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Editado por Harlequin Ibérica.

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28001 Madrid

 

© 2006 Cara Colter

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El sueño de su vida, n.º 2204 - febrero 2019

Título original: Chasing Dreams

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-451-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

 

ESE insolente criajo! –exclamó Jake King colgando furioso el teléfono.

Tenía ochenta y tres años, era uno de los empresarios más ricos y respetados de Estados Unidos y se estaba muriendo. ¡Tenía derecho a que sus deseos se hicieran realidad!

Además, eran deseos muy sencillos: matrimonios felices para sus tres hijas, que había tenido a avanzada edad, y un Silver Ghost Oxford Open Tourer Rolls Royce de 1923 para él.

En general, las cosas le habían ido bastante bien. El fin de semana anterior había asistido a la boda de Brandgwen, su hija mayor de veintiséis años, con uno de sus más queridos socios empresariales. La felicidad y el amor que brillaban en los ojos de Brandy le hicieron albergar la esperanza de que podía tener cuanto deseara, de que Dios concedía a los hombres sus deseos cuando estaban en los últimos momentos de sus vidas.

O quizá comprar el Rolls Royce le había parecido menos difícil que intentar salvar a su segunda hija, Jessica, de sí misma.

Jake suspiró. El anuncio de Jessica de su compromiso con el estirado profesor Mitch Michaels en la boda de Brandy había logrado ensombrecer todo el feliz acontecimiento.

Y también su vida.

Seguramente intentaba iluminarla con el Rolls Royce.

Jake miró la foto del coche en Internet y se fijó especialmente en el asquerosamente atractivo joven apoyado en él que sonreía con confianza a la cámara, con el flequillo negro cayéndole sobre los ojos, en un gesto idéntico al de su abuelo. En un gesto insoportable de arrogancia y desafío.

–Tenía que haber sabido que no me vendería el coche –murmuró Jake.

Entre los Blake y los King había mucha mala sangre, aunque no siempre había sido así. No, ni mucho menos. El abuelo de aquel insolente cachorro, Simon, había sido socio de Jake al cincuenta por ciento mucho antes del gran éxito de su empresa Auto Kingdom. Y podría haber continuado así si el hijo de Simon, Billy, no hubiera sido un vago tan redomado y un inútil de la cabeza a los pies.

Billy le habría vendido el coche, pensó Jake con cinismo. Sin pensarlo dos veces, de la misma manera que había vendido todo lo demás. Pero el nieto era diferente, y su fortaleza interior brillaba en sus ojos con una fuerza que a Jake no le resultaba desconocida.

Garner Blake había logrado triunfar a pesar de la enorme deuda que había heredado como resultado del despilfarrador estilo de vida de su padre. Por lo visto, Garner compartía con su abuelo la misma pasión por los coches y era capaz de devolver la vida a maravillosos coches antiguos. De hecho, Garner Blake era el mejor.

Jake lo sabía. No en vano estaba siempre bien informado sobre todo lo concerniente a sus enemigos.

La puerta de su despacho se abrió y su ayudante, Sarah, entró con Becky, la nueva hija de Brandy, apoyada en la cadera. La pequeña se iba a quedar en Kingway mientras su padre y su nueva madre disfrutaban de su luna de miel.

–¿Quieres ir a ver al abuelo Jake? –preguntó la joven Sarah a la niña.

Jake la tomó en brazos, apreciando el milagro que la pequeña significaba. Porque cuando supo que le quedaba poco de vida, deseó tener un nieto y poder enseñarles a sus hijas, de una manera u otra, que en la vida sólo había una cosa realmente importante.

El amor. Bueno, el amor y los buenos coches, pero sobre todo el amor.

De momento, sus intentos de hacer de casamentero habían funcionado con su hija mayor, pero Jessie, la segunda, era diferente.

Jessie era una persona distante e intelectual. Dados esos defectos, Mitch Michaels no era el hombre más apropiado para compartir su vida. El buen profesor, aunque era un hombre honrado y estable, no hacía más que intensificar aquellas negativas cualidades de su hija y hacer que su verdadera belleza quedara para siempre oculta bajo las capas de mojigato control que alentaba en ella.

Pobre Jessie. Sólo tenía veinticuatro años y no era normal que se comportara como si estuviera a punto de cumplir cuarenta. Siempre estaba con la cabeza metida en un libro y, en opinión de Jake, lo que necesitaba era un hombre que le enseñara a levantar la cabeza, a soñar y a intentar tocar el cielo.

Jake recapacitó sorprendido sobre la poesía de sus propios pensamientos mientras la pequeña le tiraba de la nariz y las orejas.

¿Qué sabía él de poesía y de pasión? ¿Dónde podría encontrar esas cosas para su hija? Su energía se iba desvaneciendo, su luz se estaba apagando, y mucho más deprisa de lo que esperaba.

–Mire lo que he encontrado –dijo Sarah.

Sarah se parecía a Brandy, y a veces había un tono en su voz que le recordaba a un pasado muy lejano.

Sarah dejó una foto delante de él. Haciendo caso omiso de las objeciones de su secretario, James, y prácticamente de todo el mundo, Jake había encargado a Sarah un trabajo muy especial: repasar las montañas de fotografías, seleccionarlas y ordenarlas en álbumes para sus hijas. Sarah era la persona perfecta, y Jake se alegraba de haberla contratado para elaborar unos recuerdos para sus hijas, que no sabían que dentro de poco sólo verían a su padre en fotografías.

–No sé muy bien qué hacer con ella.

Jake estudió la fotografía. Era antigua, de color sepia y con los bordes desgastados. Era una foto suya de joven, con el brazo por encima de los hombros de su mejor amigo, Simon Blake. A Jake le tembló la mano. Qué casualidad, que acabara de colgar el teléfono a Garner Blake y ahora tuviera esa fotografía delante.

O quizá no tanto. Quizá las cosas tuvieran unos vínculos invisibles en los que él nunca se había permitido creer.

Estudió con detenimiento la fotografía de los dos jóvenes sonrientes. Tras ellos, con un enorme cartel de inauguración, había una nave que contenía todos sus sueños y esperanzas. Autos K&B, los humildes comienzos del imperio Auto Kingdom en Farewell, Virginia.

Y el principio del fin de algo mucho más valioso que todos los éxitos que siguieron después.

El principio del fin de su amistad con Simon. No por culpa de Simon, sino de su hijo, Billy, que había despilfarrado todo cuanto su padre había logrado levantar con tanto esfuerzo. Al final, a Billy sólo le quedó la mitad de aquel pequeño taller, que sin duda también habría perdido si Jake hubiera estado dispuesto a venderle su parte.

Jake sintió cierto remordimiento.

¿Había sido demasiado duro con el hijo de Simon? Seguramente. Hasta que tuvo hijos propios, cuando Billy ya era un adulto, Jake no logró entender la impotencia del amor paterno ni los caprichos que un padre podía conceder a un hijo.

Jake recordó su conversación con Garner. En la voz firme y segura del joven escuchó el sello inconfundible de Simon, e incluso más. Una fiereza de espíritu que le recordaba a sí mismo de joven. Además, estaba su amor por los coches, que había heredado directamente de su abuelo.

Su hija Jessie también sentía verdadera pasión por los coches.

Jessie y el nieto de Simon. ¿Sería posible? ¿Podría reparar los errores del pasado y manipular el futuro de su hija de una sola vez?

Quizá los dioses se apiadaran de un hombre a quien le quedaba tanto por hacer y disponía de tan poco tiempo. Jake se reprendió mentalmente. Tenía que reprimir aquella forma de pensar si no quería terminar leyendo el horóscopo y consultando a una vidente antes de tomar una decisión.

Y tenía mucho que hacer. Sobre todo, conocer bien a Garner Blake antes de poner a su querida Jessie en su camino.

Muy a su pesar devolvió la niña a Sarah.

–Dile a James que tengo que hablar con Cameron McPherson cuanto antes.

¿Se había ruborizado Sarah al oír ese nombre? Ah, sí. Jake recordó que Sarah había bailado con Cameron en la boda y había visto el anhelo en sus ojos. Una lástima que no fuera a ser tan fácil con Jessie.

 

 

Tres días más tarde, con un abultado informe sobre el escritorio de su despacho, Jake King volvió a marcar el número de Farewell, Virginia. En ese momento ya sabía todo lo que necesitaba saber sobre Garner Blake, y lo que había averiguado sobre él le gustaba. Garner era un hombre duro, pero honrado hasta la médula. Sin duda había heredado lo mejor de su abuelo. Aquel año era uno de los nominados de la pequeña ciudad de Farewell para el galardón de Ciudadano del Año, y sus fuentes le decían que Garner ganaría.

Reprimiendo el entusiasmo y la esperanza que le embargaba y hablando con total frialdad, Jake King informó a Garner Blake de que su hija trabajaría durante el verano en Autos K&B ocupando el puesto de jefe administrativo que llevaba mucho tiempo vacante.

–¿Me ha estado espiando? –preguntó Garner con dureza, sin ocultar su incredulidad.

Jake prefirió no responder. En lugar de eso, recordó a Garner que él seguía siendo propietario de la mitad de la empresa y que, según los documentos legales que obraban en su poder, tenía todo el derecho a contratar y despedir empleados.

Su tono de voz no ocultó la amenaza velada de sus palabras. Jake sabía, por el expediente que tenía delante, que los empleados de Garner eran buenas personas y buenos trabajadores y que su jefe era muy leal a todos ellos. Jake también sabía que uno de los empleados acababa de tener un hijo, y que otro acababa de firmar la hipoteca de la vivienda que había adquirido. Sin duda eran hombres que necesitaban sus trabajos.

Al otro lado de la línea se hizo un largo silencio.

Por fin, Garner dijo:

–¿Todo esto es por el coche?

–Si lo fuera, ¿cambiarías de idea?

–No.

–Es lo que me imaginaba.

Jake colgó el teléfono. Todavía no le había comunicado a su hija que le había encontrado un trabajo para el verano, pero tenía el presentimiento de que a Jessie le haría tan poca gracia como a Garner.

Jessie acababa de licenciarse en Ciencias y estaba considerando la idea de comenzar el doctorado. Académicamente era una joven brillante y no querría pasar el verano atendiendo el mostrador de un taller de reparación de coches.

Claro que su hija podía negarse, pero Jake estaba bastante seguro de que no lo haría. Si se tratara de su hermana pequeña, Chelsea, Jake debería recurrir a amenazarla con retirarle la paga, el coche y las tarjetas de crédito, pero Jessie no era Chelsea. Jessie siempre había tenido una tendencia especial a complacer a su padre, incluso de niña.

A pesar de ser consciente de la manipulación a la que estaba sometiendo la ordenada vida de su hija, Jake decidió llamarla inmediatamente y sonrió al oír su voz al otro lado del teléfono. Después de todo, en aquel caso, el fin justificaba los medios.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

 

EL VESTIDO de novia era un diseño de Dior que envolvía el cuerpo alto y esbelto de la novia. El ramo estaba formado por dos docenas de rosas inmaculadamente blancas traídas directamente en avión desde Oregón.

El novio esperaba al final del pasillo. Se volvía hacia ella…

Sus ensoñaciones terminaron repentinamente con un ruido seco. Literalmente.

La cabeza de Jessica King salió disparada hacia delante y se golpeó contra el volante. Tras un momento de incomprensión, Jessie miró el capó del coche que había alquilado aquella misma mañana después de aterrizar en el aeropuerto de Harrisonburg, Virginia. Delante del coche estaba el parquímetro contra el que había chocado y, detrás, la deslucida fachada de Autos K&B.

Por el capó del Cadillac alquilado salía una nube de vapor y un pequeño grupo de curiosos empezó a arremolinarse a su alrededor, contemplando la escena con interés.

–Eso es lo que te pasa por soñar despierta –se reprendió Jessie.

Más avergonzada que dolorida, la joven se apeó del coche y se vio sorprendida por la media docena de personas que la observaba sin ningún disimulo. No había nada que odiara más que ser el centro de atención.

¿Cómo podía haber estado imaginando su boda en lugar de prestar atención a lo que hacía? De las tres hermanas King, ella era la más pragmática, la que no perdía tiempo en sueños ni tonterías. Y, desde luego, no era una persona descuidada ni dada a cometer errores, pero, tras superar la sorpresa inicial del anuncio público de su compromiso hecho por Mitch en mitad de la boda de su hermana Brandy hacía dos semanas, le había sorprendido descubrir que tenía un lado romántico oculto en su interior, y que en el fondo no era más que una romántica que se pasaba el día soñando con los detalles de su gran día.

–Lo siento –musitó a los mirones que la contemplaban con descaro–. No he visto el parquímetro. Normalmente no conduzco un coche con un capó tan largo…

La puerta de Auto K&B se abrió y un hombre salió al exterior.

De súbito, Jessie se interrumpió. Al verlo, los últimos ecos de su fantasía nupcial se desvanecieron. Y no sólo eso. También toda su vida anterior.

El hombre tenía una presencia innegable, con su más de metro ochenta de estatura y un cuerpo fuerte y musculoso enfundado en unos vaqueros desteñidos y una camiseta blanca de manga corta que ceñía los bíceps con las mangas y marcaba el vientre plano y suave. Tenía el pelo negro y un poco demasiado largo por el cuello. Las facciones del rostro eran limpias y cinceladas, pero la dureza del cuerpo se repetía de nuevo en los pómulos y el mentón, en las cejas y en el rictus de los labios. Sin embargo, los labios eran carnosos y le otorgaban un aura de sensualidad que anulaba por completo su evidente mal humor. Los ojos eran de un color castaño muy oscuro, casi negro, y en ellos hubo un destello momentáneo que Jessie no logró interpretar.

El hombre se abrió paso entre los presentes y se detuvo delante de ella.

–¿Se encuentra bien? –preguntó con cierta impaciencia.

Jessie se sintió repentinamente paralizada, como si le faltara la respiración.

–Estoy… estoy bien –logró balbucear por fin.

–¿Jessie King? –preguntó él con una voz ronca y sensual que a ella le erizó los pelos de la nuca, como si la hubiera acariciado con la mano.

–¿Cómo lo sabe?

–Sonó la flauta por casualidad –dijo él.

¿Había cierta sequedad en su voz?

Entonces él frunció más el ceño y, sin previo aviso, estiró una mano y le rozó la comisura de los labios con un dedo.

Intelectualmente, Jessie King siempre había sido consciente de que la vida podía cambiar de forma total, irrevocable y para siempre en una décima de segundo, pero lo que nunca creyó era que algo tan inocuo como un encuentro casual, la caricia de un dedo en los labios, pudiera provocar aquella sensación de que todo en su sensato y estructurado mundo acababa de cambiar definitivamente y para siempre.

Lo que nunca creyó era que algo así pudiera sucederle a ella.

El dedo se apartó de sus labios y ella volvió a su organizado mundo, aunque no pudo evitar pensar que la breve caricia la había marcado para siempre.

«Obra del diablo», se dijo para sus adentros.

Y aquel hombre era un diablo, un diablo lleno de aplomo, muy seguro de sí mismo y, además, endemoniadamente atractivo.

Sin duda sería como todos los hombres endemoniadamente atractivos. Sería consciente de su poder y lo aprovecharía.

Jessie King no sería como su tristemente famosa madre, ya fallecida. Ni ahora ni nunca. Ella despreciaba a las mujeres que se mostraban impotentes ante el poder y la atracción que irradiaban ciertos tipos de hombre.

Como aquél.

–Guárdese los dedos pringosos para usted –dijo ella irritada.

El hombre había salido del taller, y seguramente era un mecánico con las manos llenas de grasa. Jessie miró la mano. Una mano grande y fuerte, sin anillo y sin grasa.

El hombre no pareció inmutarse por su irritación, al contrario. Estaba estudiando el dedo con el que le había tocado el labio, donde sí había algo de suciedad.

–Creía que tenía sangre en el labio –dijo él–. Pero no es sangre, ¿verdad?

La miró a los ojos, divertido, y entonces sonrió. Aquella sonrisa lo cambió todo en un momento, al darle un aspecto juvenil y travieso, totalmente irresistible.

Jessie sacudió la cabeza. Los hombres como él se reían de las jóvenes como ella, jóvenes con gafas que casi nunca acertaban con el corte de pelo y estaban un poco rellenitas.

–Chocolate –dijo él, y todos los que estaban arremolinados a su alrededor disfrutando de la escena se echaron a reír y empezaron a alejarse, ahora que era evidente que el coche no iba a estallar en mil pedazos.

Él no se rió.

–¿Quién es usted? –quiso saber Jessie, resistiendo el impulso de tirarse de la falda, que de repente parecía llevar pegada a las caderas.

¿Cuánto había engordado desde la boda de su hermana? Más de tres kilos, como si no lo supiera.

–Garner Blake.

Jessie cerró brevemente los ojos, tratando de armarse de valor. ¿Ése era el hombre para el que iba a trabajar?

–Oh, no –se le escapó.

–Lo mismo digo –dijo él.

Jessie abrió los ojos y le dirigió una mirada furibunda.

–Entonces, ¿por qué estoy aquí?

–Porque su padre así lo ha querido y parece que Jake King siempre consigue lo que quiere.

Jessie recordó que su padre le había dicho que era medio propietario de un taller mecánico que necesitaba a alguien que se ocupara de la oficina durante el verano. Y que así ella tendría contacto con el mundo real.

Ella se había sentido ligeramente ofendida al darse cuenta de que su padre creía que su mundo no era real ni tampoco entendía que ella tenía una formación muy superior a la necesaria para el trabajo. Sin embargo, su padre nunca le había pedido nada, y esa vez, cuando lo había hecho, ella había tenido la sensación de que había algo más, incluso un secreto, más allá del hecho de que sus comienzos estuvieran ligados a aquel humilde taller en un pueblo perdido de Virginia.

Por otro lado, en lugar de plantear preguntas importantes sobre aquella petición, Jessie sólo había pensado que por fin su padre era capaz de ver que ella era una mujer culta, con una sólida formación empresarial, y no una de sus princesitas.

–No necesita un jefe administrativo, ¿verdad? –preguntó ella, y le irritó oír el ligero temblor de incertidumbre en su voz.

Él también debió de oírlo, porque suspiró y se pasó una mano impaciente por el pelo.

–Señora, por supuesto que lo necesito. Pero es que es un trabajo que exige ciertos conocimientos, y una formación que no se obtiene en un baile de debutantes ni en una cacería de zorros.

Jessie se tensó. ¡Hacerle aquel comentario precisamente a ella, que había luchado contra aquel tipo de prejuicios toda su vida!

–Quizá le interese saber que nunca he asistido a un baile de debutantes –le informó en tono tajante–, y que tampoco monto a caballo.

De hecho, le aterrorizaban.