EL EXTRAÑO

CASO DEL

DR. JEKYLL

Y MR. HYDE

 

 

 

 

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MAGDALENA AGUINAGA

MARÍA ANGULO EGEA

JOSÉ LUIS ARAGÓN SÁNCHEZ

JESÚS ARRIBAS

RAFAEL BALBÍN

CARMEN BUENO ACERO

JUAN ANTONIO BUSTOS

ÁLVARO BUSTOS FRANCO

JUAN JOSÉ CABEDO TORRES

PAULA BARRAL CABESTRERO

Mª ESPERANZA CABEZAS MTNEZ.

ÁNGEL MARÍA CALVO

MANUEL CAMARERO

FERNANDO DOMÉNECH RICO

JESÚS FERNÁNDEZ VALLEJO

LUIS FERRERO CARRACEDO

MARÍA LUISA GARCÍA GONZÁLEZ

JOSÉ LUIS GONZÁLEZ SUBÍAS

ANTONIO A. GÓMEZ YEBRA

ANTONIO HERMOSÍN

PRUDENCIO HERRERA

GLORIA HERVÁS

JOSÉ MARÍA LEGIDO

FRANCISCO LÓPEZ ESTRADA

ARCADIO LÓPEZ-CASANOVA

 

JOSÉ M. LUCÍA MEGÍAS

MARY KAY McCOY

JOSÉ MONTERO PADILLA

MATILDE MORENO MARTÍNEZ

JUAN A. MUÑOZ

FRANCISCO MUÑOZ MARQUINA

FÉLIX NAVAS LÓPEZ

KEPA OSORO ITURBE

Mª TERESA OTAL PIEDRAFITA

IGNACIO PINEDO

BEATRIZ PÉREZ SÁNCHEZ

JOSÉ ANTONIO PINEL

MONTSERRAT RIBAO PEREIRA

ANA HERRERO RIOPÉREZ

BORJA RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ

TOMÁS RODRÍGUEZ SÁNCHEZ

MERCEDES ROSÚA

JORGE ROSELLÓ VERDEGUER

EMILIO SALES DASÍ

ESPERANZA SAN LEÓN JIMÉNEZ

FLORENCIO SEVILLA

EDUARDO SORIANO PALOMO

ALEJANDRO VALERO

J. VARELA-PORTAS DE ORDUÑA

JUAN MANUEL VILLANUEVA FDEZ.

JESÚS ZAPATA

 

 

ROBERT LOUIS

STEVENSON

 

 

EL EXTRAÑO

CASO DEL

DR. JEKYLL

Y MR. HYDE

 

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Edición y traducción

a cargo de

JUAN ANTONIO BUSTOS

Y

ÁLVARO BUSTOS FRANCO

 

 

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En nuestra página web www.castalia.es encontrará nuestro catálogo completo comentado.

 

 

Diseño gráfico: RQ

 

 

 

Primera edición impresa: 2009

Primera edición en e-book: septiembre de 2010

 

 

 

© de la edición y traducción:

Juan Antonio Bustos y Álvaro Bustos, 2009

 

© de la presente edición: Castalia, 2010

C/ Zurbano, 39

28010 Madrid

 

 

«Actividad subvencionada por ENCLAVE»

 

 

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

 

 

 

ISBN: 978-84-9740-360-3

Copia digital realizada en España

 

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Philip Hardwick: Perspectiva del Salón de Reservas de la Estación Euston de ferrocarriles, en Londres. Edificada entre 1846-1849 (y demolida en 1962), es un ejemplo significativo del clasicismo monumental de la Era Industrial. En el centro, destaca la estatua (obra de E.H. Bailey) del ingeniero George Stephenson, diseñador de la locomotora «rocket», para el transporte de carga y pasajeros, a una velocidad de 40 km/h.

Presentación

 

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1. LA ÉPOCA VICTORIANA

 

En el siglo XIX y, especialmente, en la etapa victoriana, la sociedad inglesa sufre grandes transformaciones sociales y políticas: el sistema de Monarquía Parlamentaria se consolida y la sociedad, hasta entonces mayoritariamente rural, se traslada paulatinamente a los núcleos urbanos e industriales. En este ambiente de cambio germinan unas nuevas ideas que pronto adquieren cuerpo.

La primera que encontramos es la idea de progreso: científico (Darwin), económico (Stuart Mill), social (a pesar de las lacras de miseria de la nueva sociedad industrial) o tecnológico (ferrocarril, industria textil del norte de Inglaterra). Nada era tan palpable en la era victoriana como el progreso y todo lo que acarreaba consigo: puestos de trabajo, aparición de barriadas marginales, extensión de la enseñanza, creación de sindicatos, etc. Fue la idea de progreso la que llevó a la expansión colonial para encontrar materias primas; y con los comerciantes también se apuntaron los descubridores y aventureros como Livingstone y Stanley que tanto apasionaron al público inglés. Junto a ese ideal de progreso aparece otra característica esencial de aquella sociedad: la búsqueda de lo práctico, el uso del sentido común, el objetivo de la realización personal y colectiva.

Dos son las manifestaciones que más recordamos y que mejor reflejan aquella sociedad: el maquinismo y la «moral victoriana».

El maquinismo surge como una consecuencia del avance científico y tecnológico: el teléfono, el micrófono, el alumbrado eléctrico, el gramófono, el motor de gasolina, la máquina de escribir, la máquina de segar, el cine, etc. Las máquinas parecen ocupar un lugar privilegiado y, junto a las máquinas, aumenta el prestigio de los científicos, algunos de los cuales sentarán en este tiempo los pilares del mundo contemporáneo: Darwin, con su teoría sobre la evolución del hombre y las especies; Pasteur, o Mendeleyev, que al publicar su Tabla Periódica de los Elementos creó las bases de la química moderna.

Lo que denominamos «moral victoriana» es un fenómeno sociológico que se relaciona con las clases medias en ascenso y con la burguesía, cuya escala de valores se convirtió en una norma aceptada por todos: el padre era en la familia un patriarca que regulaba la vida de todos los que vivían bajo su techo, fueran éstos familiares o sirvientes; la condena hipócrita de cualquier hecho relacionada con el sexo; las costumbres habituales se regían por conceptos anticuados e inexplicables; la prohibición de mencionar o hacer referencia a los aspectos desagradables de la vida; y la defensa del orden establecido como garante del bienestar social. Estos preceptos para desenvolverse en la vida social fueron impuestos como norma de conducta y quien no los respetara era mal considerado; eran valores permanentes que mantenían y cohesionaban la sociedad misma y el sistema político que la sustentaba. Estas clases medias impusieron una ética en la que los valores fundamentales eran el trabajo duro, la competitividad, la seriedad y la observancia religiosa. De ahí derivó un concepto básico, el de respetabilidad, con el que querían aludir a la consecución de la independencia económica por el propio esfuerzo, la autodisciplina, la vida austera y el respeto a los valores de la familia.

En este contexto, brevemente esbozado, la literatura adquiere, en unas ocasiones, cierto espíritu didáctico (la filosofía de Carlyle) y moralista (la novelística de Dickens); en otras ocasiones, mantiene las formas de expresión típicamente románticas casi hasta final del siglo. Pero muchos autores se centraron en cuestiones del mundo que los rodeaba tales como la educación de las masas, el progreso industrial, la filosofía materialista que éste trajo consigo, la situación de la clase trabajadora o el cuestionamiento de determinadas creencias religiosas que llevaban aparejados los nuevos avances científicos.

La novela se convirtió en la forma literaria dominante durante la época victoriana. El realismo, es decir, la observación aguda de los problemas individuales y las relaciones sociales, fue la tendencia que se impuso, como se puede comprobar en las novelas de Charles Dickens (Oliver Twist, David Copperfield, Cuento de Navidad o Grandes esperanzas), que demuestran una asombrosa habilidad para recrear personajes vivos. Sus retratos de los males sociales y su capacidad para la caricatura y el humor le proporcionaron innumerables lectores y el reconocimiento de la crítica como uno de los grandes novelistas de todos los tiempos.

Una segunda generación de novelistas más jóvenes, muchos de los cuales continuaron su obra en el siglo XX, desarrolló nuevas tendencias; entre ellos destacan Robert Louis Stevenson, Rudyard Kipling y Joseph Conrad, que intentaron devolver a la novela el espíritu de aventura, y alcanzaron algunas de las grandes cimas de la narrativa inglesa.

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En este contexto es en el que aparece una de las más espectaculares y extrañas novelas que se crearon durante las últimas décadas del siglo XIX: El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. El doctor Henry Jekyll representa lo que es considerado como bueno según las reglas de la sociedad victoriana; por el contrario, todo lo que esta sociedad considera impropio e inmoral —y por tanto rechazable— toma cuerpo en la figura de Edward Hyde. En realidad, el honorable Dr. Jekyll, bajo su imagen respetable, esconde a Hyde, un ser maligno que odia las reglas y las normas que la sociedad victoriana impone. El brebaje que inventa es la única manera de ser, a la vez, Jekyll y Hyde.

 

 

 

2. EL AUTOR

 

El autor que imaginó tal fábula fue Robert Louis Stevenson, quien nació el 13 de noviembre de 1850 (Edimburgo, Escocia) en el seno de una familia de clase media acomodada. Toda su corta vida estuvo enmarcada por tres grandes acontecimientos: la enfermedad, la pasión por la literatura y el amor por Fanny Osbourne.

Stevenson anduvo enfermo ya desde niño debido a graves problemas respiratorios, lo que lo obligaba a pasar mucho tiempo en cama; incluso en ocasiones estuvo a punto de morir como, cuando moribundo, atravesó los Estados Unidos para casarse en Monterrey. Lo cierto es que la enfermedad fue su compañera inseparable durante su corta vida (apenas 44 años): «¡Dios mío, lo que habré podido toser en mi vida!», llegó a escribir en su diario. Pues bien, a pesar de los graves males físicos que siempre le acompañaron, nunca se quejó o, al menos, no figura en ningún sitio que fuera un enfermo quejica. Un derrame cerebral acabó con su vida a los 44 años.

 

 

 

Como muchos otros enfermos, el niño Robert Louis se refugió en la lectura. Se convirtió en un insaciable lector de todo cuanto caía en sus manos ya fueran clásicos latinos o autores modernos como Swift, Defoe, Walter Scott o Whitman. Más tarde, esta pasión por la lectura le condujo al estudio del estilo literario de todos los autores que devoraba, con la intención de buscar un estilo propio; a la búsqueda de su estilo, podríamos denominar sus principios literarios, a los que consagró toda su vida en detrimento de la ingeniería o el derecho a los que estaba destinado. La función de la literatura, en opinión de Stevenson, es contar historias y además en una lengua viva y ágil. Estos objetivos parecen sencillos y complejos a la vez, pero su compromiso con la escritura lo reflejó Henry James en esta frase: «Stevenson es el único hombre que conoce y ama este arte». A la literatura dedicó su vida, tal como escribió en su diario un año antes de su muerte: «He escrito con hemorragias, he escrito enfermo, he escrito entre estertores de tos, he escrito con la cabeza dándome vueltas».

En 1876 Stevenson, con veintiséis años, conoce a Fanny Osbourne, divorciada norteamericana, diez años mayor que él, separada y madre de dos hijos. Se enamoraron y, cuando Fanny consiguió el divorcio, se casaron en 1880. Stevenson admiraba en ella su honradez, su rebeldía, sus ansias de libertad; parece, pues, que la estabilidad emocional y la personalidad de Fanny influyeron positivamente en la vida y en la obra de Stevenson; ella fue su compañera y colaboradora tanto en su actividad literaria como en sus viajes. Por un lado, su producción literaria durante la década de los ochenta fue de cantidad inusual y de mayor calidad: La flecha negra, La isla del tesoro, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, Las aventuras de David Balfour, El señor de Ballantrae son algunas obras que escribió en esos años. Por otro lado, sus viajes lo llevaron a países tan distintos como Estados Unidos, Suiza, Francia o Escocia; en 1887 fallece su padre, abandona Escocia y comienza una nueva etapa viajera hasta que en 1890 se asienta en Apia, capital de Samoa, donde encontraría la muerte.

 

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3. DR. JEKYLL Y MR. HYDE

 

En el año 1884 Stevenson vivía en su casa de Bournemouth, regalo de su padre cuando se casó con Fanny. Una noche, mientras dormía, tuvo una pesadilla: un hombre entraba en un armario y allí tomaba una droga que lo convertía en una persona diferente. Su esposa lo despertó e interrumpió el sueño, pero Stevenson comenzó a escribir una historia basada en aquel horrible sueño. En pocos días escribió la novela que no gustó a su esposa, por lo que emprendió una segunda escritura que se publicó en forma de libro en el año 1886. El resultado es una narración que ya asombró en su tiempo y que se conoce como El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

Jekyll (traducido en algo parecido a «yo asesino») es un médico con aspiraciones científicas que crea una pócima; tras ingerirla, se convierte en un monstruo conocido como Hyde (pronunciado en inglés, to hide, ocultar). Jekyll y Hyde son, pues, la misma persona que se desdobla: de un lado su lado bueno (Jekyll) y de otro su lado malvado (Hyde). El tema de la lucha del hombre entre el bien y el mal no es nuevo en la literatura, pues siempre se han contado relatos sobre la doble naturaleza de las personas; lo que sí es nuevo, de ahí su consideración de clásico, es el tratamiento argumental y el estilo que le imprime.

Stevenson se asegura de que lo fantástico se funda con lo realista o de que la culpa se amalgame con la búsqueda; consigue asomarse a la miseria y a la grandeza humanas y nos muestra la doble naturaleza del ser humano que vive en nuestro interior. Su obra contiene todos los ingredientes necesarios para ser acogida favorablemente en aquella época de finales del siglo XIX.

 

·   Un hombre culto, respetado y de buena posición (Jekyll) concibe un experimento que transforma a las personas.

·   Una horrible criatura (Hyde, el lado oscuro de Jekyll) que recorre la ciudad atemorizando a otros seres, matando, destruyendo todo a su paso, sin temor alguno a las consecuencias.

·   Las pesquisas policíacas de un abogado que intenta resolver el misterio que rodea la figura de Hyde, una presencia que provoca terror y rechazo.

·   Las acciones se suceden en el corazón de Londres, una ciudad enturbiada por la niebla, y todas ellas se presentan como misteriosas, incomprensibles o enigmáticas.

 

Nos encontramos, por tanto, ante una extraña y espectacular novela en la que se mezclan y combinan diversos subgéneros literarios: una trama detectivesca y policíaca, encarnada en la figura de Utterson que intenta ayudar a su buen amigo Jekyll y para ello necesita descubrir qué se esconde bajo el nombre de ese tal Hyde; elementos de la novela psicológica sobre la naturaleza humana y la dicotomía entre el bien y el mal; la omnipresente justificación científica, muy propia de la reciente revolución industrial; la novela de misterio, con acontecimientos extraños e inexplicables para la mentalidad de la época y que dotan de intriga a la novela; en fin, unos ambientes nocturnos y una atmósfera misteriosa que, combinadas con lo anterior, la convierten en una de las grandes obras de terror de todos los tiempos.

Si a todos estos elementos que hemos enumerado, les añadimos una extensión breve y una prosa limpia y directa, no dudamos de que la lectura de la obra será sugerente y amena.

 

Portada

de la primera edición

(Londres, 1886).

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EL EXTRAÑO
CASO DEL
DR. JEKYLL
Y MR. HYDE

 

 

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El distrito Strand en el siglo XIX. —Mapa publicado en Sir Walter Besant: The fascination of London. The Strand. A & C Black, h. 1880. Hemos marcado con sombra el área del Soho, aproximadamente 1 milla delimitada por las calles Oxford, Regent, Shaftesbury y Charing Cross. 1: la plaza Cavendish.