cubierta.jpg

portadilla1.jpg

 

 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 547 - mayo 2022

 

© 2013 Cara Colter

Corazón prisionero

Título original: How to Melt a Frozen Heart

 

© 2002 Helen Conrad

Demasiado ocupada

Título original: A Little Moonlighting

 

© 2002 Belinda Bass

Un padre irresistible

Título original: Daddy’s Double Due Date

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2016, 2002 y 2002

 

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-746-2

Índice

 

Créditos

Índice

Corazón prisionero

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Demasiado ocupada

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Un padre irresistible

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

BRENDAN Grant se despertó sobresaltado. Lo primero que oyó fue el constante repiqueteo de la lluvia sobre el tejado. Luego, el teléfono volvió a sonar. Desvió la mirada hasta el reloj de la mesilla. Las tres de la madrugada.

Sintió que el corazón comenzaba a latirle con más fuerza. Nada bueno auguraba una llamada de teléfono a las tres de la madrugada.

Alargó la mano hacia el aparato. Dos años y medio más tarde seguía teniendo aquella sensación de vacío. Becky se había ido. Lo peor ya había pasado.

Buscó a tientas el teléfono hasta que lo encontró.

–¿Dígame? –dijo con voz ronca.

–Charlie se está muriendo.

Entonces, la línea se quedó muerta.

Brendan se quedó tumbado, con el teléfono en la mano. Ni siquiera le caía bien Charlie. Al día siguiente, iba a empezar la construcción de un edificio junto al lago diseñado por él. Aquel proyecto suyo había llamado la atención de varias revistas de arquitectura y había sido nominado para el prestigioso premio Michael Edgar Jonathon.

Aun así, como siempre antes de que empezaran las obras, tenía la sensación de que el proyecto no era exactamente como había querido, que había algo que se le había escapado y no sabía muy bien qué era. Empezaba a sentirse estresado y necesitaba descansar.

Gruñó resignado, se incorporó sacando las piernas por un lado de la cama y se quedó sentado unos segundos, con la cabeza entre las manos escuchando la lluvia sobre el tejado. Estaba harto de tanta lluvia y no le apetecía salir a mojarse a las tres de la madrugada.

Suspiró y buscó sus vaqueros.

Diez minutos más tarde, estaba ante la escalera de entrada de Deedee, llamando a su puerta. Su casa estaba a dos minutos en coche de la de ella. Brendan se dio la vuelta y observó el ambiente de su vecindario. Ambos vivían en La Colina, la zona más privilegiada de Hansen, e incluso en una noche tan desagradable como aquella, las vistas eran espectaculares. A través de la cortina de lluvia se veía la ciudad, con sus casas centenarias bajo los viejos arces de las empinadas colinas. Detrás de las casas y del puñado de edificios del centro, las luces se reflejaban en las oscuras aguas del lago Kootenay.

Brendan se volvió a la vez que la puerta se abría una rendija. Deedee lo miró con reservas, como si existiera la remota posibilidad de que a la vez que lo había llamado, un intruso, el primero del que se tenía conocimiento en Hansen, hubiera aparecido en la puerta de su casa para aprovecharse de una anciana.

Satisfecha de ver a Brendan Grant, abrió la puerta.

–Pareces el demonio en persona, apareciendo así, de noche, en mitad de una horrible tormenta, con ese aspecto oscuro y cara de pocos amigos –dijo ella–. Siempre le decía a Becky que debías de tener sangre pirata.

Brendan entró y se quedó mirando con cariño a su abuela política. Solo Deedee podría ver un demonio o un pirata en alguien que solo había acudido en su ayuda.

–Trataré de contener mi mal humor –dijo.

Respecto a su aspecto oscuro, no había nada que pudiera hacer. Tenía los ojos y el pelo marrones, y la barba oscura.

Deedee tenía noventa y dos años, apenas superaba el metro y medio de estatura, y era de una frágil delgadez. Aun así, a pesar de que eran las tres y cuarto de la madrugada y de que su gato, Charlie, se estaba muriendo, estaba impecablemente vestida. Llevaba un traje de chaqueta de pantalón rosa y un lazo a juego recogiendo sus impecables rizos blancos.

¿Habría sido así Becky algún día, de haber llegado a anciana? El dolor era tan profundo y su sentimiento de culpabilidad tan intenso que parecía como si tuviera clavado un cuchillo entre las costillas. Pero Brendan estaba acostumbrado a aquella sensación, así que contuvo la respiración.

Era una sensación de dolor, pero sin emoción. Se había quedado tan afectado que no había sido capaz de derramar una sola lágrima por su esposa. A veces sentía que su corazón había quedado sepultado tras una gran roca para siempre.

–Iré a por mi abrigo –dijo Deedee–. Ya he metido a Charlie en el trasportín.

Se giró para tomar el abrigo del brazo del sofá y Brendan vio a Charlie mirándolo amenazante desde aquel artilugio que parecía un enorme y horrible bolso.

La cabeza del gato asomaba por un agujero y su pelo naranja estaba disparado en todas direcciones. Tenía los bigotes retorcidos y entornaba los ojos con desagrado y mal humor. Hizo un vago intento por sacar su gran envergadura por la diminuta abertura, pero enseguida se resignó. Aquel mínimo esfuerzo provocó que la respiración del animal se volviese entrecortada y Brendan pensó que esa iba a ser la última noche del viejo y arisco animal.

Deedee volvió a girarse hacia él, mientras se abrochaba el abrigo. Brendan tomó el trasportín con una mano y le ofreció el otro brazo a la mujer. Luego, abrió la puerta empujándola con la rodilla y procuró no impacientarse mientras esperaba bajo la lluvia a que la anciana le diera el llavero.

–Cierra la puerta con llave –le ordenó como si estuvieran en la zona más peligrosa de Nueva York.

La cerradura se resistió y Brendan tomó nota para llevar lubricante la próxima vez.

Por último, bajaron los escalones hacia la calle en dirección al coche. Cuando llegaron a la acera, trató de ajustar su caminar a los pasos cortos de Deedee. Medía uno ochenta y, a pesar de que su constitución se asimilaba más a la de un corredor que a la de un levantador de pesas, al lado de Deedee se sentía un gigante.

Brendan hubiera preferido que llamara a uno de sus hijos para acompañarla en aquella visita nocturna al veterinario. Pero por alguna razón que no lograba entender, era a él al que recurría siempre que necesitaba algo.

Deedee no era una anciana adorable. Era gruñona, exigente, egoísta, mandona, desagradecida y egocéntrica. En más de una ocasión, Brendan había pensado que lo llamaba porque sabía que nadie más acudiría. Pero Deedee era la herencia que le había dejado su difunta esposa. Becky y Deedee se adoraban. Solo por esa razón corría a su lado cada vez que lo llamaba.

Por fin logró acomodar al gato en el asiento trasero y a Deedee en el del copiloto. El trasportín no parecía impermeabilizado, así que confiaba en que el gato no tuviera ningún accidente, especialmente teniendo en cuenta que el coche era nuevo.

¿Se lo había comprado para llenar su vacío? Si esa había sido la razón, había fracasado. Brendan apartó aquella idea. Debía de ser la madrugada lo que lo volvía tan introspectivo.

Se colocó en el asiento del conductor y encendió el motor. Luego, miró a Deedee y frunció el ceño. Se la veía encantada con aquella salida en mitad de la noche y no como una anciana que estuviera acompañando a su gato en su último viaje.

–¿Dónde está el veterinario? ¿Sabe que vamos?

–Te iré indicando.

Era el tono de voz que empleaba antes de llamar a alguien idiota, así que Brendan se encogió de hombros, puso el coche en marcha y empezaron a avanzar por las calles mojadas y solitarias de Hansen.

Estaba decidido a tener paciencia. Para ella sería una pérdida más. Iba a sacrificar a su gato. Tenía derecho a estar de mal humor esa noche y no quería dejarla sola en la consulta del veterinario mientras ponían la inyección al animal ni cuando volviera a casa sin su gato.

Ella le fue indicando el camino y él permaneció en silencio. Las montañas que rodeaban el valle hacían que la noche pareciera más oscura. El gato respiraba cada vez con mayor dificultad.

En cada cruce, Deedee le ordenaba que redujera la velocidad y estudiaba las señales. Después de un rato, buscó en su bolso y sacó un trozo de papel que se acercó a la cara.

–Dígame la dirección. Este coche tiene GPS.

La mujer vaciló desconfiando de la tecnología y a regañadientes le dio la información. Brendan la introdujo en el programa. Se dirigían al vecindario que lindaba con Creighton Creek. A un tiro de piedra de Hansen, era una tranquila zona residencial. Debido a su buena ubicación y a sus amplios espacios, era un lugar muy demandado por jóvenes profesionales que soñaban con una bonita casa llena de niños.

Era lo que Brendan siempre había soñado, teniendo en cuenta que había sido hijo único. Cuando casi lo había conseguido, en un abrir y cerrar de ojos, lo había perdido todo. Una vez más, volvió a sentir dolor e impotencia y de nuevo se preguntó si lo superaría alguna vez.

Se fijó en las viejas y pequeñas casas de Creighton Creek, que poco a poco iban siendo reemplazadas por otras más amplias. El estudio de Brendan, Arquitectos Grant, había diseñado muchas de aquellas nuevas casas y, al pasar por una que destacaba por su peculiar tejado, se obligó a dejar de pensar en la vida que había perdido para concentrarse en la que tenía.

La casa era preciosa y a los dueños les había encantado. De nuevo, le asaltó la sensación de estarse perdiendo algo.

–No recuerdo que haya ningún veterinario por aquí –dijo–. De hecho, ¿no llevamos a Charlie hace poco al doctor Bentley?

–El doctor Bentley es un idiota –murmuró Deedee–. Me dijo que sacrificara a Charlie, que no había esperanza para él. «Es viejo y tiene cáncer. Déjelo morir». Yo también soy vieja. ¿Tú me dejarías morir, me sacrificarías?

Brendan la miró asombrado.

–¿No es eso lo que vamos a hacer, sacrificar a Charlie?

Deedee volvió la cabeza y lo fulminó con la mirada.

–Voy a llevarlo a un sanador.

A Brendan no le gustó cómo sonaba aquello, pero evitó que su voz desvelara lo que pensaba.

–¿Qué quiere decir con un sanador?

–Bueno, más bien a una sanadora. Se llama Nora. Es la encargada de ese refugio nuevo de mascotas. Babs Taylor me ha contado que tiene mucho talento.

–Talento –repitió Brendan.

–Como aquellos antiguos curanderos que ponían las manos sobre la gente.

–¿Bromea? –dijo buscando dónde dar la vuelta–. Charlie necesita un veterinario, no una chiflada.

–Lo que necesita es un milagro y el doctor Bentley me dijo que no podía hacerlo. La sobrina de Babs trabaja allí de voluntaria. Por lo visto, alguien llevó un perro moribundo y Nora Anderson le devolvió la vida con su energía.

Brendan sintió que los labios se le tensaban en una línea. Becky y su abuela tenían en común que a ambas les gustaba lo paranormal. De hecho, creían en videntes y médiums, y lo habían mirado mal cuando había hecho algún comentario jocoso sobre los videntes.

Una desfavorecedora imagen de Nora empezó a formarse en su cabeza: pendientes llamativos, pañuelo de colores en la cabeza, maquillaje exagerado, carmín rojo en los labios…

–¿Me guardas un secreto, Brendan? –preguntó Deedee en voz baja, sin intención de esperar a que contestara–. Clara, la de la oficina de correos, me contó que cree que Nora es Rover. Ya sabes a qué me refiero, a la columna de Pregúntele a Rover.

Brendan no tenía ni idea de qué le estaba hablando.

–En cuanto la lees –añadió Deedee sin dejar de susurrar–, te das cuenta de que Nora es capaz de meterse en la cabeza de los animales.

–Eso debe de ser muy útil para saber a dónde enviar la energía –comentó él en tono irónico.

Pero Deedee no captó su ironía y continuó entusiasmada.

–Exactamente. Soy una gran seguidora de Pregúntele a Rover, así que enseguida me di cuenta de que ella podía ayudar a Charlie. Ya no conduzco –dijo Deedee, como si Brendan, su conductor favorito, no lo supiera–, y no oigo muy bien por teléfono, así que le escribí una carta y fui a la oficina de correos a echarla para asegurarme de que le llegara al día siguiente. Me contestó enseguida, asegurándome que me enviaría, o más bien a Charlie, toda su energía.

Deedee siempre había temido convertirse en el objetivo del primer delincuente que pisara Hansen. Todas las puertas de su casa tenían doble cerradura. Incluso desconfiaba del cambio que le daba la joven cajera del supermercado. ¿Cómo podía creerse aquello?

–Funcionó –susurró Deedee–. Charlie mejoró. Pero volvió a empeorar y ya no contestó mis cartas. También la llamé por teléfono, a pesar de que no oigo bien, pero me saltó el contestador automático. Odio esos chismes. Nadie me ha devuelto las llamadas. Esta noche, cuando Charlie empezó a respirar mal, me asusté. Sé que se está muriendo.

A Brendan no le gustaba que estuviera asustada. Su miedo la hacía más vulnerable.

–¿Mandó dinero?

Su silencio lo decía todo.

–¿Lo hizo?

–Mandé algo.

La voz del GPS los sobresaltó al indicar que tomaran el siguiente desvío a la derecha. De repente, sintió deseos de conocer a la persona que se había aprovechado del temor de una anciana a perder a su querida mascota para sacarle dinero. Ya no le parecía tan mal despertarla en mitad de la noche.

Giró a la derecha, tomó un camino en el que nunca antes había reparado y pasó por debajo de un arco del que colgaba un cartel con letras de colores que decía El Arca de Nora.

En otra situación, quizá le habría parecido un curioso juego de palabras. No se detenía en el simple aspecto de las cosas. Era arquitecto, y le gustaban los cálculos, la precisión, las matemáticas. Disfrutaba calculando el peso que podía soportar una viga o proyectando una pared de cristal desde el punto de vista estructural.

Le gustaba el equilibrio entre arte y ciencia de su profesión. Al acabar un proyecto, siempre tenía la sensación de que le había faltado algo. ¿No era eso algo necesario para sentirse obligado a hacerlo mejor en el siguiente?

Brendan se consideraba pragmático, con una buena dosis de escepticismo. Teniendo en cuenta que llevaba lloviendo cuarenta días con sus cuarenta noches, tuvo la extraña sensación de que de alguna manera se estaba metiendo en aquella arca.

Bajo el cartel del Arca de Nora había otro más pequeño que anunciaba que formaba parte del comité para el bienestar de la comunidad de Hansen. Su empresa era uno de los miembros de ese comité.

Contuvo su irritación y atravesó un puente de madera que salvaba el gran caudal de un arroyo crecido por las intensas lluvias de la primavera, a pesar de que era el último día del mes de junio. Un poco más adelante, perfilada contra el entorno montañoso que la rodeaba, los faros iluminaron una casa blanca, casi una cabaña, rodeada por una cerca y un jardín en el que predominaban las rosas amarillas.

La casa parecía acogedora. No era la clase de sitio en el que una charlatana dedicada a estafar a ancianas vulnerables viviría.

¿Habría alguien despierto? Quizá fuera un buen momento para echar las cartas.

Detrás de la casa y del jardín, apenas visible en la oscuridad, distinguió la silueta de un granero.

–Bueno, ya hemos llegado –dijo Deedee–. Es justo como me lo había imaginado.

El lugar resultaba tan acogedor como la cabaña de la vieja bruja del cuento de Hansel y Gretel. Era perfecto para embaucar a la gente y atraerla.

–Espere aquí –dijo Brendan e interrumpió la protesta de Deedee con un portazo.

Avanzó por un sendero del que emanaba una dulce fragancia al pisar los pétalos de rosa caídos en el suelo.

Entonces, por el rabillo del ojo, vio luz en el granero y oyó relinchar a un caballo. Entre el sonido de los truenos, le pareció distinguir el llanto desesperado de una mujer en apuros.

Capítulo 2

 

CON la adrenalina disparada y todos los instintos en alerta, Brendan Grant corrió hacia el granero.

Al principio pensó que era un montón de trapos viejos apilados en el prado embarrado contiguo al granero. El montón apenas estaba iluminado por la linterna caída a un lado. Entonces se movió. Sin reparar en el barro, saltó la cerca apoyándose con una mano y corrió hacia el bulto. Parecía un niño boca abajo en el fango.

Rápidamente, se agachó. A pesar de la urgencia de la situación, sabía que no debía mover nada sin evaluar los daños.

–¿Estás bien?

El movimiento del bulto y una exclamación de sorpresa contenida fueron todo un alivio para Brendan. Entonces, el montón de trapos se volvió.

Había llegado su turno de sorprenderse. No era un niño, sino una mujer. Su pelo le recordaba al de Charlie, pelirrojo y revuelto en todas direcciones, excepto en donde tenía un puñado de barro pegado al cuero cabelludo. Pero ni siquiera aquel lodo que ensuciaba su piel podía disimular la exquisita delicadeza de su pálido rostro.

Tenía la nariz fina y salpicada de pecas. Sus labios eran generosos y rosados y su barbilla sobresalía ligeramente, anunciando un fuerte temperamento. Un chichón se le estaba formando sobre el ojo derecho. Sus ojos, de color jade, eran grandes en comparación con su cara. Si aquella era Nora, no necesitaba recurrir al maquillaje para sus encantamientos.

Era evidente que estaba aturdida porque lo miró extrañada antes de acariciarle la mejilla y dibujar una leve sonrisa en sus labios. Era como si en lugar de ver llegar a un oscuro demonio con la tormenta, viese algo diferente, algo que reconocía y deseaba.

La sensación de haber sido embrujado aumentó.

Entonces, bruscamente, ella volvió en sí. Parecía darse cuenta de que estaba tumbada de espaldas sobre el fango, en mitad de la noche, ante un desconocido que podía ser peligroso y que no parecía estar de muy buen humor.

Consternada, frunció el entrecejo y trató de incorporarse.

–Hola –dijo él tratando de sonar tranquilizador–. No se mueva.

No parecía dispuesta a obedecerle, así que le puso una mano en el hombro. La chaqueta que llevaba estaba empapada por la lluvia y lo que se veía por debajo parecía un pijama.

Ella sacudió la cabeza y se sentó, haciendo una mueca de dolor por el esfuerzo. No se había equivocado al suponer que tenía carácter. Era testaruda.

–¿Quién es usted? –preguntó–. ¿Qué está haciendo aquí, dentro de mi propiedad, a esta hora de la noche?

Aquel tono de voz aumentó la sensación de estar bajo un hechizo en una noche tan desapacible, y eso le molestó. A pesar de la falta de amabilidad de sus palabras, su voz le recordaba al sirope de arce, intenso, suave y dulce.

Estudió su rostro. Su reacción inicial de confianza había desaparecido. Parecía recelosa e incluso algo asustada. De lo que no tenía aspecto era de alguien dispuesto a aprovecharse de una anciana para sacarle dinero.

No tenía sentido seguir retrasando la pregunta.

–¿Es usted Nora?

Ella asintió y Brendan fue asimilando el hecho de que no llevara pañuelo en la cabeza, aretes en las orejas ni maquillaje estridente en la cara. Tenía esperanzas de que aquella mujer llena de barro no fuera la misma que había escrito a Deedee prometiéndole sanar a su gato con sus poderes a cambio de un precio.

Se quedó mirando su rostro inocente, intentando imaginársela con grandes pendientes, maquillaje pesado y un pañuelo de gitana, pero descubrió que su imaginación no daba para tanto. A pesar de la inocencia que transmitían sus rasgos, había intentado engañar a Deedee. Ya estaba bastante desencantado con la vida como para tener que buscar más razones.

Aun así, viéndola atemorizada, se sintió obligado a calmarla.

–He venido con un gato –dijo–. He oído ruido y al ver luz, me he acercado a ver qué pasaba.

Ella consideró su explicación, pero seguía asustada. Brendan sabía que no tenía aspecto de que le gustaran los gatos.

–Me han dicho que es curandera.

A pesar de que había intentado que su tono no desvelara su opinión, seguramente no había resultado creíble.

–¿Quién se lo ha dicho? –preguntó inquieta, desviando la mirada hacia la cerca como si se estuviera planteando salir corriendo.

–Deedee Ashton.

El nombre no parecía decirle nada, pero quizá en aquel momento fuera incapaz de recordar hasta su propio nombre.

–¿Puede decirme qué le ha pasado? –preguntó él.

La mujer se llevó la mano al chichón de la frente.

–No lo sé muy bien. Quizá me haya llevado algún golpe de los caballos.

Brendan miró hacia el picadero. Al fondo, junto a la valla, había tres caballos inquietos. Aunque no sabía mucho de caballos, podía adivinar que no eran dóciles.

Trató de convencerse de que los riesgos que corriera aquella mujer no eran asunto suyo. No la conocía ni tenía por qué preocuparse por ella. Aun así, pertenecía a esa clase de mujeres que hacía que los hombres se sintieran obligados a protegerlas, sobre todo si ya habían fallado protegiendo a una mujer débil y vulnerable.

–Teniendo en cuenta su tamaño, ¿cómo se le ocurre acercarse a esos caballos salvajes en mitad de la noche?

Ella se quedó mirándolo. No le agradaba que le dijera lo que tenía que hacer.

–A menos que pensara que podía amansarlos con sus poderes –añadió Brendan.

–¿Qué sabe de mis poderes? –preguntó ella entornando los ojos.

–No tanto como espero averiguar.

–¿Por qué me suena a amenaza?

Él se encogió de hombros.

Ella volvió la cabeza, pero Brendan tuvo tiempo de ver cómo caía un velo sobre sus ojos verdes, como si le molestara que fuera escéptico. Teniendo en cuenta a lo que se dedicaba, era de esperar que hubiera desarrollado una coraza.

Pero ya se ocuparía de eso más tarde. Nora había empezado a temblar por estar mojada y, al intentar moverse, un pequeño gemido había escapado de sus labios.

Sabía que no debía moverla, pero era evidente que tenía frío. No era el momento de echarle en cara las exigencias que le había hecho a Deedee. Se quitó la chaqueta y la envolvió en ella.

Nora a punto estuvo de protestar ante aquel gesto de caballerosidad, pero, cuando la tapó, agradeció el calor. Se quedó acurrucada. Se la veía tan indefensa como un pájaro herido.

–¿Puede mover las manos? –preguntó olvidándose de todo aquel asunto de sus extraordinarios poderes–. ¿Puede mover la cabeza de un lado a otro?

–¿Qué es usted, médico?

A pesar de las protestas, comprobó las partes del cuerpo que él había nombrado. Luego, Brendan le tocó el chichón que le había salido encima del ojo derecho y ella hizo una mueca de dolor.

–No tiene la suerte de que su conjuro haya atraído a un médico. Soy arquitecto. Por suerte, tengo experiencia en primeros auxilios.

Como esperaba, al mencionar su profesión, los recelos desaparecieron, aunque por la expresión de sus ojos verdes, su comentario acerca de los conjuros no parecía haberle gustado.

Sacó la linterna del barro e iluminó sus ojos, para comprobar sus pupilas.

–Hábleme de su gato –dijo ella mirando la luz.

–¿De verdad puede transmitirle energía?

–¿A qué ha venido si es tan escéptico?

Brendan sintió un escalofrío en la espalda parecido al que había sentido al pasar bajo el cartel del arca. ¿Y si no hubiera llegado en aquel momento? ¿Se habría quedado allí en el barro hasta que hubiera tenido hipotermia? ¿La habrían pisoteado los caballos?

De ninguna manera iba a darle a entender que podía haber sido una fuerza desconocida lo que lo había atraído hasta allí en el preciso momento que más lo necesitaba.

Era ridículo. Si una fuerza así existía, ¿dónde había estado la noche en que Becky más la había necesitado?

–Estoy aquí como consecuencia de una cadena de errores –dijo Brendan tratando de mantener un tono de voz sereno–. Pensaba que iba a ver a un veterinario.

–Para su gato.

Él asintió.

–¿Sabe? No tiene pinta de que le gusten los gatos.

–¿Ah, no? ¿Qué pinta tienen los hombres a los que les gustan los gatos?

Ella se quedó observándolo, entornando los ojos de nuevo.

–Desde luego que no se parecen en nada a usted.

–Entonces, ¿de qué tengo aspecto? ¿De que me gusten los rottweiler, los bulldog, los boxer?

Su mirada era intensa. Si existía alguien que creyera en aquellas tonterías de los poderes, en aquel momento estaría pensando que podía leerle el pensamiento. Volvió a dirigir la luz hacia sus ojos, con intención de cegarla. No le agradaba que lo observara.

–Tampoco le gustan los perros. De hecho, no creo que fuera capaz ni de cuidar una planta.

–En ningún momento he dicho que fuera mi gato –dijo apagando la linterna y guardándosela en el bolsillo–. Creo que no se ha hecho daño en la espalda, así que voy a tomarla en brazos para llevarla a la casa.

–De ninguna manera. Puedo caminar –trató de levantarse y se quedó mirándolo, como si fuera culpa suya que no pudiera–. Si pudiera echarme una mano…

Pero Brendan no solo le echó una mano. El pequeño esfuerzo al intentar levantarse la había hecho palidecer, así que ignoró sus protestas, deslizó los brazos por debajo de sus hombros y sus rodillas, y la levantó con facilidad.

Era ligera, como ese pájaro herido y, a pesar de que los separaba su chaqueta, fue consciente de su calor contra el pecho.

¿Sería el que llevara tanto tiempo sin rozar a otro ser humano lo que le hizo sentir aquel placentero estremecimiento?

Capítulo 3

 

CON aquella guapa desconocida en brazos, Brendan Grant se dio cuenta de que lo que había querido sentir cuando había comprado el coche había sido un instante de placer ante algo, lo que fuera. Sin embargo, no lo había conseguido.

Ya debería saber que los bienes materiales no proporcionaban aquella clase de placer. Le acudió a la cabeza el momento en el que, delante de su actual casa y al lado de Becky, había pensado que aquello era el principio de todos sus sueños haciéndose realidad.

–¡Bájeme!

Los manotazos de Nora en el pecho lo devolvieron a la realidad.

–Ni siquiera ha podido ponerse de pie sola –dijo él sin alterarse por su tono–. En cuanto lleguemos a la casa, la dejaré en el suelo.

La expresión de ella era de rebeldía, pero se le escapó un gesto de dolor.

Brendan se dirigió hacia la casa. La mujer que llevaba en brazos se puso rígida unos segundos, y luego se relajó bruscamente. Tuvo que mirarla para asegurarse de que no se había desmayado.

Sus grandes ojos verdes lo miraron desafiantes. Si había una mirada que podía hechizar era aquella.

Al acercarse a la casa, la luz del porche se encendió y pudo ver a Deedee que, cansada de esperar, había salido del coche y estaba intentando sacar el trasportín del asiento trasero. Al fondo, un chico de entre doce y quince años salió por la puerta principal y la mujer que Brendan tenía en brazos se retorció.

Su mente de arquitecto trató de encajar las piezas del puzle al mirar al chico: era demasiado mayor para ser hijo de ella.

–Déjeme en el suelo –insistió Nora, agitándose como si acabara de despertarse de un sueño.

El chico parecía recién levantado, con un lado del pelo pegado a la cara y el otro de punta. Pero en aquel momento estaba bien despierto y en alerta.

–Ya la ha oído –dijo–. Déjela en el suelo. ¿Quién es usted y qué le ha hecho a mi tía Nora?

Así que no era su madre, sino su tía.

El joven volvió a entrar en la casa y salió con un perchero, que sujetaba como si fuera un bate de béisbol a punto de lanzar. Su estampa era cómica, pero Brendan evitó demostrar que no lo veía como una amenaza. Aun así, no podía dejar de admirar a aquel chico, dispuesto a hacerle frente como si fuera todo un adulto.

Brendan cerró los ojos y de repente se dio cuenta de que se había olvidado de su escepticismo. Tan solo era consciente del ligero peso que llevaba en brazos y del cosquilleo que le estaba produciendo el calor de aquella mujer. El ambiente olía a lluvia y a pétalos de rosa, y esos olores se mezclaban con el del pelo y la piel de la mujer.

Una noche, dos años y medio antes, una llamada de teléfono lo había cambiado todo. Desde entonces había vivido como un sonámbulo, consciente de que se estaba perdiendo algo que otras personas tenían. Estaba encerrado en una tumba y, aunque pudiera levantar la lápida, no estaba seguro de querer hacerlo.

Otra llamada de teléfono en mitad de la noche lo había llevado hasta allí. Estaba en medio de un jardín, con una mujer en brazos que tal vez podría depararle problemas, y un adolescente amenazándolo con un perchero. Deedee, que seguía intentando sacar al gato del coche, era ajena a todo lo que pasaba.

Era la primera vez en más de dos años que sentía la sangre circulando por sus venas y las gotas de lluvia en la piel. Por primera vez en tanto tiempo, Brendan era consciente de que estaba vivo.

Pero eso no lo hacía sentirse feliz. En vez de eso, estaba resentido de que la prisión de aletargamiento en que se había convertido su existencia estaba siendo penetrada por aquella energía vibrante y caprichosa llamada vida.

 

 

–¡Bájeme! –insistió Nora otra vez, confiando en que su tono de voz disimulara la confusión que sentía.

Se quedó observando la fuerza del rostro de aquel desconocido. A través de la chaqueta impermeable con la que la había rodeado, podía sentir la fortaleza del pecho en el que estaba apoyada. Sus brazos, con los que la sujetaba por los hombros y las piernas, parecían dos barras de acero.

Debería haberse negado con más insistencia a que la tomara en brazos y cargara con ella, como si fuera una niña dormida. Porque lo cierto era que le resultaba sorprendente sentirse tan segura.

Aquel desconocido tenía una actitud fría y distante. Le había dado a entender que había escuchado algunos comentarios exagerados sobre sus poderes, por lo que la había incluido en las categorías de charlatana y ladrona.

Así que aquella sensación de seguridad debía de deberse al golpe que se había llevado en la cabeza. Estando en sus brazos, se daba cuenta de que llevaba mucho tiempo sola. Era un alivio que por una vez alguien se ocupara de ella.

Mientras lo observaba, se dio cuenta de que algo en él cambiaba. Sintió que apretaba las manos y la tensión se hizo evidente en sus sensuales labios. La expresión de sus profundos ojos marrones se había mantenido cuando la había acusado de ser una curandera, pero en aquel momento su mirada se había endurecido y tenía un brillo de ira. Su reacción era lógica. Había acudido en su ayuda y estaba siendo amenazado con un perchero.

Pero había dejado de ser el hombre ante el que se había despertado, aquel con algo tan irresistible que había tenido que alargar la mano para tocarlo.

Apartó aquel pensamiento y trató de recuperar el control que había perdido al dejarse envolver por sus brazos.

No podía ser débil. Tenía que ser fuerte. Todo dependía de ella. Se había quedado completamente sola desde que su prometido le hiciera elegir entre uno y otro.

Claro que, cuando su hermana la había designado tutora de Luke, no se había imaginado que las cosas cambiarían tanto. Karen había pensado que así se aseguraba de que su hijo tuviera el hogar estable y económicamente seguro que dos padres, por un lado su hermana, Nora, y por otro un respetable veterinario, podrían darle.

Pero el entorno que Karen se había imaginado para Luke, nunca había llegado a hacerse real. Cuando todo se fue abajo entre Vance y ella, había tenido que empezar de nuevo.

Sí, tenía que ser fuerte.

–Escuche –dijo Nora–. Tiene que dejarme en el suelo.

El hombre la ignoró, mirando por detrás de ella hacia Luke.

Para apartar su atención de su sobrino y demostrarle que hablaba en serio, dio un fuerte manotazo al desconocido en el pecho. Apenas tuvo efecto. Parecía un molesto insecto en vez de una poderosa leona.

Aun así, cuando la dejó en el suelo, en vez de aliviada, se sintió desorientada.

Había atravesado el jardín con ella en brazos sin apenas esfuerzo, con pasos largos y decididos, y su respiración no se había alterado. Tenía la clase de fuerza con la que a cualquiera le gustaría contar.

«Sujétate», se dijo, apartándose de aquel hombre.

Sintió alivio al ver que Luke soltaba el perchero y se acercaba a ella. El chico le pasó el hombro bajo el brazo y la ayudó a entrar en la casa, sin dejar de mirar con recelo al desconocido.

–¿Qué ha pasado? ¿Te ha hecho daño?

–No, no ha sido él. No podía dormir y salí a ver a los animales. Uno de los caballos nuevos debió de asustarse y me dio un golpe.

–Pero… ¿por qué fuiste sola al picadero?

–Eso mismo me pregunto yo.

La voz del desconocido sonó firme y profunda.

–Esos caballos eran salvajes cuando los trajeron –intervino Luke en tono acusador–. Precisamente uno de ellos dio una coz al tipo que lo trajo.

No le gustaba nada que los dos hombres estuvieran formando una alianza contra ella.

¿Por qué había tenido que ir al picadero si los caballos eran tan inquietos? Probablemente, ni siquiera había pensado en eso, segura de su poder para calmar a los animales.

Desde niña, se había refugiado de las constantes discusiones de sus padres llevando a casa animales a los que cuidar: pájaros heridos, gatos abandonados, perros moribundos…

En su interior, Nora seguía siendo aquella niña a quien su familia y sus compañeros de colegio tenían por excéntrica, que prefería ocultar su don antes que descubrirlo. Por eso se sentía muy incómoda con lo que aquel desconocido pensaba que sabía de ella.

¿La habría nombrado Karen tutora legal de Luke si hubiera sabido que Vance desaparecería de la escena? Seguramente no.

Nora era la única responsable de Luke. ¿Y si la hubiera encontrado en el barro? ¿No le habría resultado traumático? Se suponía que debía protegerlo.

Aun así, le resultaba inquietante recordar mejor lo que había sucedido después de ir al picadero y llevarse el golpe que los momentos previos.

Al volver en sí y abrir los ojos, se había encontrado con aquel hombre inclinado sobre ella con gesto de preocupación. Le había parecido increíblemente guapo, con el pelo oscuro y abundante, la nariz recta, las mejillas ásperas por la incipiente barba, un hoyuelo en la barbilla y labios firmes y sensuales. Una gota de lluvia se había deslizado lentamente desde su sien hasta sus labios, para después caer a los suyos. Quizá había sido el golpe en la cabeza lo que le había hecho sentir que el momento se dilataba en el tiempo. Había sacado la lengua y con la punta había saboreado aquella diminuta perla de agua. Se había sentido como una princesa que, al despertar, se hubiera encontrado con su príncipe.

Fuera como fuese, a Nora le habían impactado aquellos fascinantes ojos marrones con motas doradas y una sombra de algo que, ella mejor que nadie, debería haber reconocido. Aturdida, había alargado la mano para acariciarle la mejilla. Él se había quedado muy quieto y no se había apartado. Había sentido una agradable sensación de seguridad; era alguien en quien podía confiar.

Entonces, al recuperar el sentido, se había percatado de que estaba en el prado que rodeaba su casa, con un hombre que no tenía motivo para estar allí en mitad de la noche.

Tenía buena intuición con los animales. Algunas personas, como su exprometido el doctor Vance Height, se habían asustado al comprobar lo que era capaz de hacer con aquella intuición.

Pero Vance era la prueba de que no tenía buen ojo para las personas ni para cualquier otro aspecto de la vida. A excepción de esa noche, tenía una gran facilidad para relacionarse con animales heridos y asustados.

Y también para escribir su original y atrevida columna Pregúntele a Rover. Nunca había revelado que era ella quien la escribía porque, al poco tiempo de empezar a trabajar para Vance, lo había descubierto leyéndola y, al acabar, la había calificado de basura.

Sus habilidades no eran lo suficientemente buenas como para que sus modestos ingresos dieran para sostener tanto al refugio de animales como a Luke. Por suerte, el refugio era cada vez más conocido en Hansen y empezaba a contar con más ingresos.

Claro que sus habilidades no estaban resultando útiles para tratar con su sobrino de quince años que dejaba caer todo el dolor y la rabia por la muerte de su madre en el resto del mundo.

Se sentía como una estúpida por haberle acariciado la mejilla al desconocido y más todavía por permitir que la llevara en brazos hasta la casa. Nora se separó del brazo de Luke. Era ella la que debía estar protegiéndolo, no al revés.

Se volvió, miró al desconocido y se cruzó de brazos. Se había equivocado al pensar que tenían algo en común. Desde donde estaba, se le veía frío e inaccesible y, como era habitual en ella, había confiado en él demasiado pronto.

–¿De dónde ha salido? –preguntó Luke en tono desconfiado.

Por lo que sabía de él, podía ser un asesino. ¿Cómo estar segura de que era un arquitecto? Teniendo en cuenta que estaban en un refugio de animales, cualquiera podía decir que había llevado un gato.

Estaba claro que no le gustaban los gatos, por lo que difícilmente habría acudido en una noche como aquella buscando el bienestar de un felino.

Pero, de repente, por detrás del hombre, vio a una anciana vestida de rosa. Estaba sacando un gran bulto del asiento trasero de un coche deportivo oscuro. El hombre se volvió hacia ella y la ayudó con una bolsa de viaje.

Nora enseguida reparó en dos cosas: por un lado, en lo protector que se mostraba con aquella frágil y diminuta mujer y, por otro, en que de verdad había un gato. El animal asomaba la cabeza por una especie de ventana que tenía el trasportín. No hacía falta conocimientos psíquicos para darse cuenta de que aquel gato no tenía buen carácter.

–Me llamo Brendan Grant –dijo–. Ella es mi abuela Deedee y su gato, Charlie.

Parecía cada vez más enfadado. Sus labios formaban una tensa línea y se había quedado mirando fijamente a Nora a la espera de su reacción.

¿Qué demonios estaba haciendo a aquella hora con su abuela y un gato?

Aun así, aquello la hizo sentirse más tranquila. Estaba convencida de que ningún asesino iría por ahí en compañía de su abuela y un gato.

–A Deedee le han hecho ciertas promesas en relación a Charlie –continuó Brendan–. Y ha pagado por adelantado.

Nora no tenía ni idea de a qué se estaba refiriendo, pero se dio cuenta de que el miedo que sentía no era porque fuera un asesino en potencia, sino por lo atractivo que se le veía bajo la lluvia. Era consciente de que se había dado un golpe en la cabeza, pero no estaba segura de que esa fuera la causa de que se sintiera tan aturdida.

–No sé de qué me está hablando –dijo con rotundidad.

De repente, percibió un ligero sobresalto en Luke y miró a su sobrino por el rabillo del ojo.

–Mire –dijo el hombre en tono autoritario, llamando su atención–, tal vez sea capaz de engañar a ancianas, así que he venido a acompañarla para velar por sus intereses. Como la haya estafado, olvídese del apoyo del comité para el bienestar de la comunidad de Hansen.

Nora no podía permitir que se apreciara el pánico que sentía.

–¿Estafar a su abuela?

A pesar del miedo, se sentía insultada. Estaba empezando a entender el sentido de los comentarios mordaces que aquel hombre había hecho sobre sus poderes curativos.

–No me sorprendería que la policía tuviera que intervenir –dijo Brendan.

La tranquilidad de su voz intensificaba el carácter amenazante de sus palabras.

Capítulo 4

 

¿LA POLICÍA? Nora sintió pánico. Era como si todo su mundo se estuviera desmoronando.

Pero no podía ceder. Estaba a punto de decirle que era él el que había traspasado una propiedad privada, pero, al oírle mencionar a la policía, se había dado cuenta de que ella no era la única que se había asustado.

Había visto a Luke ponerse tenso. Hacía poco había ocurrido un desagradable incidente en el instituto en el que había tenido que intervenir la policía. Luke había alegado haber tomado prestada una bicicleta, claro que sin el conocimiento de su dueño, motivo por el que la policía había intervenido. Luke había aclarado las cosas con el otro chico y, por suerte, había quedado resuelto.

Su mirada se cruzó con la de su sobrino, que bajó la cabeza mientras dibujaba algo con el pie descalzo en el suelo mojado.

Nora volvió la vista a Brendan Grant y comprobó que no se había perdido detalle. Estaba mirando a Luke con atención y no presagiaba nada bueno.

¿Qué había hecho Luke esa vez? Era consciente de que no había actuado con responsabilidad al salir en mitad de la noche sola para ir al picadero. Su instinto de protección se despertó.

–Nadie me ha estafado –dijo Deedee–. Me ha enviado fuerzas para Charlie.

–A cambio de un precio –añadió Brendan.

Nora sabía que no había enviado fuerzas a nadie y menos aún a cambio de dinero. Luke estaba tan inquieto que deseó darle un codazo para que dejara de llamar la atención.

Porque a pesar de lo que hubiera hecho, Luke no era rival para Brendan Grant. Su pobre sobrino huérfano no resistiría la ira que se adivinaba en los ojos de aquel hombre, así que respiró hondo.

–Ah, Charlie, ahora lo recuerdo.

Luke le dirigió una mirada de agradecimiento y alivio que, en otras circunstancias, le habría agradado, especialmente después de que hubiera tomado un perchero para defenderla. Eran escasas las ocasiones en las que su sobrino daba muestras de preocuparse por ella. Pero Brendan Grant la estaba mirando con escepticismo y necesitaba mantener la calma.

Trató de reunir las pocas pistas que tenía. Otra de las cosas que se le daban bien era su capacidad para fijarse en los detalles. Brendan y Deedee habían llegado en mitad de la noche. Por lo que podía observar, el gato estaba enfermo, probablemente mucho teniendo en cuenta la hora a la que habían acudido.

–Charlie lleva tiempo enfermo, ¿verdad?

–Así es –contestó Deedee.

Brendan se puso aún más serio.

–Me dijo que le mandaría fuerzas –continuó la anciana–, y que le mandara dinero, así que le envié cincuenta dólares.

–¿Cincuenta dólares? –repitió Brendan–. ¡Deedee! Me dijo que le había mandado unos cuantos dólares.

–Teniendo en cuenta lo importante que es este gato para mí, eso no es dinero.

–Ahí lo tiene –le dijo Brendan a Nora, desesperado–. Si juega bien sus cartas, incluso conseguirá que le dé su casa. Así no necesitará el apoyo del comité para el bienestar de la comunidad de Hansen. ¿Es así como funciona esta operación suya?

–¡Por supuesto que no! –exclamó Nora sintiendo que le ardían las mejillas–. Estoy segura de que ha debido de haber un malentendido. Pensé que ese dinero era un donativo.

Trataba de que su voz sonase calmada, pero no estaba segura de estar consiguiéndolo.

–Ya –dijo él con ironía.

Nora estaba deseando quedarse a solas con Luke. Nunca le había levantado la voz, pero el futuro de ambos estaba en peligro en aquel momento. Y lo que era peor, si había enviado esa carta y se había quedado con el dinero, le había robado a una anciana vulnerable. ¿Cómo había podido hacerlo? ¿En qué se estaba convirtiendo y qué podía hacer ella para impedirlo?

De nuevo, volvió a sentir el peso de la responsabilidad. Karen nunca habría confiado en ella para que criara a su hijo sola. Habría podido predecir que se produciría una catástrofe.

Nora se abstuvo de mirar a su sobrino.

–Vamos a resguardarnos de la lluvia –sugirió, tratando de mantener la calma.

Como le había dejado su chaqueta, la lluvia había calado la camisa de Brendan y estaba prácticamente transparente.

Era consciente de que no quería que Brendan Grant, con toda su energía masculina y su camisa mojada, entrara en su casa. Llevaba allí poco tiempo, pero aquel sitio era su santuario. Por otro lado, necesitaba desesperadamente ganar un poco de tiempo para llevarse aparte a Luke y descubrir qué había pasado. Una vez más, tenía que solucionar lo ocurrido.

Pero de una rápida mirada al hombre que la había hecho sentirse segura por unos instantes supo que esa vez no iba a ser tan fácil.

 

 

La casa no era la que Brendan se habría imaginado para una charlatana. No había campanillas colgando de las puertas ni olor a incienso.

–Qué bonita –dijo Deedee desde la puerta, fijándose en todo.

–Vaya decepción –intervino Brendan.

De hecho, la casa estaba limpia y era acogedora. Una sensación de desasosiego lo invadió al atravesar un salón en el que había un par de butacas claras, separadas por una mesa de centro con un florero de cristal lleno de rosas amarillas del jardín.

–¿Decepción? –preguntó Nora.

–No hay ningún gato negro ni calderas en la chimenea.

Nora le dirigió una mirada significativa y Brendan reparó en que le resultaba una mujer enternecedora. De nuevo, experimentó aquella sensación de estar volviendo a la vida. No quería que se diera cuenta, pero ¿cómo evitarlo? Tenía el pelo revuelto, como la melena de un león. Sus ojos destacaban en su rostro, manchado de barro. Parecía más asustada en aquel momento que cuando la había encontrado junto al picadero.

Había quedado al descubierto la estafa, aunque su sorpresa parecía sincera, así como su angustia.

–Escuche –dijo Nora–, me hago cargo de animales abandonados o enfermos, pero no soy una curandera.