P de Profesor

P de Profesor

Jorge Larrosa

(con Karen Rechia)

Larrosa, Jorge

P de profesor / Jorge Larrosa ; comentarios de Karen Rechia. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Centro de Publicaciones Educativas y Material Didáctico, 2018.

Libro digital, EPUB - (Perfiles ; 5)

Archivo Digital: descarga
ISBN 978-987-538-593-1

1. Diccionario Especializado. 2. Diccionarios Temáticos. 3. Formación Docente. I. Rechia, Karen, com. II. Título.

CDD 413.1

Coordinación editorial: Daniel Kaplan
Traducción de Karen Rechia: Carlos Maroto Guerola
Diseño de tapa: Déborah Glezer
Fotografía de tapa: Eduardo Malvacini
Diagramación del interior: Déborah Glezer

Los editores adhieren al enfoque que sostiene la necesidad de revisar y ajustar el lenguaje para evitar un uso sexista que invisibiliza tanto a las mujeres como a otros géneros. No obstante, a los fines de hacer más amable la lectura de los textos, dejan constancia de que, hasta encontrar una forma más satisfactoria, utilizarán los plurales en masculino.

1˚ edición impresa, junio de 2018
1˚ edición digital, diciembre de 2018

noveduc libros
© del Cen­tro de Pu­bli­ca­cio­nes Edu­ca­ti­vas y Ma­te­rial Di­dác­ti­co S.R.L.
Av. Co­rrien­tes 4345 (C1195AAC) Bue­nos Ai­res - Ar­gen­ti­na
Tel.: (54 11) 5278-2200
E-mail: contacto@noveduc.com
www­.no­ve­duc­.com

Digitalización: Proyecto451

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.

Inscripción ley 11.723 en trámite

ISBN edición digital (ePub): 978-987-538-593-1

DEDICAMOS ESTE LIBRO:


A mis compañeros y compañeras del Departamento de Teoría e Historia de la Educación de la Universidad de Barcelona por el respeto, la cordialidad y el espíritu universitario con los que, durante más de treinta años, me han permitido ser profesor a mi manera. Jorge

A todos los que han sido mis profesores.

A todos los que han sido mis compañeros profesores.

A todos los que han pasado por mis manos y se han convertido en profesores.

A todos los profesores que, desafortunadamente, nunca voy a conocer.

A todos ellos, representados en la figura de la profesora Valmíria Fontana Rechia.

Por cierto, mi madre. Karen

I

INTRODUCCIÓN

Su trabajo era lo único que una y otra vez le hacía capaz de relacionarse con los demás. Además, la práctica mesurada de su trabajo tenía lugar al mismo tiempo como un ejercicio de confianza en el mundo.

Peter Handke


La idea de una vida entera lograda por medio de la actividad está, naturalmente, todavía en vigor y seguirá siendo fructífera siempre. Solo que ahora parece que apenas queda nada por decir sobre esto. ¿Estaba vigente todavía la visión de la vida lograda? ¿O se había convertido otra vez en fe?

Peter Handke

Karen.

Deberíamos presentarle al lector lo que tiene entre manos.
¿Empiezas tú?

Jorge.

Empiezo yo. Conocí a Karen en septiembre de 2014, en Rio de Janeiro, en el Coloquio Internacional de Filosofía de la Educación que viene organizando bianualmente el grupo de Walter Kohan, en la UERJ. Nos presentó Carlos Skliar, se definió como profesora de enseñanza básica y media, y para mi sorpresa mostró su interés no tanto por mis ideas o mis escritos sino por mi trabajo de profesor, por mis procedimientos o mis modos de hacer como profesor de universidad. Le dije que no era fácil hablar de estas cosas en abstracto, que no se trataba exactamente de metodologías, pero que podía venir a Barcelona, cuando ella quisiera, para verlo por sí misma, y la invité a colaborar conmigo en las materias que iba a impartir a partir de febrero del año siguiente. Al cabo de poco tiempo, y también para mi sorpresa, me escribió diciéndome que iba a pedir un permiso de tres meses en la escuela donde trabaja y que iba a venir a Barcelona, sin beca ni ayuda de ningún tipo, con sus propios recursos, a trabajar conmigo.

Así lo hizo y, entre febrero y junio de 2015, comenzó a asistir a todas mis clases. Puesto que trabajaba (y trabajo) en los primeros cursos del grado y con grupos muy numerosos de estudiantes, inmediatamente le propuse encargarse de las tutorías, es decir, de las reuniones periódicas con los grupos que formaron los alumnos para hacer el trabajo de campo y para elaborar el trabajo final de las materias. Karen venía a las clases, observaba, tomaba notas, se reunía con los alumnos, seguía tomando notas, los acompañaba en alguna de sus salidas, y también tomaba notas. Su cuaderno se convirtió en una especie de archivo o de memoria de lo que íbamos haciendo. Además, casi todos los viernes, después de la clase, paseábamos un rato y comentábamos las incidencias de la semana. En esas conversaciones Karen hacía preguntas y exigía justificaciones. Sus comentarios, a veces aparentemente ingenuos, a veces tremendamente incisivos, me obligaban a explicitar criterios, a dar razones y, en definitiva, a pensar en cosas sobre las que nunca había pensado. Digamos que me hizo consciente de mi forma de ser profesor, de mi manera de habitar el oficio, como yo nunca antes lo había sido.

Poco a poco fue emergiendo un personaje, el Jorge Larrosa profesor, cuyos rasgos eran cada vez más nítidos. Además, tal vez por la lectura de algunos textos de Jan Masschelein y de Maarten Simons sobre la escuela y sobre el profesor (siendo la universidad una especie de escuela y siendo el profesor universitario apenas un tipo de profesor), la reflexión sobre qué significa eso de ser profesor estaba comenzando a ocupar un lugar importante entre mis propias preocupaciones, más aún cuando por mi propia edad y mi escasa capacidad (y voluntad) de adaptación a los nuevos modos universitarios tenía (y tengo) la sensación de que algunas de mis formas de hacer las cosas comienzan a ser percibidas como excéntricas, cuando no como directamente obsoletas o reaccionarias. Verme a mí mismo con los ojos de Karen o, a través de Karen, con los ojos de mis alumnos, no dejaba de tener cierto interés y, en cualquier caso, comencé a mirar a ese personaje con cierta distancia irónica, con cierta compasión y, por qué no decirlo, con cierta ternura. Karen no dejaba de tomar notas y, en algún momento, comenzó a percibir (y a decir) que tal vez lo que estábamos haciendo pudiera tener algún valor en tanto que mostraba, de una manera bien concreta, una manera peculiar de entender el oficio en la que otras personas podrían interesarse.

Al año siguiente, en mayo de 2016, invité a Karen a la presentación de los trabajos finales de los alumnos del curso siguiente al que ella había asistido (en realidad, también quería que ella viera algunos cambios en mis propios planteamientos), y fue entonces cuando pensamos en la posibilidad de hacer algo con su cuaderno de notas y con la memoria de lo que había sido ese semestre del 2015. Y nos pusimos a trabajar.

Karen.

Nos presentaron en 2014, pero conocí al Jorge Larrosa filósofo de la educación y escritor en 2006, cuando una amiga profesora me pasó el texto “Agamenon y su porquero”. A los profesores de historia generalmente no nos simpatizan los escritos del área de educación. Tal vez haya algo de arrogancia de nuestra parte, pero vamos, el hecho es que desconfiamos. Como Joseane Zimermann es una excelente profesora de historia y una amiga muy querida, lo acepté. Me capturó instantáneamente el epígrafe del texto: “La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero. Agamenón: ‘Conforme’. El porquero: ‘No me convence’”. Sabiéndome capturada, Joseane me remató regalándome Pedagogía profana. A partir de entonces, hurgué en varios textos y mi interés en comprender otra educación o, mejor, otra forma de estar en la educación, empezó a crecer.

La vida siguió y, a pesar de saber que eras una celebridad en tierras brasileñas, nunca había asistido a una conferencia tuya. Como acabo de decir, nosotros, profesores de historia, somos así, un poco desconfiados. A Carlos Skliar lo conocíen el Congreso de Lectura COLE, en Campinas (São Paulo), dos meses antes. En el coloquio de Río de Janeiro, percibió mis ideas e inquietudes y gentilmente nos presentó. Yo no sabía exactamente qué decir, pues no tenía ningún tema de investigación académica, ni tenía beca de postdoctorado, ni relación con agencias de fomento, ni grupo de investigación en educación… todo aquello con lo que las personas suelen presentarse. Pero siempre tuve un interés casi obsesivo por los modos, por las maneras de hacer las cosas. Ese interés me viene de mi abuelo, carpintero-ingeniero-escritor, pero sin duda me lo aguzaron varios escritos tuyos. En el coloquio, adquirí el libro Encontrar Escola, que incluye un texto tuyo que instigó aún más mi curiosidad sobre esos “modos de hacer” en la educación.

Ante tal interés genuino, aunque sin ninguna contrapartida, me dijiste “ven, ve y haz”. Así que, a pesar de la situaciónen la que me encontraba, solo con recursos propios, y tan solo porque conté conla ayuda generosa de los compañeros de la asignatura de Historia del Colegio de Aplicación, pude partir para Barcelona. La historia en Barcelona, que sirve de contexto a este diccionario, prácticamente ya la has contado tú, pero algunas observaciones puede que sean interesantes.

Fue muy difícil separar el Larrosa escritor-filósofo-conferencista del profesor. Una de las partes más arduas fue darme cuenta de que tus centenas de alumnos no sabían quién era Jorge Larrosa, más allá de ser su profesor, uno más entre tantos. Otra cuestión era pensar aquello que yo misma estaba haciendo: ¿cómo observar a alguien que tenía el mismo oficio que yo, cómo “hacer relucir” algo tan ordinario? Así, mi cuaderno de notas pasó a ser ese lugar que da sentido a las cosas vividas, a las clases asistidas, a las tutorías, a la intermediación con los estudiantes, a las salidas de campo, a las lecturas y... a los modos de hacer del profesor.

Las lecturas de Masschelein y Simons también resultaron fundamentales y este personaje, como has dicho anteriormente, fue tomando forma y sentido para mí como profesora y, pensé, tal vez también para otros profesores. No que el escritor-filósofo-conferenciante Jorge Larrosa hubiese dejado de ser interesante, pero estaba en otro lugar, mientras que el profesor y su oficio revelaban algo que aún no se había mostrado, algo que podría ser “puesto sobre la mesa” para reflexionar, experimentar y re-inventar, algo que me parecía del ámbito de lo infinito en aquel momento, algo de lo que valdría la pena hablar.

Jorge.

Me gustaría decir algo sobre esa distancia entre el Jorge Larrosa escritor-conferenciante y el Jorge Larrosa profesor, que es el que a ti te interesaba. Y tal vez luego tú puedas añadir algo sobre cómo este diccionario tiene algo de conversación entre profesores, eso que dices de que nuestro trabajo tenía sentido también para ti “como profesora”, y eso que dices de que estabas mirando “a alguien que tiene el mismo oficio que tú”.

Estoy leyendo a algunos profesores universitarios que elaboran eso de qué quiere decir ser profesor hoy en día y que experimentan, como yo, un cierto malestar con los nuevos rumbos de la universidad. Y lo que he notado es que casi nunca establecen una relación entre su trabajo de escritores y su trabajo de profesores, cuando es claro que cada una de esas actividades es condición de posibilidad de la otra. Lo que casi nunca se reconoce es que el oficio de profesor les da el tiempo y el espacio para leer y escribir o, dicho de otra manera, que es ahí, en el trabajo cotidiano en la universidad, en los cursos que se repiten y renuevan cada año, en ese leer y releer en público que se hace cada día en una sala de aula, en ese trabajo ordinario y sin glamour, donde se van formando y destilando las ideas, las palabras, los modos de escritura en definitiva, que luego se van a convertir en libros y en conferencias. Y me parece que es como si esa cotidianeidad ordinaria en que consiste “hacer de profesor” fuera algo de lo que nos da un poco de vergüenza hablar cuando “hacemos de intelectuales”, escribiendo o dando conferencias, es decir, colocando ideas y palabras en el espacio público, como si esas ideas y esas palabras hubieran surgido solas, independientemente de cualquier contexto material y, en definitiva, profesional.

Marten Simons y Jan Masschelein hacen alguna consideración interesante sobre las posibles razones de que los intelectuales no solo han olvidado que ellos también han ido a la escuela, sino también suelen pasar por alto su trabajo cotidiano como profesores. Y yo tengo la impresión de que eso podría ser consecuencia del idealismo que atraviesa nuestras maneras de entender el trabajo intelectual, pero también de la pretensión de construir un relato de ese trabajo en el que el intelectual aparezca como un ser “que se hace a sí mismo”, dialogando apenas con la biblioteca y con otros académicos como él.

Lo que quiero decir es que ejercer de profesor y escribir libros o dar conferencias son, para mí, aspectos separados y relacionados del mismo oficio. Aunque es verdad, como tú señalas, que el “aspecto profesor” queda muchas veces oscurecido e invisibilizado por el “aspecto escritor”, y al revés. En la mayoría de los casos, los lectores del escritor no saben nada del profesor, y los alumnos del profesor no saben nada del escritor. Pero lo que es más extraño es que, muchas veces, el profesor que escribe, cuando se presenta como escritor, como autor, como “intelectual”, como conferencista, no reconoce que debe su escritura a las condiciones económicas, materiales y sociales que la hacen posible, es decir, en mi caso, a la universidad en la que trabajo y en la que tú me acompañaste durante ese semestre de 2015 que está en la base de este diccionario que estamos presentando (mi dedicatoria de este diccionario al que ha sido mi departamento durante más de treinta años quiere agradecer las condiciones materiales y no solo materiales en que he podido permitirme el lujo de ser profesor y también, desde luego, escritor o conferenciante). Además, esa separación entre el escritor y el profesor se da independientemente de que algunos profesores conviertan en materia de enseñanza los asuntos sobre los que escriben. Ese no es, en general, mi caso (como desarrollaremos en la palabra “experiencia” de este diccionario), pero eso no significa que mi trabajo de profesor y mi trabajo de escritor-conferencista no sean dos caras de la misma dedicación, del mismo ejercicio, del mismo estudio.

Pero tal vez puedas decir algo tú sobre la manera en que ese semestre (y la composición de este diccionario) puso en juego también tu oficio de profesora. O, tal vez, que puedas decir algo sobre cómo ves tu propia posición en todo este proceso que estamos contando.

Karen.

Continúo para hablar un poco del lugar que asumí, o que me vi obligada a definir, en esta experiencia contigo. Para empezar, la claridad y la objetividad con las que llegué a la Universidad de Barcelona se derrumbaron durante las dos primeras semanas. Tú sentías que mis preguntas te exigían cosas y tratabas de responder en las caminatas por la montaña en las que conversábamos. No obstante, ellas me eran más útiles a mí que, desesperada, estaba en busca de cualquier rama a la que agarrarme. Si te llevé a pensar en tu forma de ser profesor, yo misma no sabía ya qué papel asumir en este juego.

No era estudiante, puesto que no estaba en la misma posición que tus alumnos. No tenía que hacer las evaluaciones, y, al mismo tiempo, no podía exigirle explicaciones, a menudo, al maestro. Como investigadora, tendría que desarrollar un tema, pero no era eso de lo que se trataba oficialmente. No tenía ningún método de recolección de dados, ni tampoco de observación, ni un recorte teórico, nada que se pareciese a una investigación científica.

No era profesora visitante ni era tu colega pero, no obstante, ejercía la tutoría de innúmeros grupos de estudiantes. Todo se hacía más difícil cuando me preguntabas cuáles eran mis ideas sobre tus protocolos y cuáles eran mis sugerencias. Me asustaba la ambigüedad que se instauraba en mi cabeza: ¿le digo que no he entendidolos protocolos? (pero eso me ponía en la situación de profesora); ¿le digo que no puedo darle ideas a alguien que se llama Jorge Larrosa? (pero eso denotaría fanatismo); ¿le digo que estoy aquí justamente para aprender sobre el asunto? (pero yo no tenía ningún tema de investigación); ¿le digo que solo estoy aquí para ayudar? (pero yo no era exactamente una colaboradora). Así que, después de dos semanas, la pregunta era: ¿qué estoy haciendo aquí?

Una constatación pasó también a poblar mis pensamientos: solo sé que soy profesora... Fui dándome cuenta de que solo sabía hacer “aquello”, o de que “aquello” iba haciéndose más visible a medida que participaba en o, mejor, a medida que “ad-miraba” tus clases.

En ellas te mostrabas profesor, sin nada extraordinario, pero era justamente así que el oficio se revelaba de una manera extraordinaria. Tal vez porque, como tú mismo dijiste, quien conoce al escritor no sabe nada del profesor y viceversa. Sin embargo, la experiencia de estar allí, de insistir en estar allí, me hizo ver que el escritor estaba hecho de la materia prima de ese profesor, de las maneras, de los gestos de aquel que generosamente me dejó acompañarle.

Y como tú ya has dicho, enunciar las ideas que uno tiene sobre el oficio de profesor es mucho más fácil que mostrarlas en el propio ejercicio del mismo. Por eso el profesor tiene ese algo de generosidad cuando le abre la puerta de su clase al alumno en prácticas en su formación docente inicial, al estudiante de psicología que apenas quiere hacer observaciones, al profesor universitario que manda al alumno de grado a realizar alguna experiencia o cuestionario, al grupo de tecnologías de la información que necesita grabar una “clase tradicional”, al que es apenas investigador “participante”...

Solo para señalar una duplicidad más a lasque tú ya has expuesto arriba, cuando un profesor entra en el posgrado, muchas veces se presenta como estudiante de doctorado o de maestría en los eventos científicos. Sin embargo, presentarse como profesor debería ser una distinción, un pronombre de tratamiento, algo como profesor doctorando, profesor escritor, profesor conferenciante, profesor artista.

Jorge.

Parece entonces que este diccionario tiene que ver con mostrar a Jorge Larrosa en su manera de ejercer (y de pensar) el oficio de profesor, siempre visto a partir de las notas de tu cuaderno (una especie de memoria exhaustiva de las aulas y de todo lo que las rodeó), a través también del recuerdo de nuestras conversaciones en relación a lo que iba pasando en ese semestre de 2015, y a través también de la inevitable construcción retórica que es todo ejercicio de escritura.

Tal vez sea bueno decir aquí que dudamos mucho antes, durante y después de la realización de este trabajo. Que yo sepa, y precisamente por la especificidad de este diccionario en relación con otros existentes, y de la que tal vez luego quieras decir alguna cosa, éste es un ejercicio que, en lo que yo sé, no tiene antecedentes. Por un lado, creo que se trata de un texto muy arriesgado, muy expuesto, en el sentido en que nos muestra en un momento concreto y de alguna manera irrepetible, en unas condiciones de trabajo muy concretas, tomando decisiones también muy concretas, a veces con muchas dudas, con muchas inseguridades, y que no siempre son fáciles de justificar. Y, desde luego, decisiones que muchas veces, en la práctica, muestran que tal vez no fueron las más adecuadas. Es mucho más fácil, y menos expuesto, enunciar las ideas que uno tiene sobre el oficio de profesor que tratar de explicitarlas al mismo tiempo en que uno las muestra en relación a la contingencia concreta y en acto de su propio ejercicio.

Por otro lado, éste es un texto que, por el modo como está organizado, plantea algunas dificultades en el sentido de que permite muchas formas de lectura. Es verdad que nunca se puede controlar al lector, lo que va a hacer el lector, si va leer siguiendo la linealidad que le propone el texto o saltando de aquí para allá, avanzando y retrocediendo a su antojo. Pero también es verdad que en este caso el control es mucho menor puesto que lo que podría ser un orden sistemático ha sido ya de antemano quebrado por el desorden arbitrario del alfabeto.

Más adelante diremos algo sobre el modo cómo hemos organizado esto, pero digamos ya que la organización alfabética que hemos decidido hace inevitables algunas (quizá demasiadas) repeticiones, al mismo tiempo que permite distintos itinerarios de lectura (en tanto que hay palabras que llevan a otras palabras, que remiten a otras palabras, que están relacionadas con otras palabras). Por otra parte, y justamente por esa cierta dificultad de lectura, la forma diccionario que hemos elegido no está ahí solo “para hacer bonito”, sino que tiene que ver sobre todo con que los hipotéticos lectores ocupen un lugar parecido al que fue el nuestro durante ese semestre, es decir, que tengan la sensación de ver sin ver del todo, de que las cosas en las que se está y en las que se piensa no están separadas ni ordenadas ni jerarquizadas, sino que se dan todas al mismo tiempo, que una idea (o una palabra, o una frase, o un tema) lleva a otra sin que sea su causa o su consecuencia o su derivación, que el mundo que se habita se da en una cierta opacidad y en una cierta confusión, en un cierto desorden, en una cierta mezcla, de modo que cualquier tentativa de ordenación es tan arbitraria como cualquier otra.

Quiero decir también que no entendemos al personaje que aquí vamos a construir como modelo de nada y que, desde luego, no nos mueve ningún ánimo de ejemplarizar y, mucho menos, de polemizar. De hecho, ahora, tres años más tarde de ese semestre que compartimos, no hago las mismas cosas ni de la misma manera. Lo que vamos a contar aquí no es al Jorge Larrosa profesor, así en general, sino a cómo hizo de profesor en un semestre concreto, con unos alumnos concretos y con un repertorio concreto de límites y de posibilidades que, además, se iban revelando a lo largo del curso. Por eso, creo, lo importante no es que los presuntos lectores puedan a veces re-conocerse y a veces no en ese personaje, sino que lo puedan tomar como pretexto para pensar, a su modo, qué eso del oficio de profesor, cómo cada uno lo vive, o lo ejerce, o lo encarna de un modo siempre singular y contingente.

En ese sentido lo que hacemos aquí es un gesto de exposición, de hacer pública, escribiéndola, dándola a leer, mostrándola, lo que fue nuestra experiencia compartida durante ese semestre. No se trata de enunciar una posición, ni una o-posición, ni mucho menos una im-posición. Se trata, creo, de algo parecido a ese gesto con el que te invité a mirar por ti misma mis “maneras de hacer las cosas” (ese gesto de abrirte la puerta de mis aulas). Y también de ese gesto con el que decidimos tomar ese semestre compartido como un asunto de conversación que nos permitiera, a los dos, pensar lo que no habíamos pensado, lo que no hubiéramos sido capaces de pensar de no ser por ese ejercicio hecho en común. Para nosotros, escribir esto ha sido un ejercicio (de memoria, de conversación, de escritura, de pensamiento) que ha servido por sí mismo. Y nos parece que el presunto lector puede tomarlo también como punto de partida, si quiere, para su propio ejercicio, si cree que le puede servir de algo.

Por último, y para volver a eso del “personaje” o de los “personajes” que aquí se construyen, me gustaría decir que todo sujeto es una composición de fuerzas, nada más y nada menos que la manera como compone una manera de “hacer mundo” en el lugar y el tiempo concreto que le ha tocado vivir y también, desde luego, en relación a todo lo que “hay allí” y con lo que, de algún modo, se conecta, o se sintoniza, o se compone. Nuestro amigo Antonio Rodríguez, después de haber leído una versión inacabada de este texto y preguntado sobre cómo sonaban ahí las voces del profesor y de su compañera en el ejercicio, lo dijo de un modo que yo sería incapaz de mejorar:

“No me parece un ‘retrato personal’ del docente Jorge Larrosa, sino algo que aparece porque precisamente él estaba allí, en aquél momento, en la compañía curiosa y delicada de la profesora Karen Rechia. Le tocó a él estar allí y hacer de médium, dar forma y cauce a una manera de leer el mundo y de hacer mundo. Vuestra figura no es otra cosa que un catálogo de gestos (casi una ‘fenomenología’ gestual), herramientas, dispositivos, que podrían haberse encarnado en otros ‘sujetos’ pero que han recorrido a Jorge y a Karen por un momento, para hacer un tiempo y acotar un espacio, para dar a ver y a vivir un pedazo de realidad que en vosotros tomó cuerpo y palabra”.

Pero quizá debamos aclarar algunos aspectos sobre la forma que le hemos dado a este trabajo. ¿Empiezas esta vez tú?

Karen.

Bueno, entonces veamos. Después de algunas conversaciones, pensamos en la forma de un diccionario, puesto que después de haber decidido que el diálogo sería en torno de algunas palabras muy presentes en las anotaciones del cuaderno, haría falta ordenarlas. Un diccionario conlleva un alfabeto, que es la base de una forma muy escolar de enseñar a leer y a escribir. Como contiene palabras y su definición, siempre en orden alfabético, pensamos que un diccionario podría, más allá de un contenido, expresar una forma. Eso es importante, porque produce una especie de doblete en relación a nuestros propósitos.

Explicándolo mejor: aunque estén mezcladas por el orden alfabético, hay tres tipos de palabras en este diccionario. El primer grupo está formado por lo que llamamos no-palabras, es decir, por las palabras que el profesor no usa o no debería usar para hablar de su oficio, puesto que son palabras que son parte de una colonización del lenguaje pedagógico. Esas no-palabras son “alumno”, “aprendizaje”, “calidad”, “comunicación”, “información”, “investigación”, “metodología”, “objetivos”, “profesionalismo” y “utilidad”.

El segundo grupo de palabras se refiere a los modos de hacer, al oficio de profesor.

El tercer grupo está formado por palabras referentes a las asignaturas impartidas por el profesor Larrosa en aquel momento, en el primer semestre de 2015.

En relación a las palabras, también es importante decirle algo al lector sobre su selección y sistematización. De cada asignatura escogimos cinco palabras. Y así:

De Arte y Cultura en la Educación Social tenemos “basura”, “barrenderos”, “espigadores”, “distrito” y “común”.

De Sociología de la Educación encontramos “pobreza”, “encargo”, “zombi”, “shopping” y “ricos”.

Y de Antropología Cultural escogimos “transmisión”, “estupidez”, “ogro”, “ruina” y “refugio”.

Además, cada una de esas palabras se refiere a un aspecto de cada asignatura, relacionándose con un asunto, un concepto, una película, un texto, un ejercicio.

De esa forma, se contempla el tema de cada asignatura en las palabras “basura”, “pobreza” y “transmisión”.

Entre los diversos textos de las tres asignaturas, destacamos uno para comentarlo en “barrenderos”, “encargo” y “estupidez”, del mismo modo que destacamos una película en “espigadores”, “zombi” y “ogro”.

Las salidas de campo se describen en“distrito”, “shopping” y“ruina” y, finalmente, comentamos tres palabras-eje como son “común”, “ricos” y “refugio”.

Sin embargo, esas palabras están presentes porque ponen algo “sobre la mesa”, porque están al servicio de otras como “artefactos”, “atención”, “cuaderno”, “curso”, “disciplina”, “experiencia”, “fracaso”, “literalidad”, “asignatura”, “pensamiento”, “tiempo”, etc. Porque hacen hablar a esas otras que nos remiten a las maneras de hacer del profesor, a sus tecnologías, al ejercicio de la autoridad, al estudio, a la repetición, a la creación de intereses, a sus gestos pedagógicos. Porque juntas se refieren a la importancia del oficio y a la forma de la presencia del profesor en clase.

Jorge.

Deberíamos advertir que en las palabras que tienen que ver con las asignaturas incluimos transcripciones de los programas de curso, de las instrucciones para los ejercicios y de los protocolos para las salidas de campo. Eso hace que sean a veces demasiado prolijas, pero creemos que la honestidad de un trabajo como este exige mostrar los procedimientos en su detalle. Algo que seguramente solo interesará a algunos lectores y que los otros podrán saltarse haciendo uso, claro, de su soberanía de lectores.

Tal vez debamos decir también que decidimos no dar la referencia de los textos o de las películas de las que hablamos, no dar la referencia de las citas, no hacer una bibliografía final, no hacer notas a pie. Creemos que el género de escritura que hemos practicado ni lo exige ni lo autoriza. Creemos también (sobre todo en las palabras que tienen que ver con la bibliografía y la filmografía concreta que se manejó en cada una de las disciplinas), que se trata tan solo de que el lector se haga una idea de la forma de trabajar (aunque para ello sea inevitable referirse al contenido). Y, además, preferimos que el texto mantenga la textura de una conversación, que conserve algo de ese estilo conversacional que atravesó, desde el principio, la realización de este ejercicio y en el cual, desde luego, hablábamos de los textos y de las películas, pero no citábamos ni el año de edición ni la página.

Casi para terminar, tal vez podrías decir alguna cosa sobre la diferencia entre este diccionario y un abecedario que grabé en 2016, en la Ciudad de las Artes de Rio de Janeiro (por iniciativa de Adriana Fresquet de la Universidad Federal do Rio de Janeiro), ese que se titula “abecedario del oficio de profesor” y que puede encontrarse en: http://www.educacao.ufrj.br/portal/laboratorios/laboratorio.php?lab=lecav&pgn=producao

Karen.

La grabación con Adriana se hizo durante las actividades de Elogio de la Escuela, el evento que tomó forma en Florianópolis y cuyas discusiones se centraron en la escuela, en sus formas y sus gestos, o los gestos de los sujetos que la componen. Paralelamente, continuábamos trabajando en las palabras de nuestro diccionario. Para el trabajo con Adriana, algunas palabras escogidas fueron las mismas; no obstante, la forma en la que se dispusieron temporal y espacialmente, en su forma audiovisual, así como en su composición, sonarony suenan de una forma diferente a como lo hacen en este diccionario. Y aquel trabajo quedó lindo, no cabe duda alguna.

Me arriesgo a decir que, aquí, hay algo que funciona más como un diálogo, no tanto como explicación (como en el abecedario de Fresquet), ni tampoco como entrevista. Tal vez, algo en este juego suene como el Abecedario de Deleuze, en el que el papel de Claire Parnet es menos el de entrevistadora y más el de quien posibilita este diálogo. Creo que se puede decir que emprendemos, o conquistamos, cierta horizontalidad en este proceso. Como en aquel texto, hay pequeñas diferencias entre los interlocutores, no discordancias; lo que está en juego en él es la filosofía, mientras que aquí es la educación, más específicamente lo que gira alrededor de un profesor y su curso.

En cierto momento, me sugeriste que escribiese algo que le diese un poco de sentido a esta experiencia, una especie de artículo, de ensayo, algo así. Pero al intentar materializar esa idea, me di cuenta enseguida de que tendría que pensar el tipo de registro que efectuaría. El cuaderno funcionaba como ese laboratorio. Intentos de anotar y clasificar tanto el contenido de las clases como su composición, las maneras del profesor y sus palabras. Digo esto porque fue en ese ejercicio donde se fueron haciendo más complejos los caminos a tomar, pero también donde, al mismo tiempo, el personaje del profesor fue emergiendo. Y con él, la certeza de que las formas de hacer, la relación con las materialidades, con las tecnologías de la clase, la noción de continuidad dada por cada curso, podría interesarle a alguien aparte de a mí misma y mi cuaderno.

La forma en la que fui construyendo mi cuaderno y entendiendo mi posición, lentamente esfumó el posible papel de entrevistadora que pudiese venir a asumir. Al mismo tiempo, este trabajo fue adquiriendo sentido para mí como profesora que miraba y observaba a alguien que tenía el mismo oficio que yo. Por lo tanto, este diccionario tiene algo de conversación entre profesores, de alguien que invita al otro a un juego.

Y la lista de palabras, como en la Odisea, a veces seguía contra los dioses o era protegida por ellos. Ellas se quedaron adormecidas en la isla de la ninfa Calipso, Eolo las sopló para que fueran lejos y la bruja Circe las transformó en cerdos. Aprisionadas por el cíclope, hubo que rescatarlas de la caverna pero, de vuelta al mar, les tapamos los oídos para que no las atrajese el canto de las sirenas. No me sorprende la tardanza en que llegaron a Ítaca, sin saber si allí encontrarían su lugar. ¿Yel cuaderno? La propia nave de Ulises y sus tripulantes.

Por todo ello, creo que vivimos una situación sin igual. Posiblemente única, probablemente irrepetible y, quién sabe, de algún interés para los que se dispongan a leer esto que hemos hecho y que aquí presentamos.

Jorge.

Me parece que ya solo nos queda agradecer los comentarios y sugerencias de las personas a las que dimos a leer alguna de las versiones aún incompletas de este diccionario y, sobre todo, agradecerles la manera que tuvieron de darnos el ánimo y la confianza que necesitamos para terminarlo. Ellos son Antonio Rodríguez, Daniel Gómez y Fernando Leocino da Silva.

LETRA

A

Alumnos

Amor

Ánimo

Aprendizaje

Artefactos

Asunto

Atención

Aula

Autoridad