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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Connie Feddersen

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Siempre igual, n.º 1692 - noviembre 2019

Título original: Mr. Predictable

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-655-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Jacob Thomas Prescott cerró los ojos con fuerza para aliviar su tensión. Llevaba diez horas mirando la pantalla del ordenador y se frotó las sienes en un intento por librarse del dolor de cabeza. Aquello no era nada nuevo. Era su vida y estaba acostumbrado. Trabajo y más trabajo, seis días a la semana y a veces, también, los domingos.

J.T., como lo llamaban sus hermanas y sus tres empleados de la tienda de diseño, miró su reloj. Eran las seis en punto. Con precisión de robot, guardó el archivo en el que estaba trabajando y lo grabó en un disquete para seguir trabajando en su portátil durante el fin de semana.

Cuando apagó el ordenador, se levantó del escritorio y se desperezó. Acto seguido, miró a su alrededor y observó que sus tres jóvenes empleados estaban esperando para marcharse a casa y que lo miraban con una enigmática sonrisa sin aparente justificación.

–¿Ocurre algo? –preguntó él.

–No –respondieron los tres al unísono–. Que tengas un buen fin de semana, jefe.

J.T. asintió y esperó a que se marcharan. Después, recogió la bolsa con ropa que pensaba dejar en la tintorería, volvió a mirar la hora y cerró la puerta al salir.

Se guardó las llaves en un bolsillo de su traje negro y pensó que salía justo a tiempo, como siempre. A las seis y diez estaría en la tintorería, como todos los viernes, y después se marcharía a casa y comería algo delante del televisor.

Por desgracia, al salir a la calle observó que su viejo sedán gris tenía dos ruedas pinchadas.

–Maldita sea –murmuró.

Miró a ambos lados de la desierta calle, enfadado, y unos segundos después frunció el ceño cuando un todoterreno rojo apareció de repente, como salido de la nada, y se detuvo a su lado. Para su sorpresa, lo conducía una rubia sonriente, de camiseta azul, pantalones cortos de color rojo y botas.

–¿Es tu coche? –preguntó.

J.T. la miró, algo incómodo. Parecía tener alrededor de veinticinco años.

–Sí, es mi coche –respondió.

En realidad, estaba más preocupado por las ruedas pinchadas de su vehículo que por la aparición de la imponente y sonriente joven. Las rubias de sonrisas explosivas, vestuario exhibicionista y energía a raudales no le iban. Y tenía buenas razones para ello.

–Puedo llevarte a una gasolinera –se ofreció–. Pero discúlpame, no me he presentado… Me llamo Moriah Randell.

J.T. le tendió una mano y le sorprendió que ella la estrechara con fuerza. Sin embargo, se dijo que tampoco era tan sorprendente. Aquella mujer era como un huracán o como un terremoto, y se había presentado ante él de forma tan intempestiva que reaccionó retirándose a su propio espacio.

–Encantado de conocerte. Me llamo J.T. Prescott.

El hombre intentó colocar bien todo lo que llevaba en las manos. Iba cargado con la ropa, el ordenador portátil y el maletín.

–Deja que te ayude con eso –dijo la joven.

Antes de que pudiera aceptar o rechazar el ofrecimiento, Moriah le quitó sus preciosas posesiones y las puso en el asiento trasero de su vehículo sin demasiado cuidado, como si fueran objetos sin valor.

–Eh, ten cuidado con eso. Ahí van mis archivos de…

No terminó la frase. Moriah lo desarmó con otra sonrisa maravillosa y con un brillo arrebatador de sus ojos azules.

Cuando le hizo un gesto para que se acomodara en el todoterreno, no tuvo más remedio que rendirse definitivamente a la insistencia de la joven. Suspiró y casi antes de que tuviera tiempo de sentarse, Moriah arrancó a toda velocidad.

J.T. se puso el cinturón de seguridad y la miró con más atención. Sus uñas pintadas de un rojo tan intenso como sus pendientes, y notó que no llevaba anillo de casada. Su aspecto era tan desenfadado y agresivo que supuso que era de la clase de personas que tomaban lo que querían sin pensárselo dos veces.

–¿Te importaría ir un poco más despacio? –preguntó él–. Me gustaría llegar a cumplir los treinta y seis…

–¿No te gusta la velocidad? ¿No te encanta la sensación del viento en tu pelo? –preguntó, sin dejar de sonreír.

Aquella sonrisa perpetua empezaba a incomodarlo. Era demasiado encantadora, demasiado vibrante, demasiado femenina, demasiado energética, demasiado todo. Y por si fuera poco, el aroma de su perfume estaba haciendo estragos en él. En el pequeño habitáculo del todoterreno no podía escapar de ella.

–¡Eh! Acabamos de dejar atrás la gasolinera…

–Lo sé. Lo he hecho a propósito –declaró.

J.T. frunció el ceño y Moriah aumentó la velocidad y tomó la desviación de la autopista.

–¿Qué está ocurriendo aquí? –preguntó él.

–Me llamo Moriah, ¿recuerdas?

–¿Y qué? ¿Es que me estás raptando? Te advierto que no llevo mucho dinero encima. Nunca llevo demasiado. Y pedir un rescate por mí sería una pérdida de tiempo.

–No te estoy secuestrando. Sencillamente, te llevo al Triple R.

–¿Y qué es el Triple R?

–El rancho de Randell.

–¿Un rancho? ¿Trabajas en un rancho y vistes de ese modo?

La joven arqueó una ceja.

–¿No te gusta como visto?

–Ni siquiera sé si me gustas tú, sobre todo ahora que me has secuestrado, así que no desvíes la atención hacia tu forma de vestir.

Moriah rio mientras cambiaba de carril a toda velocidad.

–Me dijeron que reaccionarías de ese modo, Jake.

–Me llaman J.T.

–No, eso suena demasiado serio. Prefiero llamarte Jake, si no te importa.

–Me importa. Además, ¿quién te pidió que me secuestraras? ¿Mis empleados? ¿Por eso me miraban con esa sonrisa, como si fuera una conspiración? Se han estado quejando de que últimamente trabajo demasiado. Debí imaginar que estaban tramando algo.

–No, han sido tus hermanas.

En aquel momento, Moriah salió de la autopista y tomó una carretera hacia el norte.

–¿Kim y Lisa son las responsables de este secuestro?

Moriah asintió. Su ancha trenza de cabello rubio rozó uno de sus hombros y se posó sobre sus generosos senos. Era tan bella que tuvo que hacer un esfuerzo para no perder la mirada en sus curvas y en sus largas y bronceadas piernas. Sin embargo, en un espacio tan minúsculo como el habitáculo del todoterreno no era tan fácil dejar de admirar su impresionante cuerpo, a pesar de que fuera tan mal vestida.

–Kim y Lisa me llamaron porque dirijo un rancho para ejecutivos que olvidan cómo relajarse y disfrutar de la vida. Según tus preocupadas hermanas, no haces otra cosa que trabajar en tu empresa de diseño. Así que te han pagado dos semanas de vacaciones en mi rancho.

–¿Cómo? –preguntó, enfadado–. Ni quiero ni puedo tomarme dos semanas de vacaciones, aunque sea con todos los gastos pagados.

Moriah sonrió, pero no le hizo ningún caso.

–Ah, por cierto, Kim y Lisa te desean un feliz cumpleaños.

–¿Cumpleaños? –preguntó.

Solo entonces cayó en la cuenta de que el domingo era su cumpleaños. Había estado tan concentrado en el diseño de un nuevo sitio de Internet para un cliente, que lo había olvidado. Pero aunque fuera su cumpleaños, no pensaba perder dos semanas con aquella mujer desenfrenada.

–Detén el coche y déjame bajar –exigió, de forma brusca–. No tengo tiempo para unas vacaciones obligadas. Tengo mucho trabajo.

–Todo irá bien, Jake.

–J.T. –insistió.

–Tranquilízate, Jake. Estoy especializada en estrés y sé que estás demasiado tenso.

–¡No estaría tan tenso si condujeras más despacio!

Moriah sonrió y aminoró la velocidad.

–¿Mejor ahora?

–No.

–Entiendo que estés enfadado. Es normal cuando se está tan estresado como tú. Pero te sentirás mucho mejor cuando descanses unos cuantos días.

–¡Estoy tan relajado como quiero estar! –protestó.

–Jake, estás alzando la voz…

–¡Yo soy así! –gritó–. Tengo un negocio que dirigir. Mis empleados no se tomarán en serio el trabajo si no estoy allí para vigilarlos, y no tengo intención de que lo arruinen todo.

–Pero si no te relajas un poco y rompes tu rígida rutina, estarás tan estresado que no podrás dirigir bien el negocio. Empezarás a comportarte mal con los empleados y con los clientes, y eso no sería bueno, ¿no te parece?

–¿Mi rígida rutina?

Moriah salió de la carretera y tomó un camino que se internaba en las montañas de aquella parte de Oklahoma.

–Sí, y tenemos que trabajar con eso. Te has convertido en una criatura de costumbres fijas y has olvidado relajarte y disfrutar de la existencia.

–Eso no es cierto. Sé muy bien cómo disfrutar.

–¿De verdad? –preguntó, con ojos brillantes–. ¿Puedo hacerte unas preguntas?

–No sabía que además tendría que hacer un examen. ¿Tengo tiempo para estudiar?

Moriah rio, divertida. Al parecer, no había nada que pudiera molestar a aquella joven.

–¿A qué hora te levantas por la mañana?

–A las seis en punto. ¿Eso es un problema?

–Solo si lo haces todas las mañanas… ¿Trabajas antes de marcharte a la oficina?

–Sí.

–¿Te despiertas en mitad de la noche y últimamente notas que estás muy tenso y que tienes los dientes tan apretados como ahora y los puños tan cerrados como ahora?

J.T. no respondió, aunque Moriah estaba en lo cierto.

–¿Sueles desayunar? –siguió preguntando.

–Sí, a las ocho menos cuarto. Siempre desayuno en un bar cercano y me tomo un café y un cruasán. Como ves, me tomo mi tiempo para desayunar.

–¿Siempre tomas café y cruasán? ¿Nunca cambias? Eres muy previsible, Jake.

J.T. sabía a dónde quería llegar con todo aquello. Quería echarle en cara que sus costumbres y horarios eran muy rígidos, pero a él no le molestaban. Llevaba diez años trabajando en su negocio y había alcanzado el éxito precisamente porque sabía cómo organizar su tiempo.

–Supongo que llegas a tu despacho y te pones directamente a trabajar… ¿A qué hora comes, Jake?

–Suelo comer hacia las dos. Me traen la comida a la oficina.

Moriah lo miró con desconfianza, como si no lo creyera.

–Ya. Y luego trabajas hasta las seis y te marchas a casa. Excepto hoy. Tus hermanas deshincharon las ruedas de tu coche y me pidieron que te llevara al rancho.

J.T. apretó los dientes y pensó que se vengaría de sus hermanas. Se había sacrificado mucho por ellas y ahora se lo pagaban de aquel modo. Las había cuidado y consolado cuando sus padres murieron de forma inesperada en un barco, durante unas vacaciones. Aquella tragedia había cambiado sus vidas y él se había visto obligado a asumir toda la responsabilidad y a hacerse cargo de Kim y de Lisa.

–¿Qué haces todos los días cuando regresas a casa? –preguntó ella.

El ejecutivo pensó en su día a día. Ciertamente llevaba un régimen de comidas muy monótono y cenaba delante de la televisión, aunque también hacia ejercicio y trabajaba durante la noche. Sin embargo, no estaba dispuesto a confesarle la verdad. No era asunto suyo.

–Disfruto de las excelentes cenas de mi cocinera y ama de llaves –mintió–. Se llama Stella.

–Mmm.

–Después, me ducho y me cambio antes de salir a tomar algo con alguna amiga.

–¿Sales mucho?

–Continuamente. Con una mujer distinta cada noche. Siempre he dicho que en la variedad está el gusto.

–¿Y qué hacéis para divertiros? –preguntó.

La joven giró y tomó una carretera de grava que bordeaba una empinada colina.

–Hacemos el amor. Muchas veces. ¿No se supone que el sexo es el mejor ejercicio para un ejecutivo estresado como yo?

J.T. pensó que acababa de anotarse un punto. Moriah dejó de sonreír y carraspeó, así que decidió insistir:

–Sexo, me encanta el sexo, en todas las posiciones, de todas las formas posibles y cuanto más, mejor. Recarga mi batería, por así decirlo.

–Interesante –dijo, sin apartar la vista de la carretera.

–Súper interesante –puntualizó–. Y después de hacer el amor, me baño y disfruto de la espuma durante una hora.

En realidad, J.T. no había disfrutado de un baño con espuma en toda su vida, pero no estaba dispuesto a confesar la verdad.

–¿Y en qué piensas cuando te relajas, Jake?

–En sitios y en posturas originales para hacer el amor. Procuro no repetir dos veces la misma posición.

Moriah se ruborizó y J.T. se alegró mucho. Se había metido en su vida sin permiso. Además, él no necesitaba dos semanas de vacaciones en mitad de ninguna parte.

–Ah, ya estamos llegando… –dijo ella.

J.T. miró al exterior y vio diez cabañas de madera escondidas entre álamos, cedros y olmos. El rancho se encontraba junto a un río, en un amplio valle rodeado de montañas. En el centro del recinto se veía una gran casa de piedra, y hacia el norte se distinguía un pequeño complejo de apartamentos. Además, había un establo en una colina cercana.

Aquel lugar era una mezcla entre los típicos ranchos de las montañas y las palaciegas propiedades que había visitado con su familia, cuando era un niño, durante sus vacaciones en Luisiana y Misisipí. Era un lugar muy bello, pero no el tipo de sitio donde le gustaba perder el tiempo. Y aquello, definitivamente, era una pérdida de tiempo. Tenía cosas que hacer, así que se dijo que sería tan beligerante como pudiera. De ese modo, Moriah se aburriría de él y lo tomaría por un caso perdido.

–Antes de llevarte a tu cabaña te presentaré a nuestros trabajadores.

La joven detuvo el vehículo, tomó todas las pertenencias del ejecutivo y comenzó a caminar hacia el edificio principal.

–Y llevaré mis cosas –protestó él.

–No, de eso nada. Todos los dispositivos electrónicos y los maletines se tienen que quedar en recepción. Ah, y también tendrás que darme tu teléfono móvil.

–¿Por qué? ¿Piensas hacer llamadas internacionales y cargarlas a mi cuenta?

–No. Pienso aislarte de la civilización para que no tengas contacto con el mundo que tanto te estresa.

–No lo permitiré. Tengo la costumbre de llamar a mis hermanas tres veces a la semana y hoy me toca.