Intervenciones en la clínica psicoanalítica con niños

Intervenciones en la clínica psicoanalítica con niños

Beatriz Janin

Beatriz Janin. Licenciada en Psicología (Facultad de Filosofía y Letras, UBA). Directora de las Carreras de Especialización en Psicoanálisis con Niños y en Psicoanálisis con Adolescentes (Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales, UCES). Directora de la revista Cuestiones de Infancia. Directora de la investigación: “Determinaciones de la desatención y la hiperactividad en niños”. Profesora en seminarios de diferentes universidades y centros de salud de la Argentina y España. Ha publicado numerosos artículos sobre clínica psicoanalítica con niños y adolescentes y sobre psicopatología infantil-juvenil en revistas especializadas de la Argentina, España, Francia, Brasil e Italia. Coordinadora del “Fórum Infancias”, equipo interdisciplinario contra la medicalización y patologización de la infancia y la adolescencia. Autora del libro El sufrimiento psíquico en los niños (2011. Buenos Aires: noveduc). Autora principal de Niños desatentos e hiperactivos. Reflexiones críticas acerca del trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad (2004. Buenos Aires: noveduc). Co-autora y compiladora del libro Marcas en el cuerpo de niños y adolescentes (2009. Buenos Aires: noveduc) y co-autora del libro Medicalización y sociedad (2009. Buenos Aires: Universidad Nacional de San Martín).

A mis hijos

Introducción

LA CLÍNICA CON NIÑOS

Psicoanalizar niños es internarse en un mundo de pasiones, temores, desconciertos… Punto de intersección teórico-clínico que nos ubica interrogándonos y cuestionándonos la función del analista.

El trabajo psicoanalítico con un niño es siempre una aventura… un recorrido abierto en el que nos jugamos, dibujamos y desdibujamos, perdemos compostura, nos encontramos y desencontramos en un descubrimiento conjunto del niño y de nosotros mismos. Un territorio nunca suficientemente explorado…

“Contá hasta diez que si no, el cohete no puede salir.” S. escupe la pared, N. hace con el sillón y la mesa baja una camilla, L. arma y desarma bolitas de plastilina, R. se sube a la silla y salta reiteradamente. “Y vos eras la nena que rompía el sillón”. “No quiero escuchar, y si hablás, grito”. “Tonta, loca, bruja”…

Escenas cotidianas en que surge la pregunta: ¿Quién soy, qué lugar ocupo cuando amaso plastilina, imito a una nena enojada, cuento hasta diez o empujo un auto?

Quiero plantear de entrada que es posible psicoanalizar a un niño, que se irá construyendo una historia, que se traducirán movimientos pulsionales, que se irá ampliando un universo de representaciones, que vida y muerte estarán en juego.

Los niños nos cuentan sus padecimientos, en otros lenguajes de los que solemos usar los adultos, y merecen ser tenidos en cuenta como semejantes diferentes.

Intentaré a lo largo de este libro ir haciendo un recorrido en el que pueda articular la teoría psicoanalítica con ese encuentro cotidiano con otros lenguajes.

En las Nuevas Conferencias, Freud plantea:

Se demostró que el niño es un objeto muy favorable para la terapia analítica; los éxitos son radicales y duraderos. Desde luego, es preciso modificar en gran medida la técnica de tratamiento elaborada para adultos. Psicológicamente, el niño es un objeto diverso del adulto, todavía no posee un superyó, no tolera mucho los métodos de la asociación libre, y la trasferencia desempeña otro papel, puesto que los progenitores reales siguen presentes. (1933, p 137)

Es decir, cuando habla de las diferencias entre el análisis de niños y el de adultos, lo hace desde el punto de vista metapsicológico, tomando en cuenta la constitución psíquica. También afirma en ese texto que, en el caso de los niños, hay que tener en cuenta las transferencias de los padres, y que las resistencias son, muchas veces, las de éstos.

Pero lo fundamental es que, con su teoría de la estructuración psíquica, Freud da los elementos como para trabajar psicoanalíticamente con niños. La constitución subjetiva, en la que los padres juegan un papel estructurante, es el elemento crucial a tener en cuenta en el trabajo con niños.

Desarrollé en “El sufrimiento psíquico en los niños”, el tema de la constitución del aparato psíquico y cómo esta se da en un contexto. La conceptualización que hagamos de esta constitución determinará en gran medida el abordaje y las estrategias que implementemos con los niños y con sus padres.

La clínica psicoanalítica con niños ha planteado siempre interrogantes y ha sido desde sus momentos iniciales un lugar de debate y confrontación de posiciones teóricas. Así, la polémica entre Anna Freud y Melanie Klein es apasionada y riquísima… Las controversias giran en torno a las relaciones de objeto, al narcisismo y al autoerotismo, a la relación del inconciente con la conciencia, etc. es decir, a puntos nodales de la teoría psicoanalítica, que se reflejarán en la técnica.

Y considero fundamental rescatar la historia, retomando los desarrollos hechos.

Así, si pensamos en los desarrollos de ambas autoras, podemos afirmar que el psicoanálisis con niños ha estado ligado desde el comienzo a dos cuestiones esenciales: 1) la creatividad en el abordaje, 2) las cuestiones sociales.

Asomados al mundo, y a la vez construyendo el mundo, los niños nos cuestionan y nos perturban, nos hacen pensar el efecto de nuestros gestos, palabras, movimientos, acciones…

Si siempre, como analistas, estamos en juego nosotros con todo nuestro psiquismo, nuestros conocimientos y nuestras vivencias, con los niños esto se pone mucho más de manifiesto.

El psicoanálisis con niños nos muestra la necesidad de intervenir de otros modos, intervenciones que, a la vez, están determinadas por los diferentes lenguajes con los que se expresa un niño, por el tipo de pensamiento que predomina en él y por la historia que se va forjando en cada análisis.

“Te maté”. “¿Por qué tengo que venir yo a estar con la persona más estúpida del planeta?”. “No me quiero ir. ¿No puedo quedarme a vivir acá?”. “Te ensucio toda”. Transferencias y resistencias se despliegan… y hay muchos protagonistas.

Y están también los padres, con sus propias historias y temores, con sus demandas y urgencias. El trabajo psicoanalítico con ellos no podrá ser una tarea pedagógica sino que implica también un recorrido…

¿Cómo trabajar con los padres? ¿Qué entendemos por trabajar con ellos? Van a estar incluidos de entrada en el análisis del niño. Si los pensamos como sujetos marcados por deseos y prohibiciones, preocupados por los avatares de su hijo, ¿cómo intervenir? Trabajando juntos, desarmando repeticiones, podemos ayudar a que se vinculen de modos más creativos con ese niño.

Muchas veces tenemos que desandar el significado que para ellos tiene la maternidad y la paternidad, qué historia han incorporado en relación a estos temas, cuál es su representación de hijo.

Nuestras intervenciones no serán interpretaciones en el sentido clásico de la palabra, pero intentaremos que vaya ligando lo que sienten con lo que repiten, sus propias vivencias infantiles con el lugar otorgado al hijo, las identificaciones en juego…

Es más, me atrevería a afirmar que el vínculo de los padres con el hijo es uno de los vínculos humanos más conflictivos, ambivalentes y difíciles, y que el nacimiento de un hijo determina siempre una suerte de sacudida interna que implica una reorganización representacional. Reorganización en la que ese hijo ocupará un lugar particular, anudado a otros significativos, pero también reorganización en la que la representación de los otros y de sí mismo sufrirá una conmoción transformadora.

Tratamos de bucear en las determinaciones que dificultan el vínculo con el hijo. Considero que la creación, por parte de ellos, de nuevos recorridos puede ser obturada por una indicación o un consejo. Así, no es lo mismo indicar “juegue más con su hijo” que preguntar acerca de los espacios de placer compartidos, o indagar acerca de los recuerdos sobre sus propios juegos, o sobre sus fantasías lúdicas. Todo el psiquismo con sus deseos reprimidos, sus identificaciones, normas e ideales se manifiesta en el vínculo con el hijo. Entonces, cuando un adulto no puede jugar, esto es efecto de posibilidades nunca construidas o de prohibiciones. Conflictos en los que se juegan deseos contradictorios, viejas identificaciones, antiguos modelos o agujeros vivenciales.

Las transformaciones a las que apuntamos supondrán poner en movimiento un proceso que reestructure lo coagulado, que permita una reorganización de la representación madre-hijo, padre-hijo y que, por ende, les permita “inventar” nuevos modos de conexión con el niño.

En el capítulo “Consultas tempranas” pongo el acento sobre la estructuración del lenguaje porque estamos en una época en la que muchos niños presentan dificultades en ese terreno y son rápidamente rotulados. Pensar nuevos modos de intervención y cuestionarnos las supuestas certezas es fundamental, sobre todo en un momento en el que prevalece la idea de que los niños pueden ser programados como máquinas.

También aquí lo que he escrito es sólo un pequeño aporte para un problema complejo, sobre el que espero que otros realicen nuevos desarrollos.

Por último, si bien todos los capítulos están marcados por una mirada sobre la infancia de nuestros días, en el último intento resumir las características peculiares de la clínica actual.

Pienso que sostener una ética como psicoanalista presupone estudiar con pasión y trabajar responsablemente haciéndose cargo de que aquello que está en juego es el sufrimiento humano. En el caso de los niños, poder escuchar ese sufrimiento, ubicarse en sus modos de decir, en sus angustias, en sus dolores, en sus sueños, va a estar dado por un recorrido que incluye necesariamente un plantearse, preguntarse, cuestionarse la práctica cotidiana y el saber teórico.

Considero que lo que define que una intervención sea psicoanalítica no tiene que ver con cuestiones formales, sino con los conceptos con los que analicemos lo que ocurre. A la vez, me reconozco atravesada por una época y marcada por múltiples lecturas y maestros. Por consiguiente, mis palabras son efecto del intercambio con muchos otros.

A lo largo del libro, muchas preguntas insisten: ¿Cuáles son las transformaciones posibles? ¿Cómo operar sobre la estructuración psíquica previa a la estabilización de la divisoria intersistémica? ¿Cuáles son las defensas tempranas y cuáles las intervenciones posibles sobre ellas? ¿Cómo abordar la consulta? ¿Quiénes son los consultantes? ¿Cómo conceptualizar los trastornos infantiles, diferenciándolos del síntoma y cómo abordarlos? ¿Cómo trabajar con las patologías tempranas? ¿Cómo interpretar juegos y dibujos?

Si algo espero que quede absolutamente claro es la peculiaridad de cada consulta. Peculiaridad que nos lleva a definir en cada caso con quién, cómo y cuándo intervenir.

Se podría decir que gran parte de este libro fue escrito por mis pequeños pacientes y por sus padres, en tanto fueron ellos los que me brindaron el material, y les estoy infinitamente agradecida.

Los profesionales que supervisaron conmigo así como mis alumnos en la Carrera de Especialización en Psicoanálisis con Niños de UCES, y en los diversos seminarios en diferentes lugares de Argentina y España, me han permitido ampliar la visión de las dificultades con las que nos encontramos en la clínica y me han enseñado recursos y abordajes. A todos ellos les estoy también muy agradecida.

Por último, espero que este libro posibilite otros desarrollos en un terreno en el que tenemos que seguir pensando…

El psicoanálisis sigue siendo una teoría y una práctica que implican una transformación revolucionaria en el modo de pensar los conflictos psíquicos infantiles.

Ahora, más que nunca, cuando la idea en muchos sectores es que todo es genético, que alguien está determinado desde el vamos y por elementos biológicos, reflexionar sobre la complejidad de la vida psíquica, pensar en términos de determinaciones intra e intersubjetivas, y operar en consecuencia, implica considerar al ser humano como sujeto en devenir, contradictorio y sobredeterminado, producto de muchas historias… Por ende, implica abrir la puerta para que todo niño pueda jugar y soñar.

Capítulo I

LA CONSULTA POR UN NIÑO: PRIMERAS ENTREVISTAS

En su texto “Sobre la iniciación del tratamiento”, Freud (1911) afirma: “Quien pretenda aprender por los libros el noble juego del ajedrez, pronto advertirá que sólo las aperturas y los finales consienten una exposición sistemática y exhaustiva, en tanto que la rehúsa la infinita variedad de las movidas que siguen a la de apertura (…) La extraordinaria diversidad de las constelaciones psíquicas intervinientes, la plasticidad de todos los procesos anímicos y la riqueza de los factores determinantes se oponen, por cierto, a una mecanización de la técnica, y hacen posible que un proceder de ordinario legítimo no produzca efecto algunas veces, mientras que otro habitualmente considerado erróneo lleve en algún caso a la meta. Sin embargo, estas constelaciones no impiden establecer para el médico una conducta en promedio acorde al fin” (p. 125).

Es muy interesante esta oposición de Freud a la “mecanización de la técnica”, fundamentada en la riqueza de las constelaciones psíquicas. Y es que el modo en que encaremos una primera entrevista va a estar inevitablemente sustentado en la conceptualización que realicemos del psiquismo humano.

En tanto pensemos que el psiquismo se va constituyendo en el vínculo con otros y que las variaciones son infinitas, concluiremos que la única posibilidad de concebir la clínica psicoanalítica con niños es pensarla como creativa, como aquello a inventar cotidianamente.

Si diferentes constelaciones psíquicas pueden requerir abordajes y recursos diferentes, la organización psíquica del niño como aparato psíquico en constitución nos replantea y nos urge a fundamentar encuadre, transferencia y organización del material.

La psicopatología infantil presenta particularidades: los niños combinan diferentes funcionamientos y varían con facilidad de uno a otro. Es muy frecuente que aquello que presenten no sea estrictamente síntomas, sino trastornos en la estructuración psíquica, en un recorrido estructurante y reestructurante. Trastornos que son efecto de movimientos defensivos, deseos contradictorios, prohibiciones, identificaciones, fenómenos externos-internos al aparato psíquico del niño. Cada niño, entonces, merecerá un abordaje particular.

Freud aclarará, en relación a las primeras entrevistas, que las recomienda como “prueba” para determinar si un caso es apto para el psicoanálisis, que “ese ensayo previo ya es el comienzo del psicoanálisis y puede obedecer a sus reglas” (Freud, 1911, p. 126).

Las entrevistas previas al tratamiento en sí se funden-confunden entonces con el tratamiento mismo. Así, tanto Maud Mannoni como Donald Winnicott nos muestran cómo en muy pocas entrevistas puede desarrollarse todo un análisis y que éste no depende de pautas formales sino de la posición del analista, de los conceptos con los que aborde la consulta.

Por eso, ¿son entrevistas “preliminares” o son momentos de apertura, que condicionan el juego y van definiendo el terreno, tal como plantea claramente Freud? ¿Cuáles son las características particulares de las primeras entrevistas cuando se trata de consultas por niños o adolescentes?

Es en ellas donde se va esbozando quién pide y qué es lo que pide, quién sufre y por qué, de qué conflictos se trata, si éstos son predominantemente intrapsíquicos o intersubjetivos y cuáles son las determinaciones prevalentes.

Algo se va configurando en relación a cómo fue constituyéndose el trastorno en la estructuración psíquica o el síntoma (1) que suscitó la consulta, y también las condiciones que llevan a que ese funcionamiento se sostenga como tal.

Es en ellas en las que se pueden ir reconociendo, en parte, los avatares pulsionales y defensivos de padres e hijos. Y también donde se va poniendo en juego la historia de cada uno, de la pareja, del hijo, las identificaciones y las relaciones transferenciales que se entrecruzan. Pero es sólo un inicio que puede ir tomando diferentes formas y en el que puede haber sorpresas, cuyo objetivo fundamental es abrir el juego, sin clausurar la partida.

Y esto me parece crucial: prefiero que queden preguntas sin respuesta a que todo parezca concluido, a que se vayan con la ilusión de que ya está todo dicho. ¿Qué puede estar “ya dicho” con un niño o un adolescente?

Por otra parte, consultar por un hijo implica generalmente una herida narcisista. Herida que genera dolor. Aquel en que se depositaron los sueños, en el que se centraron las expectativas ¿tiene dificultades? y, además, ellos, los padres ¿no son suficientes para resolver sus problemas? Un sinfín de ilusiones se derrumban. Ilusión del hijo perfecto producto de padres ideales. Ilusión de que el modelo de niño se personifique y que colme y calme toda angustia.

¿QUIÉNES CONSULTAN?

La primera entrevista en la consulta por un niño es generalmente con los padres, aunque no siempre sea así. Si me preguntan quién tiene que venir, yo suelo responder que prefiero que vengan ellos solos. Sin embargo, siempre dejo abierta la posibilidad de que sea de otro modo. Así, muchas veces, después de haber acordado que vinieran los padres solos, vino la madre con el niño, o la madre con todos sus hijos, o el padre con la abuela… y así, combinaciones infinitas.

Recibo a los que llegan y los escucho, porque es el modo en que ellos eligieron presentarse y porque no soy yo la que puede determinar de entrada quiénes son los consultantes.

Algunos ejemplos pueden ilustrar esto:

Hace muchos años una mujer me pidió una entrevista para concurrir junto con su marido a hablar de su hijo de cinco años que sufría de problemas neurológicos graves desde el nacimiento. Una hora antes de aquella entrevista se comunicó para avisarme que el marido no podría asistir y preguntó si era posible que ella viniera junto al niño porque deseaba que yo lo fuera conociendo. Accedí a su demanda pensando en que algo intentaban decir con este movimiento.

Cuando abrí la puerta del consultorio me encontré con la madre, el niño de cinco años y su hermano de siete. Al hacerlos pasar el mayor comenzó a golpear e insultar al más pequeño mientras la madre lo retaba sin demasiados resultados, a la vez que hablaba de la violencia del marido hacia ella. Al cabo de un rato, llegó “inesperadamente” el padre, luego de lo cual la mujer enmudeció, el hijo mayor se puso más violento con su hermano, casi como si tuviera permiso para hacerlo, y el hombre tomó la palabra, relatando una historia muy armada, sin fisuras. Si yo hubiera mantenido un encuadre rígido, negándome a ver a la madre con el niño, o impidiendo que entraran con el hermano al consultorio, esta escena no se hubiera desplegado. Algo hubiera quedado desestimado, expulsado de la situación analítica y hubiese retornado en forma de resistencia.

En otra ocasión, una madre soltera consultó por su hijo de dos años a quien habían diagnosticado Trastorno Generalizado del Desarrollo. Si bien habíamos acordamos que asistiese sola a la primera entrevista, además de llegar mucho más tarde de la hora fijada, vino acompañada por el niño. Los hice pasar al consultorio de niños y les ofrecí juguetes, disponiéndome a tener una entrevista vincular. La madre, muy agitada, me explicó que cuando estaban llegando al consultorio se dio cuenta de que tenía que venir ella sola, pero que como ya era tarde vino con el niño. Inmediatamente, comenzó a hablar sobre las dificultades del mismo como si éste no estuviera presente. Mientras tanto, él tiraba autitos en dirección a ella, que no lo miraba. Esta entrevista me permitió trabajar con la mamá la relación con su hijo, lo abrumada que se sentía y sus propias sensaciones de desborde que no dejaban lugar para mirar al niño y conectarse con él.

Si pensamos las entrevistas con los padres (o los adultos que consulten por el niño) como anamnesis, al estilo médico, como un lugar para recabar datos, siguiendo un cuestionario prefijado, estaremos operando con una teoría de la historia como acumulativa, con una idea de la constitución psíquica que nos lleva a buscar “hechos” traumáticos. Estaremos suponiendo un registro “objetivo” de sucesos y, por consiguiente, que los padres funcionan a pura conciencia. ¿Podrían los padres darnos una versión “objetiva” sobre su hijo, como si se tratara de un objeto de observación? ¿No van a estar necesariamente involucrados en cada palabra que digan sobre el niño? ¿No hablarán inevitablemente de ellos mismos al hablar de su hijo?

Es decir, si pensamos que la historia es una construcción retrospectiva de los acontecimientos pasados, que el psiquismo se va estructurando signado por vivencias que dejan huellas y que estas se enlazan y reorganizan de acuerdo a legalidades diferentes, que cuando madre y padre hablan, Ello, Yo y Super-yo están en juego, que aquellos que preguntan, piden y se quejan, están a su vez marcados en una cadena de repeticiones, tendremos que pensar que los padres también son consultantes y tendremos que escucharlos psicoanalíticamente.

Es fundamental tener presente que los padres son, como cualquier adulto, sujetos escindidos y que las relaciones padres-hijos están inevitablemente marcadas por las pasiones y por el narcisismo. Nos preguntamos: ¿Quiénes hablan? ¿De quién? ¿A quién? ¿Quién habla a través de ellos? ¿Y qué de ellos habla?

”Siempre fue inquieto”.”Es como el padre”. “Siempre le dimos todo”. “Me siento culpable…” “¿Qué debemos hacer?”. ”Tiene que cambiar porque la situación es intolerable”. Entre urgencias, desmentidas, odios y culpas, nos internamos desde el primer encuentro en un mundo de pasiones. “Véalo rápido, no hay tiempo, hágale un diagnóstico”. “Le encontramos la mejor escuela y están a punto de echarlo; tiene que cambiar ya”. “No dormimos de noche hace meses porque se despierta y viene a nuestra cama ¿qué hacemos?” Y uno puede quedar atrapado en medio de quejas, pedidos, preguntas. Pero en las palabras de los padres una historia de amores y odios, de mitos y vacíos, se va perfilando. Hay lapsus, contradicciones, olvidos y silencios.

El relato de la historia del niño se va desplegando: “Fue en enero que controló esfínteres, no, en marzo…es que se me confunde con el nacimiento de mi sobrino…” “El parto fue terrible, de un dolor insoportable, aunque todo fue normal yo sentía que me moría. Mi mamá me había avisado que era así.” “No recuerdo nada del primer año de vida…No molestaba, pero no sé muy bien qué hacía. ¿Tendrá que ver con que mi papá se enfermó, aunque yo no me ocupé de él?”

Y es que cada suceso cobra sentido en tanto recuerdo ligado a otros recuerdos. Entonces, embarazo y parto, alimentación y control de esfínteres, se enlazarán a las pasiones, a los conflictos, a las esperanzas y a las decepciones que marcan los avatares de la relación, irrepetible en su repetición, de esos padres con ese hijo.

Ellos propondrán la secuencia y, si son escuchados, encadenarán el fracaso escolar a la muerte del abuelo o a las peleas conyugales o al recuerdo de la propia escolaridad. Una cronología se rompe y en lugar de la respuesta: hijo deseado o no deseado, iremos entreviendo qué deseos inconcientes sostienen el deseo preconciente de un hijo; y que si el dato: “quince días de alimentación a pecho” no nos dice demasiado, el modo en que aparece este elemento, las fantasías maternas, los tabúes de alimentación, en qué secuencia aparece este tema, los afectos que acompañan a este recuerdo, abrirán vías de enlace.

¿Decidiría algo el que un niño sea “hijo deseado” desde un decir conciente? ¿De qué deseos hablamos? Es cierto que hay niños que han sido planificados, pensados, antes de su nacimiento y otros que no, pero suponer que esto define de por sí los avatares de ese sujeto desconoce el valor de los deseos inconcientes.

Más aún, si la pregunta es: “¿Fue deseado?”, lo más probable es que ambos padres contesten que sí, aunque no lo hubieran “buscado” concientemente. Y quizás tengan razón, porque es posible que se hayan cumplido deseos inconcientes. Pero además, ¿por qué hablarían de sus dudas, temores, angustias en relación a la maternidad y la paternidad antes de que se establezca el vínculo transferencial, si la pregunta tiene ya implícita la respuesta en su formulación?

Cuánto tiempo tomó el pecho, cuándo fue el control de esfínteres, son datos que podemos preguntar, pero si lo hacemos de inicio, en la primer entrevista, obturamos la posibilidad de que esos elementos aparezcan en un relato en el que se anuden a afectos y a otros recuerdos.

Entonces, la historia que armen será fundamental, en tanto son ellos los que pueden recordar lo que en el niño es huella sin palabras, pero fundamentalmente porque es la historia que han construido sobre ese niño y sobre ese vínculo, la historia que le transmiten al hijo, el armado que han podido hacer, que muchas veces es fragmentario, contradictorio y que suele ir variando a lo largo de las entrevistas.

También hay que tener en cuenta que el padre y la madre suelen relatar historias distintas, acompañadas de diferentes matices afectivos.

Muchas veces, la mamá salta del relato del nacimiento de su hijo mayor al de la hija del medio y de allí a sus propias diferencias con su madre y a la rivalidad con su hermana, mientras que el padre la critica duramente, o éste comienza a hablar de su hijo y pasa inmediatamente a referirse a sí mismo y a su propia historia, o las disputas matrimoniales pasan a ser el eje de la entrevista. Si en lugar de enojarnos o de pedirles que vuelvan a hablar del niño logramos escuchar ese discurso sin acallarlo, podremos ir descifrando las preguntas, las quejas, el qué molesta de este niño. Iremos internándonos en una o en varias historias. Podremos descubrir qué lugar ocupa este niño, con quién lo identifican, con quiénes se identifica, cómo se da en esa familia la transmisión de fantasías, la comunicación de inconsciente a inconsciente, de preconsciente a preconsciente, el contagio afectivo, las defensas predominantes.

Una cuestión clave es, desde el comienzo, ubicarse como psicoanalista. Y esto quiere decir renunciar a un lugar de juez o de maestro, de aquél que conoce los secretos del “niño perfecto” y de la crianza ideal.

Por otra parte, ¿quién sabe qué es lo “ideal” en la crianza de un niño? ¿Quién podría conocer qué es lo que hay que hacer en cada momento, como si en vez de estar frente a otro humano y ser uno mismo humano (y por ende alguien marcado por pasiones y prohibiciones) fuera una especie de robot que ejecuta acciones? Si pensamos el modo en que las pautas educativas han ido cambiando a lo largo de las épocas, cómo aún hoy son muy diferentes en distintos grupos sociales, podríamos concluir que lo que consideramos pautas educativas “saludables” no son fijas, que nosotros también estamos marcados por una época, un grupo social y una historia.

Entonces, me parece fundamental que sean los padres quienes armen el decurso de la entrevista, siguiendo el orden que quieran. Prefiero no imponer temas ni pautar secuencias, sino posibilitar que se abra un espacio, que lo que sienten y piensan se exprese en ese ámbito. Así, es posible que aparezcan cuestiones tales como el trabajo de uno de los padres, o la historia escolar de otro, o las dificultades en la relación de pareja, como representaciones que insisten, que ocupan un lugar central en sus pensamientos y que marcan el modo en que se vinculan con el niño.

Esto hace que no se pueda predecir de antemano el número de entrevistas, en tanto no sabemos qué rumbo van a tomar ni cuánto tiempo pueden llevar.

Piera Aulagnier retoma la idea de Freud en relación a los movimientos de apertura como codificables, pero agrega: “la codificación debe tomar en cuenta caracteres que especifiquen la problemática de los sujetos con los que uno juega, así como sus consecuencias sobre la forma que habrá de cobrar su transferencia.” (Aulagnier, 1984, p.175). Problemática que hará que los movimientos de apertura sean diferentes, tanto con los niños como con los padres, según la conflictiva que presenten.

LAS PRIMERAS ENTREVISTAS CON LOS PADRES

Cuando los padres consultan por su hijo, su propia historia infantil se presentifica en esa consulta. Son ellos, y los niños que ellos fueron, los que demandan atención. El narcisismo herido se pone en juego.

Así, en estos primeros encuentros, va apareciendo el funcionamiento psíquico de cada uno de los padres, las diferentes fantasías con respecto al hijo, el modo en que cada uno construyó una historia de ese niño y las esperanzas y proyectos que cada uno sostiene, así como las expectativas en relación al tratamiento del niño.

Gestos, tonos de voz, van diciendo… si estamos dispuestos a escuchar.

“La primer entrevista suele cumplir una papel privilegiado por su carácter espontáneo, sobre el cual nuestra manera de escuchar, las palabras que pudimos pronunciar, y aun nuestro silencio, no han obrado todavía: y tampoco han movilizado, ni siquiera mínimamente, las defensas, las maniobras de seducción, el movimiento de retirada o de huída hacia delante que provocan mucho antes de lo que creemos.” (Aulagnier, 1984, p. 178)

Una cuestión importante es ver cómo se presentan los padres, si pueden o no percibir el sufrimiento del hijo, si llegan angustiados o enojados, si el acento está puesto en lo que el niño siente o en el efecto que su accionar provoca en los otros.

El que el niño pueda ser ubicado como un semejante diferente es el comienzo de un recorrido en el que un espacio de ser le sea otorgado. Y esto se va plasmando desde las primeras entrevistas.

Inevitablemente, varias historias se despliegan… de los padres, del niño, de los antepasados… Muchas veces, historias escuchadas por primera vez… ¿Cuántas veces el padre o la madre se sorprenden frente al relato que el otro hace de su propia infancia?

El niño suele ser portador de una historia que lo antecede. Es frecuente que se lo identifique con un abuelo o un tío o algún otro personaje de la historia de padre, madre o ambos y que esa identificación lo sumerja en un camino pre-establecido.

Al relatar la historia del niño van apareciendo puntos de convergencia y de diferencia, momentos conflictivos, asociaciones con otras circunstancias.

Escuchar ese entramado particular, sin esperar que la historia que nos cuentan sea un relato claro y preciso (¿sería posible que lo fuera?), permite que se muestren las fisuras de la memoria, las grietas, las conexiones particulares que se fueron armando en cada uno.

En toda consulta hay muchos sufrimientos en juego y en muchas ocasiones son los padres los que están angustiados o deprimidos, o sintiendo que todo se quiebra, que el mundo soñado se derrumba… Son ellos los que padecen sentimientos de vergüenza, de asco o de miedo.

Sabemos que los padres son los primeros erotizadores. Seductores inevitables, tocan, besan, abrazan, acunan, pero también frustran, abandonan y prohíben.

Son el primer espejo, dándole la imagen de lo que ese niño es para ellos, de lo que querrían que fuese. Es decir, el niño se ve en ellos, en lo que son, en lo que fueron y en lo que desearían ser, en sus éxitos y en sus fracasos, en su poderío y en su impotencia. Y se constituye marcado por esos otros, armando como puede, cuando puede, una historia propia.

Y a la vez la historia que han armado, esa suerte de elaboración secundaria de lo vivido, organizará, dará forma a las huellas mnémicas del niño, a lo que en él se viene inscribiendo. Es decir, todos armamos la historia propia en base a historias relatadas por otros. En tanto esas historias sean coherentes con las propias huellas mnémicas, permitirán otorgar sentido a las mismas, estableciendo una continuidad del ser a lo largo del tiempo. En cambio, cuando la contradicción es flagrante, cuando el relato es ocultamiento o tergiversación de lo vivenciado, esa continuidad, que hace a la constitución del yo como la instancia que puede historizar, se complica.

En las primeras entrevistas se van abriendo vías, y ciertas conexiones van quedando al descubierto. Los señalamientos hechos por el analista, así como aquello que ellos “se” escuchan por primera vez, marcan la apertura del trabajo analítico.

Quizás la primera cuestión a tener en cuenta cuando entrevistamos a los padres es que no sabemos de antemano quiénes son ni por quién consultan.

Como psicoanalistas, debemos partir de la idea de que el otro es, fundamentalmente, otro sujeto, un desconocido que podrá evocar en nosotros ciertos sentimientos, ciertas historias pasadas, ciertos personajes de nuestra vida, pero que, ante todo, es otro semejante diferente, alguien que nos habla, como puede, de su sufrimiento. Y que, por más que nos recuerden a otros pacientes, a otras consultas, no será nunca lo mismo, sino que, inevitablemente, habrá algo de lo novedoso, historias a develar, a explorar…

Desde la primera entrevista, el escuchar a los padres como consultantes implica ubicarlos como otros con los que iremos descubriendo deseos, identificaciones, repeticiones…

Esto es absolutamente diferente a pensarlos como informantes o testigos objetivos de los avatares de un niño.

No tenemos un cuestionario ni una planilla a completar…. Simplemente somos parte de un encuentro con uno o varios sujetos que se acercan a nosotros a consultar por un tercero: el hijo. Y, como toda consulta, implicará hablar del propio padecimiento y de quiénes son ellos mismos.

“¿Será igual que el abuelo?”. “Es así desde que nació, no hace caso…” “¿Por qué esto a mí?” “Yo creo que se da perfectamente cuenta de que nos molesta con sus gritos, y por eso grita…” “Estamos hartos de que nos llamen de la escuela para quejarse de su conducta.” “No soporto más”.

1- Es importante diferenciar entre trastornos en la estructuración psíquica y síntomas. Tal como desarrollo en el libro El sufrimiento psíquico en los niños: “Los primeros son fallas en la constitución del aparato psíquico que derivan de conflictos que, si bien se expresan a través de movimientos intrapsíquicos, incluyen en su producción a varios individuos. A diferencia de los síntomas, producto de la transacción entre lo reprimido y la represión, los trastornos en la constitución del psiquismo son efecto de movimientos defensivos, deseos contradictorios, identificaciones, prohibiciones, externos-internos al aparato psíquico del niño.”