Friedrich Nietzsche

Friedrich Nietzsche

© 2019, Toni Llácer

© 2019, de esta edición, Shackleton Books, S.L.

Realización editorial: Bonalletra Alcompas, S.L.

Diseño de cubierta: Pau Taverna

Diseño de tripa y maquetación: Kira Riera

Composición ebook: Víctor Sabaté (Iglú de libros)

© Fotografías: Nicku/Shutterstock (pp. 26, 50), Shutterstock: p. 73, D.p.: resto de imágenes.

Ilustraciones: Jordi Dacs.

ISBN: 978-84-17822-62-0

Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento y su distribución mediante alquiler o préstamo públicos.

Friedrich Nietzsche

Pensar desde el abismo

Toni Llácer

shackleton books

Un filósofo para todos y para nadie

¿Nos hemos quejado alguna vez de que se nos entienda mal, se nos ignore, se nos confunda, se nos calumnie y se nos pase por alto? Ese es precisamente nuestro destino… ¡y por mucho tiempo aún!, digamos, para ser modestos, hasta 1901.

La ciencia jovial

Friedrich Nietzsche es seguramente el más polémico de los filósofos. Nadie como él es capaz de ganarse una admiración tan apasionada y, al mismo tiempo, despertar tanto rechazo. Se puede decir, tomando prestado el subtítulo de Así habló Zaratustra, que es un filósofo «para todos y para nadie».

En su casi siglo y medio de historia, las ideas nietzscheanas (subversivas, reaccionarias, elitistas, esteticistas, antisemitas, misóginas, anarquistas, irracionalistas, emancipadoras… por citar algunos de los calificativos que han recibido) se han defendido y atacado desde posicionamientos muy diversos, a menudo contradictorios entre sí. Semejante disparidad en la recepción indica un pensamiento escurridizo, como si compartiera las raras cualidades de un animal que no se deja apresar.

¿De qué modo debemos, pues, acercarnos a Nietzsche? ¿Cómo hay que leer al crítico más radical y despiadado de la filosofía, la ciencia, la religión y la moral tal y como las conocemos? ¿Con qué actitud abordar un filósofo tan incómodo, que fue, además, un filólogo insólito, un psicólogo sutil y, por encima de todo, un grandísimo escritor?

Sería un error caer en la tentación de abordar sus libros con la intención de tomar partido. Para empezar, resulta más que discutible la existencia de un único lugar, canónico y privilegiado, desde el que uno pueda proclamarse nietzscheano. Al menos no con la misma seguridad con la que podemos considerar que nuestra forma de pensar es platónica, kantiana o marxista. El propio Nietzsche nos invita a desechar la estrategia del tomar partido cuando afirma: «Al contrario, una dosis de curiosidad, como la que nos despierta una planta extraña, junto con una resistencia irónica, me parecería una posición incomparablemente más inteligente».

Y, sin embargo, los anteriores consejos resultan demasiado tímidos. Nos encontramos sin duda ante una «planta extraña». Pero también ante un autor que reconoce filosofar «a martillazos», ante alguien que en cierta ocasión dijo de sí mismo: «Yo no soy un hombre, yo soy dinamita».

Para Nietzsche, el conocimiento es una operación peligrosa de la que uno no sale indemne. No es un frío proceso mental en el que adquirimos informaciones que perfeccionan nuestra visión del mundo y en el que nos re-conocemos y afianzamos en nuestra condición de seres racionales. Al contrario, el auténtico conocimiento está basado en una experiencia tras la cual no volvemos a pensar ni a sentir del mismo modo.

El acto cognoscitivo que Nietzsche propone se acerca más a la vivencia estremecedora de sumirse en un paisaje natural o en una obra de arte que al aprendizaje técnico o científico. Al conocer sufrimos una sacudida que altera profundamente nuestra mirada, como si se rompieran para siempre las gafas con las que, a nivel individual y social, estamos acostumbrados a ver(nos).

Nietzsche concibe sus libros como artefactos destinados, en su contenido y en su forma, a provocar ese tipo de conocimiento transformador. Por eso debemos enfrentarnos a ellos con la actitud de quien entra en un laboratorio, preparados para experimentar. El lector debe adentrarse en su obra con una mezcla de curiosidad e ironía, sí, pero sobre todo compartiendo con el autor una determinada apertura de espíritu, una disposición a la aventura que le permita exclamar junto a él: «¡Queremos ser nuestros propios experimentos y conejillos de Indias!».


Tras una vida en la que no obtuvo apenas reconocimiento, Nietzsche murió en 1900, fecha simbólica que abre paso a su indiscutible influencia en Occidente durante todo el siglo xx y lo que llevamos de xxi. Su impronta se deja ver, obviamente, en la filosofía contemporánea (en Wittgenstein, Heidegger, Foucault y un interminable etcétera), pero también en el arte (en Kandinsky, Joyce, The Doors…), la política (en la apropiación ilegítima de sus ideas por parte del fascismo italiano y del alemán, por ejemplo) y la cultura en general (Nietzsche es considerado uno de los padres del posmodernismo, la corriente de pensamiento dominante desde hace unas décadas). Paralelamente, algunos de los conceptos nietzscheanos (como el superhombre o la muerte de Dios) se han extendido más allá de las facultades de filosofía.

Y, sin embargo, ante semejante popularidad algunos no podemos evitar fruncir el ceño y preguntarnos: ¿qué hemos aprendido realmente de su pensamiento? ¿Se ha cumplido el vaticinio del propio Nietzsche, quien se consideraba un pensador necesariamente póstumo, condenado «al mañana y el pasado mañana»? ¿No será, en cambio, que su éxito se debe —como diría Cioran— a un malentendido?


Este libro introductorio se concibe, en primer lugar, como una guía de lectura, como un manual de instrucciones que sirva para entrar en el peculiar laboratorio nietzscheano sin miedo al martillo ni a la dinamita. En segundo lugar, debe permitir entender hasta qué punto hemos sido capaces de liberar el auténtico potencial de las ideas de Nietzsche —o, por el contrario, en qué medida conservan aún intacta su condición de promesa—. Más aún, nos invitará a preguntarnos si la realización de tal promesa es todavía posible y deseable.

Después de un capítulo biográfico, se emprende un recorrido por la filosofía nietzscheana a partir de una serie de máscaras. Nietzsche, decidido a hacer de sí mismo un personaje filosófico único, fue un maestro del disfraz. «Todo lo que es profundo ama la máscara», dijo. Su enorme bigote, como señala Deleuze, debe ser entendido como una primera muestra de su afición por enmascararse. En concreto, el libro se estructura a partir de tres máscaras o personajes: Dioniso, Zaratustra y Anticristo.

La primera máscara sirve al joven Nietzsche para adentrarse en la antigua Grecia y, desde allí, realizar una crítica demoledora de la cultura moderna. Así, el capítulo dedicado a Dioniso presenta las claves de la sabiduría que la obra de arte trágica fue capaz de transmitir al pueblo griego. Para Nietzsche, este tipo de sabiduría resulta valiosa porque, a diferencia del conocimiento científico-racional, se hace cargo de la dimensión «dionisíaca» y problemática de la existencia.

El siguiente capítulo se ocupa de un enorme acontecimiento: «Dios ha muerto». Para Nietzsche, Dios representa la «metafísica», la manera de pensar que ha dominado la cultura occidental desde hace dos mil quinientos años y que nos ha arrastrado a una situación de «nihilismo». El profeta Zaratustra será quien nos indique cómo superar la metafísica y el nihilismo gracias a la doctrina del «eterno retorno» y el anuncio del «superhombre».

El último capítulo está dedicado al Anticristo, la máscara con la que Nietzsche presenta su proyecto de «transvaloración de todos los valores». Este proyecto se basa en una concepción de la vida como «voluntad de poder», una nueva manera de entender la condición humana que nos obliga a repensar nuestra relación con el lenguaje y con el cuerpo. La transvaloración nietzscheana empieza desmontando todos los valores morales gracias a las herramientas del «perspectivismo» y la «genealogía». Tras esta labor, Nietzsche defiende una moral aristocrática como alternativa a los valores cristianos e igualitaristas.

Estos tres personajes siguen cierta lógica temporal y pueden identificarse con sendas etapas en la obra de Nietzsche: Dioniso sería su disfraz de juventud, Zaratustra el de madurez y Anticristo el de su apoteosis final. Sin embargo, el filósofo a menudo utiliza estas tres máscaras indistintamente, y por ello a lo largo de este texto resultarán también, en gran medida, intercambiables.

A fin de cuentas, los miles de páginas que Nietzsche dejó escritas pueden interpretarse como sucesivas variaciones alrededor de un único tema: el amor a la vida. Dioniso, Zaratustra y Anticristo son tres máscaras bajo las cuales Nietzsche trata de combatir todas las ideas que le restan valor a la vida en nuestro planeta. Tres máscaras que sintetizan el esfuerzo colosal de un hombre por lograr que el pensamiento sea capaz de acoger la pluralidad, el devenir, la contradicción, el caos y el azar.

Burlarse de la filosofía es filosofar de verdad.

Blaise Pascal