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Este libro asoma por el horizonte un 22 de octubre, festividad de la Luna Azul. Ese día las mujeres nilas se internan en la jungla a la búsqueda de cachorros de tigre que luego amaestrarán para que protejan sus aldeas de los enemigos.

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No le hagas
preguntas
a la tristeza

Antología de poemas
de las tribus de la India

JESÚS AGUADO

Título de esta edición:
No le hagas preguntas a la tristeza. Antología de poemas
de las tribus de la India

Primera edición en:
Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga, 2004

De esta nueva edición corregida y aumentada:
LA LÍNEA DEL HORIZONTE EDICIONES:
octubre de 2019

© de esta edición:

LA LÍNEA DEL HORIZONTE EDICIONES:

www.lalineadelhorizonte.com
info@lalineadelhorizonte.com

© de la selección, traducción e introducción: 
Jesús Aguado

© de la maquetación y el diseño gráfico:
Víctor Montalbán | Montalbán Estudio Gráfico

© de la maquetación digital: Valentín Pérez Venzalá

ISBN ePub: 978-84-17594-62-6 | THEMA: DCQ; 1FKA

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

CUADERNOS
DE HORIZONTE

SERIE AZIMUT

No le hagas
preguntas
a la tristeza

Antología de poemas
de las tribus de la India

JESÚS AGUADO

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INTRODUCCIÓN

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Debo empezar confesando que este libro no es la labor de un erudito. No soy experto en tribus de la India ni entiendo ninguno de sus lenguajes. Si me apuran, me confundiría, estoy seguro, a la hora de situar geográficamente muchas de ellas. Son cientos —solo en el área que comprende los estados de Bihar, Bengala y Odisha se contabilizan casi cien grupos tribales distintos— y suman una población aproximada equivalente a la de España. Las más importantes, como la de los Santal o los Kondh, tienen cuatro y un millón de miembros, respectivamente, pero hay algunas en claro peligro de extinción de las que sobreviven apenas unos cientos de personas. Mientras predominó la creencia de una protohistórica invasión aria de la India, se les bautizó como adivasis, que significa «primeros pobladores»; cuando más adelante varios historiadores indios pusieron en duda esa posibilidad, se les pasó a llamar vanvasis, «habitantes de los bosques». En el Mahabhárata, la gran epopeya de la India, se menciona, entre otros, a los kiratas, una tribu de cazadores que vivía en las montañas. Pero todo esto, en efecto, es solo historia, ya que su presente es cualquier cosa menos alentador, entre otras razones porque esos bosques o montañas o esa caza, que han constituido la base de su economía desde tiempos remotos, están desapareciendo por la voracidad insana de un modelo de civilización moderna que, lo confiese o no, les considera un estorbo. Como la mayoría no tienen escritura y además están siendo, o desplazados por las exigencias bulímicas de la industrialización y la superpoblación —presas gigantescas como las del Narmadá (contra las que tiene escritos rotundos, y publicados en nuestro país, Arundhati Roy), que les obligan a abandonar sus selvas para consumirse en los arrabales de las grandes ciudades—, o aculturadas a pasos de gigante, pues no se pueden defender ni casi protestar. En la misma India es difícil encontrar buena bibliografía sobre sus tribus —casi toda la disponible son estudios sociológicos y antropológicos basados en una metodología obsoleta, espectaculares libros de fotos que apenas «cuentan» nada o los viejos manuales o diarios de los misioneros, algunos ejemplares como los de Verrier Elwin pero la mayoría manipuladores hasta la náusea—, lo cual no deja de ser un síntoma de lo relegadas que están en la práctica. La constitución las protege en teoría, junto a las castas más desfavorecidas, asignándoles una cuota en las escuelas y universidades o los trabajos estatales, pero los hechos hablan más bien de desidia, indiferencia y abandono. Su legado cultural está solo preservándose a cuentagotas, más fruto del azar y del entusiasmo de algunos individuos particulares que gracias a una voluntad firme y organizada de los políticos o las instituciones. Lo de siempre.

Mi interés por las tribus de la India, y más en concreto por sus poemas y canciones, me lo despertó la lectura del libro de Sita Kant Mahapatra que se cita en la breve bibliografía orientativa que se incluye al final de esta introducción, The Awakened Wind. Desde entonces he buscado más material y alguno he encontrado, pero la mayoría está descatalogado, ausente de las bibliotecas —al menos las que yo he consultado— o es inexistente. He fatigado páginas webs, hartado a amigos libreros de la India y asistido a su feria del libro más importante —con más de mil casetas— para, al final, tener la frustración de no haber conseguido poemas y canciones más que de un puñado de las cientos de tribus de la India. Una de las que, por ejemplo, se quedan fuera de esta antología es la de los Nagas, sobre los que hay muchos documentos de toda clase, pero no canciones o poemas hasta donde yo haya podido rastrear —no me rindo: si existen acabaré encontrándolos—. Muy poco, por tanto, para poder considerarse esta una antología total y rigurosa, pero espero que lo suficiente para despertar el interés sobre varias culturas amenazadas de extinción cuyo legado, en la medida en que he podido atisbarlo, es espectacularmente hermoso y sabio.

Mahabhárata,RamayanaPuranasEl rey y el bardo de la tribu,(vid., Flags of Flame

Estos poemas supongo que fuera de contexto dicen otra cosa que alrededor de una hoguera, como canción de trabajo, en la pedida de una novia, como entretenimiento de un día de mercado, como sortilegio contra los malos espíritus, como broma o acertijo para pasar unas horas antes de acostarse. Muchos de sus guiños y de sus símbolos se pierden si no eres de allí, aunque eso también le pasa a un Lorca traducido, pongamos, al bengalí o a un Eliot vertido al chino. Lo que queda, sin embargo, es lo que podemos asimilar e incorporar a nuestras células, a nuestra visión del mundo, a nuestro ser y a nuestro estar: lo que queda es lo traducible a nuestros modos de tratar con los misterios insondables y con la realidad cotidiana. Muy poco, porque eso no nos hace viajar al corazón de lo que ellos son, al centro de sus poblados, y demasiado, porque apenas les atendamos desatendiéndonos, un segundo después de concederles la palabra y callarnos nosotros, nos encontraremos de pronto en un lugar desconocido y lleno de preguntas para las cuales ninguna de nuestras respuestas habituales nos servirá.