image

EL
RESCATE

SIETE PERSONAS,
SIETE HISTORIAS ASOMBROSAS

JIM CYMBALA

CON ANN SPANGLER

image

El rescate

Publicado por Editorial Patmos, Miami, FL EUA 33166

Todos los derechos reservados.

Publicado originalmente en inglés por Zondervan, 3900 Sparks Dr. SE, Grand Rapids, Michigan 49546, con el título The Rescue.

A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas se toman de la Nueva Versión Internacional, © 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional.

Traducido por Belmonte Traductores

Diseño de portada por Adrián Romano

eISBN: 978-1-58802-959-1

Categoría: Religión/Vida cristiana/Crecimiento espiritual

Impreso en Brasil | Printed in Brazil

CONTENIDO

image

EL RESCATE

LA HISTORIA DE LAWRENCE

LAS HISTORIAS DE TIMINEY Y RICH

LA HISTORIA DE ROBIN

LA HISTORIA DE KAITLIN

LA HISTORIA DE ALEX

LA HISTORIA DE TONI

EL RESCATADOR

DÓNDE IR DESDE AQUÍ

Aunque los individuos cuyas historias se relatan en

El rescate son identificados por su nombre, se ha dado

un nombre distinto a algunas personas que aparecen

en sus historias para proteger su privacidad.

EL RESCATE

image

Muchos de nosotros nos sentimos cercados por problemas imposibles para los cuales no existen soluciones fáciles. Tras un torrente de titulares que anuncian continuamente nuevos problemas en el mundo, nos sentimos profundamente pesimistas, no solo por lo que está sucediendo en el mundo, sino también por el estado de nuestras propias vidas y de las vidas de las personas que nos importan.

Quizá hemos alcanzado cierta medida de éxito pero nos seguimos sintiendo vacíos por dentro, como si faltara algo. Sin importar cuánto dinero gastemos, cuántas relaciones tengamos o cuán duro trabajemos, luchemos, juguemos o finjamos, no podemos encontrar un sentimiento de paz y felicidad. Una nube sigue por encima de nuestra cabeza.

O tal vez estemos peleando batallas personales: luchando con retos financieros, batallando con adicciones, enfrentando una rotura de una relación, sufriendo una enfermedad, o batallando con los efectos del abuso.

Al viajar por todo el país, con frecuencia me encuentro con personas tan golpeadas por la vida que su esperanza parece tan frágil como una vela ardiendo en medio de una tormenta. Otra ráfaga de viento, una dificultad o un desafío más, y la llama parpadeante se apagará, dejándolos en la oscuridad total. Si no están desalentados con sus propias vidas, están profundamente preocupados por lo que está sucediendo en las vidas de sus hijos o de otras personas a las que aprecian.

Por fortuna, no tenemos que vivir de ese modo, sintiéndonos golpeados por los retos de la vida o desesperanzados con respecto al futuro. Independientemente de qué tan fuerte sea nuestra tormenta personal o qué tan difíciles puedan ser las circunstancias en nuestra vida, podemos emerger con fuerza y esperanza.

image

Independientemente de qué tan fuerte sea
nuestra tormenta personal o qué tan difíciles
puedan ser las circunstancias en nuestra vida,
podemos emerger con fuerza y esperanza.

image

En lugar de sentirnos confusos, derrotados, enojados y deprimidos, podemos comenzar a experimentar la vida de un modo que producirá profunda sanidad y paz. No necesitaremos seguir repitiendo conductas autodestructivas o ser victimizados por fuerzas que no podemos controlar. En cambio, podremos enfrentar el futuro con esperanza y expectativa.

¿Cómo podemos hacer eso? ¿Existe un plan de siete pasos o un sendero secreto hacia el éxito que produzca esos beneficios? ¿Hay un manual que resolverá mágicamente nuestros peores problemas? Probablemente sepa que no lo hay.

En lugar de ofrecerle un vivaz discurso motivacional, o un conjunto de argumentos persuasivos, o un manual de autoayuda que promete mejorar su vida, simplemente quiero compartir algunas historias notables. Aunque cada una de estas historias es única y dramática, todas ellas giran en torno a problemas y luchas comunes, algunas de las cuales puede que usted mismo haya experimentado en un momento u otro en su propia vida. O quizá las haya experimentado alguien cercano a usted.

Si yo tuviera una casa lo bastante grande, le invitaría a mi salón para sentarse conmigo y con los siete amigos cuyas historias relato. Al escuchar a cada uno de ellos se abriría una ventana ofreciéndole una vislumbre no solo de su dolor y confusión, sino también del gozo y la paz que ellos encontraron como resultado de una transformación profunda. En ese ambiente de intimidad, usted podría observar las expresiones de sus rostros y escuchar el tono de sus voces mientras relataban su experiencia de ser rescatados de situaciones imposibles.

Pero como mi esposa y yo vivimos en un pequeño apartamento de un solo dormitorio en el centro de Brooklyn, eso no es posible. En cambio, he hecho todo lo posible para compartir estas historias de la manera en que me fueron relatadas. Al haber elegido usted este libro, espero que los kilómetros que nos separan se reduzcan hasta que sienta como si estuviéramos sentados juntos y usted estuviera escuchando a cada uno de mis amigos mientras ellos hablan abierta y sinceramente sobre lo que les ha sucedido.

Pero ¿por qué estas historias concretamente y no otras? Sin ninguna duda, podría haber encontrado incontables historias que son igualmente cautivadoras. Tales historias suceden cada día en todo nuestro país y en todo el mundo. He escogido estas porque conozco a las personas personalmente y porque creo que las historias de su transformación tienen el potencial de transformar la vida de usted mismo y las vidas de las personas que a usted le importan. A mis siete amigos cuyas historias se relatan en este libro (a Lawrence, Timiney, Rich, Robin, Kaitlin, Alex y Toni), les doy las gracias por su sinceridad y valentía. Estoy profundamente agradecido por su disposición a contar la verdad para que otros puedan recibir ayuda. Gracias por darme el privilegio de compartir sus historias.

A todos los demás, es mi esperanza que, igual que mis siete amigos, ustedes experimenten la profunda transformación que yo denomino “el rescate”: una experiencia que cambiará su vida de modo que ya no se sentirá derrotado por sus problemas o abrumado por sus preocupaciones. En cambio, habrá aprendido lo que significa vivir una vida de transformación profunda, una vida que le producirá gozo y le dará el tipo de paz que nunca le abandonará.

LA HISTORIA DE LAWRENCE

image

LAWRENCE PUNTER ES UN EXDEPORTISTA UNIVERSITARIO E INSTRUCTOR DE VUELO. EXITOSO EMPRENDEDOR Y HOMBRE DE NEGOCIOS, ES TAMBIÉN MIEMBRO DEL GALARDONADO CORO CON UN PREMIO GRAMMY, BROOKLYN TABERNACLE CHOIR. SI USTED LO CONOCIERA, CON SU ALTURA DE SEIS PIES Y CINCO PULGADAS (1,94 METROS), NUNCA SUPONDRÍA QUE ESTE HOMBRE BIEN PARECIDO Y DE VOZ SUAVE, QUE COMPARTE SU HISTORIA CON FRECUENCIA EN CÁRCELES, FUE UNA VEZ UN MUCHACHO AL QUE NADIE PARECÍA AMAR.

DOY VUELTAS EN LA CAMA, cansado hasta lo más hondo de los huesos. He estado tumbado aquí durante la mayor parte de un día, agradecido al menos porque hay cielos claros y temperaturas soportables. Incluso cuando la luz del sol se asoma entre las nubes y me hace entrecerrar los ojos bajo mis párpados cerrados, me obligo a mí mismo a volver a dormir, ya que los sueños son mi único alivio.

image

Los sueños son mi único alivio.

image

La cama que yo mismo he construido no está ubicada en un bonito apartamento o en una casa cómoda. Tampoco está apartada en la casa de invitados de algún amigo o en un porche acristalado. Noche tras noche duermo en un lugar que no tiene ventanas ni paredes, sobre un colchón sucio y raído en un sucio callejón entre dos edificios de apartamentos.

Excepto cuando alguien vaga por allí para meter una bolsa de basura en el vertedero, estoy solo. También está la rata ocasional, al igual que moscas zumbando durante el día y enjambres de mosquitos en la noche. Me pregunto si me quedaré sordo por cachetear mis propios oídos para espantarlos y así poder descansar un poco. He estado viviendo de esta manera durante meses: aturdido, mareado y solo.

Esta noche tengo una sensación de alivio, como si algo pudiera ir bien, para variar. Pronto ya no habrá más dolor ni lucha, no habrá más hambre ni pelear batallas que no puedo ganar. Sostengo las pastillas en una mano y una botella de agua en la otra. En un rato, todo habrá terminado. Voy a dormirme para siempre. Nunca más tendré que volver a despertar.

image

¿Qué tipo de camino toma un hombre joven para llegar a un lugar como ese? En mi caso, el viaje comenzó antes de mi nacimiento.

No sé cómo se conocieron mis padres o qué les atrajo el uno hacia el otro. Eso no importa. Lo que sí importa es que se casaron cuando eran aún muy jóvenes. No sé nada sobre cómo reaccionó mi papá cuando oyó la noticia de que iba a ser padre. Tal vez intentó sonreír, o quizá mi mamá fingió ser feliz. Solamente sé que la abandonó cuando estaba embarazada de nueve meses.

Si fue por una sola mujer o por varias mujeres, no estoy seguro; pero ya había tenido varias aventuras amorosas durante el curso de su breve matrimonio. Cuando mi madre me dio a luz en un hospital en Nueva York, no hubo ningún esposo amoroso en la sala de espera, ni tampoco estaba allí un papá orgulloso para tomarme en sus brazos y darme la bienvenida al mundo.

Por lo tanto, mis padres se divorciaron y durante poco tiempo nos quedamos mi mamá y yo. Las mamás solteras no son algo poco común, desde luego. La mayoría de ellas batallan y trabajan duro, y aman a sus hijos a pesar de todo. Pero mi madre no era como esas madres. No era una heroína oculta a quien algún día todos elogiarían por todos sus sacrificios. Para ella, yo era simplemente una incomodidad. Igual que mi padre, ella quería un nuevo comienzo, y un bebé solamente la retenía.

Cuando yo tenía dos o tres meses, mi mamá me dejó en Antigua, una isla en el Caribe, donde vivía mi abuela. Después regresó a Nueva York.

image

No deseado por mi madre ni mi padre, pasé los primeros siete años de mi vida en Antigua.

Durante los primeros años fui feliz; yo era un niño como todos los demás. No me importaba que mi “mamá” fuera mucho más vieja que las madres de los otros niños. Nunca me fijé. Solamente sabía que ella cuidaba de mí y que yo la amaba. Quizá ella me dijo que yo tenía otra madre que vivía en un extraño lugar llamado Ciudad de Nueva York, pero si lo hizo, nunca quedó registrado en mi mente.

Cuando cumplí siete años, mi abuela decidió que las cosas tenían que cambiar. No era correcto que una madre estuviera separada de su hijo y, además, su hija era ya lo bastante mayor como para ocuparse de su propio hijo. Por lo tanto, así de sencillo me separaron de todos y de todo lo que yo amaba, y me enviaron a Nueva York a vivir con una persona extraña y reacia que resultaba ser mi mamá.

El abuso comenzó gradualmente. Como yo me parecía mucho a mi padre, eso le recordaba constantemente a mi madre todas las cosas terribles que él le había hecho.

Yo derramaba la leche, y ella me golpeaba. Yo decía algo equivocado, palabras que otra madre podría corregir verbalmente, pero ella volvía a golpearme. Poco después me azotaba con cinturones y me golpeaba con sus zapatos. Una vez se rompió el tacón de uno de sus pares favoritos mientras me golpeaba en la cabeza.

Después de un tiempo ella pasó a agarrar alargadores, doblándolos para convertirlos en látigos y golpeándome con el extremo del enchufe, cubriendo mi cuerpo de magulladuras y contusiones.

Teníamos familiares en la ciudad que sabían acerca del abuso porque ella nunca intentó ocultarlo, incluso en reuniones familiares. Mis tías le gritaban: “Ya basta; ¡lo vas a matar!”. Pero ella nunca se detenía y ellas nunca lo denunciaron. Debido al abuso constante me volví muy introvertido, extremadamente tímido y callado.

También en la escuela se metían conmigo. Sufría acoso escolar porque yo hablaba con acento del Caribe. Yo era lo bastante distinto para destacar. En Antigua había tenido amigos y alguien que me amaba; pero en Nueva York no tenía a nadie.

image

En Antigua había tenido amigos y alguien que
me amaba; pero en Nueva York no tenía a nadie.

image

Cuando estaba en la secundaria, había pandillas por todas partes. En la actualidad podríamos oír sobre los Crips y los Bloods, o incluso los Stack Money Goons o los Very Crispy Gangsters. En ese entonces eran los Tomahawks, los Black Spades, y los Jolly Stompers. Si es usted seguidor de los deportes, quizá sepa que Mike Tyson se convirtió en miembro de los Jolly Stompers cuando tenía doce años.

Un día, me rodearon de veinte a treinta muchachos mientras iba caminando a casa después de la escuela. “Has sido escogido para los Jolly Stompers —dijeron, como si fuera algo ya hecho—. Ven a la cancha esta noche a las once”. Pero yo era un niño ingenuo del Caribe que no quería tener nada que ver con las pandillas, y no les hice caso alguno.

Cuando me alcanzaron al día siguiente, me retuvieron y comenzaron a darme puñetazos y a patearme. “Preséntate en la reunión esta noche a las once”, me dijeron. Pensé en hacer saber a mi mamá lo que estaba sucediendo, pero tenía miedo de que se enojara y también ella me golpeara. Temeroso y sin saber qué hacer, me quedé en casa otra vez.

Al día siguiente cuando me encontraron, me tiraron al suelo y comenzaron a pisotearme. “Sabemos dónde vives y qué autobús agarra tu madre para ir al trabajo. Si no apareces esta noche, le sucederá algo malo”. Aunque yo creía que mi madre me odiaba, no quería que le hicieran daño.

Como ella trabajaba en el turno de noche como enfermera en un hospital local, me resultaba fácil salir de la casa sin que ella lo supiera. Cuando ella se fue a trabajar, emprendí camino hacia la cancha. Aquella noche supe cómo se unen a una pandilla los nuevos miembros. Entras en un combate individual con el líder. En mi caso, eso era una broma. ¿Cómo podía un muchacho de trece años plantar cara a uno de veinte? Sabía que me iba a machacar.

image

Aunque yo creía que mi madre me odiaba,
no quería que le hicieran daño.

image

Recuerdo cómo comenzó: con un puñetazo en mi barbilla. Mi oponente me golpeó tan duro y tan rápido, que no logré dar ni un puñetazo. Después de darme un rodillazo en el estómago, golpeó mi espalda encorvada con sus puños hasta que me derrumbé. Tras patearme y pisotearme, dejó que los otros muchachos intervinieran. Finalmente, cuando decidió que yo había tenido suficiente, la golpiza se detuvo repentinamente.

Tumbado en el suelo y mirando a los muchachos que me habían atacado con tanta violencia, recuerdo pensar cuán extraño era verlos sonreírme. Entonces, todos comenzaron a reír.

Ayudándome a ponerme de pie, el líder me dio un abrazo y dijo: “Ahora eres uno de nosotros. Somos tu familia. Cualquiera que se meta contigo, se mete con nosotros”. Después, cuarenta o cincuenta muchachos se turnaron para abrazarme y felicitarme.

En lugar de sentirme herido o furioso, me sentí feliz por lo que había sucedido; casi entusiasmado. Finalmente, alguien quería que yo fuera parte de su grupo. Me alegraba mucho de pertenecer. Después de felicitarme, el líder me entregó el uniforme de un Jolly Stomper: una chaqueta de tela vaquera con las mangas recortadas y la insignia de la pandilla pintada en la espalda.

Todos tenían un apodo, parecido a “Gordo”, “Elegante” o “Fantasma”. Era un modo de reforzar nuestra identidad de pandilla. Como yo era alto para mi edad, me llamaron “Enano”.

Cuando aparecí en la escuela al día siguiente con el uniforme de un Jolly Stomper, nadie me molestó. Los gamberros que me habían amargado la vida se convirtieron en cobardes al instante, aterrados por lo que la pandilla podría hacerles si me causaban algún otro problema.

¡Vaya! Estaba comenzando a disfrutar de los beneficios de ser parte de una pandilla. Yo pertenecía a esos muchachos y ellos me pertenecían a mí. Pero la pertenencia requería obligaciones. Yo tenía una tarea que hacer.

En ese tiempo había unos 120 miembros de los Jolly Stompers. Nuestra especialidad era robar en pequeñas tiendas y asaltar a personas en la calle. La mayoría de los muchachos tenían dieciocho, diecinueve o veinte años. Como el miembro más joven, yo era como una mascota. “Enano”, me decían, “esta noche vamos a robar en una bodega. No queremos que resultes herido, así que solo quédate fuera y vigila. Si se acerca alguien mientras estamos dentro, grita”.

Recuerdo un pequeño mercado donde robábamos repetidamente. Era un negocio familiar dirigido por una pareja de ancianos. Una y otra vez, esas dos personas mayores se acurrucaban en el rincón observando mientras la pandilla saqueaba su tienda, agarrando cerveza del refrigerador y dinero de la máquina registradora. Cuando ellos terminaban, entraba yo para recoger mi parte, llenando mis bolsillos de dulces y goma de mascar.

Aún puedo ver a las personas que asaltábamos, especialmente a aquella pareja de ancianos. Me sentía terrible por lo que estábamos haciendo pero no sabía cómo detenerlo.

Aunque yo iba con una pandilla, seguía siendo un muchacho callado e introvertido en casa. “¡Eres igual que tu padre!”, me gritaba mi mamá. “Eres un inútil; ¡no sirves para nada!”. Aunque ella seguía golpeándome, yo nunca intentaba defenderme porque creía que era así como los padres y madres trataban a sus hijos. Lo que mi madre no sabía era que en la noche mientras ella trabajaba, yo deambulaba por las calles. También faltaba a las clases, y me iba a beber cerveza con otros muchachos de la pandilla.

image

Me sentía terrible por lo que estábamos
haciendo pero no sabía cómo detenerlo.

image

Ser un Jolly Stomper no solo significaba que eras parte de una familia, sino que también tenías enemigos comunes. Podían surgir guerras callejeras rápidamente si otra pandilla pensaba que estabas invadiendo su territorio, o si alguien no se sentía respetado, o si había una discusión por alguna chica. En aquella época se usaban principalmente cuchillos, bates, nudillos de acero y cadenas, pero también había pistolas.

Un día se corrió la voz de que íbamos a aparecer a medianoche totalmente armados para una pelea con los Tomahawks. En cuanto comenzó la pelea, estaba claro quién iba a ganar porque nos sobrepasaban en número con mucha diferencia. Todos los Jolly Stomper escaparon excepto yo. Había contado con que mis compañeros de pandilla me guardarían la espalda, pero eso era una fantasía. Ellos estaban demasiado asustados.

Antes de que me diera cuenta estaba tumbado en el suelo con veinte muchachos a mi alrededor. Tomaron turnos para patearme y pisotearme la cabeza. Uno de ellos me acuchilló con un pincho metálico.

Esto se acabó, pensé. Tengo trece años y voy a morir. Van a patearme hasta hacerme pedazos; me romperán los brazos, las piernas, las costillas, ¡todo! Absorbí un golpe tras otro hasta que el dolor me dejó insensible. Hecho una pelota y con los brazos protegiéndome la cabeza, sabía que estaría muerto si ellos no se detenían. Sentí que me iba quedando inconsciente.

Pero entonces, de repente, escuché el sonido de sirenas. Cuando llegaron los policías, todo el mundo se dispersó. No sé qué les dio esa pista; quizá estaban patrullando por el barrio, pero la zona donde estábamos peleando no era visible desde la calle. Muchas veces ellos no descubrían las peleas hasta que habían terminado, si es que alguna vez se enteraban. Pero esa noche aparecieron justo a tiempo para salvarme la vida.

Los Tomahawks se habían cebado conmigo. Tenía la cara tan inflamada que no podía abrir los ojos, pero al menos estaba con vida. En lugar de ir a mi casa y enfrentarme a la furia de mi madre, me quedé en la casa de mi tía hasta ponerme mejor.