasyl, que me observaba con odio, limpié el cuchillo en su chaqueta y se lo ofrecí.

—Me parece, Vasyl, que no deberías dejarte torear por tus hombres. Yo no lo haré, y ten en cuenta que no soy mi padre. Soy más peligroso y menos indulgente. Este incidente ha sido tu culpa. Asegúrate de que no se repita.

Todos en la sala me contemplaron con orgullo, sobre todo mis familiares. Vi cómo a los gemelos se les quería escapar la risa. En cambio, a Vasyl y Dusan parecía salirles fuego por las orejas, mientras Mikola me lanzaba dagas con los ojos.

Si ellos supieran… Si supieran que yo sería acero para sus dagas y agua para su fuego…

3

dabria

En los quince minutos que duraba el trayecto hasta mi casa no había dejado de darle vueltas a la cabeza. Le contaría a mi abuelo que me tenía que ir. Él, como siempre, me apoyaría en vez de regañarme por no ser capaz de cumplir con mi palabra. ¡Vaya mierda, prefería que me riñese por ser una mentirosa!

Aparqué la moto en la entrada. Vivíamos un poco alejados del centro, en una zona tranquila. Mis abuelos compraron la casa recién casados, fue donde se crio mi madre y donde vivió desde los seis años.

—¡Estoy en casa! —Antes de acabar de saludar, Chicho se acercó eufórico. De haber algún florero adornando nuestro pasillo lo habría roto de un golpe con el rabo.

—¿Cómo te ha ido, mi niña? —El abuelo giró la cabeza en mi dirección.

Siempre solía encontrarlo en el mismo sitio; en el sofá más cercano a la puerta con una taza de café bien fuerte en la mesita y un buen libro en la mano. Por las mañanas se acercaba al gimnasio, pero por las tardes se dedicaba a leer, pasear y llevar a cabo una vida de jubilado, como él lo llamaba.

Le di un beso en la frente y me senté en el sofá grande que había pegado a la pared. Así me quedaba a su derecha, por lo que tenía que girar levemente la cabeza para verme bien. Chicho, nuestro pastor alemán, se acostó a mis pies para que pudiera acariciarlo.

—¿Qué tal el día? ¿Qué tal todo por el gimnasio?

—Como siempre, el gimnasio marcha viento en popa, Dab. ¿Ya le habéis dado caza a esos cabronazos?

Se refería a la banda de traficantes. No debería hacerlo, pero se lo contaba todo, me gustaba saber su opinión al respecto.

—Lo cierto, ded1, es que no. Y a partir de hoy ese no es mi problema —le dije con la voz apagada.

—¿Qué ha ocurrido? ¿Estás bien? —Su preocupado tono de voz me instaló un nudo en el estómago.

—Estoy perfectamente, pero… me han encargado otra misión. Tengo que viajar a Rusia. Será durante bastante tiempo, un año, aproximadamente. Los sucios negocios de las Tres K se expanden como una plaga y… —Los nervios me hacían contárselo todo a la carrerilla.

—No me lo digas, irás de agente encubierto —interrumpió.

—Exacto. Es una misión muy importante, creen que debo ser yo la encargada de realizarla. Pero…, sabes que puedo quedarme —le dije entrecerrando los ojos.

—A veces ser la mejor es un fastidio. —Sonrió—. No se trata de lo que yo prefiera, Dab, me encantaría tenerte en casa, pero sé cuánto te aporta tu trabajo, lo vives con una intensidad abrumadora. Te admiro por lo que haces y por lo bien que lo haces. Pero tengo miedo de que el trabajo te absorba la felicidad. Rusia es diferente, mi niña, demasiado peligroso; sin embargo, no interferiré en tu decisión. Ambos sabemos que irás y lo harás estupendamente.

—Pero, dedushka2… —No me dejó acabar.

—Dime, Dab, ¿no quieres ir, acaso? Dime que tu cabeza no está trazando miles de planes de cómo acabar con ellos. —Me sonrió.

—Sabes que sí, ded, pero te había dicho que pasaría una temporada en casa, contigo.

—Yo seguiré aquí cuando vuelvas. Cuéntame cuál será tu cometido.

—¿Tengo otra opción, acaso? —Reí.

Mi abuelo vivía con tal intensidad mi trabajo que parecía ser él quien lo estuviera realizando. No podía ocultarle nada.

—Esta vez me toca enamorar al heredero de la familia Korsakov.

Le conté todo lo que sabía hasta el momento. Él escuchaba con atención, asintiendo o negando con la cabeza, haciendo muecas… Recalcó que atendiese bien a todo lo que leyera en relación con las Tres K.

—Cualquier detalle por insignificante que parezca puede serte de mucha ayuda —me dijo.

Mi día continuó como cualquier otro. Fui un rato al gimnasio y más tarde regresé para cenar con mi abuelo. Él era quien se encargaba de preparar las comidas. Por mi parte, podríamos morirnos de hambre. Odiaba cocinar, se me daba fatal y me parecía una pérdida de tiempo terrible. Te pasabas dos o tres horas en la cocina para que en pocos minutos tu trabajo desapareciera. ¡Como si no costase prepararlo! Admiraba y agradecía que él lo hiciese sin importarle lo elaborado que fuera el plato, el tiempo que perdiera en él o que yo tardase quince minutos o una hora en comérmelo.

Las siguientes semanas nos las pasamos estudiando a los rusos. Laura y los chicos se implicaron como si nos fuésemos a ir los cuatro. Nos lo aprendimos todo: nombres, ubicaciones de las residencias, la descendencia de las tres familias, a qué se dedicaba cada uno, cuáles eran sus locales, sus gustos, sus lugares de ocio, sus restaurantes preferidos y los amigos más allegados. Las tres familias rusas eran influentes, como era de esperar. Nada se movía sin que ellos lo supieran, nada sucedía sin que alguno de ellos estuviese presente.

Descubrimos una laguna en la descendencia, no había ningún tipo de información acerca de la madre de Mikhail, como si la hubieran colocado ahí sin más. Ni padres, ni hermanos ni abuelos; ningún familiar. Lo que sí averiguamos fue que no era rusa, sino búlgara, la única por la que corría sangre distinta. El resto de los Korsakov eran rusos de los pies a cabeza. Era la familia más poderosa de las Tres K. Siempre tenía que haber un líder supremo, uno completamente ruso.

Respecto a los Kostka y los Kovalenko hallamos otro detalle que no sabíamos. Los Kostka eran eslovacos, mientras que los Kovalenko ucranianos. Podían considerarse rusos por los años que llevaban allí y porque al menos las dos últimas generaciones nacieron en el país, pero por sus venas la sangre estaba mezclada. Los negocios entre las tres familias siempre estuvieron en apogeo, nunca decayeron; de hecho, aumentaban considerablemente. Cada familia tenía sus propios negocios de cara a la sociedad, en términos legales, pero en grupo se dedicaban a lo mismo. Las tres llevaban a cabo todo tipo de ilegalidades que los hacía nadar en dinero. Debían ponerse de acuerdo respecto a sus negocios, pero el jefe, Egor Korsakov, tenía que aprobarlo, si él no lo hacía el negocio no podía realizarse. Era la política de la mafia, las órdenes del líder supremo no debían ser desobedecidas bajo ningún concepto.

A lo largo de los años funcionó correctamente, pero por lo que pudieron ver nuestros anteriores espías, la relación entre las tres familias iba en decadencia. Los jóvenes no tenían tan buen trato como sus antepasados y eso empeoraba en las generaciones más recientes. Todo apuntaba a que querían echar a la familia Korsakov, ya que Mikhail llevaba sangre búlgara. Al fin y al cabo, no era puro como el resto de sus antepasados. Otro de los herederos podría ocupar su lugar alegando el mismo derecho que él, al ser una especie mestiza.

Andaban con sumo cuidado. La traición en la mafia se pagaba con una muerte terrible, y los Kostka y los Kovalenco eran solo la unión de esas dos familias, mientras que los Korsakov tenían el apoyo de casi todas las familias más importantes de Rusia. Sí, todas las familias poderosas, cinco en total. Pertenecían al mismo grupo que las Tres K, abajo de la pirámide, sin embargo, con la misma fuente de suministro.

Mikhail y Borak eran, por tanto, enemigos desde que nacieron. Se podía decir que se odiaban desde la cuna, y eso había crecido con el paso de los años. Lo mismo pasaba con Mikola, hermano pequeño de Vasyl Kovalenko, heredero de la familia; uno de los mejores amigos de Borak. A la vista de la sociedad su trato era cordial, se hablaban por el hecho de llevar a cabo negocios juntos. Fuera de eso, todos sabían que no se soportaban.

—Demasiada información y poca acción últimamente, Dab —soltó Laura estirándose un poco, llevábamos toda la mañana leyendo.

—¿Qué tienes en mente?

—Hoy saldremos de fiesta. —Sonrió alegremente como una niña pequeña con un juguete nuevo.

—¿Puedo negarme a ir?

—También tienes que practicar, ¿sabes? —Sonrió de forma pícara—. Para eso es bueno conocer tíos. Al fin y al cabo, todos están cortados por el mismo patrón.

—Genial.

En realidad, me hacía falta salir, hacía unos cuantos findes que no lo hacía.

—Hoy enamorarás a alguien. O a todos, como prefieras. —Soltó una carcajada.

1 Diminutivo de dedushka, significa «abu» o «abuelito» en ruso.

2 Significa «abuelo» en ruso.

4

miki

Entré al Hera con el regocijo en el alma, el trato que acabábamos de cerrar nos daría muchos millones de rublos3. Con razón la magnitud de tal fiesta. Nuestros hombres estaban encantados, cuanto más ganábamos nosotros más lo hacían ellos. Alcohol, drogas y mujeres. Ese era un breve pero exacto resumen de la noche.

Mis amigos me rodeaban mientras caminábamos hacia el fondo del local. Todos me saludaban con un levantamiento de cabeza. Los más atrevidos decían mi nombre en forma de saludo. No había terminado la copa cuando uno de los hombres de Mikola se acercó al grupo. Arrastraba a una chica que parecía a punto de llorar. No tenía humor para soportarlo, odiaba cuando se ponían en plan machos. No quería decir que yo no fuese un cabrón, de hecho, era un gran hijo de puta; pero no llegaba a ese extremo, imponerle tu voluntad no era disfrutar del sexo. Había decenas de strippers y gogós con las que podrían pasárselo en grande, como para menospreciar a cualquier chica de esa manera. No lo iba a consentir.

Miré hacia atrás, donde Mikola se reía de cómo sus hombres trataban a las tías, y él, sin duda, era el peor en hacerlo.

—Miki, ¿quieres tú a esta? Está dispuesta a todo lo que quieras, ¿verdad, zorra? —lo dijo tirándole más del cabello para acercarla a mí.

—¿Qué es? ¿Una res? —le pregunté serio a Havel. Ese era el nombre del idiota que había venido a joderme.

—Es una hembra. Está bien buena —respondió mirándola de forma lasciva.

—Y tú, ¿eres un animal? ¿De qué clase, Havel?

—Pero…

—Deja de joderme. —Me levanté y lo apunté con mi pistola en la cabeza.

—Si no te gusta esta, hay muchas más —me ofreció Havel, nervioso.

—Si quiero echar un polvo, yo mismo me puedo abastecer.

—Solo quería… —intentó explicarme.

No lo dejé seguir, lo agarré del cuello, justo por la nuca, y lo empujé en dirección a su jefe. La gente se apartó al momento para abrirme camino.

—¿Qué coño te pasa, Korsakov? —preguntó Mikola con desprecio.

—No quiero que me salpique tu mierda. —Le retorcí un brazo al tipo que aullaba como un cachorro asustado.

—¿Quieres dejar de molestar a mis hombres?

—No te confundas, Mikola, serán tus hombres, pero yo soy vuestro jefe. De todos vosotros. Tuyo. —Fui alzando el volumen para que el corro que se había formado a mi alrededor me escuchase bien.

—No puedes…

Lo interrumpí sin importarme su cara de desprecio:

—Cierra la puta boca, Mikola. Escuchadme bien todos, no quiero que ninguno vuelva a ponerle una mano encima a ninguna tía sin su consentimiento. He tenido un día redondo, no permitiré que me lo joda vuestra polla.

—Solo estábamos divirtiéndonos —protestó el tipo al que todavía tenía sujeto.

—Y yo os estoy avisando. Solo por esta vez, la próxima no seré tan amable. Dad las gracias, porque no volverá a pasar. —Me giré para volver a mi sitio, pero antes de dar dos pasos escuché la voz burlona de Havel.

—Que te jodan, Miki.

Me giré levantando el arma para apuntar al tipo.

«Pum». Disparo limpio, directo a su corazón.

—¿Qué coño haces? —Mikola se incorporó del asiento hecho una fiera. Havel le importaba una mierda, pero que fuera yo quien mandaba no podía soportarlo.

—¡Basta! No seas subnormal, Mikola. —El que faltaba, Borak había entrado en acción. No me había dado cuenta de que no estaba con su fiel amigo, pero tampoco parecía que lo echara de menos—. Y tú, ¿quieres dejar de aprovecharte de tu poder? Nos dejarás sin hombres —dijo dirigiéndose a mí.

—No lo hago. Yo soy el poder. No lo olvidéis. —Y así, sin esperar a que me contestasen, regresé a mi lugar.

La gente no me miraba a la cara, tenían miedo, podía olerlo al pasar por su lado. Eran listos, a mí no me importaba nada, sus vidas me eran indiferentes. Solamente me preocupaban los míos y nuestro negocio, nada más. Las cosas eran como yo lo decía, cuando yo lo decía y porque yo lo decía. La mayoría lo sabían, solo que siempre había alguno al que se le olvidaba y debía recordárselo. Con Mikola no era tan fácil, era el hermano de Vasyl Kovalenko. Su familia pertenecía a las Tres K, por mucho que a mí me pesara. Hacía años que le decía a mi padre que no eran trigo limpio, aunque por el momento no iba a ceder. No entendía por qué no los había echado hacía muchos años. Si se la jugaron una vez, ¿por qué no lo iban a intentar de nuevo? Sin embargo, eso no quería decir que no debieran obedecer como el resto.

—¿Te apetece una copa, guapa? —le pregunté en alto a una chica que me miraba de forma descarada.

—Si me la ofreces tú, sin duda. —Se acercó pavoneando las caderas de forma sensual. Al llegar, la senté en mis piernas y le ofrecí la bebida.

Un rato después de las copas y algún que otro revolcón, escuché que me hablaba cuando comenzaba a vestirme.

—¿Por qué no te quedas? —me insistió la chica.

—Hemos acabado —respondí, encogiéndome de hombros como si fuera obvio.

—Puedes quedarte a dormir y mañana repetimos —me ofreció.

—Dormiré en mi casa, tengo cosas que hacer —respondí, poniéndome la chaqueta.

—Te doy mi número y me llamas. Mañana, si quieres…

—Si quisiera tu número ya te lo habría pedido, pero no me interesa repetir.

—Ya veo. Le regañas a los demás por tratarnos como putas, pero tú haces lo mismo.

—No te confundas —añadí cabreado—. En ningún momento he hecho algo que tú no quisieras. No escuché ninguna palabra de desagrado de tu boca anoche, de hecho, tus gemidos eran de puro placer.

—Entonces, ¿por qué no quieres repetir?

—No vuelvas a compararme con nadie y piénsalo dos veces antes de ponerme en la misma frase que a Mikola. Ah…, y yo nunca repito.

Sin más salí de la habitación. No soportaba cuando se ponían tan empalagosas. Mientras que ellas quisieran, yo no tenía problema en disfrutar de su compañía, todo lo contrario, lo hacía. Eso sí, no soportaba las ñoñerías. Sexo en grandes cantidades, sí, pero amor y corazones, no. No iba conmigo, yo no era así

3 Moneda rusa. Un rublo equivale a 0,013 euro, aproximadamente

5

dabria

Quedamos a las nueve para tomar unas cañas, cenar y luego salir a bailar.

Había bastante gente, Madrid era una gran ciudad, tan viva de noche como de día. Parecían dos ciudades completamente distintas dependiendo cuándo las visitaras. El ajetreo diario de la vida cotidiana se transformaba en diversión para los jóvenes y ya no tan jóvenes, a base de alcohol, sexo y drogas por las noches.

Siempre me lo pasaba bien cuando salíamos, era agradable distraerse del trabajo y escuchar las aventuras de Adrián en cada uno de sus viajes, los problemas de María para seguir conviviendo con sus padres cuando según ellos ya debería estar casada, la dificultad de Abel para conservar un empleo durante más de dos semanas o la mala suerte de Carla con los hombres. Al día siguiente volvimos salir de fiesta. Los sábados los pubs estaban a rebosar.

El calor de principios de julio ya era sofocante, incluso dentro de los locales, con el aire acondicionado a tope, nuestros cuerpos pegajosos por el sudor indicaban que no era suficiente.

Desde que habíamos entrado en el segundo pub, Laura no había parado de bailar y coquetear con un tío, bastante mono, por cierto. Me quedé sentada con María y Abel, pero al notar el flirteo entre ellos era más que obvio que sobraba. Me dirigí a la atiborrada barra para tomarme una copa, la siguiente de unas cuantas. Mi grado de embriaguez era considerable, pero ¿qué más daba? Había salido para eso.

—¿Qué tomas, guapa?

Levanté la mirada y me encontré con un chico que estaba tremendo. Parecía que mi noche se ponía interesante.

—Dejaré que me invites si te atienden antes que a mí. —Le guiñé un ojo.

—Está bien. —Silbó con fuerza para llamar la atención del camarero, que se acercó negando con la cabeza—. Lucas, ponnos un Barceló Cola y lo que te pida ella —hizo un gesto de cabeza hacia mí.

Cuando nos sirvió las bebidas, me tomé mi tiempo para beber un trago y luego lo miré.

—Es bueno que tengas un amigo en la barra para cuando quiera la siguiente. —Alcé mi gin-tonic.

—No he escuchado ninguna regla al respecto de cómo conseguirla. —Rio, gesto que lo hacía parecer aún más guapo—. Soy Hugo.

—Dabria. Vamos. —Lo cogí de la mano y lo arrastré a la pista de baile.

Bailamos bastante rato, pero nuestra aura se fue calentando a pasos agigantados. Los besos ya no nos saciaban. Una hora más tarde, estábamos en su cama desnudándonos con desesperación.

Al día siguiente comí con el abuelo, era domingo y siempre le gustaba preparar algo especial.

—¿Qué tal te lo pasaste ayer, Dab?

—Estuvo genial. Me fui con los chicos. Al llevar tiempo sin salir no recuerdo lo bien que lo paso cuando lo hago.

En realidad, fue una noche genial. Hugo me la alegró enormemente. No podía decir que fuera un chico maravilloso, bueno, agradable…, pero sí podía decir que estaba para comérselo y que el sexo con él había sido sensacional. No me consideraba una fulana, pero muchos podrían pensarlo. Para mí disfrutar del sexo era un placer que no debíamos negarnos. Si a ambos nos gustaba, ¿por qué no hacerlo? Las mujeres teníamos muchos tabúes respecto a eso. En cierta manera podía entenderlo; se nos tachaba de zorras, putas…, sin embargo, teníamos el mismo derecho que ellos a disfrutar de una noche de sexo sin restricción y sin pensar cómo nos mirará la gente por hacerlo. Bueno o malo, a mí no me importaba lo que pensaran de mí. Cada uno sabía cómo era y de qué manera debía actuar.

Los siguientes fines de semana también salimos, ya no había tanta gente, en verano escapaban de Madrid. Laura quedaba cada vez más con el chico de la discoteca, Andrés, y parecía que le gustaba en serio. Por mi parte, me acostaba con diferentes tíos, no todos los fines de semana, pero de vez en cuando sí. En las discotecas no era difícil ligar, al contrario, mucha gente iba para eso, por lo que resultaba sencillo. Ahí estaba el problema: no aprendía nada de cómo hacer que se enamorasen de mí. El tercer fin de semana de julio me volví a encontrar con Hugo. Tomamos una copa y charlamos. La noche acabó como la primera, en su cama. Pero esa vez fue diferente, el alcohol no nos había afectado tanto, nos besamos sin prisa, explorándonos el uno al otro entre tiernas y sensuales caricias acabamos haciendo el amor. Me desperté con un calor sofocante, sus fuertes brazos sobre mi cuerpo no eran bienvenidos. Intenté deshacerme de él, pero cuanta más fuerza hacía para quitármelo de encima, más se pegaba a mí. ¡Genial! Comencé a revolverme debajo para salir, y fue así como conseguí despertarlo.

—¡Eeeeh! —protesté—. Lo siento, pero es que me estás asfixiando.

—¿Siempre tienes que despertarte tan pronto?

—No puedo dormir con este calor.

Me levanté para ir al baño. Cuando regresé, tenía los brazos debajo del cuello y me miraba sonriendo.

—¿Dejarás que te invite a desayunar o también tienes que irte?

—La idea de un buen desayuno se me hace muy apetecible, pero antes tendré que pasar por casa para darme una ducha y cambiarme.

—Puedes ducharte aquí y usar algo mío mientras voy a por el desayuno —sugirió con una sonrisa.

No sabía si debía, solo me había acostado dos veces con él, pero ambas fueron diferentes de los otros tíos con los que había estado. Sentía que no era solo sexo, que quería tomar otro rumbo. Lo más sensato hubiera sido negarme, no debía empezar algo cuando quedaba tan poco para irme, pero me gustaba Hugo y, siendo egoísta, quería estar con él más tiempo, aunque no fuese lo correcto.

—Claro, pero te toca ducharte primero para poder ir a por el desayuno luego. —Me tiré en la cama a su lado.

—Exigente. —Cuando creía que se iba levantar, se abalanzó sobre mí y me besó—. Voy a la ducha. —Me besó una vez más y se levantó.

Pasé un día maravilloso con Hugo y el desayuno se alargó hasta la hora de cenar. Pasamos la tarde en el sofá con el ventilador a tope. Me contó que era médico, cardiólogo, su trabajo le apasionaba, no había más que ver cómo hablaba al respecto para saberlo. Eso me encantó de él. Que viviera con tanta intensidad como yo lo que hacía era alucinante. Le conté que era policía. Que formaba parte del CNI no podía confesarlo a nadie, por lo que decíamos que teníamos ese oficio, sin más. Me sorprendió bastante que me dijera que tenía pinta de periodista. Solté una carcajada tremenda cuando lo escuché tan serio decir que lo haría bastante bien. Me dejó en casa pasadas las once y quedamos en vernos el próximo sábado.