AGRADECIMIENTOS

Son muchas las personas a las que estoy agradecido en la trayectoria de mi vida y especialmente en mi desarrollo profesional, me han ayudado a ir construyendo no sólo el sentido de mi identidad profesional y egoica en general, pero también a llegar a ver un sentido más profundo de quien soy y del propósito de mi vida.

Agradezco a mis primeros maestros en el mundo del análisis transaccional Francisco Massó y posteriormente Jesús Cuadra, quien es mi amigo y quien desafía mis ideas como un reto para llevarlas más allá y argumentarlas más elaboradamente. Ellos abrieron mi mirada a las dinámicas en las relaciones humanas desde una perspectiva inconsciente y preconsciente y a considerar cómo yo impacto en los otros o cómo otros despiertan en mí reacciones que complementan la puesta en acción del guion de vida, así como la idea siempre presente en mi quehacer de los estados del yo, que ya no me abandonó nunca. Tengo un muy especial agradecimiento a quien fue maestro y amigo, en paz descanse, Carlo Moiso; con él crecí y desperté de habitar el niño tímido que aprendía la profesión al adulto inquieto y buscador que en adelante fui. A él le agradezco el afán por la búsqueda intelectual y la pregunta que siempre tengo presente en mi trabajo como terapeuta ¿qué está pasando aquí entre esta persona y yo?

A mi mentor y maestro durante años Richard G. Erskine, con él pude apreciar el valor y la importancia de la sintonía en la relación y la fuerza curativa de la presencia en la relación terapéutica. Sin él difícilmente habría podido afinar las habilidades relacionales y el estilo de pensamiento que hoy tengo.

En el mundo del Brainspotting quiero empezar agradeciendo a mi amiga Esly Carbalho, por ella conocí el Brainspotting habiendo sido ella misma anteriormente mi maestra en EMDR. Hoy somos buenos amigos y colegas, le agradezco toda la confianza puesta en mí, su fe y amistad al llevarme a su tierra, Brasil, para que pueda compartir mis conocimientos con sus compatriotas. Gracias a David Grand, por su descubrimiento del Brainspotting yo conocí una manera de aunar mis más profundos anhelos y pasiones: el afán por ayudar en una curación más profunda y la integración de una dimensión espiritual de la presencia para ayudar al cerebro en su capacidad de autocuración; David siempre ha creído en mí y me ha acogido como hermano de camino, me ha impulsado en mis preguntas y en la elaboración de mis conocimientos; le agradezco su apoyo, amistad y la honra y el lugar que me da en su modelo. Gracias a todos los amigos que he ido haciendo en el camino de aprendizaje y enseñanza del Brainspotting, deseo no olvidarme de ninguno: a Ruby Gibson por su inspiradora presencia y sanadora visión del sistema transgeneracional, a Thomas Webber por su fraternidad amistosa y apoyo incondicional, a Robert Roberto Weisz por su presencia emanadora y su enseñanza sobre la vida y la superación del dolor. Y a mis muchos colegas en el ámbito internacional con los que pude contactar en mis andaduras como formador internacional y en nuestro primer congreso de Brainspotting: Patricia Jacob, Cristiane Ramos, Daniel Gabarra y el resto de la Junta Directiva de la Asociación Brasileña de Brainspotting, y a mi amiga Cacilda Costa de Brasil, a Glenda Villamarín de Ecuador y Norma Contreras de México, a Damir del Monte de Alemania y a Susan Pinco y Pie Frie de EE. UU., a Monika Baumann de Paraguay, a Bernard Mayer de Francia y a Roby Abeles y Salene Souza de Australia. Todos ellos han supuesto un estímulo para seguir maravillándome de la capacidad de autocuración de nuestro cerebro y la fuerza de la vida y las relaciones.

A Richard Schwartz por sus enseñanzas en su modelo Internal Family System; con él pude ver un enfoque sencillo pero muy poderoso y profundamente humanizador para ayudar a armonizar nuestras partes internas; de su modelo y saber hacer pude incorporar una nueva perspectiva de nuestra multiplicidad interna que ayudó a refinar y hacer práctico mi conocimiento previo sobre cómo tratar con los estados del yo. Hoy forma parte de mi estilo.

A mis amigos y compañeros de profesión Pepe Zurita y su mujer Macarena Chias por su fiel apoyo y fe desde los comienzos de su máster en Psicoterapia Humanista Integrativa; con las enseñanzas impartidas en su Instituto Galene de Madrid pude también elaborar mis conocimientos y desarrollar mis ideas durante años. Han sido años de fructífera amistad y gozo. A José María Herrera y su mujer Cristina Fumás por su confianza en nosotros y en nuestro Instituto Alecés al llevarnos a impartir los conocimientos en el tratamiento del trauma en su Instituto de Interacción en Barcelona. A Peter Bourquin y su mujer Carmen Cortés, les agradezco muy especialmente su cariño y las conversaciones mantenidas sobre los temas de este libro, que me han retado a refinar aún más mis ideas; y gracias por las tardes y las noches compartidas. A Jesús Sanfiz y Elisabeth Gil, ambos me acogieron en mi nueva morada en Barcelona y en las muchas tardes y cenas compartidas pudimos expandir nuestra siempre incesante búsqueda de conocimientos y maneras de ayudar a curar el dolor. En el ámbito de la amistad también recuerdo al amigo de mi ciudad natal Enrique Villar, fue importante apoyo en momentos difíciles de mi vida. También en el terreno de la amistad incluyo a mi hermano Jorge, le considero mi amigo más fiel e incondicional, mi pilar en los momentos más difíciles de mi vida, siempre y para siempre tiene un lugar especial en mi corazón. No puedo olvidarme de mi inestimable asistenta y secretaria en Alecés, Pilar Ramil, ha sido una colaboradora fiel ocupándose de los asuntos prácticos para que yo pudiese descansar y me ha apoyado también en los momentos difíciles.

Hago una mención cariñosa y respetuosa a los innumerables pacientes que he atendido en mi viaje profesional, todos y cada uno me han ayudado a crecer personal y profesionalmente, han sido un desafío continuo en mi búsqueda de cómo atender y acompañar de manera más efectiva el sufrimiento humano para su curación, y han sido un ejemplo de resiliencia y supervivencia en su propia búsqueda de su verdad. A los alumnos de mis talleres de enseñanza en psicoterapia del trauma y Brainspotting, gracias a todos ellos he tenido la oportunidad de ensayar mis ideas y mejorar mis enseñanzas; sin ellos no habría podido escribir este libro.

A mis editores Enrique y Marta, con ellos empecé una bonita colaboración profesional que ha acabado convirtiéndose en buena amistad. Me he sentido apoyado y honrado desde el principio. Gracias por toda la ayuda en la edición de este libro.

A mi maestro espiritual en la práctica de la meditación zen el monje Joan Marqués, gracias a él puedo comprender más íntimamente la naturaleza de mi esencialidad y el camino a seguir en mi despertar espiritual. También él me retó a desarrollar las ideas expuestas en este libro.

A mi primera mujer, Carmen Pérez, agradezco los años de vida en familia y las dos hijas que tenemos.

La última gratitud es para mi compañera Carmen Cuenca, ella es mi compañera de viaje y de vida. Por ella y con ella he podido florecer y dejar brotar aquello que llevaba años tomando forma; gracias a su amor, apoyo y ayuda puedo estar donde estoy.

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CAPÍTULO 1 LA AVENTURA DE CONSTRUIR NUESTRA IDEA DEL YO

Usted no necesita llegar a su esencia, pues usted lo es. Ella vendrá a usted si usted le da una oportunidad. Abandone su apego a lo irreal y lo real caerá en su propia cuenta rápida y suavemente. Deje de imaginarse que usted es o que usted hace esto o aquello y la comprehensión de que usted es la fuente y el corazón de todo amanecerá en usted. Con esto vendrá un gran amor que no es elección o predilección, ni apego, sino un poder que hace a todas las cosas dignas de amor y amables.

SRI NISARGADATTA MAHARAJ,

Yo Soy Eso

En este libro pretendo ilustrar el largo recorrido que nos lleva desde nuestra naturaleza esencialmente bondadosa y pura a construir nuestra identidad egoica relacionada con las experiencias que vivimos, los entornos en los que nos desarrollamos y educamos y en general las influencias a las que nos vemos sometidos a lo largo de nuestro período vital. Expongo cómo vamos dando forma a nuestra (o nuestras) ideas del yo para, en el mejor de los casos, volver a reencontrarnos con nuestro yo central o la esencia de nuestra identidad, aquello que en el fondo de cada uno de nosotros llama por salir, por encontrar el sentido propio de nuestra vida.

A lo largo del libro voy a explicar tanto el proceso de construir las ideas del yo como el camino para sanar las heridas adheridas a nuestro sentido del yo, o los diferentes sentidos del yo, para despejar la visión de nuestra identidad genuina, propia y más verdadera y poder llegar a un centro del yo desde el que podemos gestionar nuestra existencia y ver nuestras experiencias como el agua en la que se refleja nuestra naturaleza esencial, y desde la que emplear el aparato del yo como una herramienta útil para conducir la vida.

En la cura de nuestro dolor y la superación de nuestras dificultades podemos reconocer la naturaleza compasiva que nos caracteriza como profundamente humanos y podemos despertar a una percepción de la vida más vital y pacífica.

Llegando a ser de la forma que somos

Voy a comenzar este apartado por el principio de la llegada de un ser humano a esta vida corpórea; ésta ocurre en el momento de la concepción. En algún momento experimentamos el sentido corporal de nuestro yo, y esto ha de acontecer en el instante en que tenemos una consciencia de cuerpo y una consciencia de estar en un cuerpo en contacto con otro cuerpo, el de nuestra madre. Es a partir de esta conexión inicial con otro ser humano —y a través de éste con otros seres humanos que conforman el contexto y el sistema en el que estamos— cuando vamos siendo influidos por la cualidad de nuestras experiencias y consecuentemente por la cualidad de las experiencias que otros nos proporcionan.

Habitualmente vivimos nuestras vidas sin la consciencia de que «el yo» que nos sentimos hoy es el resultado del concepto de nosotros mismos que «nos hemos ido haciendo» a lo largo de nuestra historia vital; creemos ilusoriamente que nuestro pasado ya pasó y ya no tiene peso en nuestra vida actual. Esto en sí mismo es una creencia ilusoria ya que sabemos que también la cultura en la que vivimos hoy, las leyes y los derechos humanos que hemos consolidado son el resultado del aprendizaje a partir de lo que ha ido ocurriendo en la historia de nuestros países, civilizaciones y de la propia raza humana como especie; hemos ido construyendo nuestra cultura y nuestras tradiciones basándonos en los aprendizajes y errores de nuestros antepasados. La cultura, según la define Geertz en su famoso libro La interpretación de las culturas (1973), es un «sistema de concepciones expresadas en formas simbólicas por medio de las cuales la gente se comunica, perpetúa y desarrolla su conocimiento sobre las actitudes hacia la vida». La función de la cultura es dotar de sentido al mundo y hacerlo comprensible. Algunos de estos legados nos ayudan a llevar una mejor vida y otros se mantienen como principios rectores de «cómo hemos de vivir la vida», pero que ya se han quedado obsoletos, fuera de lugar, porque la razón original por la que fueron elaborados ya no es aplicable en nuestro mundo actual. Aun así, muchos de los sistemas de creencias en los que vivimos, aun siendo limitadores de nuestra felicidad, se mantienen rígidamente inamovibles. Nos agarramos a nuestras creencias, aunque nos dificulten la vida, porque nos dan seguridad, nos hacen la vida falsamente predecible, pero necesariamente estable. Pues bien, lo que nos resulta aceptablemente obvio cuando miramos el presente de nuestra cultura como resultado de la historia de nuestras familias, países, civilizaciones… nos parece absurdo cuando pensamos acerca de nosotros mismos. Habitualmente, cuando hubo dolor, no queremos recordar nuestras vidas, o quitamos valor a cómo nuestras vivencias pasadas han dejado huellas en nuestro sentir, pensar y actuar presentes. Vivimos en la falsa convicción de que «podemos olvidar» lo que nos pasó.

En este capítulo y en el siguiente, pretendo ilustrar cómo todo el legado de nuestras experiencias queda registrado durante toda la vida en nuestro ser psicológico y biológico. Nuestro cuerpo, nuestro organismo al completo, funciona como «la caja negra» que llevan los aviones y que registra los aspectos más sutiles y las incidencias del viaje. Diferencio dos aspectos del sentido de «ser» en cuanto a nuestro sentir más interno y profundo acerca de la propia identidad. Al primer aspecto lo llamo «el sentido esencial del Ser», éste es el aspecto referido a la vivencia de la «esencia pura» que cada uno de nosotros tenemos como seres humanos dignos de amor, esencialmente buenos e inherentemente merecedores de respecto, valía personal y consideración. Todo ser humano viene a esta vida con este derecho y el sentido intrínseco a su naturaleza humana de dignidad y valía. Las tradiciones religiosas, los místicos, los psicoterapeutas transpersonales hablan de este aspecto del ser como «el Ser Esencial», «el alma», «la naturaleza pura de la mente (Rigpa)», «nuestra naturaleza divina», etc.; se trata de este aspecto de la identidad que todos poseemos más allá del concepto de nuestra personalidad, que ya existe antes de tener el nombre que tenemos. Es un aspecto del ser con el que venimos y ya existe antes de entrar en relación con otro cuerpo humano. Existe quizás en estado inmaculado ya en el momento de la concepción. A partir de este momento, la mórula (primer estadio del ovulo fecundado) empieza a tener experiencias en las que el entorno externo aporta información del medio, el cual influye en cómo la genética se va manifestando y conformando (la ciencia que estudia cómo el entorno afecta la biología recibe el nombre de epigenética). Llamaré a este aspecto esencial de nuestro yo el «Yo Esencial».

Como decía Eric Berne, creador del análisis transaccional, todos nacemos príncipes o princesas, pero en el camino de nuestro desarrollo vamos conformando una identidad dolorosa de creernos sapos o ranas; dependiendo de los fallos en las interacciones con los seres humanos de los que dependemos. Este «Yo Esencial» está siempre ahí, es el principio rector de nuestra vida, es lo que en una manera profunda y presentida nos va diciendo si nuestra vida responde o no a nuestra naturaleza profunda y verdadera; es «nuestro guía interno», o la voz de nuestro corazón; es el depósito y fuente de nuestra felicidad verdadera.

Pero a partir de tener experiencias con nuestro entorno, y a consecuencia de sus efectos y la adaptación psicobiológica que ponemos en marcha, podemos hablar de un «yo relacional» o «yo experiencial». Éste corresponde al sentido de nuestro Yo que nos vamos dando, que vamos construyendo, a partir de las interacciones con el entorno y con las personas que se ocupan de nuestra crianza y educación. Este «yo» es el yo que responde a lo que adoptamos como nuestra personalidad, que luego habitualmente tomamos como nuestra identidad real. La palabra ‘personalidad’ viene del griego prósopon, que significa «máscara, rostro» y prósopis que significa «apariencia». En esta etimología se refleja la asunción de que la personalidad es lo que mostramos al mundo social como forma de adaptarnos a lo que hemos entendido que se nos pedía que fuésemos; así pues, es una construcción que sirve al efecto de definir «quién soy para los demás», «qué esperan los demás de mi», y «cómo es la vida». Este sentido del yo generalmente acaba tapando nuestro sentido del «Yo Esencial», identificándonos gene ralmente con lo que creemos que somos, nuestro «yo expe riencial».

Los seres humanos pertenecemos a la especie de los mamíferos y, por tanto, necesitamos vivir en un largo período de dependencia con las personas que actúan como nuestros cuidadores para lograr un desarrollo adecuado. Esto nos hace capaces de desarrollar procesos psicoemocionales elevados y complejos en la escala de las especies al tiempo que nos hace particularmente vulnerables a la influencia de las personas que se encargan de nuestros cuidados. El sentido del yo —«quién soy»— se va construyendo a partir de las primeras interacciones del niño con la madre o quien haga de cuidador primario. Cuando me refiero a las primeras interacciones, como ya he apuntado, incluyo también el período prenatal, ya que el embrión y el feto experimentan una interacción biológica con el organismo y el psiquismo de la madre.

Durante mucho tiempo, los psicólogos, psicoterapeutas, médicos, psiquiatras y neurofisiólogos no han prestado mucha atención a lo que ocurre en la etapa de la vida intrauterina, en parte también debido a que no se disponía de metodologías apropiadas para conocer lo que pasa en este período de la vida. Más recientemente, la psicología prenatal y perinatal ha ido demostrando como el feto tiene percepción y es sensible ya a la voz de la madre, los ruidos del exterior y los cambios en el medio uterino, el ritmo del latido del corazón de la madre, y otros muchos estímulos. Los biólogos han descubierto como la estructuras cerebrales vienen preparadas para percibir el mundo externo como potencialmente seguro o potencialmente peligroso; es decir, unos vienen con una propensión a sentir su mundo como predecible y seguro y otros vienen ya «marcados» por una notable sensibilidad a los estímulos que puedan señalar un potencial peligro en función de lo que han percibido en la vida intrauterina.

La investigación estudió un grupo de ratas embarazadas que vivían en una condición de seguridad y lo comparó con otro grupo de ratas embarazadas que vivían en una condición de estrés y amenaza constantes. Posteriormente, estudiaron el cerebro de los embriones de ambos grupos de ratas. ¡Lo que descubrieron fue asombroso! El cerebro de los embriones que se habían desarrollado en una condición segura tenían más desarrollado el neocórtex (la región del cerebro desarrollada más tarde en nuestra evolución y encargada del aprendizaje complejo), mientras que el cerebro de los embriones que habían vivido bajo estrés tenían más desarrollado el cerebro emocional (sistema límbico); ésta es la región del cerebro que se encarga de activar una reacción rápida ante la amenaza y el peligro, o sea, la que se encarga de sobrevivir ante el peligro. Lo que esta investigación pone de relieve es que el feto está interactuando con el medio en el que vive, tanto el líquido amniótico como el mundo exterior, y se ve afectado por él. El estado bioquímico de la madre está reflejando el estado emocional en el que está y esta atmósfera está enviando estímulos y señales a los que ya está reaccionando todo el organismo del feto, configurando su estructuración y maduración cerebral temprana. La persona tiende a reaccionar de una manera u otra en función de si percibe el mundo como potencialmente seguro o peligroso. El neurobiólogo Bruce Lipton en su libro La biología de la creencia defiende que cambiando nuestras creencias sobre el mundo y nosotros mismos, cambiamos nuestra biología.

Field et al. (2006) investigaron cómo el sistema nervioso y el perfil bioquímico del recién nacido están conformados por el estado mental de la madre durante el embarazo. Al revisar la literatura de la investigación, Field afirma que los recién nacidos de madres deprimidas muestran un perfil bioquímico/fisiológico que incluye un nivel de cortisol (hormona del estrés) elevado, bajos niveles de dopamina y serotonina, una mayor activación relativa del EEG (electroencefalograma) del córtex frontal derecho y un tono vagal más bajo. Las buenas noticias por parte de este equipo investigador son que el masaje de la madre y del recién nacido durante el embarazo y después del nacimiento pueden cambiar este perfil. Somos seres relacionales tan pronto como nuestro equipamiento neurológico está disponible.

En el libro Epigenetics — The Ultimate Mystery of Inheritance, el autor Richard C. Francis (2011), escribe acerca de la transmisión del estrés en el ambiente del feto.

Cuando una futura madre está estresada, produce más cortisol del que produciría normalmente. Parte de este cortisol se transmite al feto a través de la placenta. Los elevados niveles de estrés que el feto puede experimentar de manera permanente ajustan los parámetros del eje del estrés del feto de manera que lo hacen más sensible y más hiperresponsivo a los acontecimientos estresantes posteriores. Estas alteraciones permanentes en la respuesta del estrés son frecuentemente transmitidas a la programación de glucocorticoides, o eje HHA.1 Yo lo llamo simplemente «transmisión de estrés». El estrés de una madre puede provenir de múltiples fuentes. Un mal matrimonio, aislamiento social y pobreza son sólo algunos. Los niveles extremos de estrés, tales como los que provoca el TEPT (trastorno de estrés postraumático), pueden también venir de diversas causas. La guerra es un factor que produce TEPT… Los niños cuyas madres sufrieron TEPT como resultado del Holocausto son más propensos a padecer TEPT, aunque no hayan vivido directamente el Holocausto. Resulta interesante que aunque todos los niños de los sobrevivientes al Holocausto son más propensos a la depresión, la segunda generación de pacientes con TEPT sólo se encuentra elevada en aquéllos cuyas madres sufrieron TEPT; no hay tal correlación en los niños cuyos padres (varones) sufrieron de TEPT a consecuencia del Holocausto. Este hecho sugiere un papel importante del ambiente fetal… los traumas vividos a través del útero pueden ser un factor contribuyente a la susceptibilidad… al TEPT.

Por otra parte, también se sabe como la existencia de un niño en la vida intrauterina o su presencia posnacimiento llevan a la madre de vuelta a sus propias experiencias con quien fue su cuidador primario en esas mismas etapas del desarrollo. El ver el malestar, la necesidad, el desamparo y la dependencia de su hijo pueden despertar recuerdos no integrados de la madre en relación con haber estado una vez en la posición de hija y no haber sido adecuadamente cuidada y querida (Fraiberg, Adelson, y Shapiro, 1975). La madre vive las demandas emocionales del hijo como terroríficas, debido a que la comunicación afectiva y la necesidad de cuidados fue una fuente de miedo y dolor en su propia infancia.

Todo nuestro ser guarda las memorias de nuestro desarrollo; tenemos una memoria corporal, nuestras células van guardando el recuerdo de las experiencias vividas sin que nuestro yo consciente tenga conocimiento de ello. Los científicos llaman a este tipo de recuerdos memorias implícitas o procedimentales, éstas son el tipo de recuerdos que vamos adquiriendo a través de nuestra experiencia con el mundo de manera automática, corporal; son aprendizajes sobre los que no tenemos que pensar ni tenemos consciencia de estar recordando. Por ejemplo, todos hemos tenido que aprender a andar en algún momento de la vida, y ha sido un aprendizaje difícil y complejo de adquirir; pero una vez logrado, nuestro cuerpo simplemente lo recuerda sin necesidad de ser conscientes de que lo estamos llevando a cabo.

Estas memorias corporales y sensitivas, basadas en las primeras interacciones con la madre o el cuidador primario, son las que van dando forma a nuestro sentido del yo más profundo, nuestro «yo nuclear». Así que defiendo, junto a neurofisiólogos tales como Antonio Damasio,2 Jaak Panksepp y otros muchos, que este «yo nuclear» está fundado en un sentido corporal del yo; es el yo que «sentimos» que somos. Este sentido del yo impregnará la cualidad de nuestras vivencias en adelante.

Aprendizaje de la resiliencia: nuestra capacidad de sobreponernos

La resiliencia se define en el diccionario como la resistencia de un cuerpo a la rotura por golpe; la acepción psicológica se refiere a la capacidad para afrontar la adversidad y lograr adaptarse bien ante las tragedias, los traumas, las amenazas o el estrés severo. Las personas resilientes poseen tres características principales: saben aceptar la realidad tal y como es, tienen una profunda creencia en que la vida tiene sentido y tienen una inquebrantable capacidad para mejorar.

Volviendo a la historia, la resiliencia es una aptitud que se va desarrollando a raíz de la calidad de las relaciones que hemos mantenido durante nuestra crianza, en el vínculo de apego seguro que un niño mantiene con su madre.3 El apego seguro es aquel que ofrece al niño la protección necesaria cuando tiene miedo, calma ante la angustia y permite la exploración del mundo cuando el niño ya se siente seguro.

Una de las habilidades básicas que todo ser humano ha de aprender es la regulación de su propio organismo, de sus propias necesidades. Hablamos de la regulación emocional, ya que las emociones son las cualidades psicológicas que reflejan los estados del cuerpo (Damasio, 2005) e informan del bienestar o malestar del niño en relación con su mundo interno (necesidades) y el mundo externo (las relaciones con otros seres humanos y en general el entorno).

El bebé es una criatura que no tiene todavía la capacidad para cuidarse y calmarse a sí mismo debido a la falta de maduración neurológica que le caracteriza al nacer. Como mamíferos humanos venimos equipados y programados con una serie de reflejos innatos que han sido seleccionados a lo largo de los años de nuestra evolución como especie (filogénesis) y que se han mostrado necesarios para nuestra supervivencia; son, pues, el resultado del bagaje de miles de millones de años de experiencia filogenética y el legado de nuestra experiencia histórica como especie, y contienen nuestra sabiduría ancestral, registrada en nuestros genes y en nuestras estructuras biológicas. Esta sabiduría está ya programada, no tenemos que pensar en ella para poder emplearla, y nos dice qué ocurre en nuestro medio interno (el cuerpo) y qué necesitamos hacer para lograr satisfacernos. El bebé no es consciente de lo que le pasa ni de lo que necesita; y no puede hacer gran cosa por satisfacer su necesidad. Para el bebé sentirse mal es sentirse muy mal, todavía no ha desarrollado un sentido del tiempo y por tanto de la demora o posposición de la satisfacción de sus necesidades. Para él todo es «ahora», y cuando se siente mal ha de ser atendido ahora. Todo lo que sabe hacer es llorar como su manera de informar al mundo de que está mal. Y necesita de alguien que sepa responder a su llamada.