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La Carrera de los Dioses

Mikel Valverde

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Editado por HarperCollins Ibérica, S.A., 2019

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

harpercollinsiberica.com

© del texto y de las ilustraciones: Mikel Valverde Tejedor, 2019

Este libro fue publicado por mediación de Ute Körner Literary Agent–

www.uklitag.com

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Diseño de cubierta: Endoradisseny

ISBN: 978-84-18279-72-0

Zoe es una niña de

ocho años que entiende los ladridos de Zank, su perro. También le encanta ir en bici y ayudar a quien lo necesite. Por eso siempre le

ocurren cosas.

Zank es el amigo inseparable de Zoe. Es muy inteligente y acompaña a Zoe en todas sus aventuras. También tiene un gran corazón

y es muy valiente.

1

¡Por las esporas de Bob Esponja! —exclamó el Capitán—, ¡llamaré a mi primo Spyros y en-contraremos una carrera en la que Zoe pueda competir!

Aquello ocurrió una semana antes de que Zoe, su perrito Zank, el abuelo y el propio Capitán subieran al avión que los llevaba a Grecia.

Las cosas sucedieron así:

Había llegado la primavera y al equipo ciclista Pas-tas y Galletas Tea no lo habían admitido en ninguna carrera en la que había solicitado su participación.

«No consentimos equipos compuestos por una úni-ca corredora», habían respondido los organizadores de la Vuelta Ciclista Colectivista.

Las aventuras de Zank y Zoe 


«No aceptamos equipos patrocinados por tiendas de galletas», fue la contestación de la Carrera Pedalea Adelante sin Edulcorantes.

«No admitimos equipos en los que los directores tengan más de cincuenta años», respondieron los es-nobs del Giro Ciclista Joven.

«No toleramos a un equipo en el que un perro for-me parte del staff técnico», dijo la Asociación en De-fensa de los Animales, responsable del Tour Bestial con Amor Animal.

«Imposible atender su petición si un perro forma parte del staff de su equipo», contestó la Asociación en Contra de los Animales, que patrocinaba otra prueba.

Y así, con los más variados argumentos, todas las ca-rreras habían rechazado la participación de Zoe.

Con la idea de buscar una solución, el equipo al completo junto a su patrocinadora, la señora Tea, se reunió una tarde en casa de Zoe.

—Mi nieta está muy triste, aunque intenta disimu-larlo —le había dicho por la mañana el abuelo a Gian-nis, el Capitán, que era el director técnico del equipo.

Anabel, la madre de Zoe, sirvió chocolate, pastas y bizcochos. Un ambiente de desolación flotaba en la acogedora sala. Zoe preguntó con la última pizca de es-peranza que guardaba:

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—Capitán, ¿han respondido los del Critérium Ci-clista Total de la nueva red comercial?

—Sí, y también han rechazado nuestra solicitud… —respondió apesadumbrado Giannis, el marino jubi-lado—, solo admiten equipos patrocinados por comer-cios con cinco años justos de antigüedad. La señora Tea inauguró su tienda hace cinco años y un día.

—Ohhh, lo siento mucho, Zoe, discúlpame, la culpa es mía, debí abrir el negocio dos días más tarde —se lamentó la mujer.

Las aventuras de Zank y Zoe 


Zank, Anabel, el abuelo y el Capitán consolaron a la anciana.

—No se preocupe, señora Tea, no pasa nada —res-pondió Zoe intentando ocultar su desconsuelo.

Pero que pasaba.

Habían creado el equipo para ayudarla a promocio-nar su tienda de pastas, que atravesaba un mal momen-to. La idea había dado sus frutos, lo habían pasado en grande en las carreras que habían disputado y habían hecho muchos amigos. Sin embargo, por una nueva normativa de la Federación de Ciclismo, los equipos debían acumular cierta cantidad de puntos antes de un plazo. Al Pastas y Galletas Tea le faltaban dos y, para conseguirlos, tenían que participar en alguna prue-ba. De otro modo, no podrían competir en un largo periodo de tiempo. Aquello sig-nificaría el fin del equipo, además de una caída de ventas en el negocio de la señora Tea, y, lo más probable, su cierre.

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Los días pasaban y nadie los admitía en ninguna ca-rrera.

Fue entonces cuando el Capitán dijo aquella frase:

—¡Por las esporas de Bob Esponja, llamaré a mi pri-mo Spyros y encontraremos una carrera en la que Zoe pueda competir!

Giannis, el Capitán, era un hombre de palabra y su primo Spyros, un tipo con recursos. Así, a los pocos días el marino jubilado se acercó alborozado al domicilio de la familia.

—¡Spyros me ha llamado, hay una carrera que nos acepta! —anunció eufórico—. Se disputa en mi país, durante las vacaciones de Semana Santa. Los gastos co-rren a cuenta de la organización, los premios son fan-tásticos y los corredores que la finalicen conseguirán muchos puntos. ¡Con ellos podremos disputar las com-peticiones más importantes durante tres años!

La prueba se llamaba la Carrera de los Dioses, y lo único que el Capitán y su primo sabían de ella era que se trataba de una competición en homenaje a los dio-ses y mitos de la Antigua Grecia.

Fue tal la alegría que causó la noticia que se abraza-ron y lo celebraron jubilosos. Y, en medio de las risas y

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la ilusión que les embargaba, firmaron los documentos en los que se comprometían a participar en la carrera sin conocer muy bien los detalles de esta.

2

El avión aterrizó en Atenas. Spyros, un hombre jo-ven, moreno y de mirada vivaracha, los esperaba en el aeropuerto.

Abrazó al Capitán, saludó a Zoe, a Zank y al abuelo y los condujo a una amplia estancia donde había ciclistas de todas las edades con sus bicicletas.

—Estos días se celebran en Grecia un montón de carreras y han habilitado esta sala de espera para los equipos que venís a disputarlas —dijo Spyros, que no paraba de mirar su móvil—. Perdonad, tengo que aten-der una llamada. A la tía de un amigo se le ha atascado la nariz en una cañería y he de encontrar un fontanero —explicó antes de salir.

El primo del Capitán se dedicaba a organizar even-tos, desde cumpleaños a grandes conciertos. Tenía una

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amplia red de contactos y sus amigos recurrían a él para solucionar todo tipo de problemas.

Se sentaron en unas sillas y acomodaron las maletas y la bicicleta.

La megafonía anunció:

—¡Atención, corredores de la Vuelta al Peloponeso, diríjanse a la puerta 4! ¡Corredores de la Vuelta al Pelo-poneso, puerta 4!

Varios ciclistas y entrenadores abandonaron el lu-gar.

Se sucedieron los avisos y, poco a poco, la sala fue vaciándose. Un hombre miró a Zoe con una sonrisa.

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—¿Tú también vienes a competir en el Tour de Sa-lónica? —le preguntó.

—No —respondió Zoe.

—¿Correrás entonces la prueba de Micenas?

—Tampoco.

—¿La Vuelta a la Acrópolis?

—No, señor, he venido para disputar la Carrera de los Dioses.

Al escuchar aquello, una expresión mezcla de ho-rror y compasión cubrió el rostro del individuo.

—¡Guau, guau! —ladró Zank escamado.

La niña, que sabía interpretar sus ladridos, le hizo caso y preguntó:

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