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Índice

 

Construir los vínculos del apego

 

Agradecimientos

Introducción

Capítulo 1. Principios generales de la crianza y la terapia

Capítulo 2. El maltrato y abandono de Katie.

Capítulo 3. Ruth Daley, hogar de acogida n.º 1

Capítulo 4. Karen Miller, hogar de acogida n.º 2

Capítulo 5. Susan Cummings, hogar de acogida n.º 3

Capítulo 6. ¿Qué se puede hacer?

Capítulo 7. Un nuevo enfoque

Capítulo 8. Jackie Keller, hogar de acogida n.º 4

Capítulo 9. La vida con Jackie

Capítulo 10. La colcha

Capítulo 11. Decir que no a Jackie

Capítulo 12. Cena de acción de gracias

Capítulo 13. Jackie y su madre Sarah

Capítulo 14. Invierno en Maine

Capítulo 15. Tribunal de distrito de Maine

Capítulo 16. La llegada de la primavera

Capítulo 17. Un nuevo verano

Capítulo 18. Miedo y alegría

Epílogo

Referencias

Notas

 

Todos los derechos reservados.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

 

Título original: Building the bonds of attachment. Awakening love in deeply traumatized children

Copyright © 2018 by Rowman & Littlefield

Publicado originalmente por Rowman & Littlefield,

4501 Forbes Boulevard, Suite 200, Lanham, Maryland 20706

 

© 2020 EDITORIAL ELEFTHERIA, S.L.

Sitges, Barcelona, España

www.editorialeleftheria.com

Primera edición: Julio de 2019

© De la traducción: Antonio Aguilella Asensi

Ilustración de cubierta: istock.com/PeopleImages

Maquetación: Ana Córdoba Pérez

ISBN (papel): 978-84-120671-0-1

ISBN (e-book): 978-84-120671-1-8

DL: B 18304-2019

1. N. del t.: por sus siglas en inglés: playful, accepting, curious and empathic.

2. N. del t.: en Estados Unidos, esta festividad corresponde con el tercer domingo de junio.

AGRADECIMIENTOS

Me gustaría comenzar reconociendo mi deuda con muchos padres adoptivos y de acogida, tanto en el estado de Maine como en otros estados, que han supuesto un reto para mí y que me han enseñado y apoyado en mi empeño por comprenderlos y ayudarlos, tanto a ellos como a sus hijos. He aprendido de ellos con frecuencia y me han inspirado constantemente.

También quiero resaltar las contribuciones creativas y cooperativas a este trabajo realizadas por muchos otros terapeutas, asistentes sociales y profesionales diversos que se dedican a encontrar formas de ayudar al niño desapegado a convertirse en un miembro de pleno derecho de su familia y de su comunidad. Quiero dar las gracias a dos psicólogas que pertenecen a la comunidad de la psicoterapia diádica del desarrollo en Inglaterra, Deborah Page y Kim Golding, quienes revisaron el manuscrito de la tercera edición y me brindaron valiosas sugerencias. También estoy agradecido a quienes me han aportado sus útiles comentarios tanto sobre esta versión como sobre las anteriores, como Mark Beischel (del Peru State College), Victoria A. Fitton (de la Universidad Estatal de Michigan), Katie Heiden-Rootes (de la Universidad de Saint Louis) y Barbara Nicoll (de la Universidad de La Verne). Desde el ámbito profesional, todavía no se comprenden lo suficiente los problemas generalizados que manifiestan estos niños ni las intervenciones integrales que son necesarias para ayudarlos. Los profesionales que trabajan con ellos deben afrontar su responsabilidad con humildad, dedicación, cuidado y creatividad si quieren lograr resultados, y sé de muchos que lo están haciendo ahora mismo. Necesitamos apoyarnos mutuamente en nuestro trabajo y reconocer que todos estamos buscando maneras de ayudar.

Mi comprensión del apego se originó claramente en mi familia de origen. Mis padres, Marie y William, así como mis encantadores e interesantes hermanos, Jim, Mary Pat, Kathleen, Bill, John y Mike, permanecen incrustados en mi percepción del self y de los demás. Finalmente, mis hijos, Megan, Kristin y Madeline, y mi nieta, Alice Rose, han aportado un profundo significado a mi vida y serán la fuente de consuelo y de alegría hasta el final de mis días.

INTRODUCCIÓN

La tercera edición de Construir los vínculos del apego perpetúa el propósito de las ediciones anteriores de hacer que la historia de Katie refleje con mayor precisión los continuos avances de la psicoterapia diádica del desarrollo (PDD). Esta edición describe las teorías, las investigaciones y los principios e intervenciones relacionados que ahora guían este modelo de tratamiento y atención. Los cambios importantes reflejan el desarrollo ulterior de nuestra comprensión del impacto del trauma, del apego y de la neurobiología en niños como Katie, así como las experiencias de muchos terapeutas que han seguido perfeccionando este modelo de tratamiento y atención durante los últimos veinte años.

En esta edición he integrado nuestra nueva comprensión del trauma del desarrollo, que se debe al trauma intrafamiliar e interpersonal y que, tal y como se ha demostrado, causa efectos mucho más graves en el desarrollo de un niño que los originados por un trauma simple. También he introducido el concepto de “bloqueo de los cuidados” para describir las graves dificultades a la hora de proporcionar cuidados a una niña desconfiada como Katie. A lo largo del libro, he presentado los numerosos desarrollos e intervenciones, tanto en el tratamiento como en los cuidados, que han evolucionado en el ámbito de la PDD desde que se publicó la segunda edición. Se presenta con más detalle la actitud PACE1 (juguetona, que acepta, curiosa y empática), al igual que las intervenciones de cuidados que son menos importantes para la teoría del apego que para la teoría del aprendizaje social. La mayor profundidad de mi comprensión de la intersubjetividad también ha influido en la presentación de las interacciones entre Katie, Jackie (la madre de acogida) y Allison (la terapeuta) en esta edición. Hay muchas interacciones entre Katie, Allison y Jackie a lo largo del libro que no aparecían en ediciones anteriores y están en consonancia con el desarrollo posterior de la teoría y de la práctica.

Finalmente, como profesional clínico que ejerce en un área en la que todavía se están desarrollando “directrices de buenas prácticas”, no he dejado de reflexionar sobre las intervenciones empleadas. He hablado con amigos y colegas que también usan la PDD para tratar a niños con problemas similares a los de Katie, así como con terapeutas que emplean una serie de enfoques distintos. Mi objetivo principal ha sido permanecer fiel al conocimiento empírico que ha surgido de los centros académicos, así como de los terapeutas experimentados y de los padres involucrados en las historias “de la vida real” de tantos niños y jóvenes.

Este trabajo trata de describir el difícil viaje que se requiere para comprender y ayudar a los niños que sufrieron maltratos y abandonos graves y que no desarrollan la seguridad del apego con sus padres adoptivos y de acogida. En esta obra opté por emplear un caso práctico compuesto con el fin de transmitir la historia de muchos de estos niños y familias. Cada niño es único y se presenta con una constelación de factores que son relevantes para su vida. Las intervenciones que necesita un niño en concreto pueden no valer para otro. Espero poder presentar los principios generales de intervención, tanto en el hogar como en terapia, para niños traumatizados que no manifiestan seguridad de apego. Al mismo tiempo, espero que tanto los terapeutas como los padres puedan reconocer e identificarse de inmediato con esta historia. Creo que el formato narrativo es el que mejor puede transmitir el tono afectivo y las comunicaciones necesarias para que las intervenciones sean efectivas. Espero que el lector considere que los principios básicos de intervención relevantes en este caso práctico compuesto son útiles para vivir y trabajar con innumerables niños similares y con sus familias.

Katie, la niña traumatizada que no confía en sus cuidadores, existe solo en estas páginas. Lo mismo ocurre con su asistente social, Steven, con su madre de acogida principal, Jackie, con su terapeuta, Allison, y con los diversos personajes secundarios. Pero la gran mayoría de los eventos, experiencias, relaciones, pensamientos, sentimientos y comportamientos descritos en este libro han ocurrido, ocurren y continuarán ocurriendo en Maine, en el resto del país y en todo el mundo. Se darán allá donde haya niños traumatizados que no sepan desarrollar aspectos de la seguridad del apego con sus nuevos padres, con otros cuidadores, con terapeutas y con profesores. En mi trabajo como psicólogo se dan constantemente. Katie y Jackie cuentan las historias de estos individuos reales porque sus historias deben ser escuchadas, entendidas y abordadas. Estos niños necesitan nuestra atención, nuestra guía, nuestro amor y nuestra ayuda. Necesitan comenzar a vivir seguros dentro de la comunidad humana.

La historia de Katie simboliza el arduo viaje al que se enfrentan la mayoría de los niños traumatizados que tienen una capacidad mermada para confiar en sus cuidadores. Muchos de ellos permanecen inmersos en historias que son mucho menos halagüeñas que la de Katie. Muchos rompen con sus entornos de acogida a lo largo de su infancia y adolescencia y acceden a la edad adulta sin ninguna relación que les brinde la sensación de estar “en casa”. Entonces entablan insatisfactorias relaciones posteriores que conducen a decepciones, divorcios, violencia doméstica, consumo de sustancias y, en último extremo, al maltrato y abandono de sus propios hijos. El ciclo de maltrato es mayor entre aquellos adultos y niños que no saben cómo formar apegos seguros y significativos.

Seguimos al personaje de Katie Harrison desde que nace hasta después de cumplir los ocho años. Durante sus primeros cinco años de vida fue objeto de repetidos maltratos, tanto emocionales como físicos. También experimentó un profundo abandono emocional por parte de unos padres que la ignoraban, que se mostraban indiferentes ante ella y apenas tenían sitio para ella en sus corazones. Durante los siguientes tres años, Katie pasó por varios hogares de acogida. El daño que le hicieron sus padres siguió vivo dentro de su núcleo afectivo y mermó gravemente su disposición y su capacidad para desarrollar la seguridad del apego con sus nuevos cuidadores.

LA TEORÍA QUE SUBYACE A LA HISTORIA DE KATIE

En familias estables, un bebé forma un apego seguro con sus padres con la misma naturalidad con la que respira, come, ríe y llora. Esto ocurre con facilidad porque las interacciones en sintonía de sus padres satisfacen constantemente sus necesidades de desarrollo. Los padres perciben sus estados fisiológicos/afectivos y le responden de manera sensible y completa. Sin embargo, sus padres no se limitan a satisfacer sus necesidades únicas, sino que “bailan” con él. Cientos de veces, día tras día, bailan con él al ritmo de la vitalidad y del significado compartido.

Hay otras familias en las que el bebé no baila ni escucha el sonido de ninguna música. En estas familias no logra formar esos apegos seguros. Por el contrario, su tarea —su constante suplicio— es aprender a vivir con unos padres que son poco más que unos extraños. Los bebés que viven con extraños ni viven bien ni crecen bien.

La seguridad personal es fundamental para la seguridad del apego. Para los niños pequeños, el propósito central de desarrollar apegos es garantizar su seguridad. Una vez que se garantiza la seguridad, ya se puede a pasar otros aspectos de la infancia. La mente funciona mejor en condiciones de seguridad percibida. Sin seguridad, la función casi exclusiva de la mente es reducir la amenaza y crear seguridad mediante variaciones de los estados de lucha, huida o parálisis. Al tomar la decisión de reducir el riesgo instantáneo, la mente no involucra a las partes del cerebro de formación más lenta, el córtex prefrontal y el del cíngulo anterior, donde se ubican las funciones más verbales/asociativas y reguladoras del cerebro. Una vez que se garantiza la seguridad (porque el niño ha aprendido a confiar en el cuidado que le brinda su cuidador), ya puede explorar su mundo integrando todos los aspectos del cerebro. Este papel esencial de la seguridad percibida como base de todo desarrollo posterior se hace explícito en el ámbito de la teoría e investigación neuropsicológica (Schore, 2001; Siegel, 2012; Porges, 2011) y en la investigación aplicada que se basa en la teoría del apego (Cassidy & Shaver, 2016).

Obviamente, lo traumático se da cuando los padres hacen daño a un niño física, sexual, verbal y emocionalmente. Sin duda, lo traumático también se da cuando un niño experimenta una dejadez sistemática y/o es abandonado por sus padres. Este sería el trauma de ausencia. Se considera que el trauma es la fuente de múltiples síntomas de enfermedad mental cuando ocurre en el ámbito de las relaciones familiares. El trauma intrafamiliar/interpersonal se clasifica ahora como trauma del desarrollo (TD) en los principales centros de trauma infantil de los Estados Unidos. El TD describe los complejos dominios de deterioro que a menudo son secundarios con respecto al trauma interpersonal (Cook et al., 2005).

Se considera que el TD coloca a los niños en riesgo de disfunción generalizada en los siguientes siete dominios de funcionamiento:

1. Apego: la disposición a acudir a adultos específicos en busca de seguridad, de consuelo y de experiencias de alegría recíproca. Con un TD, es probable que los patrones de apego del niño estén desorganizados y lo coloquen en serio riesgo de no poder gestionar el estrés en ninguna de sus formas.

2. Biología: la capacidad de identificar y regular diversos estados fisiológicos. Con un TD, el niño puede tener dificultades para identificar y regular el hambre, el sueño, el dolor y los estados de excitación.

3. Regulación del afecto: la capacidad de identificar, regular y expresar estados afectivos, tanto positivos como negativos. Con un TD, el enfado del niño puede convertirse en rabia, la tristeza, en desesperación, el miedo, en terror y la emoción puede ser una ansiedad generalizada.

4. Disociación: representa la incapacidad de mantenerse psicológicamente presente, abierto e involucrado al exponerse a estados particulares de conciencia y emoción, así como en presencia de eventos o personas extremadamente estresantes o en situaciones asociadas a esos eventos o personas.

5. Control de comportamiento: la capacidad de entablar un comportamiento centrado, flexible y regulado. Con un TD, el comportamiento corre el peligro de ser impulsivo y/o compulsivo.

6. Cognición: el desarrollo de una gran variedad de habilidades, como la integración sensorial, el habla y el lenguaje, el procesamiento auditivo, el razonamiento, la resolución de problemas, las destrezas de atención, las habilidades académicas y el funcionamiento reflexivo. Con un TD, todas estas habilidades corren el riesgo de desarrollarse de forma deficiente.

7. Autoconcepto: el sentido del self como un ente con continuidad y digno de un cuidado incondicional. Con un TD, el sentido del self tiende a ser negativo (incrustado en la vergüenza) y/o fragmentado, sin continuidad entre una situación o relación y la siguiente.

A Katie respondía a un patrón de apego desorganizado que le impedía regular el estrés, ya fuera confiando en sí misma o en los demás. Este patrón coloca al niño en riesgo de sufrir problemas de salud mental a lo largo de su vida, tanto los caracterizados por la exteriorización (confrontación-desafío, TDAH, arrebatos explosivos), así como por la interiorización (trastornos de ánimo y de ansiedad y disociación). También manifiesta desregulación del afecto, tendencias disociativas, deterioro del funcionamiento reflexivo, conductas impulsivas y un autoconcepto fragmentado y basado en la vergüenza.

En nuestro empeño por comprender e integrar los hallazgos de la neurobiología en el tratamiento y cuidado de niños como Katie, mi colega Jon Baylin y yo hemos introducido los conceptos de “bloqueo de la confianza” y “bloqueo de los cuidados” (Baylin y Hughes, 2016; Hughes y Baylin, 2012). El bloqueo de la confianza se refiere al impacto del maltrato y el abandono en la capacidad de los niños pequeños para confiar en que pueden contar con que sus cuidadores satisfagan sus necesidades físicas y psicológicas básicas. Al carecer de esta sensación esencial de confianza en su cuidador, tienen que confiar en sí mismos para tratar de satisfacer sus propias necesidades. Realizan esfuerzos impulsivos y compulsivos para cuidarse a sí mismos acumulando alimentos y objetos, mientras que al mismo tiempo se centran en manipular o intimidar a otros para que hagan cosas por ellos, ya que no confían en que los adultos busquen lo mejor para ellos de forma natural. El bloqueo de los cuidados se refiere al hecho de que es muy difícil para los cuidadores proporcionar de manera fiable una gama completa de cuidados a un niño que rechaza constantemente dichos cuidados. Cuidar a un niño es mucho más que un trabajo. Implica tener estados neurobiológicos de querer estar cerca de nuestro hijo, experimentar placer juntos, estar muy interesados en descubrir quién es nuestro hijo y en quién se está convirtiendo y experimentar significados especiales en las rutinas y rituales que se desarrollan. Estos estados neurobiológicos están diseñados para la reciprocidad. Si el niño no responde sistemáticamente a estos estados de cuidado, es muy difícil mantenerlos. Estos retos están separados de los desafíos que podrían activarse por aspectos de las propias historias de apego de los padres. Incluso los padres que han tenido excelentes historias de apego corren el riesgo de experimentar un bloqueo de los cuidados al intentar criar a un niño que, al igual que Katie, se aleja de ellos.

Cuando el bebé y el niño pequeño están lo suficientemente seguros como para comenzar a explorar su mundo, su primer interés es el mundo interpersonal. Una característica esencial de dicha exploración —que se optimiza en circunstancias de seguridad de apego— es la intersubjetividad primaria y secundaria (Trevarthen, 2001; Trevarthen y Aitken, 2001). Con intersubjetividad primaria me refiero al descubrimiento recíproco del bebé y del progenitor, y también al self en relación con el otro. Los bebés descubren quiénes son —el sentido original de sí mismos— en los ojos, la cara, la voz, los gestos y el tacto de su madre y de su padre. Su autodescubrimiento implica el descubrimiento del impacto que están ejerciendo en sus figuras de apego. El progenitor descubre quién es —con respecto a la identidad como padre o madre— en la respuesta que le da el bebé. La intersubjetividad primaria implica esta relación inmediata de persona a persona.

Con intersubjetividad secundaria me refiero al descubrimiento del niño de las características del mundo (personas, objetos y eventos) mediante la experimentación del impacto de ese mundo tanto en él como en sus padres. Cuando el padre o la madre responde a un extraño o a un evento, le confiere un significado y proporciona el patrón para el significado que el niño asociará con ese extraño o evento. La intersubjetividad secundaria implica una relación inmediata de persona a objeto mediada por otra persona.

La intersubjetividad tiene tres aspectos. En primer lugar, la sintonía del afecto (afecto compartido) implica la combinación de los estados afectivos de padres y bebés. A medida que el bebé expresa su estado emocional/fisiológico afectivamente (el cuerpo expresa el estado subyacente en las expresiones faciales, la prosodia de la voz y los gestos), los padres responden con una expresión muy similar. Es como si los padres estuvieran imitando al bebé, pero la sintonía es más que eso. Los progenitores están respondiendo a la emoción subyacente o estado fisiológico que expresa el afecto del bebé. Por lo tanto, la respuesta de los padres puede expresar ese estado afectivamente con una modalidad diferente a la expresión del bebé (con movimientos del brazo en lugar de expresiones vocales), pero sigue transmitiendo al bebé que su expresión ha sido reconocida y respondida. La sintonía puede considerarse una forma esencial de transmitir empatía por la experiencia del otro. Los otros dos aspectos de la intersubjetividad implican atención compartida y también intenciones compartidas. No se trata únicamente de que el padre/madre y el niño estén inmersos en un estado congruente de afecto vital, sino que además su atención se centra en quién o en qué es importante para ambos en ese momento y sus intenciones son compatibles (percibir, descubrir y disfrutar el uno del otro o un evento/objeto del mundo). Al centrarse ampliamente en la intersubjetividad en lugar de hacerlo en la característica más específica de la sintonía del afecto, uno puede comprender cómo la diada progenitor-hijo afecta tanto a la mente como al corazón de cada uno. A través de la sintonía, el bebé se siente receptivo y conectado con su progenitor y también puede comenzar a regular sus estados afectivos a través de la primera corregulación de su afecto con el estado afectivo de sus padres. A través de la adición de atención e intención conjuntas, el bebé también puede comenzar a reflexionar sobre su vida interior de pensamiento, afecto e intenciones, así como acerca de la vida interna de sus padres. Es capaz de co-crear el significado de las personas, los objetos y los eventos de su vida. También es capaz de buscar y disfrutar de actividades de cooperación con objetivos e intereses conjuntos.

La comunicación no verbal representa la fuente de la decisión inicial sobre si iniciar o no una experiencia intersubjetiva y es una característica esencial de la intersubjetividad en sí misma. Cuando el niño pequeño percibe enfado o rechazo en la cara o la voz de su padre/madre, es poco probable que entre en un estado intersubjetivo con ella. No estará dispuesto a aprender sobre sí mismo y sobre los demás en esos momentos, ya que sabe que lo que aprenda implicará vergüenza o miedo. De manera similar, cuando el progenitor percibe que su hijo está enfadado o ansioso, puede evitar entrar en un estado intersubjetivo con él si el afecto de su hijo le hace sentir incómodo. Si esa conexión activa las experiencias no resueltas de su historial de apego y si le hace vulnerable a los pensamientos de que está fallando como progenitor, la evitará.

El progenitor debe ser consciente del impacto de su comunicación no verbal sobre su hijo e intentar regularlo y dirigirlo de manera que facilite —y no impida— el aprendizaje intersubjetivo. Enfadarse recurrentemente, evitar por sistema las interacciones y mantenerse ambiguo ante el significado de los estados afectivos negativos hace que el niño que carece de seguridad de apego se muestre más reacio a los estados intersubjetivos y evite entrar en ellos. Sin estos estados, el niño seguirá careciendo de seguridad y confianza, así como de las habilidades interpersonales necesarias para desarrollar un sentido de sí mismo más positivo e integrado. Es probable que este niño perciba ira cuando no la hay y motivos negativos tanto en el self (vergüenza) como en el progenitor (atribuciones negativas) (Feiring et al., 2002). Es menos probable que este niño pueda percibir a sus padres como fuente de seguridad y a la vez como la forma de entender cualidades importantes de sí mismo, de los demás y del mundo (Pears y Fisher, 2005).

Para ser intersubjetivo, este proceso debe afectar tanto al bebé como al padre/madre. Al igual que el bebé está involucrado en un proceso de descubrimiento de sí mismo y del otro a través de la experiencia conjunta con su figura de apego, el progenitor también descubre aspectos de sí mismo y del otro a través de la participación en este proceso. Es inherentemente recíproco. Si el progenitor no se ve afectado por su bebé, el bebé se verá menos afectado por el progenitor. Es probable que en esa situación —que es análoga al abandono— la experiencia del self incluya una sensación esencial del estilo “No soy interesante, ni especial ni digno de que mis padres me quieran”. Si el bebé no se ve afectado por sus padres, el sentido del self de los padres se verá dañado. Cuando un niño tiene una dificultad significativa para participar en comportamientos que refuercen la seguridad de apego, sus padres corren el riesgo de comenzar a dudar de sus habilidades de crianza y de reaccionar negativamente a su percepción del “rechazo” de su hijo hacia ellos. Cuando estas dudas se vuelven crónicas, crean un bloqueo de los cuidados en el que el progenitor no ha experimentado suficiente placer y satisfacción al proporcionar a su hijo un cuidado constante, aunque puede continuar siendo capaz de “hacer lo que hay que hacer” con respecto a la crianza de los hijos (Hughes & Baylin, 2012). A los padres que experimentan un bloqueo de los cuidados les resulta difícil mantener sus corazones involucrados con sus hijos.

Hay tres sistemas neurobiológicos de relaciones dentro del cerebro humano: el apego (recurrir al padre/madre o a otra persona en busca de seguridad), el compañerismo (relacionarse con otros de manera intersubjetiva para compartir intereses y disfrutar) y el dominio (aceptar la guía y el liderazgo del otro para alcanzar una meta). En los hogares en los que el niño cuenta con un apego seguro, los tres sistemas funcionan de una manera flexible e integradora en la que el padre/madre proporciona al niño cuidados, amistad y toma de decisiones fidedigna y fiable. Es probable que los niños que experimentan un trauma de desarrollo tengan grandes dificultades en las tres formas de relacionarse. No querrán que los cuiden, tendrán dificultades para desarrollar y mantener amistades y se resistirán enormemente a aceptar que otros tomen decisiones por ellos.

Cuando la reacción de los padres ante niño es de ira, miedo o rechazo, lo más probable es que el niño evite las experiencias intersubjetivas, ya que seguramente le provoquen una buena dosis de terror y vergüenza. No se sentirá seguro en estados intersubjetivos. Es probable que el sentido del self resultante sea muy negativo y muy incoherente, con grandes brechas e incongruencias. Es probable que no pueda utilizar los medios principales para aprender sobre sí mismo, sobre los demás, sobre los eventos y sobre los objetos (la mente y el corazón de su padre).

He defendido que para que un niño se desarrolle adecuadamente, necesita tener un impacto positivo en las personas clave de su vida —sus padres— y, en el caso de Katie, en sus padres de acogida y también en su terapeuta. Dados los problemas emocionales y de comportamiento generalizados de una niña como Katie, el peligro para sus padres de acogida o adoptivos es que tendrá un impacto negativo en ellos. Su enfado, su rechazo, su retraimiento, su desafío y su indiferencia pueden activar en los padres dudas sobre sus habilidades de crianza. Al darse cuenta de que están fallando como padres, es probable que no se sientan seguros mientras estén con sus hijos. Su valía y su capacidad se cuestionan continuamente. Estos padres correrán el riesgo de desistir de las experiencias intersubjetivas con sus hijos, de estar enfadados, tensos, retraídos, desanimados e indiferentes con ellos.

Por esta razón, el historial de apego de cada progenitor es un factor importante para que sea o no capaz de criar a un hijo que se resiste a tener unos padres que lo críen (Dozier et al., 2001; Steele et al., 2003). Si el comportamiento del niño activa en el interior del progenitor aspectos de sus relaciones con sus propios padres que no se resolvieron y no se integraron correctamente, es probable que ese padre/madre reaccione con ira o ansiedad en respuesta a su hijo. Al no sentirse seguro, no podrá proporcionar a su hijo la sensación de seguridad que va a necesitar para aprender nuevos patrones emocionales y de comportamiento. Un progenitor que haya alcanzado su propia seguridad de apego en las relaciones importantes de su vida podrá estar presente afectivamente (sensible, receptivo y disponible) para su hijo cuando su hijo se vuelva desregulado afectiva, cognitivamente y/o conductualmente. No reaccionará a los comportamientos extremadamente enfadados y ansiosos de su hijo, sino que responderá a los aspectos del niño que subyacen a esos comportamientos (soledad, miedo, vergüenza, desesperación) e iniciará experiencias intersubjetivas que puedan facilitar la resolución e integración de esos estados.

 

 

NOTA DE LA EDITORIAL A LA VERSIÓN EN ESPAÑOL: En la versión original en inglés el autor utiliza principalmente el término parent, cuya traducción es padre o madre. Como deseamos que la lectura sea lo más fluida posible, utilizaremos indistintamente uno de los dos términos -padre o madre- rogando a los lectores que interpreten que en ningún caso se refiere a un solo género.