SYLVIA PLATH

 

 

Niño de piedra con delfín

 

 

Epílogo de Ted Hughes

 

Traducción de Guillermo López Gallego

 

 

 

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Sylvia Plath (Boston, 1932 - Londres, 1963). Escritora estadounidense especialmente conocida como poeta, aunque también es autora de obras en prosa, como la novela semiautobiográfica La campana de cristal (bajo el pseudónimo de Victoria Lucas), así como de relatos y ensayos. Junto con Anne Sexton, Plath es considerada una de las principales cultivadoras del género de la poesía confesional, iniciado por Robert Lowell y W. D. Snodgrass. Plath obtuvo una beca Fulbright que le dio la posibilidad de estudiar en la Universidad de Cambridge, donde continuó escribiendo poesía, y ocasionalmente publicaba su trabajo en el periódico universitario Varsity. Allí, en Cambridge, conoció al poeta inglés Ted Hughes, con quien se casó. Tras su muerte él se encargó de la edición de su poesía completa. En Nórdica hemos publicado Tres mujeres y Dibujos.

 

 

 

© Del texto: Sylvia Plath

© De la traducción: Guillermo López Gallego

Edición en ebook: marzo de 2020

 

© Nórdica Libros, S.L.

C/ Fuerte de Navidad, 11, 1.º B

28044 Madrid (España)

www.nordicalibros.com

 

ISBN: 978-84-18067-64-8

 

Diseño de colección: Diego Moreno

Corrección ortotipográfica: Victoria Parra y Ana Patrón

Composición digital: leerendigital.com

 

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Niño de piedra con delfín

 

 

CubiertaReconocida por su obra poética, Sylvia Plath fue también una brillante escritora de prosa.
Niño de la piedra con delfín forma parte de la colección de cuentos, ensayos y fragmentos de sus diarios, que destacan por su feroz concentración en el arte, la vitalidad de su inteligencia y los anhelos de su imaginación. En estos escritos se aprecia la temprana preocupación de Plath por los problemas derivados de las enfermedades mentales; los complejos procesos de la creatividad y, de manera destacada, una diversidad de temas que tienen la feminidad como eje central.

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Niño de piedra con delfín

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Las hijas de Blossom Street

de Sylvia Plath

 

 

 

 

LAS HIJAS DE BLOSSOM STREET

(Relato, 1959)

Resulta que no necesito que los avisos de huracán del «boletín de noticias y tiempo meteorológico» de las siete de la mañana me digan que hoy hace malo. Nada más bajar del pasillo del tercer piso del Centro de Especialidades, para abrir la oficina, me encuentro una pila de registros de pacientes esperándome justo delante de la puerta, puntual como el periódico de la mañana. Pero es una pila escasa, y tan seguro como que los jueves tenemos jaleo, sé que voy a tener que pasarme media hora larga llamando a cada puesto del Archivo para localizar los registros que faltan. Tan temprano, y mi camisa blanca bordada ya se está quedando sin almidón, y noto un trocito húmedo que se extiende debajo de cada brazo. Fuera, el cielo está bajo, espeso y amarillo como salsa holandesa. Abro de un empujón la única ventana de la oficina para renovar el aire; no pasa nada. Todo cuelga inmóvil, más pesado que la colada mojada en un sótano. Luego, corto la cuerda que rodea las carpetas de los registros y, mirándome desde la tapa del de arriba, veo estampado en tinta roja: MUERTO. MUERTO. MUERTO.

Intento que las letras digan TUERTO, sólo que no funciona. No es que sea supersticiosa. Aunque la tinta está manchada y se ha quedado oxidada como la sangre en la tapa del registro, sólo quiere decir que Lillian Ulmer ha Muerto, y el Número Nueve-uno-siete-cero está cancelado en la carpeta activa del Archivo. Billy el Triste del Puesto Nueve ha vuelto a confundirse de número, sin mala intención. Con todo, con el cielo así de oscuro, y el huracán retumbando por la costa, más cerca cada vez que me doy la vuelta, tengo la sensación de que Lillian Ulmer, que en paz descanse, me ha hecho empezar el día con el pie izquierdo.

Cuando llega mi jefa, la señorita Taylor, pregunto por qué no queman los registros de la gente que ha ido a Blossom Street para ahorrar espacio en las carpetas. Pero dice que muchas veces guardan los registros una temporada si la enfermedad es interesante, por si luego se hace un estudio estadístico de los pacientes que la han tenido.

Fue mi amiga Dotty Berrigan de la Unidad de Alcoholismo la que me habló de Blossom Street. Dotty se encargó de enseñarme el hospital, cuando entré de secretaria en Psiquiatría de Adultos, dado que ella estaba en el mismo pasillo que yo, y llevábamos muchos casos juntas.

—Aquí debéis de tener un montón de muertos todos los días —dije.

—Ya te digo —afirmó—. Y todos los accidentes y las palizas que quieras que llegan a Urgencias desde South End tan constantes como los impuestos.

—Bueno, ¿y dónde guardan a los muertos?

No quería entrar de pronto por error en una habitación llena de cadáveres preparados o cortados, y en aquel momento me parecía demasiado fácil perderme en los innumerables niveles de pasillos del mayor hospital general del mundo.

—En una habitación de Blossom Street, ya te enseñaré dónde. Los médicos nunca dicen que alguien ha muerto con esas palabras, ¿sabes?, para que los pacientes no se pongan morbosos. Dicen: «¿Cuántos de los tuyos han ido a Blossom Street esta semana?». Y el otro tipo dice: «Dos» o «Cinco». O los que sean. Porque los cuerpos se envían a las funerarias desde la salida de Blossom Street, para que los preparen para el entierro.