AGRADECIMIENTOS

Todavía estoy procesando la idea de haber terminado. Esta trilogía me ha llevado a lo largo de cada ascenso y valle imaginable. El primer libro ofreció toda la emoción trémula que uno podría esperar de una primera novela. Fui honrado y aterrorizado en igual medida cuando comencé mi viaje en el mundo de las publicaciones. El segundo libro fue una experiencia igualmente predecible; me uní a muchos de mis colegas en la lucha por escribir una secuela apropiada. El tercero, sin embargo, fue sencillo. Todo se convirtió en un golpe de luz.

Sinceramente, creo que tengo que agradecértelo a ti, querido lector. Hay algo mágico en la experiencia de la alegría comunitaria. Una cosa es ver una película divertida nosotros solos, pero ¿verla con cinco amigos que comparten un sentido del humor similar? La película de repente se vuelve hilarante cuando comienzan a intercambiar miradas y reír y empujarse el uno al otro. Sentí la misma experiencia mientras trabajaba en esta trilogía. Desde el primer momento en que puse a Nyxia en manos de los lectores, tuve la sensación de que otros se unían a mí en un camino largo y significativo. Cada semana, nuevos viajeros se sumaban a nuestra fiesta, hasta que todos estuvimos caminando, acumulando el ímpetu, prometiendo a cada paso que llegaríamos hasta el final. No puedo agradecerles lo suficiente por acompañarme en este viaje.

Mi más sincero agradecimiento a Emily Easton de Crown BFYR. También creo que las ediciones del tercer libro fueron mucho más suaves porque aprendí a escuchar tu voz a lo largo del camino. Si las ediciones resultaron más fáciles, fue porque ya te tenía trabajando cosas mucho antes de que hubieras leído siquiera el primer borrador. Muchas gracias a Josh Redlich y a Samantha Gentry por sus brillantes esfuerzos detrás de escena. Si disfrutaste alguna de mis portadas (¿cómo podrías no hacerlo?), únete a mí para agradecer a Regina Flath por atraer lectores con esos diseños magnéticos.

Nunca habría estado en esta posición sin el arduo trabajo de Kristin Nelson y todo el equipo de la Nelson Literary Agency. Como uno sospecharía de una sociedad secreta de hechiceros, tomaron mi proyecto de principiante, invocaron algunos conjuros y lanzaron mi carrera como si no fuera la gran cosa.

Hay varios autores que, de una u otra manera, me han empujado a ser un mucho mejor escritor. Muchas gracias a Marie Lu, V. E. Schwab, Nic Stone, Vic James, K. D. Edwards, Jason Hough, Kwame Mbalia, Brendan Reichs y Jay Coles. Me gustaría agradecer especialmente a Tomi Adeyemi por su increíble entusiasmo al leer esta serie. Las descaradas reacciones de nuestros compañeros siempre actúan como boyas cuando más las necesitamos.

Una vez más, estoy en deuda con mi esposa, Katie. No podría haber pedido a una persona más paciente y amorosa para que estuviera a mi lado en la vida. Gracias por escuchar siempre, incluso si todos mis personajes de todas mis historias se han fusionado lentamente en una pieza de fan-fiction gigante para ti.

Por último, escribí este libro para mi bebé, Henry. He tenido la bendición única de un bebé que sonríe y ríe cuando yo estoy intentando comenzar mi carrera como autor. Un día leerás esto, amigo, y espero poder expresar de alguna manera el gran regalo que eres para nosotros. En los días en que este trabajo podría haber sido el más difícil, sabía que tenía tu sonrisa esperándome en casa. Fue mucho más fácil encontrar el propósito y el impulso, y tú eres una gran parte de eso.

Qué cosa. Gracias de nuevo por seguir conmigo hasta el final.

Dios los bendiga,

Scott Reintgen

Índice

Portada

Página de título

Dedicatoria

PARTE 1. SUPERVIVENCIA

Capítulo 1. El Rey

Capítulo 2. Exploradores y supervivientes

Capítulo 3. Adiós

Capítulo 4. Solo

Capítulo 5. El coloso

Capítulo 6. El refugio del barranco

Capítulo 7. Vida y muerte

Capítulo 8. Nuevos reclutas

Capítulo 9. El mago detrás de la cortina

Capítulo 10. Mi mejor arma

Capítulo 11. Alarmas

Capítulo 12. Playa dover

Capítulo 13. Arabella

PARTE 2. COLISIÓN

Capítulo 14. El señor de las crías

Capítulo 15. Honor

Capítulo 16. Bahía de lanzamiento 2

Capítulo 17. Secuencia de lanzamiento

Capítulo 18. Fuego cruzado

Capítulo 19. El pródigo

Capítulo 20. Ojos

Capítulo 21. Enfrentamiento

Capítulo 22. Impacto

Capítulo 23. Interrupción de la señal

PARTE 3. SECUELAS

Capítulo 24. Escape

Capítulo 25. Jardín Sombrío

Capítulo 26. Regreso a la fundidora

Capítulo 27. Modo supervivencia

Capítulo 28. La torre espacial

Capítulo 29. La cosa más silenciosa

Capítulo 30. Viejos Trucos

Capítulo 31. Los traidores

Capítulo 32. El último enfrentamiento

Capítulo 33. Primer lugar

Capítulo 34. Caído

Capítulo 35. Génesis 11

Capítulo 36. Reyes y reinas

PARTE 4. DE REGRESO A CASA

Capítulo 37. El nuevo anillo

Capítulo 38. Preparación

Capítulo 39. Recompensa

Capítulo 40. Familia

Capítulo 41. Tierra

Agradecimientos

Datos del autor

Página de créditos

Portada

Página de título

A MI HIJO, HENRY.

En ocasiones, olvidamos que la magia es real, pero tú eres mi precioso recordatorio. Tu sonrisa es la farola brillante en la frontera de Narnia; cada risa es una carta de invitación a Hogwarts. Cuando te levanto en mis brazos, es la magia la que nos convierte en dragones planeando con las enormes alas abiertas. Considera esto como una promesa, dulce niño, que siempre te ayudará a ver la magia que tú me has mostrado.
Te amo,
Papá

PARTE 1

SUPERVIVENCIA

CAPÍTULO 1

EL REY

Longwei Yu

18 días 12 horas 11 minutos

El rey de Babel sangra.

Por un momento, creo que perdí el rastro. Pero regreso sobre mis pasos y encuentro su sangre pintada sobre las hojas iluminadas por la luna. Una gran franja color escarlata marca un tronco hinchado. Si hubiera entrecerrado los ojos por un minuto más, habría terminado convencido de que la marca se parecía a los caracteres chinos de morir.

Necesito a este rey vivo.

La luz de la luna domina el claro. Un arroyo dobla hacia el oeste, se bifurca y, justo allí, veo hacia donde debe de haber ido Defoe. No hay huellas, no en este lugar fantasmal, pero es la decisión más razonable. Las raíces expuestas de un enorme árbol se enroscan por encima y alrededor de un hueco: el tipo de madriguera en la que un ciervo podría dormir. Observo las sombras durante varios minutos.

No hay movimiento.

Sigo el arroyo. Los árboles se balancean, sus ramas y hojas se aferran a la luz de la luna más cercana. Casi se siente como si el bosque completo se estuviera alejando del lugar en donde está escondido Defoe. Cincuenta metros. Levanto ambas manos con inocencia. Mis ojos recorren el paisaje a través de las sombras. No estoy ansioso por morir sólo porque alguna criatura haya captado nuestro olor.

Veinticinco metros. Hago una pausa, con las manos aún levantadas, a la espera de una invitación. Las sombras son demasiado profundas para ver algo. Respiración. Puedo escucharla. Una respiración superficial tras otra.

Me estiro y golpeo la luz en mi hombro. Un rayo parpadea, como si fuera una tercera luna, y destaca la caverna improvisada. Allí está Defoe. Sus ojos me miran antes de cerrarse por el dolor. Puedo sentirlo aferrándose a la nyxia y el rastro sutil de la sustancia en el aire, pero resulta claro que se encuentra demasiado débil para hacer algo con ella. Tengo que tomar una decisión. Las consecuencias de lo que elija en este momento resonarán.

La primera de mis opciones termina aquí y ahora: cuán dolorosamente sencillo sería acabar con él. Una de las mayores amenazas de Babel, borrada. Se eliminaría cualquier oportunidad para que él pudiera lastimar a los otros, pero también cualquier ocasión para infiltrarme en Babel: aparezco en su puerta sin él y me convierto en un prisionero de inmediato.

La otra opción: salvarlo. Rescatar. Subvertir. Esperar.

Cuando dé el golpe, quiero asegurarme de acertar en una arteria. Mis dos opciones y sus consecuencias se despliegan en menos de un suspiro.

—Señor Defoe —tranquilizo mi voz—. Vine a ayudarlo.

Resuella, es casi una risa. Es claro lo que piensa de mí.

—Longwei, por supuesto…

Miro cómo echa su cabeza hacia atrás. Oculto en su cadera, tiene un explosivo idéntico al que usó en el campo de batalla. El mismo dispositivo que casi destrozó a mis amigos con una sola explosión. Defoe lo levanta para que yo pueda verlo más claramente.

—Pensé… bueno, no importa lo que pensé —una tos sacude su cuerpo—. Toma esto. Reemplaza mis dedos en la barra y deshazte de él. Tienes tres segundos. Lánzalo tan lejos como puedas.

Su brazo tiembla, pero yo me mantengo firme. Reemplazo sus dedos rápidamente, aseguro el dispositivo y me vuelvo. Veinte pasos me llevan de nuevo al borde del arroyo. Con una respiración profunda, lanzo la granada tan lejos como puedo. La luz de la luna baila a través de su superficie en espirales; luego, la granada cae por debajo de la línea de los árboles y desaparece brevemente de la vista. Un segundo después, una explosión desgarra la oscuridad en dos.

Brillante y ruidosa. Un par de pájaros salen volando y algo enorme se agita en lo más profundo del bosque. Regreso al lado de Defoe.

—No puedo… detener el sangrado —jadea—. La nyxia no acepta…

Me arrodillo para que la luz de mi hombro se centre en su encogido muñón cubierto con una toalla sucia. Nada eficaz. Pongo en el piso mi propio paquete y comienzo a buscar.

Un nuevo vendaje, una gasa, una bolsa de plástico.

—Necesito desenvolver su vendaje.

Defoe asiente. Aprieto la gasa entre dos dedos, evitando cuidadosamente que se derrame la sangre, y levanto una esquina. Los pliegues se desenredan. Defoe no protesta mientras el material se desgarra y se atora. La herida expone el sangrante interior de su brazo. El rey de Babel, qué humano parece ahora. Por demasiado tiempo pensé que era un dios, verlo así será útil en todo lo que está por venir.

Acomodo la gasa con fuerza alrededor de las áreas expuestas antes de envolver el nuevo vendaje con fuerza. Capa tras capa. Uso un trozo de nyxia para sellarlo en su brazo. Defoe deja escapar un gemido cuando jalo la bolsa de plástico sobre la envoltura, la aprieto en su antebrazo y enfundo todo en su interior.

—Necesita cubrirse de hielo —digo.

—Necesita mucho más que hielo —replica—. No he dormido, me he forzado a continuar en movimiento. Necesito que nos selles aquí, que nos mantengas a salvo. ¿Sabes cómo hacer la manipulación?

En respuesta, alcanzo mi nyxia. La sustancia pulsa. Un pensamiento resuelto la arroja como una cortina, lo suficientemente grande para cubrir la entrada del hueco.

—¿Algo así?

—Ajústala —jadea de nuevo—. De manera que nosotros podamos ver hacia fuera, pero nadie pueda ver adentro.

El cambio me lleva unos cuantos intentos. Defoe se arrastra más profundo en el hueco para que haya espacio para mí. Me estiro y meto la parte superior de la cortina de nyxia entre un conjunto de raíces expuestas. La pruebo con un tirón y lo soporta. La tela se estira a medida que ajusto las solapas y nos encierro. Hay algunos huecos que permiten la entrada de oxígeno, pero ahora nos encontramos ocultos de miradas indiscretas. Defoe me da la espalda, con el brazo herido equilibrado delicadamente sobre su cadera.

—Dormir. Necesito dormir.

Por segunda vez, considero matarlo.

El momento se desliza como una larga y resbaladiza serpiente. El entendimiento provoca escalofríos que bajan por mi espalda. Puedo sentir la piel erizada en mi cuello y brazos. Sé lo que significa mantenerlo vivo: alguien morirá. Un amigo mío, tal vez. Defoe es formidable, puede cambiar las mareas en una sola batalla con facilidad. Su inteligencia le proporcionará a Babel la ventaja en los días por venir.

¿Quién morirá porque lo estoy dejando vivir? ¿Cuál será el costo?

Me obligo a tragarme esos miedos. Alejo los pensamientos oscuros y recuerdo que es sabio perder una batalla si eso significa que podemos ganar la guerra.

Inesperadamente, mis ojos vagan hacia las lunas distantes. Glacius parece una perla sin pulir; Magness, un ojo inyectado en sangre. Las dos lunas aparecen como si hubieran sido colocadas a martillazos en el cielo. Es difícil recordar que se están moviendo, rotando, girando en espiral. Sé que sus caminos las atraen inevitablemente la una hacia la otra. Mantengo el pensamiento en silencio, casi temiendo que Defoe pueda escucharlo si pienso en ello por demasiado tiempo, pero no importa cuánto intente enterrarlo, es imposible ignorar la verdad.

Este mundo está llegando a su fin.

Al amanecer, marchamos por el bosque hacia una llanura abierta. El primer continente estaba marcado por arroyos y ríos. Éste, en cambio, está salpicado por ruinas antiguas: edificios de piedra abandonados desde hace mucho tiempo, con los adornos que tallaban en las colinas prácticamente desvanecidos.

Pese a todos sus defectos, admiro el sentido de eficiencia de Defoe. Respira, camina y usa cada gramo de lo que le queda para moverse hasta un lugar seguro. Habla apenas, y yo sigo su ejemplo.

Nuestro silencio es interrumpido por una señal fuerte y monótona, aguda y perforante. Defoe baja la mirada a su reloj mientras el ruido se reduce a un volumen más soportable. Echo un vistazo justo a tiempo para ver cuatro luces azules, dispuestas como las direcciones cardinales. La del norte parpadea y desaparece.

Defoe observa el reloj mucho tiempo después de que todo se ha quedado en silencio. Su expresión es contundente, oscura.

Nos lleva siete horas y cuarenta y ocho minutos encontrar una unidad itinerante de marines de Babel. Surgen de su refugio en la colina más cercana como fantasmas vestidos de negro; sus armas se mantienen en lo alto, apuntadas, hasta que se dan cuenta de que se trata de Defoe. En un suspiro, su directriz original es abandonada y se transforman en escoltas. Somos dirigidos a una ruina elevada, justo al sur del lugar.

Hay la luz suficiente para alcanzar a ver una gran cantidad de vehículos acomodados en el patio abandonado. Todo lleva las insignias de Babel: nyxiano, elegante, mortal. Incluso herido, Defoe endereza sus hombros y marcha hacia el campamento como un rey. Yo soy menos reverenciado: uno de los marines me detiene, me registra brevemente y me quita mis armas. Respiro hondo y me pregunto si mi oportunidad de atacar se me escapó de los dedos.

Pero Defoe espera. Una vez que mis armas han sido retiradas, hace una señal para que me una a él. Es posible que esté desarmado, pero todavía me encuentro en la posición correcta. Un marine nos conduce alrededor de un camión blindado, directo a un equipo de técnicos. Las holopantallas muestran imágenes satelitales, tomas de cámara en tiempo real y vistas de paisajes. Defoe no duda.

—Denme una actualización de estado completa.

Hay confusión cuando los técnicos se vuelven a ver la escena y todos los ojos se posan en el muñón sangrante que curé anoche. A la luz menguante del día, luce como un pobre simulacro de tratamiento médico. Uno de sus hombres llega a la misma conclusión.

—Señor Defoe —dice—, necesitamos atender su brazo. Está sangrando, señor.

Él mira sus vendajes.

—Eso lo haremos después. Quiero una actualización de estado. Ahora.

Uno de los otros técnicos toma la delantera. Observo que tiene el mismo guante que usaba Kit Gander. Cuando pasa un dedo por el aire, una de las pantallas más pequeñas migra al monitor central. La imagen se convierte en un enorme mapa de Magnia. Todos vemos cómo los contornos vacíos de los continentes comienzan a poblarse. Las líneas, como los patrones migratorios de las aves, colorean la pantalla.

—Las líneas azules son probablemente rutas de escape para cada anillo —explica el técnico—. Nuestros equipos están trabajando en los escombros del Conjunto Siete. Las bajas reportadas son mucho menores de lo esperado, señor. Después de descubrir el primer túnel de aguas profundas, nuestros equipos realizaron escaneos según las indicaciones. Tenemos una idea general de a dónde habrían ido los evacuados, pero todavía no hay explicación de cómo evacuaron tan rápidamente. La cantidad de tiempo entre el momento en que inhabilitamos las defensas y lanzamos el ataque fue de menos de cinco minutos.

—¿Y cada anillo tiene su propio túnel de evacuación? —pregunta Defoe.

—Hay cientos de túneles, señor —responde el técnico—. Pero parece que algunos de ellos fueron específicamente diseñados para escapar del Conjunto Siete. Todos ésos están enterrados más profundamente que el resto.

—Siete puntos de salida que se conectan a cuatro continentes diferentes —Defoe lo considera. Puedo verlo tratando de averiguar en dónde se equivocaron, de qué manera el ataque pudo haber sido demasiado lento. Estoy agradecido de que no me mire—. La instalación que destruimos al norte fue diseñada para el combate de aeronaves. Los diseños eran poco complejos en comparación con nuestra tecnología, pero era el destino claro para el grupo que abandonó el Sanctum. ¿Hay bases parecidas cerca de los otros puntos de salida?

El técnico niega con la cabeza.

—No tenemos imágenes.

Esas palabras llaman claramente la atención de Defoe. No se ve sorprendido; más bien, como si estuviera confirmando algo que ya sospechaba. Mira la luz que está apagada en su reloj.

—¿Cuándo se recibieron las últimas imágenes de satélite enviadas desde la Torre Espacial?

—¿Hace cuatro o cinco horas? —el jefe de los técnicos frunce el ceño—. No estábamos seguros de qué hacer al respecto. Las órdenes nos estaban alejando de las tripulaciones que escaparon de nuestro ataque inicial, cuando cada soldado en esta misión sabe que los líderes adamitas eran nuestro objetivo principal. Dudamos en sacar las tropas hasta que tuviéramos una confirmación suya.

Defoe asiente.

—¿Recibieron alguna señal de auxilio?

Los técnicos intercambian miradas.

—Ninguna, señor.

—Envía una solicitud de confirmación verbal. Solicita una actualización del Código Cuatro.

Hay una breve pausa.

—¿Sospecha que haya bajas?

—Sólo envíala.

La sala se tensa cada vez más a medida que los técnicos se apresuran para completar la solicitud. Escucho cómo pronuncian cuidadosamente cada palabra. El mensaje salta a través de las atmósferas, corrige los patrones de órbita y se ilumina en verde cuando es entregado. Todo el mundo sigue el ejemplo del señor Defoe: el silencio se mantiene como algo sagrado hasta que aparece una respuesta frente al técnico central. Él se inclina con los ojos entrecerrados, y lee.

—Despejado, responden. No hay víctimas.

Defoe aprieta su único puño.

—Eso quiere decir que la Torre Espacial está en peligro.

El grupo lo mira fijamente. Sólo el jefe de los técnicos consigue encontrar su voz.

—Pero no están reportando bajas…

Él levanta su reloj. Tres de las luces siguen brillando en azul; la cuarta se ha ido. Defoe decide explicar el misterio:

—Sin embargo, esto me dice que David Requin está muerto. Combinen esa información con su deseo de redirigirlos lejos de nuestro objetivo prioritario, y tendremos una hipótesis razonable. Mantengamos las líneas abiertas, pero tratemos toda comunicación con ellos como contaminada. Me gustaría comenzar a reunir tanta inteligencia en el terreno como sea posible. Falsifiquen cualquier informe que les envíen. Continuemos y trabajemos en planes de acción para recuperar la estación espacial.

Como los otros no se mueven, Defoe levanta una ceja. Su mirada transforma la vacilación en acción. Los técnicos se ocupan y un puñado de marines se retira para discutir las estrategias.

Defoe parece estar profundamente hundido en sus pensamientos.

—Esperen. El Génesis 14… ¿cuándo está programada su llegada?

—En cualquier momento a partir de ahora, señor.

—¿Y podemos comunicarnos directamente con ellos?

El técnico niega con la cabeza.

—No diversificamos nuestras comunicaciones salientes desde el planeta. Todos nuestros mensajes tienen que pasar por la Torre Espacial.

Defoe se ve brevemente decepcionado.

—Vuelvan al trabajo. Quiero las medidas de acción dentro de una hora. Voy a ir a que este brazo sea tratado, pero para cuando termine quiero una sesión informativa con estrategias para cada resultado.

Me quedo allí, una sombra olvidada, mientras los demás comienzan a trabajar. Defoe hace a un lado a uno de los técnicos. Él habla, y está claro que ha olvidado que estoy allí… o en verdad confía en mí. A medida que el campamento se convierte en un caos, Defoe me ofrece una visión única de su próximo plan.

—Activen el Pródigo —dice.

CAPÍTULO 2

EXPLORADORES Y SUPERVIVIENTES

Morning Rodriguez

15 días 08 horas 12 minutos

Somos los primeros exploradores humanos de este mundo. Los primeros y los últimos.

Nadie encontrará nuestras huellas. Nadie verá las colinas que ahora contemplamos. Este mundo está a punto de llegar a su fin. Nuestro grupo no puede dejar de mirar hacia arriba: ambas lunas cuelgan en el cielo. Glacius está casi llena, pero los ángulos y la luz han reducido a Magness a una hoja curva cortada por un solo rayo ardiente. Un hacha a la espera de caer sobre el cuello expuesto del planeta.

Quince días. Las lunas colisionarán en tan sólo quince días.

—Adelante, base adelante —la llamada resuena en las líneas—. Adelante, base.

Miro a Emmett. Cada vez que piensa que nadie está mirando, deja caer sus hombros por el peso de la situación. Ésa es una de las diferencias fundamentales que he aprendido que existen entre nosotros dos: Emmett extrae su fuerza de lo que ha sucedido, mientras yo saco la mía de lo que está por venir. Uno no es mejor que el otro, pero significa que llegamos a cada problema desde diferentes ángulos.

Una mirada rápida me deja ver que todo el grupo tiene los hombros pesados y los corazones vacíos. No he visto muchas sonrisas desde que comenzamos a marchar. La amenaza finalmente se siente real, porque esta vez Babel escribió las palabras con sangre: Jaime, Omar, Loche, Brett, Bilal, Kaya. Emmett susurra sus nombres mientras duerme y me alegra que lo haga. Babel quiere borrarlos, pero nosotros estamos luchando por un final diferente para su historia. Queremos una historia donde se recuerden sus nombres, donde las personas que los mataron comparezcan ante la justicia. No estoy segura de cómo lo lograremos, pero lo haremos, tenemos que hacerlo.

Un segundo grito se abre paso entre las filas.

—¡Unidades Tres, Siete y Ocho a patrullar!

No es de extrañar que Génesis no esté involucrado. Los líderes de los imago nos mantienen intencionalmente al margen de la acción. No hemos visto a las tropas de Babel en días, pero los imago no quieren perder su tabla de salvación con la Tierra. Somos los que prometimos representarlos y harán cualquier cosa para mantenernos a salvo.

O tal vez estén preocupados de que exploremos otras opciones.

La tripulación parece feliz de poder sentarse a la sombra del complejo en ruinas. Jacquelyn y Speaker desaparecen en el interior, seguidos por las Hijas y un puñado de guardias. Pasamos unas cuantas cantimploras alrededor, suspirando mientras nos extendemos en la ondulante hierba. Me imagino a Feoria pintando esta escena con los mismos colores que usó para nuestros retratos. Un paisaje salpicado de jóvenes soldados marchando hacia una guerra en la que nunca pidieron pelear.

—¿Qué estamos haciendo? —se queja Katsu—. ¿Qué demonios estamos haciendo aquí?

No creo que esté buscando una respuesta, en realidad, pero Parvin se la ofrece. Los dos han estado fastidiándose durante toda la marcha.

—Están realizando exploraciones de actividad en las estaciones de lanzamiento. Tú ya lo sabes, Katsu.

Él deja escapar una risa.

—No puedo esperar a ver las imágenes de video de todos esos imago ondeando sus manos para despedirse de nosotros cuando se lancen al espacio y nos dejen morir aquí.

Y ahora me está fastidiando a mí.

—Nadie va a morir.

Katsu ni siquiera me mira. Sólo se echa hacia atrás y agita su mano hacia el cielo.

—¿Estás ahí arriba, Anton? —lo llama—. Si puedes escucharme, mándame unas gafas de sol. Me gustaría ver con estilo cómo se termina el mundo, por lo menos. Ustedes escucharon a Jacquelyn hablar sobre lo que pasará después de que las lunas colisionen entre sí, ¿cierto? Ni siquiera contamos con el impresionante meteorito que vaporiza todo de golpe: son un montón de pequeños meteoritos. Cosas aburridas al principio, pero las piezas más grandes provocarán terremotos en cadena, y esa parte es genial. Tal vez unos pocos incendios que consuman al continente. Y ella dijo que los escombros eventualmente ahogarán la atmósfera. Siempre pensé que la calidad del aire era mala en Tokio, ¿pero esto? —mira hacia el cielo—. ¡Anton! ¡Envía también máscaras de oxígeno!

Le echo un vistazo a Emmett. Su rostro entero cambia, como si apenas se estuviera dando cuenta de que Katsu está bajo sus órdenes. Levanto una ceja, lo cual haría que mi abuelita se sintiera orgullosa, y él finalmente interviene.

—Tranquilo, Katsu.

Katsu mira a Emmett y luego al grupo. Lo observo cuando se da cuenta de que no es el momento adecuado para su acostumbrada rutina de comedia. Finalmente cierra la boca, y aprovecho el silencio. Liderar se trata simplemente del impulso. Es hora de reunir a la tripulación.

—De una forma u otra —digo—, nos iremos a casa.

Nadie responde. Por primera vez, estoy prometiendo algo que no estoy segura de que pueda cumplir. Azima se escabulle para hablar con Beckway. No soy la única que nota que los dos se marchan juntos. Tiene el sabor de un romance condenado. Miro hacia atrás y veo a Parvin observándolos. Noor pone una mano reconfortante en el hombro de su mejor amiga. Omar murió justo después de decirle a Parvin cuánto le gustaba. Nuestros días podrían estar contados aquí abajo, pero todavía odio a Babel por haberles quitado estas últimas semanas a ellos.

La idea lleva mi atención de regreso hacia Emmett. Se ha apoyado contra el edificio con los ojos cerrados. La barba de un soldado en acción le viene bien. Enmarca unos labios perfectos y suaviza la mandíbula tallada. Este maldito chico. El que me dejó escuchar su canción favorita. El que me tiró al agua. Anhelo tanto llevarlo a la Tierra que duele. Quiero conocer a su mamá y comer hamburguesas y bailar en las fiestas…

Dejo escapar un suspiro. Tenemos que sobrevivir hoy antes de que pueda pensar en mañana.

Jacquelyn tarda una hora en volver a aparecer. Se une a nuestro grupo.

—Tenemos noticias —dice—. Todos querrán estar adentro para esto.

En algún momento, aprendí a leer una voz. La vida con mi abuelita me enseñó mucho, cómo solía volver del hospital y decir que todo estaba bien con mamá. Bastante bien. Esas dos palabras contenían una pequeña porción de verdad en ellas. Esperanza de que en verdad pudiera estar bien. Miedo de que nunca pudiera estarlo. Enojo porque la íbamos a perder a ella también. Una determinación tranquila para vencer un ciclo sin fin.

La voz de Jacquelyn se reparte de la misma manera.

Puedo escuchar la duda y el amor y el miedo y la esperanza. Nos toma unos segundos pararnos, sacudir el polvo y caminar hacia la entrada. Caigo al lado de Emmett. Nuestros hombros se tocan brevemente cuando ambos fijamos nuestros ojos en el siguiente obstáculo. Nuestro romance no tiene que ver con besarnos y tomarnos de la mano ahora, sino con forjar un camino a casa, juntos.

A nuestra izquierda, la tripulación del Génesis 13 está amontonada. Los guardias los rodean, a pesar de que todos están encadenados. Emmett se ha acercado y hablado con ellos unas cuantas veces; tiene el corazón más grande que he visto. Yo no puedo obligarme a extender una rama de olivo. La visión de los supervivientes me remonta a la primera vez que nos reunimos afuera del edificio del almacén. Toda la sangre que se derramó allí.

No soy la única que los nota.

—Me siento mal por ellos —murmura Alex.

Katsu sacude la cabeza.

—Si Jaime hubiera fallado con ese cabeza hueca de Defoe, nosotros estaríamos marchando encadenados. Si me lo preguntan, perdemos el tiempo arrastrándolos por este continente abandonado de Dios.

—Menos mal que nadie te está preguntando —lo interrumpe Parvin.

La tripulación guarda silencio después de eso. Me doy cuenta de que algunos están de acuerdo con Katsu. Es la primera división potencial. El primer pequeño paso que nos puede llevar de nosotros a nosotros contra ellos.

Jacquelyn nos guía dentro y la sorpresa hace eco a través de nuestras filas. Afuera, el edificio parecía abandonado: piedras descoloridas y rejas torcidas, pero dos pasos en el interior levantan el velo. Hay guardias imago manejando un puñado de consolas. Los análisis ruedan por las pantallas junto con mapas complicados de todo el planeta.

—Hemos destripado estos viejos refugios —explica Jacquelyn—. Construimos unas cuantas bases en caso de que nuestros planes no funcionaran como se esperaba. No fue fácil mantener los trabajos de construcción fuera de los radares de Babel.

Me resisto a señalar que la razón por la que estamos aquí es porque ellos no mantuvieron su base real fuera de los radares de Babel. Todavía no tenemos idea de qué fue lo que nos delató. Tal vez Babel simplemente tuvo suerte.

Ella nos conduce hasta un salón más amplio, donde hay una mesa llena de generales imago que nos están esperando. Feoria se pone en pie. Un movimiento casual de la mano de la reina le da vida a una pantalla digital. Las imágenes se transforman en un mapa mientras tomamos nuestros asientos. Mi mente vuelve a la primera vez que vimos un mapa de este nuevo mundo. David Requin, el tío de Jacquelyn, nos encaminó hacia la mentira que cambiaría nuestras vidas para siempre, y lo hizo con una maldita sonrisa en el rostro.

—No les haremos perder su tiempo —comienza Feoria—. Tenemos la información suficiente para tomar decisiones sobre lo que haremos a continuación. Babel les presentó una verdad parcial a ustedes. El tiempo es demasiado precioso para que cometamos los mismos errores que ellos, así que conozcan todo lo que sabemos.

Agita su mano otra vez. Ocho círculos aparecen en el mapa. Las ubicaciones no tienen un patrón claro. Algunos se ciernen sobre las costas de sus continentes, otros están enclavados en valles entre cadenas montañosas. La mayoría de los círculos están iluminados en verde, salvo uno, que se ilumina en rojo. No puedo dejar de notar que la ubicación roja es la más cercana a nosotros. Feoria lo señala.

—Ésta es nuestra estación de lanzamiento. Destruida. Como ustedes saben, hay siete estaciones más y cada una fue diseñada para alojar un solo anillo.

Mientras ella habla, los siete círculos restantes parpadean al entrar en movimiento. El color se desvanece hasta que cada uno queda como un gráfico circular. Aparecen porcentajes en la pantalla, escritos en su sistema numérico pero convertidos para que nosotros podamos entenderlos también.

—Jacquelyn y Erone instalaron un control de movimiento en cada base. Era la forma más rápida y efectiva de medir la actividad en cada base individual sin enviar mensajes que Babel pudiera interceptar. Ella podrá explicarles el sistema mejor que yo.

Jacquelyn interviene eficientemente en la conversación.

—Los datos reportan el movimiento desde cada salón dentro de cada base. Usemos la Bahía de Lanzamiento 5 como ejemplo. Esa ubicación muestra un setenta y tres por ciento de movimiento, lo que significa que nuestros sensores han detectado movimiento en casi tres cuartas partes del edificio. Podemos concluir que los supervivientes del Quinto Anillo han llegado al destino y se están preparando para nuestra fecha de lanzamiento preestablecida.

Considero los números con nuevos ojos. Dos de las bases están por encima de setenta y cinco por ciento y algunas otras se acercan a la mitad. Pero mi atención a la carga se dirige a la estación de lanzamiento que se encuentra en la esquina sureste del mapa, un círculo ominosamente negro. El número al lado de él dice cero.

Emmett hace la pregunta que ronda la mente de todos.

—Entonces, ¿ellos no han llegado a la base?

—Exactamente —responde Feoria—. Nuestra mejor suposición es que se encontraron con Babel. Los sensores de Jacquelyn dejan claro, sin embargo, que nadie ocupa la base. Además, el Segundo Anillo tenía una de las rutas de evacuación más cortas, ya deberían haber llegado.

Nuestro equipo intercambia miradas sombrías. Feoria se toma un momento para dejar que el peso de las noticias sea asimilado antes de continuar.

—Creemos que esto hace que nuestro próximo movimiento sea bastante claro.

—Nos dirigimos a la Bahía de Lanzamiento 2 —digo.

Feoria confirma mi suposición.

—Teníamos miedo de marchar hacia alguna estación de lanzamiento ocupada. No sólo porque Babel nos podría estar rastreando y cazando, sino porque también temíamos lo que podría suceder cuando llegáramos. Piensen en cuánto le hemos pedido a nuestra gente que haga. Sólo sesenta personas de cada anillo fueron elegidas para lanzarse al espacio. Ése es un número muy pequeño de supervivientes previstos.

”Entonces, ¿qué pasaría si llegamos a una de las estaciones… una estación que prometimos que sería suya, que ellos usarían… y les exigiéramos todavía más sacrificios? Conozco a nuestra gente. Si sus reinas llamaran a sus puertas en la hora final, ellos pondrían sus vidas de lado a favor nuestro y del Remanente. Pero yo no podría exigir eso a estas alturas. No podría soportar quitarles lo poco que les hemos dado.

—Sin embargo, la estación está vacía —señala Katsu—. Problema resuelto.

Cada imago lo mira fijamente. Se necesita toda mi moderación para no lanzarle un hacha.

—Pon las piezas juntas, Katsu —digo—. Se supone que esa estación no tendría que estar vacía. Algo terrible debe haber sucedido.

—Pero, sí, oh… —Katsu mira fijamente la pantalla—. Lo siento, sólo estaba pensando…

—En sobrevivir —termina Feoria por él—. También nosotros. Todos somos lo suficientemente sabios como para albergar más de una cosa en nuestros corazones y nuestras cabezas. No sé qué sucedió con el Segundo Anillo. Mi corazón se rompe por mi gente. Pero ese mismo corazón puede esperanzarse por nosotros. A las lunas no les importará quién vaya y venga, y tampoco nos esperarán a que tomemos una decisión. Tenemos que empezar nuestra marcha.

Parvin mira al resto del grupo. Nuestra tripulación se inclina por su liderazgo en estas situaciones. Ella resume nuestra posición en términos simples.

—Entonces, iremos.

Feoria asiente.

—Pero debemos hacerlo sabiamente. ¿Speaker?

Nuestro escolta original se pone en pie. Speaker es el primer imago que conocimos. A estas alturas, ya lo considero como un amigo. Su implante nyxiano rodea uno de sus ojos, como si fuera una diana. Noto la cruel maza que cuelga de su cadera como una oscura promesa. No solía usarla tan abiertamente, pero el ataque de Babel lo cambió. Su voz es tan baja que todos tenemos que inclinarnos para escucharlo.

—Sospechamos que la mayoría de las fuerzas de Babel se encuentran cerca del Conjunto Siete. Eso hace que la ruta norte a la Bahía de Lanzamiento 2 sea la más segura —explica. Un esquema de la ruta aparece en la pantalla—. Hay puertos a lo largo de la mitad occidental del Camino de los Colonizadores, nuestro continente actual. Varios están equipados con los barcos que necesitaríamos para cruzar la vía. Sería imprudente que todo nuestro grupo se alejara demasiado de la costa. Navegaríamos hacia el norte y rodearíamos la parte oriental de Costado de Hierro.

Un ligero resplandor resalta la ruta planificada. Los barcos imaginarios se deslizan pulcramente a través de un estrecho paso entre dos continentes más grandes antes de bordear la frontera norte de la tierra a la que Speaker denomina Costado de Hierro. Todo el continente parece un desierto de cadenas montañosas y valles escondidos. La ruta sugerida es indirecta, como si rodeáramos el extremo sur de África, pero creo que es justo suponer que conocen su mundo mejor que nosotros. Los barcos previstos llegan a tierra cientos de kilómetros al sur.

—Nuestra expedición principal toca puerto en la Bahía Cambiante. Luego marchamos por tierra. Jacquelyn cree que tenemos quince días antes de la colisión de las lunas. Esta ruta requerirá casi la mitad de ese tiempo, siempre y cuando no se presenten complicaciones.

Todavía estoy repasando el plan cuando Parvin protesta. Yo estaba ocupada mirando el panorama general, pero ella captó el más pequeño detalle que yo pasé por alto.

—¿La expedición principal? Supongo que eso significa que habrá una secundaria…

Speaker lanza una mirada a Feoria. La reina frunce el ceño antes de ofrecer su silenciosa aprobación. Por supuesto que hay algo más. A los imago les gustan tanto las letras pequeñas como a Babel.

—Creemos que una pequeña expedición secundaria es la opción más inteligente —explica él—. Al norte, Jacquelyn tiene un barco llamado Coloso. Está equipado con suministros para un grupo de cuatro miembros. Originalmente fue creado para atravesar los mares congelados hacia el norte. Ésa es la ruta más directa.

Una línea corta a través del polo y va directo hacia el continente más pequeño en el mapa: Risend. La ruta muestra a la tripulación más pequeña deteniéndose en una base de suministros en ese punto, antes de dirigirse a la Bahía de Lanzamiento 2. No puedo evitar fruncir el ceño. Suena como la estrategia más inteligente. ¿Por qué la duda?

Speaker explica.

—Dividir nuestras fuerzas nos da una mayor posibilidad de supervivencia. Equiparemos al Coloso con dos de nuestros soldados… —hace una significativa pausa— y dos de los suyos.

—No —la palabra salió de la boca de Emmett un par de segundos antes de que se escuchara en la mía. Parvin frunce el ceño como si no estuviéramos siendo lo suficientemente diplomáticos, pero éste es un rotundo no. Emmett habla por los dos—. Nosotros no nos separaremos, Speak.

—¿Ya olvidaron nuestro acuerdo? —responde Feoria—. Convenimos trabajar juntos. Prometimos dar prioridad a su seguridad, pero el objetivo de ese acuerdo era llevarlos a ustedes y al Remanente de regreso a la Tierra de forma segura. Esta decisión cumple ambas cosas.

Estoy a punto de terminar con todo esto, pero Parvin es más rápida que yo por una vez.

—Dejen que lo expliquen —dice ella—. Vamos a escucharlos.

Jacquelyn aprovecha la oportunidad.

—El Coloso viajará por la ruta más segura. Babel no estará vigilando el territorio que cree que nadie puede cruzar. Enviar una segunda tripulación nos brinda una pieza en el tablero desconocida para ellos. Y seguramente se dan cuenta de que la ruta principal será peligrosa. Nos estamos moviendo en un grupo grande y Babel nos perseguirá. No hay garantía de que sobrevivamos. Los voluntarios que enviemos actuarán como una medida de seguridad.

—¿Una medida de seguridad? —repite Emmett—. ¿Estás hablando en serio?

—¿Qué pasa si fallamos? —responde Jacquelyn—. ¿Si nuestro grupo es derrotado? ¿Y si ninguno de nosotros logra lanzarse al espacio? Los imago que lo logren en las otras estaciones no tendrán a nadie a su lado. Salvar a nuestra especie será mucho más difícil sin ustedes como nuestros emisarios.

Se instala un pesado silencio. Todos queremos ser obstinados y permanecer unidos, ignorando la lógica de su plan. Speaker agrega su voz de nuevo.

—Estratégicamente hablando, un grupo más pequeño tiene mayores posibilidades de llegar a la Bahía de Lanzamiento 2 con vida. No podemos tomar el riesgo de permanecer todos juntos.

Parvin asiente, sé que le gusta este plan. Es la decisión más racional. Pero a estas alturas, estoy luchando contra el dolor potencial de que Emmett sea arrancado de mi lado por un chasquido de dedos de algún imago. Nuestro grupo ya fue lanzado y tratado como una pieza más en el tablero de juego de todos los demás; no necesitamos pasar por eso otra vez.

—No me gusta —repito—. Esto no sucederá.

Parvin sacude la cabeza. A bordo del Génesis 12, ella sólo habría asentido, siguiendo mi plan. Pero ahora está lo suficientemente segura de sí misma para estar en desacuerdo.

—Ésa decisión no te corresponde, Morning. Feoria tiene razón. Acordamos una alianza. Babel consiguió dar el primer golpe en la pelea, pero eso no cambia las promesas que hicimos. ¿Quieres ser como ellos? ¿Hacer promesas y romperlas ante el menor cambio en el viento? Eso no es lo que nosotros somos.

Mis mejillas se ruborizan. Por arriba y por debajo de nuestra mesa, el argumento de Parvin parece estar ganando y ella lucha por conservar el impulso.

—Los socios comerciales pueden hacer peticiones entre sí —Parvin hace un gesto hacia los imago—. ¿Quieren que dos de nosotros vayamos? Entonces dos de nosotros iremos. Pero cuando nosotros hagamos una petición como ésta, más vale que sea tratada con igual respeto y consideración.

—Tienes nuestra palabra —acepta Feoria.

Parvin mira a un extremo y otro de nuestras filas.

—De acuerdo. ¿Alguien quiere ir?

Silencio. Todos tenemos razones para quedarnos. Deslizo mi mano en la de Emmett por debajo de la mesa. Él la aprieta en respuesta mientras la espera se alarga. Después de casi un minuto de silencio, Parvin hace un ruido frustrado y comienza a buscar algo en su mochila. Todos la vemos mientras saca un diario, lo hojea hasta llegar a una página en blanco y la arranca. Sólo cuando comienza a romperla en pedazos más pequeños me doy cuenta de lo que quiere hacer. Ella pasa los pedazos alrededor.

—Escriban su nombre —nos da la instrucción. Y luego vuelve a buscar en su mochila y saca una gorra de beisbol de los Dodgers de aspecto miserable—. Cuando terminen, pongan su papel en la gorra.

Estoy frustrada, enojada y aterrorizada, pero me toma menos de un pensamiento manipular mi anillo en un bolígrafo. Anoto con furia cada letra de mi nombre y doblo el pedazo de papel para meterlo dentro de la gorra. Emmett hace lo mismo. Él escribe cuidadosamente, con grandes letras cursivas, y noto que está tan asustado como yo. Éste es el tipo de juegos donde siempre pierdo. Si involucra algún elemento de habilidad o control, puedo ganar. ¿Pero cuando se basa en la suerte? Nunca tengo una oportunidad.

Parvin cuenta los pequeños pedazos de papel antes de sacudirlos. Sostiene la gorra en dirección a Azima, pero éste es un juego del que ni siquiera ella puede hacer burlas. Su rostro es sombrío cuando alcanza la gorra y saca el primer nombre. Intento recordar cómo doblé mi papel… ¿se parecía a ése? ¿Podría haber estado tan arrugado? Al primer miedo le sigue el segundo: ¿cómo era el papel de Emmett?

—Esto tiene que ser una broma —Azima arroja el papel sobre la mesa y aprieta la mandíbula—. Por supuesto que tenía que elegir mi propio nombre. La peor suerte del mundo…

El resto de nuestra tripulación deja escapar un suspiro antes de recordar que son dos los nombres que deben elegirse. Azima mete otra vez la mano a la gorra, claramente molesta, y desdobla el segundo papel. Un escalofrío recorre mi espalda, una corriente de aire que tuerce mi estómago en un nudo. Pasan terribles segundos antes de que Azima levante la vista y ofrezca una sonrisa de disculpa. Sus ojos saltan sobre mí y se asientan en la única persona que yo no quería que ella eligiera.

—Emmett —anuncia—. Es Emmett.