HUELLAS DIGITALES

CARLOS ARES

Huellas digitales

Crónicas 2013-2018

Ares, Carlos

Libro digital, Amazon Kindle

ISBN 978-987-1884-88-9

Diseño de interior y armado de cubierta: Laura Restelli

Diseño de cubierta: Ian Sabanes

edicionesdeldragon@gmail.com

Digitalización: Proyecto451

Queda hecho el depósito que prevé la ley 11.723

A mis hijos, Malena, Conrado, Julián.

A María, la maga, y a Lupe.

Prólogo necesario


¿Qué sentido tiene reunir las columnas de opinión publicadas por el diario Perfil entre 2013 y 2018 en un formato de libro tradicional? De esos textos aislados podría decirse lo que el poeta español José Agustín Goytisolo advierte en sus “Palabras para Julia” sobre un hombre y una mujer: “así tomados, de uno en uno, son como polvo, no son nada”. Pero es posible que cobren relevancia y sentido cuando se los valora en conjunto como un fresco social de época.

Visto ahora el cuadro completo, es inevitable la tentación de retocarlo. De aclarar las partes oscuras para que se lean en el contexto de lo que sucedía en los días previos a la redacción. Ceder a ese deseo, explicar, aclarar que “no”, o que “sí”, aplicar un fotoshop ideológico para mejorar la imagen de lo que fue dicho en su momento o tratar de borrar con una delicada edición las finas arrugas de apreciación que la distancia y el constante abrir y cerrar de ojos deja sobre hechos o personas, sería como hacerse trampas jugando al solitario.

Así es que, aquí están, éstas son. Alaridos, dolores, trompadas, insultos, angustia, indignación, ironías, sarcasmos, encuentros absurdos, miradas. Rasguños apenas en la piel del tiempo. Un imposible intento de dejar impresas las huellas digitales en el aire. Como si después de tanto andar la calle decidiéramos un día trazar con tiza blanca el contorno de la mano en una caverna de la ciudad, o escribiéramos en el umbral de cierta casa, con un fibrón negro, “viví aquí”.

Carlos Ares

2013


Pare de sufrir


12/01/13

Pare de sufrir, señora, no se ponga dramática. Tal vez esté escuchando demasiados discursos de Evita y, en su afán por identificarse con ella, hacia el final de sus últimas cadenas nacionales la voz se le está desgarrando como si padeciera un dolor que no se justifica. Usted no tiene ninguna enfermedad grave, ni siquiera es una buena actriz capaz de simularla.

Resulta difícil entonces creerle a quien dice dejar la vida en un puesto para el que se propuso sin que la obligaran y que es remunerado con un salario de cien mil pesos mensuales. Más casa, comida, viajes, hoteles, aviones, helicópteros, servicios, personal, seguridad, todo pago. Expensas incluidas. La vida se deja en el tren, señora. En la villa. En las calles, señora. Porque esto, después de diez años, no cambió demasiado. Salvo en los depósitos bancarios de sus funcionarios.

Insistir en el sacrificio enorme que supone el ejercicio del más alto cargo público al que puede aspirar un ciudadano y que para cualquiera sería un placer y un privilegio, es ofensivo para las millones de personas que cada día tienen que rebuscarse la suerte. Piense, sencillamente, en una familia cartonera. Puede verlos, cada noche, salir con el carro, padre, madre, hijos, a ver que hay en las bolsas de basura. La vida se deja en los trenes, señora, viajando como se viaja. En las calles, muriendo como se muere.

Nora Cortiñas, 82 años, madre de Plaza de Mayo, viene cada día desde Caseros, en el Sarmiento, a continuar con su pacífica lucha diaria. ¿Comprende señora la distancia entre las condiciones en que se realizan esos esfuerzos y el suyo? A propósito, Nora Cortiñas pertenece a la Línea Fundadora de Madres. ¿Alguna vez se preguntó usted por qué están separadas las Madres desde 1986? Si hubieran hecho usted, o su marido, un esfuerzo por enterarse, seguramente no habrían aprobado los subsidios millonarios que administraba Sergio Shocklender para la fundación de Hebe de Bonafini y que acabaron en la pesadilla compartida. Esas son las tareas, señora, en las que usted debe empeñarse y trabajar, después de hacer su caminata en la cinta de ejercicios cada mañana, de producirse, de vestirse de negro y de pintarse como una puerta. Para eso le pagamos.

En parte, se comprende, usted debe responder a la puesta en escena que le organizan. Tiene a un equipo numeroso pensando en la disposición de las cámaras, la luz, el diseño de la imagen, la foto, la edición de sus mensajes para difundir por la agencia Télam o por las redes sociales. Así, recortada sobre el perfil de Evita o en teleconferencias con obreros de película o fieles elegidos, el guión de cada acto prevé hasta el momento en que, cuando el tono le sale más afónico y hace mención a su coraje, a la soledad, a lo que le cuesta –no en términos económicos, claro– y al esfuerzo, el coro de funcionarios e invitados debe levantarse de sus asientos y aplaudir.

No está mal. Todos lo hacen. O lo harían. O lo hacían. Ya en 1983, a Raúl Alfonsín le inventaron un gesto para saludar y asimilaron las siglas RA, de República Argentina, sobre un fondo de colores celeste y blanco como etiqueta adhesiva para pegar en los autos y lugares públicos. Los aplaudidores de entonces sabían que debían ponerse de pie cuando Alfonsín se despedía recitando el preámbulo de la Constitución Nacional.

Pero eso fue hace treinta años, señora. y uno de los beneficios de la continuidad democrática, después de tanto tiempo de repetir el ciclo, –ver, escuchar, confiar, creer y decepcionarse– es, precisamente, el de no comprar más el producto sólo por la campaña publicitaria o la estrategia de marketing. El impresionante desarrollo de las llamadas redes sociales descompone y desestructura en minutos cualquier imagen o discurso que se intenta instalar.

Usted puede sufrir mucho, señora, pero al instante habrá alguien rebajando el drama con un tuit redactado de apuro: Quiero compartir ese sacrificio y los ochenta millones de la cuenta bancaria, que será retransmitido y respondido a su vez por otros cientos o miles. Así es, así son las redes, no hay piedad ahí. Usted lo sabe porque en estas últimas semanas dedica parte de su horario de trabajo a practicar el mismo juego. Es un impulso en procura de la satisfacción inmediata. Un signo de los tiempos. La comunicación ha comenzado a girar en reversa.

Para aliviarse de un pesar inútil, señora, ahora que comienza a comprender el fenómeno de las redes… ¿no cree que debería revisar su estrategia en la guerra contra Clarín y la cadena de medios que tanto la desanima y le hace sentir que está dejando la vida? Todo indica que sus tropas llegan tarde a donde ya no pasa nada.