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Malapata y el cofre del tesoro

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El pirata Malapata se ponía cada mañana frente al espejo:

-¡Soy una bestia marina! ¡Soy el terror de los mares! —se decía. Y tanto se lo dijo que se lo creyó. Y tanto se lo creyó que los demás también lo creyeron y acabaron viéndolo así.

Un día perdió un ojo. Se hizo uno de plomo como la bala de un cañón.

—Me lo arrancó un pez espada en plena lucha —presumía.

Pero no era verdad, lo había perdido porque era muy despistado.

Presumía de ese ojo y pintaba su pupila cada mañana con tinta de chipirón por eso no lo escondía detrás de un parche.

Cuando se enfadaba, lo lanzaba sin reparo. Donde ponía el ojo lo ponía de verdad.

—¡Muchos barcos han acabado con más agujeros que un queso gruyer por este ojito! aseguraba divertido.